lunes, 4 de agosto de 2014

Temor y Control: un libro para debatir sobre la demagogia punitiva

Esteban Rodríguez Alzueta es docente e investigador de la Universidad Nacional de La Plata (UNLP) y de Quilmes (UNQui). El martes 15 presentó su nuevo libro: Temor y control. La gestión de la inseguridad como forma de gobierno.
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La presentación en la Facultad de Periodismo de la UNLP, contó con la presencia del diputado provincial por Nuevo Encuentro Marcelo Saín, de la socióloga y doctora en Ciencias Políticas y Sociales Ángela Oyhandy y del fiscal Julián Axat, quien actualmente está a cargo del Programa de Acceso Comunitario a la Justicia.
Por Rocío Cereijo
Agencia Paco Urondo: En tu libro hablás de una continuidad en la relación entre la construcción del miedo y los dispositivos de control: “los gobiernos pasan, pero la policía queda”.
ERA: Siempre me interesó pensar en las relaciones de continuidad que existían entre el olfato policial y el olfato social, entendiendo que la policía no bajó de un plato volador, no son extraterrestres, sino que son un emergente social. La policía compra los productos en el mismo almacén del barrio, lleva a los hijos a la misma escuela que uno, gritamos el mismo gol, miramos el mismo programa, leemos más o menos el mismo diario. Es decir, el policía no es un actor separado y separable de la sociedad; entonces me interesaba un poco ver por qué si forma parte de nuestra vida cotidiana existe esa distancia a la hora de pensarlo. Me parece que de alguna manera lo que hacen generalmente las academias policiales es trabajar con determinados prejuicios, creencias, concepciones que se van produciendo, que se van modelando en la sociedad. Entonces digo que no hay olfato policial sin olfato social. De alguna manera el olfato policial, que son los prejuicios que orientan a las prácticas institucionales abrevan en determinados valores, creencias que existen en la sociedad.  Es decir, no hay detenciones sistemáticas por averiguación de identidad sin llamadas al 911, sin vecinos alerta; no hay detenciones sin procesos sociales de estigmatización social. De alguna manera, lo que buscaba en este libro era pensar las continuidades que existen entre el punitivismo de arriba y el punitivismo de abajo. Este es, entonces, uno de los meollos del libro: pensar cómo se fueron tejiendo determinadas prácticas institucionales y prácticas sociales, cómo están intrincadas unas con otras. El libro quiere ser una invitación a pensar en esas permanencias; la pregunta de por qué continúa esa policía, por qué permanecen esos jueces, el encarcelamiento masivo en Argentina. La respuesta a semejante pregunta no hay que buscarla en tal o cual funcionario, no es un problema de tener tal o cual funcionario que como una pasión autoritaria lleva a reproducir estos esquemas. Sino que, en realidad yo siempre digo que la respuesta a estas preguntas hay que buscarlas en lo que llamo un dispositivo de temor y control.

APU: ¿A qué llamás dispositivo de temor y control?

ERA: Llamo "Dispositivo de temor y control" al acoplamiento de determinadas prácticas y discursos que se hicieron en determinado momento para responder a la urgencia que planteaban una serie de problemas. Es decir, a las articulaciones estratégicas que se establecieron entre determinadas agencias o, mejor dicho, entre algunos actores que componen esas agencias; pero también entre esas agencias o esos actores con determinados relatos, con determinadas figuras legales, con determinados valores, sentidos comunes. El dispositivo está dando cuenta de la alianza entre diferentes actores heterogéneos que intentan dar una respuesta a un problema que se fue montando en la década del 90, que tiene que ver con la marginalidad social. Esas articulaciones que se montaron en la década del 90 entre muy distintos actores, (porque no solamente son políticos, sino también actores judiciales, actores de la policía, especialistas, periodistas y empresas de comunicación); de alguna manera continuaron activas, no pudieron desandarse, no pudieron ponerse en crisis en estos últimos diez años.

APU: ¿Qué sucede cuando se incorpora un componente participacionista?
ERA: Creo que, en realidad, cuando uno piensa que “no hay olfato policial, sino olfato social”, lo que se está diciendo es que el problema no es solamente la policía, sino también las concepciones que tiene el vecino de nuestro barrio. Entonces, si pensamos la seguridad en éstos términos se duplican los problemas para cualquier gobierno, para cualquier gestión. Porque es poner en crisis la brutalidad policial, el destrato que caracteriza a las rutinas policiales: esas prácticas abusivas, discriminatorias, violentas. Reformar la policía no significa solamente crear una nueva policía o cambiar los planes de estudio o incorporar un nuevo staff de docentes para formar a las nuevas camadas de policías, todo eso hay que hacerlo; sin embargo me parece que no alcanza, porque de lo que se trata es de también desandar ese imaginario autoritario que está muy presente todavía en la sociedad. Por eso es muy importante que dentro de las reformas progresistas en materia de seguridad participe la sociedad; involucrarla en la solución, en la búsqueda de una solución creativa en los problemas en las que ésta está involucrada. No es un mero destinatario, sino que también es un anfitrión.  Porque lo que ese vecino piensa, lo que ese vecino referencia como un problema, sobre ese miedo parte la policía, sobre ese terror se generan prácticas de control. Entonces, poner en crisis las prácticas de control, estas prácticas de control autoritarias, supone poner en crisis éstas prácticas sociales temerarias.

APU: En la presentación del libro, Julián Axat leyó un extracto de un artículo del cineasta Pier Paolo Pasolini escrita en el 68, luego de que la policía italiana asesinara a un estudiante en una marcha donde, posteriormente, las organizaciones de izquierda exigían la abolición de la policía ¿Es posible una sociedad sin policía?
ERA: Bueno, uno quisiera que no existieran las armas, que no se tenga que recurrir al uso de la fuerza letal o a la amenaza del uso de la fuerza letal para resolver esos conflictos; pero puesto que existe el conflicto y existen las armas, me parece que hay que darle algún marco regulatorio. A mi modo de ver, hoy en día es impensable una sociedad sin policías porque hay una serie de conflictos sociales que merecen ser atendidos por el gobierno de turno. También me parece que las policías tienen que existir porque hay determinados problemas que exceden también a cualquier organización social; estoy pensando, por ejemplo en el tráfico de drogas, en la comercialización ilegal de granos, en el robo de autos para surtir un mercado repositor en Argentina: se trata de conflictos que exceden a cualquier organización social. Me parece que ameritan la intervención organizada, planificada, profesional de fuerzas especiales para poder intervenir en cada uno de esos conflictos. Porque los conflictos no son siempre los mismos, son muy distintos y las causas de esos conflictos son también muy diferentes. Desde el Acuerdo por una Seguridad Democrática se trabaja con una concepción multiagencial, porque consideramos que problemas multicausales requieren respuestas complejas: un problema complejo requiere también una respuesta compleja. Es decir, conflictos multicausales requieren respuestas multiagenciales. La respuesta no va a venir solamente del Ministerio de Seguridad, sino también haciendo otras alianzas con otras agencias del mismo Estado para resolver esos conflictos.

APU: ¿Qué pasa con la década kirchnerista en materia de seguridad? En la presentación del libro hablaban de la existencia de una continuidad del delito a pesar de la baja de desocupación 
ERA: Creo que durante la década del 90 las interpretaciones economicistas eran interpretaciones que nos dejaban bien. Es decir, uno veía que aumentaban los índices de desocupación, aumentaba la marginación, aumentaba el delito y aumentaba el encarcelamiento. Es decir, ¿Por qué había más gente presa? Porque había más gente robando, ¿Por qué había más gente robando? Porque aumentaba la pobreza y la desocupación. O sea, eran tres variables que iban acopladas. Ahora, lo que uno encuentra en los últimos diez años es que baja la desocupación, aunque sigue impactando centralmente en los sectores más juveniles; baja la marginación, aunque todavía hay núcleos de marginalidad persistente en determinadas villas y asentamientos, aunque nadie puede decir que estamos en la década del 90. Se mantiene el delito, pero continúa aumentando la tasa de encarcelamiento. Es decir, estas tres variables que iban juntas en la década del 90 se desacoplaron en estos últimos diez años. Entonces, me parece que este desacople es la pregunta con la que nos tenemos que medir los que hacemos criminología, sociología del delito, los que pensamos en las policías hoy en día: ¿Por qué se produce este desacople? Y la respuesta no es sencilla porque no vamos a encontrar una respuesta única para pensarlo. Por un lado, uno puede decir que el delito no baja porque ha aumentado el consumo. Por otro lado, el delito tampoco ha bajado porque desde el momento que se ha inyectado energía monetaria en el mercado interno, desde el momento que hay más plata en el bolsillo, se han ido expandiendo determinadas economías ilegales. Por ejemplo la trata de personas con fines de explotación sexual. Si estamos parados en una sociedad misógina, con un trato sexual desigual; si la manera de certificar que tiene el “macho” argentino las tareas bien hechas es “irse de putas” los fines de semana; bueno, si ese “macho argentino” tiene más plata en el bolsillo, se va a ir más “de putas”. ¿Por qué no baja el delito? Porque si en Argentina la clase media o la clase alta tienen más plata en el bolsillo, y asocia el ocio de fin de semana a romperse la cabeza, a `descocarse´; está claro que va a aumentar el tráfico de drogas ilegales. Entonces, esa mayor demanda de drogas también crea condiciones para que se expandan esas economías ilegales. Me parece que ésto nos está dando una pista para comenzar a pensar en por qué el delito en los últimos diez años no ha ido disminuyendo, porque se han resuelto una serie de problemas, pero se han creado otros problemas producto de las mejores condiciones que se han ido desarrollando en Argentina. Ahora también uno puede decir que el delito no baja porque no se han encarado determinadas reformas policiales, porque muchas veces, para muchos gobernantes, (no estoy hablando solamente del gobierno nacional, sino también de los provinciales y ahí hay de todos los signos políticos), siempre a un funcionario, a un dirigente político le sale más barato negociar con la policía que asumir los costos que implica una reforma policial. Más aún cuando la seguridad se ha convertido en la vidriera de la política. Cuando las campañas electorales están vertebradas a través del tema de la inseguridad, cuando la oposición hace política a través de la inseguridad, cuando los grandes medios agitan la bandera de la inseguridad todo el tiempo; entonces muchas veces los funcionarios tienen que apelar a respuestas coyunturalistas, resignan respuestas estructurales, que son reformas que se necesitan largo aliento, para hacer seguridad a partir de la tapa de los diarios porque lo que le interesa es ganar la próxima elección.

APU: ¿Cuál creés que sería el camino para poder disputar el sentido de la seguridad?
ERA: En los próximos años me parece que todos estos temas necesitan de un acuerdo político entre distintas fuerzas para poder sustraerlo de las agendas electorales: sin esos acuerdos políticos entre las distintas fuerzas difícilmente se van a poder encarar procesos de reformas estructurales de largo aliento. En segundo lugar me parece que supone abordarlo desde un paradigma “despolicializado”; es decir, desde un paradigma multiagencial entendiendo que la única herramienta que tenemos en el cajón no es solamente el martillo, sino que también hay otras herramientas que también uno tiene que utilizar. Conflictos multicausales, que no es sólo un conflicto sino que son varios y con distintas causas, suponen ensayar alianzas estratégicas con distintas agencias del mismo gobierno. La policía no puede ser la misma respuesta a todas las preguntas. Porque si esto es así, todos los problemas se parecen a un clavo: si el martillo es la única herramienta que tengo en el cajón, todos los problemas me van a parecer un clavo.

APU: La Campaña contra la violencia institucional impulsada por el diputado nacional Leonardo Grosso, de la cual también formas parte, ¿apunta a este objetivo de organizar la participación de los sectores del campo popular?
ERA: Sí, la Campaña contra la violencia institucional me parece que es un espacio inédito. Porque por primera vez aparece una organización como el Movimiento Evita que dice “este problema lo tengo que tomar”, o sea, “nosotros tenemos que generar organización en el barrio para atajar este problema”. Pero abordarlo de una manera creativa. Por eso, en la mesa de la Campaña contra la violencia institucional no solamente hay organizaciones sociales, porque también está Kolina, la Tupac, u otras organizaciones menores; sino que también hay movimientos muy distintos como organizaciones de derechos humanos, magistrados, legisladores, funcionarios de distintos ministerios; es decir, es una mesa multiactoral donde intervienen distintos actores. No se trata de echarle todo el fardo a tal o cual funcionario, sino que se trata de decir: “Esto no se va a resolver cambiando a tal o cual funcionario, cambiando tal o cual policía o sacando a una manzana podrida”. Porque lo que está podrido es el canasto. Yo siempre digo que la teoría de la manzana podrida no nos sirve para resolver el problema de la violencia policial: ¿Cuántas manzanas se han sacado? ¿Cuántas purgas se han realizado? ¿Cuántas exoneraciones de policías se han hecho de las distintas cúpulas policiales? Y, sin embargo, la policía sigue siendo la misma “maldita policía”, se siguen pudriendo las otras manzanas porque lo que está podrido es el canasto. Entonces, por más que nosotros agreguemos manzanas muy bonitas, se van a seguir pudriendo. Porque lo que las pudren son esas rutinas institucionales, eso modos de pensar, de actuar que son el ADN hoy en día de la institución. Entonces, el problema no es tal o cual funcionario, tal o cual policía; el problema son esas prácticas, esas rutinas que son las que hay que modificar.

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