domingo, 19 de mayo de 2013
Letanía argentina Por Horacio González *
Videla parecía un hombre austero pero avergonzó a un país; dictó órdenes de muerte y se mantuvo en un ascetismo turbado; dirigió un Estado visible y no mostró demasiado la secreta fascinación que le provocaba el Estado que funcionaba en las catacumbas; intentó engañarse algunas veces sobre el caso de un poder que residiría en la Casa Rosada, pero sabía que el poder real estaba en las mazmorras clandestinas y en las disposiciones calladas que arrojaban cuerpos a fosas comunes, o al olvido carcomido de los ríos; era un cristiano practicante y no supo que llegó a una de las máximas más perturbadas de la fe, que es el aniquilamiento a través del dolor de los que ni siquiera se animó a llamar impíos; hizo una carrera militar trivial y oscura, pero no fue menos oscura su condición de asesino amparado en tabiques institucionales; no mostró desinterés por las instituciones pero sabía que su autoridad emanaba del crimen en sórdidas cárceles secretas; fue cobarde para llamar con alguna palabra a lo que hacía, no pudo así abandonar la mentira profunda que lo había quebrado como ser humano aunque fue él quien pensó que quebraba a los demás; gritó goles de la selección y se debió preguntar qué franja sentimental del aniquilador de vidas lo hacía levantar súbitamente de una butaca de tribuna;
intentó explicaciones al final de su vida, pero solo emitía radiogramas guturales donde sugería crípticamente que matar protegido por el secreto de Estado era lo más recomendable; fue un hombre de la Iglesia pero creyó que si fusilaba a la luz, la Iglesia lo iba a reprender; no era posible saber si como farsante de su propia condición criminal, convencía a la Iglesia de actuar con sigilo o era ésta quien lo hacía sigiloso a él; parecía pronunciar frases liberales pero como simulador de Estado, su conciencia no podía ser inteligible en su condición de persona; como persona parecía un militar, como militar había deshabitado y quebrado su condición de persona;
como hombre que parecía íntegro en la parca locuacidad que lo caracterizaba, era un monolingüista que solo conversaba en su conciencia de eremita, que sabía perdonarle para él solo su condición de asesino; como asesino que hizo pactos de sangre con empresarios y sacerdotes, descontó que sería indultado por la cruz, la plusvalía y la espada;
como culpable indigno se negó a abandonar su condición de perdonado por la excepción que hizo sobre sí mismo; exceptuado por las mediaciones del Estado para no ser él mismo el que apretaba gatillos y manejaba artefactos de tortura, blindó su espíritu con la verdadera tortura de no saber para siempre lo que fue capaz de hacer; inconsciente del límite que había traspasado, como estudioso de reglamentos, pensó que matar era un mandamiento y las palabras dichas a media lengua y los eufemismos lo convencieron de que el mismo Videla que daba reportajes, no era el Videla espectral cuyo nombre se pronunciaba con miedo en los pasillos de las calabozos y aun al caer la tarde en las enmudecidas ciudades del país; arrodillado en las iglesias que le daban la hostia benéfica, no pensó lo que ese mismo arrodillarse podía significar en los cuerpos engrillados y sacrificados, algo que era más profundo ante la muerte que su incapacidad de reflexionar incluso sobre sus propias rodillas insensibles;
como militar disciplinado no pudo revelarse a sí mismo qué significaban las recónditas ergástulas donde se retorcían cuerpos agraviados en medio de desechos y pestilencias; quiso ser voluntariamente mediocre y ni siquiera supo ser un asesino compungido pues mató como las máquinas parecidas a las que inventó la literatura para las colonias penitenciarias; perforó cuerpos y no se pudo sacar de encima la palabra cuerpo, eran los fantasmas que duplicaban en el pavor de la tortura una preferida idea castrense, los cuerpos militares; sin ser fascista hizo del cuerpo del ejército una reproducción esponjosa que absorbía toda la vida social; si hubiera sido fascista, hubiera debido convencer a los hombres de esa ideología que se podía serlo en materia de silenciosos asesinatos, en garitos sanguinolientos parecidos a cámaras de gas, pero sin el grito de consignas abismales, sin empeñarse en darle al mundo otros rostros fáusticos u ofrecerle loas a jefes supremos; sus convicciones eran ralas, un primitivo discurso de liberalismo económico y democracia ciudadana era el mantel impúdico con que ocultaba razonamientos como el de la disposición final;
empleó la lengua del Estado para cortar de los cuerpos mucho más que las lenguas; rezó mucho y a cada plegaria abstracta acarreaba nuevos muertos en las órdenes que le daba a su discurso santo; puntuaba con cadáveres el camino de una fe; su nombre era pensionista del espanto en todas las habitaciones en que se instalaba el terror, pero vivió en un departamento de pocas habitaciones; creyó que una misión superior lo adornaba para siempre, pero su ornamento último era el del sistemático misionero de la muerte;
como matador no era pasional, sino heredero de los grandes racionalistas del crimen; gozaba de una manera profundamente socarrona ir esposado en carros policiales o ser fotografiado en los camastros despojados de sus prisiones, pero la santidad que imaginaba estaba cribada por allanamientos nocturnos, robos, acribillamientos y latrocinios de toda especie, sobre todo el robo de nombres, la incautación de bebés; no podemos pensarlo en las edades de su vida, no sabemos si fue bebé, adolescente, hincha de fútbol, novio o esgrimista;
sabemos muy poco de todo lo que no sea su tragedia de homicida con banda presidencial, oscuro cuadro que ennegreció una época y dejó sus efigies en paredes que sostenían cuadros oficiales con el pesar de propia arena y la misma cal. Su muerte no implica que la ocupación de hacerlo descender de las paredes no deba seguir siendo un gesto de libertad profunda del espíritu colectivo.
* Director de la Biblioteca Nacional. Profesor de la UBA.
19/05/13 Página|12
Todo un día en La Matanza Por Mario Wainfeld
Pablo Ferreyra es el hermano de Mariano, el joven militante popular asesinado por dirigentes, militantes y patoteros de la Unión Ferroviaria, liderados por José Pedraza, con probada complicidad policial. Pablo integró el panel de cierre de la jornada sobre “democratización de la Justicia” realizado durante todo el día martes, en la Universidad de La Matanza. Estuvo junto a Estela de Carlotto, Susana Trimarco y Sergio Burstein. El cronista actuó de moderador, cuenta lo que vio y oyó.
El panel se expresó ante una colmada cancha de fútbol. Entre otros conceptos, Pablo Ferreyra destacó la buena actuación judicial en el expediente que investigó el homicidio de su hermano. Y agregó:
“En el otro extremo al caso de Mariano, encontramos al caso Arruga. La de-saparición de Luciano es una muestra de impunidad y complicidad entre fuerzas de seguridad corruptas, el Poder Judicial y un poder político provincial que criminaliza a los sectores más vulnerables”. La multitud aplaudió la denuncia, que alude a una llaga ardiente, entre tantas.
El cónclave había sido organizado por el oficialismo, cuyas banderas poblaban las graderías. Otras víctimas tuvieron voz, incluidas algunas que no son afines al Gobierno, como Vivian Perrone, presidenta de Madres del Dolor. Nadie les impuso libreto ni los guionó.
El encuentro congregó nutridas mesas de debate entre especialistas, académicos, funcionarios judiciales y gentes del común. La asistencia fue de varios millares de personas, la inscripción era libre. Se acumularon centenares de ponencias, que todavía no se conocen en su totalidad. En el transitar por la enorme universidad, el cronista conversó con gente de derecho proveniente de varias provincias. Muchos le comentaron sus planteos, que piden ir mucho más allá de las seis leyes propuestas por el oficialismo.
La vivacidad de la iniciativa trasluce el estado de asamblea que existe en el Poder Judicial y la comunidad académica. El oficialismo incitó la polémica, que (con toda lógica política) aspira a conducir. También es tan real como afortunado que ha abierto un canal de comunicación y debate cuyas estribaciones nadie controla del todo, en una activa sociedad democrática.
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La presidenta Cristina Fernández de Kirchner cerró la jornada con un discurso. A los efectos de esta reseña, vale resaltar que insinuó la implantación del juicio por jurados y dijo que la reforma recién empieza.
La Matanza no es Harvard, como se ha señalado más de una vez: es un imponente centro de estudios enclavado en el conurbano bonaerense. Está a menos de treinta cuadras de la avenida General Paz y demuestra que la Argentina no termina allí.
Miles de pibes estudian en esa universidad, la mayoría es primera generación en sus familias que acceden a ese grado. Todos escucharon en silencio buena parte del discurso de la Presidenta que, como casi todos, fue largo y sin concesiones al ansia de bulla del auditorio. También la ovacionaron en varios tramos, cuando llegó y cuando se fue.
Para la mirada impresionista de este escriba, el público que se juntó en la cancha para el cierre (las demás actividades se desplegaron en otros espacios) combinaba tres sectores, más o menos diferenciables. Los asistentes “natos” a una actividad académico-cultural, bien trajeados o vestidos por lo general, los vivaces estudiantes mayormente informales y grupos militantes a puro bombo y bandera.
A título de opinión: ninguna fuerza política actual, fuera del oficialismo, puede congregar una multitud semejante, con tal diversidad. El kirchnerismo demuestra una capacidad de convocatoria plural incomparable lo que no le asegura perpetuidad, ni siquiera primacía en las elecciones por venir. Pero que es un factor a analizar cuando se tabulan representatividades y legitimidades.
En la semana pasada, el cronista hizo crónica sobre un colegio secundario de la Capital cuyos egresados son también los primeros de su familia que llegan a ese estadio, deseable e insuficiente a la vez. Es válido apuntar que esas transiciones se produjeron en democracia. Y, aún, que muchas universidades del conurbano fueron creadas en la etapa menemista. Con sus más y sus menos (que son sal y pimienta de la competencia política) los gobiernos democráticos casi nunca se dejan describir solo en términos de blanco o negro.
El escenario del martes es parte de un país real, que se soslaya en tantos relatos cotidianos. Eppur, si muove.
19/05/13 Página|12
LANATA POR MARIO WAINFELD.
Límites: El periodista Jorge Lanata dio un ejemplo extremo del desborde cotidiano cuando difamó por radio a Susana Trimarco, ante las carcajadas gozosas de sus compañeros. La acusó de corrupta, en represalia por críticas que Trimarco había volcado contra él en la Universidad de La Matanza (ver asimismo nota aparte).
Trimarco es una de tantas víctimas transformadas en luchadoras sociales. Su modalidad de militancia incluyó actos de arrojo personal incomparable. Hasta que osó criticar a la estrella del Grupo Clarín, era reconocida por amplísimos sectores de la sociedad civil, anche opositores acérrimos. La falta de respeto y la injuria fueron consecuencia de su presencia en una actividad promovida por el oficialismo, sus elogios hacia los presidentes Néstor Kirchner y Cristina Fernández de Kirchner y el reproche severo a Lanata.
Poco antes de esto, el año pasado, Trimarco fue propuesta como candidata a Premio Nobel de la Paz por la Federación Argentina de Colegios de Abogados (FACA). La FACA, el lector atento lo sabe, no es una agrupación de “Unidos y Organizados” sino un agrupamiento muy antagónico con el Gobierno. Años antes, la entonces diputada radical Silvana Giudici había hecho una moción similar.
Las evocaciones no equivalen a convalidar la propuesta aunque sí a subrayar que la trayectoria de Trimarco merece enaltecerse y jamás ser despreciada y menoscabada por una querella personal.
Por si hace falta, se enfatiza: cada cual puede defender su posición, lo que se controvierte es la tendencia a equiparar al kirchnerismo con el Mal Absoluto y a cualquiera que lo acompañe en su camino como un ser execrable. El argumento es remanido: todo aquel que se suma de algún modo al oficialismo es un corrupto o un ignorante o una mezcla de las dos cosas. El debate político, así planteado, se degrada. No hay margen para “conceder” al adversario el error, la diferencia de criterios, la ideología diferente.
El odio ciega, simplifica los tantos, bastardea la convivencia. Que episodios tales ocurran mientras se denuncia la falta de libertad de prensa podría parecer un mal chiste, si no se dijera con tono solemne y apodíctico.
MAS ALLA DE LA MUERTE DELTIRANO POR MARIO WAINFELD.
Más allá de la muerte del tirano
La muerte de Videla, una oportunidad para hablar de dictadura y democracia. Instituciones que funcionan, el país que algunos no miran ni ven. Versiones simples y tremendistas, una moda. Un sintomático ataque a Susana Trimarco. A quién beneficia la crispación, una pregunta interesante. Una jornada particular en La Matanza.
Por Mario Wainfeld
La noticia de la muerte del dictador Jorge Rafael Videla se conoció en la mañana del viernes. Hubo tiempo para enviar notas necrológicas a su house organ, el diario La Nación. Ayer se publicaron apenas 18, para quien fuera usurpador y presidente de facto, contertulio de los poderes fácticos, de grandes empresarios y la jerarquía católica.
Algunas necrológicas son personales, nada cabe hablar sobre ellas. Otras le restituyen el grado de general, del que las leyes lo privaron. Hay quien vuelve al útero y prodiga los tópicos del pasado oprobioso: “guerra interna revolucionaria contra el terrorismo subversivo apátrida”, por caso. También se anotan quejas contra su injusto cautiverio. La cantidad es irrisoria y se consigna en una edición que habla de “dictadura”, aunque ahorra firma de cualquiera de sus editorialistas.
Pocas voces lo reivindican. Lo cierto es que fue condenado por crímenes de lesa humanidad, ante tribunales comunes. Las instituciones funcionaron, tras una saga de avances, retrocesos, defecciones y ejemplos republicanos prodigados por los organismos de derechos humanos. La Corte Suprema, sobre la que tanto se debate ahora, ha sido bien coherente en ese aspecto.
La Argentina es pionera pero no está sola. La sanción al terrorismo de estado cunde, con los sobresaltos que imponen los vaivenes históricos, en los países de nuestra región. El dictador guatemalteco Efraín Ríos Montt es el más reciente convicto, habrá otros.
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Contrastes: En la misma semana, se cerraron varias convenciones colectivas, con aumentos promedio del 24 por ciento anual. Hablamos de una institución democrática, que regula las tensas relaciones entre patronales y gremios. Su continuidad durante los tres períodos del kirchnerismo, siempre con incrementos, es una novedad en la intermitente historia nacional. Los nostálgicos de las Moncloas y de las políticas de estado deberían reparar más en esa sana regularidad.
El cronista no incurre en la apología de los juicios ni de los acuerdos entre capital y trabajo. Los procesos son morosos y llegan tras años de bloqueo e impunidad. En cuanto a la situación de la clase trabajadora, es mejor que hace diez años o doce o veinte pero dista de ser idílica. Sólo para empezar vale consignar que los laburantes sindicalizados, con obra social, vacaciones y aguinaldo son menos de los dos tercios de la clase. Los informales y los desocupados son, pues, una masa con derechos muy limitados. La deficiencia de servicios públicos básicos agrega su cuota. Tamaños problemas se discurren en democracia, interpelan a los gobiernos de todo el planeta, también al argentino. Nada es maravilloso, no vivimos en Arcadia. Pero sí en una sociedad democrática, en la que se suceden rutinas valorables y esenciales. Incluso con indicadores y experiencias únicas como las dos que acabamos de sobrevolar.
Sin embargo, cuando se escucha el debate mediático cotidiano da la impresión de que vivimos en el peor momento de Kosovo o en la URSS stalinista. Dos periodistas se plantan frente a las cámaras y dudan sobre su continuidad en la pantalla. Mañana, lunes, se corroborará si se les ha arrancado el micrófono. En el sano deseo de que sus profecías sean disparates, es válido plantear que su desmesura pinta un mundo irreal, exacerbado. Y que su, válido y lógico, afán de que este Gobierno sea relevado por otro en 2015 no les da razón ni convalida sus lecturas binarias.
Muerto que fue el primer presidente de una dictadura abyecta, hay quien compara esta etapa con aquella. La libertad de expresión es sagrada, lástima que se use para bardear tanto, para subestimar lo que es el genocidio. Y, aun, para equiparar algún exabrupto de cualquier dirigente kirchnerista (al que replican sin ambages sus adversarios) con la mesa de torturas o la desaparición de personas.
VIDELA Y EL PLAN CONDOR
SE AGREGARAN DECLARACIONES PERIODISTICAS DE VIDELA A LA CAUSA DEL PLAN CONDOR
Lamento por lo que pudo decir y no dijo
Pablo Ouviña, el fiscal que interviene en el juicio sobre el Plan Cóndor, en el que Videla estaba siendo juzgado, lamentó que el dictador haya muerto sin aportar información a la causa.
“Lo que se ha muerto con Videla es un poquito de esperanza, por todas las cosas que no dijo y que pudo haber dicho”, lamentó el fiscal Pablo Ouviña, quien lleva adelante la investigación por la ejecución del Plan Cóndor, en la que sin el testimonio del genocida, no podrán ser juzgados 44 de los 106 casos que comprenden esta causa. Los crímenes de coordinación de la represión entre las principales dictaduras de Latinoamérica que Ouviña investiga tienen como imputados, entre otros, a Videla y al ex represor Reynado Bignone, sobre quienes opinó que mantuvieron un “código de silencio”. Sin posibilidad de indagar al dictador, el fiscal explicó que los testimonios en medios periodísticos de Videla “se van a utilizar en el juicio” y “después los jueces van a asignarle valor”.
La última aparición pública del dictador Jorge Rafael Videla fue el martes pasado, cuando se negó a declarar ante el Tribunal Oral en lo Criminal 1 de Buenos Aires, el cual juzga su responsabilidad en el marco de la ejecución del Plan Cóndor. En aquella ocasión se autodefinió “preso político” y volvió a justificar el accionar del terrorismo de Estado en el contexto de lo que calificó como “una guerra interna”. “Como lo hiciera antes, quiero manifestar que este tribunal carece de competencia y jurisdicción para juzgarme por los casos protagonizados por el Ejército en la lucha antisubversiva”, afirmó, cuestionando al tribunal.
De los 106 casos que se investigan en la causa, 44 tenían a Videla como único imputado. Estos crímenes, junto con los de los otros nueve expedientes judiciales en los que estaba procesado el genocida, no podrán ser juzgados. “Videla asumió toda la responsabilidad para beneficiar al resto de los imputados”, argumentó el fiscal a cargo de la causa Plan Cóndor, Pablo Ouviña. Consideró que “Jorge Rafael Videla era la cabeza del Plan Cóndor en la Argentina” y explicó que “lo que se ha muerto con Videla es un poquito de esperanza, por todas las cosas que no dijo y que pudo haber dicho”. “Mi esperanza era que en algún momento lo hiciese”, lamentó.
Opinó que existe un “código de silencio” entre “los máximos represores” y en la causa que investiga tuvo su expresión en Videla y Bignone. Para el fiscal, sin el testimonio del dictador “ya no será lo mismo”, lamentó. “Las manifestaciones públicas se van a utilizar en el juicio –concluyó–, después los jueces van a asignarle valor.”
Por su parte, el fiscal que llevó adelante la instrucción de la causa, Miguel Angel Osorio, destacó la importancia del juzgamiento de los delitos de lesa humanidad en el Plan Cóndor. “La relación entre los organismos de inteligencia de Chile, Paraguay, Uruguay, Bolivia, Brasil y la Argentina distó de situarse en una mera colaboración legal para derivar en una verdadera implementación de un dispositivo que no hacía más que reproducir, a nivel internacional, el mismo dispositivo de aniquilamiento que imperaba hacia el interior de cada una de esas jurisdicciones”, sostuvo. Ejemplificó con los asesinatos del general chileno Carlos Prats en Buenos Aires o del ministro chileno Orlando Letelier en Washington.
POCOS FUNEBRES EN LA NACION PARA DESPEDIR A JORGE RAFAEL VIDELA
El pésame de sólo dieciocho avisos
Los avisos para Videla fueron muchos menos que los que acompañaron a Martínez de Hoz hace dos meses.
Imagen: efe
Se publicaron pocos avisos en el diario de los Mitre relacionados con la muerte del dictador. No incluyeron la firma de personajes públicos. Pocos reivindicaron la “lucha contra el terrorismo subversivo”, es decir, el terrorismo de Estado.
Por Diego Martínez
En mayo de 1987, cuando el Congreso se aprestaba a tratar la obediencia debida, 5400 personas dieron el visto bueno para respaldar con su firma una solicitada de “reconocimiento y solidaridad” con Jorge Rafael Videla por defender “a la Nación de la agresión subversiva”. Hace dos meses la alta sociedad despidió a José Alfredo Martínez de Hoz con 91 avisos fúnebres en el diario La Nación. Ayer, tras la muerte de Videla, condenado y preso en cárcel común, apenas 18 avisos en el diario de los Mitre reflejaron el triste y solitario final de quien fuera considerado durante no menos de veinte años ejemplo de militar y hasta estadista.
La mayor parte de los avisos los firman allegados a la familia. Sólo dos admiradores se pronuncian sobre la “injusticia” de las condenas que alcanzó a escuchar. Delia Goti de Azumendi apuntó que el dictador estaba “injustamente privado de su libertad”. Vecina de Recoleta, la señora tiene especial consideración con responsables políticos de masacres. En 2007, siempre en La Nación, expresó su “consternación” por el procesamiento de Fernando de la Rúa por los muertos que dejó al huir de la Casa Rosada.
El segundo aviso reivindica abiertamente a Videla. “Comandó la guerra interna revolucionaria contra el terrorismo subversivo apátrida”, descargó bronca el teniente coronel y abogado Rubén Brandariz. “Murió en injusto cautiverio”, lamentó, y pidió “que su muerte sirva a la verdad, la justicia y la paz entre argentinos”. El cordobés Brandariz pasó a retiro en mayo de 1976 con 51 años y, salvo que haya sido recontratado como personal de Inteligencia, no participó de la “guerra” de su ídolo. Más discreto fue el aviso de Tito Román. “Gracias, mi Tte. Gral.”, invocó el grado que Videla había perdido después de su primera condena en 1985. “Desde Córdoba despido a quien asumió con coraje grandes responsabilidades y sirvió al país con graves riesgos”, lo elogió Enrique Finocchietti. Así se llama el presidente de la Cámara de Turismo de Córdoba y se llamaba el secretario de Obras Públicas de Martínez de Hoz.
La única promoción del Colegio Militar que despidió a Videla fue la 81ª. La mayor parte de sus miembros nacieron en 1930, alcanzaron su máxima jerarquía durante la dictadura y pasaron a retiro tras el retorno de la democracia. Héctor Ríos Ereñú y José Caridi fueron jefes del Ejército durante la presidencia de Alfonsín. Varios rinden cuentas por su rol en el terrorismo de Estado. Víctor Pino, juzgado en Córdoba junto a Videla, fue condenado a doce años de prisión. Pino fue jefe de un regimiento del que dependían las brigadas que participaron de traslados de presos políticos y fue condenado por tres homicidios. Federico Antonio Minicucci fue jefe del Regimiento de Infantería Mecanizada del que dependía el centro clandestino Pozo de Banfield y afronta su primer juicio por delitos de lesa humanidad en la causa Plan Cóndor. Manuel Fernando Saint Amant fue condenado en diciembre a prisión perpetua como jefe del área militar 132 por la masacre de calle Juan B. Justo y la desaparición de seis militantes en San Nicolás. “La Promoción 81 del Colegio Militar despide a su querido oficial instructor, 1948-1951, con cariño y respeto”, volvieron a unirse ayer.
19/05/13 Página|12
SOLEDAD POR HORACIO VERBITSKY
HASTA SUS MANDANTES ABANDONARON A VIDELA
Soledad
“Símbolo de la dictadura militar” lo llamó La Nación. Para Clarín fue “ideólogo del terror de la peor dictadura”. Estos titulares reflejan el abandono de los asesinos por sus mandantes. Sin embargo, al morir el viernes, sólo tenía una condena, lo cual muestra las deudas de la Justicia. Tanto los autores de los crímenes de lesa humanidad como los familiares de sus víctimas están muriendo de viejos sin que haya pronunciamientos judiciales en firme. Atronador silencio de la jerarquía eclesiástica.
Por Horacio Verbitsky
En los últimos años de su vida, cuando se desengañó de la dictadura, Jorge Luis Borges no les ahorró pullas a sus ejecutores militares, que mueren en sus camas sin haber oído silbar una bala. Un general le informó furioso sobre los riesgos que había corrido. Me retracto, una vez un general argentino oyó silbar una bala, corrigió Borges. Esa idea de militares de escritorio, opuesta a la mitología del coraje que Borges glorificó en su poesía, le cuadra al ex dictador Jorge Rafael Videla, muerto mientras dormía en la mañana del viernes, a los 87 años.
Jefe del Ejército desde mediados de 1975 y presidente de facto escogido por la Junta Militar en 1976, Videla fue el jefe máximo de lo que el martes volvió a llamar “lucha antisubversiva”, al negarse a declarar en la causa por el plan Cóndor, por desconocer la competencia de la justicia civil para ocuparse de esos crímenes. La primera condena a reclusión perpetua que recibió, pronunciada el 10 de diciembre de 1985 por la Cámara Federal de la Capital, fue justamente como autor de escritorio, desde el vértice de un aparato organizado de poder.
Los titulares de los medios que lo apoyaron son el mejor testimonio de la soledad a la que fue abandonado por sus mandantes. “Murió Jorge Rafael Videla, símbolo de la dictadura militar”, anunció el portal de La Nación. “Murió Videla, ideólogo del terror de la peor dictadura de la Argentina”, fue la portada de Clarín. En los avisos fúnebres publicados por el diario de registro no hay una sola firma significativa de sector alguno de la sociedad. Sólo amigos personales y, pocos, camaradas.
Videla era el único sobreviviente de la primera Junta Militar, que integró con el marino Emilio Massera y el aviador Ramón Agosti. De la segunda Junta sólo queda con vida Omar Graffigna, el aviador que fue absuelto en 1985 y detenido este año por el juez federal Daniel Rafecas, quien secuestró de su domicilio actas secretas de la Junta Militar y material de Inteligencia. Hace dos meses y a la misma edad que Videla murió su ministro de Economía, José Alfredo Martínez de Hoz, condenado por el secuestro extorsivo de dos empresarios. “Llegamos a decirle de Bergoglio”, contó su hijo a La Nación. La diferencia es que Videla pasó sus últimos días en una habitación de la cárcel de Marcos Paz, mientras Martínez de Hoz gozó del arresto domiciliario frente a la arbolada Plaza San Martín.
Ni el papa Francisco ni la Conferencia Episcopal argentina hicieron conocer la posición de la jerarquía católica sobre la muerte del jefe de la Cruzada, al que le permitieron comulgar hasta el final de sus días. Sólo se conoció el repudio de miembros del Movimiento Carlos Mugica de Sacerdotes en Opción por los Pobres.
Bien informado
El 28 de setiembre de 1977 la revista La Semana, que editaba la editorial Perfil, ilustró la portada de su Nº 48 con una fotografía de Farrah Fawcett, la actriz del flequillo al revés, cuyas aventuras como uno de los “Angeles de Charlie” comenzaron a emitirse la misma semana del golpe militar argentino y se convirtieron en uno de los hits de aquella televisión basura. Una doble página interior informaba que el día de la primavera “Videla almuerza con 14 jóvenes sobresalientes”. Según el título de la revista, ese día “Videla le dio la mano al futuro”. Dos de los catorce eran periodistas: Eduardo Van der Kooy y Roberto Solanas, de La Nación. A todos, La Semana les hizo dos preguntas: “¿Por qué cree que fue invitado?” y “¿Cuál fue el resultado?”. Tanto Solanas como Van der Kooy respondieron que fueron elegidos para reunirse con Videla por trabajar en los principales diarios, uno en la sección agropecuaria de La Nación y el otro en Política Nacional de Clarín. Solanas dijo que “todos hablamos con todos”. Van der Kooy fue más entusiasta. Según el actual columnista de “Código político”, el resultado de la reunión con Videla fue “totalmente positivo. El presidente no sólo escuchó sino que él mismo abordó los aspectos que más preocupan a la juventud”. Terminó con otra lisonja: Videla “está muy bien informado”.
No puede decirse lo mismo de los lectores de Clarín. La madrugada en que tomó el poder, Videla creó un mecanismo de control bautizado con el simpático eufemismo “Sistema gratuito de lectura previa” y entregó a los editores una hoja de ruta con los temas y las personas prohibidas. Pero al mes quedó claro que los censores eran superfluos, porque los grandes diarios adherían en forma voluntaria a la práctica y al discurso dictatorial. Mientras Van der Kooy hacía méritos por sobresalir, Rodolfo J. Walsh denunciaba en su Carta Abierta a la Junta Militar, del 25 de marzo de 1977, la “sistemática ejecución de rehenes en lugares descampados y horas de la madrugada con el pretexto de fraguados combates e imaginarias tentativas de fuga” y ni siquiera se privó de la ironía para caracterizar el doble mensaje de la dictadura: “Extremistas que panfletean el campo, pintan las acequias o se amontonan de a diez en vehículos que se incendian son los estereotipos de un libreto que no está hecho para ser creído sino para burlar la reacción internacional ante ejecuciones en regla mientras en lo interno se subraya su carácter de represalias desatadas en los mismos lugares y en fecha inmediata a las acciones guerrilleras”. Los diarios repetían en sus páginas informativas esos comunicados oficiales sin detalles, análisis ni reflexión, mientras en sus editoriales encomiaban al gobierno que los emitía. Dos meses después del envío de esta carta y de la desaparición de Walsh, Clarín y La Nación anunciaron en sus tapas que habían adquirido las acciones de Papel Prensa “previa consulta y posterior conformidad de la Junta de Comandantes en Jefe”. En una resolución de julio de 2010, el juez federal Daniel Rafecas sostuvo que “las maniobras destinadas a obtener la transmisión compulsiva de las acciones de la firma Papel Prensa en manos de la familia Graiver o sus testaferros, habrían tenido como contexto la amenaza sobre futuras privaciones ilegales de la libertad como represalia, que luego se concretaron y que durante su consumación continuada, permitieron perfeccionar la operatoria sin obstáculos, al tiempo que los detenidos fueron sometidos a interrogatorios referidos a su vinculación, participación o conocimiento de la actividad de la empresa y de los Graiver”. Por eso, consideró imposible escindir “la transferencia presuntamente compulsiva de acciones” de Papel Prensa de “los hechos de privación ilegal de la libertad” a una serie de sus directivos.
La Seguridad Nacional
Al año siguiente, la Sociedad Interamericana de Prensa (SIP) envió una misión investigativa a la Argentina, integrada por los directores propietarios de La Opinión de Los Angeles y Mercury de Kansas, Ignacio Lozano y Edward Seaton. Ellos constataron con sorpresa que La Nación, Clarín y sus editores priorizaban la seguridad nacional sobre la libertad de expresión; justificaban la censura alegando que compartían los objetivos de la dictadura militar; se negaban a informar sobre la desaparición de personas, incluyendo periodistas, y se beneficiaban de tal comportamiento al asociarse con el Estado para la producción de papel, mediante un “generoso crédito ofrecido por el gobierno militar. Semejante situación encierra muchos peligros. No es el menor de ellos que esto casi imponga no antagonizar con el gobierno”, escribieron. Los diarios aludidos ocultaron los alcances de esta investigación y convirtieron el párrafo sobre Papel Prensa en un elogio al apoyo económico de la dictadura. El informe fue presentado a la 34a Asamblea de la SIP, que sesionó en Miami entre el 9 y el 13 de octubre de 1978. Ese último día La Nación tituló su crónica “Firme posición de la Argentina ante la asamblea de la SIP”, en la que informó que la asociación de dueños de diarios argentinos, ADEPA, había rechazado el premio SIP Mergenthaler, ofrecido en forma colectiva “a los periodistas argentinos que por defender la libertad de prensa han muerto, desaparecido o sufrido encarcelamiento y persecución”. La delegación argentina propuso que se cambiara aquel texto por éste: “A los periodistas argentinos en la figura de Alberto Gainza Paz, quien nunca claudicó en la lucha por los principios que sostiene la SIP”. Gainza Paz fue el propietario del diario La Prensa, expropiado por Juan D. Perón en 1951 y restituido por la dictadura militar que lo derrocó en 1955. La SIP no aceptó y nadie retiró la plaqueta, que quedó colocada en la sede central de la organización en Miami, de donde también desapareció en 2000, cuando la entidad se mudó. Según Clarín los asistentes argentinos dijeron que la aceptación del premio “sólo contribuiría a la campaña lanzada por ciertos elementos de la prensa internacional para denigrar el buen nombre del país”. La Nación también informó que “la representación de la prensa argentina” había rechazado el informe porque “parecería que en vez de ir a la Argentina a cerciorarse de si existe libertad de prensa se ocupó esencialmente del caso de Jacobo Timerman, quien se encuentra a disposición de la Justicia (sic) por hallarse supuestamente mezclado en el ‘affaire Graiver’”.
Sin excepciones
El repudio a Videla no tuvo excepciones en todo el arco político, incluyendo a baluartes de la derecha aborigen, como el jefe de gobierno porteño Maurizio Macrì y el gobernador de Córdoba José De la Sota. Esto hace más llamativo el silencio eclesiástico. En ocasión del Tedeum del Bicentenario, el 25 de mayo de 2010, el obispo de Mercedes-Luján, Agustín Radrizzani, entregó al Poder Ejecutivo una solicitud de amnistía firmada por Videla y otros condenados por crímenes de lesa humanidad. Como no estaba acompañada por ninguna nota de estilo, la presidente CFK ordenó devolverla sin respuesta. El año pasado, en varias entrevistas periodísticas, Videla habló del apoyo y la cooperación de la Nunciatura Apostólica y del Episcopado argentino con la represión y dijo que había llegado a ser amigo del presidente de la Iglesia Católica de entonces, cardenal Raúl Primatesta. Durante la entrevista, uno de los periodistas, Adolfo Ruiz, vio llegar a “un hombre canoso que venía, cáliz y alba en mano, a darle la Eucaristía”. A raíz de ello un grupo de laicos católicos que se denominaron Cristianos para el Tercer Milenio, solicitaron a la Conferencia Episcopal que hiciera “cesar el escándalo” que implica el “libre y periódico acceso a la eucaristía” del ex dictador Jorge Videla, a pesar de haber reconocido “sus acciones criminales, el no arrepentimiento de las mismas, sus manifestaciones relacionadas con que el ‘sinuoso camino que le tocó recorrer’ era parte del plan de Dios para la salvación de su alma y la inexistencia de voluntad reparadora alguna”. Forman parte del grupo, que tiene varios centenares de miembros, el ex embajador en la OEA y el Uruguay, Hernán Patiño Mayer, el diputado Felipe Solá, la defensora del pueblo porteño Alicia Pierini y la socióloga Ana Cafiero. El texto exigía que los obispos “repudien las afirmaciones del dictador” y reparen y pongan fin “al daño causado por las inconductas de sus antecesores”. El 9 de noviembre el Episcopado les respondió sin nombrarlos en una “Carta al Pueblo de Dios”, en la que negó que “nuestros hermanos mayores que nos precedieron” hayan tenido “alguna complicidad con hechos delictivos”. En una nueva configuración de la doctrina de los dos demonios repudió “el terrorismo de Estado” y “la violencia guerrillera”. Los Cristianos para el Tercer Milenio se reunieron luego con Radrizzani, porque Videla asistía a misa en el penal de Marcos Paz, que está en su jurisdicción. Durante la reunión, Radrizzani se mostró vacilante y dubitativo: “Entiendo lo del escándalo presente... Podría decirle al capellán que no dé más misa y que se limite a rezar con los presos... pero tengo que consultarlo con él, no estoy seguro de tener facultades para hacerlo”. Sus visitantes dijeron que no les parecía aceptable “que un arzobispo tenga que consultar con un capellán penitenciario” y le recordaron que el obispo Jaime de Nevares, de quien Radrizzani fue auxiliar en Neuquén, había prohibido dar la comunión a un represor de la dictadura. Radrizzani los sorprendió:
–Yo sé que ellos están arrepentidos, pero no quieren decirlo para no darle la razón al gobierno.
–Monseñor, son pecadores públicos responsables de crímenes gravísimos, si se arrepienten deben decirlo en lugar de reivindicar sus crímenes públicamente.
–Tienen razón pero, ¿no habrán sido tergiversadas las declaraciones de Videla?
–Podría ser, pero él nunca las ha desmentido, y además fue grabado y pasado por la TV –le respondieron.
Radrizzani también les contó que la decisión de mencionar a Videla en el documento había provocado una dura discusión entre los obispos. Sus interlocutores objetaron la inexplicable benevolencia de la mención como “el ex presidente de facto” cuando “es un tirano, un criminal, un genocida” y que “a consecuencia de estas posiciones ambiguas de la jerarquía, comienza a hablarse del golpe cívico, militar y eclesiástico”. Los Cristianos para el Tercer Milenio tenían planeado viajar a Roma para insistir ante la Santa Sede, propósito que quedó pendiente cuando Benedicto XVI renunció al cargo y en su reemplazo la burocracia romana designó a Bergoglio.
Juzgado y condenado
Otra coincidencia generalizada entre quienes se pronunciaron fue que Videla había muerto en la vejez, juzgado y condenado en democracia, posibilidad que no tuvieron sus jóvenes víctimas. Esto es cierto y distingue al extraordinario proceso de Justicia que singulariza a la Argentina en el mundo, a partir de la reapertura de las causas en 2001. Sin embargo, a sus 87 años, la única condena firme contra Videla es la que pronunció la Cámara Federal de la Capital en 1985, lo cual también marca los desafíos pendientes. El presidente Carlos Menem lo indultó en 1990, pero dos décadas después la Corte Suprema de Justicia declaró nula esa decisión. En mayo de 2010, Videla fue condenado a reclusión perpetua por los delitos de homicidio y tormentos contra personas detenidas en la Unidad Penitenciaria 1 de Córdoba, y a cincuenta años de prisión por la sustracción, retención y ocultamiento de menores. Pero ninguna de estas condenas estaba firme. La de la UP1 de Córdoba había sido ratificada en junio de 2012 por la Cámara de Casación pero estaba pendiente de resolución en la Corte Suprema de Justicia. Por el plan sistemático de sustracción de hijos de detenidos-desaparecidos lo condenó un Tribunal de Juicio, pero ese fallo no fue tratado por las instancias superiores. Además estaba procesado en otras nueve causas, por delitos cometidos en distintos campos de concentración del Cuerpo de Ejército I, y en la Capital Federal, Santiago del Estero, Bahía Blanca, Campo de Mayo, Santa Fe, La Rioja, Chubut y Córdoba. La más adelantada era la del Plan Cóndor, en la cual el martes último se negó a declarar. Del resto, estaba procesado en tres pero la causa aún no había sido elevada a juicio. En otras tres luego de la elevación a juicio faltaba la apertura del debate oral. Hasta el viernes, esta no ha sido la excepción, sino la regla. Del total de causas abiertas más de la mitad no han pasado de la etapa de instrucción y sólo una cuarta parte ha llegado a una sentencia. Pero el 59 por ciento de esas sentencias son de primera instancia, 24 por ciento han sido confirmadas en segunda instancia, 2 por ciento quedaron firmes porque no fueron apeladas ante la Corte Suprema y sólo el 15 por ciento recibieron confirmación del máximo tribunal, tan absorbido por la defensa de la libertad.
“No hacía falta tomar el poder”
Por Horacio Verbitsky
En un libro recién publicado (Cachorro, vida y muertes de Luciano Benjamín Menéndez, del periodista cordobés Camilo Ratti), Videla dice que no hacía falta tomar el poder para llevar a cabo el plan represivo aprobado en 1975 por el presidente justicialista Italo Argentino Luder, quien firmó varios decretos que constituyeron “una licencia para matar”. Ratti lo entrevistó en diciembre de 2006 y noviembre de 2007, mientras cumplía arresto domiciliario en su departamento porteño. En la primera semana de octubre de 1975, Luder invitó a los comandantes de las Fuerzas Armadas a una reunión de gabinete. Videla propuso allí cuatro cursos posibles de acción. Cada uno incluía mayor libertad de acción que el anterior para las Fuerzas Armadas y menor control constitucional. El cuarto consistía en el despliegue de las Fuerzas Armadas en todo el país y junto con “este desparramo, actuar a la búsqueda del enemigo y eliminarlo según decía el decreto. Verdad, aniquilarlo”. Mientras habla, “Videla me mira fijo y mueve sus flacas y huesudas manos hacia abajo y hacia los costados, simulando un hormigueo”, escribe Ratti. El ministro de Justicia, levantó la mano como para hacer una observación y Luder dijo:
–No, esto no se discute, curso de acción número cuatro.
“Ahí empieza lo que ya en Tucumán en pequeña escala se venía haciendo con los decretos de Isabel, ahora lo mismo en escala generalizada. Es decir que si había errores, horrores, excesos en pequeña escala, ahora pasaban a ser en escala total. Pero nadie podía llamarse a engaño de que ¡uy! pasaban estas cosas. Ya en Tucumán estas cosas en chico pasaban. Después en la República pasaron. Y estas cosas pasaron desde el día siguiente del decreto. El índice mayor de desapariciones de personas ocurrió el último mes del año ’75 y el primer mes del año ’76, antes del golpe. Producto de los decretos de Luder, exactamente. Por eso yo digo: no hacía falta tomar el poder para combatir a la subversión, eso es otra cosa. El 24 de marzo es la crisis política, el vacío de poder, la anarquía. Nos hacemos cargo nosotros y listo. Tomar el poder no fue una necesidad nuestra en la guerra. Se podía hacer las dos cosas, una con prescindencia de la otra”, agregó Videla, en una explícita confirmación del retrato que Walsh escribiría en su Carta Abierta: “Estos hechos, que sacuden la conciencia del mundo civilizado, no son sin embargo los que mayores sufrimientos han traído al pueblo argentino ni las peores violaciones de los derechos humanos en que ustedes incurren. En la política económica de ese gobierno debe buscarse no sólo la explicación de sus crímenes sino una atrocidad mayor que castiga a millones de seres humanos con la miseria planificada”.
La hora de la verdad
Por Horacio Verbitsky
Con la reelección de CFK en octubre de 2010 Videla perdió sus últimas esperanzas y comenzó a decir lo que siempre había callado. En los últimos años de su vida, en diversos reportajes, reconoció que:
– El gobierno justicialista les dio licencia para matar.
– La oposición radical apoyaba el golpe.
– La Iglesia Católica fue el imprescindible sustento dogmático, por la comprensión y amistad de sus jerarcas, y el consuelo cotidiano a los ejecutores por parte de los capellanes en todas las unidades.
– Los detenidos-desaparecidos fueron asesinados en forma clandestina.
– Los empresarios no sólo respaldaron a la dictadura. También pedían que mataran a otras diez mil personas.
De este modo, y con independencia de las intenciones de quienes lo entrevistaron, el jefe del gobierno que además de la carne humana torturó las mentes, al corromper las palabras con que se expresan (la más cruel dictadura pasó a ser un proceso de reorganización nacional; el jefe máximo de esa banda, un moderado; las personas secuestradas, torturadas y asesinadas, desaparecidos sin entidad ni existencia) realizó un aporte fundamental a la memoria histórica. Esta es una demostración adicional del efecto benéfico del proceso de justicia, que muchos, de buena o de mala fe, creyeron en algún momento opuesto al establecimiento de la verdad.
19/05/13 Página|12
El teniente general del exterminio Por Ricardo Ragendorfer
Padre ejemplar, miembro de Acción Católica y cursillista fervoroso, el hombre que acaba de morir enzabezó la dictadura más sangrienta de la historia argentina. Cómo ideó el genocidio. Y cuál fue su justificación.
Ocurrió en el Colegio Militar a fines de 1961. Un joven oficial instructor debía comandar un simulacro de ataque frontal contra un objetivo enemigo. Pero no acató la consigna y dispuso que los cadetes actuaran sin uniforme ni insignias, para así encubrir su condición militar. En realidad los educaba en el riesgoso arte de atrapar guerrilleros, aunque por su propia cuenta. Ello provocó el enojo de un oficial superior. "¿Por qué no obedece el plan del ejercicio?", fueron sus palabras. La respuesta: "Vea, mi teniente coronel, lo que se viene es la guerra revolucionaria." Al pronunciar esa frase, el capitán Mohamed Alí Seineldín se mantuvo imperturbable. Y Jorge Rafael Videla, con una expresión perpleja, se retiró sin atinar contestación alguna.
En la mañana del 17 de octubre de 1975, el Hotel Casino Carrasco, de Montevideo, parecía una fortaleza; a su alrededor había carros de asalto, tanques y tropas armadas con fusiles automáticos. Allí se desarrollaba la XI Conferencia de los Ejércitos Americanos, cuyo tema central era la lucha contra la "infiltración marxista en la región". Los representantes de unos 17 ejércitos estallaron en una ovación cuando un general uruguayo le cedió la palabra al delegado argentino: el teniente general Videla. Semanas antes había sido designado comandante en jefe del Ejército. Y ahora abría su ponencia con una frase filosa y elocuente: "Si es preciso, en Argentina deberán morir todas las personas necesarias para lograr la seguridad del país." Sabía de lo que hablaba.
EL ONCÓLOGO DE OCCIDENTE. Aquel sujeto, hijo de un capitán del Ejército, había sido bautizado con el nombre de dos muertos: sus hermanos Jorge y Rafael, fallecidos de sarampión en 1921, dos años antes de que él naciera en una casa apenas separada por un alambrado del Regimiento de Mercedes. Ambas circunstancias moldearon su destino.
Casado con la hija de un diplomático de cuño conservador, padre diligente, miembro de Acción Católica y cursillista fervoroso, Videla nunca sintió demasiado interés por la política; simplemente creía en el Ejército como único y último baluarte de la Nación En nombre de tales valores privados y públicos estaba a punto de encabezar la dictadura más sangrienta de la historia argentina.
Por ese entonces, en el más absoluto de los secretos, había comenzado a sesionar el llamado Equipo Compatibilizador Interfuerzas (ECI). Se trataba de una suerte de estado mayor clandestino, integrado por el Ejército, la Armada y la Aeronáutica, cuya tarea primordial consistía en delinear las coordenadas de la represión ilegal y a la vez lubricar los engranajes del aparato golpista. Sus integrantes solían reunirse diariamente en un sector restringido del Edificio Libertad, sede de la jefatura de la Armada.
Lo cierto es que no se dejó ningún detalle librado al azar. En todas las guarniciones militares, sus destacamentos de inteligencia fueron reformados para alojar a miles de prisioneros políticos. No menos prolija fue la selección del personal. Ya se había puesto en marcha la formación de los planteles que oficiarían como brazo ejecutor del inminente Estado terrorista.
"Esta lucha va a traer abusos y algún que otro error, pero habrá un costo menor en vidas humanas que en un conflicto prolongado", advirtió Videla, en el cónclave castrense celebrado en Uruguay, mientras sacudía el brazo derecho como para espantar a una mosca imaginaria.
Quizás en ese instante se haya visto a sí mismo en una ya remota mañana de 1973 efectuando su ronda de despedida por el Colegio Militar en su calidad de director; días antes había sido ascendido a general y estaba por hacerse cargo de la jefatura del Primer Cuerpo. En tales circunstancias, entró a un aula. Allí un instructor dialogaba con los cadetes de tercer año acerca del "problema de la subversión". Él se interesó por el asunto. Y uno de los alumnos le resumió la posición del grupo: "Pensamos que a los extremistas hay que eliminarlos sin miramientos." El instructor dijo lo suyo: "No coincido con esa idea, mi general. Habría que instrumentar tribunales militares con capacidad para dictar la pena de muerte." Su nombre era Ricardo Brinzoni, y, por entonces, tenía grado de teniente. Videla lo miró y, simplemente, dijo: "No estoy en desacuerdo con los cadetes." Y siguió su camino.
Es posible que al evocar tal episodio, Videla haya caído en la cuenta de que esos jóvenes ya eran subtenientes. Y que algunos participarían activamente en la aplicación del terrorismo de Estado.
Esa misma noche regresó de Montevideo a bordo de un avión militar. Tal vez entonces escrutara el horizonte marrón del Río de la Plata, en cuyas aguas poco después comenzarían a ser arrojadas sus víctimas. Y quizá pensara que la profundidad de su lecho estaba a la altura del escalofriante secreto que debía guardar.
Porque ya por entonces era consciente de que la estrategia de su cruzada consistía simplemente en desatar una cacería contra la sociedad civil, dado que –según su lógica– en ella estaba depositada "la fortaleza de la subversión marxista". Es decir: su retaguardia.
Acerca de este asunto había departido hasta el cansancio con su maestro y único amigo, el general retirado Hugo Miatello. Aquel hombre solía decir: "En esta guerra no hay un frente palpable." Y luego, invariablemente, agregaba: "Acá, el enemigo está por todos lados." El tipo era un estudioso de la guerra de Indochina. Y creía haber encontrado grandes coincidencias entre la situación política del sudeste asiático y la que imperaba por esos días en la Argentina. Videla, desde luego, le creía a pie juntillas.
Tanto es así que su principal estrategia para "pacificar" al país se basaría en el uso intensivo de la inteligencia a partir de informaciones arrancadas mediante la tortura. Según aquella tesitura, en la denominada "lucha contra la subversión", las verdaderas batallas se librarían en los interrogatorios. Esa iría a ser la columna vertebral de las operaciones militares. Y para dicho propósito era necesario armar un ejército secreto, integrado por oficiales y suboficiales organizados en pequeñas células terroristas, con identidades ocultas, vehículos no identificables, centros clandestinos de detención y mandos paralelos. Así, con esa lógica, fue concebido el Estado terrorista. El resto de la historia es conocido.
EL GERENTE DEL INFIERNO. Videla supo ser un sujeto de pocas palabras. Y sólo una cita suya fue digna de pasar a la posteridad: "Los desaparecidos no están, no existen, no son. No están ni vivos ni muertos, están desaparecidos".
No obstante, en la entrevista publicada el 11 de febrero de 2013 en la revista española Cambio 16, el dictador –ya anciano y encarcelado de por vida– ponderó el apoyo a la dictadura del empresariado y la Iglesia. Y admitió el método del secuestro de personas y su posterior asesinato. Es cierto que todo eso ya se sabía. Pero era importante que él lo dijera.
Más allá de tales definiciones –y de su valor histórico–, hay un comentario incidental, casi oculto en su relato: "Los hombres no son perfectos; sólo Dios lo es." Una frase de cuidado, especialmente si proviene de alguien que se creía elegido para cumplir una difícil misión en la Tierra. Tal vez en aquellos nueve vocablos esté depositada la clave de su peligrosidad. La típica peligrosidad de un burócrata con un cargo gerencial en un sistema basado en el exterminio.
Ahora, irremediablemente atrapado en el basurero de la Historia, ha comenzado sus primeras clases de arpa en algún rincón del infierno.
Que su querido Dios se apiade de su alma.
18/05/13 Tiempo Argentino
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