Y vuelve
Por Hernán Brienza. Escritor y politólogo
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Al pie de la escalera lo estaban esperando Rucci y Abal Medina, por lo que no se hizo necesario aplicar el plan que Perón le había comentado a Pietragalla. Allí cruzaron unas breves palabras entre los tres y se acomodaron en los automóviles para dirigirse al hotel. Tras la escena histórica del paraguas, el General fue saludando a los manifestantes dentro del vehículo con la ventanilla baja. Hasta que llegó al Hotel Internacional. De riguroso traje oscuro, Perón bajó del coche, se acomodó el traje e ingresó. Detrás de él iban Rucci y Abal Medina. El General se dio vuelta y le hizo una seña al secretario del Movimiento para que hiciera público un mensaje por radio.
Abal Medina se acercó a un periodista, entonces, y le solicitó que transmitiera sus palabras: que el General había llegado bien, que se encontraba en perfecto estado, en tierra firme y en libertad. Y les pidió a todos los peronistas que evitaran los enfrentamientos porque lo que más quería el General era una jornada en paz.
Ansiosos, conscientes de que estaban protagonizando un día histórico, los periodistas preguntaron si habría una conferencia por parte de Perón. A las 13.30, Cámpora y Abal Medina hablaron con la prensa e informaron que el General no haría declaraciones por el momento. La idea de un encuentro con los medios de comunicación era más que apresurada: el General estaba cansado, apenas había almorzado frugalmente a las 12.30 y se había retirado a su habitación. Estaba visiblemente emocionado por el reencuentro con su pueblo. Había pedido que lo dejaran descansar hasta las 5 de la tarde, cuando comenzarían las reuniones con los distintos sectores políticos y sociales.
Minutos antes de las 17, Frondizi ingresó a la sala de reuniones donde el General estaba reunido con sus hombres políticos más cercanos. En la larga mesa estaban sentados Jorge Abelardo Ramos, Marcelo Sánchez Sorondo, Mario Amadeo, Vicente Solano Lima, Rogelio Frigerio, Rucci y Abal Medina, entre otros.
Mientras se producía esa reunión de bienvenida, Lanusse intentó una última operación para no perder absolutamente todo. Mientras Perón, contento, celebraba con sus visitantes en el vestíbulo la noticia de que no había habido violencia en ese día tan difícil, en otro rincón del hotel, Cámpora y Abal Medina mantenían en secreto una reunión con Ezequiel Martínez. El secretario general de la Junta los recibió y les dijo en todo firme:
–Lanusse quiere verse con Perón.
–Bueno, vamos a transmitirle su pedido...
–No entienden –intentó decir Martínez, cuando Abal Medina lo interrumpió:
–Mire, no le genere falsas expectativas a Lanusse, porque lo más probable es que el General quiera verse primero con su pueblo y luego decida. O sea, cuando pueda, libremente, verse con la gente, tomará la determinación. Habilítennos la salida...
–No –lo cortó Martínez–; la salida en estas condiciones es sumamente riesgosa. Demos por terminada la reunión, caballeros.
Media hora después, Martínez, acompañado por el secretario de Prensa Edgardo Sajón, convocó a una nueva reunión a Cámpora y Abal Medina. El joven secretario del Movimiento le aconsejó al delegado personal de Perón que el Petiso Rucci, que sabía hacer el papel de malo, fuera de la partida. El encuentro comenzó álgido:
–Señores, mientras no se arreglen los pasos a seguir, sería una irresponsabilidad del Estado permitir la salida, con lo cual no se va a permitir la salida de Perón de Ezeiza.
Ofuscado, el joven abogado Abal Medina lo increpó:
–¿Esto es formal? ¿El General está detenido?
–No, no está detenido –replicó Sajón.
–¿Está secuestrado? –inquirió Abal Medina.
Sereno, con una sonrisa ladeada, Rucci lo miró a Sajón y le dijo, tranquilamente:
–Vea, Sajón, el país se puede parar en cualquier momento y por tiempo indeterminado... usted decide...
Apenas concluyó la reunión, ya entrada la tarde noche, Perón fue informado del contenido de las charlas. Visiblemente molesto, el General, al que sí le daba el cuero, dijo con autoridad:
–Bueno, vamos a ver si podemos ir a la casa, entonces.
A las 22 horas, la Fuerza Aérea apostó frente a la puerta del hotel dos ametralladoras pesadas apuntando a la entrada. De inmediato, el hotel se convirtió en un caos. Y Perón, en un acto de verdadero coraje personal, dispuso la salida. La comitiva bajó con sus maletas. Cuando estaban por salir de la habitación, un comisario de la Federal, alto, canoso, grandote, se interpuso, metralleta en mano, y ordenó que se detuvieran. Raudo, Lorenzo Miguel se abalanzó contra el jefe policial y lo increpó a los empujones, mientras Abal Medina gritaba: “Esto es formalmente un secuestro, no puede salir. ¿Usted dice que no puede abandonar este lugar? ¿Usted lo va a impedir por la fuerza?”.
–No, yo no, es la fuerza –dudó el oficial.
–¡Déjenos pasar! –gritó Abal Medina, mientras Perón observaba la situación imperturbable–. ¿Entonces, el General está detenido?
–Bueno, no, pero no puede abandonar el hotel.
–Y bueno, eso es estar detenido –concluyó Abal Medina.
Perón regresó a la habitación y tuvo una reunión a puerta cerrada con los suyos. López Rega propuso desesperado y nervioso que el General debía irse a Asunción. “¡Vámonos! ¡Vámonos!” decía. “Tenemos que irnos, ¡tenemos que irnos ya a Asunción!” La situación se calmó con el paso de los minutos y López Rega comenzó a callarse. El líder se mantuvo silencioso, taciturno, reflexivo. Y muy cansado.
Minutos después de las 23.30, Martínez volvió a Ezeiza en helicóptero. Sostuvo una breve reunión con Cámpora y Abal Medina, y les pidió un par de horas para resolver la situación política. Lanusse había viajado en el día a Bahía Blanca y hacia la noche ya había regresado a Buenos Aires. Dos horas después, ya en la madrugada del día 18, el secretario de la Junta los convocó a las dependencias de la Base y les anunció: “Bueno, si ustedes toman la responsabilidad, se hacen cargo de la seguridad del General... Esta situación es muy delicada, pero ante la insistencia del señor Perón y de ustedes... Sólo nos oponemos a que salgan de noche, les pedimos que esperen”.
Rápidamente, Cámpora respondió: “Entonces, saldremos seis y media, ¿le parece bien?”. Martínez resopló ante la chicana y contestó, cansino: “Les pido que sea a las siete y media”. Acordaron, así, que la salida del hotel se realizaría a la hora señalada y se dio por finalizada la reunión.
Las horas pasaron lentas. Perón se informaba, comentaba las noticias, analizaba la situación, intentaba proyectar los próximos pasos. A las 6 en punto de la mañana, antes de lo pactado, Perón salió con su traje oscuro del hotel. Cincuenta minutos después, arribó con la caravana de Ford Fairlanes a la casa blanca de Gaspar Campos y Meló, en Vicente López.
Perón estaba visiblemente cansado cuando entró en la casa y la recorrió junto con su pequeña comitiva: “Uh, ojalá pudiera descansar un día” dijo el General mientras revisaba los placards y comenzaba a acomodar su ropa, conversaba con Isabel, con López Rega, con Cámpora y Abal Medina. De lejos, a pesar de que el barrio todavía estaba rodeado de policías, empezó a escucharse el murmullo de cientos de personas que se iban acercando.
A las 7.10, Abal Medina salió de la casa y anunció a los periodistas que hacían guardia que “el General está muy contento aunque un tanto sorprendido por la actitud del gobierno de tenerlo detenido anoche”. Dos horas y media después, los trabajadores de prensa comenzaron a gritar: “Perón al balcón, Perón al balcón”. Cámpora salió al cruce y explicó: “El señor General está reunido en este momento. No va a salir a recibirlos pero pide que lo disculpen”. A los pocos minutos, se presentó un menos amable Osinde y sentenció: “No va a ser posible hablar con el General”. Los periodistas insistieron. Y Perón se asomó por una ventana. Un periodista le gritó:
“Queremos hablar con usted, General, hace tres días que no dormimos”. Y Perón le respondió sonriente: “Perdónenme, muchachos, pero hace tres días que no me puedo sacar ni los botines”.
La calle Gaspar Campos se convirtió en un río de manifestantes que se apretujaban para ver al General. Superaban el millar. Eran jóvenes menores de 30 años, que no paraban de gritar consignas y cantar. A las 13.16, exactamente, Perón salió al balcón y saludó ante el griterío de la muchachada. Estaba de regreso. Había cruzado el océano, había vencido al exilio. El peronismo había regresado. Había vencido a esos sectores dominantes que lo habían querido condenar al olvido. El General se reencontraba con su pueblo, con sus trabajadores y con los hijos de aquellos viejos trabajadores de los años cuarenta. Levantó los brazos y dijo: “Muchas gracias por haber venido”. No hacía falta decir nada más.
Fragmento del libro El otro 17. De la Resistencia a la Victoria. La historia del regreso de Perón.
Editorial Capital Intelectual.
18/11/12 Miradas al Sur
Prof GB
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