sábado, 31 de marzo de 2012

MACRI y TEJEDOR; ROCA-AVELLANEDA y NOSOTROS.

El 10 de setiembre del año 1880, la Cámara de Diputados de la Nación, considera el proyecto de capitalIzación de la ciudad de Buenos Aires; el 20 de ese mismo mes hace lo propio el Senado.
Se promulga con el número 1.029 el 21 de setiembre.

Los seguidores de Carlos Tejedor, gobernador de la provincia de Buenos Aires, definido por el general Roca como "el apóstol del localismo porteño", denunciaron que dicha ley había sido impuesta por la fuerza de las armas.

En efecto, tras los combates entre el la Guardia Nacional convocada por el presidente Avellaneda (quien se había trasladado en junio de aquél año al barrio de Belgrano, junto a su gobierno a causa de la oposición porteña-bonaerense a la federalización de Buenos Aires) llevados a cabo en los Corrales, Barracas y Puente Alsina; los "localistas" debieron ceder derrotados a la designación de esa ciudad como la nueva Capital Federal.

El centralismo portuario con Roca adquirirá otra dimensión, "nacional", consensuada con el conjunto de las oligarquías regionales; `por ende mas abarcativo con respecto a quienes desde 1852, veían a la ciudad -puerto como independiente del resto del país (los denominados por estos "tejedoristas" como "trece ranchos").

Hoy por hoy, con un gobierno nacional en las antípodas del roquismo oligárquico y liberal, pro-británico; considero que se justificaría mucho mas ante un macrismo continuador de Carlos Tejedor, irrumpir con algo parecido a una Guardia Nacional y, a fuerza de leyes votadas en el Congreso custodiadas por dicha Guardia, volver a designar a Buenos Aires como Capital Federal de la República Argentina y terminar con el localismo porteño, liberal, oligárquico y pro-británico.

Porque si al Maurizio lo dejamos, en un par de años es capaz con la Metropolitana de expulsar de la Ciudad al gobierno nacional y obligarlo a mudarse fuera de los límites de la misma.

A veces hace falta tomar la Historia como ejemplo y obrar en consecuencia, tal como Roca y el entonces presidente Avellaneda hicieron con Tejedor.

Prof GB 

30 de MARZO de 1982.



Aquél día, los trabajadores se movilizaban a la Plaza de Mayo para enfrentar a la dictadura militar.
La marcha, prohibida, terminó luego de casi seis horas de luchas callejeras en todo el macro y microcentro con cientos de detenidos, heridos y la muerte de un trabajador.

Meses antes, en el barrio de Liniers, una misa realizada en San Cayetano para exigir PAN y TRABAJO, terminaba con una feroz represión y enferntamiento de miles de trabajadores encolumnados en la CGT conducida por SAúl Ubaldini.

En febrero del año 1977, Oscar Smith, Secretario General de Luz y Fuerza, desaparecía en manos de una patota de la ESMA, por defender mediante una huelga sel Convenio Colectivo de Trabajo de su gremio.

El 27 de abril del año 1979, la denominada Comisión de los 25 realiza el primer paro general contra la dicadura de Videla a quien el diario Clarín titula como "Presidente" con una foto que ocupa mas de la mitad de la tapa.
La dirigencia sindical entre los que se encontraba Saúl Ubaldini es detenida y enviada a la cárcel de Caseros.

Apenas un esbozo de la larga lucha de la clase trabajdora contra los genocidas de entonces.
Desaparecidos, encarcelados, exilados, despedidos durante años, de todos modso supiero con dignidad resistir y vencer con el conjunto del Pueblo a la tiranía militar.

El 30 de Marzo, fue el comienzo del fin de los dictadores.
Faltaría mucho aún para comenzar a marginar a sus cómplices civiles, muchos hoy disfrazados de demócratas.

GB

miércoles, 28 de marzo de 2012

MEDIOS, DELITO Y MANIPULACION


Medios, delitos y manipulación

Es necesario brindarle al usuario información contextualizada, no mosaicos de realidades partidas, mucho menos profecías apocalípticas que esconden finalidades políticas. Si usted se levantó temprano y entre las 7:30 y las 8 de la mañana encendió el televisor, usted, decía, no tuvo más opción que ser víctima de la angustia dirigida, del miedo como intento de disciplina social. 
Por Víctor Ego Ducrot (*) |

No importan los esfuerzos que se hagan en materia de prevención y lucha contra el delito desde distintos ámbitos del aparato estatal: esta semana, por ejemplo, cobró fuerza la actividad de la comisión del Senado de la provincia de Buenos Aires, dedicada a investigar el denominado “caso Candela” como punta de iceberg para desnudar la trama de complicidades entre crimen organizado, policías, funcionarios y políticos. Tampoco ciertas voces de alerta respecto de los peligros de la manipulación mediática con fines políticos y de control social.

No, no importan. Si ayer martes 27 de marzo, por ejemplo, usted se levantó temprano y entre las 7:30 y las 8 de la mañana encendió el televisor para más o menos enterarse de cómo venía la mano con el tiempo, o tomar nota de algunos aspectos que hacen a la información general; usted, decía, no tuvo más opción que ser víctima de la angustia dirigida, del miedo como intento de disciplina social: en ese horario todos los canales de noticias se dedicaban a robos, asaltos, homicidios; desbordaban de sangre derramada, describían un escenario que, sin desconocer la existencia de hechos criminales y su gravedad para el conjunto de la sociedad, no condice con el mucho más variado y complejo que ofrece la realidad real del país, no la realidad creada por los medios de comunicación dominantes.

¿Acaso reclamo que la prensa silencie los hechos delictivos? ¿O espero que los medios de prensa no impongan sus líneas editoriales a la hora de construir esos relatos? De ninguna manera; en el primer caso porque pretendería ciertos recortes a la libertad de prensa, en este caso a la agenda privilegiada por cada quien en el universo periodístico, algo que repudiamos todos quienes bregamos contra los oligopolios de la comunicación; y en el segundo porque propondría un imposible, acusando severo desconocimiento de la historia misma de la actividad informativa, esa que nos dice que la misma nunca es neutral, que siempre contiene y expresa una carga ideológica.

Sí, en cambio, me atrevo a recordar algunos epicentros teóricos y metodológicos para la práctica de este oficio, tópicos de insistencia en universidades y centros de capacitación profesional y de cacareo jamás cumplido en los manuales de estilo de los medios hegemónicos. Me refiero, por ejemplo, al de la necesidad de brindarle al usuario información contextualizada, no mosaicos de realidades partidas, mucho menos profecías apocalípticas que esconden finalidades políticas.

No me propongo aquí agotar una casuística que sostenga a pie juntillas lo enunciado en los párrafos anteriores, ni mucho menos desmerecer la importancia y los impactos negativos del problema; entre ellos ciertos datos políticos, como el alto índice de insatisfacción popular que provocan los episodios delictivos según muchas encuestas. Pero sí acercar algunas referencias invisibilizadas, silenciadas desde la páginas y las pantallas de la prensa dominante.

Un informe del fin de semana pasado de la Red de Observatorios Universitarios de Medios <www.redobservatorios.org.ar> se refiere al caso Baby Etchecopar como nudo testigo de lo que el juez de la Corte Suprema, Eugenio Raúl Zaffaroni, denomina criminología mediática.
“Ahí están otra vez. Esconden la nave en algún rincón oscuro del Conurbano (Bonaerense) y salen de nuevo, armados, dispuestos a todo. A matar o morir.” ¿Quién es el pregonero del terror? La maquinaria de la criminología mediática aceita sus engranajes y comienza a rodar; no estamos seguros, dicen, ante un ‘ellos’ cuyos márgenes son cada vez más difusos (…). El asalto al conductor radial y televisivo predominó en la escena mediática. Su peculiaridad no radica únicamente en que la víctima es un destacado portavoz de las políticas de mano dura en materia de delitos; el aspecto más relevante lo constituye el hecho de haber encarnado como pocos esa síntesis de estereotipos cuyo objetivo último es instalar una sociedad de control frente a una población inerme. Así, el tratamiento de la noticia que los diarios Clarín y La Nación efectuaron en relación al tema, se centra en caracterizar a los asaltantes como aquellos potenciales asesinos, delincuentes reincidentes, menores y marginales que habitan en aquellas ‘escuelas del delito’ que son las villas y barriadas pobres. Son ‘ellos’, un otro diferente y peligroso, que no teme a matar ni perder la vida.”

El informe ofrece un detallado análisis de artículos informativos y de opinión y nos sugiere, con elementos probados, acerca de los mecanismos de propaganda empleados por esos medios, tendientes a la siguiente ecuación, descripta por el mismo texto de la Red: “más poder a la policía, más efectivos patrullando las calles, mejores dispositivos de control tecnológico y rigor en la aplicación de las penas son los reclamos que confirman lo que, al decir de Zaffaroni, ‘a mayor represión corresponde menor libertad y mayor seguridad’”.

La lógica de lo noticioso como vértigo y como mosaico (por fuera de toda contextualización) empleada por la corporación mediática, hizo que el caso Etchecopar fuese desplazado por la trágica irrupción de un hecho de filicidio, en un barrio exclusivo de la provincia de Buenos Aires, episodio que no debería inscribirse como específico de la mal denominada agenda de la “inseguridad”, pero que al aparato mediático le da lo mismo, porque le sirve para lo mismo: propagación de la angustia y del miedo con fines disciplinarios y en orden a sus propios intereses.

Los hechos divulgados hablan de un crimen grave que seguramente la justicia penalizará con un máximo rigor, pero llama la atención que, hasta el momento de escribir este texto, muy pocas fueran las voces que se animaron a ensayar una interpretación de los hechos desde un ángulo distinto al que, y como bloque de opinión, sataniza a la madre homicida.

En ese casi desierto sobresale la nota “La venganza más cruel”, de Roxana Kreimer, publicada en el último número del semanario Veintitrés. Esa licenciada en Filosofía y doctora en Ciencias Sociales de la UBA indica, insinúa, un abordaje que seguramente repugna al pensamiento y a la práctica mediática del sistema de poder. Ubica al caso del filicidio que conmueve a los argentinos en el contexto de una referencia histórico literaria, y nos propone pensar: “el célebre monólogo de Medea es uno de los más conmovedores que se hayan escrito para reflejar la condición subordinada de la mujer, su rol de ciudadana de segunda. Eurípides nos hace compadecer a Medea y no a Jasón, que queda como un emblema del orgullo masculino, con desmedidas ambiciones de poder. En el final de la tragedia, ella se eleva al cielo sobre ‘el magno carro del sol’, orgullosa de su despiadada crueldad. Ella luchó por el amor; él, por el poder, casándose con la hija de Creonte para convertirse en rey”.

Como escribí al principio de este texto. Nada importa a quienes conciben a la comunicación como un privilegio que sostiene privilegios; si hasta el delito y la muerte del otro les vienen muy bien.
(*) Periodista, escritor y docente universitario. (Nota aparecida hoy en Tiempo  Argentino)


GB

martes, 27 de marzo de 2012

MEGAFON O LA GUERRA

"Desde fines de 1955-les dije-, con un pueblo en derrota y su líder ausente, soy un desterrado corporal e intelectual.
Y añadí:
-En nuestra fauna sumergida existen hoy el Gobernante Depuesto, el Militar depuesto, el Cura depuesto, el Juez depuesto, el Profesor Depuesto y el Cirujano Depuesto. No quedó aquí ningún hijo de madre sin deponer.
-¿Y usted qué lugar ocupa en esta fauna?-me preguntó Megafón chisporroteante de malicia.
-Soy poeta depuesto-le confesé modestamente.
-¿Ha pasado usted a mejor vida?-rió él.
-Vea-le respondí-, las "deposiciones" de una contrarrevolución idiota no suelen ir mas allá del significado medicofísiológico que también lleva la palabra. Y sus muertos civiles gozamos de una salud excelente.
-Con algunas excepciones- me corrigió el Autodidacto súbitamente dolorido.
-¿Los ametrallados de José León Suárez?.
-Y el fusilamiento del General.
Entendí que la sombra de Juan José Valle acababa de nublar la frente de Megafón y humedecer los ojos verdelago de Patricia.
-Sí, ahí estuvo el General, treinta y seis horas antes de su fusilamiento-me dijo Megafón-.Ahí sentado en la silla que usted ocupa. Era una medianoche de junio, y el General se demoraba frente a su pocillo de café negro como resistiéndose a la oscuridad y al frío que lo esperaba afuera.
-O al repsentimiento de su muerte-añadió Patricia Bell en un conato de sollozo-.Desde hacía un mes usaba ropas ajenas y techos prestados. Frente al pelotón de fusilamiento devolvió el anillo de su boda terrestre.
La pareja entró aquí en un silencio que respeté y en el cual se recosntruían sin duda los últimos gestos del héroe fusilado.
-Usted aludió recién a las víctimas de José León Suárez- me dijo luego Megafón.-Hace tres días recorrí ese basural amontonado en al llanura de Buenos Aires, y le aseguro que la pampa lloraba.
-¿Lloraba?-inquirí yo en tono circunspecto.
-Lloraba-insistió él-, y no la inmundicia del basural sino el deshonor que le habían inferido los ametrallados inocentes y sus ametralladores anónimos. En cuanto a la ejecución de mi General, no me subleva tanto en sí misma: es un gaje posible de la acción, y el que se haya hecho en la Penitenciaría Nacional y bajo el techo del crimen. Si hay que fusilar a un soldado , ¡que sea en una casa de soldados! ¡Lo exigen el estilo y el honor!."

Fragmento del libro de Leopoldo Marechal, Megafón o la Guerra.

Prof GB

Mayor Benardo Alberte, Memoria Peronista IV


Carta de Bernardo Aberte a Videla antes del 24 de Marzo de 1976 cuando fue asesinado. 
Escrito por Pablo Crocchi
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Alberte: Ahí tomé definitiva conciencia que los Lanceros de Bengala y sus batallones cipayos estaban pasando a degüello a la India.
BERNARDO ALBERTE ¡PRESENTE!
 
Por Pablo Crocchi
 
El sábado 22 de marzo recibí este correo del compañero Bernardo Alberte, siempre atento y consecuente con todas las cuestiones que comprometen al interés del Pueblo.
 
Esta vez no era referente a la deuda externa ni al hambre de nuestros niños, sino a su padre -tal vez su mejor amigo-, y a la vivencia más trágica que le tocó vivir.., y que nos involucra a todos los compañeros y buenos soldados argentinos por igual: el alevoso homicidio del teniente coronel Bernardo Alberte, primera víctima del maldito Proceso liberal-genocida-vendepatria de Videla y Martínez de Hoz, asesinado en la madrugada del 24 de marzo del ’76 por infames cipayos uniformados que aún pululan impunes en algún lugar.
 
El destacado militar y compañero don Bernardo Alberte era un oficial distinguido por sus cualidades y aptitudes, que siendo capitán fue destinado a edecán presidencial del Presidente Juan Perón en los tiempos en que se produjo el bombardeo a Plaza de mayo y la contra-revolución fusiladora del '55. Es decir: le tocó bailar con la más gorda. Y vaya si bailó... y con que estilo, digno de Gardel, Evita y del mismo General.
 
Fue su Delegado personal en el Movimiento Nacional Peronista en momentos difíciles de la década del sesenta, gozando de plena confianza por ser un hombre incorruptible.
 
En el ’55 preso y luego dado de baja sin recibir ni una moneda del Estado, se las rebuscó de cien formas para alimentar y sostener a su familia.

Fue elemento decisivo de la Resistencia Peronista, asesorando, adoctrinando y enseñando formas eficaces de organización para la acción: su pequeña lavandería era visitada discretamente por los cumpas que mantenían viva la brasa con la que encenderían –años después- la hoguera que iluminó el sendero a toda nuestra América Latina en los ‘70.
 
Jamás recibió prebendas, becas públicas ni beneficios personales: su vida personal siempre estuvo dedicada al servicio de la Patria, como don Arturo Jauretche, Squerre, Phillipeaux, los nobles militantes de esa época y todo buen soldado de la escuela sanmartiniana de Güemes. Leopoldo Marechal lo inmortalizó sin mencionar su apellido en Megafón o la Guerra y muchos lo admiramos sin conocerlo.
 
Decía Perón: -los verdaderos soldados no suelen quedarse a mitad de camino, salvo que allí los encuentre la eternidad de la gloria..., y como no podía ser de otra forma ese fue el destino de don Bernardo.
 
Advertido del maniobraje liberal que reemplazó bajo presión al general Numa Laplane y sus colaboradores de la conducción del Ejército preludiando el Golpe, y de la artera estrategia de los servicios de inteligencia que allí comenzaron contratar delincuentes para combatir a una subversión ya derrotada, siendo tal vez el verdadero origen de la llamada AAA, según algunos los servicios de las tres fuerzas armadas que luego intensificarían su accionar, denunció públicamente estas maniobras intentando impedir el trágico desenlace del 24 de marzo, que tantos coloniales de izquierda y derecha coincidieron en alentar y luego aplaudieron miserablemente sin importarles la represión brutal que se desataba sobre el Pueblo... hasta que también los afectó a ellos.
 
Supe de algún oficial de granaderos que se mofó de la Presidente convencido de la necesidad de terminar con el desgobierno, es decir, un traidor; escuché de periferia erpiana que la caída del gobierno era el objetivo táctico porque al caer las caretas el pueblo se despabilaría adhiriendo a sus delirios de la lucha armada; supe de Calabró, sindicalista gobernador de Buenos Aires, que recibió al gobernador golpista con un ágape en la casa de gobierno de La Plata; también supe de gente que esa noche concurrió a la plazas principales de sus ciudades para protestar contra el anunciado golpe; a los meses escuché a Borges diciendo, después de almorzar con Videla: -“este es un gobierno de caballeros...

Ahí tomé definitiva conciencia que los Lanceros de Bengala y sus batallones cipayos estaban pasando a degüello a la India.
 
Sin embargo debía saberlo, mi padre me alertó el 24 de marzo: -Esto pinta muy feo, anoche asesinaron a un camarada, una leyenda viva del Movimiento Peronista, Alberte, el alma de la Resistencia... Siempre lo admiré: cuidáte...

Sus ojos estaban húmedos de emoción. Yo era muy joven, pero lo entendí, y al rato llorábamos abrazados como ese 1° de julio cuando despedimos al General. (Bernardo Alberte (h).

Fuente, Nac y Pop, red nacional y popular de noticias.

GB

PREGUNTAS


Con este texto de Ernesto Espeche, destacado columnista de AgePeBA y director adjunto de la Agencia Periodística de América del Sur (APAS), culminamos nuestra cobertura del 24 de marzo, con un homenaje a todas las víctimas de la dictadura cívico militar.
Por Ernesto Especche (*) / El genocidio argentino lesionó no solo a la generación militante de la década de 1970. También ensució y marcó para siempre la infancia de muchos y muchas que debieron, primero, preguntar; luego aceptar, y solo mucho más tarde reconstruir y buscar verdad y justicia para mantener su memoria y la de las nuevas generaciones.
Tenía poco más de dos años cuando irrumpió la dictadura cívico-militar-genocida. Mi hermano había cumplido apenas un año 20 días antes. Mi papá, Carlos, hacía meses que no venía por casa: su nombre integraba una larga lista de “subversivos” buscados por las fuerzas represivas.
Mi mamá, Mercedes –o Mecha, como le decían todos-, trabajaba en el hospital, atendía nuestras demandas y esperaba noticias de su compañero. Ambos eran médicos y militantes del Partido Revolucionario de los Trabajadores (PRT). Ambos componen la nómina de 30.000 detenidos desaparecidos. No volvimos a saber nada de ellos.
¿Dónde está mi papá? ¿Cuándo viene? Mis preguntas debieron representar un peso insoportable para mi mamá. Desde marzo no se sabía nada de Carlos. Solo llegaban versiones contradictorias que desalentaban cualquier esperanza y aumentaban la angustia que rodeaba el entorno familiar.
El 7 de junio un grupo de tareas entró en la humilde casa en que vivíamos y secuestraron a Mecha. Y golpearon a mi tío. Y se burlaron de mi abuela. Mi hermano y yo, envueltos entre mantas en una habitación del fondo, debimos sentir muy cerca los golpes a la puerta de entrada, los gritos, los llantos, el ruido de las llantas del Ford Falcon que se llevaba a mi mamá y el vacío que sobrevino desde entonces.
¿Dónde se fue mi mamá? ¿Cuándo viene? Son inexplicables los mecanismos a partir de los cuales los niños conviven con la desolación hasta naturalizarla. En algún punto, las respuestas imprecisas, imposibles, asumen la lógica coherente de un relato que termina por desgastar -hasta agotar- las preguntas más elementales.

El ingreso a la educación formal es el primer espacio de socialización sistémica extra familiar. A esas alturas, todavía bajo el régimen, ya no había espacio para preguntas; ese lugar fue ocupado por un vacío que no se podía enunciar. “De eso no se habla”, es decir que “eso” no está, no pasó, no existe; nadie habla de lo que no pasó, y si no pasó no existe.
Entrada la democracia yo estaba en el cuarto grado. Había vuelto la libertad y –con ella- la posibilidad de decir.
¿Qué decir? Veía por la tele la desesperación de unas mujeres con pañuelo que pedían “aparición con vida”, los rostros de funcionarios prometiendo justicia, los gestos inmutables de señores uniformados que hablaban de cosas que no entendía. Sentía que todo eso no tenía que ver con mi mundo. Mi universo se cerraba en mi abuela –con quien vivía y a quien ya llamábamos “mamá”-, los deberes de la escuela, los juegos con mi hermano, las visitas de mis primos y tíos y poco más.
“Mamá, me ayudás con la tarea”. Mi abuela lloraba de impotencia. Qué sabía ella de ejercicios combinados si era una tana que apenas terminó el “primero inferior”, si sólo vivía para criar a sus nietos, los hijos de su Mecha que nunca volvió. Seguía llorando. ¿Por qué llorás mamita? ¿Te sentís mal?
Por esos días mi familia decidió que era el momento de contarnos lo ocurrido. Fue una noche, en casa de una tía. “Sus padres están muertos, los mataron los militares… eran personas maravillosas, pueden estar orgullosos de ellos”. ¿Por qué los mataron?, pregunté con una frialdad fingida. “Porque ayudaban a los demás, porque querían un país mejor”. La “noticia” explicaba, en parte, ese sentimiento de rareza, de absurdo, de ajenidad que me acompañaba todos los días. Esa noche, mi hermano y yo no dormimos, tampoco hablamos del tema.
En la radio decían que mis papás y otros señores ponían bombas, que eran violentos. “¿Sos hijo de terroristas?”, “¡Sos un guacho!”, “¡Pobre!, no tenés papá ni mamá”, ¿Por qué le decís mamá a esa señora vieja que te trae a la escuela?”… No tenía herramientas para hacer frente a la mirada del mundo; al fin de cuentas, un pibe de 10 años se encuentra en inferioridad de condiciones si consideramos que el mito de los dos demonios ya se había extendido como relato del poder oficial. La impotencia, la culpa, la vergüenza y la timidez aparecen, entonces, como síntomas de esa desigualdad.
Ya en la secundaria, el estudio de la historia no contemplaba en sus contenidos el repaso por la historia reciente. Sin embargo, las miradas de los profesores, de mis amigos y de la chica que me gustaba delataban cierta complicidad teñida de compasión. La pena es incompatible con el amor. La victimización, más tarde pude entenderlo, fue parte de la demonización.
La conclusión de mis estudios secundarios y la elección de una carrera universitaria marcaron el final de la vida de mi abuela. Doña María había llegado tan lejos como sus fuerzas le permitieron. Antes de dejarnos, así cómo me pedía que me abrigue antes de salir o que no olvidara llevar mi documento, me imploró que no me “meta en política”. Hice esa promesa con la convicción de que no podría cumplirla. Ya tenía decidido –y ella lo percibía- ir en búsqueda de mi identidad. “No quiero que se repita la historia” dijo con una voz temblorosa, cargada de miedo, de terror. Después se murió.
Ir al encuentro de una historia, individual y colectiva, supone un quiebre que pone en riesgo la propia subjetividad. Se trata de cuestionar a fondo los mitos, relatos y valores que tenemos internalizados, que vivimos como naturales. Eran los años de la “pacificación nacional”, el “fin de la las ideologías”, “el perdón y el olvido”. La impunidad de los genocidas les permitía caminar entre nosotros, hacer declaraciones en los medios y refregarnos su versión de la historia.
La asunción de mi condición de “hijo” de desaparecidos fue el punto cero de mi búsqueda. Me entrevisté con sus compañeros, sus colegas y amigos. Me hablaron de sus gustos personales, sus preferencias musicales y sus convicciones políticas. Me entusiasmé, me sorprendí, me emocioné, me enamoré de su vocación revolucionaria.
“Soy hijo de Carlos y de Mecha, y de los 30.000 desaparecidos”, me sorprendí diciendo en una tarde de marzo. Así como las Madres de Plaza de Mayo socializaron su maternidad, los hijos socializamos nuestra condición. Ese paso crucial no es un reflejo mecánico ni supone la ausencia del vacío y la desolación como sentimientos primarios. Es, más bien, parte de un proceso político complejo y lleno de contradicciones que opera como contenedor de las individualidades y como impulsor de nuevos relatos que intervienen en la lucha simbólica por definir los márgenes de la memoria colectiva.
Entonces, la memoria de un pueblo sobre su pasado no puede ser penetrada sino a través de la constitución de identidades colectivas que son, a su vez, mucho más que la suma de las identidades personales.
Hoy tengo más años de los que tenían Carlos y Mecha cuando fueron secuestrados. Sus caras jóvenes, llenas de ilusión y compromiso se confunden con otras tantas entre las pancartas de una movilización. Mis hijos conocen la historia de sus abuelos y crecen en un país con memoria, verdad y justicia. Yo sigo en la búsqueda, ahora con la fortaleza que da el compromiso con la militancia política y con los ideales de aquella generación maravillosa. Y ese niño que fui vuelve todos los días para preguntar por sus padres.
¿Dónde se fue mi papá? ¿Dónde está mi mamá? ¿Cuándo vienen?
* El autor es periodista e investigador universitario, doctor en Comunicación Social de la UNLP, director de Radio Nacional Mendoza y Director Adjunto de APAS. Militante por los derechos humanos e hijo de desaparecidos. La foto muestra al autor de este texto junto a sus padres, Mercedes y Carlos, ambos desparecidos durante la dictadura.


Fuente, AgePeBa.


GB

Aniversario del golpe: por qué los radicales fueron expulsados de Plaza de Mayo

Por José Cornejo I El autor se pregunta porqué los radicales fueron la única fuerza política expulsada de Plaza de Mayo el pasado 24 de marzo.



El sábado 24 pasado, hubo dos marchas a Plaza de Mayo. Está la movilización oficial de los organismos de Derechos Humanos: Madres, Abuelas e H.I.J.O.S. Y como es usual desde 2003, los partidos de la izquierda trostkista organizan su marcha paralela.
Las atrocidades cometidas por la última dictadura (en el campo humanitario, económico, bélico) y el compromiso de los organismos  le han dado una formidable legitimidad a las banderas de los Derechos Humanos. Por eso, a pesar de haber transcurrido 36 años del golpe militar, Plaza de Mayo rebosa de asistentes.
Así las cosas, una fracción de la Unión Cívica Radical se decidió a participar de la movilización. Se trató de un sector de la Franja Morada, frente universitario de la UCR y “Los irromplibles”, un colectivo territorial con mucha presencia en Caballito. Mucha perplejidad causó entre los transeúntes que el radicalismo acompañara desde Plaza Congreso hasta la Plaza de Mayo al Partido Obrero y al Partido de los Trabajadores Socialistas. Lo único que estas fuerzas tiene en común es su oposición al kirchnerismo.
La paradoja se resolvió cuando un cordón del PTS enfrentó a la UCR. Si bien un hombre mayor del trostkismo fue lastimado por “batatas” radicales, la columna de la UCR fue obligada a retroceder y terminó abandonando la Plaza por Diagonal Sur sin haber entrado. La presidencia de Raúl Alfonsín asumió el primer gobierno democrático y llevó a las Juntas Militares, responsables máximos del genocidio, al banquillo, un hecho insólito en la historia latinoamericana. Además, era un día de repudio al autoritarismo. ¿Por qué entonces los radicales fueron expulsados?
Una respuesta puede encontrarse en los cánticos del PTS. Hacían mención a las “leyes de impunidad”: la Ley de Obediencia Debida (solo los superiores eran responsables) y la Ley de Punto Final (las denuncias tenían una fecha límite para ser presentadas). El gobierno alfonsinista finalizó su gestión en una profunda crisis económica y desatando un vendaval represivo que se daba de bruces con la consigna radical de que “con la democracia se come, se cura, se educa”. El regreso radical en el bienio 1999-2001 fue aún menos feliz. La crisis económica fue más aguda y la represión todavía más feroz. El mandato de Fernando De la Rúa utilizó el estado de sitio para dejar 38 muertos (http://www.agenciapacourondo.com.ar/secciones/ddhh/6116).
Uno de los objetivos de la conmemoración es consolidar, profundizar un gran frente social de repudio a la dictadura. Expulsar a la UCR, aún con todas sus complicidades no ayuda.  La izquierda trostkista se caracteriza por sus desmesuras, como cuando silenció los micrófonos de las Madres de Plaza de Mayo, el 24 de marzo de 2006 (http://www.rodolfowalsh.org/spip.php?article1823) para poder difundir sus consignas partidarias.
Aún así, los dirigentes de la UCR deberían hacer un profundo análisis de porqué no pueden participar de la movilización masiva del 24 de marzo. Quizás así pueda salir del ostracismo el partido centenario.

Agencia Paco Urondo.

GB