lunes, 13 de mayo de 2013
El Sargento Lanata Por Miguel Russo
mrusso@miradasalsur.com
“Hemos guardado un silencio bastante parecido a la estupidez” Bernardo de Monteagudo
La pregunta resonó, profesional y austera, en el estudio amplio donde transcurre Telenoche 2013 (lunes a viernes a las 20 por El Trece, “tu casa”, ¿no?): “¿Por qué va a responder si todo lo dicho es cierto?”. Poco y nada importa quién la formuló, voz engolada, dura. Allí estaban los responsables de la plana mayor del periodismo televisivo del Grupo Clarín reunidos bajo el paraguas anfitrión de Santo Biasatti y María Laura Santillán: Nelson Castro (cada día más “doctor”, como plantea Borges en su “Arte de injuriar”), Nicolás Wiñaski, Joaquín Morales Solá (cada día más parecido al retrato silente de Shakespeare), Edgardo Alfano (cada día más Alfano, Edgardo) y Marcelo Bonelli (cada día más “Kiner”), entre otros. Todos de impecable traje negro y cara de circunstancia, menos Jorge Lanata (vestido simpáticamente a lo Jorge Lanata), el Sargento García de esa patrulla perdida del periodismo vernáculo, el “Messi” de ese Barcelona de la investigación y el análisis político que coordina el “Pep” Magnetto. Podrían haber estado Julio Blank y Eduardo Van Der Kooy, pero no estaban, no. Quizá por ausencia de trajes negros en sus placares, la cuestión es que no estaban. Podría haber estado Ricardo Kirschbaum, pero a lo mejor a esa hora estaba desarrollando sus tareas de editor general del diario Clarín y no estaba. Aunque los tres estuvieron en otras emisiones de Telenoche 2013 de apoyo incondicional a Lanata. La respuesta que resonó en el estudio venía a cuento del relojito digital que marca la cantidad de horas (nuevo chiche mediático que supera con creces las mediocres escenografías de A dos voces) que lleva la Presidenta del país sin contestar a la denuncia lanzada desde Periodismo para Todos (domingos a las 22 por El Trece, “tu casa”, ¿no?) sobre las asociaciones de Lázaro Báez y el informe llamado “Ruta del dinero K” que tuvo como entrevistados duros del equipo periodístico a rutilantes figuras de la verdad manifiesta como Leonardo Fariña, Federico Elaskar y la reciente adquisición Miriam Quiroga. Esa respuesta que resonó en el estudio de Telenoche 2013 remitía a los pesajes de plata de los que habló Fariña pero después se desdijo. A los insólitos trayectos ida y vuelta de esa misma plata en bolsones de los que habló Elaskar pero después se desdijo. Y a los cuadernos con calcomanías de las Chicas Superpoderosas que dizque eran de Néstor Kirchner de los que habló Quiroga pero después se desdijo. Dicho esto, 1) pretender que un/a presidente/a conteste a acusaciones desdichas parece, como mínimo, improcedente; 2) pretender que un/a presidente/a se trepe a un sube y baja cachaciento en el cual del otro lado se encuentra un periodista parece, como mínimo, irresponsable, y 3) pretender que un/a presidente/a deje la agenda presidencial de lado para desfacer entuertos cochambrosos, parece, como mínimo, patético. Pero la pregunta resonó igual, profesional y austera, “¿Por qué va a responder si todo lo dicho es cierto?”, como si la mentira (haga un ejercicio de imaginación rápido: suponga, por caso, que la verdad es la del informe) no tuviera argumentos. La cámara hizo foco en cada una de las caras de la plana mayor del periodismo televisivo del Grupo Clarín. Y las caras redoblaron sus circunstancias, intentando, con ese mínimo gesto (paneado por la cámara como si se trata de una película de Tarkovsky), dar mayor veracidad aún a lo expresado. Se sabe, la verdad, en determinados estudios de televisión, no admite la más pequeña sonrisa. La verdad se dice con cara seria, de culo, como insisten en llamarla en los barrios renuentes a la adjetivación vistosa. Y con las mismas caras serias, en el estudio se volvieron a sacudir, en bloque, las argumentaciones para que la oposición aprenda, las repita en la Cámara (“Se pesa, la plata es tanta que se pesa”, gritó días después en sesión el senador radical Ernesto Sanz) y se deje de esgunfiar con alianzas apuradas (“La única manera de vencer al kirchnerismo es con una sola lista donde entren todos, hasta Mauricio Macri. No nos une nada, pero podemos dejar nuestras ideas por un rato”, dijo, para la posteridad, unos días después la renovada Chiche Duhalde). ¿Las argumentaciones? Ah, sí: Néstor se bañaba en billetes –ya se dijo aquí mismo– emulando a Rico Mc Pato, construyó bóvedas para guardar la tarasca de los alquileres, no usaba tarjeta de crédito porque le gustaba pagar cash los puchos en el kiosco de la esquina de Calafate cuando fumaba y, encima, era fan descontrolado de las Chicas Superpoderosas.
Argumentaciones que la hinchada (esa de la que habla permanentemente otro adalid pulitzeriano, Luis “el incisivo” Majul) aplaude para ponerse a bramar sus indignaciones en las sobremesas que sufría Francisco Bálazs en la contratapa del pasado 28 de abril ( http://sur.infonews.com/notas/el-sentido-común-antik ) de este semanario.
12/05/13 Miradas al Sur
gb
Recuerdos, 10 años después (1) Por Ricardo Forster
Recuerdos, 10 años después (1)
Golpe. La represión en la UBA, conocida como “la noche de los bastones largos”, durante la dictadura de Onganía.
Por Ricardo Forster
El recuerdo regresa con claridad, como si no hubiesen pasado casi 35 años; es un mediodía lluvioso y frío de junio y el salón de actos de la escuela está surcado por un murmullo tenso que se expande hacia todos los rincones mientras los niños aprovechamos el clima que se vive, la distracción de nuestras maestras, para jugar en las filas volviéndolas formas zigzagueantes. En los rostros adultos no hay tristeza, apenas cierta confusión que en algunos se entremezcla con una sonrisa rutinaria. La palabra va creciendo de a poco pero ya se ha instalado entre nosotros, se va ubicando, sin que tengamos conciencia de ello, en nuestra cotidianeidad, se vuelve parte de nuestras biografías. Revolución. Qué extraño que una palabra que años después alcanzará para algunos de nosotros una connotación fabulosa, santo y seña de nuestras utopías, haya recorrido, ese mediodía de 1966, el salón de actos de la escuela para dejar testimonio de un golpe de Estado, de una nueva intervención de las Fuerzas Armadas en el escenario nacional. La directora nos dirige un breve discurso del que sólo me quedan retazos, palabras dispersas que juguetean dentro mío y que no estoy muy seguro de si las escuché allí o en la panadería o tal vez en mi casa o en la de algún amigo. Entre ellas no recuerdo la palabra democracia, nadie parece haberla pronunciado con cierta amargura o señalando su pérdida. Tal vez, eso lo pienso ahora, democracia era una palabra ausente, poco importante en el vocabulario de los argentinos, apenas un término mudable que podía utilizarse de tantas maneras distintas que simplemente se esfumaba del vocabulario, pero no porque hubiera metabolizado en nuestro organismo sino porque sonaba ahuecada, carente, insulsa, como ese viejo presidente que sin pena ni gloria, según veíamos en la televisión blanco y negro, abandonaba la Casa Rosada. Nadie lloró ese día, nadie se desgarró las vestiduras, no hubo manifestaciones espontáneas de repudio, no se vertió sangre democrática, apenas si las amas de casa se apresuraron a llenar las despensas por cualquier cosa.
Esa imagen de mi infancia me dice mucho de nuestra historia y de nuestro presente. Pero no lo hace sólo desde el reconocimiento de la complicidad de una mayoría abrumadora con el golpe de Onganía, tal vez no muy diferente de aquella otra mayoría que aplaudió la llegada de Videla y los suyos diez años después. Hay algo más que no puedo achacarlo simplemente a la niñez, a esos dorados tiempos de una infancia abierta a las indagaciones de la vida y a la libertad de un ludismo sin fronteras. Tiene que ver con mi argentinidad, con lo que para mí ha significado y sigue significando ser argentino, haber nacido en estas costas que dejaron su tremenda impronta en mi ánimo. Trato de explicarme. Percibo una cierta continuidad, un hilo fino, que une aquella jornada de junio con algunos gestos y acciones que han ido acompañando mi vida argentina y que también se manifestaron en ciertas resonancias que recorrieron las calles porteñas desde el 19 y 20 de diciembre de 2001. Un déjà vu, algo conocido pero distinto, familiar pero lejano.
En ese gesto del ama de casa preocupada por completar su despensa ante las eventualidades que pudieran surgir de la “Revolución” percibo un rasgo de carácter, un modo de ser de las clases medias. Hay en él toda una visión del mundo, se cuela entre sus pliegues una tendencia constante hacia una prescindencia de lo político cuando la instancia democrática señala su propia decadencia, su supuesta incapacidad para garantizarle que la normalidad de sus días no se verá alterada. A lo largo del siglo veinte ha sido una constante de los sectores medios columpiarse entre las alternativas democráticas y las clausuras militares, como si ese juego fuese parte inescindible de su existencia histórica. Sus reacciones antidemocráticas han tenido diversas razones, no fue la misma la que la enfrentó a la decrepitud yrigoyenista que la que la llevó a vitorear fervorosamente la llegada de la Revolución “Libertadora”, del mismo modo que no es homologable su prescindencia ante la caída de Frondizi o su negligencia ante la de Illia, que su franco apoyo al golpe de Videla. Lo común es su renegación de la democracia, esa actitud que la muestra en ciclos que, cuando se cierran, hacen regresar sus profundas tendencias autoritarias, su necesidad imperiosa de orden y seguridad.
Y sin embargo, la experiencia argentina no puede ser reducida a la reiteración de los golpes militares y a esa suerte de complicidad de algunos actores sociales y políticos que no han dudado en dirigir sus pasos hacia los cuarteles cuando la fragilidad democrática así lo planteó. Hubo, y hay, otras Argentinas dentro de esta geografía en la que la búsqueda de la igualdad, la ampliación de la participación política, la proliferación de proyectos de integración social junto a una democratización de la educación y la salud, constituyeron parte, imprescindible e inolvidable, de nuestra historia. Esas zonas en las que el discurso de la política no pudo desprenderse de la memoria de la equidad representan una herencia extraordinariamente rica en un presente en el que la desigualdad se expande y los discursos neoliberales copan la totalidad del escenario. Dentro de nuestra historia hubo otras voces, otros registros y otras experiencias que no deben caer en el agujero negro del olvido o, peor aún, en esta expansión retrospectiva y tiránica de un presente desasosegante que contamina la totalidad del pasado. Si intentamos imaginar otros horizontes no hegemonizados por la resignación o la inexorabilidad, es imperioso que reencontremos las sendas hacia lo que fuimos, sabiendo que, en ese viaje hacia las regiones del ayer, encontraremos lo entrañable y lo repudiable, los fantasmas de lo que ya no somos y la perduración de lo que aún seguimos siendo. Me niego a reducir la travesía argentina a este presente cargado de incertezas y abrumadoramente surcado por el escepticismo. Hay en mí, y creo que también en la sociedad, las marcas de otras vivencias, la presencia de otros derroteros existenciales, de otras apuestas políticas y culturales que deben ser rescatadas de la brutal homogeneización.
La extrañeza argentina, esa cuota de originalidad que parece determinar su marcha histórica, no puede ser reducida sólo a una ontología del pesimismo como único núcleo identitario. Así como quedan restos de esa memoria de la igualdad también es posible salir al rescate de esos otros ámbitos de la vida que pocas veces entran en los análisis políticos o en los intentos de pensar el destino de una sociedad. Que ciertas formas del mal absoluto habitaron la historia nacional es algo demasiado evidente como para eludirlo, que una tendencia a la ruindad y la complicidad de amplios sectores hicieron posible nuestras circunstancias más oscuras también es algo insoslayable. Que nuestras clases medias acompañaron pasivamente esos experimentos del horror dictatorial y que una parte significativa de la clase política se convirtió en una corporación cooptada por los poderes económicos también es cierto. Pero, y a eso apunta mi reflexión dubitativa, hubo y hay otras realidades dentro de esa realidad, otras conductas más allá o en los pliegues de esas bajezas morales. La Argentina no pudo, a lo largo de esa equívoca travesía, olvidarse de sí misma arrojando al tacho de los desperdicios aquellos momentos salvadores, aquellos gestos a través de los cuales se intentó construir otra realidad; la Argentina es sus fracasos, pero no debemos olvidar que si hablamos de fracasos es porque existieron proyectos que intentaron diseñar otro país, que jugaron sus cartas y perdieron, pero que se atrevieron a jugar las cartas. Y seguimos siendo la memoria de esas derrotas y de esas prácticas que dejaron huellas indelebles en el alma argentina, que siguen estando allí para denunciar las ruindades y los olvidos del presente. Esas otras Argentinas reclaman, en nosotros, otra mirada de la actualidad que no se deje abrumar por el discurso único y homogéneo que haciendo pie en un economicismo brutal contamina cualquier reflexión que intentemos realizar en relación a lo que nos ha sucedido. Debemos saltar por encima de ese determinismo que nos asfixia sin perder de vista la dialéctica, muy argentina, entre catástrofe y esperanza, entre sueño utópico y realismo destructivo. En nuestra experiencia de los extremos, como diría Walter Benjamin, se encuentra el secreto de nuestra “verdad”, la iluminación de las oscuridades de un itinerario histórico extraordinariamente complejo y laberíntico. Leer los extremos, comprender esos permanentes deslizamientos hacia los contrarios, significa penetrar en los rasgos de esas tremendas oscilaciones que han marcado el ánimo argentino. Tal vez allí radique nuestra imposibilidad de permanecer impasibles ante el escándalo de la pobreza, ese sea uno de los motivos de lo específico de una historia atípica en la que el pasado sigue reclamándole al presente, imposibilitando que la lógica del olvido contribuya al definitivo despliegue de aquellas políticas dispuestas a inventar otra sociedad sustentada en el borramiento de lo mejor de nosotros mismos.
Así como el olvido constituye una característica relevante de la práctica nacional, un ejercicio de desmemoria que ha profundizado la vivencia de un presente inmodificable y eterno, las políticas construidas sistemáticamente para traernos nuestro pasado han influido notablemente en la cristalización de estructuras mitologizantes que han obturado una relación diferente con la historia. Todos, peronistas y radicales, liberales y socialistas, militares y sacerdotes, han contribuido a la múltiples ficciones alrededor de las cuales ha girado el relato de nuestro pasado. Sus contribuciones, diversas y coloridas, se corresponden perfectamente, y más allá de sus diferencias, con ese velamiento de una historia que se ha ido vaciando de sentido a medida que la eternización retrospectiva del presente la fue devorando. Al reducir la memoria histórica a pieza de museo o a ritual carente de significación, lo que se terminó por generar es, junto al dominio de la inexorabilidad de lo actual como intransformable, la pérdida del futuro, la aniquilación de toda esperanza. Deconstruir esas políticas de la memoria, penetrar en sus núcleos discursivos para ejercer sobre ellos la sospecha crítica, constituye una ineludible necesidad si queremos, todavía, pensar otro país.
La crítica de la política no es realizable si, al mismo tiempo, no penetramos en los dispositivos que han producido el colapso en el que nos hallamos. Del mismo modo que para indagar nuestra actualidad desconcertante se vuelve esencial recuperar esas otras lecturas de lo argentino que se remontan a la tradición del ensayismo en sus diversas versiones. En mi caso me siento próximo a una alquimia entre Martínez Estrada y Jorge Luis Borges, dos sensibilidades que nos permiten pensar mejor la trama argentina. Pero también creo indispensable recurrir a mis recuerdos, a mis propias vivencias, a esa combinación de lecturas y experiencias que articularon mi visión del país. Pienso, sobre todo, en mi primera aproximación a lo entrañable pampeano de la mano de W.H. Hudson y su memorable Allá lejos y hace tiempo, lectura que marcó de una vez y para siempre mi sensibilidad ante la desmesura del paisaje, de un paisaje que amé a través de la pluma de Hudson y que con el tiempo se convirtió en parte inescindible de mi ser. Muchas otras voces literarias, pienso en Horacio Quiroga, contribuyeron a eso que llamo mi argentinidad, mi especial arraigo a estas geografías sureñas. La Argentina fue y es para mí mucho más que un relato oficial, constituye la amalgama de esa patria construida en la niñez, esos sueños adolescentes que confluyeron en los apasionados setenta como utopía revolucionaria, las interminables caminatas por las calles de Buenos Aires en las que se fueron tejiendo las redes de la amistad y el amor, los naranjos de La Lucila, la añoranza dolorosa del exilio, el recuerdo de los muertos, la felicidad inconmensurable de la democracia recuperada, un gol de River, La muerte y la brújula de Borges, algunas páginas de Cortazar, tardes de invierno y nieve leyendo solitario en la biblioteca de la universidad de Temple La evolución de las ideas políticas argentinas de José Ingenieros, mis años universitarios, las polémicas político-filosóficas, mi casa de Coghlan, las sierras cordobesas, los crepúsculos de verano desde una terraza, los viajes en tren, las vacaciones misioneras, el 25 de mayo de 1973, la noche del 30 de marzo de 1976 en la que abandoné el país, mi regreso, leer La montaña mágica mientras voy en tren hacia el mundo obrero de José León Suárez, la entrañable e intransferible felicidad del arraigo. Todo esto, y muchas otras cosas, son mi argentinidad, desde ellas también tengo que intentar pensar nuestra decadencia, los insondables vericuetos de una actualidad desoladora que amenaza con pasarles a mis recuerdos la máquina aplanadora de un olvido construido bajo las condiciones eternizadas del presente.
En el comienzo de este ensayo me preguntaba si un país puede desaparecer, si la tendencia autodestructiva que subyace a nuestra historia acabará por imponer su lógica, si esa violencia que nos ha constituido desde un comienzo terminará por ganar la partida hasta derramarse sobre la totalidad de nuestra memoria y de nuestro presente. Es tal la desolación y la pérdida de expectativas que su metabolización en el cuerpo social amenaza con despojarnos de lo que fuimos, de nuestros recuerdos, de aquellas otras apuestas que intentaron salirse del rumbo dominante. No se trata de inventarnos falsas esperanzas articuladas en la negación de esa lógica destructiva; por el contrario, sin pensar hasta el fondo sus causas, su impregnación en nuestra historia, su permanencia a través del tiempo, no seremos capaces ya no sólo de intentar torcer el rumbo sino, tal vez más importante, perderemos nuestras biografías, dejaremos que se las lleve la marea aniquiladora. Sin falsos optimismos nos queda el recurso, fundamental, de la memoria y de la espera que no se resigna a la linealidad inconmovible del devenir histórico, que hace la crítica de todo fatalismo. Y en ese proceso de resistencia se vuelve imprescindible rescatar esos otros itinerarios, esas otras experiencias que nos señalan otros derroteros. Un país, la trama más profunda de su vida, no puede ser reducido al dispositivo de la dominación, ni debe ser confundido exclusivamente con las violencias del poder.
En tiempos de desasosiego busco refugio en esas otras experiencias, trato de contemplar la actualidad sin olvidar lo que guarda entre sus pliegues, sabiendo que la densidad de la crisis suele ocultar lo esencial. La Argentina, para mí, es más que sus monstruos, las escrituras de su historia no se han cerrado ni todas confluyen en un presente aciago. Me sostengo en la tensión, quiero permanecer en ella pese a las dificultades que eso entraña, sabiendo que es más fácil deslizarme hacia uno de los lados. Se trata de la petición benjaminiana de pasarle a la historia el cepillo a contrapelo, es decir, de leer sus claroscuros, de rescatar sus olvidos, de pensar sus diversidades, de correrse del relato hegemónico dejando que las otras voces sean escuchadas. Voces de mi infancia, voces derrotadas, voces soñadoras, voces de cotidianidades entrañables, voces del pasado, voces imaginarias, voces de la tierra, voces de la resistencia, voces del mañana.
(1) Este artículo es parte de un ensayo que escribí en el verano del 2002-2003; creo, estimado lector, que resulta un ejercicio saludable recordar qué nos/me pasaba cuando nada de lo que vendría con la llegada de Néstor Kirchner apenas unos meses después alcanzaba a vislumbrarse en el interior de una Argentina desarticulada y arrasada por su interminable crisis.
Revista Veintitrés
LA CORRUPCION POR LUIS BRUCHSTEIN
La corrupción
Por Luis Bruschtein
En forma esporádica pero recurrente la corrupción pasa a convertirse en la columna principal del relato crítico al Gobierno. Es un discurso que no llega a impactar contra los argumentos de los que lo apoyan, porque éstos se sostienen en otros temas, como los derechos humanos, las políticas sociales o la integración regional y varios más. En esas situaciones, los argumentos en contra y a favor no se cruzan y por lo tanto no dialogan ni se convencen.
El discurso antagonista salva esa distancia explicando que lo único que le interesa a este gobierno es robar y que todo lo demás es relato, cosmética, mentira. Pero los que apoyan son protagonistas de muchas de las medidas del Gobierno, desde comerciantes que estaban antes al borde de la quiebra, jubilados que habían sido desplazados por las AFJP y luego incorporados a la jubilación estatal, desocupados que consiguieron trabajo e incluso los que han visto juzgar y condenar a los represores de la dictadura o miembros de minorías de género u opción sexual. Para ellos cada una o alguna de esas medidas han sido muy concretas, les han cambiado la vida.
Se genera así un efecto de espejo. Si esas medidas de gobierno no son mentiras –el negocio está bien, tengo trabajo, tengo jubilación, los represores están presos–, entonces lo que sí son mentiras son las cosas que los críticos dicen que son verdad. Si se busca sensibilizar a partir de las denuncias de corrupción como único argumento, este discurso termina por generar descreimiento en un gran sector. No es que se consienta la corrupción, sino que no se cree en el torrente de denuncias que se difunde.
La poderosa intervención de los grandes medios afecta esa lógica en alguna medida y puede hacer daño por su efecto masivo y repetitivo. Pero los medios no necesitan probar una denuncia ante la Justicia para hacerla creíble. Daría la impresión de que les resultaría mucho más difícil si tomaran como eje para sus críticas a las políticas sociales del Gobierno, las de derechos humanos, de integración regional u otras, en vez de elegir la corrupción como eje. Cada vez que el discurso opositor derivó hacia alguno de esos temas puso al desnudo argumentos mezquinos, de baja calidad democrática y en general representativos de pequeños sectores. Cada vez que se dio, ese debate favoreció al Gobierno.
La elección de la denuncia de la corrupción es una decisión política, pero además tiene que ver con la calidad de la denuncia y los mecanismos de convencimiento que tienen los medios. En los otros terrenos el efecto de los grandes medios tiene menos penetración porque se trata de políticas masivas que tienen consecuencias masivas y verificables de manera individual. Cada quien puede conocer algún resultado de las políticas de inclusión, de distribución del ingreso o de ampliación de derechos. En esos casos, la realidad virtual puede ser confrontada con una realidad concreta y pierde fuerza, pasa a ser parte de una escenografía.
En cambio, la realidad virtual puede prevalecer en temas que son amenazantes o lesivos para un grupo social –lo cual lo predispone– y cuya existencia real o su escala no puede ser comprobada ni por cada persona ni por ese grupo sin la intermediación mediática. A diferencia de las políticas masivas, un acto de corrupción no puede ser conocido si no es a través de los medios. Pero si hay una decisión política tan enfática, porque en otros temas tiene menos ventaja, lo que puede aparecer, más que la comprobación de un acto de corrupción, es una construcción mediática, algo que está forzado, que está construido como si fuera la realidad, sin serlo. Así, un lenguaje mediático que sirve para interpretar y representar la realidad se utiliza esta vez para recrearla por la necesidad de explotar al máximo una temática. Y de esta manera la construcción mediática se transforma en operación política.
Antes del actual intento mediático de vincular a Néstor Kirchner con actos de corrupción a través del empresario Lázaro Báez se escribieron toneladas de papel sobre un supuesto acto de corrupción del vicepresidente Amado Boudou con relación a la empresa Ciccone Calcográfica. Si alguien cometió un delito de corrupción tiene que ser castigado por la Justicia. No se trata aquí de plantear la inocencia de Boudou ni de nadie. De lo que se trata es que la campaña periodística nunca pudo demostrar su culpabilidad y que la elección del vicepresidente para realizar esa campaña fue una decisión política. La investigación periodística parecía abrumadora por su volumen pero no terminaba de probar su hipótesis. En ningún momento pudieron probar que Boudou se hubiera favorecido en alguna transacción. Para eso hubieran tenido que demostrar que el vicepresidente o un testaferro suyo eran los dueños de The Old Fund o los financistas de Ciccone Calcográfica. No habían podido probar la parte más importante, pero el volumen de lo difundido y su repetición permanente en todos los grandes medios corporativos dejaba la sensación opuesta.
Finalmente, el Gobierno ejecutó la deuda que Ciccone tenía con la AFIP y estatizó la empresa para la fabricación de papel moneda. No pagó un peso de más. Quienes fueran los dueños no salían favorecidos en nada. Todo lo contrario. Algún obstinado llegó a afirmar que el Gobierno había tomado esa decisión estratégica solamente para tapar todo. Pero al poco tiempo, el banquero Raúl Moneta exigió una indemnización, ya que reconoció que era él quien había financiado a The Old Fund –un sello que sí pertenecía a Alejandro Vanderbroele– para controlar a Ciccone. La irrupción de Moneta terminó por neutralizar toda la campaña mediática, que fue languideciendo a partir de allí. De todos modos, cuando hablan de ese caso, la oposición y los grandes medios dicen que la investigación fue parada por el Gobierno cuando la defensa consiguió cambiar a un fiscal que había sido influenciable por los medios. Pero no dicen que cualquier presunción de culpabilidad de Boudou perdía fuerza con la estatización de la empresa y con la irrupción de Moneta como el verdadero financista.
Vanderbroele trabajaba para Moneta y no para Boudou. Los agujeros que tenía la investigación periodística eran evidentes desde antes, pero el caudal de notas y el ametrallamiento permanente por parte de los grandes medios los tapaba.
El disparador del caso anterior fue la ex mujer de Vanderbroele. El disparador del caso Lázaro Báez fueron dos testimonios que después se desdijeron: confesaron que mintieron para dirimir problemas de negocios, en un caso con supuestos deudores y en el otro para perjudicar a un ex empleador suyo. Y la única documentación fueron un papel a nombre del hijo de Lázaro Báez, la venta de la casa de los Kirchner en Santa Cruz a la empresa de Báez y una sociedad donde Kirchner puso el terreno y Báez construyó un edificio de departamentos. Si Lázaro Báez evadió al fisco, deberá ser juzgado y castigado. Pero todo el montaje no fue para encarcelar a Báez por evasión, sino para tratar de mostrarlo como testaferro de Kirchner. En realidad, demuestra lo contrario, porque si hubiera sido así, Kirchner se hubiera cuidado de no aparecer en ningún negocio con Báez. Y son dos negocios chicos (la venta de una casa y un terreno) sin ninguna relación con fondos públicos. Han gastado tinta y saliva para hablar de los negocios de Báez (que tiene muchos con su constructora) y no importa que no hayan podido comprobar que sea un testaferro, porque los grandes titulares y la multiplicación de cada artículo y de cada anuncio crean la sensación de que fue así. Cuando la Justicia no encuentre pruebas responsabilizarán al juez.
Estos dos casos son paradigmáticos porque no les interesa demostrar que existe corrupción pública, un problema que es necesario desterrar. Van más allá, porque buscaron involucrar al vicepresidente y a un ex presidente para instalar como paradigma ejemplar que cualquier política que transgreda los marcos estipulados por el poder económico es tan marginal que solamente puede estar motivada por el latrocinio. Cuando se elige la denuncia anticorrupción como herramienta central de cuestionamiento a un gobierno es porque cualquier otro plano no les sería favorable. Pero además, la moraleja de esta campaña de los grandes medios sería que el progresismo o las políticas de cambio están bien para exhibir en la vitrina del cristalero o para declaraciones testimoniales pero cuando alguien las impulsa en la realidad, sólo puede tratarse de un marginal y un ladrón.
11/05/13 Página|12
GB
En Europa sí se consigue Por Gabriela Esquivada
cultura@miradasalsur.com
En peligro. Aunque estaban legalmente detenidos, los militantes presos en la Unidad 9 sufrieron tormentos y homicidios, más el secuestro y desaparición de sus familiares./ “La presencia de Alicia Zanca resultó muy valiosa, no sólo por su dirección de actores sino por su motivación. Fue su última película.” (Carlos Martínez)/ Denuncia de la OEA. Raúl Rizzo interpreta a un militar encargado de enfrentar el caso.
Condenados, la película de Carlos Martínez sobre los Pabellones de la Muerte que funcionaron en la cárcel Unidad 9 de La Plata durante la dictadura, espera que en el país se la encuentre de interés igual que en el Parlamento Europeo.
Carlos Martínez realizó muchas cosas a lo largo de su vida: fue un gimnasta reconocido, luchó por la revolución social que anhelaba, sobrevivió a la represión, hizo del arte su profesión, tuvo éxito. Cualquiera –él mismo– llamaría a eso una vida cumplida. Pero se guardó un deseo: al llegar a los sesenta años contaría la historia de los Pabellones de la Muerte donde estuvo encerrado como preso político en la Unidad 9, una cárcel de alta seguridad de La Plata, entre diciembre de 1976 y diciembre de 1978. Allí, la última dictadura militar separó a los jóvenes líderes de la insurgencia armada detenidos a disposición del Poder Ejecutivo Nacional. En el Pabellón 1, los Montoneros; en el Pabellón 2, los del PRT-ERP. El sueño cumplido, Condenados, tiene un estreno de lujo el 29 de mayo en Bruselas: en el Parlamento Europeo. Al día siguiente se ofrecerá una función en París, en la sede de la Embajada Argentina.
“Salí de la cárcel a los treinta años”, dijo a Miradas al Sur. “Me sentía cargado con las historias y las enseñanzas de mis compañeros. Sabía que no se debían perder, pero no quise escribir en ese momento porque sentía todo muy fresco dentro de mí y todavía no lograba insertarme en la realidad, flotaba en una nube”. Descubrió la pantomima –actuó y dirigió en los teatros Cervantes y San Martín sus obras Mimojuegos y Krinsky, entre otras–, que le permitió “comunicar contenidos y valores sin atarme a la palabra”. Luego estudió cine y allí descubrió cómo podía encauzar aquella experiencia en la Unidad 9. Y se hizo la promesa secreta.
Tenía cincuenta años, había terminado su primer largometraje, Rosas rojas… rojas, y salía del Festival de Cine de Mar del Plata de 2004 cuando se encontró con uno de sus compañeros de cárcel: Eduardo Anguita.
–¿Ahora dónde vas? –le preguntó Anguita.
–A Buenos Aires.
–¿Por qué no venís conmigo a Villa Gesell? Con algunos de los compañeros estamos pensando en llevar al cine la historia de los Pabellones de la Muerte. ¿No te gustaría?
Le gustó: terminó por dirigirla. Otros dos detenidos en el 2 de la Unidad 9 participaron en la realización de Condenados: Alberto Elizalde Leal, productor y asesor histórico, y Héctor Vilche, autor de la música.
La historia abre en diciembre de 1976, cuando el golpe militar había comenzado a sembrar el país de centros clandestinos de detención –donde los represores se dedicarían a torturar, asesinar y desaparecer personas– y a cambiar la política hacia los miles de presos políticos legalmente detenidos en las cárceles, a disposición del Poder Ejecutivo o de jueces federales. Primero se realizó una clasificación tosca: recuperables, difícilmente recuperables e irrecuperables como Martínez, Elizalde Leal, Vilches, Anguita y otros que sufrieron los Pabellones de la Muerte de la Unidad 9: Dardo Cabo, Rufino Pirles, Ángel Georgiadis, Julio Urien, Eduardo Jozami, Guillermo Segalli, Gonzalo Carranza, Roberto García, Julio Mogordoy, Mario Rodríguez, Jorge Taiana, Oscar Montenegro, Dalmiro Suárez, entre otros. Luego, el nuevo director de la Unidad 9, prefecto Abel Dupuy, implementó el nuevo trato a los irrecuperables: requisas, tormentos y, a pesar de las restricciones de una detención legal, homicidio.
“Por lo menos están en una cárcel. Los que agarran ahora no aparecen”, dice una familiar de los presos cuando comienza Condenados. La mujer acierta a medias. No era lo mismo desaparecer en un centro clandestino de detención, por cierto. Pero en ese estado de anomia y barbarie que crearon las Juntas Militares, aun los detenidos blanqueados podían morir en fusilamientos que se justificaban con falsos intentos de fuga, o ser liberados para desaparecer una vez que pisaran la calle, o perder a toda su familia secuestrada, torturada y asesinada. Todo eso cuenta la película.
Condenados muestra cómo una noche, a dos días de que Dupuy hubiera asumido la dirección de la Unidad 9, se esposó, encapuchó y tiró dentro de un camión a Cabo y Pirles, que horas más tarde fueron fusilados en la ruta 215. También fueron asesinados Georgiadis y Horacio Rapaport y, tras anunciar su presunta liberación, desaparecieron Segalli, Carranza y García. Entre los familiares de los presos, secuestraron y desaparecieron a la familia entera –madre, hermano y hermana– de Elizalde Leal, a la mujer de Jozami, a la madre de Anguita, a la hermana y la novia de Suárez, al hermano de Ernesto Villanueva, y otros.
A 32 años de esos hechos, el Tribunal Oral en lo Criminal Federal Nº 1 juzgó y condenó con sentencias de entre catorce años y prisión perpetua, a once agentes y tres médicos por los delitos que cometieron contra esos detenidos políticos. Condenados, que se estructura como una ficción con actores, cambia su registro y muestra a los ex presos, de espalda a la cámara, contando sus tragedias.
Condenados no abre con la modesta expresión “basada en una historia real”, sino con la altiva “Una película basada en la historia real. Argentina, diciembre de 1976 a diciembre de 1978”. La historia, es decir la Historia. Ese aserto se condice con la valoración que hizo la Comisión de Libertades, Justicia y Asuntos de Interior del Parlamento Europeo, que encontró que la historia cuenta la Historia y, por su interés para la humanidad, debe ser difundida en los países miembros de la Unión Europea.
“Asisto al acto del 29 de mayo como invitado de la Cancillería”, dijo Martínez. “Es un tema para las relaciones exteriores del país. Nos apoyan los organismos de derechos humanos y el Estado Nacional, salvo el Instituto Nacional de Cine y Artes Audiovisuales (Incaa), que me gustaría que nos acompañara”, agregó.
Ese acompañamiento sería la declaración de Condenados de interés para el Incaa, de manera tal que la producción pudiera recibir el subsidio que le permitiría afrontar las deudas que Martínez tomó para filmar y editar la película y llegar al estreno comercial. Un primer comité –que integraron Jorge Maestro, Malena Solda, Adrián Masaluppi, Pablo Mazzeo y Adrián Caetano, aunque el director de Un oso rojo no asistió a las reuniones y no votó– la halló sin interés. “Pero las circunstancias fueron raras”, dijo Martínez. “Mientras yo terminaba la película y el comité trabajaba, sufrí fuertes presiones. Mi teléfono sonaba todas las mañanas a las 7, y cuando atendía nadie hablaba. Una noche estalló un explosivo potente en la entrada de mi casa. Creo que el comité pudo haber sufrido presiones al mismo tiempo. En mi caso, la investigación de la Justicia Federal se orienta a mi trabajo sobre la Unidad 9.”
Martínez apeló y en este momento un segundo comité, que conforman Esteban Mentasti, Juan Taratuto, Ezio Massa, Eduardo Cutuli y Raúl Ahumada. “Confío en que resolverá favorablemente”, dijo Martínez. “El contenido coincide con las políticas del Estado Nacional en materia de verdad, memoria y justicia sobre los crímenes de la dictadura. Y las objeciones escritas del primer comité fueron subsanadas”.
La principal es que, mientras filmaba Condenados, Martínez realizó una miniserie de trece capítulos, Unidad 9, de la que sólo se vio hasta hoy el Capítulo 1 en el 14º Festival Internacional de Cine de Derechos Humanos, en mayo de 2012, cuyos contenidos presentan semejanza. “Pero son obras diferentes”, dijo el director. “Tienen en común los fusilamientos y los secuestros de familiares. El resto es diferencia.”
Además, fue primero la película: el azar determinó que se completara antes la miniserie. En 2004, luego del encuentro en Gesell, Martínez comenzó la investigación para Condenados. Cuando en 2010, mientras filma el juicio, se convocó al primer concurso para series de televisión digital. Martínez pensó en la sinergia de ambos proyectos y escribió los trece capítulos, que resultaron premiados. Gracias a la investigación previa pudo cumplir con los plazos ajustados de la miniserie.
Durante el rodaje, que se realizó de modo global, Martínez desglosó los contenidos de ambos proyectos: “Se hizo una producción muy grande porque filmamos dentro de la cárcel real donde sucedieron los hechos, que hoy tiene 1.400 detenidos, y en un pabellón habitado. Además, como estaban sucediendo los juicios, muchos oficiales irritados nos hostigaban; otros nos apoyaron. En ese rodaje, la presencia de Alicia Zanca resultó muy valiosa, no sólo por su dirección de actores sino por la motivación. Ella protagonizó mi película anterior, Rosas rojas… rojas, conocía el proyecto de Condenados y acordamos que ella interpretaría a su personaje, que es mi madre”. Casi nadie en el elenco (que integran Ingrid Pelicori, Raúl Rizzo, Horacio Peña y Nicolás Pauls, entre otros), sabía que Zanca luchaba contra el cáncer del que murió en julio de 2012: “Fue su última película”.
Además de las separación en el rodaje, como el material de la miniserie pertenecía, por las normas del concurso, al Estado, Condenados solicitó y obtuvo el permiso del Consejo Asesor para la Televisión Digital, del Ministerio de Planificación nacional, para utilizar algunas partes. “La semejanza no es objetable”, argumentó el director. “Jorge Maestro, por caso, estrenó cuatro obras de teatro basadas en sus novelas más exitosas. Le consulté a Tito Cossa, porque varias de sus obras de teatro se llevaron al cine con guión de él mismo, y me dijo que siempre lo felicitaron porque La nona, por ejemplo, se viera en el cine además de en el teatro”.
Por eso, en su viaje a Europa para el estreno de Condenados ante el Parlamento Europeo, Martínez lleva un corto “con lo esencial de la historia”, que se presentará en la Sección No Competitiva de Cortometrajes del Festival de Cannes. Mientras espera la resolución final de su apelación ante el Incaa: “Nos hace falta su apoyo. Pero si no lo conseguimos, la película se estrenará igual. Es un empeño de militancia inclaudicable”.
Las mejores películas según los críticos
Por Redacción
cultura@miradasalsur.com
Los premios del Fipresci.
La película argentina Abrir puertas y ventanas, opera prima de Milagros Mumenthaler, y la finesa El puerto (Le Havre), de Aki Kaurismaki, resultaron elegidas como las mejores de 2012 por los miembros de la filial argentina de Fipresci (Federación Internacional de la Prensa Cinematográfica), entidad que agrupa a 33 de los críticos de cine más relevantes del país. Durante la ceremonia realizada en el Complejo Village Recoleta, también el documental Tierra de los padres, de Nicolás Prividera, y el largo iraní La separación, de Asghar Farhadi (ganador del Oso de Oro del Festival de Berlín y del Oscar a mejor película extranjera), obtuvieron menciones especiales. Entre las nominadas argentinas figuraban además, El último Elvis, de Armando Bo; Los salvajes, de Alejandro Fadel; La casa, de Gustavo Fontán; y Papirosen, de Gastón Solnicki. Y entre las extranjeras compitieron 35 Rhums, de la francesa Claire Denis; Moonrise Kingdom, del estadounidense Wes Anderson; y Tournée, del actor y cineasta francés Mathieu Amalric.
“Funciona desde un lugar muy particular, contando la historia de tres hermanas muy distintas entre sí a partir de su cotidianidad, sus muchas veces silenciosos enfrentamientos, sus miradas, sus peleas y su compañerismo en una vida compartida sin ‘adultos’. Las verdades salen a la luz sin grandilocuencia y en un tono bajo, como asordinado, como esas melodías que uno debe escuchar con atención para poder apreciar sus bellas y, finalmente, inolvidables construcciones”, escribió Diego Lerer, uno de los miembros de la Federación, sobre Abrir puertas y ventanas. Otro de los integrantes de la agrupación, Horacio Bernades, opinó sobre El puerto y su director Kaurismaki: “Es posible que no haya en el cine contemporáneo un autor más fiel, más consecuente con el trazo de su firma que el creador de los Leningrad Cowboys, de Ariel, de Nubes pasajeras o de El hombre sin pasado. Como todas sus películas, El puerto (el título con que Le Havre se estrena en la Argentina) no transcurre en este mundo, sino en el planeta Aki. Sin embargo, de todas sus películas, El puerto es, seguramente, la que guarda una relación más notoria y visible con este mundo, en la medida en que aborda uno de esos temas que, en otra época, algún amante de los lugares comunes hubiera llamado ‘de candente actualidad’: el de los inmigrantes sin papeles de los países pobres. De esos a los que los gobiernos europeos quieren echar al mar.”
En anteriores ediciones, celebradas desde 1988, fueron premiadas en orden cronológico las argentinas Pizza, birra, faso, Mundo grúa, Nueve reinas, La Ciénaga, El Bonaerense, Yo no sé qué me han hecho tus ojos, Los guantes mágicos, El aura, Ana y los otros, Pulqui, Historias extraordinarias, Una semana solos, Excursiones y El estudiante. En el caso de las extranjeras, resultaron elegidas El sabor de la cereza, Flores de fuego, Recursos humanos, Con ánimo de amar, El camino de los sueños, El viaje de Chihiro, Una historia violenta, Tarnation, Imperio, Shara, Criaturas de la noche, Policia, adjetivo y Morir como un hombre.
Cine experimental
Nace una ediotorial con un homenaje a la obra de Narcisa Hirsch
El cineasta Daniel Böhm y el fotógrafo y también realizador Bruno Stecconi lanzan, con Victoria Sayago y Emilio Bernini, la primera editorial dedicada al cine y el video experimentales, mQ2*. El primer trabajo, que se presenta el próximo sábado 18 a las 18 en la Fundación Proa (Pedro de Mendoza 1929, CABA), es la selección en un DVD doble de las películas de Narcisa Hirsch (referencia del género en la Argentina, además de pintora, dibujante y creadora de happenings en la década de 1960), en una edición que suma un libro bilingüe con prólogo de Victoria Sayago, una evaluación crítica del teórico Emilio Bernini y un texto especial para la publicación de Hirsch.
Böhm (creador del programa El Rayo y director de videos musicales para La Portuaria, David Byrne y Gustavo Cerati) y Stecconi (cuya obra se vio en la Bienal del Fin del Mundo, Arte Una y la muestra Gente de mi ciudad) buscan que mQ2* publique, y por ende promueva, obras experimentales de artistas audiovisuales al margen de los principales circuitos de exhibición.
12/05/13 Miradas al Sur
gb
EL DEBATE QUE HERMES BINNER DESATO EN EL FAP AL HABLAR DE UNA POSIBLE ALIANZA CON MACRI Juntos para qué, ésa es la cuestión
En Libres del Sur acuerdan con presentar una lista común de candidatos al Consejo de la Magistratura. Unión Popular rechaza cualquier clase de sociedad con el macrismo. Los socialistas le restaron trascendencia al tema y dijeron que lo de Binner fue una “broma”.
Los dichos del líder del FAP, Hermes Binner, quien de paso por la Feria del Libre afirmó que no descartaría una alianza con el macrismo “si las cosas están complicadas y hay que defender la República ante el avance del gobierno nacional para partidizar la Justicia”, provocaron posiciones encontradas entre las fuerzas de ese espacio político. Libres del Sur se pronunció primero: “Más allá de las alianzas que cada partido realice a cargos legislativos con generosidad y amplitud deberíamos presentar una lista común de destacadas personalidades al Consejo de la Magistratura”. “No creo que se pueda defender ninguna República asociado a Macri”, expresó por su parte el diputado de Unión Popular, Claudio Lozano. Fuentes del Partido Socialista porteño interpretaron que el ex gobernador habló “medio en broma” y que hay “un acuerdo nacional con muchos partidos, pero Macri está en otro espacio”.
Una vez promulgada la reforma del Consejo de la Magistratura, los partidos que pretendan disputar los asientos de ese cuerpo deberán presentar las alianzas el 12 de junio y diez días después las listas de candidatos. Las palabras de Binner se inscriben en un debate interno de las fuerzas políticas sin la necesaria representación en 18 distritos de todo el país: no llevar lista y votar en blanco, o armar un frente común opositor. “Tenemos que buscar una propuesta que simplifique la decisión de la gente y construya mayor consenso para superar los problemas”, señaló.
“Ante un hecho de tamaña gravedad, las fuerzas opositoras debemos dar una respuesta común”, consignaron desde Libres del Sur los dirigentes Humberto Tumini, Victoria Donda y Jorge Ceballos. Pidieron “generosidad y amplitud” para “presentar una lista común de destacadas personalidades al Consejo de la Magistratura”, y dejar atrás “especulaciones y justas diferencias políticas e ideológicas, si está en juego la República”.
Tumini explicó a Página/12 que “todavía no abordamos la lista común de consejeros como FAP”, pero “es una cuestión nacional y hace falta una alianza de partidos, lo que se discutirá este mes”. Fuera de este punto, aclaró que “las listas de legisladores giran alrededor de un programa y difícilmente acordemos uno con el PRO”. Consultado sobre el proceso de armado de dicha lista común, opinó: “En consenso del rechazo a la maniobra del Gobierno, lo que importa es tener a los mejores jueces y abogados, los más honestos y que uno interprete que van a respetar la Constitución”.
La UP donde militan el diputado Lozano y el dirigente Víctor De Gennaro, tendrá candidatos legislativos propios en Capital Federal, pero aún forma parte del FAP a nivel nacional. Allí no vieron con buenos ojos la posibilidad de un acuerdo con el macrismo. “No creo que se pueda defender ninguna República asociado a Macri, ni tampoco con ninguno de los exponentes de los noventa”, criticó Lozano. Sostuvo que el armado conjunto de las listas de candidatos a consejeros “no fue discutido y no compartimos esa visión. Lo único que tenemos consensuado hoy es declarar la inconstitucionalidad”.
“Binner le contestó medio en broma a 6,7,8 cuando un notero le preguntó sobre una alianza con Macri, y él dijo que en una situación de emergencia, no lo descartaría”, justifican desde el PS, donde afirmaron que existe “un acuerdo nacional con muchos partidos, pero Macri está en otro espacio”. En relación con la lista común de consejeros, expresaron que “es algo que anduvieron estudiando sectores de la oposición, no precisamente nosotros”.
Informe: Juan Manuel Frías.
A Rossi no le sorprende
El jefe del bloque kirchnerista en Diputados, Agustín Rossi, consideró que Mauricio Macri y Hermes Binner tienen “más coincidencias que diferencias”, por lo que no le “sorprende que puedan converger en una misma propuesta electoral”. “Los economistas de Macri piden devaluar y altos funcionarios socialistas pidieron lo mismo en Santa Fe. Hay algunos que quieren licuar con una devaluación lo que los trabajadores negocian en las paritarias. Otros pretenden incrementar sus ganancias obteniendo más pesos por dólares en lo que venden al exterior”, señaló Rossi. “Lo que tiene que quedar claro es que los diputados que acompañen a Bi-nner y a Del Sel van a ir al Congreso a oponerse a todo y a poner palos en la rueda al gobierno de la Presidenta”, remarcó Rossi, en el Encuentro de Mujeres de la Corriente Nacional de la Militancia.
Facundo no lo votaría
“No lo votaría en ninguna circunstancia a Macri, ya que expresa la antítesis de lo que yo pienso”, definió el diputado Facundo Moyano. El hijo de Hugo Moyano se refirió a la foto de su padre ofrendándole una flor al jefe de Gobierno: “Me hizo un poco de ruido, porque está claro que es un hecho político”, afirmó en una entrevista con FM Nacional Rock. “Si bien puedo respetar a Mauricio Macri, creo que expresa el libre mercado, las privatizaciones”, remarcó Moyano hijo, quien no dejó piedra por levantar. También dijo que la foto de su padre con Francisco de Narváez le trajo dudas “porque hasta hace poco estaban enfrentados y ahora están juntos”. ¿Votaría a De Narváez? “El voto es secreto”, contestó.
12/05/13 Página|12
gb
MASSOT COMPICE DE LA DICTADURA.
LAS RAZONES POR LAS CUALES ACUSAN Y PIDEN LA DETENCION DEL DIRECTOR DEL DIARIO LA NUEVA PROVINCIA
Hechos que muestran complicidad con la dictadura
El director de La Nueva Provincia, Vicente Massot, a quien los fiscales pidieron detener.
El Ministerio Público sostiene que el diario “participó en todas las etapas de la masacre”. Entre las pruebas presentadas contra Vicente Massot, sobresalen los crímenes de los delegados gremiales Enrique Heinrich y Miguel Angel Loyola.
Por Diego Martínez
“La Nueva Provincia participó en todas etapas de la masacre”, destacó el Ministerio Público al imputar a los directivos del diario de Bahía Blanca. El detalle de operaciones psicológicas al servicio del plan criminal de las Fuerzas Armadas comienza a fines de 1975. La última etapa de la masacre, el negacionismo, continúa hasta hoy. De la enumeración de hechos y pruebas presentados por la Unidad Fiscal sobresalen dos crímenes en particular: los de Enrique Heinrich y Miguel Angel Loyola, los delegados gremiales que desde principios de los ’70 organizaron a los trabajadores y que osaron enfrentar a la patronal, cuyas caras visibles eran Diana Julio de Massot y sus hijos. Los fiscales José Nebbia y Miguel Palazzani acusan a Vicente Massot, actual director, de partícipe como “coautor por reparto de roles en el homicidio de los obreros gráficos Heinrich y Loyola, instigándolo, determinándolo, prestando aportes indispensables para su concreción material y encubriendo a sus autores inmediatos”.
El escrito de 137 fojas de la Unidad Fiscal es la primera sistematización por parte de un estamento estatal del rol de LNP antes, durante y después del terrorismo de Estado. “LNP actuaba en todo el espectro de la vida social y política, manipulando a su antojo la opinión pública con la clara conciencia de lo que estaba ocurriendo y la firme intención de llevarlo a cabo. Tenían más claro que las propias Fuerzas Armadas que la ficción de una ‘guerra’ era la única coartada que podía justificar sus crímenes”, explican. “La sola lectura de los editoriales permite ver con claridad (y hoy en perspectiva) el esfuerzo permanente por instalar la ficción de una ‘guerra’ permanente”, destacan. Cuatro meses antes del golpe, LNP aconsejaba “declarar la existencia de un estado de guerra” para “descubrir lo más pronto a nuestros adversarios”. El consejo surgía de La guerra moderna, del coronel francés Roger Trinquier, el mismo que teorizaba sobre la tortura como arma moralmente neutra luego de aplicarla en Argelia. “Esa ficción era fundamental para el plan criminal, necesitaban esa legitimación discursiva para perpetrar el exterminio; sin esa legitimación eran –son– vulgares criminales”, destacan los fiscales.
La acusación repasa el rol de cuatro personas, de los cuales dos murieron: la directora y su hijo Federico. Los otros, cuya situación procesal está en manos del juez Santiago Martínez, son el actual dueño y director, Vicente Massot, y quien fuera secretario de redacción en los ’70, Mario Gabrielli, el “corresponsal naval” que solía aparecer en fotos departiendo con Emilio Massera y que en pleno terrorismo de Estado viajaba por el mundo en la fragata Libertad. El documento incluye un detalle minucioso de editoriales y notas, pero también datos históricos y testimonios para entender el rol de los Massot: las reuniones de la directora con el vicealmirante Luis María Mendía; las de Federico con el capitán Adolfo Scilingo, que se asombraba cuando tildaban a los militares de “cagones” por no animarse a fusilar; las visitas de Vicente al director de la ESMA, Rubén Chamorro; las visitas de despedida por la dirección del diario del general Adel Vilas, que en 1987 definió a LNP como un “valioso auxiliar de la conducción” militar, o de los jefes de Prefectura que ordenaron “ralear” de “un MEDIO DE DIFUSION FUNDAMENTAL”, con mayúsculas, a los delegados que luego secuestraron y fusilaron.
Los primeros casos en que se imputa participación “efectuando aportes esenciales” en secuestros, torturas y homicidios son los de Daniel Bombara, María Salto y Laura Manzo a fines de 1975. LNP difundió el “operativo de simulación”, según el cual Bombara murió al arrojarse de un patrullero y su cadáver fue robado por “subversivos”, y omitió todo dato sobre las torturas que provocaron su muerte y que padecían las mujeres, por entonces desaparecidas. Cuando los torturadores les dieron los nombres apuntaron que familiares de las “sediciosas” las estaban buscando. “Tal era el alcance del aparato de inteligencia al cual se encontraba integrado el órgano periodístico” en enero de 1976, recuerdan los fiscales.
Consumado el golpe, LNP no se limitó a publicar los partes militares para ocultar el genocidio. El 27 de mayo de 1976 publicaron fotos tomadas en cautiverio de dirigentes que habían estado secuestrados en la base de Puerto Belgrano a quienes se trasladaba a la cárcel. En septiembre, cuando el Ejército asesinó a Cristina Coussement luego de meses en La Escuelita, agregó al comunicado datos de un documento de inteligencia producido durante la primera etapa de cautiverio de la mujer en Mar del Plata. En noviembre, tras el asesinato de Daniel Hidalgo y Olga Souto Castillo, en el edificio donde vivían, LNP publicó que “el imprevisto ataque de los subversivos impidió desalojar los departamentos vecinos”. “El ataque fue previsto y fue de las fuerzas militares hacia las víctimas civiles”, corrige la Unidad Fiscal. El aval a la falacia oficial fue más allá: “periodistas invitados por autoridades militares pudieron comprobar que el ingresar al departamento las fuerzas legales estalló una bomba cazabobos”. De haber existido la visita, los periodistas eran de LNP y sus “comprobaciones” no resisten el menor análisis, explican los fiscales.
En el caso de los gráficos, los fiscales repasan la “persecución” que sufrían, la inteligencia sobre ambos, el lockout en agosto de 1975 y la suspensión entonces de doscientos trabajadores. “LNP se encuentra en guerra”, anunció el diario en agosto. El 1º de septiembre se presentaron como víctimas de “la infiltración más radicalizada”, el 8 denunciaron a “los ‘soviets’ enquistados entre delegados” y el 28 la directora encomendó a Vicente “todo trato con el personal”, según acta rubricado por escribano. Los nombres que no publicaban en editoriales aparecen en las actas del Ministerio de Trabajo, donde “subsumían el conflicto sindical en el escenario de la lucha contra la subversión” e individualizaban a Heinrich y Loyola como “líderes del movimiento disociador”.
El final es conocido: el 22 de marzo, en su informe sobre “guerrilla sindical”, Prefectura ubicó a los delegados a la cabeza de una lista de “personal a ser raleado”. “A esta altura de la requisitoria, podemos afirmar sin titubeos que los directivos de LNP proporcionaron los nombres y toda la información para que los dos obreros gráficos fueran ultimados”, sostienen los fiscales. “El destino final de Heinrich y Loyola conllevó un mensaje de terror para dentro del frente gremial y, en lo externo, para la población en general.” La participación de los Massot en “la decisión conjunta de ultimar es consecuencia necesaria del carácter de la vinculación de la empresa con las máximas autoridades militares”. “La empresa, en su relación obrero-patronal, resuelve extirpar lo que consideraba ‘elementos disociadores’ y disciplinar al conjunto de sus empleados”, destacan. La cobertura fue breve: veinte líneas bajo el título “Son investigados dos homicidios”. En julio se cumplirán 37 años de los crímenes. Los lectores de La Nueva Provincia todavía esperan los resultados de la investigación.
12/05/13 Página|12
QUIEN ES EL JEFE DE LA METROPOLITANA
Literatura
Psicología
Pensamiento
Tango
Pasión de Multitudes
Mezcladito
LOS ANTECEDENTES DEL JEFE DE LA METROPOLITANA EN 1975 Y LA DICTADURA MILITAR
Un veterano en esto de reprimir
Qué hizo Giménez durante la dictadura sigue siendo un misterio.
Imagen: DyN
Horacio Giménez fue un joven oficial “en comisión” en el Operativo Independencia y en la represión de Villa Constitución.
Por Raúl Kollmann
En la Policía Federal, algunos lo llaman con ironía “el jefe de los traidores”. Es que el actual titular de la Policía Metropolitana, Horacio Alberto Giménez, fue denunciado porque en 2009 hizo fotografiar y filmar a los efectivos de la Federal que estaban interesados en pasarse a la Metropolitana. Ahora es el jefe de esta fuerza. Pero lo más llamativo que surge de la trayectoria de Giménez, y de alguna manera traza una línea hasta la represión del Borda, es que el jefe de la Metropolitana estuvo, como policía, en los dos lugares más calientes en la previa de la dictadura: en el Operativo Independencia, en Tucumán, y en la famosa represión a los obreros metalúrgicos de Villa Constitución en 1975.
Autogobierno de uniforme
Giménez cumplirá 59 años el próximo 17 de julio y en 2011, siendo comisario general de la Policía Federal, fue marginado de la cúpula de la fuerza por la ministra de Seguridad Nilda Garré. Su paso posterior fue el retiro y el pase a la Metropolitana. El diseñador de la fuerza, Jorge “el Fino” Palacios, policía de confianza de Mauricio Macri, había reclutado lo que se convirtió después en el núcleo central de la Metropolitana: 900 hombres, surgidos de la Federal. El Fino tuvo que renunciar a la titularidad de la Metropolitana en 2009 después de los escándalos que protagonizó, tanto en el caso AMIA como con las escuchas ilegales a familiares de las víctimas, empresarios y abogados.
Macri tomó entonces la decisión de que la Metropolitana tuviera un jefe civil, Eugenio Burzaco, pero el líder del PRO es partidario de que los policías tengan un jefe de policía –algo que los especialistas llaman autogobierno–, de manera que en 2011 designó a un binomio, también surgido de la Federal, integrado por Giménez y Ricardo Pedace. Un síntoma de la política de seguridad del jefe de Gobierno porteño es que a dos semanas de lo ocurrido en el Borda, no hubo más que apoyos a los jefes de la Metropolitana y no hay sancionados por lo que se consideró una represión injustificada y un operativo brutal, desordenado e ineficiente.
Operativo Independencia
Experiencia en esta materia no es lo que le falta a Giménez. Su currículum es llamativo. Entró a la Escuela de Cadetes de la Federal en 1972, cuando tenía 18 años. Lo asombroso es que tres años después fue enviado en comisión a Tucumán, donde se desarrollaba el Operativo Independencia, en el que hubo unos 700 desaparecidos. Allí, en Tucumán, estuvo la Escuelita de Famaillá, el primer centro de detención clandestina, todo un modelo desarrollado durante el gobierno de Isabel Perón y aplicado en forma generalizada en todo el país por la dictadura a partir de 1976.
Giménez estuvo tres meses en Tucumán sumándose al Ejército. No era inhabitual. Para el Operativo Independencia fueron reclutados mayormente militares, pero también hubo policías federales y hasta bonaerenses, todos actuando bajo la conducción del general Acdel Vilas primero y de Antonio Domingo Bussi después. Un papel protagónico lo tuvo el también general Luciano Benjamín Menéndez, luego tristemente famoso por Malvinas y por la represión en Córdoba. El ahora jefe de la Metropolitana supuestamente prestaba servicios en el Cuerpo Guardia de Infantería, pero los especialistas sostienen que tendía a ser un destino de cobertura, o sea que muchos de los que estaban en una fuerza, en verdad, estaban para hacer operaciones de otro tipo.
Villa Constitución
Lo asombroso de la historia de Giménez es que parece que quedaron conformes en Tucumán, porque cuatro meses después fue destinado a otro de los lugares más calientes del país, Villa Constitución, la rebelión de los obreros metalúrgicos, que reconocían como líder a Alberto Piccinini. La represión –en marzo y abril de 1975– fue feroz y continuó durante el resto del año. Hubo más de veinte víctimas y los secuestros continuaron hasta diciembre de aquel año. En la represión participaron cuadros de la Policía Federal, la Prefectura y la Gendarmería. El ubicuo y joven Giménez estaba allí.
Los estudiosos de la época dicen que no eran pocos los policías federales reclutados por la Triple A que eran movidos a los lugares donde se operaba en forma clandestina. La forma en que se hacía era la comisión, o sea el traslado en comisión, sin especificar los motivos. Así figura en los legajos de muchos policías, incluyendo al joven Giménez. José “Pepe” Kalauz, uno de los obreros protagonistas de aquella historia, recuerda que “entró a Villa Constitución una procesión de 105 Ford Falcon verdes” y señala que dentro de Acindar la Policía Federal instaló un cuartel: los oficiales almorzaban con el directorio de la empresa metalúrgica.
Para redondear, el entonces joven titular de la Metropolitana debe haber hecho méritos suficientes, porque pocos meses después lo volvieron a mandar a Tucumán, donde el Operativo Independencia terminó recién en febrero del ’76, justito antes del golpe militar.
Destino incierto
Durante toda la dictadura, Giménez siguió teniendo como destino el Cuerpo Guardia de Infantería, pero no hay detalles de su actuación allí ni las tareas que se le encomendaron. “Hubo mucho destino de cobertura en esa época –le dijo a este diario uno de los fiscales que ha actuado en los casos de violaciones de derechos humanos–. Piense que en lo que se conocía como Coordinación Federal se manejó gran parte del Operativo Cóndor, que era la combinación represiva con las fuerzas armadas de los países vecinos. Y en los legajos no encontramos a nadie que haya revistado allí.”
Gran parte de los centros clandestinos de detención fueron originariamente dependencias de la Policía Federal y no dejaron de estar en su jurisdicción durante el tiempo que operaron, aunque la conducción estaba a cargo del Ejército. Los más conocidos son el Atlético y el Olimpo, pero buena parte de las comisarías también se convirtieron en centros clandestinos de detención.
La única salida en comisión que registra Giménez fue al final de 1978, cuando estuvo destinado en Bahía Blanca por apenas 20 días. Ya por entonces era subinspector.
Y después
Con el regreso de la democracia, Giménez no tuvo mayores cuestionamientos. Para entonces tenía 30 años. Al final de la dictadura obtuvo el ascenso a inspector y durante el gobierno de Raúl Alfonsín llegó a principal. Fue un hombre muy cercano al ex jefe de la Federal, Adrián Pelachi, con cuyos familiares constituyó la empresa Global Security Services. Pero, además, Pelachi dejó la titularidad de la Federal y trabajó para el Ejecutivo en tiempos del menemismo y Giménez siguió a su jefe aún en ese tránsito por el Ministerio del Interior menemista. Después volvió a la Federal y estuvo en la custodia de los vicepresidentes desde 2000 cuando ya era comisario. Durante los gobiernos de Néstor y Cristina Kirchner siguió ascendiendo hasta llegar a superintendente de Interior y Delitos Federales, hasta que Nilda Garré decidió la renovación.
En 2011 fue denunciado por ordenar la fotografía y la filmación de los efectivos que se querían pasar a la Metropolitana, a los que llamaba “los traidores”. La orden era demorar el retiro y destinar a esos efectivos al interior. Varios de los hombres que se negaron a hacer la tarea de inteligencia de filmar o fotografiar también fueron trasladados y todo derivó en una denuncia.
Al final, el Borda
Transcurridos casi 20 días de la represión en el Borda, la fuerza comandada por Giménez no sancionó a nadie. En el operativo, los escopeteros aparecía delante de los hombres con escudos, disparando a dos o tres metros de los médicos o empleados del Borda. Los efectivos de la Metropolitana aparecieron desorganizados, poco profesionale y terminaron pegándole y disparándole a cualquiera que se acercara. Se vio una acción armada por hombres de la Federal –Palacios– y comandada por hombres de la Federal, Giménez. Además, el currículum se percibe: no hubo muertos por una cuestión de azar.
raulkollmann@hotmail.com
12/05/13 Página|12
GB
Suscribirse a:
Entradas (Atom)