domingo, 19 de mayo de 2013
El protagonista oculto del último show mediático de Clarín
El DNU de Macri. Lo anunció en conferencia de prensa, transmitida por el monopolio.
Por Daniel Cecchini
dcecchini@miradasalsur.com
El DNU firmado por Mauricio Macri y los rumores sobre la “intervención” del Grupo apuntan a frenar una ley que le haría perder el control de Papel Prensa.
Esta semana, los caballitos de batalla de “defensa de la libertad de expresión” y “ataques al periodismo independiente” aceleraron el paso, pasaron al trote y se desataron en un galope desbocado que llegó a su precaria línea de meta con un decreto de necesidad y urgencia de Mauricio Macri que no soporta el análisis jurídico más superficial y con un rumor de “intervención a Clarín” que no se sostiene con hecho alguno. Detrás de este caceroleo mediático –uno más de los orquestados por el grupo periodístico más concentrado de la Argentina en su batalla contra el Gobierno Nacional– se esconde, esta vez, el temor del Grupo Clarín a perder el control de Papel Prensa, la empresa de la que se apropió en complicidad con los dictadores utilizando las herramientas del terrorismo de Estado y que se convirtió en la piedra angular para la construcción del poder económico y comunicacional que hoy detenta.
Mauricio Macri demostró que es capaz de cumplir cualquier tarea que se le asigne si eso le permite que el multimedios y sus asociados lo ayuden a posicionarse como única cabeza posible de una oposición disgregada que, a esta altura, sólo se pegotea con el débil engrudo del no sé de qué se trata pero me opongo. Miradas al Sur pudo saber que el decreto de necesidad y urgencia para “la protección de libertad de prensa” –en cuya elaboración participaron abogados del Grupo Clarín– estaba redactado desde diciembre pasado a la espera de la oportunidad propicia para ponerlo en juego. Se trató de una jugada exclusivamente mediática, ya que su entidad jurídica se cae por sí misma: viola cinco artículos de la Constitución Nacional –como señala el amparo presentado por los diputados de Nuevo Encuentro– y pretende poner al gobierno de la Ciudad y a la Justicia local por encima de las facultades del Estado Nacional.
Los rumores de la intervención al Grupo Clarín por parte del Gobierno Nacional, de la misma manera, no pasaron de ser el resultado de la sobreactuación deliberadamente histérica de algunas de las principales espadas periodísticas del monopolio –encabezadas por Jorge Lanata–, una de las cuales llegó a cerrar su programa en TN despidiéndose: “Hasta el lunes… si es que hay lunes”. Nada en el universo –salvo un sorpresivo Apocalipsis– hace sospechar que mañana no amanecerá lunes ni que ese periodista no pueda hacer su programa.
Detrás de escena. La parafernalia comunicacional desatada por Clarín y algunos de sus sirvientes políticos en defensa del autodenominado periodismo independiente oculta la verdadera preocupación que, a estas horas, desvela a los capitostes del Grupo: el proyecto de ley presentado por varios legisladores del oficialismo para expropiar el 24% de las acciones de Papel Prensa, lo que, de concretarse, le quitaría el control de la empresa a Clarín y La Nación, quienes en conjunto son hoy sus accionistas mayoritarios.
En estos días de desafinadas cacerolas mediáticas conviene traer al presente una vez más la sombría historia que permitió a Clarín y La Nación –en un primer momento en sociedad con La Razón– hacerse de Papel Prensa para, mediante el monopolio de la producción del papel de diarios, presionar, controlar y hasta decidir la vida o la muerte del resto de los medios gráficos de la Argentina. Apenas instalada la última dictadura cívico-militar, desde la Casa Rosada ocupada y desde el entonces Comando en Jefe del Ejército se inició una maniobra de pinzas: por un lado presionar al Grupo Graiver –propietario de la mayoría accionaria de la empresa– para que se desprendiera a precio vil de Papel Prensa y, por el otro, buscar empresas periodísticas cómplices para que se hicieran cargo de ella. Esto último fue confirmado a la periodista Graciela Mochkosky por dos protagonistas de los hechos: el secretario general de la presidencia de Videla, el general Rogelio Villarreal, y el ex dueño del diario La Razón, Patricio Peralta Ramos. La transferencia obligada de las acciones se realizó entre noviembre de 1976 y abril de 1977. Apenas firmados los últimos papeles, la mayoría de los integrantes del Grupo Graiver fueron secuestrados, torturados por los grupos de tareas del llamado Circuito Camps y luego sometidos a consejos de guerra presididos por el general Bartolomé Gallino. Por su participación en esta maniobra de apropiación hoy están imputados por delitos de lesa humanidad Ernestina Herrera de Noble, Héctor Magnetto, Bartolomé Mitre, entre otros directivos de los diarios y ex funcionarios de la dictadura.
Apenas se apropiaron de la empresa, los tres diarios, propietarios de la mayoría accionaria, firmaron un pacto secreto de sindicación de acciones que recién salió a la luz en 2010. Mediante este acuerdo, los directivos de las tres empresas periodísticas se comprometían a votar siempre juntos, para imponer su voluntad al socio minoritario, el Estado Nacional. Desde ese momento, Clarín, La Nación y La Razón realizaron una maniobra que les dio una enorme ventaja competitiva frente al resto de los medios gráficos de la Argentina: subsidiaron sus compras de papel de diario a precio muy bajo –lo que ocasionó pérdidas a la empresa– a la vez que fijaron precios muchos más altos para el resto de los compradores. También manejaron los cupos de producción, de modo de abastecer o no del insumo a la competencia.
Desde la quiebra de La Razón, Clarín se transformó en propietario del 49% de las acciones, mientras que La Nación se quedó con el 23% (entre ambos tienen el 72%) frente a un 27,4% propiedad del Estado Nacional y un 0,5% que está en manos de otros accionistas.
A partir de la sanción, el año pasado, de la Ley que declaró de interés público la producción del papel de diario y fijó un precio igualitario para todos los compradores, Clarín y La Nación resistieron este paso hacia la democratización de la comunicación gráfica en la Argentina mediante el no cumplimiento de los cupos necesarios para garantizar el abastecimiento.
Por estos días, La Comisión Federal Asesora (CFA) para la promoción y uso sustentable del papel para diario –creada por esa ley– elaboró un informe que desnuda otra de las maniobras que realizan Clarín y La Nación en desmedro de Papel Prensa. Los accionistas mayoritarios redujeron sus compras de papel a la empresa y comenzaron a abastecerse en gran parte de papel importado, que compran a precios preferenciales en virtud al volumen de las compras: Clarín lo consigue a 680 dólares la tonelada, mientras que La Nación lo paga a 588 dólares la tonelada (datos obtenidos del sistema María en 2012). Mientras tanto, Papel Prensa vende su papel al resto de los diarios argentinos a un precio aproximado de 680 dólares la tonelada. Por eso, la misma CFA señaló que “El proyecto (de expropiación del 24% de las acciones) es oportuno y necesario para evitar la evidente intencionalidad de vaciamiento y quiebra de la empresa por parte de sus accionistas privados”.
Detrás de la histeria del show mediático en “defensa de la libertad de prensa” montado por Clarín y sus socios se esconde una oscura maniobra que poco tiene de show y va va en el sentido opuesto: evitar la democratización de la comunicación en la Argentina para poder seguir sosteniendo su situación de privilego.
19/05/13 Miradas al Sur
Partió a bordo de un inodoro Por Ricardo Ragendorger
Quizás por decoro, el comunicado penitenciario omitió un detalle: el cadáver de Jorge Rafael Videla fue hallado sobre el inodoro. El dictador había muerto en su ley.
Día de luto en Jurassic Park. En tales ocasiones, los avisos fúnebres del diario La Nación son una fuente informativa de culto. Esta vez, sin embargo, la exigua cantidad de condolencias –apenas 18– fue notable. ¿Acaso la mala prensa del finado hizo que el grueso de sus deudos se llamaran a silencio? No siempre fue así; lo cierto es que en una época el tipo supo ser muy estimado.
Aún hoy se emite de tanto en tanto el añejo tape de un almuerzo con Mirtha Legrand, grabado en junio de 1978, al concluir el Mundial. Todos allí, en esa mesa televisiva –el actor Claudio Levrino, el cantante Laureano Brizuela y Susana Giménez–, estaban emocionados por la victoria de la Selección. En ese clima, la conductora dijo: "El presidente lloró." El presidente era Videla, y sus lágrimas eran de alegría.
Es inevitable que después –incluso, décadas después– de una dictadura aflore el estudio y la discusión sobre la complicidad civil, y el discernimiento de sus respectivos grados de responsabilidad. Claro que –tal como enseñó Hannah Arendt– decir que "todos son culpables es una manera de decir que no hay culpables". Ello lleva al tema hacia otra variación del mismo interrogante: ¿cómo era en aquellos días la cosmovisión del ciudadano medio y con qué la alimentaba?
Parte de la respuesta está en los archivos fílmicos y las hemerotecas; basta ver programas televisivos de la época; sus películas, alguna publicidad y las notas en diarios y revistas. Allí, en cierta manera, quedó registrado lo que mucha gente pensaba o, al menos, tenía que pensar. Allí, en las hemerotecas, se puede hallar –por caso– alguna columna de un tal Carlos Burone, como la que publicó el 12 de junio de 1978 en la revista Siete Días Ilustrados. En ella refiere un encuentro entre Videla y los periodistas extranjeros que cubrieron el Mundial, y escribe: "Estuve allí y, mientras el presidente hablaba, reaccioné automáticamente sacando un lápiz para anotar lo que acababa de oír: '¡No concibo un periodismo que ejerza su libertad sin ejercer su responsabilidad!' Es un concepto tan preciso, que basta cambiar la palabra 'periodista' por 'ciudadano' o, simplemente, 'hombre', para encerrar en tan pocas palabras una de las mejores aproximaciones a la esencia de la Democracia, con mayúscula."
Semejantes lecturas estaban naturalizadas. Y moldeaban la percepción del espíritu público. ¿Con aquellos parámetros funcionaba entonces la conciencia colectiva? ¿Así se pensaba en medio del genocidio? En parte, sí. De modo que Videla –como bien lo demostró el Mundial '78– fue nada menos que el "primer argentino". Y también, pese a sus facciones de ultratumba, el rostro humano de la dictadura. Enérgico, cómo un médico obligado a la aplicación de un tratamiento doloroso. Austero y razonable. Temeroso de Dios. Diferente a otras bestias con uniforme. Y dispuesto a contener con el pecho los embates de un mal aun más espantoso. Una paloma entre halcones. Esa fue la imagen que, durante la larga noche de la dictadura, muchos argentinos eligieron del hombre que ejecutó la peor tragedia de la historia nacional. Del hombre que, ahora, a bordo de un inodoro, acaba de partir hacia las tinieblas.
19/05/13 Infonews
La pareja aborrecida por Videla Por Roberto Caballero El dictador, los DNU de De la Sota y Macri y el índice del Libro Negro. A Eduardo Luis Duhalde, porque se lo extraña
Jorge Rafael Videla comenzó a agonizar el día que Néstor Kirchner descolgó su cuadro del Colegio Militar.
Por supuesto, antes estuvo el Juicio a las Juntas, la valerosa decisión tomada por Raúl Alfonsín, el "Nunca Más" del fiscal Julio César Strassera y el libro de la CONADEP. Pero también la dolorosa impunidad del Punto Final, la Obediencia Debida y los indultos de Carlos Menem, con la pequeña puerta que dejó abierta para el juzgamiento de los apropiadores de bebés.
Durante todo ese tiempo, Videla gozó con la ilusión de triunfar definitivamente sobre las razones de una democracia vacilante. La condena social trabajosamente promovida por los organismos de Derechos Humanos, le había bloqueado una salida a lo Pinochet: el dictador chileno conservó durante buena parte de la transición el poder de veto institucional como senador vitalicio y Videla no consiguió eso gracias a la incansable e histórica lucha de Madres, Abuelas, Familiares, ex detenidos y otros organismos. Sin embargo, pudo soñar con vivir su ocaso de genocida jubilado zafando de la prisión durante un largo tiempo.
Hasta que Néstor Kirchner, contra la amnistía que Eduardo Duhalde, la Iglesia y el establishment económico que usaba a José Claudio Escribano –jefe editorial del diario La Nación– como vocero apremiante, habían tejido en las sombras, decidió impulsar el juicio y castigo como política de Estado, definitiva y concluyente.
En su discurso improvisado del 24 de Marzo del 2004 en la ex Esma, el presidente que había llegado a la Casa Rosada con el 22% de los votos, pidió perdón a las víctimas, en nombre del Estado Nacional, por el sufrimiento de todos esos años.
Y ya nada fue igual. Para nadie. Mucho menos para Videla: su gravitancia en el escenario simbólico del poder declinó para siempre. La herencia maldita del terrorismo de Estado, encarnada en su figura amenazante, comenzó a ser saldada en el imaginario social.
El muro de la Teoría de los Dos Demonios fue derribado a golpes de verdad y procedimientos judiciales con todas las garantías que la ley manda. El viejo dictador languideció tras las rejas junto a sus camaradas atroces, y fue una catarsis colectiva. Al periodista de Cambio 16 Ricardo Angoso se lo confesó el propio Videla, desde la cárcel: "Los Kirchner fueron lo peor que nos pasó (…) Alfonsín y Menem hicieron un acuerdo que era mitad y mitad, en el tema de los indultos... Los Kirchner son los que dijeron que no habría simetría en el asunto de la guerra que vivimos, y nos señalaron a los militares como los malos, los responsables de crímenes de lesa humanidad, y a los terroristas como los buenos, como las víctimas de aquellos años terribles." Debe haber sido lo único cierto que dijo en todos esos años, tiempo en el que calló de modo perverso el destino de los 400 chicos apropiados y de los miles de cuerpos de los desaparecidos que él mandó "a disposición final" en ejercicio de la tiranía más sangrienta que vivió la Argentina del siglo XX.
Videla terminó de morir el viernes último, de la vida que había comenzado a resignar cuando Kirchner lo bajó del pedestal de una historia sin pedestales que respetar. Murió de viejo, Videla, en una cárcel común, donde ahora acaban los criminales que cometen delitos de lesa humanidad.
Tal vez, en 30 años de democracia, los argentinos no hayamos conseguido una imagen más clara del significado de la palabra justicia para mostrarles a las nuevas generaciones que esa donde puede verse al que ayer decidía sobre la vida y la muerte, el submarino y la picana, los vuelos y los cuerpos a arrojar al Río de la Plata, detrás de las rejas hasta el final de sus días. En esta nueva Argentina, los dictadores no son fusilados ni ajusticiados en la clandestinidad. Mucho menos reverenciados, y tampoco temidos. Van a la cárcel, después de un juicio oral y público.
¿Qué sería del libro Nunca Más sin las políticas de Memoria, Verdad y Justicia del kirchnerismo? La biblioteca de nuestra propia impotencia democrática. ¿Cómo se les podría explicar a los jóvenes que los crímenes y vejaciones que allí se relatan no tuvieron condena? De ningún modo. El Nunca Más sin juicios y represores presos sólo hubiera servido para perpetuar la sensación paralizante del horror a través de varias generaciones. Contraponer el mérito de los integrantes de la CONADEP, que recogieron corajudamente evidencias y testimonios cuando el Partido Militar aún estaba en operaciones, a la inédita respuesta institucional del Estado en la década kirchnerista, es un absurdo en el que cae cierto antikirchnerismo visceral, incapaz de reconocer que no hay justicia sin sentencias, ni memoria sin consecuencias prácticas.
Así como en los '80 había que leer El Estado Terrorista Argentino, de Eduardo Luis Duhalde; Como los nazis, como en Vietnam, de Alipio Paoletti; el Diario de las Madres y el "Manual de Desaparecedores" publicado por la revista El Periodista para complementar las revelaciones del Nunca Más, es imprescindible valorar la envergadura de lo conquistado en esta última década en la batalla contra la impunidad para comprender el odio del videlismo residual hacia Néstor y Cristina Kirchner. Ellos hicieron lo que otros no quisieron, no pudieron o no intentaron, siquiera.
¿Cuántos presidentes argentinos se pararon ante el auditorio de la ONU y se declararon hijos de las Madres y Abuelas de Plaza de Mayo? Los que agitan el fantasma de la cooptación de los organismos de Derechos Humanos por dinero estatal, ¿pueden ignorar que los pañuelos eligieron acompañar porque se sintieron acompañados como nunca en sus reclamos o eso no existe en el inventario? Hasta que Néstor Kirchner llegó a la presidencia, 20 años después del final de la dictadura, el Auschwitz argentino, la ESMA, seguía siendo la ESMA.
El Menem de los indultos intentó barrer con ella y montar allí un monumento a los caídos al estilo franquista, consagrando la Teoría de los Dos Demonios para la eternidad. No pudo, no lo dejó la protesta, fue un escándalo. Kirchner creó un espacio para la memoria y lo cedió a Madres, Abuelas e Hijos. Por eso Kirchner es Néstor y el dictador Videla murió odiándolo.
Pero no sólo él. Muerto Videla, lo sobrevive el videlismo. Detrás del genocida hubo civiles que alentaron y se beneficiaron de la matanza planificada. Desde los hermanos Juan y Roberto Alemann y Francisco Soldati (padre), controlantes privados de la Italo, única empresa estatizada durante la dictadura, que embolsaron 400 millones de dólares en aquel tiempo que ahora los 40 millones de argentinos le adeudamos al Club de París, hasta Ernestina Herrera de Noble, Bartolomé Mitre y Héctor Magnetto, apropiadores de Papel Prensa en base al despojo accionario de la familia Graiver, denunciados ante la justicia por el fallecido Eduardo Luis Duhalde, secretario de Derechos Humanos de Kirchner, hace tres años.
¿Cómo no adivinar la mano de esos intereses que atraviesan de modo siniestro la historia nacional de las últimas cuatro décadas en el despellejamiento mediático que hace tres semanas se viene practicando desde el canal del Grupo Clarín SA sobre la figura del extinto Kirchner?
¿Qué es lo que no le perdonan al tipo de los mocasines y la birome Bic negra que un día descolgó el cuadro de Videla y ya no está para defenderse?
Tal vez eso mismo. Su mal ejemplo. Su indocilidad. Porque correr los límites de lo posible es cambiar la realidad, una realidad que era cómoda y funcional para los que amasaron fortunas al amparo de Videla y sus amigos, que hoy están desnudos ante la sociedad después de diez años de políticas de Memoria, Verdad y Justicia.
La muerte del dictador pone en perspectiva histórica la figura de Néstor Kirchner. Lo rescata de la fábula de la bóveda bajo el mausoleo y su debilidad por las cajas fuertes, y exime a su viuda y heredera política de dar explicaciones sobre el inexistente proyecto oficial de intervención del diario Clarín que Joaquín Morales Solá y Jorge Lanata instalaron para victimizar a sus mandantes, que buscan aterrorizar a sus empleados y extorsionar a la sociedad democrática confundiéndola con el viejo verso de asociar la libertad de prensa con la libertad de empresa, con la complicidad de José Manuel de la Sota y Mauricio Macri y sus DNU con letra del Estudio Sáenz Valiente (ver recuadro).
Como si fuera una cámara que abandona el detalle y amplifica el cuadro hasta abarcar la totalidad de la pantalla, la noticia mortal de Videla en una cárcel común salva a Kirchner del relato malicioso que pretende transformarlo en un insignificante puntero codicioso y lo catapulta a la dimensión de estadista que le asignaron todos los que lo lloraron en su viaje final, tanto en nuestro país como en el extranjero.
No es para menos. Cuando faltan apenas seis días para que se cumplan diez años de su asunción, una verdadera multitud se prepara para evocarlo en la Plaza de Mayo, el próximo sábado 25.
Entre la picardía canalla del prime time dominical de Canal 13 y las certezas sencillas del documental de Adrián Caetano (pueden verlo en http://www.youtube.com/watch?v=IF6FTAAZzk8, la sociedad hará el balance de una década de gobierno, con sus logros y materias pendientes, de la pareja que Videla aborreció hasta el último de sus días.
Preso, en una cárcel común. Como sucede con los genocidas, en los países en serio.
De La Sota y Macri: fuera de la ley
Al autor de estas líneas puede fallarle la memoria, pero vamos a suponer que Google no deja mentir. Cuando se buscan detalles sobre el discurso de Néstor Kirchner en la ex Esma de marzo de 2004, la mayoría de las crónicas refleja el enojo del entonces presidente con los gobernadores del pejotismo que no habían acudido a la cita en Núñez. Mencionan a dos, principalmente: Felipe Solá (Buenos Aires) y José Manuel de la Sota (Córdoba). Las ausencias, siempre siguiendo las crónicas de esa jornada histórica, estaban motivadas en el desacuerdo con la política de Derechos Humanos oficial, a la que juzgaban como revanchista. Casi una década después, Solá es diputado al frente de un minibloque intrascendente que coquetea con Francisco de Narváez y De la Sota, después de todo, sigue siendo el mandatario provincial mediterráneo. El día que se conoció la noticia de la muerte de Videla, De la Sota firmó un decreto pro Clarín, similar al que un par de días antes había hecho público Mauricio Macri. Si bien por Twitter ambos recordaron críticamente al dictador con frases de ocasión, tanto el procesado jefe de gobierno porteño como el gobernador cordobés coincidieron en crear un instrumento jurídico artificial que, en teoría, viene a impedir la plena aplicación de la Ley de Servicios de Comunicación Audiovisual que remplazó a la vieja Ley de Radiodifusión de la dictadura que llevaba la firma de Videla. En esto, ambos son coherentes: la Ciudad Autónoma de Buenos Aires y Córdoba, además del San Luis de los Rodríguez Saá, nunca mandaron sus representantes al COFECA (Consejo Federal de Comunicación Audiovisual), organismo creado por la Ley 26.522. Los Rodríguez Saá, hace tres años, legislaron provincialmente contra la Ley de Medios y la Corte Suprema les recordó algo que se aprende en la secundaria, cuando los profesores explican la Pirámide de Kelsen: una ley provincial no puede anular una ley nacional. Mucho menos, los decretos de necesidad y urgencia. Desde que se promulgó la Ley de Servicios de Comunicación Audiovisual, los Saá, De la Sota y Macri están fuera de la ley por boicotear y desconocer al COFECA. Si no avalan la Ley 26.522, ¿cuál es la norma que defienden de modo tácito? No hay que pensar demasiado: la 22.285, decretada por Videla bajo la Doctrina de la Seguridad Nacional, empeorada por Carlos Menem durante la década del ’90, a pedido de Clarín SA. Como diría el filósofo Pancho Ibáñez: todo tiene que ver con todo en esta historia.
Última cosa: cuando el martes se reúnan los miembros de la Corte Suprema en su habitual reunión semanal, es esperable que digan algo sobre los decretos urgentes de De la Sota y Macri. Entre otras cosas, porque estos instrumentos, en su desafinado articulado, desconocen al máximo tribunal, cuestionan tratados internacionales, desafían la jurisdicción federal y se atribuyen potestades que exceden a las provincias. Son, podría decirse, pre-pacto de San Nicolás. Más que autonomía, proponen un separatismo a la catalana, con llamativas ínfulas soberanas. Córdoba y Buenos Aires plantean algo así como una guerra de secesión conceptual y jurídica. Como si quisieran dejar de pertenecer a la Nación Argentina para constituir dos estados asociados a la República de Clarín.
El libro negro de la tercera tiranía, parte II
Interesante aporte del historiador y sociólogo Roberto Baschetti en diálogo con Radio Nacional. Se trata del mayor recopilador de documentos de la Resistencia Peronista y además generoso colaborador de cuanto libro sobre la época se haya escrito en las dos últimas décadas. Consultado sobre el paralelismo del Libro Negro de la Segunda Tiranía y la actual campaña clarinesca de lugares comunes para fustigar a la "dictadura K", Baschetti hizo un recorrido por el índice de esa biblia antipopular que editó la Revolución Fusiladora. Dice así:
"Introducción (pág. 21): La tradición nacional. La libertad, la igualdad y la democracia: principios esenciales del pueblo argentino. Infiltración de las ideas antidemocráticas. Preparación de la dictadura. El Dictador (pág. 34): Sus antecedentes personales. Su concepto de la conducción política. Su visión del pasado histórico. Su doctrina. 'La Señora'. La autoglorificación. El mando sin término. Su enriquecimiento. Su caída. El partido oficial (pág. 53): Cómo se constituyó. Cómo se desarrolló. Cómo se sostuvo. Cómo elegía sus candidatos. Su disolución. Los legisladores de la dictadura (pág. 64): Los viejos parlamentarios. Cómo actuaron los legisladores de la dictadura. Cómo se los vigiló. Su acrecentamiento patrimonial. Medios de propaganda y dominación (pág. 79): Una página de la 'Política' de Aristóteles. La propaganda. La prensa. La libertad de prensa en la tradición argentina. Martirologio de la prensa libre. La prensa bajo la dictadura. Incautación de la mayoría de los diarios y revistas del país. La radiodifusión. Monopolio de la publicidad. Sus propósitos. Otros medios de publicidad. El miedo. Un ejemplo de intimidación pública. La justicia (pág. 103): La justicia de la dictadura. El juicio político contra los ministros de la Corte Suprema. Sometimiento de la judicatura. Algunos ejemplos. La justicia de la provincia de Buenos Aires. La justicia al finalizar la dictadura (…) Corrupción y desorden (pág. 163): La corrupción oficial. La compra de los ferrocarriles extranjeros. El negociado de automóviles de Mercedes Benz. Otros negociados de automóviles. Negociado de televisores. La comercialización de la producción agrícola. El IAPI. El caso Richter. Construcción del gasoducto Comodoro Rivadavia-Buenos Aires. Aeropuerto de Ezeiza. Frigorífico Nacional de la Ciudad de Buenos Aires. Los grandes crímenes (pág. 201): El miedo del dictador. Un hecho oscuro: la muerte de Juan Duarte. Incendios de las sedes de los partidos políticos. Incendio del Jockey Club. La quema de la bandera. El ataque a la Catedral y la expulsión de los prelados. Incendio en los templos católicos. Torturas, vejaciones y otros apremios ilegales. El delito de genocidio (…)"
La coincidencia entre temas y abordajes sorprende. Son los mismos ejes intolerantes y persecutorios, aunque con 60 años de diferencia. Aquel libelo, que sólo sirvió para justificar el decreto 4161 que proscribió a la mayoría política del país durante 18 años, encarcelando o asesinando a sus dirigentes y militantes, forma parte de la historia trágica de los argentinos. El liberalismo oligárquico jamás pidió perdón por sus crímenes y difamaciones. Releer El Libro Negro de la Segunda Tiranía es comprender qué tan profunda, arraigada y peligrosa es la "cultura gorila" que los dadores de prestigio académico consignan como democracia civilizada frente a la supuesta barbarie de los regímenes populistas. José Hernández Arregui, un intelectual marxista que terminó enrolándose en el peronismo, dijo alguna vez que ese libro era el fiel reflejo del odio de clase incubado por aquellos que había visto afectados sus privilegios económicos, sociales y culturales durante los dos primeros gobiernos peronistas. No se trata de renegar de las falencias o tendencias autoritarias del justicialismo naciente, que las tuvo, del mismo modo que aciertos en materia de justicia social y soberanía nacional que aún los no peronistas lúcidos admiten cuando rescatan la figura de Evita y su compromiso con los humildes. No: lo llamativo de todo esto es que la Argentina de hoy es indudablemente más democrática que la de mediados del Siglo XX, pero los dueños del poder y del dinero siguen odiando con el mismo reflejo y la misma intensidad a los gobiernos que pretenden un patrón de distribución más igualitario, y echan mano a las mismas campañas lunáticas para hacer retroceder la rueda de la historia. La distancia entre su utopía irrealizable y la verdad de las cosas es tan grande como la que separa su fantasiosa descripción de la realidad y la que perciben millones de personas a las que los gobiernos populares que abominan les devolvieron su dignidad, ahora y siempre.
Un dato más, de color: el enriquecimiento de Perón nunca se comprobó. Es otro de los tantos bolazos del Libro Negro... Jorge Antonio lo sostuvo económicamente en el exilio y el aporte de amigos y sindicatos le permitieron una vida austera hasta el retorno definitivo a la Argentina, cuando le devolvieron grado, uniforme y salarios adeudados en el Ejército. Mario Rotundo solía mostrar una colección de zapatos que había pertenecido a Perón, algunos italianos, bien refinados. Otra parte sustancial de "la fortuna" del ex general tres veces presidente era su biblioteca. ¿A qué no saben quién la compró en un remate? Un millonario de verdad: Francisco de Narváez, que bien podría comenzar a leerla.
19/05/13 Tiempo Argentino
La estrecha complicidad con la Iglesia
El dictador mantuvo una firme relación con los sectores más conservadores de la jerarquía eclesiástica. Los nexos con el Movimiento Familiar Cristiano y el vínculo con la entrega de niños.
Las relaciones de Jorge Rafael Videla con los sectores más conservadores de la Iglesia Católica se reflejan en que nunca fue excomulgado. Ni siquiera cuando en una entrevista concedida a una publicación cordobesa, que debía conocerse después de su muerte pero que fue revelada cuando el dictador rompió un silencio de años con un medio español, afirmó que la jerarquía eclesiástica no sólo conocía sobre los desaparecidos sino que también aconsejaba sobre cómo manejar política e internacionalmente el tema.
Videla tenía cercanías con el Opus Dei. Pero su relación más estrecha, según revelan los periodistas Walter Goobar y Gabriela Juvenal, en el periódico Miradas al Sur, y María Seoane y Vicente Muleiro en el libro El Dictador, estaba cimentada con el Movimiento Familiar Cristiano. Se trata de una institución reconocida por la Iglesia desde hace más de medio siglo, que ilustra su página oficial en Internet con una foto del Papa Francisco y el resumen de cuatro de sus principales postulados: "Defender la vida desde la concepción hasta la muerte natural; irradiar la belleza del sacramento del matrimonio; destacar la importancia del noviazgo como período de preparación para el matrimonio y repudiar actos de violencia contra la vida." Uno de los principales referentes de la entidad es el actual arzobispo de La Plata, Héctor Aguer.
Videla se acercó a la institución a raíz de una desgracia familiar: la esquizofrenia de uno de sus siete hijos, Alejandro Eugenio, fallecido poco antes del golpe de Estado del 24 de marzo de 1976. Por entonces aún no habían surgido las denuncias sobre las supuestas gestiones del Movimiento Familiar Cristiano para "ubicar" a hijos de desaparecidos en matrimonios de apropiadores. Los casos de Belén Altamirano Taranto y la hermana de Verónica Castelli, nacidas clandestinamente en el Hospital de Campo de Mayo y adoptadas mediante la gestión de la organización cristiana, desnudaron esa supuesta situación que aún hoy se investiga en Tribunales. De la pesquisa surgió que el Movimiento tuvo durante la dictadura un convenio con la Secretaría del Menor, aparente fachada para disimular en adopciones las apropiaciones.
Videla tuvo, además, amistad personal con el ex nuncio apostólico en Argentina, Pío Laghi y el ex cardenal primado Raúl Primatesta, ambos ya fallecidos. Según el periodista Ceferino Reato, en su libro Disposición Final, también tuvo estrecha relación con el ex titular del Episcopado Adolfo Tortolo, quien también fungió como vicario general castrense. "Tortolo, pero no sólo él, fue un decidido impulsor del golpe", subraya Reato.
"Con ellos hemos tenido muchas charlas... la Iglesia ofreció sus buenos oficios, y frente a familiares que tenían la certeza de que no harían un uso político de la información, se les dijo que no busquen más a su hijo porque estaba muerto", le confesó Videla en 2010 a Adolfo Ruiz, periodista de la revista El Sur, de Río Cuarto.
Antes de morir, Videla fue procesado por el juez federal de Rosario Marcelo Martín Bailaque por 18 casos de secuestros, cuatro e privación ilegal de la libertad seguida de tormentos y otros 18 de secuestro, torturas y homicidios. Junto con él también fue procesado el sacerdote santafesino Eugenio Segundo Zitelli, como "partícipe necesario" de esos delitos.
18/05/13 Tiempo Argentino
ALGO ES ALGO.
Un hombre minúsculo
Por Hugo Cañón *
Hasta cierto instante el dictador estuvo vivo, luego murió.
Transitó con certeza de la vida a la muerte. No hubo intervalos, huecos, incertidumbres, incógnitas. Estaba vivo y murió, así de simple, así de natural. Se sabe cómo, cuándo y dónde dejó de estar vivo, para pasar a tener la calidad de muerto. Su entidad nunca se perdió, ni se perderá. Esta es la legalidad que se le garantizó y se le garantizará. El hace décadas salió de la legalidad. Por su decisión quebró en 1976 el sistema jurídico vigente. El lo partió, lo aniquiló, generó un plan clandestino de exterminio, secreto, marginal, por fuera del Estado de derecho. Se mantuvo fuera del sistema por automarginación. Mientras pudo. Se lo reincorporó al sistema legal con una condena perpetua en 1985. Pero a él lo seducía la marginalidad, se enamoró de la ilegalidad, y por eso se fugó del sistema. Mejor dicho: lo ayudaron en 1990 a evadirse mediante una ganzúa llamada Indulto. Menem lo hizo.
Así estuvo muchos años en los bordes que la impunidad garantiza. Claro, podía correr por la Costanera de Buenos Aires, pero no podía hacer footing en el exterior porque si salía del país la justicia universal lo hubiese colocado nuevamente en el sitio que la legalidad asigna: la cárcel. Así pasaron los años, pero la lucha de la sociedad, la militancia de los organismos de derechos humanos, la convicción moral acerca de la necesidad de seguir el camino de la verdad y la justicia y la adopción de una política de Estado en materia de derechos humanos adoptada a partir de 2003 habilitaron que se lo pudiese traer nuevamente al sistema legal: se lo juzgó y condenó en el marco del Estado de derecho. Así se le asignó el lugar que le correspondía: una cárcel común, donde tuvo la digna oportunidad de morir en paz (sólo él habrá sabido si en el instante final balbuceó algún pedido de perdón ante tanta atrocidad desplegada en su vida, o si se ahogó en su último estertor tragando su odio y crueldad. Tal vez el dios en el cual creía lo sepa, nosotros no).
¿Habrá valorado que nadie lo trató como una entelequia? ¿Habrá llegado a admitir que se lo trató como un ser humano incluido? ¿Habrá llegado a comprender que fue juzgado como lo saben hacer los hombres civilizados? Son enigmas. Las respuestas se las llevó con él, como se llevó tanta información que de haberla brindado hubiese suministrado un bálsamo a tanta angustia acumulada que genera la incertidumbre de no saber cómo, dónde están los desaparecidos, qué pasó con ellos. Su silencio monacal obrará como daño colateral. En estas reflexiones podemos decir que se fue un hombre insignificante, minúsculo, sin grandeza.
No fue presidente, sino un tirano usurpador y no fue general, porque se arropó con el uniforme del traidor, no con el del soldado que está junto al pueblo y por la emancipación al lado de los pueblos hermanos de la patria grande de San Martín, Bolívar, Artigas, Martí. Que nadie escriba obituarios, como se estila, haciendo referencia al recientemente “desaparecido” dictador. El no desapareció: ¡se murió! No sé si descansará en paz. Nosotros descansaremos de él.
P.D.: “Pasó el diablo por Marcos Paz y dijo: ‘Algo es algo, y se lo llevó’. Pero aclaró: en el infierno están prohibidos: el fragote, la propaganda, la tortura, la desaparición”.
* Ex fiscal general de Bahía Blanca y copresidente de la Comisión por la Memoria.
18/05/13 Página|12
EL MUNDIAL ’78 QUE ARGENTINA GANO MIENTRAS TORTURABAN GENTE A POCAS CUADRAS DE RIVER El Mundial que armó para perpetuarse
EL MUNDIAL ’78 QUE ARGENTINA GANO MIENTRAS TORTURABAN GENTE A POCAS CUADRAS DE RIVER
El Mundial que armó para perpetuarse
A Videla le importaba poco el deporte en general y el fútbol en particular. Pero buscó en la pasión argentina la manera de mantenerse en el poder. Hubo sospechas en las obras y en aquel 6 a 0 de Argentina a Perú.
Por Gustavo Veiga
Los pulgares en alto, la sonrisa cínica, el bigote casi hitleriano, el sobretodo negro y la Copa del Mundo entregada al capitán Daniel Passarella. Esa postal de Videla el 25 de junio de 1978 sintetiza el clímax de la obra cumbre que montó la dictadura con el afán de perpetuarse. Tratándose del genocida muerto, reflejaría un contrasentido, pero no es así: al general de figura desgarbada y modales afectados, poco le importaba el deporte. Y en particular uno, el fútbol. Era insospechable de sentir esa pasión tan propia de los argentinos por alguna camiseta. Claro que un Mundial es otra cosa. Aquel de hace 35 años representaba un capital simbólico para el régimen cívico-militar. Si lo acompañaba el éxito, pensaba que podría llegar mucho más lejos.
Los aires de perpetuación en el poder se transformaron para él en cadena perpetua. Hasta ayer, Videla la cumplía en una cárcel común: el penal de Marcos Paz. El anciano ex general de 87 años que nunca se arrepintió de sus crímenes quedó asociado a ese evento mundialista para siempre. En su defensa, llegó a decirle a la revista española Cambio 16 el 20 de febrero del año pasado: “Mostramos al mundo que podíamos y sabíamos organizar una actividad internacional de estas características; fue un gran avance y en apenas unos meses, pues antes no habían comenzado los trabajos, desarrollamos todas las capacidades para este Mundial. Los anteriores gobiernos que nos antecedieron no habían hecho nada”.
Esas ínfulas no se compadecen con la prehistoria del Mundial. En la cúpula del régimen, el dictador era uno de los menos entusiasmados con la idea de organizarlo. Cuando la jornada inaugural del 1º de junio del ’78 todavía parecía lejana, lo terminó de convencer su pariente político, el vicealmirante Carlos Alberto Lacoste, hombre fuerte del fútbol argentino. El marino era primo hermano de la esposa de Videla, Raquel Hartridge. Su poder en el Ente Autárquico Mundial 78 (EAM), un organismo descentralizado, se robusteció con el asesinato del general Omar Actis, su presidente hasta agosto del ’76. El crimen fue cargado a la cuenta de la guerrilla, que jamás lo reivindicó como propio. La sospecha de que la Marina había sido la responsable nunca se disipó hasta hoy.
El 21 de febrero de 1977, el nuevo presidente del EAM, el general Antonio Merlo –una marioneta de Lacoste–, dijo que “los ingresos del Mundial superarán los gastos en un 30 por ciento”. En septiembre, predecía ganancias por 23 millones de pesos y 35.000 turistas. No contento con las previsiones, más adelante asumía que los costos ascenderían hasta 450 millones. El Mundial de la dictadura le habría salido al país 517 millones de dólares, 400 más que los pagados por España en la siguiente edición de 1982. El saldo económico jamás se conoció con precisión, ya que nunca fue presentado un balance. Videla lo dejaba hacer al primo de su mujer.
En la ESMA, a menos de diez cuadras del estadio de River, donde se jugaron –entre otros partidos– el que abrió el Mundial entre Alemania y Polonia y la final que el seleccionado de César Luis Menotti le ganó a Holanda, se secuestraba, torturaba y arrojaba al Río de La Plata a los detenidos desaparecidos. Con el cinismo que lo caracterizaba, el genocida describió en aquella entrevista que le dio a la revista española: “Le Monde llegó a reproducir un reportaje de un periodista que se imaginaba que unos disparos que sonaban en los alrededores del estadio, procedentes del Tiro Federal Argentino cercano, eran las balas dirigidas a un pelotón de personas fusiladas. El estadio estaba a dos cuadras del polígono de tiro y el periodista, obviamente, quería denigrarnos al precio que fuera”.
La historia de Videla y el Mundial, su versión, es tan descolorida como las imágenes de ATC que se vieron a lo largo del torneo. Un represor en blanco y negro al que recién le volvió cierta tonalidad a la cara cuando le cedió la Copa a Passarella. Porque sólo la final pudo transmitirse en color. Ayer, el actual presidente de River dijo sobre la muerte del hombre que encabezó el golpe del ’76: “Se van cerrando las heridas. Sigamos construyendo hacia el futuro”. Una despedida a su estilo. Nunca comprometida.
El otro momento emblemático del dictador durante el Mundial ocurrió en Rosario, antes del partido clave contra Perú que la Selección Nacional ganó 6 a 0. Escribe el periodista Ricardo Gotta en su libro Fuimos campeones, editado en 2008 para el trigésimo aniversario del torneo: “Videla dio un pequeño paso al frente como para ser visto claramente por todos. No le hacía falta levantar demasiado la voz. Un inquietante sigilo dejaba entrar el siseo leve y lejano de hinchas que llegaban al estadio. Alguna trompeta de plástico tronó sorda, hueca, distante. Uno de los jugadores se paró ante el sorpresivo ingreso de los visitantes. Unos segundos después, ya comenzado el discurso, reparó en que estaba a medio vestir y que tenía el pantaloncito aún en sus manos. Dudó en ponérselo o arrojarlo... A esa escena la sigue una frase que se atribuye al ex general: ‘Hermanos latinoamericanos’. Así empezó a hablarle al auditorio de jugadores peruanos. Un volante de aquel equipo que integraban el arquero argentino nacionalizado Ramón Quiroga, Teófilo Cubillas y Héctor Chumpitaz, recuerda: ‘Un par nos cagamos en las patas’”. El presidente de la delegación del Perú era Paquito Morales Bermúdez Pedraglio, abogado e hijo del dictador peruano en aquel momento, Francisco Morales Bermúdez. El le dio la bienvenida a Videla en el vestuario de Rosario Central. La historia que siguió es conocida. Las sospechas de un arreglo también.
gveiga12@gmail.com
18/05/13 Página|12
Los gritos de gol resonaban en la ESMA
Por Ricardo Gotta
En la mesa de caoba, un crucifijo y una Biblia. Desde los calabozos de la ESMA, la noche del 23 de marzo 1976, se escucharon los festejos que llegaban del Monumental, por el 2-1 de River ante Portuguesa por la Copa. En la Rosada, fisgoneaban la pantalla.
En el Edificio Libertad también. Massera apoyó el codo en la mesa para ver a River. Lo haría varias horas después con la Selección, ya establecido el golpe a Isabelita, ya jurada la Junta. Jorge Rafael Videla iba por el Ejército. Luego advertía por cadena: "La responsabilidad asumida impone el ejercicio severo de la autoridad para erradicar definitivamente los vicios que afectan al país." Un cuarto de hora después se anunciaba "la propalación programada (sic) del partido de fútbol que sostendrán la Argentina y Polonia". Lo único que no fue proclama militar. En la reunión posterior al partido repartirían el país como quien reparte un botín: el militar muerto ayer le cedió el deporte al marino, pero él firmó el decreto sobre la conveniencia de ratificar con la mayor urgencia la sede del Mundial '78.
Dos años después se cuadró delante del micrófono. Respiró hondo y el siseo retumbó en todo el Salón Blanco. Los jugadores estaban de impecable traje gris, camisa blanca y corbata. Muchas melenas informales. Él vestía uniforme. "Señores, así como el comandante arenga a su tropa antes del combate, así como el presidente saluda y despide a sus embajadores antes de que estos salgan a cumplir con su gestión, así he querido exhortarles a que se sientan, y sean, realmente ganadores (…) Y que sean una expresión justa y acabada de lo que es la calidad humana del hombre argentino…" El último aliento fue casi un alarido. Menotti, el único que respondió: "Vamos a dejar todo, no sé si será mucho o poco… Pero vamos a dejar todo."
Se volverían a ver las caras durante la Copa. El dictador presumía no entender nada de fútbol. Por el mundo circulaba la consigna "Argentina campeón, Videla al paredón". Estuvo en Rosario, en el Gigante de Arroyito que aún guarda en sus entrañas una incógnita atroz: si debajo de una de sus columnas de iluminación fueron enterrados cadáveres de desaparecidos. Argentina jugó ante Perú. Hubo contactos secretos para encauzar la clasificación argentina. El jefe de gobierno, al lado de Henry Kissinger, estuvo esa noche en la espeluznante delegación que ingresó al vestuario peruano antes del encuentro. Uno de los jugadores estaba en slip. Lo paralizó el miedo. Videla no arrancaba. El militar se cuadró e hinchó el pecho. "Hermanos latinoamericanos…" Un peruano ejemplificaría el momento sin eufemismos: "Nos cagamo' las patas." Argentina logró su cometido. "Sí, es el triunfo del pueblo argentino", dijo exultante el presidente que festejó levantando sus manos de garras.
Pocos días después, Argentina se consagraría campeón. Videla entregaría el trofeo. Clarín tituló: "Cuando la Copa se sintió feliz". Esa noche nacería Guido, el nieto de Estela de Carlotto. De la ESMA sacaban presas políticas en un patético paseo por la ciudad. Al rato de acabados los festejos, volvía la picana. Videla lo negaba. Al día siguiente salía al balcón de la Rosada. Horas después recibía al plantel argentino en Olivos. Compartió la mesa con mesa con Menotti y Havelange. Seguía la tortura.
Un año después, el 25 de junio del '79, el partido organizado por Clarín, para recaudar fondos para un predio de entrenamientos de AFA. Maradona jugó. Argentina perdió 2-1 ante Resto del Mundo. Ruud Krol recibió la Copa de manos de Ernestina Herrera de Noble. A su lado aplaudían, sonrientes, Videla y Julio Grondona. Ese mismo año llegaría el Mndial Juvenil ganado de la mano de Diego. Organizaciones de Derechos Humanos visitaban la Argentina y tipos como José María Muñoz armaron una convocatoria popular para tapar las repercusiones de esa inspección. Videla habló con Maradona desde Japón y se apropiaba del triunfo. Se puede decir que todos los gobiernos lo hacen. Pero ese tipo tenía el alma y las manos manchadas de sangre y horror. Alguna vez Ariel Scher tituló una nota sobre la dictadura: "Todavía espanta". Parafraseando al periodista, Videla espanta aun muerto.
18/05/13 Tiempo Argentino
La herencia que el dictador nos legó Por Alberto Dearriba
Videla no sólo dejó miles de desaparecidos, sino la deuda externa que fue una herramienta de dominación.
El sangriento dictador murió como correspondía: en una cárcel común, condenado de por vida por la justicia y despreciado por la mayor parte de la sociedad. Era el último integrante de la Junta Militar que asaltó el poder institucional en 1976 para producir una masacre de militantes, modificar la matriz económica y sepultar definitivamente a la sociedad populista por otra basada en el individualismo. Los creyentes dirán que ahora será sometido al juicio definitivo de Dios. Pero, felizmente, la sociedad argentina lo condenó en vida. El primer presidente de la democracia recuperada en 1983 lo había metido preso, el segundo lo indultó y –con el gesto histórico de descolgar su cuadro del Colegio Militar– el quinto propició el clima político que lo envió a prisión definitivamente en sus últimos años.
A fines de octubre de 1975, Jorge Rafael Videla había anticipado partes de sus planes desde Montevideo, durante una reunión de ejércitos americanos que coordinaban su accionar en la región bajo la supervisión del U.S.Army. "Si es preciso, en la Argentina deberán morir todas las personas necesarias para lograr la seguridad del país", dijo impávido. En realidad, era "preciso" matar a mansalva si el objetivo era terminar con la sociedad populista, imponer al sector financiero por sobre el productivo y acabar con todo vestigio de las ideas revolucionarias de las décadas del 60 y del 70. El genocidio no fue sólo un acto maléfico, sino la herramienta funcional para edificar la sociedad individualista y terminar con la secuencia de gobiernos populares seguidos de golpes militares, iniciada en septiembre 1930 con la caída de Hipólito Yrigoyen.
El ex general Videla, el ex almirante Emilio Eduardo Massera y el ex brigadier Orlando Ramón Agosti no se propusieron dar un golpe más, sino el golpe definitivo. Los tres murieron de muerte natural, lo cual no es un dato menor. Y también el civil que fue ideólogo del paradigma económico que se mantendría, con parches, hasta diciembre de 2001, cuando se desplomó junto al sistema político e institucional en medio de la pobreza y la desolación que produjo. El principal conspirador civil, José Alfredo Martínez de Hoz puso el rasgo liberal, la impronta de mercado, que sólo podría haberse aplicado entonces acompañada del accionar represivo de la cúpula militar. Curiosa contradicción la de los neoliberales argentinos: autoritarios en lo político y liberales en lo económico. A diferencia de sus camaradas nacionalistas de dictaduras anteriores, Videla era un defensor de la libertad de mercado y un detractor del Estado. Sentado como usurpador en el sillón de Rivadavia, el ex general se quejó amargamente ante el secretario general de la Presidencia,general José Villarreal, por las trabas que tenía su gobierno para privatizar los ferrocarriles: "¡Pareciera que si vendo los ferrocarriles estoy vendiendo la bandera argentina!", se quejó.
Trece años después, Carlos Menem, un presidente proveniente del movimiento peronista, cumpliría el sueño de Videla luego de la mayor operación de travestismo político. Pero el tirano y sus camaradas habían segado antes las malezas que impedían la desaparición del Estado en favor de la utopía de mercado. Esa que sostenía que, una vez desaparecidas las regulaciones, la economía crecería y derramaría riquezas sobre todos los sectores sociales.
El cuento que contaba Martínez de Hoz y profundizó Menem no se verificó precisamente en la práctica. Por el contrario, el modelo económico que comenzó con la dictadura, que no supo o no quiso cambiar Raúl Alfonsín y que profundizó el riojano, produjo miseria, desempleo, exclusión social y desesperanza generalizada.
Sin embargo, la mayor de las felonías que los militares le legaron a la democracia fue la deuda externa, que fue creciendo luego exponencialmente al refinanciar intereses sobre intereses. La dictadura produjo en siete años un salto estratégico de las obligaciones externas que se quintuplicaron entre 1976 y 1983. La pesada herencia se convirtió en una herramienta de dominación inmanejable para los sucesivos gobiernos democráticos. Menem exageró la receta hasta el hartazgo: tipo de cambio fijo con abundante financiación externa.
La historia comenzó a cambiar después del estallido del modelo neoliberal en diciembre del 2001 y tuvo un vuelco central en 2003, cuando Néstor Kirchner delineó un programa económico que frenó la sangría mediante una estrategia de desendeudamiento que incluyó una quita substancial de la deuda y el cierre de negociaciones con el Fondo Monetario Internacional (FMI).
Sin embargo, un argentino nacido cuando Videla ocupaba la casa de gobierno y avalaba el endeudamiento piloteado por Martínez de Hoz –quién era vivado en los foros internacionales– todavía padece hoy las consecuencias de aquellos "éxitos".
El kirchnerismo debió levantar la pesada hipoteca que estalló cuando los bancos se quedaron con los dólares de los ahorristas en un proceso de valorización financiera que se inició con la dictadura. La presidenta Crisitina Fernández acaba de recordarles a los sectores medios que golpeaban las puertas de los bancos en 2001 que fue el actual gobierno el que les devolvió los ahorros a través de los Boden 2012. Las actuales restricciones al atesorameinto de dólares, que tanto irritan a los sectores medios, tienen como origen el estrangulamiento del sector externo,signado centralmente por el pago de la deuda externa, que se convirtió en un pesado problema durante la dictadura de Videla.
A 37 años de aquel golpe militar, la Argentina no sólo llora a sus hijos asesinados salvaje y masivamente bajo la dictadura de un hierático general que creía cumplir una misión divina, sino que las huellas de su herencia son perceptibles en los efectos perniciosos y restrictivos del default. Muchos argentinos entregaron su vida en un instante para oponerse a la dictadura. Pero muchos otros pagan durante años con condiciones de vida. Pese al desempeño virtuoso de la economía en la última década, la Argentina –el mal alumno que sacó los pies del plato–no posee financiación internacional accesible para sus proyectos de desarrollo estructural y productivo.
Si bien el kirchnerismo logró modificar el perfil de mercado que la dictadura militar que encabezó Videla originalmente le impuso a la economía nacional, todavía subsisten rémoras que deben ser modificadas para certificar que no solo el dictador, sino sus ideas, están definitivamente muertas. El exponente más claro es la ley de entidades financieras, que fue una de las piedras angulares del modelo económico de los militares y que –aunque emparchada– mantiene su vigencia.
Para pasar de la economía de producción que subsistía destartalada durante el gobierno de Isabel Martínez, a otra en la que era mucho más rentable especular financieramente, los "chicago boys" de Videla impusieron un nuevo régimen de entidades financieras con absoluta libertad de tasas. Cualquier jubilado o despedido con indemnización, sabía cuál era la financiera que pagaba más por un depósito a plazo fijo. Cualquier capitalista tenía claro que el mejor negocio no era montar un comercio o una pequeña empresa, sino apostar en la timba financiera que proveía de "plata dulce". El destierro definitivo de aquella cultura requiere avanzar en el modelo de producción, empleo y distribución de la riqueza. Sólo entonces Videla y sus camaradas quedarán definitivamente enterrados.
18/05/13 Tiempo Argentino
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