sábado, 11 de enero de 2014

Hacia una nueva regulación de la electricidad en democracia

En materia de electricidad, la perversidad de los medios del atraso y la exclusión –sumada a la proveniente del macrismo y sus socios– constituye una nueva afrenta a la seguridad jurídica popular. Tergiversación, omisión deliberada e hipocresía permanentes al servicio de mostrar al gobierno nacional y al Estado como enemigos de la ciudadanía. Aquí la tradicional e histórica zoncera y sus derivaciones: Estado elefantiásico, Estado ineficiente, Estado mal administrador, etcétera. Visto que los argentinos somos congénitamente ineptos, la única solución posible: achicar al Estado (que es agrandar la Nación, claro) a través de la privatización y, en lo posible, desnacionalizando (lo extranjero resulta siempre mejor que lo nacional, por más privado que sea). Pero como no hay nada más por privatizar en distribución eléctrica, no queda otra salida que el incremento masivo de tarifas. Ahora bien, ¿qué indica la realidad, por otro lado, inocultable ya por el macrismo y sus medios cómplices? Los barrios que más emprendimientos inmobiliarios recibieron son los más afectados por los cortes. Y no cualquier emprendimiento inmobiliario, sino y en su mayoría aquellos con imponentes requerimientos eléctricos. A deshilvanar la madeja. Nicolás Caputo, accionista de Edesur e íntimo amigo de Macri, es uno de los principales empresarios de la construcción. Pero Caputo es además accionista clave de la firma Mirgor, líder en venta de aires acondicionados en el país. Y como si esto fuera poco, otro accionista de Mirgor es a su vez presidente de una firma controlada por Newsan, otra de las compañías líderes en comercialización de aires en la Argentina. Entonces el engendro y la afrenta a la población queda sintetizada así: la administración Macri otorga los permisos de obra a Caputo, accionista de Edesur, quien construye edificios y vende aires a más no poder, pues tanto Edenor como Edesur confirmaron previamente que habrá electricidad para todos y todas. ¡Y todavía hay que leer en la página 12 del último "Memoria y Balance General" de Edesur (apartado "Carta del Presidente a los accionistas"), a dicha empresa quejarse en estos términos: "El mayor incremento de potencia está originado en una concentración de demanda simultánea, relacionada con la utilización masiva de equipos de aire acondicionado en períodos de tiempo reducidos, y con un régimen tarifario que no considera aún estas nuevas formas de consumo". Si el régimen tarifario no considera estas formas de consumo, primero, ¿cómo se explica que Edesur siga habilitando el mayor consumo eléctrico de miles de nuevos planos de obras en la ciudad? ¿No hace estudios de factibilidad? Segundo, si la utilización masiva de aires es también causa del incremento de potencia al que no pueden responder, ¿por qué los sigue vendiendo (indirectamente a través de Mirgor y de ésta con Newsan)? Pero infelizmente para la ciudadanía, la perversidad no termina aquí. Del otro lado de la General Paz, otro intendente de apellido Macri avanza en igual dirección que su primo. En efecto, Jorge Macri habilitó la mega obra del edificio del diario La Nación, en Vicente López, encargada a Ribera Desarrollos, a la sazón propiedad del hermano de Francisco De Narváez. Frente a las quejas de los vecinos, el Enre nunca autorizó la instalación y Edenor no construyó la subestación que el emprendimiento exigía conforme los planos de obra. El diario de los Mitre se llama a silencio, cuando en años anteriores puso el grito en el cielo por el "Vial Costero" del ex intendente Enrique García. Al igual que su primo Mauricio, Jorge –que ya sumó a Caputo para sendas torres en Vicente López– también viola la seguridad jurídica popular. Las empresas Edenor y Edesur, cómplices de la injuria. Y los vecinos, con cortes de luz. En suma y parafraseando al Ministro de Planificación, es hora de capitalizar las multimillonarias inversiones públicas realizadas en la última década en el sector energético nacional (78% de un total de 92,5 millones de pesos), inversiones que han reducido enormemente la nefasta herencia neoliberal. Lo sucedido con las distribuidoras, así como el aquí relatado "urbanismo reaccionario" y una burguesía "energética" incompetente y antagónica con la expansión del mercado interno, la reindustrialización y la justicia social ponen de relieve la urgente necesidad de elaborar y ejecutar un nuevo marco regulatorio eléctrico de la democracia. Infonews

EL REPRESOR DE AUTOMOTORES ORLETTI CESAR “PINO” ENCISO

En noviembre fue extraditado desde Brasil, donde se había escapado a fines de la década del ’80. Sólo podrá ser juzgado por cuatro casos de desapariciones. El ex agente de inteligencia César Alejandro Enciso, alias “Pino”, era yerno del general Otto Carlos Paladino, jefe de la SIDE durante el terrorismo de Estado. Trabajó con su suegro en el centro clandestino que tenía a su cargo: Automotores Orletti, donde secuestró y torturó junto con otros agentes de inteligencia, de la Triple A y del ejército uruguayo. Enciso fue extraditado en noviembre desde Brasil y ahora fue procesado por el juez federal Daniel Rafecas. El ex agente fue requerido para juzgarlo por la privación ilegal de la libertad y tormentos a unas 40 víctimas, delitos calificados como de lesa humanidad y, por lo tanto, imprescriptibles. Pero como Brasil no reconoce este principio que rige en materia internacional, sólo permitió el juzgamiento de Enciso por los secuestros de cuatro de esas víctimas que permanecen desaparecidas y se considera que el delito se sigue cometiendo. Se trata de Gerardo Francisco Gatti, Julio César Rodríguez, Manuela Santucho y Cristina Navajas, quienes fueron vistos con vida en el centro clandestino de detención de Automotores Orletti. Manuela Santucho y Nélida Navajas –mujer de Julio Santucho– fueron secuestradas el 13 de julio de 1976 en un departamento de la calle Warnes, en la ciudad de Buenos Aires. Navajas estaba embarazada. Ambas fueron llevadas a Orletti, donde las torturaron. Unos días después, Manuela fue obligada a leer la noticia del asesinato de su hermano Mario Roberto, líder del PRT-ERP, y escuchar cómo torturaban hasta la muerte a otro de sus hermanos, Carlos. Gerardo Gatti era un conocido dirigente sindical uruguayo que fue secuestrado en Buenos Aires y llevado a Orletti. Julio César Rodríguez también era uruguayo. Enciso, que actualmente está detenido en Marcos Paz, vivió desde fines de los ’80 en Brasil con una identidad falsa. Además de Rafecas, la Justicia italiana quería juzgarlo por los crímenes cometidos en Orletti, pero Brasil sólo admitió que viniera a la Argentina y redujo su acusación a cuatro casos. Pino intentó evitar su extradición pidiendo que se lo considerara “refugiado”, pero su reclamo no prosperó. Orletti era base de operaciones del Plan Cóndor, la colaboración represiva entre dictaduras del Cono Sur, y funcionó en el barrio porteño de Floresta entre mayo y noviembre de 1976 bajo dependencia de la SIDE y el liderazgo de Aníbal Gordon. Los sobrevivientes relataron que las víctimas generalmente estaban en la planta inferior o garaje, donde los mantenían tabicados y atados. Allí se escuchaban gritos de la planta superior, donde funcionaba el cuarto de tortura. Uno de los métodos crueles utilizados por los represores del centro regenteado por la SIDE consistía en que los secuestrados eran esposados y colgados de un gancho hasta que los pies quedaban a unos 20 o 30 centímetros del piso y en ese estado se les aplicaba electricidad en el cuerpo. Algunas de las víctimas de Orletti fueron halladas en tambores de cemento. Al procesar a varios represores de ese centro, Rafecas señaló al respecto: “El proceso de la deshumanización, que comenzaba con la captura y continuaba en el campo de detención y tortura, tuvo en estos casos un final que difícilmente pueda ser superado desde la perspectiva de la eliminación de todo vestigio de condición humana para con los cautivos: hay que caer en la cuenta de que personas con las que compartimos una misma cultura, una misma civilización, ejecutaron de un disparo en la cabeza a hombres y mujeres que estaban a su merced; luego se procuraron tambores, arena y cemento; luego, no sin esfuerzo, y seguramente de propia mano, colocaron los cadáveres en los tambores, los rellenaron, los sellaron, llevaron con sus brazos la carga de restos humanos hasta los camiones y finalmente arrojaron los tambores al río”. Por esos hechos ya fueron condenados, entre otros, Eduardo Cabanillas, Eduardo Ruffo y Raúl Guglielminetti. 11/01/14 Página|12

Egipto y la Hermandad Musulmana

De pronto para muchos un movimiento islamista de corte fundamentalista y retrógrado se ha convertido en el niño mimado de los demócratas formales. ¿Qué rara alquimia consiente este juego? Visión 7 Internacional es un muy meritorio programa de la televisión pública, excelentemente conducido por Pedro Brieger, quien conoce bien el escenario global y posee las herramientas intelectuales que son necesarias para aproximarse a ese mapa tan complejo y contradictorio. Como 6 7 8 representa la irrupción en el panorama mediático argentino de un estilo inconvencional, analítico y moderno. Esto no implica que estos programas sean perfectos ni que a menudo no merezcan a su vez un análisis que, sin dejar de reconocer su impronta positiva en el ambiente, ponga también de relieve lo que son sus puntos flacos, al menos desde nuestro punto de vista. La tónica general de Visión 7 Internacional, a veces, pocas, deja a la vista un toque de simplismo que no se debe a falta de información sino a la que presumimos es la obligación de ceñirse a una interpretación del mundo acotada por el progresismo al uso. Esto se percibe sobre todo cuando Brieger no está presente. El sábado pasado, por ejemplo, la periodista Thelma Luzzani se lanzó a una interpretación de la situación en Egipto y el Magreb que en mi opinión resultó un tanto confusa y equívoca. Denominó vagamente al proceso que la zona vive desde fines de 2010 como revolucionario, pero no precisó cuáles son sus características y sus contradicciones, y pareció hacer hincapié en un genérico concepto de democracia para calificar de positivos o de negativos a los acontecimientos que allí se producen. Respecto a Egipto, por ejemplo, se dedicó a atacar al régimen militar que depuso a Mohamed Mursi, presidente electo por voto mayoritario después del derrocamiento de Hosni Mubarak y cabeza política de la Hermandad Musulmana. Haciendo hincapié en la dura represión que se lleva a cabo contra los militantes de esta agrupación, descalificó al régimen militar que –bajo el velo de legalidad institucional que le presta un presidente civil-, gobierna en este momento en Egipto, a las órdenes del general Abdel al Sisi. Sabemos, incluso por experiencia propia, que los análisis periodísticos en ocasiones suelen ser apresurados pues están urgidos por la coyuntura y que por consiguiente en ellos se deslizan errores; pero para Egipto este no es el caso. El problema está en el candelero desde hace años y se vincula a una trayectoria histórica que signó el perfil del medio oriente desde los años cincuenta del pasado siglo. El actual régimen militar es todavía una incógnita, pero su perfil es en principio positivo –progresista, diríamos, en el sentido amplio del término- y hace gala de un nacionalismo que no se arrastra a la cola del de Estados Unidos. Además a un movimiento, sea cívico o militar, también se lo califica por su origen, sus antecedentes históricos… y sus enemigos. En el caso egipcio la huella del nasserismo, el experimento más avanzado del nacionalismo popular árabe, está presente de forma explícita en las expresiones de Sisi. Por otra parte, el gobierno islamista de Mohamed Mursi había producido una serie de actos ejecutivos que eran una real amenaza a la modernización y a la democracia. Había sancionado una nueva constitución fundada en la ley de la sharia, intentó lanzar un instrumento jurídico que habría protegido al presidente de cualquier cuestionamiento legal, se inmiscuyó en la guerra civil en Siria del lado de la facción respaldada por la OTAN e hizo evidente su lenidad a la hora de reprimir los ataques de la hermandad musulmana contra la minoría cristiana, con quema de iglesias y agresiones físicas a los miembros de esa confesión. Por fin, cuando millones de personas se concentraron en la plaza Tahrir y en otros lugares del país para protestar contra ese proceso que violaba las tendencias del movimiento popular que había derrocado a Mubarak y al cual la Hermandad se había sumado en su fase postrimera, el gobierno de Mursi desató una represión que provocó varios muertos y centenares de heridos. Fue en ese momento en que intervino el ejército, concitando el respaldo multitudinario de los manifestantes. Todo proceso revolucionario está lleno de ambigüedades, en especial en su primera fase. Pero los apoyos que convoca el gobierno del Consejo Superior de las Fuerzas Armadas encabezado por el general Al Sisi, son interesantes. El movimiento juvenil forjado en la oposición al antiguo régimen de Mubarak, los cristianos coptos y una amplia gama de sectores de la sociedad egipcia eligen encolumnarse en el sostén a un gobierno que ha llamado a elecciones para mediados de este año. Esta compulsa electoral podría servir de referencia para definir el perfil del futuro Egipto, aunque la Hermandad Musulmana, lanzada a una agitación sin tregua y que acaba de ser declarada como una organización terrorista, tal vez quede excluida de la confrontación. Pero, ¿de qué otra manera se puede tratar a una agrupación que fue cooptada por el imperio británico en el siglo XIX para dividir las aguas de la resistencia anticolonialista, que fue acérrima enemiga del nacionalismo de Gamal Abdel Nasser; que se alía a las directrices de Estados Unidos tanto en Egipto como en Turquía y en Túnez, y que tiene vínculos estrechos con el fundamentalismo salafita fogoneado por Arabia Saudita? Luzzani hizo mención en su reporte a los asesinatos en Túnez de los políticos opositores Bel Aid y de Mohammed al Brahmi, pero no pareció establecer un nexo entre esos crímenes y el hecho de que hayan sido consumados al amparo de un gobierno de la Hermandad Musulmana, la misma organización que ella defiende en Egipto desde un punto de vista rigurosamente democrático. La Hermandad se apoya en una plataforma formada mayoritariamente por la baja clase media. Es decir, cuentapropistas, pequeños empresarios y comerciantes, más una vasta masa desarraigada que encuentra en ella un referente. Salvando las distancias, algo parecido a la base social de los movimientos de la ultraderecha europea de los años 20 y 30 del siglo XX. A diferencia de esta, sin embargo, está movida, más que por un social-patriotismo imperialista, por un animismo religioso que resuelve los resentimientos sociales en un rencor fundamentalista dirigido contra la modernidad, contra las mujeres como entes pensantes y contra los “infieles”. Es el muñeco de paja ideal para ser usado y descartado, según vayan las cosas, por el imperialismo, que en ocasiones lo patrocina y en ocasiones lo usa como espantapájaros, tomando de él la imagen del “luchador por la libertad”, la del fanático barbudo o la del terrorista solapado en el pasaje de una aeronave de pasajeros. Semejante revoltijo no parece inmutar a quienes siguen, inconscientemente, la huella marcada por la prensa monopólica global, empeñada en dibujar al proceso egipcio como un retorno al régimen de Mubarak o poco menos, a pesar de que los vínculos que este tenía con Estados Unidos no se hayan reconstruido todavía. El problema no acaba ahí, sin embargo. En el Sinaí está activa una guerrilla que cuenta con el apoyo de los saudíes y que tiene vínculos no muy bien definidos con Hamas, el movimiento palestino de confesión sunnita que controla Gaza y que en tiempos recientes contrastó su actitud pro rebelde en el conflicto sirio con la posición de Hizbollah, el movimiento shiíta que resiste a Israel en la frontera con el Libano y que tomó abiertamente partido en la defensa del gobierno de Bashar al Assad. Este conjunto de elementos califica a la situación egipcia como inestable y turbulenta. Las ambigüedades que arrastra el proceso en el país del Nilo, obligan a su seguimiento paciente, sin tomar partido de manera precipitada, pero manteniendo al menos una considerable dosis de esperanza en el reverdecimiento de un nacionalismo militar que parece estar buscando una base popular de sustento. Los caminos de la historia son sinuosos y no se disciernen en base a antagonismos maniqueos, como por el ejemplo el de la contraposición entre la democracia abstracta y la dictadura. O entre militares y civiles. El estremecimiento de horror y la propensión a gritar escándalo ante las originalidades del proceso histórico son de poca ayuda a la hora de enfrentarse a la realidad. Que por supuesto reserva sorpresas, tanto positivas como negativas, pero a la que hay que abordar habituándose a pensar dialécticamente. Los silogismos, los atrincheramientos en ideas ya hechas, envasadas y previsibles, matan al pensamiento crítico. http://www.enriquelacolla.com/sitio/notas.php?id=360

Esquirlas de un debate no saldado

Por Ricardo Forster Una antigua y nueva discusión regresa en estos arduos, conflictivos y desafiantes días argentinos. Es aquella que opone, con sus matices, dos intervenciones en el interior de la sociedad: por un lado, la del lenguaje político que se mueve bajo las exigencias de una realidad que deja poco lugar para las ambigüedades y las contradicciones allí donde, por lo general, se ve obligado al discurso afirmativo y proposicional; por el otro lado, la del lenguaje de la crítica, propio de los ámbitos teóricos e intelectuales, que, por el contrario, suele moverse como pez en el agua eludiendo las determinaciones de la realidad a la hora de no tener que ofrecer, como núcleo de sus intervenciones, alternativas incontrastables, esas que emanan del ejercicio del poder. El primero se ve obligado a cierta univocidad, a la lógica de los contrarios, a nunca mostrarse dubitativo o frágil; la respuesta positiva es su naturaleza. El segundo tiene otras libertades y responde a otras lógicas en las que sí vale la pregunta que no encuentra una solución afirmativa y que prefiere seguir moviéndose en la incertidumbre propia de quien no tiene que ofrecerle a la sociedad soluciones ni determinaciones potentes e indiscutibles. Ir de un registro al otro no resulta sencillo. Son pocas las ocasiones en las que ambos lenguajes encuentran correspondencia allí donde lo que suele impedirla es la trama de una realidad que le reclama a la política y a los políticos palabras directas, uniformes en su capacidad para definir con absoluta claridad el sentido de la disputa. El lenguaje intelectual tiene y debe usar la licencia que se le concede a la hora de rodear la cuestión en debate desde perspectivas distintas acentuando las tensiones, las opacidades y con autonomía de las demandas que surgen de las obligaciones gubernamentales y de los prejuicios de gran parte de la sociedad. Pocas veces se cruzan los caminos de la política y de la crítica. La afirmación y la negación cuando se pronuncian en la misma frase producen un efecto de antagonismo insoportable para la lógica del sentido común. En el mundo de las ideas eso es posible y hasta buscado. Son extraordinarios los momentos en que se producen esas confluencias. Sería formidable que se dieran con más y mayor naturalidad. ¿Pero acaso lo resiste la sociedad? ¿Sería aceptable el discurso de un político que pusiera en evidencia sus preguntas más profundas y lacerantes? Hemos sido formateados para el blanco y el negro. Lo demás, como decía un reaccionario vernáculo, es “vanidad de intelectuales”. ¿Cómo escapar de esa trampa empobrecedora? ¿Cómo intentar descifrar la estructura laberíntica de la sociedad y de sus dilemas sin apelar al dogmatismo o a la simplificación? El camino recorrido desde el 2003 –incluso si retrasásemos la fecha a diciembre de 2001– no sólo ha redefinido dramáticamente la marcha del país sino que nos ha interpelado de un modo como ya no parecía posible. De la desilusión y el escepticismo, de la profunda crisis de las ideologías progresistas y populares a una visión pesimista de la época dominada por un capitalismo hegemónico y despiadado, hemos pasado, con sus más y sus menos, a una intensa repolitización acompañada por la aparición del entusiasmo y de la fuerza del pensamiento crítico asociado a prácticas políticas que desafían, en Sudamérica, el orden neoliberal hegemónico a nivel global. Es en este contexto en el que hay que intentar situar y comprender el debate alrededor de Milani y la política de derechos humanos. Sabiendo, también, que hay especificidades que hacen de ese debate una cuestión no reducible a otras instancias y fuertemente signado por la tensión, siempre presente, entre política y ética, entre razón de Estado y decisión moral. Si el kirchnerismo es fiel a sus orígenes no podrá eludir esta discusión y, sobre todo, deberá ser consecuente con ese legado y sus obligaciones persistentes. No somos los jóvenes revolucionarios de los ’70 que pensábamos la política como instrumento para la creación de una nueva sociedad y que soñábamos –bajo la lógica de lo absoluto e innegociable– tomar el cielo por asalto llevando adelante nuestros ideales blindados e implacables con nuestras debilidades y/o contradicciones; tampoco somos, por suerte, los escépticos contempladores de una sociedad devastada que parecía haberse tragado ideales y posibilidades de habitar la política desde la perspectiva de una incidencia efectiva sobre una realidad viscosa; tampoco somos, estrictamente, aquellos intelectuales que, con nuestras revistas a cuestas y a contracorriente de las hegemonías culturales de los ’90, insistíamos con la crítica del mundo sabiendo de la corrosión de nuestras propias tradiciones político-intelectuales o, para decirlo con un giro tomado de Nicolás Casullo, de una crítica capturada, ella también, por un sistema voraz que ni siquiera dejaba lugar para imaginarnos fuera de sus tenazas y de su fuerza de absorción cuando todo discurso, por más radical que pareciese o fuera, quedaba como “un florero en el living del burgués”. Tampoco somos, después de diez años de kirchnerismo, los portadores de los mismos entusiasmos que, principalmente, nos conmovieron desde el 2008, pero tenemos (tengo) la certeza de seguir viviendo los mejores años de la democracia argentina, años de profunda reparación no sólo del país sino, fundamentalmente, de nosotros mismos, de nuestra manera de estar en la escena nacional y de repensar muchas cosas. Sin la marca que en nosotros han dejado estos años sorprendentes, sin lo que he denominado en otro lugar “el nombre de Kirchner”, su tremenda interpelación a una sociedad incrédula, nada de lo que ha ocurrido hubiese sucedido del modo como sucedió. El giro de la materialidad histórica habilitó el advenimiento, bajo nuevas condiciones, de esa relación siempre tensa y compleja entre intervención política y mundo de ideas. Lo que parecía desahuciado por la inclemencia de hegemonías pospolíticas y poshistóricas, un abigarrado mundo de tradiciones intelectuales que por comodidad llamo de “izquierda”, pudo regresar sobre la escena de otra realidad para intervenir sobre esa misma realidad. Estos diez años también han rescatado de sus confusiones y crisis, de sus imposibilidades y estrecheces, de sus dogmatismos y sus parálisis, a esas tradiciones nacidas de ideales emancipatorios e igualitaristas. Incluso ha posibilitado un salto cualitativo para los propios movimientos de derechos humanos que han visto cómo se concretaban sus demandas cuando nada parecía abrir esa posibilidad en un país dominado por la impunidad y el cinismo. Se pasó de lo testimonial a una política de Estado. Y se lo hizo tanto para reparar una deuda con la memoria de los desaparecidos como para dotar de legitimidad ética a una reconstrucción de la política y de la sociedad. El kirchnerismo conmovió creencias, certezas, sospechas, olvidos, negaciones y, también, nos permitió ser más generosos con los ideales de antaño al mismo tiempo que, para nuestra sorpresa, nos puso en el centro de la escena para disputar una pelea que ya no soñábamos. No nos prometió las certezas de ayer ni sus blindajes ideológicos (por suerte); tampoco nos aseguró que su marcha por el tiempo iba a ser impoluta. Todo lo contrario. Siempre supimos de las contaminaciones, de la resaca, de los límites y de las tramas canallas que se encierran en el peronismo (y que por extensión podríamos ampliar a las experiencias de izquierda que recorrieron el siglo pasado). Sabíamos que íbamos a incursionar en la política desde un lugar insólito para la mayoría de nosotros: defendiendo al Gobierno Nacional, siendo “oficialistas” y, claro, poniendo en debate, otra vez, la relación entre ideales y política en la época en la que se acabaron las certezas que cobijaron nuestra comprensión de la historia. Vamos en gran medida avanzando sin brújula y casi a ciegas por el escenario de un mundo dominado por un capitalismo implacable que seguirá intentando arrasar con esta anomalía sudamericana que tiene uno de sus enclaves más provocadores en Argentina (eso sería bueno siempre recordarlo a la hora de ser duros con las políticas oficialistas, es decir, no subestimar lo que significan las ofensivas brutales de la derecha contra nosotros, ofensivas, como ya se ha señalado insistentemente, que ponen en evidencia la enorme provocación que el kirchnerismo le ha hecho al poder real). Pero, sobre todo, no podremos dejar de sentir las tensiones entre las exigencias de la política como lenguaje positivo –seguro de sí mismo y sin fisuras ni ambigüedades– y las demandas de la lengua crítico-intelectual (esto no significa que deba leerse la política sólo desde la linealidad afirmativa y a la crítica como deudora de instancias no políticas o definidas bajo la lógica de una negatividad libertaria). Milani, su ascenso y su nombramiento, tienen que ver directamente con estas preocupaciones y con estas contradicciones, nuestras y del proyecto. Lo inmediato, no sé si lo más sencillo, es responder bajo la exclusiva demanda de los principios y de la actividad crítica y, claro, desprendernos de las exigencias de la razón política a la hora de rechazar a quien, supuestamente, está manchado por los crímenes de la dictadura (no es difícil hacer lo que hace el CELS, y eso independientemente de que admire y valore su enorme trabajo en defensa de los derechos humanos, porque su lógica es otra y su manera de colocarse ante las demandas de la feroz disputa política es inversamente proporcional a la del Gobierno, que no es una ONG ni un centro de investigaciones que se debe a sus fundamentos normativos y a sus protocolos). Mientras que el CELS no tiene que preocuparse de las disputas políticas, de la correlación de fuerzas, de las opacidades que emanan de la sociedad y del acto de ejercer el poder real, el Gobierno –en este caso, el que redefinió de modo sustantivo la política de derechos humanos– sí tiene que lidiar con el barro de la historia, con los límites que le impone una escena compleja y contradictoria. El CELS asume sólo, aunque no es poco, un compromiso con sus fundamentos y sus principios éticos escindidos de cualquier responsabilidad de gestión política. Otra es la demanda que se le hace al Gobierno, otras sus obligaciones y las dificultades por las que tiene que moverse a la hora de defender un proyecto siempre amenazado. Están también los que eligen quedar bien con la sociedad, caer siempre del lado políticamente correcto y asumir las posiciones que menos riesgos les implican. El kirchnerismo, enfrentado a la encrucijada de la RealPolitik o a la persistencia de su capacidad ampliadora y transgresora de los límites, deberá, si quiere seguir constituyendo esa fuerza disruptiva, no dejarse colonizar por las demandas de fin de ciclo ni retroceder en aquello que definió su excepcionalidad en la historia argentina. Un difícil y a veces imposible equilibrio entre las demandas implacables de la lucha política y las demandas, distintas y complementarias, que nacen del ámbito de las ideas y de los dispositivos éticos. Una vieja y siempre renovada controversia que viene acompañando, al menos desde la Revolución francesa y pasando por todas las experiencias revolucionarias del siglo veinte, cualquier intento de avanzar en una línea popular enmarcada en el interior de la vida democrática. El debate que ha suscitado el ascenso y el nombramiento del General Milani debe inscribirse en esta larga y no saldada tradición que sólo habita el universo de los proyectos progresistas. A la derecha jamás la desveló este tipo de polémicas (salvando excepcionales reticencias morales de algunos escasos intelectuales provenientes de ese sector). Seguramente es esa condición la que ha sostenido moralmente –tanto en la victoria como en la derrota– a las tradiciones de izquierda y nacional populares. Para ellas nada es lineal ni se resuelve bajo la exclusiva lógica de la razón de Estado. Por eso nos preocupa y nos ocupa la “cuestión Milani”. Y por eso también deberíamos preguntarnos por qué la derecha, la que fue parte de la dictadura, la que se opuso a los juicios, la que intentó una y otra vez imponer una política de olvido y reconciliación, la que ha criticado sin eufemismos la política de derechos humanos del kirchnerismo, esa derecha fiel a su historia de golpismos y violencias, hoy se dedica a cuestionar el ascenso de Milani colocándose a la izquierda y señalando el supuesto pasado que lo condena. Sorpresas te da la vida. Horacio González ha escrito un texto importante que nos exige reflexionar sobre nosotros mismos. Él, eso creo, está convencido de la opción, voy a llamarla por comodidad, “ética” que, no por ser tal, deja de ser política. Su planteo, complejo y profundo, nos lleva a debates que no pueden resolverse en algunas líneas o de manera unívoca. Es el debate de la decisión moral, de la permanencia de los principios y de la capacidad de todo individuo de elegir, incluso en las peores circunstancias, si hacer el mal o no. Pero es también la discusión, nada menor, de los cambios en la vida de una persona (los ejemplos que ha dado Horacio, igual que otros que han intervenido en el debate, son multiplicables e involucran muchas experiencias –incluyo acá al ejército israelí, como para complicar todavía más la cuestión–. Siguen siendo indispensables, eso creo, las tremendas reflexiones de Dostoievski en Los demonios para también incorporar no sólo a quienes cometieron actos repudiables desde una maquinaria de derecha sino también para interpelar las prácticas revolucionarias y sus violencias). Y, surge con fuerza irrecusable, la cuestión de la culpa y de la responsabilidad. Vale, eso creo, seguir estas discusiones que son imprescindibles. Pero también vale establecer las sutiles y no tanto, diferencias entre un debate crítico-intelectual, ese mismo que puede recorrer argumentaciones difícilmente asimilables por el sentido común, y la controversia política atravesada por las demandas de una realidad implacable. Vivo esas tensiones, no las rechazo. De la misma manera, y de eso estoy convencido, de que no se trata de una involución del Gobierno ni de un cuestionamiento a la política de derechos humanos que ha sido y sigue siendo extraordinaria, única en el mundo (por eso mismo no se la puede debilitar ni supeditar a “otras” exigencias de la hora, pero tampoco se puede cuestionar, corriendo por izquierda, a quienes han encabezado un proceso de reparación que sigue avanzando sin dejar de lado a los responsables civiles y eclesiásticos –recuerdo la condena a Von Wernich y el procesamiento de Blaquier–). Sigo teniendo una confianza última y profunda en quien lidera el proyecto al mismo tiempo que reconozco las grandes dificultades que nos seguirán desafiando en estos dos años. No haría de la “cuestión Milani” el centro de lo que hoy necesitamos disputar políticamente aunque considero que no debemos ni podemos eludir lo que su emergencia ha suscitado entre nosotros al precio de arrojar por la borda una parte sustancial de nuestras herencias ideológicas y de los valores que ellas contienen. Es un debate que nos incumbe y nos exige. Sus consecuencias no son ni podrán ser unívocas allí donde arrastran logros y virtudes indudables, oscuridades y ambigüedades. Lo fácil, una vez más, sería desentendernos de este debate. Callarnos o, peor aún, elegir la posición más amable con nosotros, esa que nos hace caer siempre bien parados. Sencillo sería acoplarnos al coro que rechaza de plano –y con la complacencia cínica de la derecha procesista que habita, por ejemplo, en el diario La Nación– el ascenso de Milani y criticar al Gobierno por incoherencia. Lo desafiante es, por el contrario, dar el debate reconociendo sus claroscuros y sin olvidarnos de lo que está en juego en esta hora argentina. Allí está tanto la dificultad como la oportunidad. Infonews

La Metropolitana: el brazo armado del PRO

Por Ricardo Ragendorfer La historia del espía ilegal que pinta por entero el sino ideológico de la criatura policial de Mauricio Macri. Otro escándalo por espionaje ilegal efectuado desde la Metropolitana sacude al régimen porteño de Mauricio Macri. Uno de sus agentes, Alejandro Rivaud, estuvo infiltrado entre los sospechosos de una pesquisa penal por falsificación de entradas orquestada desde la barra brava de River Plate. Todo indica que su misión encubierta fue cumplida de un modo tan impecable que el propio fiscal de la causa, José María Campagnoli –ahora suspendido por otras razones–, no dudó en pedir su encarcelamiento, junto con el resto de los involucrados. Tal paradoja fue la que puso al descubierto su condición de "topo", una actividad expresamente impedida por la ley. Aunque el Ministerio de Seguridad capitalino señaló que Rivaud no habría actuado por cuenta de la fuerza, en sus pasillos es un secreto a voces que en aquella tarea reportaba en forma directa al jefe de la Superintendencia de Investigaciones, Carlos Alberto Kevorkian, con quien mantiene un vínculo profesional de larga data. Lo cierto es que los detalles de este affaire pintan a la criatura policial de Macri por entero. Es notable que la Metropolitana no haya tenido nada que ver con la reciente seguidilla de saqueos desatada en casi todo el país tras el acuartelamiento de las fuerzas provinciales de seguridad. Ya se sabe que en el subsuelo de aquel conflicto hubo factores tan salados como el debate sobre la sindicalización policial, el lazo entre los uniformados con el crimen organizado y su unívoco poder de manipular el termómetro de la violencia urbana. La Metropolitana, en cambio, no está sujeta a semejantes variables: su personal alterna sueldos aceptables con un casi nulo control territorial y una potestad de intervención sólo circunscripta a contravenciones y delitos menores. En resumidas cuentas, la recaudación ilegal no está entre sus beneficios y facilidades. Dicha fatalidad la aleja del modelo clásico de las policías argentinas. Pero no la mejora. En mayo de 2008, durante una entrevista con el autor de esta columna, el ministro de Seguridad municipal, Guillermo Montenegro, supo afirmar que la Metropolitana –por esos días, aún en gestación– estaba inspirada en la Policía Autónoma de Cataluña, también conocida como Mossos d’Escuadra. Cuando le advirtieron que su trabajo principal consistía en perseguir a inmigrantes indocumentados, el funcionario se alzó de hombros, y dijo: "Eso es lo que allá la gente pide." ¿De tal concepción proviene su apego por resolver a sangre y fuego toda intromisión social del espacio público? ¿De semejante idea surge su espíritu racista y represivo, su enfermiza obsesión por las "tareas de inteligencia" como herramienta indispensable para gobernar? Demasiada podredumbre para una policía diferente a las agencias clásicas de seguridad. Porque, si bien su estructura no es federal o provincial, su perfil tampoco responde al modelo municipal o citadino. En realidad, la Metropolitana tiene el mérito de ser la primera fuerza partidaria del país: el brazo armado del PRO. En tal sentido, la Mazorca de Macri guarda cierta semejanza con los Freikorps, tal como durante la República de Weimar se denominaron a las organizaciones paramilitares ultranacionalistas formadas en toda Alemania como alternativa a las milicias comunistas y socialistas. Integrados por oficiales veteranos de la Primera Guerra sin demasiados deseos de roce con la vida civil, y también por jóvenes afectados por el desempleo, los Freikorps representaban la estabilidad y el estatus propio de un sindicato de guerreros. Salvando las distancias, los recursos humanos de la Metropolitana no son muy diferentes. Al respecto, una breve historia. Durante la mañana del 23 de noviembre de 1991, Macri fue llevado a una casa en el barrio de Parque Patricios, para reconocer el sitio en el que dos meses antes había transcurrido su secuestro. Al llegar a un oscuro sótano, rompió en llanto. Su sollozo entrecortado y agudo era casi infantil. En ese instante, un oficial lo estrechó entre sus brazos con una fingida ternura. Se trataba de un tipo alto, con bigote tupido y mirada fría. La cuestión es que su gesto bastó para que el joven heredero recobrara la compostura. Es posible que, entonces, el uniformado no haya llegado a imaginar hasta qué punto aquellas palmaditas incidirían con el tiempo en su destino. Lo cierto es que, 18 años después, ya ungido como jefe del gobierno porteño, Macri le concedería al ex comisario retirado Jorge Alberto Palacios, alias "El Fino", el honor de diseñar y conducir su anhelo más preciado: la Metropolitana. Una fuerza de amigos. Y formada por los amigos de los amigos. Para su esquema original, "El Fino" reclutó un estado mayor formado por antiguos cuadros de la Superintendencia de Seguridad Federal, la elite policial más importante del país durante la última dictadura, de la cual él formó parte. La mayoría de aquella camada lograría reciclarse con éxito –siempre bajo el ala de Palacios– bajo las normas del estado de Derecho, alcanzando grados que van desde comisario mayor a comisario general. En tren de coincidencias, casi todos pasaron a retiro en marzo de 2004 por graves hechos de corrupción. A su vez, la segunda línea de la Metropolitana fue poblada por "plumas", tal como se denomina en la Federal al personal de inteligencia. Entre los primeros resalta el tal Kevorkian; entre los otros, el ahora célebre Rivaud. Ambos, por cierto, ya estuvieron unidos en una gesta policial del pasado: el asesinato a golpes dentro de un patrullero de un simpatizante de Defensores de Belgrano, durante un "operativo de seguridad" comandado en 2005 por Kevorkian. Un video lo muestra a Rivaud en esa ocasión, arrastrando de los pelos a la víctima en las inmediaciones del estadio de Huracán. Ahora ambos integran la joven milicia policial que, a casi cuatro años de su lanzamiento, ya protagonizó hitos tan memorables como el caso del espionaje telefónico a políticos, empresarios y hasta familiares indeseables de Macri, y que catapultó al agente Ciro James en el salón de la fama. En esa misma foja institucional de servicios también se destaca el rol activo de la Metropolitana en la masacre del Parque Indoamericano –uno de los crímenes de Estado más graves desde 1983– y en la brutal represión a trabajadores, médicos y pacientes del Hospital Psiquiátrico José Tiburcio Borda, una audacia que ni siquiera Idi Amín Dadá se hubiera atrevido a consumar. En tal contexto, aún resuenan las palabras de Montenegro: "Eso es lo que la gente pide". Infonew

Parrilli: “Lo único que les interesa a Clarín y La Nación es desprestigiar al Gobierno”

El secretario General de la Presidencia, Oscar Parrilli, afirmó que "lo único que les interesa" a los diarios Clarín y La Nación es "desprestigiar" al gobierno y sus funcionarios "mintiendo y difamando". "Lo único que les interesa, tanto al multimedio Clarín como a La Nación, es desprestigiar al gobierno, desprestigiar a sus funcionarios, desprestigiar sus políticas mintiendo y difamando. Eso es lo que yo planteo y aquí no es un problema con los periodistas", dijo el funcionario en declaraciones a radio Del Plata. Parrilli se refirió de esta manera a la solicitud que presentó ayer para que entidades periodísticas y universidades nacionales analicen si Clarín y La Nación incurrieron "en una falta grave a la ética y el ejercicio de la profesión del periodismo", por publicaciones que buscan "mentir y difamar con la intención de generar animosidad contra el Gobierno". Concretamente, el funcionario se refirió a notas periodísticas en los diarios citados y a un informe en Telenoche, por Canal 13, que informaron sobre el llamado a licitación que hizo la Casa Rosada para adquirir un sistema de energía para que la sede gubernamental evitara los cortes de luz. "La primer mentira que dicen es que nosotros estamos haciendo las obras por los cortes de luz, y esto no es así porque viene del año 2008. Y la segunda mentira es que dicen que se trata de un sistema eléctrico que se suele utilizar en aeropuertos, en centrales nucleares, en hospitales, en quirófanos, lo que también es mentira porque muchos medios lo tienen, como ellos mismos", indicó. Según explicó Parrilli, "son sistemas normales que se instalan en cualquier empresa que medianamente tenga un nivel de consumo y que necesite estar abastecido permanentemente por electricidad". El secretario general se quejó además de que las publicaciones periodísticas "intentan ligar todo esto con las olas de calor y poniendo al gobierno como si estuviera haciendo un gasto dispendioso, innecesario, citando expertos -sin decir nombres- que dicen que es innecesario y costoso". Además, Parrilli criticó el hecho de que estos medios le habían solicitado la información, pero no esperaron su respuesta para la publicación de los informes. "Yo estaba preparándoles la información para darla rápida, pero se apresuraron a sacar la nota periodística, con lo cual están demostrando qué poco les interesaba lo que yo les respondiera sino que ya tenían una posición tomada", aseveró y agregó: "no les interesaba ni la verdad ni la respuesta". En ese marco, el funcionario insistió en que esos medios "lo que quieren es una Casa de Gobierno que gobiernen ellos, obviamente sin luz y si es posible sin Presidente". Sobre los alcances de su presentación, dijo que "no se trata de una denuncia" sino de una presentación ante las entidades "que tienen que ver con la ética y con el manejo periodístico para que analicen cuáles son las conductas que el diario Clarín y La Nación tienen en cabeza de sus responsables editoriales, no de los periodistas". Según se informó ayer, la presentación será formalizada ante ADEPA (Asociación de Entidades Periodísticas Argentinas), FOPEA (Foro de Periodismo Argentino), AFERA (Asociación Federal de Editores de la República Argentina); CELS (Centro de Estudios Legales y Sociales) y facultades de Periodismo y Comunicación Social de las universidades públicas y privadas de la República Argentina. Por último, dijo que quiere que estos organismos analicen si "las conductas del responsable editoral de La Nación, Bartolomé Mitre, y el del multimedios Clarín, Héctor Magnetto, no violentan sus normas de éticas y sus manuales de estilo". "Quiero que analicen si cuando hacen algo están preocupados por buscar la verdad o dar información, o hay ya una decisión previa de desprestigiar, desacreditar y deslegitimar a un gobierno", concluyó. Télam

OUTDOORS

Outdoors Por Sandra Russo La verdad es que siempre que iba a la zona de outlets de Palermo, me detenía en esas vidrieras que no sé en qué calle están, porque nunca las busco, pero me choco con ellas. Esos locales del montón de marcas que aparecieron en los últimos años, y que se especializan en el universo outdoor, palabra por cierto atractiva, porque sugiere intemperie, aventura, aire fresco, paisajes deslumbrantes, esfuerzo físico, endorfinas, hostels, camaradería, mucho frío o mucho calor, resistencia, desafíos, pasión y entretenimiento. Hay que observar, sin embargo, que el mundo outdoor aparece como una oferta de recreación en sociedades que promueven el mundo indoor. Pareciera como si entre la puerta de nuestras casas y el afuera del outdoor, chorreante de naturaleza, se nos escaparan algunas complejidades –como por ejemplo los demás–, pero bueno, hay cosas que uno no elige, como la época que le toca. El caso es que tengo talasemia, una anemia del Mediterráneo en un grado bastante bajo, que me descubrieron, no obstante, cuando a los veinte estaba por irme de viaje al Machu Picchu, en plena explosión de la nueva trova y el pulóver peruano. La emoción de estar por emprender mi pequeña aventura latinoamericana se dio de patadas con el hecho de enterarme de que mis glóbulos rojos son un poco defectuosos, y que probablemente ello se haya debido, hace muchos siglos, a una adaptación genética a la malaria en poblaciones migrantes del mar Mediterráneo. Esa fue una de las explicaciones que me dieron, y a la que nunca le di mucho crédito, cuando me dijeron que a causa de la talasemia yo no podría hacer deportes de alta competencia o esfuerzos físicos extremos. Para mis adentros me reí mientras el médico me lo anunciaba, porque cada actividad que me desaconsejaba, ya estaba tachada de mis deseos. Toda mi vida había padecido la clase de deporte en el colegio. De hecho, en el Machu Picchu, algunos de mis amigos hicieron el Camino del Inca y otros subieron la montaña a pie, mientras yo me tomé el bondi sin ningún tipo de culpa. Como fuere, igual me atraen mucho las vidrieras de las tiendas outdoors, me quedo largo rato mirando esos zapatos que parecen zapatillas, pero que son tan estructurados y acolchados y están tan bien acordonados que, viéndolos, a uno le dan ganas de caminar. En realidad, cada cosa que miraba me daba ganas de usarla, pero en esa instancia en la que uno sabe que jamás entrará al negocio, ni preguntará el precio de nada, porque jamás de los jamases irá a ninguna parte para hacer trekking ni rafting ni andinismo ni alpinismo ni kayak ni senderismo ni nada que no sea caminar tranquilo por alguna ciudad y pararse cada tanto en un café a mirar pasar la gente. Hace algún tiempo, en el lago Argentino, me subí a un cómodo y enorme catamarán para un paseo de siete horas durante el cual el barco pasaría delante de tres glaciares, el Perito Moreno, el Upsala y el Spegazzini. Una amiga que estuvo allí un par de días antes que yo, después me dijo que hay dos excursiones de rigor (“¿Qué, vos no las hiciste?”, me preguntó extrañada). Ella estuvo tres días y se anotó en las dos. La del barco, y otra en la que se hace trekking sobre el Perito Moreno durante dos horas. Esa me la contaron en la agencia de viajes. De sólo pensarlo me corrió sudor por la espalda. A mí que me dejen mirar. La sola idea de dos horas caminando sobre el hielo, aplicada a mi propia persona, me pareció decididamente imposible, si es que ése era un viaje de placer. Será por la talasemia, pero cuando me canso necesito irme. ¿Y a dónde me iría en un glaciar? Todos me decían que la experiencia es tan bella, que el cansancio no se siente. Y es eso lo que me pasa con lo que me imagino del outdoor: lo pienso de una belleza por lo menos para mí totalmente inexplorada, y quizá por eso mismo cargada de maravillas desconocidas; pero ya me acostumbré a que lo mío es imaginarlo. La cuestión es que aquel día, desde que llegué al puerto de San Julián, donde varios centenares de personas hacían la cola para subir a los barcos, quedé obnubilada por el mundo outdoor. El 95 por ciento de la gente que veía, que era extranjera, tenía puesta toda la ropa, las zapatillas y las mochilas que yo había visto tantas veces con la ñata contra el vidrio de los outlets. Vaya, me dije. No sólo voy a ver de cerca tres glaciares. También voy a ver cómo es la gente outdoor. Y, efectivamente, todas las historias que escuché tenían que ver con haber recorrido miles y miles de kilómetros, y no haber llegado más que a un punto del itinerario. Todos estaban en tránsito hacia alguna otra parte, con una avidez explícita de guías, mapas, libros, datos anotados en libretas y tablets en las que buscaban más información. Lo del trekking ya lo habían hecho casi todos los menores de 75 años. Algunos hacían cálculos a ver si el vuelo del día siguiente les daba tiempo para alquilar un auto y llegar a El Chaltén, subirse a otro barco y ver otro glaciar. Mientras me dejaba envolver por esa avidez de acción que transpiraban los turistas outdoors, la idea era que no se querían perder nada. Esa idea se esfumó apenas llegamos a la cercanía del Upsala, algunos de cuyos témpanos todavía flotan a su vera y se dejan arrastrar por el viento del lago. Uno de ellos, el más grande, era una pared de unos diez o quince metros de largo, tallada en una gama de colores que sintetizaban, entre el gris, el blanco y el turquesa pleno, el peligro y la fascinación del hielo. Se me vino a la mente un párrafo memorable de Rosa Montero, en el que compara la escritura con la irrupción repentina de una ballena en la oscuridad del mar en el que junto a su marido ella esperaba avistarla. Pero que del negro del agua y de la noche surgiera aquella cabeza y parte de aquel torso arqueado y monumental, le produjo una conmoción, sobre todo cuando la ballena volvió a hundirse en la profundidad, dejando el mundo nuevamente, dice ella, tan solo y tan vacío. Montero decía que la escritura suele ser algo así, una ballena que se avista, pero que luego se vuelve a sumergir en la profundidad. Pude contemplar el témpano magnífico unos pocos minutos, porque inmediatamente la gente outdoor comenzó un rito que yo nunca me había imaginado. Como si el Upsala hubiera sido Roger Waters, la multitud levantó al unísono sus pantallas. Todo lo que se veía eran pantallas. De celulares, de iPads, de tablets y de algunas otras cosas que seguramente existen y yo no comprendo. Ya no se veía el glaciar. Se veía la imagen del glaciar a través de las pantallas. En decenas y decenas de pantallas, grandes y chicas, que estaban levantadas al cielo para superponerse a la pantalla del de al lado, se veía esa pared de hielo, ya convertida en foto subida a alguna parte. Miré y miré para encontrar al hombre o la mujer que estuviera quizás un poco retirado, un poco absorto, un poco emocionado, un poco detenido y desarmado por esa potencia brutal de la naturaleza, un poco mareado por la fuerza poética de esos colores, sin más deseo que tomar directamente con los ojos esa belleza que tenía enfrente. Los encontré. Si uno los busca, esos hombres y mujeres están siempre, generalmente agazapados en el silencio de un rito mucho más antiguo y sensible que las pantallas.