domingo, 1 de diciembre de 2013

Criticar y trucar son cosas bien diferentes Por Martín Granovsky

La frase fue atribuida a Nicolás Maduro y presentada como un lapsus verbal o un acto fallido. Decía textualmente: “Quiero decirles aquí, atención comerciantes de este país, pequeños y medianos, que esos comerciantes que ustedes conocen son tan víctimas del capital, de los capitalistas que especulan y roban como nosotros, porque a ellos los exprimen los llamados proveedores y mayoristas, los exprimen en los centros comerciales, son exprimidos doblemente”. O sea que el presidente de Venezuela habría dicho que los especuladores “roban como nosotros”. El “nosotros” sería, presuntamente, el gobierno venezolano, o un sector del oficialismo, o vaya a saber qué banda incrustada en el Partido Socialista Unificado de Venezuela. La supuesta frase circuló sin chequeo alguno por el mundo, la Argentina incluida, y dio pie para la risa. Maduro cada tanto se equivoca con alguna palabra. La más famosa fue cuando, al mencionar a Cristo, habló de multiplicar los penes en lugar de los peces. Reírse no es malo, pero interpretar de más puede ser un vicio que impida entender y, aun, criticar una política. Es una cuestión de rigor. Si la frase fuese cierta y Maduro cometió un fallido, ¿cuál sería la interpretación? La inmediata dio a entender que Maduro estaba haciendo una confesión. Pero, ¿confesó que robaba? ¿Que “ellos” roban? ¿O, como fallido, algo se le atrancó entre la conciencia y el inconsciente? ¿Acaso Maduro dejó traslucir su deseo inconsciente de robar? Si Maduro y ellos, un “ellos” indefinido, no robaron ni roban sino que sienten deseos de robar, un análisis simple demuestra que la interpretación es flojona. Muy. El chavismo gobierna desde comienzos de 1999. Están por cumplirse 15 años. Por lo tanto, es obvio que controla los resortes del Estado. Maduro, elegido este año presidente por el voto popular por estrecho margen frente a Henrique Capriles, fue presidente de la Asamblea Nacional y canciller de Hugo Chávez. También conoce en detalle los recovecos del Estado y el poder administrativo en Venezuela. La Asamblea acaba de otorgarle, a su pedido, poderes especiales para librar lo que Maduro llama “guerra económica”, que consistiría entre otras cosas en un colosal proceso de desabastecimiento que alcanza a las harinas de trigo y de maíz, la manteca, el café, el azúcar y el papel higiénico. La falta de chequeo de la frase y la interpretación liviana privó a los críticos del gobierno venezolano de herramientas serias para cuestionar al chavismo o a la actual etapa de chavismo sin su líder. Al quedarse en el plano de los deseos reprimidos de Maduro, ni siquiera se permiten a sí mismos criticar los problemas en el funcionamiento de la economía o hechos de corrupción, que naturalmente existen. El facilismo amarillo a veces hasta juega contra los propios intereses. Hasta aquí el panorama si Maduro hubiese dicho de verdad esa frase. Si el fallido hubiese sido real. El problema es que según, el gobierno venezolano, la frase ni siquiera existió. El discurso completo difundido por Telesur y la Agencia Venezolana de Noticias contiene estos conceptos del presidente: “Esos comerciantes que ustedes conocen son tan víctimas del capital, de los capitalistas que especulan y roban, como nosotros, como la gente que trabaja, como la gente que estudia”. Maduro se refería a los especuladores que, según él, son la fuente de la megainflación venezolana (45 por ciento este año) y del desabastecimiento que a criterio oficial es parte de una conspiración. El presidente acusó a la Federación de Cámaras y Asociaciones de Comercio y Producción de Venezuela (Fedecámaras), la Cámara Venezolano-Americana de Comercio e Industria (Venamcham), el Consejo Nacional del Comercio y los Servicios (Consecomercio) y a la Mesa de Unidad Democrática, que agrupa a las fuerzas opositoras. Según él, protegen a los especuladores con argumentos “tramposos”. Y agregó: “Detrás de estos precios abultados, a veces de 2000 y 3000 y hasta 12.000 por ciento, se encuentra una dinámica económica que ha sido disparada desde hace un año con un objetivo político, por actores económicos que asumen posiciones políticas, a través de un golpe suave que, según sus cálculos, debería entre octubre y noviembre llevar al país a un caos social, la desesperación económica de las mayorías y a una crisis política de cálculos inimaginables”. La falta de alimentos es un problema crónico que fue tratado por Maduro en su primera gira tras haber sido consagrado presidente. Consiguió promesas de ayuda en la Argentina y en Brasil pero también en Colombia. Aunque distante ideológicamente de Maduro, el presidente colombiano Juan Manuel Santos decidió una convivencia en paz luego de la mediación de la Unasur y Néstor Kirchner en 2010. Tres años después no sólo desapareció el fantasma de la guerra y los venezolanos, ayudaron al diálogo de paz con las FARC sino que el volumen de intercambio entre los dos países alcanzó los 3500 millones de dólares. El gobierno de Venezuela optó por un plan de monitoreo de precios y por inspecciones masivas que ya abarcaron a 1700 comercios y concluirán a principios de 2014. Los críticos hacen hincapié en la brecha cambiaria entre el oficial y el paralelo e incluso simpatizantes latinoamericanos del chavismo suelen reparar en que, después de tantos años, la situación social mejoró y creció el empleo, pero Venezuela no consiguió convertir los dólares obtenidos de la renta petrolera en industrialización y en un aumento significativo de la tecnología alimentaria. La comparación con el Chile de 1973 no parece consistente. La Venezuela de Chávez-Maduro y el Chile de Salvador Allende comparten una característica importante –son un blanco de Washington– pero en Chile el régimen de la Unidad Popular nunca logró llegar a estabilizarse, duró solo tres años y entre otros factores fue torpedeado hasta la muerte por las propias Fuerzas Armadas. El mar de fondo de la frase trucada y el uso vulgar del pobre Sigmund Freud tiene fecha: 8 de diciembre. Ese día casi 20 millones de venezolanos están en condiciones de votar para renovar por cuatro 365 alcaldes y 2389 concejales. Es una pulseada política en la que se juegan mucho tanto el Gran Polo Patriótico de Maduro como el MUD de Capriles. Esa es la razón por la que el último fin de semana los opositores a Maduro convocaron a una manifestación en la que, de acuerdo con una crónica de El País de Madrid, uno de los participantes escribió en una pancarta: “Más vale una protesta pendeja que un pendejo que no protesta”. Fuera de la Argentina o Uruguay pendejo no significa “chico” sino “boludo”. Frente a los pendejos, la apuesta del gobierno es ganar las elecciones del domingo que viene y que el país crezca en 2013, si no al 6 por ciento programado, por lo menos a una cifra razonable. La base sería la construcción, la industria manufacturera y el petróleo, acaba de informar el presidente del Banco Central, Eudomar Tovar. Y si no, a multiplicar los peces. O los penes, qué tanto. martin.granovsky@gmail.com 01/12/13 Página|12

Falacias Por Hugo Presman

Una falacia (del latín fallacia que significa “engaño, mentira o fraude con que se intenta dañar a una persona”) es un argumento que parece válido pero no lo es. Es un engaño afirmar como se reitera todos los días desde distintos columnistas de los medios dominantes, que el gobierno sufrió una derrota electoral en las elecciones del 27 de octubre. El Frente para la Victoria obtuvo a nivel nacional el 33,15% de los votos, sacándole casi 12 puntos al segundo, sumando los votos del radicalismo, socialistas y aliados que alcanzaron el 21,38%; el Frente Renovador obtuvo el 17,03% y el PRO el 9%. Entre el primero y el segundo hay, nada menos, que una diferencia de 2.658.000 votos. Sin embargo y sólo a título de ejemplo, porque sería imposible reproducir la totalidad, van algunos comentarios falsos: “Una derrota notable”, Morales Solá, La Nación 3-11-2013. Y luego una sorprendente reflexión sobre la oportunidad del pronunciamiento de la Suprema Corte: “¿Por qué no esperaron diez o quince días para formalizar la decisión que estaba tomada desde principios de octubre? ¿No era ese plazo necesario para que la política se reacomodara a los resultados electorales, que crearon nuevos liderazgos políticos en el país?” Fernández Díaz, el mismo día en el mismo diario: “El fallo le dio una transfusión de sangre a un gobierno negador, que nunca asumió la derrota electoral y que ahora tiene la oportunidad de seguir jugando el juego que más le gusta.” Eduardo Van der Kooy el 28 de octubre: “Frente a la peor derrota K en una década.” Alfredo Leuco, Radio Continental, 1 de noviembre: “La noticia más terrible y demoledora vino de las urnas. La soberanía popular, hace apenas 120 horas, había castigado duramente a la presidenta Cristina y sus listas del Frente para la Victoria” “La victoria legal para el Gobierno llega solamente dos días después que la administración de la presidenta Fernández sufrió una paliza en las elecciones legislativas del domingo, elevando el espectro de un 'pato rengo' presidencial para la enferma Fernández hasta las elecciones presidenciales del 2015", escribió Uki Goni, corresponsal de The Guardian en Buenos Aires.” Julio Blank, en Clarín del 1-11-2013 escribió: “Por un lado está muy fresca la dura derrota electoral del domingo pasado”. Ricardo Roa escribió en Clarín del 29-10-2013: “En la noche de la derrota….” Nicolás Wiñazki, en la misma línea expresó el mismo día: “En medio de la ausencia política de la Presidente, y a tan sólo un día de la importante derrota en los comicios”. El resultado electoral es claramente favorable al gobierno y ha mejorado su situación en el Congreso, motivo de las elecciones. Al mismo tiempo, si se analiza las mismas como un referéndum, por los lugares en donde perdió, por el triunfo estrecho en distritos en donde tradicionalmente el gobierno ganaba con amplitud, por haber perdido el voto de sectores de clase media baja, por la derrota en un lugar tan simbólico como Santa Cruz, la clara victoria electoral se convierte en una derrota política. Pero eso es un segundo análisis que surge de una interpretación. El partido terminó entonces con el triunfo nacional del Frente para la Victoria. Eso es así, matemática pura, y toda afirmación en contrario es una falacia. Está mintiendo a conciencia. Si pasamos a la interpretación, el autor de esta nota reitera, por las consideraciones realizadas, que la misma es una derrota política. Una vez instalada la falacia, periodistas y políticos de todas las pertenencias ideológicas reiteran la misma como una verdad irrebatible. Luego hay otra manipulación al sostener que 67 personas de cada 100 votó en contra de la política del gobierno. Aparte que amontona arbitrariamente al 67%, si se generaliza este argumento, se podría sostener falsamente que fue mala la muy buena elección de Gabriela Michetti en su candidatura a senadora por la Capital al haber obtenido una cifra muy cercana al 40%. Con el argumento mentiroso, seis de cada 10 porteños votó contra Michetti. Eso lleva, por el absurdo, que sólo cuando se saca más del 50% la elección sería buena, porque los que votan a favor superan a los que votan en contra. La ignorancia como falacia Morales Solá escribió el 10-11-2013: “El obvio apriete de la AFIP a Magdalena Ruiz Guiñazú, poco después de que denunciara ante la Comisión Interamericana de Derechos Humanos el maltrato oficial a la prensa, no fue sólo contra ella. Fue también un mensaje general de que el Gobierno tiene todavía poder. La AFIP dijo que Magdalena se encuentra entre más de 7400 personas que formularon una solicitud al ente recaudador. ¿Hay, acaso, 16.000 inspectores dando vueltas por el país? ¿Notifican personalmente a todas esas personas? Imposible. Bastaba y sobraba con una carta o con una citación al contador de la periodista para que agregara más información.” Más allá de la falta de tacto político de la AFIP que torna sospechosa la inmediatez del requerimiento, el pedido de reducción de anticipos de Magdalena es aquel que puede hacer todo contribuyente que considere que en el año fiscal en curso obtendrá menores ingresos que el año anterior sobre el cual fueron calculados esos anticipos. La AFIP tiene la atribución de solicitar una explicación sobre la fundamentación del pedido. Lo que Morales Solá parece ignorar y por eso perpetra una falacia, que todo requerimiento es siempre realizado al contribuyente y no a su contador. Luego Magdalena Ruiz Guiñazú trasladará el pedido de información a su contador para que conteste el requerimiento. Ese es el procedimiento habitual con cualquier contribuyente. Morales Solá es un experto en la construcción de falacias como cuando escribió ante la detención de Ernestina Herrera de Noble por el juez Roberto Marquevich en diciembre del 2002: “Una noche fría de ese tiempo ingrato, la directora de Clarín, Ernestina Herrera de Noble, nos sorprendió con el relato de la adopción de sus hijos. Había también lágrimas, muchas lágrimas en sus ojos, pero correspondían a las emociones que despierta la alegría. (…) Más de 25 años después, la señora de Noble sigue llorando por esos hijos. Su detención dispara una primera injusticia: una madre no debería ser detenida sólo por serlo”. La falacia periodística Fue el propulsor de la consigna “Somos periodistas, queremos preguntar”. Ahora en la revista Noticias del 9 de noviembre, se dio el siguiente diálogo: Periodista “ ¿Usted no quiso sacar al aire a Lorenzetti”? Contesta Lanata: “Obvio, yo no lo voy a sacar. No me interesa discutir con él.” Periodista: “¿Por qué? ¿No tiene ninguna pregunta para hacerle a Lorenzetti?” Lanata: “Sí, pero creo que va a mentirme ¿Para qué se las voy a hacer?” Periodista: “Usted impulsó el Queremos Preguntar, ¿cree que toda la gente a la que vamos a preguntar nos va a decir la verdad?”. Lanata: “A ver, una nota no es sola una nota: vos decidís hacer una nota con un criterio determinado. Y una nota tiene efectos políticos en ese momento. Ahora Lorenzetti quiere hablar; yo me pasé la vida llamándolo y no salía al aire. Entonces, no es que no quiero hablar con Lorenzetti; no quiero darle en este momento 52 puntos de share para que diga su versión de las cosas, que sé que no es así. No tengo ganas de dárselo.” El periodista que dice que hace periodismo a secas, se desnuda como operador político del grupo Clarín, obedeciendo instrucciones estrictas de Héctor Magnetto, quien ha decidido en todos sus medios ignorar al Presidente de la Corte Suprema de Justicia por el fallo de la misma sobre la Ley de Medios Audiovisuales. Una flagrante falacia periodística. Esto confirma las declaraciones de Ricardo Lorenzetti a Jorge Fontevecchia: “Ahora no podemos explicar el fallo en ningún medio del Grupo Clarín; nos dijeron: “ustedes no hablan más acá”. Pero lo que no puede ocurrir durante la aplicación de la ley de medios, es aquello a lo que se refirió también Lorenzetti: “Cuando sacamos la sentencia del “7 D”, no pudimos explicarla en ningún medio oficial”. Falacias históricas La ligereza verbal, el hacer funcionar la lengua antes que el cerebro o directamente desconectado del mismo, lleva a la banalización absoluta. En Elisa Carrió, que posa de culta y suele enrostrar sus méritos académicos, la desmesura y el Apocalipsis constituyen su materia prima diaria. Así puede afirmar: “A veces pienso que Moreno (Guillermo) es parecido a Eichmann, un imbécil incapaz de pensar”. El cura Eduardo de la Serna del Grupo de curas en la Opción por los pobres en su nota (des) Carrió escribió: “Lamento que algún médico de presencia habitual en los medios y que diagnostica síndromes por TV no haga un diagnóstico de la extraña y compleja psiquis de Lilita Carrió. Daría para un programa entero, quizás en Discovery, porque no en Animal Planet. Pero como es amiga de la casa, imagino que no habrá ese tal diagnóstico.” Jaime Durán Barba, el que le da letra a Mauricio Macri, se ha referido a Hitler como “un tipo espectacular.” Una posa de culta, el otro tiene métodos brutales. Al momento de hacer comparaciones históricas, hacen de la falacia un denominador común. Falacias Según el diccionario enciclopédico Larousse falacia es “un sofisma, falso razonamiento para inducir a error”. Inducen a error los columnistas que transforman una victoria electoral en una derrota, sin discriminar que dialécticamente un triunfo electoral puede llevar en su seno al mismo tiempo una derrota política. Recurre Morales Solá a un sofisma envuelto en ignorancia cuando desconoce cuestiones elementales de procedimientos impositivos. Y perpetra una falacia superlativa el operador periodístico del grupo Clarín cuando renuncia a su propia consigna de “Queremos Preguntar.” Recurrir al nazismo para remitir la actualidad argentina a aquella época de niebla y plomo, es una falacia que eleva la ignorancia a un lugar extremo. El sofisma es “un razonamiento que es sólo lógicamente correcto en apariencia, y que es concebido con la intención de inducir a error”. Como se dice en los teoremas: “ Es lo que quería demostrar.” Diario Registrado

Comandos en acción Por Marcos Taire. Periodista sociedad@miradasalsur.com

Los comandos –Fuerzas de Adiestramiento Especial en la jerga militar– se jactan de haber tenido su “bautismo de fuego” durante la Operación Independencia en Tucumán. Aquí se demuestra que los obreros del azúcar fueron sus víctimas. La militarización del territorio tucumano fue total a partir del inicio de la Operación Independencia. En San Miguel de Tucumán y en las ciudades y pueblos del interior de la provincia se instalaron fuerzas de tareas, bases de combate, retenes, controles camineros, etc. Donde más se notó la presencia militar fue en los poblados pequeños, cercanos a la supuesta zona de combate. Allí había patrullajes diurnos y nocturnos, fichaje de los ciudadanos, operativos de ataque y defensa, etc. Los allanamientos (controles poblacionales, en la jerga militar) y verificaciones de identidad y controles de mercaderías en almacenes y carnicerías, eran cosa de todos los días. Las poblaciones de las ciudades del interior y los habitantes de los caseríos más alejados sufrieron todo tipo de acciones represivas. Casi no hubo tucumanos que no hayan sido demorados, detenidos, secuestrados. Algunos vivieron para contarlo, otros enmudecieron para siempre víctimas del terror impuesto por los uniformados o por los encapuchados. Y otros desaparecieron, asesinados en sus casas, en los caminos o en los campos de concentración, llamados eufemísticamente LRD (Lugar de Reunión de Detenidos). Las acciones de las fuerzas militares fueron casi siempre combinadas. Operaban uniformados del Ejército –en muchos casos incluían conscriptos– de la Gendarmería y de las policías Federal y Provincial. Nunca faltaban los comandos disfrazados con ropa oscura, poleras de cuello alto, capuchas o pañuelos ocultando sus rostros, aunque a veces lo hacían a cara descubierta, seguros de su impunidad. Comandos en acción atacando al enemigo. Una acción conjunta ejecutada en el ingenio Aguilares, a mediados de octubre de 1976, pinta de cuerpo entero el estado de indefensión en que se encontraba la población, víctima de estas acciones de comandos, soldados y policías. A las 3 de mañana del viernes 16 de octubre estalló un artefacto explosivo en la residencia del administrador del ingenio. Probablemente la hayan colocado los militares para justificar las acciones que emprendieron posteriormente. Tenían una larga experiencia en eso de colocar bombas y adjudicarlas al “terrorismo” y a la “delincuencia subversiva”. (Para esa época, los grupos guerrilleros estaban diezmados, no tenían capacidad operativa, sus militantes eran casi inexistentes y las organizaciones populares se encontraban paralizadas por el terror impuesto por la Operación). En los minutos que siguieron a la explosión, una caravana de vehículos militares llegó al ingenio Aguilares, ubicado en la población del mismo nombre, cien kilómetros al sur de San Miguel de Tucumán. Como en las escenas de las películas de guerra, tomaron posiciones estratégicas y dominaron todo el ámbito de la fábrica. Los soldados, con ropa de combate y cascos de acero, se ubicaron con sus armas listas como si previeran algún ataque armado. Entonces entró en escena un grupo comando vestido con ropas oscuras y borceguíes negros, con sus caras descubiertas pero embadurnadas con pomada oscura. Tenían pañuelos blancos atados en sus brazos y de sus cuellos colgaban rosarios católicos. Portaban fusiles y ametralladoras. En la Oficina Técnica del ingenio estaba el jefe de fábrica, don Felipe Alberto Álvarez, que cumplía el turno de 21 a 4 de la mañana. Los comandos se dirigieron allí y preguntaron por un obrero de la fábrica, de apellido Pereyra. Querían saber si estaba en ese momento trabajando y en qué sección del ingenio se encontraba. Al no obtener respuesta, ingresaron violentamente a la Oficina de Personal, donde consiguieron la información. Los comandos salieron disparados hacia las dependencias donde estaban los trabajadores, próximos a cumplir su turno. Se desplazaban en diagonal, cubriéndose unos a otros, parapetándose en las salientes de los edificios, detrás de los marcos de las puertas, en los vehículos estacionados en el interior de la fábrica. Se comunicaban por radio, a través de las cuales daban y recibían instrucciones para la acción. Si no hubiera sido por el clima de terror que vivía la población de Aguilares, que a esa altura de los acontecimientos ya había sufrido las detenciones y secuestros de muchos de sus habitantes, las escenas protagonizadas por los comandos hubieran provocado risas y comentarios sarcásticos, cualidades muy tucumanas. No les llevó mucho tiempo encontrar y detener al obrero Pereyra. Dice el jefe Álvarez: “Sacaron a Pereyra a punta de bayoneta, con sus ojos tapados con una venda y las manos atadas a la espalda y lo introdujeron en un automóvil Torino color blanco”. Desoyendo las órdenes impartidas por los comandos, de que nadie hablara ni se moviera, Álvarez se dirigió a quien parecía comandar el grupo: “Los increpé, preguntándoles por qué me llevaban al obrero. Me amenazaron, me apuntaron con las armas, me empujaron y me llevaron a mi oficina, donde me encerraron junto al personal a mi cargo. Por la ventana pude ver cómo se llevaban secuestrado a Pereyra”. A las 4 sonó la sirena del ingenio, cambió el turno y se renovaron los planteles de trabajadores de las distintas secciones de la fábrica azucarera. Álvarez partió hacia su casa, ubicada en la ciudad de Concepción, a pocos kilómetros de Aguilares. Al llegar, aproximadamente una hora y media después, comentó con su esposa lo ocurrido: “Me sentía muy impresionado por el maltrato y la violencia del operativo”. Después apagaron las luces de la casa y se dispusieron a descansar. Al rato de acostarse, Álvarez y su esposa escucharon el rechinar de neumáticos, puertas de automóviles que se abrían y cerraban y gritos de personas que querían ingresar al domicilio. Álvarez se vistió lo más rápido que pudo y corrió a abrir la puerta, que estaba a punto de ser derribada. El grupo estaba integrado por más de 15 hombres, todos muy jóvenes. Álvarez intentó hablar: “Pasen muchachos, en esta casa solo hay gente de trabajo”. Como respuesta lo golpearon, le ataron las manos a la espalda y le vendaron los ojos, mientras le decían “preparate, que te vamos a llevar”. La esposa de Álvarez fue conducida a una habitación donde estaban sus aterrorizados hijos. Cuando lo llevaban, el hombre le dijo a su mujer: “Yo no hice nada malo”. Atemorizada, pero serena, ella le respondió “yo creo y confío en vos”, y dirigiéndose al jefe de los secuestradores le dijo: “¿Por qué lo llevan? Es un espejo de hombre y vive solo para nosotros”. Uno de los integrantes del grupo le respondió: “Se lo vamos a devolver dentro de las 24 horas, creo que nos equivocamos”. Mientras tanto, la patota recorría la casa destruyendo lo que encontraba a su paso y robándose todo lo que podía tener algún valor. Al salir el grupo de la casa llevando secuestrado a Álvarez, un vecino atinó a enfrentarlos y preguntarles quiénes eran. Lo rodearon, lo amenazaron y lo introdujeron de nuevo a su vivienda. Era el señor Abdala Fiad, en ese entonces comisario interino de la policía en Alto Verde, un poblado cercano a Aguilares, que nada pudo hacer para impedir el secuestro de Álvarez. Otros vecinos, alarmados por los ruidos y la violencia del grupo incursor, atinaron a salir a la vereda a ver qué pasaba. Un comando los amenazó: “¿Qué miran? Métanse adentro porque si no lo hacen les pasará lo mismo”. Aves de rapiña. El jefe Álvarez fue introducido a los golpes y empujones en el asiento de atrás de un vehículo particular. A sus lados se sentaron dos hombres. Viajó un tiempo que él calculó el suficiente como para llegar a la zona de Famaillá. Al llegar lo metieron en un salón donde fue requisado. “Parecían aves de rapiña”, dice. Y agrega: “Me sacaron el dinero, mientras me revisaban para ver si tenía algún objeto de valor. Solo me dejaron el DNI, que colocaron en el bolsillo de mi camisa. Así estuve un buen rato. Cada uno que llegaba me revisaba”. Le cambiaron la venda de los ojos, colocándole una cinta adhesiva que le apretaba de tal forma que las pestañas lo lastimaban, produciéndole un gran dolor. Después lo arrojaron al piso. En esa situación se dio cuenta, “por mi especialidad profesional, que estaba en una fábrica azucarera, un ingenio”. Álvarez no lo sabía, pero estaba secuestrado en el ex ingenio Nueva Baviera, en las afueras de Famaillá. Allí había sido instalado el puesto táctico de comando de la Operación Independencia después del golpe de Estado del 24 de marzo, al ser desmontado el de Famaillá, donde había sido amo y señor Adel Vilas. Ahora, en Nueva Baviera, el dueño de la vida de las personas era el teniente coronel Antonio Arrechea, un secuaz del comandante de la Operación en esos tiempos, Antonio Domingo Bussi. Arrechea había sido el jefe de Policía en tiempos de Vilas. Cruel, sádico, se ensañaba con las mujeres, a las que odiaba. Se había hecho famoso por una razia en la que detuvo a decenas de parejas que se encontraban en los hoteles alojamiento de San Miguel de Tucumán. Los días de Álvarez en el campo de concentración fueron similares a los de todos los secuestrados. Era maltratado por cualquier circunstancia, comía poco la inmundicia que le daban, los custodios se ensañaban con él cuando lo trasladaban de un lugar a otro: “Cuando teníamos que ir al baño nos bajaban por escaleras, el guía nos desorientaba, nos hacía chocar con los fierros”. Álvarez no se explicaba su situación: “No era afiliado al sindicato, nunca había tenido militancia política. Mi cabeza era una locura, no encontraba respuesta a mis preguntas sobre los motivos de mi secuestro”. La respuesta la tuvo varios días después. Atado y con los ojos vendados, un día se le acercó otro cautivo. Era Pereyra, el obrero por el cual él había intentado vanamente interceder cuando era secuestrado en el ingenio. Cuando se reconocieron por las voces, Pereyra, casi llorando, le dijo: “Jefe, usted está aquí por culpa mía, perdóneme”. Y pasó a explicarle: “A mí me matan esta noche, yo no vuelvo más, jefe. Es tremendo, cuando me interrogaron apenas me bajaron del auto, dándome golpes y culatazos me preguntaban quién era mi jefe. Yo les dije el jefe Álvarez, pero porque yo creía que me preguntaban por mi trabajo en el ingenio. Perdóneme jefe, ya nunca nos veremos”. Álvarez pasaba los días y las noches en medio de ayes de dolor y gritos espantosos. La sala de tortura estaba al lado y él escuchaba los alaridos que producía la tortura, las amenazas de los interrogadores: “¿Vas a cantar o no vas a cantar? Vos estás al servicio de los guerrilleros”. Ahora recuerda que los llantos eran interminables, a su alrededor escuchaba voces de ancianos, de niños, familias completas que habían sido secuestradas y no sabían por qué. Bussi “en combate”. Antes y después del interrogatorio, Álvarez era presionado psicológicamente. Le decían que primero matarían a su esposa, después a sus hijos y más tarde a sus padres. Así llegó un día en que fue llevado a la sala de interrogatorios. Lo hicieron sentar y le sacaron las vendas de los ojos. A pesar del tiempo transcurrido y de los reflectores que lo cegaban, después de un rato pudo distinguir que había varias personas. “Entre las sombras estaba Bussi”, dice Álvarez. Trajeron a un muchacho joven, aparentemente un prisionero que estaba quebrado. Le preguntaron si lo conocía y el muchacho dijo que no. Eso le salvó la vida. Esa noche Álvarez, junto a Guillermo Villagra, otro obrero del ingenio Aguilares que había sido secuestrado un día después que él, fueron subidos a un camión para ser liberados. Villagra había sido sometido a la tortura por sus vínculos con el sindicato y lo habían acusado de ser un elemento subversivo. “Trajeron varias personas para identificarme”, dice. Y agrega: “No me conocía ninguno, pero recuerdo la voz de otro detenido, el señor Mori Amaya, quien les dijo a los militares que yo no tenía nada que ver con las actividades de las que me acusaban”. Amaya está desaparecido. Su hermano es el actual intendente de San Miguel de Tucumán. Álvarez cuenta el operativo militar para liberarlos: “El camión donde íbamos llevaba dos camiones adelante y otros dos atrás, cargados de hombres armados: era una caravana para dos personas inocentes”. Los prisioneros fueron bajados y liberados después de un rato de marcha por la ruta 38 rumbo al sur. Les dijeron que se sacaran las vendas media hora después. Cuando lo hicieron, Álvarez reconoció la zona: “Era un lugar muy oscuro, cerca del ingenio Santa Rosa. Yo había trabajado siete años en ese ingenio. La alegría por la liberación nos duró poco: corrimos por la calle principal en busca de alguien que nos llevara hasta Concepción, pero nos interceptó una patrulla del Ejército y nos detuvo nuevamente”. El Ejército tenía una base en el pueblo, que funcionaba en el Club de Palitroque. Hacia allí fueron llevados Álvarez y Villagra. Suplicaron, rogaron que se comunicaran con el jefe de la base de Nueva Baviera, para comprobar que habían sido liberados allí y que no pesaba sobre ellos ningún cargo. Fueron alojados en una pieza, él en un catre y su compañero de infortunio en el piso. No podían creer lo que les estaba ocurriendo. Simulacro de fusilamiento. Al segundo día de cautiverio en Santa Rosa los cargaron en un camión, tirados en la caja y tapados con una colcha y los llevaron de vuelta al ingenio Nueva Baviera, al norte de donde habían sido apresados por segunda vez. Apenas llegados, los subieron a otro camión y nuevamente enfilaron hacia el sur. Al llegar al puente sobre el río Pueblo Viejo el camión se detuvo y bajaron a los dos prisioneros. En ese momento les anunciaron que los fusilarían. Los hicieron parar junto a los pilares del puente, remontaron las armas y dispararon. Dice Álvarez: “Me encomendé a Dios, dijeron preparen, apunten, ¡ fuego! Sonó la descarga y no sentí nada en mi cuerpo. ¡Estaba vivo! Solo éramos dos personas inocentes a quienes agredieron y con quienes se ensañaron hasta el último instante”. Pasado un largo rato del simulacro de fusilamiento, Álvarez y Villagra fueron cargados en una ambulancia y transportados hasta la comisaría del poblado más cercano, León Rougés. Allí fueron liberados. Salieron caminando de la comisaría y se dirigieron hacia la parada del ómnibus. “En ese momento pasó una camioneta del ingenio Santa Rosa, donde yo había trabajado siete años, manejada por el chofer Gerez, que pese a mi aspecto me reconoció y me preguntó: ‘Jefe, ¿qué anda haciendo?’. Como había mucha gente y se aproximaba una patrulla militar le dije que andaba montando un cargadero. Nos hizo subir a la camioneta y nos llevó hasta Concepción”. Álvarez se hizo llevar a la casa de sus padres, porque no quería que su mujer y sus hijos lo vieran en el estado en que lo habían dejado los militares. No lo reconocieron. Pasó a su casa, donde su hijo mayor tampoco lo reconoció. Tenía varios kilos menos, barba, bigote y pelo largo. Estaba inmundo, olía mal. Se bañó por más de una hora, mientras lloraba a los gritos, desconsolado. El padre de Álvarez le dio unos pesos a Villagra y con eso pudo viajar hasta su casa en Aguilares y reintegrarse a su hogar. El jefe Álvarez recuerda ahora: “Había terminado mi pesadilla. Nunca más dormimos tranquilos. La puerta de casa, que nos rompieron, permanece ahí como un símbolo y para tener memoria. La ventana estuvo cerrada hasta que volvió la democracia. Tuve propuestas para ir a trabajar al extranjero pero opté por quedarme en mi patria. Llevo a cuestas, como una cruz, un mal de Parkinson que es secuela de los sufrimientos padecidos. Mi cuerpo está deteriorado, pero no pudieron matar mi mente”. Casos como los de Álvarez, Villagra, Amaya, Pereyra, se cuentan por cientos a lo largo y lo ancho de la provincia de Tucumán. Eran trabajadores de la industria azucarera, operarios especializados, obreros, jornaleros. Sobre ellos recayó el peso de la represión militar. Ellos fueron las mayores víctimas de la “guerra” de los afiebrados militares argentinos. Preparación para “el combate” Hace pocos años, el descubrimiento de fotografías de torturas en los cursos de comandos confirmaron las denuncias sobre la metodología empleada en la represión ilegal contra el pueblo argentino. Esos comandos fueron instruídos en las escuelas norteamericanas de contrainsurgencia y aplicaron sus conocimientos en detenciones, secuestros y desapariciones. Un ejemplo de ellos fue la Operación Independencia, en Tucumán. Los cursos de comandos comenzaron a dictarse en el Centro de Instrucción de Infantería, en Córdoba, en el año 1964, bajo el asesoramiento del mayor norteamericano W. Coll, un ex ranger de la guerra de Corea. Al mismo tiempo, oficiales argentinos realizaron instrucción especial en Fort Gulik, Fort Bragg y Fort Benning. Estos cursos duraban 30 días y se desarrollaron en medio de una polémica entre quienes apoyaban la existencia de la especialidad y quienes se resistían a la creación de una elite cuya conducta futura temían. La dictadura de Onganía, con su adscripción desembozada a la doctrina de la seguridad nacional, dio un impulso significativo a los comandos y al papel que se les asignaría en el futuro argentino. Los cursos se prolongaron entonces a 45 días y se incluyó como instrucción central la capacidad antiguerrillera. Las clases teóricas y prácticas se realizaron en Campo de Mayo, Córdoba, Mazaruca, Tartagal, Bariloche y Mar del Plata. La “obtención de inteligencia en ambiente subversivo” pasó a ser materia fundamental de los cursos, que se prolongaron hasta el año 1973. Obviamente, para obtener esa información no se deja de lado ningún método. Para entonces sus participantes tenían ya la aptitud especial y usaban un emblema que los identificaba. También aumentaron considerablemente las misiones de oficiales que viajaron al extranjero para ser instruidos por los norteamericanos, fundamentalmente veteranos de Vietnam. La instrucción que recibieron los participantes en los cursos, tanto en el país como en el exterior, incluyó materias tales como “Operaciones de contrainsurgencia”, “Contrainsurgencia urbana”, “Interrogador militar”, “Oficial de inteligencia militar”, etc. Un participante de esos cursos dictados por oficiales yanquis reveló su experiencia en clases tales como “Métodos de interrogatorio”: “Te aplastan los dedos, te meten palos de fósforos bajo las uñas, te queman en el estómago y en la zona genital, te cuelgan de los dedos atados a una viga, etc”. El objetivo es que el comando no hable. El mismo oficial contó de qué se trata la “Inteligencia militar”: “Estaba basada en no entregar información y recibir información. Esto último es mediante el interrogatorio. O sea, capturar un tipo sin que se enteren los otros, interrogarlo, matarlo, eliminarlo, enterrarlo. O sea, interrogarlo mientras pueda hablar y una vez que el tipo se muere, hacerlo desaparecer para que los rojos no se enteren que hemos captado información. Eso es inteligencia militar”. En 1974, los cursos ya tenían una duración de cuatro meses y se realizaron en el marco ideológico y doctrina militar que caracterizó a la represión ilegal en los años siguientes. No es casual que los comandos consideren que la Operación Independencia en Tucumán fue su bautismo de fuego. Ponen como ejemplo que uno de sus hombres murió en la primera acción armada de dicha Operación, pomposamente llamada “combate de Pueblo Viejo”, en realidad una simple escaramuza, tal como lo definen todos los diccionarios militares. Los testimonios de los detenidos que sobrevivieron a la Operación Independencia y las denuncias formuladas ante la Comisión Bicameral que investigó las violaciones a los derechos humanos en ese período, dan cuenta de la participación de estos comandos en los brutales allanamientos que sembraron el terror en el pueblo tucumano. Amparados en la impunidad estatal, las sombras de la noche, la desproporcionada composición de las fuerzas –siempre 15 o 20 hombres para allanar, golpear, humillar a un grupo familiar sorprendido en mitad del sueño–, los comandos impusieron el terror en los poblados tucumanos. Después, sus “combates” se desarrollaron en las salas de torturas de la Escuelita de Famaillá o en el campo de exterminio del Arsenal Miguel de Azcuénaga. El “enemigo” al que había que “extraerle inteligencia” eran hombres y mujeres atados a un elástico de cama para aplicarles la picana eléctrica o enterrarlos hasta el cuelo o atarlos con alambres de púas. 01/12/13 Miradas al Sur

La Iglesia y la reforma del código civil y comercial La concepción de la vida Por Eduardo Anguita eanguita@miradasalsur.com

En una larga sesión que comenzó el pasado miércoles 27 por la noche y terminó el jueves por la madrugada, el Senado dio media sanción al proyecto de Reforma del Código Civil y Comercial de la Nación. El proyecto de reforma, valga la redundancia, fue reformado a último momento. El titular de la Comisión Episcopal Argentina (CEA), José María Arancedo, a través de algunos legisladores kirchneristas muy vinculados a la Iglesia Católica, logró meter un embrión, valga la licencia, que podría desnaturalizar uno de los temas más sensibles de un Código Civil que todavía no se sabe cómo nacerá. Sin perjuicio de una cantidad de artículos importantes que no fueron modificados –simplificación del divorcio, creación de la unión convivencial, simplificación de las adopciones–, la determinación de modificar el artículo 19 a último momento no es un dato menor. Es el referido, nada menos que al comienzo de la existencia humana. Vale la pena remontarse al comienzo de la existencia del anteproyecto: la Presidenta creó una comisión (decreto 191 de febrero de 2011) integrada por el presidente y la vice de la Corte, Ricardo Lorenzetti y Elena Highton de Nolasco, más la catedrática de Derecho de Familia Aída Kemelmajer de Carlucci. En estos años, condensaron saberes técnicos, jurídicos y éticos. En agosto de 2012, los tres juristas expusieron ante la comisión bicameral de seguimiento de esta reforma. Ningún sector político con representación parlamentaria podrá decir que se sintió excluido. Ningún medio de comunicación podrá argumentar que faltó acceso a la información. ¿Cuándo comienza la vida? El texto propuesto por los juristas decía, para el artículo en cuestión: “La existencia de la persona humana comienza con la concepción en el seno materno. En el caso de técnicas de reproducción humana asistida, comienza con la implantación del embrión en la mujer, sin perjuicio de lo que prevea la ley especial para la protección del embrión no implantado”. La comisión bicameral pidió, entre otras, la opinión del Comité Nacional de Ética en la Ciencia y la Tecnología, presidido por Otilia Vainstok. Sugirió las siguientes correcciones: “La persona humana es el resultado de un proceso que comienza con la concepción en la mujer y se completa durante la gestación. En casos de reproducción asistida comienza con la implantación y se completa durante la gestación”. El cambio, aun para un lego, es crucial: abre un espacio de debate para tratar de entender a cuántos días o semanas ese embrión cobra vida. O, dicho de otra manera, cuándo una cantidad de células vivas dan paso al comienzo de la vida humana. Tan crucial para el Código Civil que está por nacer como para los debates pendientes sobre la posibilidad de legislar sobre la interrupción voluntaria de un embarazo sin incurrir en el crimen de matar a un ser humano como argumentan quienes se oponen al aborto legal. Un debate, valga la paradoja, que ha sido abortado por la Iglesia Católica en muchas oportunidades. Tras las sugerencias de la CEA, el comienzo de la vida es a partir de la fertilización del óvulo, aun en el caso de que esto se realice en el laboratorio. Podría decirse, usando una metáfora, que esta media sanción no le da vida a esta ley pero que la deja en las puertas del cielo. En efecto, cuando el nuevo código nazca, los habitantes de esta República deberán aceptar que la existencia humana se produce antes de que el embrión sea implantado en la mujer. Una visión ácida y exagerada podría plantear el siguiente escenario: se incendia un laboratorio donde hay una genetista y tres tubitos con embriones, llega un bombero, ¿a quién debe salvar? De acuerdo con el artículo 19, con media sanción –o media vida–, si salva a la genetista deja que mueran las tres personas que están en los frasquitos. La cocina. Ya había comenzado la sesión del Senado, cuando algún senador oficialista supo que había un par de artículos complementarios al 19 que no habían sido modificados y que, en consecuencia, harían nacer defectuoso el texto que estaban por alumbrar. Un senador tomó el teléfono y llamó a alguien, seguramente del Ejecutivo, y le dijo: “Faltaron otros cambios”. Queda pendiente dilucidar si los obispos no advirtieron a sus interlocutores del oficialismo o si éstos desestimaron cotejar el artículo 19 con el 21, que dice expresamente que si el embrión implantado “no nace con vida, se considera que la persona nunca existió”. Y también debería cotejarse con los artículos 560 al 564 (Reglas generales relativas a la filiación por técnicas de reproducción humana asistida) referidos a los casos de hijos nacidos de una mujer a la que se le implanta un embrión cuyo óvulo fue aportado por otra mujer. Cabe consignar que el período de gestación de esta ley es tan intrincado como la sustancia que se debate. El Senado dio media sanción y la Cámara de Diputados, con los cambios que se producirán el próximo 10 de diciembre, la debatirá en sesiones ordinarias de 2014. Además de poder hacer modificaciones y volver a la Cámara de origen (Senado), el nuevo Código Civil estará en vigencia –vivo– recién en 2016. Corte Interamericana. Conforme a la Constitución reformada en 1994, los pactos internacionales tienen fuerza de ley. Un caso que llegó a la Corte Interamericana de Derechos Humanos (CIDH) mereció un fallo del tribunal que resulta útil. Dice así en un párrafo: “La prueba científica concuerda en diferenciar dos momentos complementarios y esenciales en el desarrollo embrionario: la fecundación y la implantación”. Y agrega: “El Tribunal observa que sólo al cumplirse el segundo momento (la implantación) se cierra el ciclo que permite entender que existe la concepción”. Más adelante, la Corte afirma: “No es procedente otorgar el estatus de persona al embrión”. Estos párrafos están tomados del llamado “Caso Artavia Murillo y otros” y tiene una carátula que podría ser el título de una novela de García Márquez: “Fecundación in Vitro versus Costa Rica”. El fallo es reciente: 28 de noviembre de 2012. Consultado un jurista sobre si para la Argentina valen los pactos internacionales o las sentencias de la CIDH, aclara que estas últimas tienen la misma fuerza que los pactos suscriptos. Es decir, el caso Fecundación in Vitro se convierte, curiosamente, en un antecedente vivo para nuestras leyes. Aborto. La falta de un debate abierto sobre la interrupción voluntaria del embarazo no tiene sólo un costado vinculado a las ciencias biológicas y médicas. Tiene un costado social y cultural. Entre otras cuestiones, por la hipocresía de aquellos médicos que practican abortos ilegales pero jamás se pronuncian por el aborto legal. Es preciso fortalecer la educación sexual y reproductiva, especialmente en los sectores populares donde el embarazo precoz es más extendido y donde se verifica un mayor porcentaje de madres que mueren en esos quirófanos improvisados. ¿Qué tienen que ver el artículo 19 de media vida y la falta de debate sobre el aborto? Que sienta una base negativa para un debate pendiente que sigue cobrando vidas por falta de profilaxis. Pero hay algo más. La jerarquía católica argumenta que al momento de la concepción se crea el alma. Una república –salvo aquellas que tienen constituciones confesionales o estados teológicos– tiene el desafío de tener normas laicas, impulsadas por el conocimiento científico y por visiones que acepten las diversidades. En ese sentido, cabe recordar que el Código Vélez Ssrfield de 1869 no solo tiene el perfil mitrista sino el padrinazgo de la jerarquía católica de entonces. Pasó poco tiempo hasta que Julio Argentino Roca diera un vuelco de campana en su relación con la Iglesia. Sin desconocer su responsabilidad en el genocidio de pueblos originarios, Roca tuvo una visión laica, que lo llevó a convocar a un congreso pedagógico que dio las bases para la Ley 1.420 de enseñanza laica, gratuita y obligatoria. Es decir, educación no religiosa, como pretendían buena parte de los sectores dominantes. 01/12/13 Miradas al Sur

El kirchnerismo como politización de la historia Por Ricardo Forster

“El giro copernicano en la visión histórica es este: se tomó por punto fijo ‘lo que ha sido’, se vio el presente esforzándose tentativamente por dirigir el conocimiento hasta ese punto estable. Pero ahora debe invertirse esa relación, lo que ha sido debe llegar a ser vuelco dialéctico, irrupción de la conciencia despierta. La política obtiene el primado sobre la historia. Los hechos pasan a ser lo que ahora mismo nos sobrevino, constatarlos es la tarea del recuerdo. Y en efecto, el despertar es la instancia ejemplar del recordar: el caso en el que conseguimos recordar lo más cercano, lo más banal, lo que está más próximo. Lo que quiere decir Proust cuando reordena mentalmente los muebles de la duermevela matinal, lo que conoce Bloch como la oscuridad del instante vivido, no es distinto de lo que aquí, en el nivel de lo histórico, y colectivamente, debe ser asegurado. Hay un saber-aún-no-consciente de lo que ha sido, y su afloramiento tiene la estructura del despertar”. W. Benjamin, Libro de los Pasajes La política del presente, la que inició su recorrido en mayo de 2003, expresada en un nombre –el del kirchnerismo– capaz de inaugurar un viaje a dos puntas: hacia las comarcas del pasado revitalizando lo que había sido convertido en pieza de museo o en itinerario erudito por tierras cuya lejanía las acaba haciendo inalcanzables para un presente incapaz de cuestionar su actualidad interrogando críticamente a la historia. Y hacia una inevitable reapropiación del presente como tiempo desde el cual inventar, de otro modo, la doble relación con el pasado y el futuro e, incluso, abriendo el debate sobre el peronismo y sus improntas actuales. Un debate que no sólo deberá dar cuenta de su larga y abigarrada travesía por la historia sino, también y centralmente, de su continuidad bajo otra experiencia que le ha conferido, de eso nadie tiene dudas, una nueva oportunidad. Un extraño rescate que, desde el presente, le devuelve al peronismo una intensidad política que parecía definitivamente perdida. Sabemos, con Benjamin, que le toca a la generación actual redimir a las generaciones que sufrieron en el pasado la opresión y la derrota. Tal vez el peronismo ha encontrado en lo inaugurado por Néstor Kirchner la posibilidad de su propia redención. Porque eso es también el kirchnerismo: un cuestionamiento radical de un presente abroquelado que ya no se sentía disponible para disputar su propio lugar en la historia y que prefería acomodarse a la resignación posmoderna y a la hegemonía neoliberal. Dicho de otro modo: ruptura de la pasividad de una época incapaz de sentirse legataria ni heredera de antiguas apuestas generacionales transformadas en polvo apenas reclamado por historiadores desprovistos de lo que Walter Benjamin le reclamaba al trabajo del historiador “materialista”: ser constructor de un “giro político” de ese pasado actualizado desde las exigencias, las tensiones, las luchas y las contradicciones del presente. Una politización de la historia, eso es lo propio, lo original y lo desafiante del kirchnerismo; aquello que produce la reacción intempestiva de una parte mayúscula del gremio de los historiadores académicos que se sienten cuestionados en su “poder clasificador”, en su “trabajo de garantes de la verdad histórica”, esa misma que no puede ni debe ser contaminada, según su concepción, con las furias emanadas de la toma de partido. Un desafío, lo sabemos, plagado de peligros cuyo signo distintivo no es otro que el del dogmatismo allí donde las exigencias de la disputa por el relato de la historia puede conducir a la estrechez de miras y al reduccionismo. De todos modos, vale la pena pagar el precio de ese riesgo, que incluye la discusión, para nada saldada, del estatuto de la verdad histórica y de las aduanas que se levantan para garantizar, supuestamente, que se protejan los saberes regulados por la ciencia. Ser contemporáneos de una disputa de este calibre, vivir días en los que vuelve a cobrar relevancia lo que sucedió a lo largo de nuestros 200 años de historia, constituye un privilegio que ya no imaginábamos que apasionaría de este modo a una sociedad que parecía haber cerrado los expedientes del pasado o, tal vez, que los había reducido al trabajo erudito de historiadores alejados del ruido de la realidad. El kirchnerismo, con sus más y sus menos, abrió un debate que amenaza con seguir extendiéndose. Lo celebramos aunque, insistimos, conocemos sus riesgos. Peor, mucho peor, es convertir a la historia en una pieza de orfebrería encerrada en las vitrinas del museo. La politización de la historia rompe el giro pasivo que intenta reducir a dato muerto los reclamos y los ensueños de liberación gestados, a lo largo del tiempo, por las generaciones que nos precedieron. Apertura del pasado, apropiación discursiva que se entrelaza con la necesidad de cargar de contenido un presente necesitado de legitimación. Esa ha sido, y sigue siendo, la tarea de historiadores comprometidos con su época y con la saga de las multitudes. Pero no de cualquier tipo de historiador: sino de aquel cuya artesanía constructiva de la memoria se sustenta en la imperiosa necesidad de rescatar del olvido a los derrotados de la historia. Un relato que descree de objetividades al uso y que rechaza la asepsia con la que siempre se ha buscado romper los puentes entre épocas apuntalando la imaginaria percepción de “un destino solitario” que nada o muy poco tiene que ver con aquello que ha quedado a nuestras espaldas. Por lo general, el viaje hacia esas regiones del ayer se hace para destacar los abismos infranqueables que nos separan de esas épocas, nunca para entretejer los ensueños diurnos de quienes, a lo largo de la historia de una sociedad, imaginaron otra realidad para los subalternos. Es siguiendo esta huella benjaminiana que prefiero interpretar la significación del nombre del kirchnerismo como reapertura de expedientes sellados, como instalación, en el debate actual, de lo que permanecía bajo la forma de lo espectral. En todo caso, lo que no puede permanecer silenciado o convertido en mera mercancía cultural ofrecida para el consumo de espectadores pasivos, es ese pasado que insiste con regresar para desafiar los prejuicios y las determinaciones de un relato inclinado al ensimismamiento académico o a la fábula sin consecuencias en el presente. La historia como querella, que es lo mismo que sostener su imprescindible politización. Ese es “el giro copernicano en la visión del historiador” del que hablaba con insistencia Walter Benjamin mientras proseguía sus eruditas investigaciones parisinas al borde del abismo. Otro modo de mirar el pasado que conduce hacia una decisiva redefinición de sus contenidos. Apertura de lo que parecía sellado y que poco y nada podía determinar de la experiencia del presente. Haber abierto las compuertas de la historia desde la perspectiva del litigio interpretativo, de aquello que algunos han denominado “la disputa por el relato”, constituye una de las originalidades del kirchnerismo. Haciendo las salvedades del caso y de sus especificidades, es posible abordar, con una clave semejante, la profunda interpelación política que desde mayo de 2003 le vuelve a acontecer al peronismo. Tal vez ahí radique la distancia esencial entre la captura menemista del peronismo, su metamorfosis en un dispositivo funcional a la reconversión neoliberal, y la acción provocadora que sobre la tradición fundada por Juan Perón ejerció el kirchnerismo. Es a partir de esa interpelación que retornan sobre la escena actual los fantasmas de controversias nunca saldadas, la emergencia, una vez más, de un peronismo de izquierda y otro de derecha. Los rostros, enfrentados, de dos maneras antagónicas y agonales de asumir un legado siempre en litigio. Eso no significa que la contraposición sea mecánica ni ofrezca los rasgos de lo inconmovible e irrevocable allí donde la propuesta del Frente Para la Victoria ha logrado incluir formas tradicionales del peronismo disputándoselas a la derecha. ¿Será que estos diez años permitieron la emergencia de lo que de ese primer peronismo había sido transformado en mito y guardado en la memoria popular? ¿Abrió, el kirchnerismo, una agenda retrospectiva, un ejercicio de rememoración capaz de actualizar, bajo la imposibilidad de la repetición, lo desplegado en ese tiempo del origen? ¿Se puede hoy ser peronista sin ser kirchnerista? En la respuesta que seamos capaces de formular radica, quizá, lo nuevo de este momento argentino. Si el nombre donado por el santacruceño se convierte apenas en otra denominación agregada al diccionario de los sinónimos insuficientes, no estaremos delante de una inflexión sino, apenas, de una expansión más dispuesta a reencontrarse con sus otras formas tradicionales. Un giro irónico de una historia entre trágica y camaleónica. En cambio, y siguiendo a Benjamin, nos importa abordar el nombre del kirchnerismo desde la perspectiva de la “conciencia despierta” que reinstala políticamente, bajo la forma del recuerdo, aquellas experiencias y aquellos sueños convertidos en mito que nos retrotraen al primer peronismo. Un sacudimiento del letargo de una historia que parecía ya consumada y que había transformado al peronismo en una mitología desprovista de capacidad para interpelar, en el presente, la conciencia de las mayorías populares. En todo caso, una de las características sobresalientes de lo inaugurado en mayo del 2003 fue, precisamente, la actualización, sin desconocer su fragilidad, de esa “conciencia despierta” entendida, ahora, como reanudación de la disputa por el sentido y, sobre todo, la puesta en movimiento de una historia capaz de entretejer aquellas marcas del origen con las demandas y las novedades de este tiempo del capitalismo y de la sociedad argentina. Doble, entonces, la interpelación kirchnerista: de los legados y herencias forjados en otra época nacional, época quemada por los fuegos de una revolución derrotada (de la que generacionalmente participaron Néstor y Cristina) y, bajo una continuidad siempre en estado de debate, la perseverancia del peronismo como fuerza política paridora de lo virtuoso y de lo turbio, de los ideales igualitaristas y de cinismos restauradores. Turbulencias de una historia que parecía haber arribado al puerto de las cosas muertas y que se encontró, de manera inopinada y cuando muy pocos lo preveían, con la posibilidad de abrirse a novedades y desafíos que no pertenecían, eso creíamos, a la cartilla de este momento de la vida argentina y sudamericana. Lo inesperado mezclado con lo excepcional. Ruptura y continuidad que sigue teniendo en el peronismo su enigmática figura irreemplazable. En todo caso, y de eso también tratan estas reflexiones, la potencia del kirchnerismo para habilitar una redención que ya no parecía posible de ese movimiento surgido en una jornada mítica allá por octubre de 1945. Politización no sólo de la memoria histórica sino, también, del peronismo. Un más allá que se reencuentra con lo no saldado: un peronismo después del peronismo. ¿Apenas una repetición de la pendularidad que desde siempre lo acompañó o señal de una ruptura histórica? Estos dos años que restan del mandato de Cristina Fernández serán claves a la hora de darle respuesta a esta pregunta. ¿Habrá sido el kirchnerismo un ave de paso, apenas un accidente en la marcha de un movimiento cada vez más adaptado a las exigencias del sistema o, por el contrario, el punto de clivaje para una nueva historia? Hay genuina novedad cuando en el interior de una época se pueden abrir, con viejos y nuevos recursos teóricos, políticos y lingüísticos, las preguntas que desde siempre nos acechan. Revista Veintitrés

En el nombre del Colorado Ramos Por Ernesto Laclau

Ernesto Laclau Prólogo a La era del peronismo Jorge Abelardo Ramos fue el pensador político argentino de mayor envergadura que el país haya producido en la segunda mitad del siglo XX. Hoy se da en la Argentina un resurgimiento del interés en su obra y un reconocimiento (tardío) de su significación. Premios con su nombre, republicación de sus obras, conferencias y seminarios dedicados al análisis de su enfoque histórico y político, son claros testimonios de ello. Lo que no es tan evidente, sin embargo, es dónde reside la especificidad de su intervención discursiva. (...) Hay dos niveles fundamentales en los que el discurso ramista se movía: la tradición marxista y la tradición nacional-popular latinoamericana. Cuando uno piensa al marxismo como espacio discursivo, se advierte que la historia de ese espacio estuvo dominada, desde sus mismos comienzos, por un hecho capital: el desplazamiento de las áreas de su aplicación hacia terrenos cada vez más heterogéneos respecto de aquellos para los cuales el modelo marxista había sido originariamente pensado: los países industriales avanzados de Europa Occidental. El socialismo era impensable excepto como resultado de la maduración de las contradicciones internas de las sociedades capitalistas plenamente desarrolladas. El marxismo estaba, en tal sentido, fundado en una homogeneización social progresiva. La tesis sociológica central era la de la simplificación creciente de la estructura social bajo el capitalismo: el desarrollo de las fuerzas productivas capitalistas había de conducir a la desaparición de las clases medias y del campesinado, de modo que el conflicto final de la historia había de ser una confrontación directa entre la burguesía capitalista y una masa proletaria homogénea. En la medida en que la lucha fuera por el derrocamiento del absolutismo/feudalismo, la tarea planteada era una revolución democrático-burguesa que debía ser liderada por la burguesía. Las fuerzas proletarias debían dar su apoyo a la burguesía en su lucha antifeudal, sin aspirar a hegemonizar esa lucha; y sólo después de un largo período de desarrollo capitalista, la revolución socialista entraría en el orden del día. El modelo de la gran Revolución francesa aparecía como el patrón universal de toda revolución democrático-burguesa. La nitidez de este modelo comenzó a desdibujarse cuando trató de ser aplicado a experiencias históricas cada vez más distantes de las de Europa Occidental. Ya en 1898, en el manifiesto inicial de la socialdemocracia rusa, redactado por Peter Struve, se afirmaba que, a medida que se avanza del Oeste al Este de Europa, la burguesía es cada vez más débil, impotente e incapaz de llevar a cabo sus tareas democráticas. Recordemos el argumento, ya que es relevante para entender el abanico de opciones históricas tal como lo encararon Ramos y la Izquierda Nacional. Los bolcheviques reconocían la debilidad estructural de la burguesía rusa, dado que el capitalismo en Rusia se desarrolló a través de las inversiones extranjeras. La revolución democrática seguía estando a la orden del día; por tanto, su liderazgo debía pasar a otras fuerzas sociales (en el caso del leninismo, a una alianza obrero-campesina). Sin embargo, el resto del modelo se mantenía en pie: la revolución democrática seguía siendo una revolución burguesa, y esos límites burgueses no eran afectados por el hecho de que su liderazgo fuera socialista. El esquema lineal de las etapas se mantenía incólume. En poco cambiaba la vuelta de tuerca que Trotsky dio al argumento. Para Trotsky, un gobierno proletario que no llevara sus reformas más allá de los límites burgueses era una utopía: la burguesía desestabilizaría a ese gobierno con un lock out masivo. El mantenimiento del poder revolucionario requería, por tanto, pasar de la etapa burguesa a la etapa socialista de la revolución. Este proceso es el que Trotsky denominó “revolución permanente”. Pero incluso en el esquema trotskista el modelo teleológico de la sucesión de etapas se mantenía sin cambio alguno. Puesto que la sucesión de etapas no estaba en cuestión (a la burguesa sólo podía suceder la socialista, ya fuera en el largo plazo, como en el bolchevismo, o en el corto, como en el trotskismo), era esencial mantener la pureza del partido proletario. Ninguna contaminación heterodoxa entre tareas y agentes debía ser tolerada. “Golpear juntos y marchar separados”, era el lema del leninismo. Para Abelardo Ramos, el principio de la revolución permanente era el que estructuraba el conjunto de su estrategia política. Él no tenía, desde luego, una visión cortoplacista y ultraizquierdista de la transición de etapas, ni tampoco compartía el cosmopolitismo abstracto del trotskismo ortodoxo, pero la dualidad de etapas era para él fundamental. Aplicada a la Argentina, venía a decir algo más o menos así: la revolución nacional se había iniciado bajo banderas burguesas con el peronismo, y esos límites habían conducido a la derrota histórica de 1955; y hoy había que retomar el curso revolucionario y llevarlo hacia la Victoria bajo banderas socialistas. A las tres banderas históricas del peronismo (soberanía política, independencia económica y justicia social) había que añadir una cuarta: gobierno obrero y popular. La dualidad de partidos que esta visión implicaba condujo a la fundación del PSIN y al rechazo de la alternativa de constituir una corriente diferenciada al interior del peronismo. Recuerdo que nuestras discusiones estratégicas estaban dominadas por el sistema de alternativas procedentes de la Revolución rusa. El mundo, sin embargo, iba cambiando ante nuestros ojos. Ya en los años ’20 se había advertido que los desajustes estructurales entre tareas y agentes no constituían una peculiaridad del desarrollo ruso sino un fenómeno mucho más vasto, cuya presencia era crecientemente pronunciada a medida que el discurso y la estrategia marxistas se aplicaban a contextos históricos y geográficos cada vez más dispares de los del capitalismo industrial avanzado. Éste fue el conjunto de fenómenos de lo que se dio en llamar “desarrollo desigual y combinado”. En los años ’30 Trotsky habría de definir el nuevo contexto al afirmar que el desarrollo desigual y combinado es el terreno de todas las luchas sociales contemporáneas. Pero entonces, si toda lucha presupone una articulación heterodoxa de elementos, ¿qué es un desarrollo normal? Al calor de esta reformulación político-conceptual, numerosos síntomas preanunciaban un cambio de paradigma. Mao hablaba de contradicciones en el seno del pueblo, con lo que se incorporaba al vocabulario comunista una nueva categoría, “pueblo”, que hubiera sido anatema para el marxismo clásico. Y la misma estrategia de los frentes populares de los años ’30, si bien limitada y distorsionada por las direcciones estalinistas de los partidos comunistas que intentaban trabajosamente construir identidades colectivas nuevas. Pero quien va a extraer las consecuencias teóricas de esta nueva situación será Gramsci. Para él, las identidades sociales no son simplemente identidades de clase sino identidades populares más amplias que él denominó “voluntades colectivas”. Y la articulación entre tareas y agentes pasa para él a ser un proceso contingente, una “guerra de posición” o “lucha hegemónica”. Comienza así a darse una transición a un discurso nuevo, de identidades populares globales, que requería abandonar el clasismo inveterado del marxismo clásico y su teleologismo histórico. Si el discurso de Ramos no quedó entrampado en el cosmopolitismo abstracto del trotskismo, fue porque se insertó en otra tradición ideológico-discursiva: la del nacionalismo popular latinoamericano. Entender cómo esa inserción operó, nos obliga a iniciar nuestro argumento con otro détour. En una célebre conferencia, C. B. Macpherson, hablando de la relación entre liberalismo y democracia en Europa, afirmaba que, a principios del siglo XIX, en tanto que el liberalismo era un modo de organización política altamente respetado, “democracia” era un término peyorativo: se la identificaba con el gobierno de la turba y con el odiado jacobinismo. Fue necesario, según Macpherson, todo el largo y torturado proceso de revoluciones y reacciones del siglo XIX para llegar al compromiso –siempre inestable– entre las dos tradiciones, que se expresa a través de la fórmula “liberal-democrático”, como si ambas tradiciones hubieran confluido automáticamente, en una unidad sin grietas. Pues bien, nuestra tesis es que en América latina esas dos tradiciones nunca lograron unificarse. Tuvimos un Estado liberal que no era, sin embargo, en absoluto democrático. Era la expresión de oligarquías regionales que manipulaban a las masas a través de mecanismos clientelísticos. El resultado fue que cuando la movilización democrática comenzó más tarde, inicialmente de un modo sordo y básicamente reactivo, luego de manera más vocal y estructurada, no se expresará a través de las formas políticas del liberalismo sino en oposición a ellas. La expresión extrema de esta democracia antiliberal serán las dictaduras democrático-nacionalistas; pero en formas menos antitéticas tendremos regímenes que mantenían las formas del Estado liberal, pero en los cuales la democracia era el componente hegemónico. Pensemos, con todos sus matices y diferencias, en procesos tales como el que conduce en el año ’20 del Fuerte Copacabana al Estado Novo en Brasil, en el peronismo, en el primer aprismo, en la revolución de 1952 en Bolivia o en el primer ibañismo en Chile. Para entender la estrategia discursiva de Ramos respecto de esta bifurcación –democracia y liberalismo– de la experiencia política latinoamericana, es útil apuntar a las dicotomías en torno de las cuales el liberalismo se constituyó como ideología dominante en nuestro continente. El sintagma matricial del liberalismo argentino fue, desde luego, “civilización o barbarie”; como todas las dicotomías, ésta opera una simplificación brutal del espacio discursivo: todo elemento social tiene que ser inscrito en un polo u otro de ese espacio. Usando un símil de la lingüística, podríamos decir que hay sólo dos posiciones sintagmáticas reconocidas, y que a partir de ellas se redistribuye el resto de los elementos en torno de relaciones paradigmáticas de sustitución. Esta dicotomía de base creaba –es importante advertirlo– las condiciones para una traducción indefinida que aseguraba la continuidad del dualismo a través de todas sus versiones. El ímpetu fundamental del cambio histórico residía en el polo civilizado, en tanto que la barbarie era descrita en términos reactivos y de pura pasividad. De ahí había sólo un paso para hacer de la barbarie un sinónimo de cualquier tipo de resistencia a la colonización europea. Franquearlo aseguraba al modelo una traducibilidad sine die. Y fue franqueado. Juan B. Justo veía en la derrota de la Argentina criolla el triunfo de una civilización de la que el socialismo había de ser su versión más avanzada. Y el comunismo traduciría la misma dualidad en términos de la transición del feudalismo al capitalismo. (Que la “barbarie” tuviera poco que ver con el feudalismo europeo poco importaba, ya que el mismo término “feudalismo” había también sido sometido a un proceso de universalización que lo privaba de toda historicidad –como lo sería “fascismo” más tarde, como término de denostación.) Volver a pensar a las masas como agente activo de la historia requería, pues, en primer término, recobrar su historicidad. Lo que había sido reducido a un wasteland debía pasar a ser el sitio de una epopeya. Hegel había hablado de “pueblos sin historia”. Había, por tanto, que reintegrar las masas a la historia. Toda una reflexión alternativa respecto de la historia oficial habría de acometer esta tarea. No puedo aquí ni siquiera bosquejarla, pero para mencionar tan sólo un nombre, pensemos en el de José Carlos Mariátegui. Jorge Abelardo Ramos pertenece a esa tradición y ha contribuido a ella de manera prominente. Sus dos grandes libros –Revolución y contrarrevolución en la Argentina e Historia de la Nación Latinoamericana– representan un brillante intento de trazar una épica del pueblo como actor colectivo. Su tesis básica es que las áreas irredentas de los pueblos latinoamericanos –la unificación nacional, la autonomía económica frente al poder extranjero, la igualdad social– encuentran finalmente en la clase obrera el agente de su realización. La visión de Ramos del papel histórico de la clase obrera es que esta última debía constituirse en el punto de confluencia de dos líneas procesuales: una de ellas, enraizada en la historia del marxismo; la otra, en la tradición nacional-popular latinoamericana. Esta pluralidad de puntos de articulación permitía elevar a la clase obrera, más allá de sus intereses corporativos, a lo que, en términos gramscianos, podemos llamar su “función hegemónica”. Reconstituir esta doble línea histórica era, para Ramos, parte integrante de la formación de la conciencia proletaria. Vista con perspectiva, la obra de Ramos representa un punto de inflexión clave en la historia de la izquierda argentina. Con él se rompe el cordón umbilical que mantenía atada a la izquierda al imaginario histórico del liberalismo oligárquico. Leer a Ramos es un imperativo para todos aquellos que quieran construir un discurso político concorde con las experiencias políticas actuales. El de Ramos fue el pensamiento más radical en la historia de la izquierda argentina. Su pensamiento avanzó a través del revisionismo histórico en una comprensión de la historia argentina en la cual la noción de los actores colectivos se modificó de una manera fundamental. Hoy en día muchas de sus teorías son moneda corriente porque han sido tan aceptadas que no se aprecia debidamente la originalidad profunda y el coraje intelectual y político que implicaba plantear estas cosas en ese momento. Ramos mostró su coraje político fundamental en los años ’40, en el apoyo crítico que dio al peronismo en un momento en que toda la izquierda argentina estaba endeudada al liberalismo oligárquico más banal. Pero además en ese momento nosotros teníamos un revisionismo histórico, pero un revisionismo histórico de derecha, fundamentalmente. Lo que Ramos hace es ligar una perspectiva revisionista a un pensamiento de izquierda. Y eso tuvo una profundidad y una originalidad que perduran todavía hasta el presente. Yo trabajé con Ramos políticamente durante cinco años, y durante ese período trabajamos estrechamente. Hubo una gran compenetración para mi formación intelectual: la relación con él fue uno de los puntos de referencia, y es todavía uno de los puntos de referencia, hasta tal punto que todavía tengo algunas conversaciones imaginarias con él.

Una biblioteca con cartas desde el exilio en los 70

Un proyecto de la periodista Laura Giussani reúne en la Biblioteca Nacional la correspondencia de militantes, presos políticos y sus familias durante la última dictadura. Las listas negras que llevaron al exilio a artistas e intelectuales "Es cuestión, Ricardo, que olvides las cosas que te atan a un país que aún no te había dado nada y que construyas en otros, en otro, tu verdadera fortaleza. El país de uno es el que te da cosas, si este no te dio por diversos motivos y te quita tanto, demostrá que estás capacitado para lo que este mundo proponga. Tenés 22 años y sueños y victorias y fracasos. Tienen que solidificarte, sacá fuerzas de la flaqueza, de donde no tengas y arrollá". Ricardo Zucker no escuchó el miedo de su padre: en 1980, después de un exilio en Brasil y en España, volvió para la contraofensiva montonera. Fue fusilado, a finales de ese año, en el centro clandestino de detención "El Campito". La carta era, hasta el año pasado, un retrato íntimo, la parte más profunda de una historia familiar. Desde la semana pasada, es también un documento histórico disponible para su lectura en la Biblioteca Nacional, junto con los otros 700 textos que conforman la colección "Cartas de la dictadura". El proyecto, dirigido por la periodista Laura Giussani, comenzó en octubre del año pasado. Hasta el momento, cuenta con las donaciones de 12 personas. Hurgar en esas cajas es abrir otra puerta de una historia 100 veces contada, una más extraña a la tragedia, más cerca de la vida cotidiana. Hay postales, poesías, proyectos políticos, dibujos, fábulas, revistas under, los primeros listados de desaparecidos trazados en el exilio, el relato de una cena de Año Nuevo en la cárcel de Devoto, todo escrito entre los años precedentes y los inmediatamente posteriores a la última dictadura militar. Hay correspondencia escrita en prisión con el sello de "censurada" –por el decreto 2023/74 de "procesados y condenados de máxima peligrosidad"–, cartas para amigos, hijos, abuelos, peleas familiares, cientos de anécdotas comunes de gente común, historias de allanamientos y secuestros, de romances. Un dirigente de las organizaciones armadas le escribe a una militante más joven cartas extensísimas, pero sin una palabra de amor. "¡Lo complicado que le resultaba al tipo decirle 'te quiero'! Insoportable. Unas vueltas para expresar un sentimiento. Y ni siquiera sé si consiguió llevársela a la cama después de tantos años", cuenta Laura y ríe, a pesar de que sus propios escritos, disponibles entre las cajas, también hablan de una coraza. Uno de los intercambios más duros es con su hermana, luego de la muerte de su amiga Adriana, de 15 años: una bomba le explotó en las manos. "Laura reaccionó con la frialdad polar de siempre", cuenta la correspondencia. Hasta el momento el proyecto cuenta con las donaciones de 12 personas. "Yo lo leo y me acuerdo de estar destruida, de pasar meses soñando con Adriana. En ese tiempo, incluso le escribí una carta, que era como una autocrítica: ‘No me vengan con el discurso de la política, esto no lo puedo entender’, decía. Pero en el exilio no podías tomarlo de otra manera, no podías ponerte a llorar", dice ahora. El proyecto comenzó por una búsqueda personal. Cuando la madre de Laura, la periodista Julia Constenla, murió en 2011, su familia encontró una casa cubierta de cajas y de papeles. El duelo empezó con la lectura, con la revisión de esos textos perdidos entre placares y cajones. En medio del polvo, estaban las cartas que habían escrito sus padres desde el exilio en Estados Unidos, y las de ella misma, desde Italia. "Siempre se cuenta la muerte, la tragedia. Las cartas cuentan la vida en la dictadura. Y sobre todo, muestran el afecto, un colchón afectivo que fue lo que hizo que no nos volviéramos locos", explica. Laura leyó y pensó lo obvio: que sus padres no podían ser los únicos, que otras personas debían haber guardado otras historias nunca contadas. Entonces, le presentó el proyecto a Horacio González, director de la Biblioteca, y así se puso en marcha la recopilación de esa correspondencia escondida. "Decidimos tomarlos como documentos históricos y tratarlos con la misma seriedad que se leen las cartas de San Martín. La historia la hacemos todos y no hay por qué no guardar los testimonios propios", dice Laura. Las cartas se ordenan como fueron entregadas, para que la intención se mantenga intacta. Cuando llegan, se las clasifica por página, de modo que los investigadores puedan trazar su propio recorrido. Cada archivo tiene una pequeña carátula, el resultado de las largas conversaciones que Laura tiene con cada donante. Otras 50 personas están aún lidiando con el desprendimiento, asumiendo que lo que hasta hace poco era suyo ahora puede ser parte de una historia colectiva. –¿Por qué volver a esta historia tan revisada? ¿Qué hay todavía para decir todavía sobre los setenta? –Porque es necesario saber qué paso, cuáles fueron los errores. Los militares llegaron a un nivel de atrocidad inesperado. Todos pensamos que iba a haber un golpe, pero nadie pensó que iba a pasar lo que pasó. Por eso todos militábamos tan alegremente. Pero llegó el '76 y tenemos que preguntarnos cuál es nuestra responsabilidad, en qué nos equivocamos, cómo no nos dimos cuenta de que nos iban a aplastar. A veces me asusto cuando se toma el relato de los setenta como si hubiese sido lindo vivir en esa época. Fue horrible. Creo que debemos hacer una autocrítica. Yo, en lo personal, creo que lo que nos mató fue el verticalismo. La lucha armada era comprensible, era histórica, había triunfos, pero si no hubiese habido verticalismo, las organizaciones hubiésemos podido captar el humor de la gente y no estar cuatro pasos más adelante. Yo todavía hoy le temo al verticalismo –contesta Laura, sentada en el tercer piso de la Biblioteca, rodeada de carpetas, de relatos, de vidas que ahora conoce en detalle, como si fueran propias y que se convirtieron en estos meses, en su mejor forma de volver a recorrer la historia política argentina. Las listas negras que llevaron al exilio a artistas e intelectuales Se trata de los listados confeccionados por la Junta Militar que luego eran distribuidos a los medios de comunicación para evitar que los señalados fueran contratados. Por Gerardo Aranguren Una lista con más de 300 nombres de artistas, periodistas e intelectuales con "antecedentes ideológicos marxistas" fue identificada entre los archivos encontrados en el Edificio Cóndor de la Fuerza Aérea. Entre los nombres figuran Norma Aleandro, Luis Brandoni, Norman Briski, Julio Cortázar, María Elena Walsh, Fernando "Pino" Solanas y Luis Brandoni, entre muchos otros cuyo destino fue, mayoritariamente, el exilio. Cuando promediaba su presentación, el ministro de Defensa, Agustín Rossi, anunció que entre los miles de documentos sensibles que hallaron el jueves pasado se encontró una carpeta que analiza exclusivamente las listas negras de la última dictadura entre 1973 y 1983, confeccionadas por la Junta Militar y distribuidas después en los medios de comunicación y todos los estamentos del Estado para que no fueran contratados. Según detalló el ministro, el 31 de enero de 1980 integraban las listas negras 331 personas clasificadas bajo la Fórmula 4 (F4), el mayor de los cuatro niveles de "peligrosidad". Estos niveles iban del 1 al 4: ser calificado con F1 significaba "sin antecedentes marxistas", con F2 que "los antecedentes que registra no permiten calificarlo desfavorablemente desde el punto de vista ideológico marxista", y F3 que esa persona "registra algunos antecedentes (…) pero los mismos no son suficientes para que se constituyan en un elemento insalvable para su nombramientos, promoción, otorgamiento de beca, etc." Quedar encasillado en el nivel F4 significaba que esa persona "registra antecedentes ideológicos marxistas que hacen aconsejable su no ingreso y/o permanencia en la administración pública, no se le proporcione colaboración, sea auspiciado por el Estado, etc.", señala uno de los documentos que establece las fórmulas de calificación de personas utilizadas por la Junta Militar. Otra de las listas encontradas, con fecha del 20 de octubre de 1982, todavía mantenía en el nivel F4 a 153 personas. "Queda claro que, a medida que nos acercábamos a la democracia, esas listas se iban eliminando", explicó Rossi. La lista concretamente está conformada por 19 páginas con los nombres de artistas, periodistas e intelectuales, su DNI, su profesión y una fecha que marcaría el momento en el que el caso fue incluido en esa lista. En cada página se incluyeron las instrucciones de la Junta para quien tuviera en su poder esos documentos. Allí se aclara que "estos antecedentes constituyen elementos de orientación, no de prueba" y que no deben ser divulgados, no deben ser copiados y deben ser incinerados. El listado conocido ayer lo integran 331 nombres. Entre ellos se encuentran actores y actrices muy reconocidos, como Norma Aleandro, Héctor Alterio, Luis Brandoni y Norman Briski, Nacha Guevara, Víctor Laplace y Federico Luppi, entre muchos otros. En el grupo de escritores la dictadura agrupó a Abelardo Castillo, el uruguayo Eduardo Galeano, Julio Cortázar, David Viñas, Roberto "Tito" Cossa y María Elena Walsh, y entre los periodistas se menciona a Osvaldo Bayer, Rogelio García Lupo, Tomas Eloy Martínez, Francisco "Paco" Urondo, quien se encuentra desparecido, y Jacobo Timerman. La lista negra se extiende también hacia músicos y compositores, como Leonardo Favio, Miguel Ángel Estrella, Jaime Dávalos, el conjunto Los Trovadores, Horacio Guarany, Víctor Heredia, Armando Tejada Gómez, Osvaldo Pugliese y Mercedes Sosa. A estos nombres se suman el pintor Antonio Berni, los cineastas Leonardo Favio, Octavio Getino y el actual senador electo Fernando "Pino" Solanas. Otro dato que surge es el momento en que empezaron a ser investigados, con casos previos al golpe de Estado y que se remontan al gobierno de Isabelita e incluso a la dictadura de Lanusse. Por ejemplo, el periodista Jorge Luis Bernetti comenzó a ser observado el 23 de agosto de 1969, en tanto que el seguimiento de "Tito" Cossa empezó el 11 de diciembre del ‘75. « Repercusiones tras el hallazgo Sergio Urribarri (Gobernador de Entre Ríos): “Treinta años de democracia nos permiten mirar hacia atrás, mientras seguimos construyendo presente y futuro. Festejemos la vida, poder coincidir o disentir, pero con un país que tiene un norte, ¡que no negocia su dignidad! Tantos hombres y tantas mujeres de nuestra cultura que fueron perseguidos por la dictadura cívico militar. Esta lejos pero no debemos olvidarlo. La cultura y sus artistas en las listas negras”.  Hebe de Bonafini (Presidenta de la Asociación Madres de Plaza de Mayo): "Me parece maravilloso lo que encontraron y todavía lo que habrá. El hallazgo es increíble, fantástico, y me da muchas ganas de seguir peleando. Cuando discutíamos (sobre la posible existencia de los archivos) algunos me decían que los habían tirado al río, llevado a España o quemado. Yo les decía que como ellos (los militares) estaban seguros de que estaba bien lo que estaban haciendo, iban a guardar todo. Ellos creyeron que pasaban a la historia con esto. Es un momento muy importante para que se sepan muchas cosas, como la complicidad de los bancos.” Horacio Pietragalla (Diputado nacional y nieto recuperado):“Es importantísimo el valor probatorio en las causas que se vienen. La documentación sobre los bancos y sobre Papel Prensa nos va a dar mucha información para poder avanzar con las responsabilidades civiles, que es lo que se viene en los juicios de lesa humanidad”. Hugo Yasky (Secretario General de la CTA): “Las actas de la dictadura son la memoria oculta del terrorismo de Estado y ahora vamos a tener la posibilidad de conocerlas. Solo un gobierno que fue capaz de terminar con la impunidad como el de Cristina Kirchner podía dar al pueblo argentino esta enorme oportunidad, que tiene trascendencia histórica, de transmitir ahora más que nunca Memoria Verdad y Justicia”. Hebe Entre los registros de tramitaciones en la mesa de entradas de la Junta figura el pedido de la fundadora de Madres de Plaza de Mayo, Hebe de Bonafini, por el destino de sus hijos. Infonews