domingo, 2 de junio de 2013

El otro Mayo argentino Por Daniel Cecchini dcecchini@miradasalsur.com

Corre mayo de 1969 y en el mundo soplan vientos de fronda: un año antes, también en mayo pero en París, la imaginación había intentado sin plan ni suerte tomar el poder; la sangre derramada todavía no termina de secarse en el suelo de Tlatelolco; en la Iglesia, revolucionada por el Concilio Vaticano II, miles de sacerdotes hacen su opción por los pobres; y Guevara, caído un año y medio antes en Bolivia, está más vivo que nunca. La Guerra Fría se recalienta en el Tercer Mundo. En la Argentina, la dictadura del general cursillista Juan Carlos Onganía hace agua pero todavía flota, un poco a la deriva, sostenida por un sector de las Fuerzas Armadas, la derecha de la Iglesia Católica y el sindicalismo colaboracionista que sueña con adueñarse del envase que podría dejarle un Perón definitivamente no retornable. Los partidos políticos están proscriptos, la represión de la protesta social tiene ayuda norteamericana y escuela francesa. El 13 de mayo, en Tucumán, un grupo de trabajadores ocupa el ingenio Amalia y retiene al gerente exigiendo el pago de haberes atrasados. Un día después, en Córdoba, 3.500 obreros automotrices se reúnen en el Córdoba Sport Club para decidir medidas de fuerza por la eliminación del "sábado inglés", una histórica conquista que les permitía cobrar como extras las horas trabajadas ese día; cuando salen a manifestar son brutalmente reprimidos por la policía: la batalla callejera deja un saldo de 11 heridos y 26 detenidos. El 15, los estudiantes correntinos marchan contra el aumento de un 500% en el comedor universitario; la represión policial cobra la primera muerte del mes, la del estudiante Juan José Cabral. El 17, la protesta se replica en el comedor universitario de Rosario; en una encerrona en la Galería Melipal, la policía asesina a otro estudiante, Adolfo Bello. Las protestas se multiplican, la escalada ya no se detiene. El 20, los estudiantes rosarinos anuncian un paro nacional; en Corrientes los docentes exigen la renuncia de las autoridades universitarias; en Córdoba y Mendoza se realizan marchas del silencio en repudio a las muertes. Es apenas el comienzo La mañana del 21 de mayo el aire se corta con un cuchillo en Rosario. Unos 4.000 estudiantes secundarios y universitarios, a los que se suman obreros convocados por la CGT de los Argentinos –conducida a nivel nacional por el gráfico Raimundo Ongaro–, se reúnen cerca de la Intendencia para realizar una marcha del silencio. La policía provincial intenta reprimirlos, pero es avasallada. Rosario estalla. La Gendarmería y la Policía Federal se suman a la represión, pero los obreros y los estudiantes, codo a codo –algo inédito en las luchas populares argentinas–, arman barricadas, queman autos y trolebuses, y los hacen retroceder. La ciudad queda en manos de los manifestantes. Desde Buenos Aires se ordena al Segundo Cuerpo del Ejército que se haga cargo de la represión. La lucha se generaliza en las calles. Cerca de LT 8, donde los manifestantes intentaban pasar una proclama, cae herido de bala el estudiante secundario y aprendiz metalúrgico Luis Blanco, de 15 años. El Ejército declara el estado de sitio e impone la justicia militar y la pena de muerte. Pese a eso, el 23 la CGT convoca a un paro general con sabotajes, y un grupo de sacerdotes santafesinos se rebela contra el obispo Guillermo Bolatti, a quien acusan de insensibilidad social, y se suman a la protesta de los obreros y los estudiantes. Por primera vez entraban en escena, juntos, todos los actores que marcarían a fuego los próximos años de la vida argentina. "En Rosario se hace efectiva, en los hechos, la unidad obrero estudiantil y emergen los sacerdotes del Tercer Mundo. Y el Ejército, que primero define a los hechos como protagonizados por extremistas, a los que luego llama subversivos", escribió la historiadora Beba Balvé, coautora de Lucha de calles, lucha de clases, quizás el mejor libro escrito sobre la resistencia popular de 1969. Finalmente, el Ejército recupera la ciudad, pero las protestas no se detienen. El 25 de mayo, en Rosario y muchas localidades vecinas, los sacerdotes se niegan a oficiar el tradicional Te Deum oficial. "El Rosariazo y el Cordobazo se encuentran con un catolicismo en efervescencia tanto a nivel nacional como en el resto de América latina. Por un lado hay un fuerte acompañamiento a los movimientos de trabajadores y de jóvenes de la época (CGT de los Argentinos y movimiento estudiantil) junto a una presencia pública que se suma a la protesta y a la deslegitimación del gobierno de las Fuerzas Armadas y de las autoridades episcopales", le dijo una vez, hablando sobre el tema, el sociólogo Fortunato Mallimaci a quien escribe estas líneas. En ese clima, los obreros industriales de Córdoba van al paro el 29 de mayo. Reclaman por el sábado inglés, derogado por la resolución 106/69 de Onganía. Esa reivindicación unifica en la protesta a las dos regionales de las CGT, la Azopardo –colaboracionista– y la de los Argentinos, que están enfrentadas a nivel nacional. Por eso, en las columnas que marchan hacia el centro de la ciudad se puede ver, junto a los obreros de Smata, a Elpidio Torres, de la UOM, y a Agustín Tosco, de Luz y Fuerza. "Esa situación unifica a todos, diluye la separación y distinción de los sindicatos organizados en nucleamientos ideológico-políticos, como las 62 Organizaciones Peronistas y los independientes. A la vez, la forma de lucha, huelga general con movilización, hace al mecanismo del proceso de centralización y dirección de la lucha que permite la recuperación de la iniciativa por parte de la clase obrera", señala Balvé. A las columnas obreras se agregan otras integradas por estudiantes, sensibilizados por las muertes de sus compañeros en Corrientes y Rosario. Como en Rosario, pero aún con más violencia, los manifestantes hacen retroceder a la policía y avanzan hacia los edificios públicos. En Córdoba Rebelde, los investigadores Mónica Gordillo y James Brennan definen así lo sucedido en las calles: "Por la mañana protesta obrera, después del mediodía rebelión popular, por la tarde, tras el repliegue de la policía, insurrección urbana". Jorge Canelles, compañero de lucha de Agustín Tosco, recuerda: "No hubo ninguna cosa mesiánica de toma del poder. Aunque hubiéramos podido hacerlo a la una de la tarde porque ya no quedaba un solo cana en la calle, ni guardia en la Casa de Gobierno". El Ejército interviene con una sospechosa demora que algunos leyeron como una maniobra del comandante en jefe, Alejandro Lanusse, contra el dictador Onganía. Los estudiantes se repliegan al barrio de Clínicas, donde resisten; por la noche los soldados son hostigados por francotiradores. Al día siguiente, cuando el Ejército finalmente controla la ciudad, el panorama es el de un campo de batalla: barricadas, autos quemados, vidrieras destrozadas, edificios públicos arrasados. Los principales dirigentes, entre ellos Tosco y Torres, estaban detenidos, a disposición de los tribunales militares. Nunca pudo establecerse cuántos fueron los muertos de la jornada: algunos investigadores hablan de 4; otros, de 14. El Rosariazo y el Cordobazo pasaron como un huracán, pero su sello –el de todo el mes de mayo de 1969– marcaría a fuego los años por venir. La espontánea violencia contra la dictadura señalaría un rumbo a no pocas organizaciones revolucionarias, que por entonces debatían la incorporación de la lucha armada en la resistencia a la autodenominada Revolución Argentina y, en algunos casos, como un paso adelante en la lucha revolucionaria. Un año más tarde, el 29 de mayo de 1970, Montoneros irrumpiría en la vida política argentina con el secuestro y la ejecución del dictador Pedro Eugenio Aramburu. También durante 1970, en su quinto congreso, el Partido Revolucionario de los Trabajadores (PRT) decidiría la creación del Ejército Revolucionario del Pueblo (ERP). Onganía –que había planeado quedarse 20 años en el poder– tenía los días contados. La Argentina ya no sería la misma. 02/06/13 Miradas al Sur

9 DE JUNIO DE 1956

Hace 57 años ocurrió el bautismo de fuego del terrorismo de Estado Por Ricardo Ragendorfer Fue el anticipo del genocidio en la Argentina. Su saldo: el asesinato de 18 militares y 13 civiles peronistas. Aramburu y Rojas fueron los máximos responsables de la masacre. El sinuoso papel del célebre Francisco "Paco" Manrique. Apenas cinco palabras: "Hay un fusilado que vive." Ya se sabe que aquella frase, susurradas al oído de Rodolfo Walsh mientras jugaba al ajedrez en un cafetín de La Plata, fue el punto de partida de Operación Masacre, el libro que desnudó –debido al testimonio de Miguel Ángel Livraga, el sobreviviente en cuestión– la trama profunda del asesinato de un grupo de civiles en un basural de José León Suárez, durante la represión desatada por la llamada Revolución Libertadora para sofocar el levantamiento del 9 de junio de 1956. La conspiración de los generales peronistas Juan José Valle y Raúl Tanco había sido infiltrada por los servicios de inteligencia del régimen encabezado por el general Pedro Aramburu y el almirante Isaac Rojas. De modo que ellos conocían con antelación dónde y cómo iría a estallar la asonada. Sin embargo, la dejaron correr para así aplicar sobre sus protagonistas un "escarmiento" que resultara disciplinante y ejemplar. Entre aquel sábado y el 12 de junio, en seis lugares diferentes –la Penitenciaría Nacional, la Regional Lanús de la Policía Bonaerense, Campo de Mayo, el Regimiento VII de La Plata y la Escuela de Mecánica del Ejército, además del ya mencionado basural–, fueron fusilados 18 militares y 13 civiles. Para tal fin, los verdugos escenificaron parodias de juicios sumarísimos, se valieron de decretos –que establecían la Ley Marcial y la pena de muerte– promulgadas con posterioridad a los arrestos y adulteraron los registros para legalizar esos crímenes. Aquellas matanzas no fueron fruto de una medida de excepción sino –junto con el bombardeo del 16 de junio de 1955– el acto fundacional del terrorismo de Estado en la Argentina y, como tal, el anticipo de un genocidio. La impunidad que gozaron los asesinos habría de alentar la escalada criminal que culminó en 1976 con el secuestro, la tortura y el asesinato de miles de personas. EL FESTÍN DE LOS FUSILES. En 1970, un hombre demacrado y ojeroso saltaría al estrellato político desde el Ministerio de Bienestar Social. Corría la presidencia del general Alejandro Lanusse. Y Francisco Manrique, adalid de los jubilados y padre del PRODE, era la cara humana de esa dictadura. Nada hacía suponer que sus manos estaban manchadas con sangre. Tres lustros atrás, había empezado a trepar los primeros peldaños del poder en su calidad de edecán del presidente Aramburu. Durante el anochecer del 11 de junio de 1956 atendió el teléfono en la Casa Rosada. Del otro lado de la línea, oyó una voz que, simplemente, dijo: "Valle se quiere entregar." Era un conocido suyo: Andrés Gabrielli. En su departamento de la Avenida Corrientes estaba Valle, por entonces el prófugo más buscado del país. Manrique garantizó que se le respetaría la vida. A la madrugada del martes, Manrique salió al frente de una comisión militar para detener a Valle. Horas antes, Héctor Cándido, de 21 años, un aspirante del tercer año en la Escuela de Mecánica del Ejército, regresó tras un franco a esa dependencia, ubicada sobre la calle Pichincha. La ciudad estaba convulsionada y cerca del Regimiento tuvo que identificarse para avanzar. Adentro imperaba un clima vidrioso y él permaneció por horas en la guardia. Entonces vino un aspirante más antiguo y se puso a señalar: "¡A ver, vos, vení, y vos, y vos!" Los elegidos fueron con él hasta un descampado. Les dieron un fusil a cada uno, antes de formarlos en grupo. Y los pusieron delante de cuatro suboficiales. Recién ahí Cándido se dio cuenta de que integraba un pelotón de fusilamiento. Las ejecuciones de los suboficiales Miguel Paolini, José Rodríguez, Ernesto Gareca y Hugo Quiroga fueron simultáneas. El general Ricardo Arandia daba las órdenes. Garecca se abrió la camisa al morir. Rodríguez alcanzó a dar unos pasos antes de caer de bruces. Arandia les dispensó los tiros de gracia. En ese instante, tras una maldición a viva voz, Cándido vomitó hasta vaciar las tripas. Ya durante el alba del martes, Manrique –que lucía jinetas de capitán de navío–, llevó a Valle hacia el Regimiento I de Palermo. En el trayecto, intentó ser amable, y dijo: "Gabrielli le salvó la vida, general." Valle no le contestó. En Palermo fue sometido a un interrogatorio, después del cual se le dijo que ha sido condenado a la pena de muerte. Su siguiente escala fue la Penitenciaría Nacional. Tal vez en su celda haya evocado la figura de su asesino. Aramburu y él habían ingresado juntos al Colegio Militar. Allí serían compañeros de banco hasta que egresaron como subtenientes. En aquellos tiempos los unía una gran amistad. Hasta compartían con sus familias largos veraneos en Mar del Plata. Años más tarde, con otros generales, participaron en la constitución de una sociedad para la construcción de un edificio en las calles presidente Perón y General Urquiza, en Mar del Plata. Pero, ya se sabe, tomaron caminos diferentes. La esposa de Valle imploró clemencia la noche el 12 de junio, apelando al viejo amigo. No obtuvo respuesta. Minutos después, un oficial con semblante impávido pasó por la celda del condenado para transmitirle las dos últimas palabras que oiría en su vida: "Ya es la hora." En ese mismo instante, el coronel Ricardo Ibazeta aguardaba en Campo de Mayo su turno para el paredón, junto con otros cinco sublevados. Su esposa, Susana, había ido a la quinta presidencial de Olivos para pedir clemencia. Desde el lado exterior del portón, un guardia le indicó que esperara. Aquella espera se prolongó por un cuarto de hora. Recién entonces, fue atendida por Manrique. Ella le pidió hablar con Aramburu. La respuesta fue: "Lo siento, señora, el presidente está durmiendo." El coronel fue fusilado al filo de la medianoche. TOMO Y OBLIGO. Es posible que el comisario inspector Rodolfo Rodríguez Moreno no haya podido recordar con precisión aquella misma medianoche, ya que la atravesó atiborrado de ginebra, derrumbado sobre la barra de un tugurio de mala muerte, en algún lugar del sur bonaerense. Durante el atardecer del domingo, en su calidad de jefe de la Regional San Martín, recibió una orden por vía telefónica: "¡Fusile a los detenidos! ¡Fusile a todos!" Esas palabras, trasmitidas por vía telefónica, habían salido de la boca del mismísimo jefe de la fuerza, el teniente coronel Desiderio Fernández Suárez. Se refería a 12 civiles apresados en una casa de la zona. Rodríguez Moreno no salía de su asombro. Y repreguntó la orden una y otra vez. Fernández Suárez, entonces, montó en cólera. El comisario tuvo una duda: ¿cómo se hace un fusilamiento? Él lo ignoraba y no conocía a nadie que lo supiera. Ni sabía donde efectuar el asunto. "¡Mire el problema que se hace, el lugar! ¡Llévelo a cualquier baldío y fusile a todos!" El lugar elegido fue ese basural de José León Suárez. Los 12 detenidos llegaron allí amontonados en un camión. Julio Troxler advirtió enseguida que el destino era la muerte. El comisario dirigió personalmente el operativo. Hubo fallas. Juan Carlos Livraga se alejó corriendo hacia la oscuridad. Troxler y Reinaldo Benavídez también lograron escapar. Carlos Lisazo no tuvo la misma suerte, al igual que Marcelo Brión. Miguel Ángel Giunta escapó, pero su amigo Francisco Garibotti no pudo. Nicolás Carranza suplicó en nombre de sus hijos que no lo mataran, pero sin éxito. A Vicente Rodríguez, sus 120 kilos le impidieron correr y cayó abatido. Horacio Di Chiano pudo escapar, lo mismo que Rogelio Díaz. El propio Rodríguez Moreno remató a los heridos; cinco, en total. Con la excepción de Aramburu, los responsables de la masacre no fueron rozados por el juicio de la Historia. La orden Los mandantes Los fusilamientos de junio de 1956 fueron ordenados por Rojas, Aramburu y los ministros de Ejército, Arturo Ossorio Arana; de Marina, Teodoro Hartung; de la Fuerza Aérea, Julio César Krause; y de Justicia, Laureano Landaburu. El presidente duerme El poema El Presidente Duerme, de José Gobello, alude a un episodio que lo tuvo a Manrique de protagonista. "La noche yace muda como un ajusticiado, Más allá del silencio nuevos silencios crecen, Cien pupilas recelan las sombras de la sombra, Velan las bayonetas. Y el presidente duerme / El llanto se desató frente a las altas botas. Calle mujer, no sea que el llanto lo despierte. Sólo vengo a pedirle la vida de mi esposo. ¡El presidente duerme! / Reflectores desgarran el seno de la noche, El terraplén se aprestó a sostener la muerte, El pueblo se desveló de angustia y de impotencia Y el presidente duerme /Tras de las bocas mudas laten hondos clamores... con su deber y que ninguno tiemble. De frío ni de miedo! En una alcoba tibio El presidente duerme / Viva la patria! Y luego los dedos temblorosos, Un sargento que llora, soldados que obedecen, Veinticuatro balazos horadando el silencio... Y el presidente duerme. / Acres rosas de sangre florecen en los pechos, El rocío mitigó las heridas aleves, Seis hombres caen de bruces sobre la tierra helada Y el presidente duerme / ¡Silencio! ¡Que ninguno levante una protesta! ¡Que cese todo llanto! ¡Que nadie se lamente! Un silencio compacto se adueñó de la noche. Y el presidente duerme. /Oh, callan, callan todos! Callan los camaradas... Callan los estadistas, los prelados, los jueces... El Pueblo ensangrentado se tragó las palabras Y el presidente duerme. / El Pueblo yace mudo como un ajusticiado, Pero, bajo el silencio, nuevos rencores crecen. / Hay ojos desvelados que acechan en la sombra. Y el presidente duerme." Dos décadas después, paradójicamente, Gobello apoyaría a la última dictadura. 02/06/13 Tiempo Argentino

Binner y la interna policial en Santa Fe Un socialista distraído en medio de un tiroteo

¿Fue un episodio aislado la escandalosa caída del jefe de la Policía de Santa Fe, comisario Hugo Tognoli? Por Ricardo Ragendorfer La unificación original de los socialistas argentinos se remonta al verano de 1896, cuando bajo la dirección de Juan B. Justo se fusionaron los diferentes grupos de esa corriente en el Partido Socialista (PS), con voluntad de articular una síntesis entre las ideas jacobinas del siglo XVIII y el marxismo, entre la cuestión nacional y el internacionalismo, entre la República y la lucha por un estado proletario. En 1907, su delegado ante la Segunda Internacional, Manuel Ugarte, tuvo un memorable rol en el Congreso de Stuttgart al oponerse –junto con Lenin y Rosa Luxemburgo– a la justificación del colonialismo sustentada por los socialistas europeos. A 106 años de ello, el actual líder del PS, Hermes Binner, tuvo un no menos memorable instante de gloria doctrinaria al apoyar –junto con Mauricio Macri y Elisa Carrió– la candidatura en Venezuela del derechista Henrique Capriles, además de atribuir a "los gobiernos populistas de la región" las muertes en los incidentes tras las elecciones celebradas allí. Claro que tal audacia le valdría –entre otras manifestaciones de intolerancia– nada menos que una moción para dejar sin voz ni voto a sus delegados en el Foro de San Pablo, que nuclea a los partidos y organizaciones progresistas de América Latina. Semejante disgusto es quizás parte del precio que este hombre aún hoy paga por haber sido el primer gobernador socialista de una provincia argentina, lo cual, entre otros desafíos, supuso un problema leninista: la necesidad de contar con burócratas del régimen anterior, para no detener la rueda administrativa del Estado en la fase inicial del socialismo. Tamaña encrucijada también se extendió a su sucesor, Antonio Bonfatti. Este, por caso, acaba de insertar entre 38 pliegos para cubrir cargos en el Poder Judicial santafesino el del juez de faltas de Rafaela, Fernando Ferrer, con vistas a un puesto en la Cámara Penal. Binner ya lo había intentado con anterioridad, pero el asunto fue rechazado. Ahora, todo indica que ocurrirá lo mismo. Y por un detalle nimio: el tal Ferrer fue juez durante la última dictadura. En ese mismo marco, la política tendiente a reducir los índices de violencia urbana posee –aun en manos de Bonfatti– el inequívoco sello del pragmatismo binneriano. Una paradoja, ya que el gobierno del Frente Amplio Progresista (FAP) no se impuso en las urnas con un discurso punitivo sobre la seguridad; sin embargo, es el garante del autogobierno policial ¿Fue, entonces, un episodio aislado la escandalosa caída del máximo jefe de la Policía de Santa Fe, comisario general Hugo Tognoli? La difusión de una pesquisa judicial sobre su supuesto papel en una red de de protección a narcos y proxenetas había precipitado su desgracia. Todo fue muy inesperado. De hecho, el mismísimo Bonfatti, se enteró de la noticia por el diario. Fue durante la mañana del 19 de octubre de 2012. Al rato, su ministro de Seguridad, Raúl Lamberto, llamó por teléfono a Tognoli, quien lo atendió en su despacho. Dicen que, al concluir la conversación, el jefe policial le deslizó a un colaborador: "Se acabó. Ya no puedo manejar ni un autito chocador." Minutos después, fue recibido en el ministerio por Lamberto, quien le sugirió dar un paso al costado. "Es en resguardo de su persona y de la institución", fueron sus exactas palabras. El comisario lucía desencajado, y contestó: "Ya escribí la renuncia." El resto, un frío apretón de manos, antes de lanzarse a un weekend de clandestinidad. Quizás, entonces, haya visto por televisión la jura de su reemplazante, el comisario Cristián Sola. Ese tipo había sido hasta entonces el subjefe de la fuerza y también su más acérrimo rival. La convivencia de ellos estaba cifrada en un difícil equilibrio: Tognoli manejaba la estructura policial asentada en el norte de la provincia. Sola tenía el control de Drogas Peligrosas, de las Tropas de Operaciones Especiales (TOE) y de la División de Trata de Personas en el sur de Santa Fe. Aquella división territorial fue motivo de una feroz interna entre ambas líneas policiales. Y con una derivación sorprendente: la crisis policial hizo rodar la cabeza del viceministro de Seguridad, Marcos Escajadillo. En cambio, Sola continuaba en funciones. Lamberto no tardó en ser convocado en la Legislatura para que explique por qué Bonfatti designó a Tognoli. En aquel cónclave a puertas cerradas, el ministro no se apartó del libreto oficial. Justificó dicho nombramiento por los antecedentes de Tognoli. "Tenía un currículum intachable e impecable. Era el mejor. No había ninguna razón para no designarlo", dijo. Luego ensayó una defensa no menos ardorosa del sucesor Sola. Valoró entonces sus condiciones para comandar una fuerza de 18 mil efectivos: "Sola es el jefe más formado y capacitado que tenemos en Santa Fe. Necesitamos jefes fuertes y con mando para imponer disciplina." Pero, en este punto, hizo una revelación descarnada: Sola y el nuevo subjefe, José Luis Romitti, eran por aquellos días investigados en Asuntos Internos por enriquecimiento ilícito. Un debut con el pie izquierdo, que concluyó dos meses después con la eyección de Sola y su remplazo por el comisario Omar Odriozola. Ajeno a tales situaciones, Binner sigue soñando con ser el gran referente nacional de la oposición. Y pasea por el mundo para lograrlo; acaba de visitar Alemania para el 150º aniversario del Partido Socialdemócrata de ese país; acudió a Roma para besar la mano del Papa. Y ya de regreso en el país, fustigó en un congreso del PS la investidura presidencial. "Le guste o no a la señora, su ciclo terminó", diría, antes de ser cuestionado por las autoridades del Foro de San Pablo. "Jamás oí hablar de ese Foro. ¿En donde se reúne?", preguntó, entonces, tal vez emulando al inolvidable Fernando de la Rúa. Infonews

Entre esos tipos y yo Por Eduardo Anguita eanguita@miradasalsur.com

Cuando terminaba el Mundial de Fútbol 78, como era habitual los días martes, el carcelero que actuaba de cartero, vestido de uniforme blanco, llegaba al pabellón 2 y decía un nombre en voz alta. Con la parsimonia carcelaria, el carcelero que estaba dentro del pabellón se acercaba a la celda del mencionado, le abría la puerta y el preso salía raudo a la reja para recibir la o las cartas que le mandaban los familiares directos y autorizados, previa lectura de los penitenciarios. Cuando el cartero dijo mi nombre y el carcelero me abrió la puerta, fui hasta la reja. El mensaje fue breve: “Anguita, dígale a su madre que deje de copiarle las cartas que le manda su esposa. Usted sabe que está prohibido”. Me di media vuelta y volví a mi celda, escuché cómo se cerraba la puerta y quedé preocupado. Efectivamente, Matilde, como varios otros familiares, transcribía algunas cartas breves que Wanda le enviaba a ella con el propósito de que ella las enviara con su letra y firmándolas “Mamá” y contando, con algunas alegorías, cómo estaba. Alguien había decidido que ese paso –cortar la correspondencia– fuera otro paso más hacia la muerte. Pocos días después, estando en la celda, un grupo de carceleros del cuerpo de requisa, al mando del oficial Raúl Rebaynera, alias el Nazi, hoy condenado a cadena perpetua (pero no acusado por el secuestro de Matilde), entró a mi celda. Me sacaron al pasillo, me pusieron de cara a la pared y volvieron a entrar a ese cubículo de poco más de un metro por poco más de dos donde sólo tenía algún libro, algunas cartas familiares, un calentador y algo de ropa. Al cabo de unos minutos, sin ejercer violencia contra mí, me hicieron entrar. Estaba todo revuelto y, cuando ordené las cartas, confirmé que se habían llevado las enviadas por Matilde. Pocos días después, mi padre vino a visitarme. Recuerdo que habían llegado también los padres de Gabriel De Benedetti, compañero mío de militancia, y yo me acerqué a saludar a Osvaldo, el padre de Gabriel, en primer término, porque sabía que días atrás a su otro hijo preso, el mayor, también Osvaldo, lo habían asesinado de un tiro en la cabeza en Tucumán por orden directa del genocida Antonio Bussi. Tras ese saludo, doloroso, a Osvaldo, lo abracé a mi padre, quien, con gesto de dolor, me dijo: “Yo también tengo malas noticias para darte”. Días pasados, el 24 de julio, habían ido un par de hombres, de civil, al salón de ventas del edificio que tenía Matilde a cargo en la inmobiliaria Peña en la avenida de Mayo al 700. Le dijeron que debía acompañarlos. Le permitieron hacer un llamado desde el café Tortoni. Tras hablar con Ana, la esposa de mi hermano Horacio, Matilde gritó y forcejeó. La sacaron a la rastra y, desde esa tarde, no sabemos nada de Matilde. 02/06/13 Miradas al Sur

JUAN GELMAN POR CINCO POEMAS

Anticipo: Cinco poemas de “Hoy” XXVI Hay furores en la clandestinidad de la experiencia, iras que embisten los arrimos de la melancolía. La naturaleza humilla la soberbia señoril, levanta mal su suerte en bancos de salvaje. El presagio común de la miseria vuelve a su posición. Alguien pregunta por las infraestructuras del horror como si los cisnes de Sor Juana no pudieran abrir ese misterio. Es el tiempo de las deserciones interiores. La relación entre las cosas y la palabra que las nombra no rinde y nubes de oro llueven muerte. XXVIII Las compasión tiene lotes estériles, necesitan que secuestro / tortura / asesinato / sean palabras sin materia, distraídas / retrocedentes / no pegadas a dictadura militar / a cuerpos vivos tirados al océano. Los inquilinos del no oír / antes / después / mercadean ansias oblicuas, desiertos negros, fugas. ¿Y qué hacer con las palabras otras / salvajerías del capitalismo / niños que mueren antes de su niño? / ¿Sabés tu saber, niño? Preguntaba Benn. Soportar las estaciones crudas / alumbran cuando pueden / dan animales vestidos de civil como si fuera tanto. XCV En la mano que disparó al enemigo hay restos de maldad. ¿Con qué bondad se mata a la injusticia? El pájaro que come flores mancha actos del tiempo / el mar no acepta amor que mal termina. El espíritu económico es carne de esclavitud violenta. Viola el paisaje que le fue rey de niño. Morirá sin honor cuando Beowulf vuelva a blandir su espada contra los fuegos venenosos / las primaveras malparidas / nadie en la sala de los nombres. CXXXVI Un cortejo de mendigos pasa pidiendo aprobación. La costumbre de etiquetar ensucia imágenes. La pobreza se instala en la estructura del delirio y ministros de las cosas vacunan a los locos. La máquina política aplasta provincias del espíritu. Se muere en arrabales de sí mismo, altos fuegos preguntan qué es un padre y se apagan cuando empiezan a oír. CXLIII En el miedo a la muerte la muerte no vale la pena. Los afligidos no interesan, ni los tullidos por amor, ni el portentoso ingenio de un verano. Importa la luz recibida en forma de entrañas para verse. La sensación del cuerpo que termina no vive en rincón cerrado, crea su doble en estaciones impalpables y las alícuotas de pena sin notario. Una calandria ordena el fracaso de un fósforo apagado. 02/06/13 Miradas al Sur

JUAN GELMAN

“Vivir con miedo a la muerte es morir antes de tiempo” Por Miguel Russo mrusso@miradasalsur.com Desde su casa en México, el autor de Poemas de Sidney West, cuenta cómo fue escribir su reciente libro Hoy luego de conocerse la sentencia contra los asesinos y torturadores del centro clandestino de detención Automotores Orletti. Juan Gelman dijo, hace muy poco, que “en poesía el tema es lo de menos; mientras sea poesía, puede hablar de cualquier cosa”. Tomando esa frase como disparador, sumando a ella la reciente aparición de su libro Hoy, escrito luego de conocerse las condenas a los asesinos y torturadores del centro clandestino de detención conocido como Automotores Orletti, Miradas al Sur contactó al Premio Cervantes en su casa de México y cruzó mails –cruzar mails con Juan Gelman es divertirse con los contratiempos informáticos, casi una manera de sentirlo charlar del otro lado de la mesa– para realizar esta entrevista. –A lo largo de su producción poética, ¿qué cosas quedaron afuera todavía, como materias pendientes de resolver a la hora de sentarse a escribir? –Uno no se sienta a escribir para resolver materias pendientes. La única materia pendiente cada vez es el poema, la expresión de lo que la imaginación encuentra en la vivencia. –En contrapartida, entonces, ¿qué temas le fueron más afines? –En mi opinión, y vuelvo a lo que dispara esta entrevista, el único tema de la poesía es la poesía y por eso puede hablar de todo. –Y en cuestión de palabras, ¿cuáles son esas, principales, profundas, que aparecen como caballitos de batalla o como decidoras de algo que quiere escabullirse? –Depende del tono de lo que se está escribiendo. La música de los versos de amor no es igual a la de los versos del desamparo. –Su último libro –ateniéndose, antes o después de su lectura, al texto de contratapa (“Los textos de Hoy fueron escritos después de las sentencias condenatorias a los asesinos y torturadores de Automotores Orletti”)–, ¿puede leerse como una consecuencia? Señaló que en el juicio de Automotores Orletti dictaron perpetua a uno de los culpables del asesinato de Marcelo y que, mientras algunos jóvenes que no habían vivido la dictadura saltaban de alegría, usted no sentía nada, ni odio, ni alegría. Y continuó diciendo que al preguntarse el porqué de esa reacción, decidió escribir “para explicarme qué había pasado”. ¿No lo atemorizó ese “no sentir nada”, cómo se repuso de esa sensación o, mejor dicho, de esa ausencia de sensación? –No, no me atemorizó, más bien me abrió la pregunta de por qué era así. Habían pasado 35 años del asesinato de mi hijo Marcelo y de mi nuera María Claudia y del robo de mi nieta en los que sentí muy hondo el dicho mexicano: “Justicia tardada, justicia negada”. Néstor Kirchner puso fin a esa situación de impunidad y también pasaron años antes de que se condenara a algunos de los victimarios. El tiempo no desgasta la voluntad de justicia, pero ya era cosa cantada. Para explicarme por qué no sentía nada empecé a escribir los primero textos de Hoy. –¿Cuándo decidió quitar los primeros textos, los que pensó –como dijo– que eran periodísticos? Y, dicho esto, ¿cuándo y cómo apareció el tono poético? –Los primeros textos eran, en efecto, periodísticos, crónicas, testimonios, pequeños relatos que no me decían mucho. En medio de ellos surgió el primer texto poético y por ahí se fue el resto. –¿Qué sintió al descubrir que “ese” y no otro era el tono indicado? –Que la necesidad de expresión me llevaba por ese camino y no por otro. –Señala en el texto XXVI que “la relación entre las cosas y la palabra que las nombra no rinde...”, ¿cómo seguir, entonces, escribiendo, desde qué otra relación? –Podríamos decir, como se usa tanto ahora, que es una cita fuera de contexto, que no indica para nada que no se pueda escribir. Pero la relación de la palabra con la cosa material o inmaterial que nombra es un gran espacio de lo invisible mudo donde bucean los poetas para encontrar lo que no tiene nombre todavía. –En el mismo sentido, dos textos después (XXVIII), dice “necesitan que secuestro / tortura / asesinato / sean palabras sin materia, distraídas...”. Esa distracción, ¿se puede corregir sólo desde la poesía o, mejor aún, es corregible, qué materia debe aplicarse para lograrlo? –Creo que los padres y la enseñanza pública deberían oxidar las palabras que disfrazan los hechos. Vivimos en una época en que el recorte de las conquistas obreras se denomina “flexibilización laboral”. Orwell estaría encantado. –“El único mensaje que se puede dar a quien ame a la poesía es que lea a los grandes poetas de su lengua: definitivamente, esa es la mejor universidad”, dijo. ¿Con qué grandes poetas argentinos –que usen además, si considera que lo hay, un idioma argentino– armaría esa universidad? ¿Sería definitiva? –La escritura de Raúl González Tuñón, Juanele Ortiz, Paco Urondo, Mario Trejo, Oliverio Girondo, Coco Madariaga, Enrique Molina, Olga Orozco, Edgar Bailey, Joaquín Gianuzzi, Roque Dalton, Antonio Cisneros, Alejandra Pizarnik, para mencionar sólo a los que se fueron, y la de tantos otros son una universidad inapreciable, maestros de quienes se aprende mucho para encontrar la propia voz. Pero no me refería solamente a la poesía argentina (¿o es que en realidad sólo hay una poesía en lengua castellana?), sino a la de toda América latina y España, de Pablo Neruda a Antonio Machado, de César Vallejo a José Angel Valente, de Jorge Boccanera a Federico García Lorca. –Si me permite el atrevimiento de robarle una pregunta del texto XCV, pregunto: ¿Con qué bondad se mata a la injusticia? –Permito, nomás. Ahora bien, ¿por qué no inventamos algo? –Muchos lo imaginamos, quizá por una visión del siglo XIX, escribiendo sentado a una mesa en su casa, cuaderno y lapicera. Pero, en realidad, ¿dónde escribe, cómo, rodeado de qué elementos? –No soy tan viejo, che. Escribo de noche, en una pieza del departamento que convertí en mi estudio. Allí hay una biblioteca y libros dispersos por todas partes, algunos cuadros, dibujos que me regalaron mis nietos, ceniceros (a granel). Fumo mucho cuando escribo y uso una computadora. Pero lo que más necesito es la noche, su silencio, la abolición del mundo. –Dice en el poema CXXXVI, “se muere en arrabales de sí mismo, altos fuegos preguntan qué es un padre y se apagan cuando empiezan a oír”, y un poco después, en CXLIII, “en el miedo a la muerte la muerte no vale la pena”. ¿Es posible el exorcismo ante la muerte, es condenable, poetizable –perdón por el término–, esperable o definitivamente un término que atestigua en toda su brutalidad aquella relación a la que hacía mención entre palabra y cosa? –Bueno, me parece que vivir con miedo a la muerte es morirse antes de tiempo. La muerte es el “Mal” último y no hay exorcismo que la pare. Por lo demás, Borges decía que si se supiera qué pasa después desaparecería el 99 por ciento del arte en el mundo. ¿Quiso decir que el arte y la palabra existen contra la muerte? Tal vez. –Hay poemas dedicados a su hijo Marcelo, sobre todo, pero también a Miguel Briante, a Antonio Cisneros, a Chavela Vargas, a Mario Trejo, entre otros. ¿Son pedazos que le faltan y de allí la consecuencia de nombrarlos para volverlos a reunir o es un grito hacia lo irremediable? –Bien decís que son pedazos faltantes de uno mismo que sólo pueden llenar los recuerdos, malos o buenos. Les dedico poemas cuando alguno de ellos me visita ese día por alguna razón particular. –¿Puede imaginar a alguno de los condenados en el juicio de Automotores Orletti leyendo su libro? –Ayudame, dale, ¿cómo suponés que lo harían? –¿Hubo dolor, bronca, desasosiego en la escritura del libro? –Proust opinaba que el que escribe es un desconocido que vive en el fondo de cada uno y que, llegado el momento, sale y escribe. No sé cómo la pasó “ése” cuando escribía los poemas de Hoy, mientras yo era feliz, porque el acto de escribir es una gran felicidad. Hay poetas que viven para escribir y otros escriben para vivir, como decía Marina Tsvetáieva. Creo que pertenezco a la última tribu.

La estrategia detrás de la infamia Campaña sucia

1976. Quienes se favorecieron con el autoritarismo fueron Mitre, Magnetto y Herrera de Noble, aquí con Videla. Clarín, La Nación y sectores de la oposición volvieron a la carga con antojadizas comparaciones. Las apelaciones al terror nazi lo que esconden, en realidad, es una vergonzosa actitud destituyente. “El capitalismo, en agonía, sólo puede mantener su existencia recurriendo a los métodos más brutales y anticulturales, cuya expresión más extrema es el fascismo, hecho histórico expresado en la victoria de Hitler (…) El movimiento de Hitler logró la victoria gracias a los esfuerzos de diecisiete millones de desesperados, lo que demuestra que Alemania ha perdido la fe en una Europa decadente, convertida por el Tratado de Versalles en un manicomio sin chalecos de fuerza”. (León Trotsky) 2013. Ochenta años después de la instalación del primer campo de concentración en Alemania, Dachau, que comenzó la persecución y muerte de más de 6 millones de personas, todavía hay malintencionados que simulan no entender lo que pasó o pretenden ignorar una lección histórica para la humanidad. Los periodistas y miembros de la oposición que recurren a la banalización del Holocausto, con la intención de desprestigiar y deslegitimar al Gobierno, no hacen más que mostrar su faceta oscura, su escasa comprensión de la historia y, aún peor, desnudan sus intenciones destituyentes. Quienes apelan a estas comparaciones simulan desconocer las razones políticas que dieron origen al nazismo. Lo que algunos historiadores llaman la doble derrota. Por un lado, el definitivo aniquilamiento del movimiento revolucionario marxista encabezado por Rosa Luxemburgo y Karl Liebchnet, y la pérdida de la Primera Guerra Mundial por parte de Alemania, que dio origen al Tratado de Versalles. A esto se refiere la cita de Trotsky que abre esta nota. Pero, según parece, la supuesta ignorancia de quienes apelan a estas comparaciones, de acuerdo con las opiniones recabadas por Veintitrés, responde más bien a desesperadas intenciones golpistas. Quien dio el puntapié inicial a esta comparación, en agosto del año pasado, fue precisamente otra pluma destacada de La Nación, Marcos Aguinis. En aquella oportunidad, al hablar de la fuerza comandada en Jujuy por Milagro Sala, escribió: “Las fuerzas (¿paramilitares?) de Milagro Sala provocaron analogías con las Juventudes Hitlerianas. Estas últimas, sin embargo, por asesinas y despreciables que hayan sido, luchaban por un ideal absurdo pero ideal al fin, como la raza superior y otras locuras. Los actuales paramilitares kirchneristas, y La Cámpora, y El Evita, y Tupac Amaru, y otras fórmulas igualmente confusas, en cambio, han estructurado una corporación que milita para ganar un sueldo o sentirse poderosos o meter la mano en los bienes de la nación”. En el mismo sentido, en twitter, el presidente del Banco Ciudad, Federico Sturzenegger, comparó el control de precios de las organizaciones sociales con el accionar de las Juventudes Hitlerianas. El editorial del diario La Nación del lunes 27 de mayo y la nota de opinión de Víctor Becker, el mismo día, en Clarín caminan esa vergonzosa senda antidemocrática. Detrás de la supuesta ignorancia de comparar el principio del régimen nazi con la actual situación política argentina se encuentra la verdadera intención: limar y deslegitimar al Gobierno, para preparar el camino de su destitución. El economista Víctor Becker, ex director de Estadísticas Económicas del Indec, escribió en Clarín el lunes 27: “Más cercano a nuestros tiempos, apenas asumido, Hitler creó el 5 de noviembre de 1934 el Comisariado del Control de Precios. Las Juventudes Hitlerianas se ocuparon de aplicarlo con especial saña a los comerciantes judíos, considerados genéricamente especuladores. Sin embargo, en materia de precios, su resultado no fue demasiado exitoso, lo cual fue explicado por Hermann Goering, cuando fue juzgado en Nuremberg: ‘Si intentan controlar precios y jornales, es decir el trabajo del pueblo, deberán controlar la vida de las personas y ningún país puede intentarlo a medias. Yo lo hice y fracasé’. Es decir que se requiere un nivel de control social aún mayor al impuesto por la Alemania nazi”. Para el filósofo Darío Sztanszrajber, esta idea de asociar el control de precios con alguna política del nazismo tiene “una clara intención de denostación de la figura del militante, asociando la militancia con una de sus exacerbaciones más impúdicas como ha sido el nazismo. Si ser militante sólo es igual a ser un mercenario que lo hace por dinero se está generando un vaciamiento de lo que para mí es una de las acciones más nobles de la vida política”. Sztanszrajber agregó que “tanto La Nación como Clarín vienen insistiendo en pegarle a la militancia desde ese lugar”. El editorial de La Nación, por su parte, avanza en una comparación de las situaciones políticas de Alemania en 1933 y la Argentina en la actualidad: “Salvando enormes distancias, hay ciertos paralelismos entre aquella realidad y la actualidad argentina que nos obligan a mantenernos alerta”. Tras describir a grandes rasgos lo que pasaba en Alemania por aquellos años, culmina: “Salvando, como decíamos, las enormes distancias, los argentinos deberíamos reparar en los rasgos autoritarios que, cada vez con mayor frecuencia, pone de manifiesto el Gobierno, y cobrar conciencia de que es imposible prever cómo puede terminar un proceso que comienza cercenando las libertades y la independencia de los tres poderes del Estado, al tiempo que distorsiona los valores esenciales de la República y promueve enfrentamientos dentro de la sociedad”. No por nada los trabajadores de La Nación, en un gesto por demás inteligente, se despegaron de sus patrones y criticaron el editorial. “Los trabajadores del diario La Nación sentimos la necesidad de expresar públicamente nuestro más enérgico rechazo a este tipo de comparaciones impropias que no hacen más que exacerbar el odio”, dijeron en un comunicado, y llamaron a la reflexión “a quienes banalizan hechos como el Holocausto judío y la sangrienta dictadura cívico/militar, en pos de expresar su desacuerdo con medidas del actual gobierno nacional”. Pero sus dichos fueron ignorados por la dirección editorial del diario. “Nosotros, los trabajadores del diario La Nación reunidos en Asamblea, alentamos y defendemos la libertad de expresión como un derecho de todos”, aseguraron. En el matutino de los Mitre no salió ni una palabra del repudio de sus propios trabajadores. El comunicado de los trabajadores de La Nación se vio acompañado del rechazo de otros sectores de la sociedad, entre ellos la Delegación de Asociaciones Israelitas Argentinas (DAIA), que expresó: “Con referencia al editorial del diario La Nación del día de la fecha, que bajo el título de ‘1933’ analiza aspectos históricos vinculados a la caída de la República de Weimar y el posterior régimen nazi, la entidad representativa de la comunidad judía argentina expresa su malestar respecto a la comparación con la actualidad política de nuestro país, reafirmando su postura permanente de que la dictadura nazi y su siniestra política de persecución y exterminio no puede ni debe ser equiparada con otras situaciones o decisiones políticas ajenas a ella. Si bien se incluye taxativamente al comienzo y al final del mencionado editorial la aclaración de ‘salvando las enormes distancias’ entre ambas situaciones, la DAIA exhorta una vez más a evitar referencias como la que motiva la presente declaración, sin que ello implique menoscabo alguno al derecho fundamental de la libertad de expresión, a la que la entidad respeta y valora como un principio que hace a la esencia del sistema democrático”. Quienes apoyaron y pactaron con la dictadura militar instaurada en marzo de 1976 ahora intentan erigirse en guardianes de la vida democrática argentina. Las fotos que acompañan esta nota, que muestra a los actuales dueños de La Nación y Clarín con los dictadores que les regalaron Papel Prensa, deberían eximirnos de más comentarios. Para el secretario de Relaciones Parlamentarias del Gabinete, el socialista Oscar González, “lo que se pretende es deslegitimar al Gobierno. Es que hace pocos días Cristina acaba de dar una prueba contundente de su legitimidad, con un acto de más de 500 mil personas en la calle, y la respuesta fue intentar deslegitimarlo por la vía mediática, pues las Fuerzas Armadas, a las que acudieron en otra época, ahora no están en condiciones de dar un golpe de Estado. Para eso manejan otras variantes, que ya les dio resultado en Paraguay, donde finalmente lograron derrocar al presidente Lugo. Es una infamia”. Para el diputado nacional Carlos Raimundi, de Nuevo Encuentro, esta política tiene “un objetivo desestabilizador frente a la incapacidad para formular un proyecto propositivo, que sea alternativa al proyecto popular”, pues “no pueden explicitar que su proyecto es el retorno al neoliberalismno, no lo pueden decir con esas palabras”. Por eso, continúa Raimundi, “se pretende presentar a los informes de Lanata como investigación periodística cuando su relación con la realidad es la misma que pueden tener las disputas entre los panelistas de Tinelli”. Para el diputado de Nuevo Encuentro, lo que aterroriza a quienes acuden a esta política “es la organización social y popular”, porque “una sociedad que discute la calidad de su poder judicial o la credibilidad de los medios, o la pertenencia a América latina, está discutiendo ejes que se aproximan a la discusión sobre el poder y eso no les gusta”. Al volver a la revisión del editorial del diario fundado por Bartolomé Mitre, el filósofo Sztanszrajber opina que la elección del título del editorial, 1933, no es casual “porque está poniendo el acento en un intento de deslegitimar los resultados de una elección democrática. El planteo de 1933 como fecha es dejar abierta la posibilidad de pensar que un gobierno elegido democráticamente puede sin embargo no ser democrático”. El sociólogo y analista Ricardo Rouvier considera que este relato “carece de eficacia, por la desmesura de la asociación. La comparación es delirante considerando momentos históricos de los años ’30 y la crisis y la aparición del nazismo”. Al avanzar en su caracterización Rouvier cree que “la asociación es intelectualmente mediocre, pobre, no va a convencer siquiera a los propios. Hablar de juventudes hitlerianas es faltarle el respeto a la juventud argentina”. El sociólogo opina que “mientras el Gobierno se encuadre en la ley ejerce su autoridad, el kirchnerismo ejerce la autoridad en forma completa y no muestra titubeos ni dudas, es una contrafigura de lo que fue el gobierno de la Alianza que se caracterizó por la falta de autoridad”. En definitiva, parafraseando a William Shakespeare, algo huele a podrido en la Argentina. Es la carne podrida que intentan vender los medios hegemónicos y ciertos políticos destituyentes que, huecos de legitimidad democrática, apelan a la infamia y la mentira para ignorar la voluntad popular.