lunes, 29 de diciembre de 2014

TEMA DE DEBATE: LAS CORPORACIONES Y LOS DIRECTIVOS QUE IMPULSARON LA DESREGULACION El ajedrez de las finanzas globales

Por Javier Lewkowicz
Hay varios argumentos para explicar la actual influencia de las finanzas en la economía mundial. De cara a la crisis de las hipotecas subprime, los liberales plantean que hubo “errores”, que falló la regulación, porque la tecnología de la información va más rápido que los organismos regulatorios. Un sector del progresismo abona esa idea. Otro grupo se anota en el libreto de la izquierda, que explica que el problema es que la presión de los capitalistas para sostener la tasa de ganancia del capitalismo “real” empujó al mundo a la desigualdad de ingresos. Y que entonces los trabajadores sólo pueden acceder a los bienes a través del endeudamiento, y que esa burbuja, claro, estalla en algún momento. En el medio, la timba de los commodities es mucho más lucrativa que la inversión en fierros. Escondidos detrás de las explicaciones están “los actores”: directivos de corporaciones y políticos norteamericanos y europeos que intercambian roles según el momento. ¿Cuáles son los vínculos de JP Morgan Chase, Bank of America, Wells Fargo, Citigroup, Goldman Sachs y Morgan Stanley con el poder político? ¿Qué acciones desplegaron para concretar su objetivo? ¿Qué modificaciones normativas hicieron posible hablar de las calificadoras de riesgo, del mercado de commodities, de los paraísos fiscales y de los bonus de los banqueros en el modo en el que se habla en la actualidad? En su reciente libro, El poder en la globalización financiera, el economista Julio Sevares enumera una serie de hitos en el camino de la desregulación financiera.
El abandono del sistema de tipos de cambios fijos (1973) abrió la posibilidad de especular con las monedas y generó el mercado de los títulos que operan como seguros de cambio. En paralelo, los organismos financieros internacionales presionaron alrededor de todo el mundo para liberalizar los movimientos de capital. En 1980, Estados Unidos dictó la ley de desregulación de instituciones de depósito y autorizó fusiones bancarias, y en 1981 se aprobó la creación de entidades desreguladas que comenzaron a funcionar como paraísos fiscales dentro del territorio norteamericano, lo que generó una competencia hacia la desregulación que llegó al extremo en las famosas plazas de los países caribeños. Ese mismo año se redujeron impuestos a las ganancias financieras y se permitió la “securitización” de las hipotecas. El combo multiplicó varias veces y en pocos años el negocio financiero.
“La creación de nuevos y gigantescos holdings bancarios diversificados aumentó la concentración del sector financiero así como la complejidad de sus operaciones y la dificultad para comprenderlas y regularlas. Los bancos ganaron capacidad de presión sobre los estados. La nueva legislación transformó a Wall Street en un gigantesco casino (...). En rigor, en algo más loco que un casino, porque en un casino usted tiene que poner su propio dinero para hacer apuestas. Gracias a la desregulación, compañías financieras como AIG (American International Group, que debió ser rescatada por el Estado norteamericano en 2008) pueden apostar miles de millones, si no billones, sin tener dinero para respaldar sus juegos (...). Gracias a la era de la desregulación de Clinton, el mercado de derivados es ahora cien veces más grande que el presupuesto federal y los cinco bancos más grandes del país controlan más del 90 por ciento del negocio”, indica Sevares, en función de las declaraciones de un analista de Wall Street.
–En su trabajo, usted resalta el rol activo del Citibank en el proceso de desregulación financiera.
–Hay bastante registro de la acción de lobby de ese tipo de agentes financieros. Tal vez el caso más notorio es el del Citibank, uno de los bancos más creativos en desarrollar instrumentos para ofrecer cuentas con alta liquidez que pagaban intereses, algo que estaba prohibido en Estados Unidos en los `80. Eran acciones violatorias de la normativa pero las autoridades regulatorias lo permitieron, a partir del lobby de los senadores más liberales. Y más adelante, también el Citi fue pionero en el desarrollo del holding, a través de fusión de las operaciones de banca comercial y de inversión, que estaban prohibidas pero eran también toleradas por las autoridades. De hecho, el Citigroup reunió a la banca comercial con servicios de comercio de títulos y seguros y se formó dos años antes de la aprobación de la nueva legislación. En el medio, la Fed le dio un permiso temporario.
–La financierización, como toda gran transformación económica en los países desarrollados, tuvo un efecto inmediato en la periferia.
–Es tan así que la Argentina fue un país pionero en la desregulación financiera. En los ’80, luego de los cambios normativos de la dictadura, con Alfredo Martínez de Hoz en el Ministerio de Economía, el mercado financiero argentino era más liberal que el de Estados Unidos o Europa, una cosa increíble. Teníamos libre fijación de tasas de interés, algo que en las economías desarrolladas todavía no existía. Yo destaco dos procesos que a nivel global van definiendo el nuevo carácter del capitalismo. Por un lado, la tasa de ganancia que cae por la crisis del petróleo, lo que fomenta la búsqueda de rentabilidad financiera. Al tiempo que los dólares de los países petroleros buscan ser reciclados, se genera una enorme liquidez que se va montando sobre todas estas operaciones financieras. A la vez, desaparece la convertibilidad en oro y con ella el sistema de tipo de cambios fijos, con lo que las variables monetarias empiezan a tener grandes variaciones. Ahí las empresas y los bancos tienen la necesidad de establecer seguros de cambio y hacer contratos a futuro. Todo esto presiona para que haya mercados con libre movimiento de capitales, y los países periféricos jugaron ahí un rol fundamental como tomadores de crédito y fugadores de divisas, bicicleta que terminó en las crisis de la deuda de fines de los ’80. El consenso pro mercado nacía de arriba, desde Ronald Reagan y Margaret Thatcher.
Capítulo aparte merecen los commodities, burbuja de la cual, cabe resaltar, se beneficiaron los países emergentes en estos últimos años. Sevares explica que en el año 2000 se sancionó en Estados Unidos la Commodity Futures Modernization Act. En el medio de esos cambios, el titular de la Future Commodities Trading Commision, Brooksley Born, propuso que su organismo participara de la regulación de los bancos en el negocio de los derivados (contratos financieros en relación con la variación de precio de commodities). Pero el ex secretario de la SEC, Arthur Levit Jr.; el secretario del Tesoro de Clinton, Robert Rubin, y el titular de la Fed, Alan Greenspan, se opusieron firmemente. El sucesor de Rubin, Larry Summers, también se opuso al mayor control sobre derivados, al igual que el siguiente secretario del Tesoro bajo el gobierno de George Bush, Han Paulson, hombre de Goldman Sachs.
Por su parte, los Credit Default Swaps (CDS), que son seguros contra default, fueron creados en 1997, en momentos previos a la crisis financiera asiática. “Los creó el banco de inversión JP Morgan como seguros o pases contra default de instrumentos financieros, lo que dio un impulso decisivo a la diversificación y expansión del mercado de derivados. Muy pronto, los CDS no sólo se utilizaron como seguros sino que también se titularizaron. El valor de la emisión de CDS superó al de los bonos asegurados, algo así como un crédito hipotecario que vale más que la casa que lo respalda. Se convirtieron en uno de los derivados más difundidos y peligrosos, como se demostró en la crisis iniciada en 2007”, explica Sevares en su trabajo.
–¿Cuál es el rol de las nuevas tecnologías de la información en este proceso?
–Si estás en el siglo XVIII podés mover el capital si cargás el oro en un barco. En el siglo XIX los mercados ya estaban vinculados, ahora es al instante. Pero la tecnología existe porque los Estados lo han permitido. Entonces ahí radica la cuestión de fondo.

LA RED TRONCAL DEL PROGRAMA ARGENTINA CONECTADA YA SUMA 21.396 KILOMETROS La fibra óptica en manos del Estado

Por Fernando Krakowiak
La Autoridad Federal de Tecnologías de la Información y las Comunicaciones (Aftic) prevista en la nueva ley de telcos no sólo tendrá la tarea de regular el sector sino también de administrar una extensa red troncal de fibra óptica que el Gobierno viene desplegando desde hace cuatro años. La traza tiene hasta ahora 16.902 kilómetros, el 89 por ciento de los 18.865 proyectados. Además se compraron otros 4494 kilómetros de ductos a las empresas Silica, Giga Red y Level 3 (ex Global Crossing). En total, la red que controla el Estado nacional suma 21.396 kilómetros, a los que también se suman 6524 kilómetros de la red provincial que se montó con financiamiento de la administración central, el 38 por ciento de los 16.796 kilómetros proyectados. El porcentaje iluminado, y por lo tanto en condiciones de brindar servicio, por ahora es bajo, ya que sólo incluye el tramo bonaerense que va de Abasto (La Plata) a Acevedo (Pergamino), y algunos trayectos provinciales en Formosa, Chaco y La Rioja. Sin embargo, fuentes oficiales aseguraron a Página/12 que, como la obra civil y el tendido de los cables de la red troncal están prácticamente concluidos, en los próximos meses se avanzará más rápido con la iluminación y la posterior conectividad.
El Plan Argentina Conectada, anunciado en octubre de 2010 por Cristina Fernández de Kirchner y el ministro de Planificación, Julio De Vido, busca democratizar el acceso a las nuevas tecnologías y lograr de ese modo una mayor integración del territorio nacional. De hecho, el objetivo oficial no sólo es garantizar la conectividad sino brindar una serie de servicios complementarios como el programa Cibersalud, una red de interconsulta nacional que busca vincular a todos los profesionales y equipos de la salud pública para que, por ejemplo, un hospital rural pueda conectarse online con un centro de alta complejidad al momento de realizar una intervención quirúrgica para recibir asesoramiento.
La empresa estatal Arsat, que pasará a depender de Aftic, ha tenido a su cargo la expansión de la red de fibra óptica, y además está previsto que opere como proveedora mayorista de banda ancha. El despliegue de la red de fibra contempla tres niveles complementarios: la red troncal, las redes provinciales y la última milla.
Hasta el momento se construyeron 16.902 nuevos kilómetros de Red Troncal de Fibra Optica. En el Estrecho de Magallanes (85 km), Patagonia Sur (2193 km), Patagonia Norte (669 km), Centro Este (2222 km), Centro Oeste (3025 km) y Patquia-La Rioja-Chilecito (241 km), la obra civil ya está concluida. En Misiones (694 km) el avance es del 99 por ciento; en NEA Norte (2731 km), NEA Sur (1579 km) y NOA Sur (2520 km) es del 95 por ciento; y en NOA Norte (1573 km), del 75 por ciento. No obstante, en la mayoría de estos tramos lo que aún está pendiente es la iluminación de la red que posibilita la conectividad.
A la Red Troncal se le sumaron además 4494 kilómetros de infraestructura ya existente que el Estado nacional les compró a las empresas Silica (2060 km), Level 3 (1287 km) y Gigared (1062 km). Con Silica se negoció el tramo Buenos Aires-Mendoza, que incluye un cruce a Santiago de Chile. La red adquirida a Level 3 también va de Buenos Aires a Mendoza, pero con un recorrido diferente, por las provincias de Santa Fe, Córdoba y San Luis, mientras que Gigared abarca el trayecto Buenos Aires-Resistencia y Buenos Aires-Paraná. Estas tres operaciones supusieron el desembolso de 560,7 millones de pesos destinados no sólo a la adquisición de los ductos sino también a las obras complementarias de apertura de la traza en cada localidad, al soplado de la fibra y la coubicación de equipamientos en las instalaciones de los operadores que vendieron parte de su infraestructura. En el Gobierno habían prometido que las redes adquiridas a Silica, Gigared y Level 3 estarían en funcionamiento a fines del año pasado, pero el proceso se demoró y por ahora sólo se iluminó el trayecto que va desde el nodo ubicado en la localidad platense de Abasto hasta Acevedo, pasando por Cañuelas, Marcos Paz, Benavídez, Tortuguitas, San Antonio de Areco y Arrecifes. De hecho, el pasado 19 de diciembre, Arsat firmó contratos con cuatro pymes, tres cooperativas y una municipalidad que proveerán servicio de Internet en las localidades que se ubican sobre esa traza.
La construcción de la Red Troncal de Fibra Optica se complementará a su vez con redes provinciales que le darán mayor capilaridad. En este caso, el gobierno nacional financia las obras, las cuales quedan a cargo de las empresas de telecomunicaciones provinciales. Hasta el momento se construyeron 6524 kilómetros de red provincial y los mayores avances se registran en las siguientes jurisdicciones:
1) La Rioja. La obra civil está concluida, con 544 kilómetros de red. Además se terminó de montar el cableado y ya se brinda servicio de Internet a través de la empresa provincial “Internet para Todos”.
2) Formosa. Se construyeron 927 kilómetros de red y ya se brinda servicio a través de la empresa estatal Refsa.
3) Chaco. Está previsto construir 1035 kilómetros de red y ya se concluyó el 91 por ciento de la obra civil. En algunos tramos, la provincia ya brinda servicio de Internet a través de la empresa Ecom.
4) Entre Ríos. La obra prevé la construcción de 1742 kilómetros de red y el grado de avance es del 89 por ciento.
5) Santiago del Estero. El total de la obra contempla 1622 kilómetros y el grado de avance es del 83 por ciento.
Otro aporte potencial a la red troncal que controla el Estado nacional surge del intercambio con las telefónicas, las cuales en 2011 firmaron convenios donde ponen parte de su red a disposición a cambio de poder usufructuar la fibra óptica pública que se está construyendo. En Planificación detallaron que hasta el momento Telecom se comprometió a aportar 2306 km, Telefónica 1845 km y Claro 4154 km, aunque esos acuerdos todavía no están operativos. Además, Arsat firmó un convenio con la transportadora eléctrica Transener para disponer de otros 2788 kilómetros de fibra óptica, pero esa infraestructura sólo estará disponible como alternativa para transporte de larga distancia en caso de que surja algún problema en la red troncal, porque no se puede abrir en todas las localidades.
El sueño de las telefónicas es que el próximo gobierno que asuma a fines de 2015 decida privatizar la red pública construida en los últimos cuatro años con el argumento de que los resultados en lo que refiere a la prestación efectiva de servicios de telecomunicaciones por parte del Estado han sido escasos. De ese modo, las telcos sumarían la nueva fibra a sus redes por un monto muchísimo menor al que tendrían que haber desembolsado si hubieran estado a cargo de la inversión. En el Gobierno son conscientes de esta situación. Por eso apuestan a iluminar la mayor cantidad de kilómetros de la red durante 2015 y empezar a brindar servicios a más cooperativas, pymes y dependencias públicas provinciales y municipales para que queden en evidencia las ventajas del programa Argentina Conectada y sea más difícil desandar el camino recorrido en caso de que la oposición llegue al poder el año próximo.

INAUGURAN HOY UNA CALLE PEATONAL FRENTE AL LOCAL DE LA TRAGEDIA QUE MAÑANA CUMPLE DIEZ AÑOS “Cromañón afectó a toda la sociedad”

Por Carlos Rodríguez
“Todos tenemos que juntarnos para lograr que el ‘nunca más Cromañón’ sea una realidad en la Argentina.” Nilda Gómez, presidenta de la ONG Familias por la Vida y madre de Mariano Benítez, uno de los 193 jóvenes que murieron hace diez años en el boliche del barrio porteño de Once, cree que todos “tenemos que tomar conciencia de que si no seguimos luchando y exigiendo a las autoridades que se hagan las inspecciones y los controles necesarios, corremos el riesgo de tener otro desastre en un boliche, en una cancha, en un shopping, en cualquier lugar”. A pesar de la tristeza eterna de los familiares, que se potencia cada fin de año desde diciembre de 2004, Nilda está satisfecha con la inauguración, hoy a las 18.30, de la peatonal construida sobre Bartolomé Mitre al 3000, en la cuadra donde estaba el boliche República Cromañón, que de ahora en más será un sitio de la Ciudad de Buenos Aires destinado a recordar a las víctimas de la tragedia.
“La peatonal es una conquista de nuestra lucha, de no haber bajado las banderas”, subraya Nilda Gómez en diálogo con Página/12. “Que la calle haya estado cerrada después de lo que ocurrió era una forma de respetar la memoria de los que murieron, de los que estuvieron tirados en el pavimento, de los que tenían que compartir una máscara de oxígeno para tratar de salvarse, porque no había máscaras para todos. Esas escenas dantescas nos siguen doliendo y están registradas en imágenes de archivo”, sostiene Nilda, quien está al frente de una de las organizaciones con mayor presencia de las que se formaron después del incendio en Cromañón.
Para Nilda, la peatonal representa ahora “seguir conservando un lugar para la reflexión, para la memoria, para seguir combatiendo la impunidad de los funcionarios, para que todos tomemos conciencia de que esto no tuvo que haber ocurrido nunca y que debemos seguir luchando para que no se vuelva a repetir, aunque ya tuvimos el derrumbe del Beara y de un montón de edificios en la ciudad, que nos están señalando que no se ha hecho nada para la prevención y para terminar con las coimas que hacen que los inspectores, y los policías, y antes los bomberos, en el caso de Cromañón, sigan haciendo la vista gorda en complicidad con los empresarios”.
“Creo que es importante que la gente venga a la peatonal, se siente en el banco de la fuente, que se quede mirando los murales que recuerdan a las víctimas. Que todos nos preguntemos: ¿cómo nos pudo pasar esto? Es una peatonal, una calle que invita a reflexionar, para empezar a sumarse a la lucha para que esto no nos vuelva a pasar nunca más.” Nilda Gómez afirma que “Cromañón nos pasó a todos, porque a mí me mataron un hijo, a otros el hermano o el novio, o un amigo y también un padre; los que murieron tenían nombre y apellido, eran amados por mucha gente; a muchos los recuerdan también sus compañeros del colegio, y esto significa que Cromañón afectó a toda la sociedad, aunque no se te haya muerto un familiar o alguien muy cercano a vos. Cromañón somos todos”.
Nilda insiste en que los argentinos “necesitamos un cambio de paradigma, un cambio que es necesario porque tenemos que empezar a pensar la prevención como una inversión necesaria, no como un gasto, y tampoco como un cartel de campaña (política) que después queda en el olvido”. También cuestiona todo el proceso judicial: “La palabra justicia está relacionada con el proceso judicial, pero partimos de la muerte de 194 jóvenes, lo que es una injusticia, sobre todo si primero acusamos a los responsables de homicidio, luego de estrago doloso, después lo pasamos a estrago culposo y la pena se va achicando”.
Alega que, desde lo simbólico, “la muerte de (Omar) Chabán es una injusticia, porque no terminó de cumplir la condena que le habían impuesto y es también una injusticia que se diga que todo fue ‘un accidente’, sin tener en cuenta que hubo empresarios que lucraron, que hubo inspectores y policías que cobraron coimas y que no cumplieron con su deber”. Recuerda que de todos los imputados por su responsabilidad “el único que pidió disculpas fue Chabán; ni (Aníbal) Ibarra ni (Patricio) Fontanet pidieron disculpas en ningún momento”. Recalca que “es muy peligroso decir que todo lo que pasó fue un accidente, porque la corrupción no es un accidente, porque la bengala no fue un accidente sino un acto irresponsable, y eso es lo que nosotros exigimos que se cambie, que se dejen de poner excusas y se cambie el paradigma para que nunca más haya un nuevo Cromañón”.
En noviembre, la ONG que preside Nilda Gómez organizó un seminario internacional al que concurrieron especialistas de distintas asignaturas y donde se analizó el compromiso que les cabe, para evitar nuevas tragedias masivas, a los responsables de la salud, de la política, de la Justicia y de los medios de difusión, entre otros actores de la sociedad.

ANIVERSARIO DEL TRIPLE CRIMEN El balance y la lucha

Por Lorena Panzerini
Cuando faltan apenas horas para el 2015, los familiares de los jóvenes asesinados en el triple crimen de Villa Moreno, el 1º de enero de 2012, trazaron un balance positivo de la lucha por justicia, aunque no pudieron soslayar que la ausencia es "irreparable". Sin embargo, reconocieron que este año la tristeza "pesa menos", y que hay un condimento de regocijo por haber logrado que los cuatro acusados sean condenados por el hecho. Tanto los padres de Jeremías Trasante, Claudio "Mono" Suárez y Adrián "Patóm" Rodríguez, como los militantes del Movimiento 26 de Junio Frente Popular Darío Santillán, aseguraron que la lucha no terminó: El año que comienza este jueves les depara "salir a la calle, seguir marchando para que haya condenas también en la causa conexa", donde serán juzgados los policías Lisandro Martín (quien el 1º de enero de 2012 estaba a cargo del destacamento policial del Hospital de Emergencias Clemente Alvarez), Eduardo Carrillo (ex jefe de zona) y el sargento Norberto Centurión, acusados como encubridores, ya que "hay pruebas" de que se comunicaron con el principal acusado del triple homicidio a horas del hecho. En tanto, el M26 organiza un reencuentro y celebración para este sábado.
Luego de haber realizado más de 35 marchas, este 1º de enero los padres, amigos y allegados a las víctimas optaron por recordar a los pibes en el barrio, cerca de donde a ellos les gustaba estar. "Hay que prepararse para estas fechas como familia, porque sigue siendo doloroso; y se cruzan muchos sentimientos, porque la ausencia seguirá siendo ausencia", dijo Eduardo Trasante, papá de Jere, que además sufrió el homicidio de otro de sus hijos, Jairo (de 17 años), en febrero de este año, por lo que sus salidas a la calle para reclamar justicia se duplicaron.
Para el pastor, este primer mes tras las condenas de entre 24 y 33 años que recibieron Sergio "el Quemado" Rodríguez, Daniel "Teletubi" Delgado, Brian "Pescadito" Sprio y Mauricio Palavecino,"es como un pequeño descanso para reflexionar muchas cosas de todos estos años; y para tomar mucha fuerza y prepararnos para lo que se viene: seguir marchando por la causa conexa y que haya condenas ejemplares para los policías" que cometieron delitos y faltas a sus deberes como funcionarios públicos: Martín ocultó el ingreso de Maximiliano "el hijo del Quemado" Rodríguez al Heca, ya que estaba prófugo por haber baleado a Facundo Osuna dos noches antes (ver recuadro); y los otros dos mantuvieron contacto con el Quemado a horas de haber cometido el crimen. "Creo que detrás del compromiso que Rodríguez y su banda tiene con el triple crimen, hay otras causas que tendrán que ser investigadas y hemos pensado en promover una suerte de lucha también por ello", señaló Trasante.
En tanto, Pedro "Pitu" Salinas, representante del M26, dijo que el festejo de Año Nuevo será distinto: "Antes estas fechas eran muy movilizantes, aunque ahora tampoco dejan de serlo, pero siempre era una cuota de angustia y duda de alcanzar las condenas, no sabíamos si la movida iba a rendir sus frutos. Hoy sentimos que será una noche de profundo desahogo y de poder esperar un año que será muy diferente a los anteriores. Pienso que a las cero del 1º de enero vamos a poder mirar para arriba y pensar en todo lo que queda por hacer por los pibes, que ahora descansan en paz".
Al mismo tiempo, Salinas adelantó que la lucha de 2015 también será para "que queden firmes las condenas a los acusados por la matanza, porque habrá apelaciones y la Cámara Penal decidirá si se confirman o no las penas". Incluso, los abogados querellantes podrían apelar la absolución de Sprio y Delgado por tenencia de armas de guerra.
Sobre su situación particular, Trasante señaló: "En casa venimos superando muchas cosas, las amenazas que sufrimos durante el juicio y estamos preparándonos para muchas cosas; y para organizarnos en el porvenir, como familia", dijo el hombre que vive con sus otros hijos. "Hay cosas que hemos logrado con mucho esfuerzo, muchas veces sin poder levantarnos como padres, pero hemos visto que rindió sus frutos", saludó.
El sábado, cuando se hayan cumplido tres años del crimen que conmocionó a la ciudad frente al hecho y a la lucha por justicia que embanderaron los militantes del M26, donde militaban Jere, Mono y Patóm, sus compañeros les realizarán un homenaje y se reunirán para exponer, a modo de balance, los alcances y logros de la lucha de 35 meses hasta que la Justicia condenó a los acusados, el 4 de diciembre pasado. "Hay toda una inversión que se hizo en todos estos meses y que llevó a que el caso de los chicos se conociera incluso en todo el país", celebró Trasante.
Salinas señaló que será una cena especial con varias actividades de reencuentro en lo que creen que esperan como "un Año Nuevo distinto". Habrá videos y entrega de menciones a personas y organizaciones que estuvieron desde el inicio acompañando la lucha.
El triple crimen de Villa Moreno ocurrió alrededor de las 4 de la madrugada del 1º de enero de 2012, cuando un grupo de personas abrió fuego contra los militantes, quienes se encontraban frente a la canchita de fútbol del club Oroño. Según la instrucción judicial del caso, los asesinos buscaban vengar un ataque previo en el que fue herido Maximiliano "Quemadito" Rodríguez, aunque las víctimas no estaban relacionadas con el responsable de ese tiroteo.

› ARTE DE ULTIMAR El memorable aluvión del Colorado

Por Juan Sasturain
Para Walter Cazenave,
que conoce los sentidos del agua
Hasta no hace mucho, dicen las crónicas, había una viejita en la zona del río Barrancas, en el límite entre Mendoza y Neuquén, que se acordaba. Porque cuando se desató el desastre –hace hoy exactamente un siglo, el 29 de diciembre de 1914– ella, Avelina Canale, tenía seis años y vio saltar el agua y las piedras y llevarse todo. Murió con 104 y todavía, entre otras cosas, repetía con rencor el nombre de un tal Becaria, el que tenía que controlar el nivel y avisar si subía demasiado. Y parece que el hombre no avisó, no estaba, se había ido a emborrachar a Malargüe o algo así. Siempre hay pequeñas historias trágicas, anécdotas devenidas leyenda en el origen de las catástrofes. Y ésta lo fue, una de las peores de las que se tenga memoria: la rotura del dique natural de la laguna Cari Lauquén y el ulterior aluvión que devastó las costas del Colorado.
Lo que debe haber sido eso. De pronto, tras un invierno del catorce de mucha nieve y una primavera hinchada de deshielos, reventó, allá arriba, en la precordillera, el dique natural que desde hacía más de dos mil años –dicen los precisos geólogos– contenía las aguas de la laguna Cari Lauquén. Esta belleza se había formado precisamente por entonces, cuando parte de la ladera del cerro Pelan se derrumbó transversalmente sobre el curso de un Barrancas que todavía no sabía su nombre y lo obturó, lo endicó –así se dice– embalsando su cauce e inventando hacia arriba una ominosa palangana de borde irregular de más de veinte kilómetros de agua verde (eso quiere decir “Cari Lauquen” en el idioma de los originarios que la disfrutaron) que desde entonces estuvo allí, a más de mil metros sobre el nivel del mar, como un balde dispuesto a verterse al menor desequilibrio. Se tomó veinte siglos, pero un día lo hizo.
Hay que ver los números, que dan miedo incluso –o sobre todo– ahora. Cuando el dique natural se rajó, en la tarde del 29, y la columna de agua creciente de casi cien metros de alto que presionaba se abrió una brecha de 250 metros, comenzó a verterse en el cauce del habitualmente medido Barrancas un torrente que arrastraba rocas y todo lo que pudiera ser movido y removido por la bestialidad de 2800 millones de metros cúbicos de agua (sic) en vertiginoso movimiento, cuesta abajo y de oeste a este.
Calculemos, imaginemos: el nivel de la laguna bajó, casi hasta desagotarse del todo, 95 metros; el viaje del agua desatada buscando el mar –primero algunos cientos de kilómetros a través del encauzado Barrancas, después los mil quinientos del generoso y abierto Colorado hasta su desembocadura– duró una semana larga y no empezó a remitir hasta mediados de enero del quince. Para entonces, la devastación que había dejado atrás era incalculable.
El aluvión –mucho más que una creciente simple– se llevó puesto todo lo que había y la prensa señala: gente, comisarías, poblados enteros, estancias, cultivos, ganado, fauna natural, telégrafo, estaciones y kilómetros y kilómetros de ferrocarril. Pero se llevó, sobre todo –y esto no aparece en los partes– años de trabajo y de futuro en una zona en que, históricamente, nada se dio jamás sin esfuerzo y constancia en el trabajo duro. Eso es lo que subraya hoy y siempre la gente de Fundación Chadileuvú, dedicada a la defensa de los siempre amenazados recursos hídricos pampeanos. De ahí el sentido de la recordación de este aniversario, por eso la información –un detallado artículo del profesor Emilio González Díaz que utilizo de fuente primordial en este caso– que pone el suceso en su verdadero lugar y dimensión. Quiero decir: también nosotros tuvimos nuestro ominoso tsunami. Y hubo quienes jamás remontaron sus consecuencias.
Por eso es que, como nunca antes ni después, en aquellos últimos días del movidísimo 1914, el lejano Colorado estuvo tanto tiempo en las penosas noticias y en las columnas de los desatentos diarios capitalinos. Compitió incluso con La Gran Guerra. Raro destino. Porque este bello río Colorado nuestro nunca tuvo, como el del Norte, un cañón famoso que lo encajonara, ni un compositor efectista y efectivo como Ferde Gofré para que le hiciera una suite, ni un Hollywood dispuesto a fotografiarlo seguido y en colores, postal de recién casados. Nada de eso para el austero y austral Colorado –hermoso nombre– que ha de tener, eso sí, su loncomeo o su cordillerana que lo evoque y celebre en la lengua que siempre entendió y le hablaron a dos orillas.
Nacido de otros menores en las laderas orientales de la Cordillera, el Colorado es de algún modo la arruga horizontal que señala el extremo norte de la Patagonia, ya que entra en el llano desértico marcando el límite entre La Pampa y Río Negro, y atraviesa sobre todo soledades y más soledades de oeste a este hasta dar, con un tardío delta bonaerense, en el mar, bastante arriba de Patagones.
Si uno mira hoy el mapa y busca la laguna del estallido original –reducida a la mitad de lo que era en el momento en que se vació, de prepo y sin aviso– y sigue el recorrido río abajo, habrá faltantes en las orillas, encontrará otros parajes y otros nombres que los que figuran en las crónicas de la época. Es que algunos directamente desaparecieron. La altura que alcanzó el agua es difícil de concebir sin estremecerse. Acompañemos los números, imaginemos.
En el origen, en lugar casi deshabitado, el torrente corrió a más de 32 metros por encima de su cauce habitual, y cuando a las ocho de la noche pasó por el pueblo de Barrancas –no quedó nada, hoy está en otro emplazamiento– el nivel era aún de 17 metros por encima, y cuando destruyó la Estancia Santa Margarita y mató a todos sus pobladores sobrepasaba los nueve metros. Al clarear el día 30 el nivel estaba aún cinco metros arriba. Por la Colonia 25 de Mayo, una de las poblaciones importantes ya entonces, pasó a las dos de la tarde del 30 de diciembre y de ahí sí hay cifras precisas y espantosas: 110 muertos y 58 desaparecidos, y hubo 60 desaparecidos más ahí nomás, en Catriel. Para el 3 de enero, en Pichi Mahuida, bastante más abajo ya, las vías del ferrocarril quedaron bajo tres metros y medio de agua, y entre esta localidad y Fortín Uno desaparecieron los postes del telégrafo, tapados por el agua. Y ya en Fortín Mercedes y alrededores –zona de bajos bonaerenses: Pradere, Pedro Luro, Asacasubi– con el año nuevo el Colorado se desparramó a placer, llegando a las cinco leguas –más de veinte kilómetros– de ancho: un mar poco antes del mar.
El galés Arthur Coleman, que tenía por entonces responsabilidades directivas en del Ferro Carril Sud, con sede en Bahía Blanca, ha dejado en sus memorias testimonio de esas horas y esos días de épica pelea por llegar al lugar, ayudar y mantenerse sobre los rieles. Todo muy difícil. Mandó un tren con más de veinte vagones con personal y con botes. Los terraplenes se hundían, los vagones se iban de costado, no había mucho que hacer. Se perdieron 140 kilómetros de vías. El puente de fierro que unía río Colorado y Buena Bajada –una en cada orilla del río– no aguantó. Fue difícil la evacuación, terminaron en los techos de la estación, viendo pasar las raudas aguas achocolatadas, los animales muertos, los árboles arrancados de cuajo.
Y así todo. El balance siempre provisorio habla de 186 muertos identificados y unos trescientos en total, con los desaparecidos que nunca faltan. La lista de nombres de los partes es conmovedora: familias enteras, chicos... De lo económico, mejor no hay que hablar. Además de los destrozos urbanos y medios/vías de comunicación y la pérdida del ganado, una laboriosa agricultura incipiente se perdió, en apenas un puñado de horas de pesadilla.
Cuando uno piensa/escribe sobre estas u otras cosas, lo que se dispara en el auditorio es imprevisible. O no tanto, de acuerdo con los tiempos: se podría (habría que) hacer la película del Aluvión del Colorado. En 3D, con efectos digitales, que ahora no son tan caros. Acá hay incluso quien la haga, tenemos nivel de producción, o se coproduce y listo. Con un par de figuras. Y de paso se muestra el país, nos pone en el mapa.
Por favor: no todo lo que sucedió lo hizo para convertirse en espectáculo. Hay otras tantas cosas por hacer y saber. Por lo pronto: hace un siglo se desbocó el Colorado. ¿Cuántos saben hoy dónde queda?

EL TESTIMONIO DE ADRIANA LEWI, HIJA DE DOS MILITANTES DE LA JUVENTUD PERONISTA DESAPARECIDOS, EN EL JUICIO POR LOS CRIMENES EN LA ESMA “Ahora sé que me vieron en el centro clandestino”

Por Alejandra Dandan
Adriana Lewi tiene 37 años, es hija de Jorge Claudio Lewi y Ana María Sonder, militantes de la Juventud Peronista. El era técnico químico, ella maestra, los dos estudiantes de Exactas, secuestrados el 8 de octubre de 1978, hoy desaparecidos. Adriana tardó treinta años, pero un día preguntó si ella misma había estado con ellos en un centro clandestino. “Sé que a él lo lastimaron un montón, le fracturaron la mandíbula, le quemaron la cara con agua hirviendo. Sufrió violencia sexual. A veces es muy loco pensar que para mí esto está bueno, que saber estas cosas tan terribles puede ser bueno, como es tener un conocimiento de lo que pasó. A mí me costó mucho preguntar si también me habían visto en el centro clandestino. Mucho es treinta años. Y ni siquiera lo pregunté directamente. Le pregunté a una amiga que se lo preguntara a una persona en común. Finalmente sé que sí. Que me vieron en el centro clandestino.”
Adriana Lewi declaró sobre su historia en el juicio oral por los crímenes de la ESMA. Jorge y Ana fueron secuestrados durante la persecución de un grupo de compañeros de militancia. Primero los llevaron al Olimpo y luego de la Navidad de 1978 a la ESMA. Los abuelos maternos de Adriana los escucharon al teléfono por primera y última vez en esa Navidad. Su abuela se cayó al piso de rodillas cuando escuchó la voz de su hija, a quien daba por perdida. Ana les preguntó si Adriana efectivamente estaba con ellos.
Sus abuelos creyeron que el secuestro había sido el 11 de octubre a la madrugada, cuando un auto paró frente a su casa, con Adriana que era un bebé. “Les preguntan si me reconocen –explicó–. Mis abuelos paternos habían decidido no ver a mis papás porque estaban en la clandestinidad y no querían tener esos datos. Con los abuelos maternos, en cambio, mis papás mantenían comunicación telefónica y me veían. A mí me dejaron en la casa de ellos con una notita prendida en la ropa, de mi mamá, y una foto de mi papá. Una imagen rara, que nosotros no conocemos, parecía en un centro clandestino, tenía como un traje: no era ni una foto familiar ni nada parecido.”
Sus abuelos, asustados, se la llevaron a la Costa. “No presentaron ningún recurso de amparo, se metieron en una casa que tenían y finalmente volvieron. Me cuesta saber qué pasó, no le dijeron a nadie y sé que un día mi abuela paterna pasa, siente algo, ahí aparezco yo, ellos se anotician de que mis padres estaban secuestrados y son ellos los que de alguna manera motorizan la búsqueda.”
Los abuelos no hablarán demasiado. “En casa no había fotos de mi mamá, ni de mi papá. En la casa de mi otra abuela tampoco. No me hablaban de mi papá o de cómo eran. Me dijeron hasta los seis años que mis papás estaban de viaje, cosa que tampoco estuvo buena pero lo manejaron como pudieron.”
La sala estaba llena. En las butacones destinados al público estaban las rastas de uno de los integrantes de H.I.J.O.S, los lacios y largos de otros, los anteojos. El celular prendido de uno. El policía un poco más amable, un poco, pero que siempre relojea que lo apaguen. Y también hubo alguna carcajada.
“Yo me acuerdo de cosas a las que ahora les puedo poner un nombre y sobre las que puedo decir: sufrí de stress postraumático. Tenía paranoias. A los tres años estaba en un auto y miraba para atrás y me parecía que nos estaban siguiendo. Me subían y me agarraba de la puerta. Cuando llegaba a mi casa de noche siempre vomitaba porque me daba miedo saber qué había adentro. No dormía con la luz apagaba. Tenía mucho miedo. Me acuerdo de que en el baño de la casa de mi abuela había una claraboya justo arriba del inodoro y cuando piyaba, piyaba mirando para arriba porque tenía miedo de que que se me descolgara alguien desde ahí.”
Al año y medio, aparentemente, hablaba demasiado. Sus abuelos “querían que yo me callara porque les daba miedo que nos volvieran a secuestrar. Necesitaban silenciar ese relato, pero yo tenía un año y medio y hablaba y hablaba. Te juro que me encantaría recordar qué era lo que decía en ese momento”.
En una especie de fluido de palabras con la sala, entre presente y pasado, con los jueces, Adriana les dijo “viste” a los jueces y trajo algo de su mundo en tres imágenes. Los fiscales pidieron autorización a los jueces. Los jueces autorizaron. En la sala aparecieron las proyecciones. Adriana mostró tres.
La primera, una foto del casamiento de sus padres. Nadie sabía que existía hasta unos quince años. Uno de sus abuelos las encontró en un rollo sin revelar. “Los dos jóvenes de la foto son mis padres”, dijo ella. Atrás están sus abuelos maternos: la abuela Victoria Garmendia de Sonder y su abuelo Juan Carlos Sonder, “como mi tío, mi bisabuelo, mi tátarabuelo. Mi mamá tiene el mismo peinado que su madre, se ve que la peinó mi abuela para el casamiento.”
La segunda foto es un bebé y dos brazos: “Una foto de los brazos de mi mamá y yo”.
La tercera es una foto de dos adultos bailando: “Y ésa es la foto con mis papás”, dijo. “Yo no tenía nada más y necesitaba tener una foto de los dos juntos, como que me gustaba la idea de tenerla y como no la tenía la hice: fotomonté a mi papá que estaba con mi tía bailando y a mi mamá que estaba con mi tío. Ahí mi mamá estaba embarazada de mí. Y los pegué. Y fue la foto que tuve durante mucho tiempo. Tanto que me olvidé que había hecho el fotomontaje. Y un día me lo recordaron. Y tiene todas estas vueltas la historia de la clandestinidad que uno se tiene que construir la historia como puede.”

El operativo

Los fiscales le preguntaron por lo que podía saber sobre el secuestro. Adriana dijo que algunas cosas se le confunden, por el año y medio, por el miedo de la familia. “Para mí la reconstrucción fue de a pequeños detalles que fui juntando y sumando de aquí y de allá y se me hizo difícil fijarlos en algunos casos. No me acuerdo, por ejemplo, la fecha de nacimiento de mis padres, eso se me borra.”
En una ocasión consiguió la dirección de la casa del secuestro. Y fue a conocer a sus vecinos. Supo que su padre Jorge en el barrio era conocido como Juan o su madre Ana como Alicia. “Tenía otro nombre ella pero no me acuerdo, la vecina me contó que mi papá se iba temprano a trabajar.” Le contó que ese 8 de octubre llegaron muchos hombres armados, que fue un operativo muy grande, se subieron a los techos de los edificios vecinos y entraron a la casa.
Primero entraron al departamento de los vecinos y después al que estaba Adriana con su madre, se las llevaron; la vecina le dijo a Ana que le dejara a su hija. “Dejame a la nena, le dijo y mi mamá le dijo que no, a la nena me la llevo yo. Y yo finalmente me fui con mi mamá y cuenta la vecina que (los militares) estuvieron escondidos en la casa de enfrente esperando para ver qué pasaba y en un momento lo vieron llegar a mi papá en la esquina. Y mi mamá tenía la costumbre de poner un pañuelo rojo en el balcón, seguro que para decir que estaba todo bien. Y también me dijo que cuando mi papá llegó no estaba el pañuelito rojo. Que lo vieron como dubitativo pero que bueno, entró finalmente a la casa. Yo siempre me pregunto sobre eso: ¿qué vas a hacer si llegás a tu casa y ves que no está el pañuelo, qué vas a hacer? ¿No te vas a ir? A lo mejor hubiese sido lo mejor para él. O no, nunca lo sabremos. Finalmente entró y lo que dicen es que cuando lo sacaron estaba súper lastimado. Esto fue alrededor de las cinco o seis de la tarde.”

OPINION Kirchnerismo: un nombre para cambiar la historia

 Por Ricardo Forster
¿Qué dice un nombre? ¿Qué de nuevo se guarda en el lenguaje político cuando sobre la escena de una historia desnutrida y avara con sus mejores tradiciones surge el nombre de algo otro y semejante? ¿Es acaso el advenimiento de una nominación la evidencia de una novedad? ¿Qué misterios se esconden en el interior de una palabra, cuya significación se mueve al compás de lo que cambia en una sociedad, cuando poco y nada se vislumbraba en el horizonte oscurecido por la impiedad de una época ajena a las grandes reparaciones populares, como lo fue la del último cuarto del siglo XX? ¿Qué implica que el patronímico de una persona se convierta en santo y seña de un giro fundamental en la historia de un país? ¿Qué nombramos, de qué manera y por qué cuando pronunciamos la vastedad difusa, ambigua y compleja de un nombre que viene a resignificar la realidad política y la materia simbólica con la que nos habíamos acostumbrado a decir, a pensar y a hacer lo nacional? ¿Es ese nombre continuador de otro más amplio, contradictorio y desgastado que lo precedió? ¿Es lo propio e innovador heredero o traidor de la nominación previa? ¿Puede un nombre perturbar tan intensa y decididamente el itinerario de una sociedad hasta dividirla de modo casi irreconciliable despertando demonios dormidos? Preguntas que surgen, arremolinadamente, cuando lo que intentamos descifrar es el “nombre del kirchnerismo”, su irradiación incendiaria, su potencia hermenéutica y su reconfiguración del presente y el pasado. Algo porta ese nombre que no nos deja en paz. Algo insólito para un tiempo crepuscular en el que ya no esperábamos novedades refulgentes, inspiraciones políticas capaces de sacarnos de nuestra parsimonia dominada por un pesimismo que parecía irrevocable. Como si el enigma de su pronunciación nos obligara a repensar nuestras biografías individuales y colectivas.
Cuando escribimos sobre un tiempo que es el nuestro no podemos eludir las peripecias personales –aunque lo queramos tratando de responder a ciertas exigencias académicas que nos prohíben las confesiones por extemporáneas a la rigurosidad metodológica–, los estados de ánimo que ocupaban nuestras reflexiones en momentos en los que experimentamos la brutal escisión entre la lejanía de otra época en la que nos quemamos en el fuego de la insurrección y la inmediatamente previa a la actual, la que ahora nos ocupa, en la que el lenguaje se nos escapaba a la hora de intentar establecer los lazos entre uno y otro tiempo de nuestras biografías.
La llegada imprevista de Néstor Kirchner, su silueta anacrónica que parecía querer testimoniar un ayer olvidado y sepultado, revolvió las aguas estancadas de la memoria reactualizando lo que ya no discutíamos. O, tal vez, sería mejor decir lo que buscábamos interpelar sabiendo que de lo que se trataba era de un pasado clausurado, de recuerdos gelatinosos que nos remitían a otra época del mundo. Una historia sellada, acabada, a la que sólo podíamos mentar desde la monografía académica (el más distanciado de los modos) o desde la experimentación del ensayo (escritura en la que nos atrevíamos a cruzar lo personal, lo íntimo de experiencias vividas con el balance crítico de una generación desmembrada por derrotas propias y ajenas). Lo cierto, diga lo que se diga, a favor o en contra, es que la irrupción del santacruceño desplazó las certezas termidorianas, sepultó las sensibilidades melancólicas, arrinconó los lamentos de ese ille tempore mitificado y por lo tanto alejado para siempre de los cuerpos actuales, salió a disputar con los sepultureros de ideas, ideales, biografías, sueños y utopías devastadas por la inclemencia mancomunada de la represión –entre nosotros– y el aceleramiento de un profundo y decisivo cambio civilizatorio que venía junto con derrumbes soviéticos, regresiones inverosímiles de experiencias tercermundistas convertidas en locura y muerte, crisis del marxismo, preterización de la revolución y entrada sin anestesia al capitalismo salvaje fabulosamente estetizado por el reinado absoluto de la mercancía y el consumo de masas. En ese a destiempo se instaló inopinadamente un nombre que todavía no se pronunciaba pero que ya anticipaba lo inédito por ocurrir. Nos asaltó. Nos atravesó como un rayo. De ahí en más nos impidió el acomodamiento a la certeza del fin de la historia y de la muerte de las ideologías que, entre otras cosas, permitieron acallar nuestros demonios y nuestras desgarraduras. Bajo otra luz comenzamos a ver el discurrir de las cosas.
Es cierto, o al menos eso seguimos creyendo, que las sociedades no se plantean tareas que no pueden resolver ni se saltan, como si nada, las determinaciones materiales de la historia. Eso, hasta que no se demuestre lo contrario, seguirá siendo parte de nuestro acervo conceptual (nuestro Marx dixit capaz de interpelar, como pocos, la trama profunda del capitalismo). Pero, y esto también es verosímil, de vez en cuando, muy de vez en cuando, algo se quiebra en el interior de un sistema acostumbrado a la repetición. Algo del orden de la sorpresa viene a conmover lo establecido conjugándose con la aparición de aquellos rasgos que, desde Maquiavelo a Hegel, se han pensado bajo la idea de una voluntad capaz de presionar sobre la escena de la realidad invirtiendo el devenir de las cosas. Una ruptura. El surgimiento de una firma que, en el inicio, apenas si alcanza a garabatear su nombre sin que todavía sea posible volverlo plenamente inteligible para una sociedad que permanece entre lo antiguo –que sigue impregnando su sentido común y la trama central de su subjetividad– y lo nuevo –neblinosa experiencia que busca algún nombre que la pueda nombrar mientras las cosas dejan de ser lo que eran sin acabar de asumir los rasgos de la novedad que portan–. El 25 de mayo de 2003, sin que nadie alcanzase a vislumbrar lo que se estaba desencadenando, las palabras impensadas de un discurso también inopinado dibujaron en el clima de la época una ráfaga de aire puro capaz de producir sensaciones extrañas y encontradas. Una apertura hacia otra manera de ver la realidad que, en ese comienzo, no alcanzaba a permitirnos la claridad suficiente como para proyectar con alguna certeza el hacia dónde de ese discurso que delineaba lo que aún parecía un nombre impronunciable.
Un nombre de resonancias políticas comienza a sonar cuando algo distinto hiende la estructura de una realidad que, hasta ese momento de la emergencia, se movía por otros andariveles; cuando la repetición es interrumpida por aquello que dice provenir de algo conocido pero que, al mismo tiempo, porta algo de insólito y de novedoso. Como si ese nombre pronunciado con cautela en un principio guardase, en su interior, promesas impensadas el día anterior. No hay nombre político con aspiraciones provocadoras que pueda imaginarse sin ese golpe de efecto. ¿Sabía acaso Kirchner lo que su nombre iba a desencadenar? ¿Imaginaba esa dialéctica de novedad y de retorno que provocaría su lanzarse al ruedo de la intervención pública? ¿Había margen, todavía, para apropiarse de una tradición tan lastimada por las fatalidades de la historia como lo era, hasta ese momento, el peronismo y, sobre todo, su herencia popular, nacional y hasta de izquierda de la que provenía el personaje inesperado que venía del sur profundo? ¿Pero, y de eso se trataba sin que se pudiera ser especialmente optimista, imprimiéndole un giro sorprendente en su capacidad para no quedar aprisionado en la melancólica restauración de lo imposible de ser restaurado? Bajo el nombre de kirchnerismo muchas de esas cosas se han puesto en juego.
Nada ha permanecido igual a lo que era el día previo a la asunción del santacruceño. Para muchos ese nombre difícil de pronunciar abrió el horizonte de un país que se había extraviado en su noche más profunda; les devolvió una creencia, un sentido político, un rumor de afectos y fraternidades que ya no imaginaban circulando por su cotidianidad; les permitió dialogar de otro modo con sus ausencias y con sus posibilidades de transformación de la realidad. Renovó sus indagaciones teóricas contaminándolas con las nuevas e inesperadas demandas de la intervención política. Para otros, ese nombre se convirtió en un enigma y en un problema. Algo en él les resultó, desde el inicio, indigerible e insoportable, como si viniese a desplazar el lugar que venían ocupando a la hora de hablar de lo guardado en la memoria, de todo aquello que representaba sus luchas y sus ilusiones; un nombre del engaño y la impostura que intentaba quedarse con las tradiciones populares y emancipatorias desconociendo a sus verdaderos guardianes. Preferían la transparencia del menemismo al desafío de un nombre que los tomó desprevenidos y al que nunca lograron descifrar porque no pudieron sustraerse al prejuicio con el que lo recibieron.
Quedaron, también, aquellos otros que simplemente descargaron todas las baterías del rencor de clase contra una experiencia que los retrotraía a épocas que nunca imaginaron volver a vivir. Como si hubieran estado en una cápsula del tiempo y, de un día para otro, atravesando décadas, como sostuvo con ingenio irónico el artista plástico Daniel Santoro, salieron de ella con la misma estructura mental con la que rechazaron, criticaron y voltearon con odio furibundo al primer peronismo. Cuando un nombre, en este caso el del kirchnerismo, provoca estas reacciones es porque algo importante viene a proponerle a la sociedad. Pero también porque eso importante le resultará insoportable a una parte de esa misma sociedad. Pregunta inquietante: ¿qué sucede cuando esa pronunciación se adelanta a los deseos de esa sociedad, cuando se interna por caminos sinuosos que le exigen, a los habitantes del nuevo tiempo, adaptarse a lo que no soñaron que les iba a ocurrir? ¿Puede ese nombre, inclinado hacia el gesto jacobino, ese que irrumpe sin lo previo y sin pedir permiso, encontrar el reconocimiento de una sociedad que no lo había previsto? Sólo las experiencias políticas portadoras de la fuerza de la historia son capaces de despertar estados de ánimo exaltados. Ellas reinstalan pasiones olvidadas colocándolas, de nuevo, en el centro de la escena.
Pocas experiencias políticas, escasos nombres propios, han tenido la impronta de impregnar tan densamente el escenario de un país volviendo imposible la neutralidad valorativa y la huida hacia refugios impermeables a la demanda de una realidad relampagueante y tormentosa. Un nombre venido de latitudes sureñas, difícil para pronunciar, alejado de las grandes lenguas migratorias que configuraron aquellos otros nombres de nuestras grandes tradiciones políticas e intelectuales. Un nombre cuya resonancia había que inventar y que se iría desplegando al calor de las demandas de una sociedad en estado de intemperie que balbuceaba, sin aún entender, lo que ese nombre comenzaba a significar.
¿Qué espectros revoloteaban a su alrededor? ¿Qué memorias rapiñadas por la implacabilidad del poder regresaban junto con su pronunciación dubitativa? ¿Qué escrituras, nuevas y antiguas, vendrían o no a nutrirlo de un relato capaz de instalarlo en el derrotero de la historia argentina? ¿La significación de su nombre le viene del bando de sus adversarios o de algunos de sus seguidores? Lo inesperado de un discurso inaugural, sus sorprendentes giros narrativos, su vindicación generacional, su apelación a ideales sepultados por la barbarie represiva, la reposición de palabras olvidadas o saqueadas, conmovió nuestra capacidad de escucha. ¿Qué honduras de la memoria y qué trivialidades del poder se esconden en el interior de ese nombre que ha venido marcando a fuego nuestras vidas en la última década? ¿A dónde nos lleva? Algo sabemos: no hay novedad ni ruptura sin la aparición de algunas palabras y de ciertos nombres que nos obliguen a decir de otro modo lo que nos acontece. ¿Es acaso esa “novedad” la que irradia el nombre del kirchnerismo?