domingo, 18 de noviembre de 2012

EDITORIAL DE MARIO WAINFELD, HOY.

A rizar el rizo
Aguinaldo sin descuentos. Promesa de una necesaria reforma fiscal. Macri se hace cargo, motivos y enigmas. De la Sota viene asomando. La teoría oficial de las cien espinas. Desafíos al Gobierno, de varias vertientes. La derecha oprobiosa también existe, silencios estrepitosos de la oposición.

Por Mario Wainfeld

La presidenta Cristina Fernández de Kirchner anunció que no se cobrará Impuesto a las Ganancias sobre el medio aguinaldo de fin de año. Será por única vez. La intención es dejar algo más de plata en el bolsillo de los trabajadores que pagan el tributo. Es dinero tangible, un esfuerzo fiscal significativo. Claro que es menos que subir la escala del mínimo no imponible como reclamaban todas las centrales obreras, oficialistas u opositoras. El Gobierno analizó distintas variantes durante varios meses, incluyendo la de anunciar ese descuento en estos meses pero difiriendo sus efectos hasta 2013. No se dijo, pero se hizo un mix entre el cuidado de la caja y una señal tangible a un sector de los trabajadores.

Se trata de una acción paliativa, diríamos moderadamente socialdemócrata, exótica a las narrativas más épicas del kirchnerismo o más apocalípticas de sus adversarios. También es una medida estudiada, que tomó en cuenta parte de los reproches que recibió el Gobierno.

La mandataria, además, prometió que se discurrirá con el movimiento obrero y las patronales una reforma del Impuesto a las Ganancias. Es forzoso hacerla, porque la sola reforma anual del mínimo no imponible durante varios años derivó en un desbarajuste de las escalas y los porcentuales. Es desatinado hablar de “impuesto al trabajo” y proponer su derogación, como hacen el Secretario General de la CGT Hugo Moyano y el gobernador cordobés José Manuel de la Sota. El impuesto a los ingresos, que así es mejor designarlo, existe en todos los sistemas fiscales avanzados. Lo que debe readecuarse es quiénes los pagan, cuáles son los valores mínimos que deberían quedar exentos (hoy día lo sufragan ciudadanos de ingresos medios que deberían quedar a cubierto). Y sobre todo apuntar a una mayor equidad, aumentando escalas para los más ricos y retrayéndolas para las personas de ingresos medios. Es una labor delicada, de ardua implementación. Su ejecución sería bienvenida, sobre todo si fuera parte de una reforma impositiva más ambiciosa y demasiado demorada.

Algunas cifras enunciadas por Cristina Kirchner ayudan a analizar la cuestión, complejizándola. Los trabajadores que pagan ganancias son, en números redondos, el 25 por ciento de los formalizados. Estos, a su vez, son los dos tercios del conjunto, o sea que hay alrededor de un 33 por ciento de trabajadores “en negro”.

El kirchnerismo generó millones de puestos de trabajo y redujo notablemente la informalidad. Colocó a la clase trabajadora en un estadio distinto al que ocupaba a principios del siglo XXI. Ese salto de calidad jamás puede ser subestimado o ninguneado, como hace buena parte de la oposición. También debe advertirse que desde hace varios años es muy difícil bajar el nivel de la informalidad. En la breve reunión del Consejo del Salario se acunó el compromiso de acciones conjuntas entre Estado y sindicatos para combatir esa vertiente de la evasión que es una de las mayores lacras del empresariado local. Hasta ahora, las centrales obreras no han sido muy activas ni creativas en esta materia. Y el Gobierno ha sido muy parco en la realización de tareas conjuntas. No es fácil ser optimista cuando Moyano se empecina en la defensa de los trabajadores mejor retribuidos y en la conformación de alianzas con lo más espantoso y gorila del espectro político. Tampoco son promisorios los cuadros de la CGT oficialista, en promedio burocráticos, desactualizados y lentejas. Sin embargo, es imprescindible.

La decisión política del oficialismo para atacar ese frente está en su agenda 2013. Sin voluntad nada puede lograrse. Con ella, ay, no alcanza. Son desafíos de gestión, que se tornan crecientes y más trabajosos a medida que se superan las carencias más chocantes con que topó el kirchnerismo en 2003. Habrá que ver, esperar. Y hacer.


GB

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