domingo, 4 de mayo de 2014

La Alianza para el Progreso y las reformas en el sector agrario Año 7. Edición número 311. Domingo 04 de Mayo de 2014 Por Osvaldo Drozd. Periodista americalatina@miradasalsur.com

 En los orígenes de los cambios en las arcaicas estructuras latifundistas latinoamericanas durante los ’60 , se encuentran las necesidades norteamericanas de prevenir y controlar las luchas campesinas por la tierra.
“Los expertos sugieren sustitución de ineficientes latifundios y minifundios por fincas bien equipadas. Nosotros decimos: ¿quieren hacer la Reforma Agraria?, tomen la tierra al que tiene mucho y dénsela al que no tiene. Así se hace Reforma Agraria, lo demás es canto de sirena.”
Ernesto Che Guevara
Las transformaciones que se producen en la sociedad siempre son resultados de la lucha de los pueblos por mejorar sus condiciones de vida, aunque en algunas oportunidades, existen cambios que son intentos de controlar y encuadrar esas luchas, acotarlas, instrumentalizarlas e intentar que no sean demasiado radicales. Otros dirían que eso es hacer lo posible. En los años ’60, un fantasma recorría la América latina, era el de la expansión y propagación de la revolución cubana. Esto era un quiste severo para el dominio de los Estados Unidos en su patio trasero, no solamente por lo que sucedía en la isla caribeña, sino porque ese ejemplo podía cundir en toda la región situada al sur del Río Bravo. Por aquellos tiempos se hablaba de los que proponían cambiar algo, para que no cambie casi nada, y esa fue precisamente la principal artimaña de Washington para intentar frenar los nuevos aires que soplaban en la región. En definitiva, la estrategia imperial de ceder un poco para poner freno a los reclamos populares, también es un resultado de las luchas y no la acción benevolente de quien lo hace para preservar su dominio. Eran los tiempos de la guerra fría y, el temor de que la Unión Soviética se inmiscuyera en la región, hizo que los Estados Unidos trazaran una estrategia para desactivar los principales focos sociales explosivos provenientes de la gran desigualdad reinante en el continente. Uno de ellos, el atraso en cuanto a la situación agraria latinoamericana. Fue en este marco que la potencia del Norte propusiera a través de su entonces presidente John F. Kennedy la conformación de la Alianza para el Progreso. Un ambicioso programa de ayuda económica y social por el que los Estados Unidos se comprometían a colaborar con los países latinoamericanos, realizando una inversión de veinte mil millones de dólares durante el lapso comprendido entre 1961 y 1970. Una de las políticas propuestas fue la de impulsar la reforma rural integral en los países de la región. La Alianza para el Progreso implicaba necesariamente la presencia en estos países de políticas desarrollistas, tales como las que ya venían sosteniendo desde 1958 los presidentes Juscelino Kubitschek en Brasil y Arturo Frondizi en la Argentina. Las reformas agrarias tanto en Chile como en Perú, iniciadas los primeros años de la década del ’60, sólo pueden ser entendidas en este contexto, el de la ayuda americana para evitar la propagación de conflictos sociales. Si bien a lo largo de los años que tuvieron de desarrollo, ambas reformas adquirieron otras características, en un inicio estuvieron signadas por la política de Washington. La reforma agraria en Perú a partir del ’69 con la presidencia del General Juan Velasco Alvarado tomaría un rumbo radical en relación a la iniciada en 1962, durante el gobierno de la Junta Militar presidida por Nicolás Lindley. También pesaba sobremanera en la región, la reforma agraria emprendida en 1953 en Bolivia, y más allá de la iniciativa que les dio lugar institucional, lo que no hay que dejar de señalar es que sin un movimiento campesino ya existente, que presionara desde abajo, esto no hubiese sucedido. La muestra de eso, es que en países de la región con poca tradición de lucha campesina, no se planteó desde el desarrollismo ninguna iniciativa de transformar algo de la estructura agraria.
La Alianza para el Progreso (Alpro) tuvo su bautismo en la ya célebre Conferencia de Punta del Este realizada entre el 5 y el 17 de agosto de 1961 en la ciudad balnearia uruguaya. En esa reunión del Consejo Interamericano Económico y Social (CIES) estuvieron presentes delegados de todos los países de la Organización de Estados Americanos (OEA) e inclusive un delegado por Cuba, Ernesto Che Guevara. Mientras todos los delegados se ilusionaban con la consigna de “mejorar la vida de todos los habitantes del continente” tal como rezaba la declaración oficial de la constituida Alpro, Guevara en su alocución no dejó de señalar el carácter político de la conferencia, contra toda idea de simple ayuda técnica o económica: “Tengo que decir que Cuba interpreta que ésta es una conferencia política, que Cuba no admite que se separe la economía de la política y que entiende que marchan constantemente juntas. Por eso no puede haber técnicos que hablen de técnica, cuando está de por medio el destino de los pueblos. Y voy a explicar, además, por qué esta conferencia es política; es política, porque todas las conferencias económicas son políticas; pero es además política porque está concebida contra Cuba, y está concebida contra el ejemplo que Cuba significa en todo el continente americano”, subrayó el Che. El ambicioso plan de modernizar a la región no fue efectivo. La Alianza con su política de ayuda, lo que lograba era endeudar cada vez más a los países latinoamericanos, y eso sumado a la inestabilidad política de la región, más el magnicidio de Kennedy, hizo que los Estados Unidos con el correr de los años, en lugar de la mentada ayuda económica, terminara diseñando un plan de ayuda militar contrainsurgente. Guevara en Punta del Este –de alguna forma– ya lo había advertido.
La reforma agraria en Chile. A través de la Carta Pastoral de Obispos de Chile: “El deber social y político”, de 1962, el sector eclesiástico del país trasandino expresaba ya su preocupación por la situación social del campesinado chileno. Acorde a las posiciones progresistas de la Conferencia Episcopal de América latina (Celam) e influenciados por el contexto institucional global de un progresismo que se expresaba en el Concilio Vaticano, con la encíclica Mater y Magistra de 1961 del papa Juan XXIII, la Iglesia chilena se pronunciaba por reformar las condiciones agrarias de ese país, e incluso dio el puntapié inicial de un esbozo de reforma agraria, que haría que posteriormente el gobierno de Jorge Alessandri promulgara la primera ley de reforma a través de la Ley 15.020 de 1962. Adelantándose a la promulgación de dicha normativa, los obispos progresistas encabezados por el cardenal Raúl Silva Henríquez decidieron entregar parte de los fundos que eran de su patrimonio a los campesinos que trabajaban en ellos. Este fenómeno abarcó sólo cinco fundos y benefició a 301 campesinos. Fue sin dudas un acto simbólico de importancia, que hizo que el presidente Alessandri se viera en la obligación de impulsar la reforma, con el apoyo de la recientemente conformada Alianza para el Progreso. Según expresara el experto chileno Sergio Gómez en su trabajo “Reforma Agraria y Desarrollo Rural en Chile”, las cifras sobre el impacto de la reforma agraria no tuvieron el mayor sentido, ya que menos de 1.000 beneficiarios fueron favorecidos antes del inicio de la reforma a comienzos de 1965. Pero al margen de esta cifra insignificante, señalaba Gómez, lo importante es que se había abierto un debate sobre el tema, que ganó legitimidad, y además se crearon la Corporación de la Reforma Agraria (Cora) y el Instituto de Desarrollo Agropecuario (Indap), que serían instituciones muy importantes para el desarrollo de la reforma. Según el mismo autor, para realizar el análisis de la década 1964-1973, época en la que se aplicó el proceso de reforma con intensidad, hubieron dos hechos que caracterizaron a este período: la masiva organización sindical de los asalariados agrícolas y su movilización y, la drástica y masiva reforma agraria. Estos procesos se iniciaron de hecho a comienzos del período y se plasmaron en textos legales en 1967 durante la presidencia de Eduardo Frei Montalva (1964-70). Las leyes 16.625 sobre sindicalización campesina y la 16.640 sobre la reforma agraria, complementada con una reforma constitucional sobre el derecho de propiedad, que permitió la expropiación de predios agrícolas con un sistema de pago diferido. Durante el mandato de Frei se expropiaron 1.408 predios, con 23,4 % de la tierra regada del país y 34,7% de la tierra de secano, y se benefició a 21.290 familias. Con la llegada del gobierno de Salvador Allende y la Unidad Popular (1970-73) se aceleró el proceso expropiatorio con la creciente movilización de las organizaciones campesinas. En menos de tres años se expropiaron 4.401 predios, con 35,3% de la tierra regada y gran parte de la tierra de secano, y se benefició a 39.869 familias. Si bien la estructura latifundista había tocado a su fin, con la llegada de la dictadura de Augusto Pinochet, se iniciaría un proceso de contrarreforma, represión y desmantelamiento de las organizaciones campesinas, que hicieron que los pequeños y medianos productores pasen a ser asalariados de nuevos grandes empresarios, que llevaron al campo la impronta del incipiente orden neoliberal. Con el retorno de la democracia veinte años después, la situación del campo en Chile, siguió privilegiando las grandes inversiones empresariales y los agronegocios en detrimento del campesinado. Esta situación aún hoy no se ha revertido. No lo hicieron ni los diferentes gobiernos de la Concertación, mucho menos el de Sebastián Piñera. Los agronegocios en Chile, fruto de la cada vez más frecuente relación con empresas de turismo, transporte, comunicaciones y servicios financieros, podrían fácilmente sobrepasar el 20% como contribución al PIB total, señalan expertos chilenos proclives a sostener el neoliberalismo en el país trasandino.
La reforma en Perú. A diferencia del proceso chileno, la impronta rural en el Perú estuvo mucho más signada por luchas campesinas de envergadura, y también bastante influenciada por lo que en los ’50 sucedía en Bolivia, con la reforma agraria iniciada en 1953. Según Fernando Eguren en su trabajo “Reforma Agraria y Desarrollo Rural en la región andina” las condiciones para la reforma en Perú fueron incubándose durante la década del ’50. Eguren resalta el nivel de conflictividad agraria en ese país, al igual que una creciente migración desde el campo hacia la ciudad. Este autor precisa que con respecto a las luchas campesinas, quizá el caso más notable y publicitado fue la rebelión protagonizada por los colonos de los valles de La Convención y Lares, en la selva alta del departamento del Cuzco, contra los gamonales (hacendados advenedizos), que culminó en la transformación de una sociedad semifeudal en otra mucho más moderna, capitalista y de ciudadanos, que es la que hoy existe, cuya columna vertebral está constituida por los pequeños agricultores comerciales, predominantemente cafetaleros. Pero no fue el único caso: las intensas y extensas movilizaciones campesinas y tomas de tierras de fines de la década de 1950 y comienzos de 1960, sin las que no pueden explicarse las reformas agrarias posteriores, no se orientaron solamente a acceder a las tierras de los latifundios, sino a liquidar los obstáculos económicos y sociales que impedían que al menos un sector importante de campesinos –los llamados convencionalmente ricos y medios– progresasen, pues la modernización y la ampliación de los mercados en el medio rural no eran posibles con terratenientes tradicionales y gamonales. Estos últimos no provenían del tiempo de la colonia sino que ya establecida la independencia de la corona española, fueron un sector que desplazaba mediante medios violentos a indígenas y campesinos de sus tierras, para apropiárselas. Durante la década del ’50 se producía en Perú una fuerte migración desde las zonas agrarias hacia las principales ciudades, fundamentalmente Lima, lo que hizo que los sectores urbanos más acomodados, temieran por la instalación de grandes asentamientos suburbanos. En Perú, a excepción de los grandes latifundistas, las diversas clases dominantes veían como una necesidad la aplicación de una reforma del agro. Tanto es así que ya en 1956 el gobierno derechista de Manuel Prado Ugarteche (Movimiento Democrático Peruano) se propuso conformar una comisión para implementar una reforma agraria. Pero fue recién en 1962 cuando la Junta Militar en el gobierno promulgó la primera ley al respecto, convalidando de ese modo las ocupaciones de tierras que ya habían sido realizadas por el movimiento campesino. La denominada Ley de Bases sólo legalizó las ocupaciones en los valles de La Convención y Lares, y no tuvo mayor incidencia que ésa. En 1963 se restableció transitoriamente la democracia, y asumió Fernando Belaúnde Terry como presidente. Belaúnde realizó campaña electoral prometiendo una nueva reforma rural profunda, pero la fuerza política a la que representaba (Acción Popular-Democracia Cristiana) siendo minoría parlamentaria, no pudo llevar adelante demasiados cambios, ya que la fuerza parlamentaria mayoritaria integrada por la Unión Nacional Odriísta y el APRA, respondía a los intereses de los terratenientes. En 1968 nuevamente se produciría un nuevo golpe de Estado, esta vez por parte de una fracción militar nacionalista encabezada por el general Juan Velasco Alvarado, y al próximo año se promulgaría la principal Reforma Agraria de ese país. “Hoy día el Gobierno Revolucionario ha promulgado la Ley de la Reforma Agraria, y al hacerlo ha entregado al país el más vital instrumento de su transformación y desarrollo. La historia marcará este 24 de Junio como el comienzo de un proceso irreversible que sentará las bases de una grandeza nacional auténtica, es decir, de una grandeza cimentada en la justicia social y en la participación real del pueblo en la riqueza y en el destino de la patria. Hoy, en el Día del Indio, día del campesino, el Gobierno Revolucionario le rinde el mejor de todos los tributos al entregar a la nación entera una ley que pondrá fin para siempre a un injusto ordenamiento social que ha mantenido en la pobreza y en la iniquidad a los que labran una tierra siempre ajena y siempre negada a millones de campesinos” expresaba Velasco Alvarado en junio del ’69 en el discurso de promulgación de la nueva ley. La misma no sólo consideraba expropiable a las haciendas tradicionales, sino a todo predio mayor de 150 ha (tierra de cultivo bajo riego o equivalente) y a predios menores que hubiesen incurrido en una serie amplia de causales. La ley fue respaldada por la decisión política del gobierno, y su ejecución facilitada por el poder de las armas, y por la inexistencia de instancias políticas y judiciales de control y la escasa capacidad de oposición de los partidos políticos y de las clases propietarias. Los complejos agroindustriales azucareros de la costa, cuyos propietarios eran llamados los “barones del azúcar”, fueron ocupados el mismo día que se promulgara la ley. Al igual que en la reforma agraria boliviana, se produciría un fuerte desplazamiento del sector latifundista, se incorporaría a la mayoría de los campesinos-indígenas como ciudadanos de pleno derecho, pero si bien las tierras pasaron a ser para el que las trabaja, no hubo un desarrollo tecnológico acorde, que posibilite transformar la estructura productiva integral del Perú. La reforma de la propiedad rural resulta imprescindible para resolver la principal contradicción del campo, pero para que sea efectiva en relación al desarrollo productivo de un país debe articularse correctamente con el modo productivo de la ciudad, es decir, con la industria.
Entre la vida y la muerte, los sin tierra del Brasil. El gigante suramericano es el quinto país del mundo en cuanto a extensión territorial, pero es el primero en cuanto a superficie apta para la agricultura. Hoy está próximo a ser la quinta economía mundial. Con poco más de 200 millones de habitantes, y a pesar de su extensión, es uno de los países con mayor densidad de población urbana. Sólo en la región metropolitana de São Paulo, vive el 10% de la población total. La migración desde las zonas rurales a las urbanas es muy pronunciada, y productora de gran exclusión, generando extensos cordones de pobreza alrededor de las grandes ciudades. Hace más de tres décadas emergía en ese país, uno de los movimientos sociales autónomos más poderosos del planeta, el Movimiento de los Trabajadores Rurales Sin Tierra (MST) que a lo largo de los años se fue convirtiendo en el principal cuestionador no sólo de la gran desigualdad social, sino también de la desigualdad existente entre el campo y la ciudad. El MST con sus luchas a lo largo de todos estos años ha logrado posesionarse de miles de latifundios, logrando asentar a casi 200 mil familias. Escribir sobe este movimiento llevaría mucho páginas. Si en estas líneas se aborda su existencia es principalmente por su rol paradigmático no sólo en Brasil, sino fundamentalmente en toda Latinoamérica. Incluso aunque la región alcanzase a posicionarse entre las primeras economías mundiales, de hecho Brasil ya se encuentra en ese podio, podrían seguir sin resolverse los principales problemas que afectan a las grandes mayorías populares. La experiencia de los sin tierra de Brasil sirve como emblema para esbozar una reflexión final y transitoria, tras las sucesivas entregas que Miradas al Sur vino desarrollando acerca de la cuestión agraria latinoamericana.
Si en Brasil (y en la región) un dato de la realidad que tiende a cristalizarse como tendencia objetiva, es el incremento sustantivo de grandes cordones de pobreza estructural, alrededor de sus grandes urbes, con todas las consecuencias sociales que ello apareja, el desafío del MST siempre fue a contramano de esa tendencia. Antes que padecer la más cruda exclusión y miseria en las grandes favelas urbanas como Cidade de Deus, y ser presa del subempleo precarizado, la violencia y las redes del crimen organizado, los sin tierra optaron por ocupar tierras en el campo, predios de latifundistas ociosos, y desarrollar allí una economía social, instalándose en comunidades agrarias en la cual hasta son capaces de ofrecerles salud y educación a sus hijos, realizando una experiencia de vida colectiva cercana a cualquier utopía.
El MST desde su creación en 1984, viene bregando por la reforma agraria en su país, pero no una reforma que favorezca a los campesinos solamente, una reforma que transforme a Brasil en una nación igualitaria. No son una oposición a los gobiernos de turno, son más bien una fuerza social que resiste con alternativas, a la más cruda inercia del sistema capitalista mundializado. El MST es tal vez la expresión organizada más significativa de la resistencia de los pueblos latinoamericanos contra la injusta estructura agraria heredada desde el tiempo de la colonia. Una voz que no habría que dejar de escuchar.

La riesgosa apuesta por el empleo Año 7. Edición número 311. Domingo 04 de Mayo de 2014 Por Julián Blejmar argentina@miradasalsur.com

El Gobierno sigue desarrollando medidas de intervención económica en favor del sostenimiento de la actividad y el empleo, desterrando las sospechas del denominado “giro ortodoxo”. Continúa latente, al mismo tiempo, el riesgo de desbordes inflacionarios. Mientras tanto, el Senado aprobó el proyecto de regularización del trabajo informal.
Aunque combinadas con políticas económicas heterodoxas, como el plan Progresar, con un presupuesto de 11.200 millones de pesos para este año, o el programa de control de precios Precios Cuidados sobre más de 300 productos, la implementación a comienzos de año de algunas medidas de corte conservador, como la devaluación y suba de tasas de interés, llevó a gran parte de la oposición política, económica y mediática a afirmar que la política económica progresista del Gobierno se había detenido para dar paso a un “giro ortodoxo”. Pero en la reducida semana que finalizó, el Gobierno volvió a demostrar que su apuesta sigue siendo por medidas heterodoxas de intervención pública. Una de ellas fue el plan Fondear de financiamiento para inversiones, el cual destinará más de 10 mil millones de pesos a proyectos productivos y de innovación tecnológica. A este medida de aumento del gasto público, le sumo otras dos que implican menores recaudaciones, como la resolución –por medio del Programa Federal de Desendeudamiento de las Provincias creado en 2010– de otorgar a 17 provincias una nueva prorroga hasta fines de junio por deudas de 1.789 millones al Estado Nacional, así como también de reintegrar 206 millones de pesos absorbidos por las retenciones a 10.000 productores de trigo.
Se tratan, en definitiva, de acciones de gasto público y menor recaudación destinadas a sostener los niveles de actividad y empleo, uno de los ejes centrales de la política económica que se ha desarrollado desde el 2003 a la actualidad. Y se suman a otras medidas tomadas o mantenidas este año, como el plan de viviendas Procrear, por medio del cual se están levantando 106.000 viviendas, o la entrega de aportes no reintegrables para 21 parques industriales por un total de 12,5 millones de pesos, así como una nueva línea de financiamiento del Fondo Nacional de Desarrollo para Micro, Pequeña y Mediana Empresa (FonaPyme) por 125 millones de pesos.
Por eso, pese a las demandas de gran parte de la oposición por llevar adelante un ajuste fiscal y monetario, desde el Gobierno se insiste en la necesidad de aumentar el gasto público para sostener una política económica anticíclica, con una industria afectada, en gran medida, por la abrupta baja de la demanda de automóviles por parte de Brasil, que en marzo redujo las compras a nuestro país en casi un 17% interanual. De hecho, esa situación externa fue la principal causa de que, de acuerdo al Estimador Mensual Industrial (EMI) del Indec, la industria automotriz se haya desplomado un 25% interanual, lo que llevó en gran medida a que la industria caiga en marzo un 6% comparada con igual mes del año pasado (y 3,1% en el primer trimestre), cumpliendo así el sexto mes de descenso consecutivo (0,6% en febrero, 3% en enero, 5,6% en diciembre, 4,9% en noviembre y 1,1 % en noviembre). También incidió, en todos los casos, la reducción de la demanda local y las dificultades para importar algunos insumos.
Así, el índice el Índice de Obreros Ocupados (IOO) en la industria manufacturera, que también mide el Indec, registró en el primer trimestre del año una reducción del 1,2% interanual y de 0,3% respecto al trimestre anterior. Sin embargo, de acuerdo al ministerio de Trabajo, este descenso tiene que ver con suspensiones y no despidos, ya que en base a su encuesta de Indicadores Laborales (EIL), este organismo sostuvo el pasado jueves que hasta marzo no había habido “incrementos en desvinculaciones ni en volúmenes de despidos de trabajadores”. De todas formas, el EIL sólo mide trabajos registrados, por lo que existen dudas en relación a los trabajadores informales, que representan el 34,5% del total. En este sentido, la media sanción que el Senado, con amplio apoyo opositor, le dio al proyecto para incentivar su registro puede ser un primer avance para restituir derechos y mediciones precisas, sobre los mismos.
Lo cierto es que aún resta saber cuál será el resultado de continuar apostando a una política keynesiana de aumento del gasto público y flexibilidad en la emisión monetaria para sostener los niveles de ocupación. La alternativa de llevar adelante un verdadero ajuste ortodoxo y de destrucción de empleos, parece estar descartada por el Gobierno, lo que implica, también, el riesgo de mayores subas inflacionarias, que terminarían impactando también en el nivel de actividad y empleo. Según diversos especialistas, como del Estudio Bein & Asoc., en abril la inflación será menor a la de marzo, con lo que se experimentaría la cuarta baja consecutiva desde que, a comienzos del año, se implemento el nuevo esquema de medición del Indec (IPC-NU), pero el riesgo de subas inflacionarias continúa siempre latente con políticas de expansión del gasto. Sería la revancha para gran parte de la oposición –que reclama mayores ajustes sobre la clase trabajadora–, luego de que sus menciones al “giro ortodoxo” hayan quedado desmentidas por la realidad.

Celofán de colores


En política y en economía es fundamental determinar las causas de los problemas que se presentan y atacarlos con las medidas justas para suprimir o aliviar sus efectos nocivos. Ignorar las verdaderas causas puede ser fatal: cuando en el siglo XIV se creyó que a la peste negra (1346-1350) la generaban la cólera divina, las brujas o los miasmas, y no las bacterias contagiadas por las pulgas que transportaban las ratas, los efectos fueron terribles. Se calcula que la cuarta parte de la población de Europa –25 millones de personas– murió en la epidemia (Encyclopaedia Britannica, “Plague”).
En la historia latinoamericana existen innumerables ejemplos de estas ignorancias y confusiones, que serían folklóricas si no fueran trágicas. Un caso extremo es el del presidente y teósofo general Maximiliano Hernández Martínez, dictador de El Salvador desde 1932 hasta 1944. Cuando ocurrió un brote epidémico de viruela en El Salvador, el presidente se negó a aplicar las medidas antiepidémicas normales y rechazó los tratamientos médicos y las ayudas ofrecidas. “Simplemente, mandó a forrar en papel celofán de colores los faroles del alumbrado público, aduciendo que los rayos de la luz, así matizados, bastarían para purificar el ambiente, matando a las bacterias de la peste.” (Roque Dalton, Las historias prohibidas de Pulgarcito, Siglo XXI Editores, México D.F., pág. 126). Como era obvio, la mortalidad fue muy elevada.
Es notorio que cuando se ignoran o equivocan las relaciones de causalidad, en lugar de resolverse el problema se lo agrava. Pero aterricemos en la Argentina: veamos qué faroles se cubrieron con papel celofán y quiénes lo hicieron. La lista es larga y aumenta cada vez más. En general es una especialidad del arco opositor y están inspiradas por tres propósitos: juntar votos, conseguir financiamientos y perjudicar al gobierno; están ausentes el bienestar de los 40 millones de argentinos y la soberanía nacional.
Se determina lo que habría que hacer (según ellos), pero se ignoran los medios; se enuncian los qué, pero se omiten los cómo; además, existe una disociación entre la teoría y la realidad. Es lógico, porque se trata de una operación de marketing, no de solución de problemas. La amplitud del tema impide considerarlo en su totalidad en un artículo. Por eso citaremos sólo dos casos: primero, cuando la doctrina que se invoca y aplica persigue fines opuestos a los que se proclaman; y segundo, cuando generan o agravan el problema que se encara.
Doctrina equivocada: la “teoría del derrame”. El caso típico consiste en la utilización de instrumentos o políticas que, lejos de mejorar la situación, la empeoran. Es el caso de la distribución del ingreso que propone el neoliberalismo para los países subdesarrollados, que debería regirse por la “teoría del derrame”. Como en esos países abunda la mano de obra y escasea el capital, esa distribución debería pagar salarios bajos y una elevada rentabilidad del capital.
Aun si esta distribución determinada por el mercado pudiera parecer adversa a los trabajadores –continúan los neoliberales–, hay que resistir las posturas “distribucionistas” que perturbarían el funcionamiento de la economía, la inversión y en definitiva el crecimiento. Los trabajadores deben aceptar sus remuneraciones bajas, para que de este modo los empresarios y rentistas aumenten sus ganancias, y en seguida sus ahorros, que finalmente serán invertidos para aumentar el producto, el empleo y la productividad en la economía. Recién entonces existirá la posibilidad de ingresos superiores para todos. Una vez llenado el vaso, “derramará” a los de abajo.
Esta política ha sido inmoral e ineficiente. Primero, justifica la concentración de la riqueza y la exclusión social; y segundo, deprime la actividad económica al excluir de una demanda razonable a la mayoría de la población. Es también equivocada desde el punto de vista teórico, ya que como mostró Keynes el ahorro no es la precondición para la inversión (¿para qué sirve el crédito si no?). En la realidad, las empresas invierten si prevén que podrán aumentar sus ventas, y eso no ocurre si se recorta la demanda con medidas contractivas y concentrando el ingreso. En tal caso, la mayor parte de las ganancias empresarias o rentísticas no se invierte sino que se deriva a gastos suntuarios o a evasión de capitales. Tal fue el origen de los activos externos del sector privado no financiero de Argentina, que se empezaron a acumular sobre todo a partir de 1976, y que llegaron a 202.000 millones de dólares en 2013.
La “teoría del derrame” fue uno de los axiomas de la era neoliberal; pero la experiencia ha demostrado su falacia. Por eso hoy sólo es aceptada por los neoliberales ortodoxos y ya ha perdido su influencia. En ese sentido es esencial la refutación realizada por el papa Francisco en su Exhortación apostólica Evangelii Gaudium: “Algunos todavía defienden las teorías del ‘derrame’, que suponen que todo crecimiento económico, favorecido por la libertad de mercado, logra provocar por sí mismo mayor equidad e inclusión social en el mundo. Esta opinión, que jamás ha sido confirmada por los hechos, expresa una confianza burda e ingenua en la bondad de quienes detentan el poder económico y en los mecanismos sacralizados del sistema económico imperante. Mientras tanto, los excluidos siguen esperando. Para poder sostener un estilo de vida que excluye a otros, o para poder entusiasmarse con ese ideal egoísta, se ha desarrollado una globalización de la indiferencia” (párrafo 54).
Este es un claro ejemplo de contradicción entre las causas y los presuntos efectos de una política económica que aún se pretende repetir.
Medidas que generan o agravan problemas: las metas de inflación. El segundo caso es el de las medidas que agravan los mismos conflictos que supuestamente quieren resolver. Un ejemplo típico es la implantación de las metas de inflación, que figura en la actual propuesta del Frente Renovador (www.frente renovador.org.ar/propuestas). La primera función del Consejo de Inversión y Desarrollo Nacional que se crearía sería ”establecer anualmente un rango para la tasa de crecimiento y la tasa de inflación como objetivo bianual”. En sí no está mal tener como meta una tasa de inflación moderada; el problema surge cuando esa “meta de inflación” se coloca por encima de los objetivos de pleno empleo y crecimiento, y los instrumentos para lograrla son recesivos y regresivos. En esencia, la aplicación de las “metas de inflación” consiste en que si los precios suben por encima de la meta fijada, se elevan las tasas de interés, se enfría la demanda interna, se aprecia la moneda, aumenta el desempleo y disminuyen los salarios reales, las jubilaciones y el gasto público; entonces caerían los precios (de paso se favorece a la especulación financiera). Algunos gurúes económicos calculan en cada caso la tasa de desocupación necesaria para que no haya inflación. El celofán de colores es vistoso, pero la lámpara sólo iluminaría la crisis.
Frente a la posición neoliberal está el modelo de desarrollo con inclusión social, que afirma que una inflación baja no es el único objetivo económico, ni el principal: hay que controlar la inflación, pero lo esencial son el empleo, el crecimiento, la distribución del ingreso y la reindustrialización. La inflación debe ser ubicada en su justo lugar y dimensión: no es el eje de una política, sino un obstáculo que debe ser controlado y disuelto. Y los instrumentos para hacerlo deben ser consistentes con el desarrollo económico y social: es preciso regular el aumento de la demanda, pero en vez de bajar la oferta, hay que aumentarla, y hay que aumentar también la competencia para que los oligopolios no puedan fijar los precios a su antojo.
No confundir las causas ni ignorar los efectos. Las conclusiones son claras: cuando se equivocan las causas, las medidas que se adoptan son erróneas; y los efectos no pueden ignorarse ni evitarse. La oposición es proclive a equivocarse por varias razones: primero, no tiene una teoría general (no sabe adónde va); al no entender los mecanismos de la economía no ha aprendido de los fracasos económicos del neoliberalismo y tiende a repetirlos; se guía por las encuestas locales y por los manuales electorales norteamericanos; segundo, confunde lo fundamental con lo accesorio; y tercero, privilegia las formas sobre el fondo de las cuestiones. En esas condiciones, lo más probable es que quiera tapar los faroles con celofán de colores.

Cristina, Germán y la vieja SIAM OPINION

Alguna vez Bertolt Brecht nos regaló esta frase inmensamente humana:
“Me parezco al que llevaba el ladrillo consigo para mostrar al mundo cómo era su casa”.
Quizás llegó la hora de llevar colgada al cuello la foto de una heladera SIAM para mostrar al mundo cómo es el país que estamos construyendo.
Cristina, la presidenta de los argentinos, viene de inaugurar la reapertura de la histórica fábrica de estas heladeras que fueron una marca en el orillo de la nación que fuimos y la que seremos definitivamente, si así nos proponemos.
No es un dato menor. Así como decimos que nosotros somos aquellos que pudimos transformar nuestros viejos dolores y ausencias en un proyecto de vida esperanzador, diremos también que la Argentina convierte el frío que nos tiran desde afuera y desde adentro, en abrigos, en viviendas, calefacción y hornos para calentar el pan de cada día y dar cobijo a cada vez más compatriotas. Y con el frio que resta, hacemos heladeras tan fuertes y eternas como la blanca SIAM que heredamos de la abuela.
Que los necios y cobardes sigan batiendo los tambores de la guerra; este pueblo que somos seguirá cantando y cuidando sus victorias.
Hablando de estas mismas cosas, el 18 de mayo de 1990 Germán Abdala brindó una charla en la sede de ATE en la ciudad de Posadas, provincia de Misiones, que hoy es útil y necesario volver a repasarla.
Corrían años de traición y neoliberalismo. El menemismo promocionaba la modernidad como sustrato y fundamento del olvido. Aquí pasaba lo que hoy está pasando en Europa. Empezábamos a ser reconocidos como “el mejor alumno del FMI”. La desmemoria era funcional al papel que el capitalismo salvaje le tenía reservado a la Argentina. Hablar de Estado de bienestar, entonces, era como evocar la época de los dinosaurios. Lo moderno era hablar de “tecnología de punta” para ocultar los niveles de desnutrición infantil y los ferrocarriles y los puertos y las fábricas que cerraban.
Y la voz de Germán era un faro para muchos de nosotros. En un momento de aquel discurso, dijo Germán, con esa picardía y talento de muchacho peronista que lo distinguía:
“¿Qué es la tecnología adecuada? Es lo que significó el peronismo en los años 45… A este hecho de que “los males de este país los tiene el peronismo” yo digo que sí, los tiene el peronismo, ¿saben por qué? Porque inventó la heladera, la SIAM, porque cuando se empezó a hacer y vender más la SIAM, que era un cajón, un armatoste, a querosén al principio, cuadrada, fea, pero los trabajadores que tuvimos acceso a esa heladera empezamos a comprender que la manteca duraba más tiempo, que la leche se conservaba más, que había que llenarla, que podríamos comer otro tipo de cosas, entonces ahí vienen los problemas, entonces ahí nosotros decimos no queremos la tecnología computarizada que nos dice en qué momento tiene el frío justo o para qué queremos el horno microondas, lo que queremos es tener una cocina que funcione con gas y que pueda hacer todas las cosas, que funcione, no lo de punta, lo lujoso, lo suntuoso, sino lo adecuado. Entonces lo que discutíamos con ellos era esto, lamentablemente ni ellos entendieron, ni nosotros pudimos implementar lo nuestro.”
El fragmento que siguió es ilustrativo del país de dónde venimos.
Búsquenlo y después me cuentan.
Una semana atrás, 20 mil militantes del movimiento nacional, popular y democrático se reunieron para debatir la marcha de las cosas cotidianas y el estado de salud del proyecto de país que lidera y conduce Cristina Fernández de Kirchner.
Si a la recuperación de YPF, de los ferrocarriles y de la heladera SIAM le sumamos este hecho político, permítannos afirmar que de este país ya no se vuelve fácilmente.
Es como para escribir un poema renacentista de nuevo cuño que podríamos titular: “20 mil almas y ningún choripán”.
Se discutió y debatió sobre Trabajo y producción; Educación, ciencia y tecnología; Gestión, desarrollo local y federalismo; Urbanización y vivienda; Comunicación y batalla cultural; Pensamiento nacional; Recursos estratégicos y recuperación del Estado; Política económica; Justicia, Seguridad y Derechos Humanos; Patria Grande y política internacional y Políticas de inclusión social.
20 mil militantes y no hablaron de candidaturas. Hablaron de proyecto de país. Hablaron de futuro.
“¡No te puedo creer!” diría el escéptico que no fue.
Habrá que difundir y replicar este hecho en cada rincón donde haya patria. Y donde no la haya, mucho más, para contagiar.
Pongamos en valor histórico este plenario de la militancia. Y hagámoslo desde la acidez de un supuesto contrafáctico: ¿qué hubiese pasado si en lugar de 20 mil hubiesen llegado hasta La Matanza ese día sólo 2 mil militantes?
¿Y qué hubiésemos dicho si el debate se hubiese teñido por la discordia, la crispación, la crítica interna feroz, las internas de grupos, la lucha sin cuartel entre candidatos?
¿O qué hubiésemos pensado si para evitar esto último se optaba por no hablar, no debatir, no brindar un mensaje como el que brindó Carlos Zannini sino apenas leer un documento presuntamente “consensuado”, como lo hace la oposición cuando se rejunta en un teatro o en una calle cualquiera?
Esa militancia kirchnerista es lo único nuevo que existe, dijo Zannini.
¿Y saben por qué? Porque es la única que expresa con la idea y con la acción la unidad latente y viviente en las bases de la sociedad.
La militancia nacional y popular estuvo fragmentada cuando la sociedad lo estuvo.
Este acople con la realidad estructural de la Argentina es lo que hace crecer a esa militancia. Y al revés: el desacople opositor con la realidad real lo torna gris, pesimista, fragmentado, desesperanzado y presa fácil de la agenda de los poderosos financieros y mediáticos.
En el 2015 el proyecto nacional revalidará sus mejores títulos. No es una expresión de deseos. Solamente. Es lo que demuestra la piel de la sociedad.
El pueblo y su militancia están. El Estado está. La historia está. El amor está. El proyecto político está. El liderazgo está.
Eso sí: hagámonos cargo de tanta alegría.

sábado, 3 de mayo de 2014

CONTRATAPA Gellhorn Por Sandra Russo

El 17 de julio de 1937, la revista norteamericana Collier’s publicó el primer artículo de “la srta. Martha Gellhorn”, en el que ella describe a Madrid como una ciudad bombardeada en la que sin embargo sus habitantes hacían lo imposible por mantener la calma y las rutinas. Con cada bramido de un obús, la gente quedaba paralizada debajo de los portones de los edificios y las casas. Cuando el sonido se apagaba y quedaba la polvareda, cada quien seguía su camino. Gellhorn relata haber visto a dos mujeres jóvenes probándose sandalias delante de un espejo en una zapatería rodeada de humo y paredes agujereadas. Gellhorn cuenta en su crónica que en la Plaza Mayor, una de esas tardes, el bombardeo era tan feroz que el gemido de un obús no había terminado cuando estallaba el otro. De pronto vio salir del humo a una mujer anciana que llevaba de la mano a un niño. Una esquirla de obús le dio al niño de lleno en la garganta. “La anciana se queda inmóvil, sosteniendo de la mano al niño muerto, mirándolo estúpidamente, sin decir nada, y los hombres corren hacia ella para ayudarla a cargar al niño. A su izquierda, en un lateral de la plaza, hay un enorme cartel que dice ‘Salgan de Madrid’.”
Cuando llegó a España, conectada con la Brigada Abraham Lincoln y a instancias de John Dos Passos, que estaba filmando un documental, Gellhorn tenía veintiocho años y, en su haber, un fuerte trabajo de campo que había hecho junto a la fotógrafa Dorothea Lange y una decena de fotógrafos y cronistas que el gobierno de Roosevelt había enviado a las zonas de extrema pobreza dentro del territorio norteamericano, para documentar las zonas de desastre de la Gran Depresión. Gellhorn, hija de una sufragista y de un ginecólogo, había decidido dejar sin terminar el colegio secundario para irse a París con 75 dólares a probar suerte como redactora. Consiguió colaborar en Vogue, y después había regresado y había conocido de primera mano la devastación de la crisis económica sobre la población vulnerable.
Gellhorn no se dedicaba al periodismo ni había llegado a España contratada por nadie. Pero “a instancias de un amigo periodista” –que era Ernest Hemingway, de quien Gellhorn fue su tercera esposa– decidió escribir una crónica y mandarla a la revista Collier’s, que en ese entonces vendía casi tres millones de ejemplares. Fue publicada inmediatamente. Aunque en 1940 se casó con Hemingway y vivió con él en la finca Vigía de La Habana, nunca se le pasó por la cabeza abandonar las coberturas. Lo dejó a él cazando tiburones para ir a cubrir la invasión rusa en Finlandia, estuvo en el Desembarco en Normandía –donde llegó como camillera, porque el ejército norteamericano había prohibido la presencia de corresponsales mujeres–, cubrió la revolución china, fue de los primeros cronistas internacionales en llegar y ver el horror del campo de concentración de Dahau, estuvo en la creación del Estado de Israel, escribió furiosas crónicas contra la intervención militar norteamericana en Vietnam, estuvo en los juicios de Nuremberg, cubrió las guerras centroamericanas de El Salvador y Nicaragua, estuvo en el canal de Panamá cuando Estados Unidos lo invadió y su último trabajo de campo fue en Brasil, cuando tenía 88 años, cubriendo la aparición de los escuadrones de la muerte.
Hace dos años, cuando HBO puso en el aire una producción propia dirigida por Philip Kaufman –Hermingway & Gellhorn–, interpetada por Clive Owen y Nicole Kidman, el nombre de una de las corresponsales de guerra más brillantes del siglo XX volvió a sonar, pero Gellhorn hubiese detestado la idea. Hemingway había resultado un marido violento que nunca pudo aceptar que su mujer prefiriera seguir con su trabajo, y que no hubiera tomado su status de “mujer de” como consagración. Le había dedicado a ella, nada menos, que Por quién doblan las campanas. La separación fue en malos términos. Gellhorn se negó, a partir de entonces, a volver a pronunciar su nombre. Agregó alguna vez: “No quiero ser un pie de página en la vida de otro”.
Con motivo de ese revival sobre su nombre, la profesora de periodismo de la Universidad de Nueva York, Susie Linfield, hizo un excelente trabajo sobre esa “marca registrada” que fue Gellhorn, una firma asociada en las escuelas de periodismo norteamericano con el compromiso y la toma de partido. “Detrás del alambre de púas y la reja, electrificada, los esqueletos se sientan al sol y se buscan los piojos”, había escrito Gellhorn desde Dahau. Dijo luego que nunca pudo superar dos cosas de las tantas desgracias que había visto en su larga vida: la derrota de los republicanos en España, y Dahau. Tomó nota sobre el horror del alemán medio que descubría hasta qué punto su indiferencia había contribuido a la masacre: “Yo escondí a un judío seis semanas, yo escondí a un judío ocho semanas, él escondió a un judío, todo cristo escondió judíos”, escribió. La profesora Linfield advierte e interpela ese tono y ese registro comprometidos –Robert Capa, fundador de la agencia Magnum, amigo íntimo de Hemingway y Gellhorn, padrino del casamiento de ambos, dejó una frase que testimonia no sólo el espíritu de esa generación de reporteros sino el tipo de conflictos que cubrieron y que ya se estaban extinguiendo: “En una guerra, tenés que amar y odiar a alguien, tenés que tener una posición o no podés tolerar lo que ocurre”.
Hoy, el escenario de conflictos bélicos ha cambiado radicalmente, como las coberturas de guerra. La de los Balcanes fue la última guerra al estilo del siglo XX. En el artículo de Linfield, John Burns, que cubrió guerras durante cuarenta años para The New York Times, dice: “Podría decir, de mi cobertura, que había un agresor principal, los serbios, y una víctima principal, los musulmanes bosnios. Cualquier intento de igualar lo que no era igual hubiera sido equivocado. Una vez que uno reporta los hechos, hay una obligación de extraer de esos hechos algún tipo de conclusión. Yo no soy un mecanógrafo”. Por su parte, Jon Lee Anderson, corresponsal de The New Yorker, parte de una frase de Gellhorn, la que dice que “lo que era nuevo y profético en la guerra de España era la vida de los civiles, que se quedaron en casa y a los que les trajeron la guerra”. Anderson indica que esa idea, la de los civiles “a los que les trajeron la guerra”, “muestra una auténtica claridad por parte de Gellhorn, porque no podría haber una mejor síntesis de la trayectoria de los conflictos armados en el siglo XX”. De guerras con bandos ideológicos, con “causas”, como escribía Gellhorn tanto en España como en China, Israel o Finlandia, el mundo le reservó a Africa en las últimas décadas el escenario barato y de vidas completamente anónimas que mantienen vivo el mercado de armas. Pero allí no se lucha por ideas. Mary Kaldor, politóloga de la London School of Economics, ha escrito que esas nuevas guerras “reemplazan la política de las ideas por la política de la identidad”. Así, en esos escenarios reservados a la violencia, las guerras son tribales, imprecisas, sin desarrollo, sin reglas. El teórico John Keane las denomina “guerras inciviles” precisamente porque a diferencia de viejos conflictos nacionales, lo primero que se niega en ellas es el status de ciudadano: en esas guerras no hay civiles, sólo hay carne de cañón. Christina Lamb, actual jefa en Washington de la oficina del Sunday Times, fue corresponsal de guerra en las últimas dos décadas. “Sé de armas –dice–, pero me lo he pasado no cubriendo batallas, sino cubriendo la vida cotidiana de los civiles, sobre todo de las mujeres.” Kim Barker, ex jefe del Chicago Tribune en Asia, agrega: “No voy al frente y cubro el bang bang. La parte más interesante para mí no es cómo muere la gente en las guerras, sino cómo vive”.
Más allá de coincidir en el “espíritu profético” de la crónica periodística de guerra de Gellhorn, los actuales corresponsales, a la luz del cambio de los conflictos armados, coinciden en que el surgimiento de guerrillas tribales sanguinarias en el Africa meridional ubica tanto a los protagonistas como a los periodistas en un estado general de confusión, que al mismo tiempo realimenta la violencia, porque no hay causas –ni Causas– sino sólo consecuencias. Elizabeth Rubin, reportera en Sierra Leona, Chechenia, Sudán e Irak, indica que “ya no se trata de alinearse con los partisanos contra los imperialistas. El paisaje de la guerra ahora es mucho más complejo”. Jeffrey Gettleman, ganador del Pulitzer por su cobertura sobre el Africa subsahariana, indica: “Ya no ves batallas ideológicas. Es una violencia indiscriminada, predatoria. Se pone un rifle de asalto entre las piernas de una mujer y se aprieta el gatillo. ¿Cuál es el valor estratégico de eso? Esos grupos no tienen interés en difundir ideas o en ganar apoyo. Ya no hacen cosas como ésas”. Anderson, finalmente, dice: “Gellhorn tomaba partido de un modo que yo no puedo. Tiene que ver con su generación. Si yo hubiera estado cubriendo España en los ’30, yo también hubiera tomado partido. Pero eso me ha sido negado. Crecí en una época más complicada”.

viernes, 2 de mayo de 2014

John Lennon and George Harrison in 1971 recording Oh My Love 1

SOCIEDAD • Viernes 02 de Mayo de 2014 | 08:35 El Equipo de Antropología identificó a tres embarazadas desaparecidas

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El Equipo Argentino de Antropología Forense (EAAF) logró identificar en los últimos años a tres mujeres embarazadas que permanecían desaparecidas desde la última dictadura. Se trata de Mónica Edith De Olaso, Alicia Beatriz Tierra y Laura Gladys Romero, quienes fueron asesinadas antes de dar a luz. Abuelas de Plaza de Mayo manifestó su dolor por la noticia pero destacó poder "conocer la verdad sobre lo ocurrido".
"Hoy sabemos cuál fue el destino final de Mónica, Alicia y Laura, y con dolor cerramos la búsqueda de tres nietos, no porque hayamos restituido su identidad, sino porque sus madres fueron asesinadas embarazadas. Con esta información el número de casos resueltos por la institución asciende a 113", señalaron las Abuelas en un comunicado difundido el miércoles.
El EAAF logró identificar a las tres mujeres que fueron asesinadas mientras estaban embarazadas. Si bien son casos resueltos en 2012 y 2013, los resultados recién se hicieron públicos esta semana.
Los restos de Mónica Edith De Olaso fueron encontrados juntos a los de su pareja, Alejandro Ford, en el cementerio de Ezpeleta, en Quilmes, y se pudo confirmar que la joven fue asesinada el 24 de junio de 1977, a poco de cumplir 19 años y con su embarazo en el tercer mes. Mónica y Alejandro militaban en el Partido Socialista de los Trabajadores (PST) en La Plata. El 11 de mayo de 1977 ambos fueron secuestrados y llevados a La Cacha. Mónica fue también vista en la Comisaría 5° de La Plata y en el Penal de Olmos, donde fue vista por última vez. 
"Hoy sabemos cuál fue el destino final de Mónica, Alicia y Laura, y con dolor cerramos la búsqueda de tres nietos, no porque hayamos restituido su identidad, sino porque sus madres fueron asesinadas embarazadas".
Alicia Tierra era santafecina y era conocida como "Lali". Estudiaba Humanidades y militaba en la Juventud Universitaria Peronista (JUP) y en Montoneros. Con 23 años y seis meses de embarazo, el 31 de diciembre de 1976 fue secuestrada en su casa en Rosario y fue luego llevada al Servicio de Información de la Jefatura de Policía de Rosario junto a su pareja. En 2012, el EAAF logró identificarla en el Cementerio de la Piedad de esa ciudad y determinó que fue asesinada el 28 de enero de 1977.
Laura Romero era de Jujuy, y militaba en el PRT-ERP junto a su compañero Luis Guillermo Vega Ceballos. La pareja fue secuestrada el 9 de abril de 1976 en el barrio de La Boca, Capital Federal, cuando Laura cursaba su cuarto mes de embarazo. Ambos fueron víctimas de los vuelos de la muerte: sus cuerpos aparecieron en la costa uruguaya, en la Laguna de Rocha, y fueron enterrados como NN. Recién lograron ser identificados 36 años después, a fines de 2012. "La noticia confirma, una vez más, la virulencia con que los represores se ensañaron con nuestros hijos. Los secuestraron, torturaron, a algunas mujeres las dejaron con vida hasta el momento de dar a luz, para luego robarles sus bebés; a otras las acribillaron aún con su hijo en el vientre", sostuvieron desde Abuelas. 

Carlotto y el legajo de Laura
Alumnos de la Escuela Nacional Normal Superior 1 “Mary O Graham” de La Plata entregaron el legajo de Laura Carlotto a su madre y titular de Abuelas de Plaza de Mayo, Estela de Carlotto, en el marco de una “Jornada de Educación y Derechos Humanos”, que se realizó en esa institución. Se trata de una carpeta del año 1968 que incluye planillas de inscripción, algunas calificaciones y constancias solicitadas por Laura para presentar en la Facultad de Humanidades de La Plata. También recibió un cuadernillo que el Ministerio de Educación distribuyó durante la la dictadura en todas las escuelas, titulado Subversión en el ámbito educativo. Conozcamos a nuestro enemigo.