domingo, 7 de abril de 2013
vieja terca por Horacio Verbitsky Opinion
EL PIROPO DE PEPE MUJICA Y SU TRADUCCION A LA POLITICA ARGENTINA
Una vieja terca
El ídolo pobre de los ricos argentinos dedicó un piropo machista a la presidente CFK. Su terquedad le permitió sortear las peores presiones sin apartarse de un rumbo que el electorado plebiscitó hace un año y medio y que volverá a ponerse en juego este año. Alta tasa de empleo y baja tasa de desocupación, con un mercado interno robusto por el que la desaceleración no se tradujo en recesión.
Por Horacio Verbitsky
La fijación de los orientales con esta banda del río Uruguay es una de las más acendradas tradiciones regionales que, de tanto en tanto, eclosiona incontenible y sale por el desagüe de las bañaderas como una inundación o con la fuerza de un exabrupto por un micrófono inadvertido. El jueves le tocó al ídolo pobre de los ricos porteños, José Mujica, quien se despachó de lo lindo sobre Néstor Kirchner y su esposa, la presidente CFK. “Esta vieja es peor que el tuerto. El tuerto era más político, ésta es terca”, bisbiseó por la web oficial de su gobierno, en diálogo con un intendente.
Guillermo Pomi, un embajador que tiene línea directa con Mujica y muy buena relación con figuras importantes del entorno presidencial argentino, desdeñó la máxima “No aclares que oscurece” y se esforzó por apaciguar las reacciones. Recién a última hora la cancillería lo citó y emitió una comunicación formal de malestar, centrada en la denigración de Kirchner, quien no puede contestar. Pero Cristina, que sí puede, decidió no hacerlo. Ni dijo ni dirá nada, porque no tiene sentido pelearse por una chuscada de un vecino cuya escala le permite cosas que entre pares serían inadmisibles. La misma condescendencia tuvo Lula hace unos años, cuando Evo Morales envió al Ejército boliviano a ocupar instalaciones petroleras de empresas brasileñas.
Nada ni nadie
Estado tapón, creado por la diplomacia británica del siglo XIX para impedir la conformación de un bloque poderoso que incluyera a la Argentina y el Brasil, el Uruguay del siglo XXI oscila entre las posiciones liberales de su vicepresidente Danilo Astori, quien preferiría arrojarse en brazos de Estados Unidos y desentenderse de las engorrosas negociaciones con los vecinos, y las de Mujica, quien aún cree en el destino sudamericano del paisito y está dispuesto a tragarse el orgullo cada vez que sea necesario en aras de ese objetivo estratégico. Lo compensa, de tanto en tanto con macanas como la del jueves, luego de la cual lanzó un obvio “nada ni nadie podrá separarnos”. Ni su propia liviandad, se entiende.
Pero tal vez haya otras razones para el sensato silencio de Cristina, acaso la definición del ex rehén de la dictadura uruguaya no le disguste por completo. Las gracias del bufón suelen contener verdades inapelables. Mujica les llama viejas a todas las mujeres, incluyendo la propia. Que Cristina es terca y que Kirchner era más político son datos de la realidad que no deberían ofender a nadie, más allá de lo chabacano de la expresión, problema del que en todo caso deberían preocuparse los orientales. Más aún, la terquedad es una de las virtudes que le han permitido sortear situaciones adversas ante las que dirigentes con menos temple hubieran sucumbido. A su manera, el presidente uruguayo le dedicó un piropo machista.
En los cinco años que lleva de gobierno esa obstinación fue decisiva para seguir adelante con un rumbo fijo, sin amedrentarse ni distraerse. La calidad de la gestión es un problema aparte, pero esa es una característica estructural del Estado argentino. No ha habido administración que pueda ser añorada en ese rubro. El caso de las inundaciones en Buenos Aires y La Plata es elocuente. Hace ocho años, como parte del acuerdo amistoso celebrado ante la Comisión Interamericana de Derechos Humanos con los integrantes de Memoria Activa víctimas del atentado a la AMIA, Kirchner firmó el decreto 812/05 en el que reconoció la responsabilidad del Estado Nacional y se comprometió a ejecutar una agenda acordada por las partes. Su artículo 4 disponía crear una unidad especializada en catástrofes, tanto naturales como provocadas y la elaboración de un plan de contingencia, que implicaba acuerdos entre la Nación, la Ciudad Autónoma de Buenos Aires y las provincias. Desde entonces, la Capital ha tenido tres jefes de gobierno de distinto signo, y ninguno ha hecho su parte del trato. Ocho años después, nada se ha avanzado en esa dirección y todo sigue dependiendo de la buena voluntad una vez ocurrido el desastre. Si eso no singulariza al actual Poder Ejecutivo, su determinación para perseguir una meta preestablecida sin apartarse por los contratiempos del camino, no tiene precedentes. Quienes dentro del país la quieren menos que Pepe Mujica le llaman a eso ambición de poder o sus distintas variantes según las ocasiones. A veces cuesta distinguir si es mayor el odio o la envidia. En cualquier caso, no son buenos materiales para la construcción política.
Fuga hacia delante
El caso emblemático transcurrió durante el primer año de su presidencia, cuando las cámaras patronales agropecuarias le plantearon un desafío a todo o nada, con una dimensión simbólica que iba mucho más allá de la resistencia a las retenciones móviles por la comercialización de granos. Durante tres meses cortaron rutas, desabastecieron a las ciudades, amenazaron a los legisladores y por ese y otros métodos más discretos, torcieron voluntades y frustraron el proyecto oficial por la deserción de varios senadores, que resultaron protegidos por la escandalosa deserción del vicepresidente. Aun así, al agradecer a los diputados y senadores justicialistas y aliados CFK dijo que estaba orgullosa porque por primera vez en el Congreso se discutieron intereses de los grandes capitales y no se construyeron mayorías con la Banelco. “Perdimos la votación pero ganamos como proyecto porque hubo una fuerza política que actuó por convicción, cuando en otras décadas sólo había voces solitarias como la mía”, agregó. Tampoco le hizo mella el mal resultado de las elecciones legislativas de 2009, celebradas en el peor momento de la crisis económica global desencadenada por la burbuja especulativa inmobiliaria en los Estados Unidos y la quiebra de los bancos que la apalancaron. Aun en ese escenario en el que hubo intentos explícitos por forzar su renuncia, puntualizó que en la suma del país ninguna fuerza había obtenido más votos que el Frente para la Victoria. Quienes hubieran querido verla quebrada, la acusaron de negar la realidad. Reaccionó impulsando una reforma del régimen electoral, negociada con los demás partidos, que estableció las Primarias Abiertas, Simultáneas y Obligatorias y el acceso de todos los partidos a espacios gratuitos en la televisión, cuya trascendencia el resto de las fuerzas recién advirtió cuando se aplicó por primera vez. Además dio nuevo impulso a la ley de servicios de comunicación audiovisual, que cambió el eje del debate político, apuntando a los poderes corporativos que subrogaban a la oposición política. También ese año aciago creó la Asignación Universal por Hijo, que desde entonces constituye el mayor programa de transferencia de ingresos, que ha reducido la indigencia y la desigualdad en forma drástica y en menor medida la pobreza. Con la nueva conformación de las cámaras del Congreso, 2010 aparecía como un año muy complicado. Pero en pocos días el Grupo Ahhh... malversó años de prédica contra el autoritarismo y la falta de consensos: acaparó con angurria todos los cargos en las comisiones, relegando al oficialismo muy por debajo de la proporción que le correspondía y con ese control se propuso desgastar al Poder Ejecutivo obligándolo a vetar leyes. La única vez que lo consiguió fue con el 82 por ciento móvil para las jubilaciones. No hubo una sola manifestación de protesta por parte de los presuntos afectados, más conformes con la fórmula de ajuste bianual sancionada por el gobierno que con la promesa de una cifra mágica pero de improbable sustentabilidad, por parte de quienes cuando gobernaron usaron a los jubilados como variable de ajuste. La disponibilidad acuerdista para el reparto de cargos no se repitió en proyectos de fondo y los festejos del Bicentenario revelaron la extensión y profundidad de un apoyo político a Cristina que mucho tiene que ver con ese rasgo de carácter que impresionó al chacarero de Rincón del Cerro. Ese año, el gobierno creó el Fondo de Desendeudamiento del Bicentenario, para saldar con reservas del Banco Central los compromisos externos, lo cual dio lugar a una batalla política y judicial, con el presidente del Banco atrincherado en su despacho y una jueza, hija de un coronel torturador, que emitió dos medidas cautelares, bloqueando la creación del Fondo y el desalojo de Martín Redrado de su barricada. Más allá de las anécdotas, se discutía una cuestión estructural: en vez del Fondo de Desendeudamiento, desde distintos sectores de la oposición se proponía reanudar el ciclo del endeudamiento, interrumpido. Esta presión se intensificó durante la campaña electoral de 2011, cuando una trama de hombres del sector financiero, como el propio Redrado, Javier González Fraga, Eduardo Amadeo, Mario Brodersohn y Alfonso de Prat Gay, reclamaron sustituir el populismo kirchnerista por las ortodoxas metas de inflación, con aumento de tasas de interés, reducción del gasto público y las retenciones, apreciación cambiaria y nuevo endeudamiento público, medidas similares a las que se estaban aplicando en Europa, con resultados que la Argentina ya conoció. Los mismos intereses se manifestaron cuando la Fragata Libertad quedó retenida en Ghana y a raíz del fallo del juez neoyorquino Thomas Griesa, sobre los reclamos de los fondos especulativos que no aceptaron ingresar en los canjes de deuda de 2005 y 2010. Cristina no se movió un milímetro en ningún caso. Rechazó cualquier pago para liberar el buque escuela, reclamó ante el Tribunal del Mar por la Convención Internacional violada y no ofreció a los bonistas con sede en paraísos fiscales nada que no hubieran podido aceptar en la última reestructuración de hace tres años. Algo equivalente sucedió con la conformación de las listas de candidatos oficiales para los comicios de octubre de 2011, en las que Cristina relegó a las estructuras políticas y sindicales que se creían con derechos adquiridos y en cambio optó por la incorporación de numerosos jóvenes que sólo reconocen su liderazgo, con los cuales logró una victoria contundente como nadie había obtenido en las cuatro décadas previas, desmintiendo todos los augurios sobre un presunto aislamiento que la castigaría en las urnas.
Espejismos
Inmunes a la experiencia, en cuanto terminó el escrutinio los medios y fuerzas de oposición reanudaron sus esfuerzos por construir una realidad a la medida de sus deseos. Pero a medida que se aproxima la fecha de las PASO, constatan la inconsistencia de ese espejismo y ya han comenzado a buscar explicaciones para la nueva frustración que temen. Viven anhelando un milagro porque saben que librados a sus propias fuerzas están perdidos. Y cuando el milagro se produce, se limitan a abrir la boca de asombro sólo para ver que quien actúa es una vez más Cristina. El encuentro en el que la presidente le explicó al Papa Francisco qué eran un mate y un termo, según se percibió el diálogo desde el Uruguay, habría cambiado las relaciones de fuerza a favor del gobierno, sostienen, con un ostensible desprecio por los ciudadanos, a quienes atribuyen el pensamiento mágico que ellos practican. ¡Si todo fuera tan fácil! Dentro de esta empecinada construcción de la realidad figuran los catorce pedidos de audiencia que Cristina no le habría respondido al Papa cuando era Arzobispo porteño. Ante la desmentida de la Conferencia Episcopal, según la cual Bergoglio nunca pidió una entrevista personal con la presidencia y que cuando lo hizo como titular del Episcopado fue recibido junto con los demás miembros de la Comisión Ejecutiva, en vez de explicar cuál fue el origen de la versión falsa, el diario La Nación dijo que la aclaración había sido reclamada al Episcopado por el gobierno. Con el mismo temerario desinterés por la realidad, las columnas políticas de los principales medios repiten desde hace meses que la cuñada presidencial encabezará la lista de candidatos a diputados nacionales de su fuerza este año. Lo único que varía de artículo en artículo son las hipótesis acerca de quienes la acompañarían en la lista y contra quienes debería competir. El pequeño detalle que en forma deliberada o por mero desconocimiento omiten es que Alicia Kirchner nunca fijó domicilio en la provincia de Buenos Aires, por lo que no será candidata en ese distrito. La deontología profesional se reduce a la añeja consigna de no permitir nunca que la realidad arruine una buena nota.
CRONICA DE UNA INUNDACION POR DANIEL CECCHINI, OPINION
Crónica de una inundación
Por Daniel Cecchini
dcecchini@miradasalsur.com
Cuando bajaron las aguas, la capital provincial mostraba un panorama desolador. Veredas repletas de colchones mojados y muebles destruidos. El dolor por decenas de muertes que no estaban anunciadas.
How does it feel
To be on your own
With no direction home
Like a complete unknown
Like a rolling stone
(Bob Dylan)
La primera imagen directa que el cronista tiene del desastre de La Plata (aún a la distancia) es la del oportunismo político. A un lado de la autopista, en dirección sur, a la altura del kilómetro 36, dos muchachos pintan sobre la baranda de un puente. Uno de ellos acaba de escribir “Fuerza La Plata”; después, tras un espacio en blanco donde en minutos se escribirá el nombre de un dirigente político, el otro muchacho está pintando “Conducción”. Al volante del auto, a 130 y apurado, el cronista se pregunta cuántos militantes más habrá repitiendo la misma pintada en lugar de colaborar con las víctimas. Es jueves cerca del mediodía y hace unos minutos, por la radio, Daniel Scioli acaba de elevar a 49 el número de los muertos (luego serían más).
Al bajar de la autopista, sobre la parte de diagonal 74 que une la ciudad con Punta Lara, no hay señales de catástrofe. El panorama cambia entrando a Tolosa por la avenida 120: casas con las puertas y las ventanas abiertas, gente que tira sobre la vereda todo tipo de muebles, montones de basura. Una escena que se repite una y otra vez, a mayor escala, a medida que se avanza hacia las zonas más afectadas.
En 118 y 527, la casa de Raúl Viera, Chiqui, parece haber soportado bien la inundación. Ahí la cosa no se puso del todo fea, explica, aunque el martes el agua entró dos veces, primero a las cuatro de la tarde y después a las nueve de la noche. En el comedor, las sillas siguen sobre la mesa y hay que bajar dos para poder tomar unos mates, cebados con agua de bidón. El cronista conoce a Chiqui desde la infancia y sabe que es un tipo duro, curtido. Por eso le sorprende leerle cierto susto en la cara cuando cuenta: “Acá estuvimos bien, pero mi vieja se salvó de pedo.
Decí que justo había pasado mi hermana por la casa y la sacó, si no hoy la estábamos velando”. La Vieja, como la llama Chiqui, se llama Irene, acaba de cumplir los 90 y, aunque está muy bien, tiene dificultades para caminar. El martes a la tarde estaba en su casa, en 4 bis entre 529 y 530 –una de las cuadras donde el agua llegó más alto –, cuando se vino la inundación. “Mi hermana había ido a la pedicura, que queda a la vuelta, y pasó a visitarla. En menos de diez minutos tenían más de medio metro de agua adentro. Pensaron que iba a bajar, pero no bajó sino todo lo contrario. A las 10 de la noche había un metro y medio de agua, no tenían luz ni teléfono y los celulares no andaban. Entonces mi hermana se decidió a sacarla, caminando por la vereda, la vieja con el agua hasta el pecho.
Sola no hubiera podido salir, se ahogaba en la casa. Llegaron a 4 y 530, donde todavía podían andar los autos, y de ahí la trajo para acá. Enseguida la metimos en la bañera con agua caliente para que se recuperara”, cuenta Viera.
La casa de Chiqui sigue sin luz ni teléfono. Los celulares están mudos desde hace rato, con las baterías muertas. Lo que pasa en el resto de la ciudad entra por una vieja radio a transistores que se escucha muy mal, con lluvia, como se decía. Así y todo, Chiqui sorbe la bombilla y desgrana algunos datos, por ejemplo el del color oscuro del agua, que mancha. “Es por la ceniza de coque que largó la explosión en la destilería de YPF”, dice con autoridad porque supo trabajar ahí. También cuenta que el zanjón que corre al lado de la vía lindera a su casa se desbordó dos veces y que la correntada tenía una violencia que nunca había visto antes.
Irene perdió todo lo que tenía, no hubo posibilidad de sacar nada. En la casa de Chiqui, en cambio, no hubo lo que se dice daños materiales y está contento de haber salvado los libros. “Eso sí me hubiera jodido”, dice.
Más hacia el centro de Tolosa el olor se vuelve insoportable. Es olor a cosas mojadas, que empiezan a pudrirse. “Yo estuve en Santa Fe cuando fue la inundación, y es el mismo olor. Es un olor inconfundible, como a sábalo podrido”, le dirá más tarde al cronista el director de Diagonales, Luis Rivera, que debió pasar la noche en su auto, luego de llevarlo, en un reflejo salvador, a la parte más alta de una plaza.
Sobre las veredas abundan los colchones, algunos todavía chorreantes; cajones de placares, pilas de papeles pegoteados, televisores, equipos de sonido, dos o tres cpu y otras tantas pantallas de computadora, sillas de mimbre. Todas cosas irrecuperables. Todas.
Sobre la calle 6, a la altura de 524, una mujer gorda con calzas color rosa y zapatos de taco está apilando colchones sobre la vereda. El cronista cuenta seis –uno de dos plazas, los otros simples– y ocho almohadas. “Voy a tener que comprar todo de nuevo, porque aunque se sequen este olor no se los saca nadie”, dice la mujer, que prefiere no dar su nombre. El agua dentro de la casa llegó casi al metro ochenta. Para saberlo no hace falta que lo diga, el testimonio está impreso en la pared.
Casi todos los vecinos están en la calle, afanados en las mismas tareas. Empezaron a sacar cosas el miércoles a la tarde, esperando que se las llevaran, que algo funcionara. La mayoría sacó los muebles por un lado y cosas más chicas, papeles y ropa, en bolsas. Casi todos se quejan porque nadie pasó a recoger la basura, que empieza a apestar. Y no falta quien putee a los cartoneros por haber abierto las bolsas. Cosa de negros, define como buscando pelea uno de los quejosos. Nadie le responde.
El paisaje de los vehículos arrastrados a la deriva y depositados en cualquier lugar y posición, que continúa, se combina ahora con otro: el de cientos, quizá miles de autos, estacionados sobre las veredas, con las puertas, el capot y el baúl abiertos para que se sequen. Al cronista se le ocurren insectos de una nueva especie, nacidos en el caldo de cultivo de la inundación. El parque frente a la avenida 532 está repleto de estos bichos, que apestan a quienes se les acercan. El olor de los tapizados mojados se parece mucho al de los colchones, insoportables los dos. Algunos de estos bichos con aberturas son 0 kilómetro, sacados de las concesionarias que se inundaron. Éstos no se los van a vender a nadie, arriesga el cronista encarando a un empleado que los cuida. El hombre responde que sí, que más baratos, que seguro va a haber clientes que quieran llevárselos para ahorrar unos pesos.
Más de la mitad de los semáforos no funciona. En el centro –increíble en un día hábil– sobra lugar para estacionar. Y los inspectores que imponen multas a quienes no pagan el estacionamiento han tenido la prudencia de ausentarse. Debe ser por lo único que, a esta altura, los vecinos de La Plata no insultan al intendente Pablo Bruera.
Claudia y Sergio viven con sus dos hijos en una casa de una planta sobre la calle 8, a pocas cuadras de 532, en Tolosa. Una casa de una planta con altillo. Ahí, arriba, apretados pero temblando de frío y miedo, pasaron la noche del martes. Y eso que alcanzaron a subir unas cobijas. No tuvimos tiempo para nada, dice Claudia. En realidad, como muchos, pensamos que el agua en algún momento iba a bajar, retruca Sergio. Cuando llegó al metro y medio pensaron en irse, pero la fuerza del agua que corría por la calle los hizo desistir, de sólo verla. Adentro siguió subiendo casi hasta el metro sesenta. No pudieron salvar nada; el auto, que estaba estacionado en la puerta, se fue flotando. Ahora revisan los muebles, los electrodomésticos, la ropa y evalúan –y a veces (casi siempre) discuten– si se pueden recuperar o no. Poco a poco, casi todo ha ido a parar a la vereda, para que se lo lleven. Los ayudan cuatro amigos que viven en otras zonas de la ciudad y que no sufrieron el desastre.
Sergio dice que el auto quedó a cuatro cuadras, pero que no consigue un auxilio para llevarlo al mecánico. Y vos pensando en el auto, recrimina Claudia, utilizando al cronista como testigo de su queja. En lo único que parecen ponerse de acuerdo Claudia y Sergio es en no tirar los libros sin hacer el intento de secarlos, por lo menos para salvar algunos.
La Plata es, indudablemente, una ciudad de libros, aunque en el terreno político, de sus entrañas de capital provincial se alimenten todo tipo de bestias.
Después del shock, los estudiantes universitarios y varias ONG reaccionaron con más rapidez que el Estado. En muchas facultades (en el Colegio Nacional también, para orgullo del cronista), el miércoles a la mañana ya estaban organizando la ayuda, recibiendo donaciones, clasificando lo recibido, averiguando dónde llevarlo. La Facultad de Periodismo, ubicada en una zona que no se inundó, fue habilitada como centro de refugiados. El mayor problema del jueves a la tarde, cuando el cronista recorre la ciudad, es la distribución de las donaciones. A los centros mejor organizados, como el que la Cruz Roja montó en un club de 7 y 523, siguen llegando camiones con alimentos, colchones y agua embotellada. Los estudiantes de las facultades y de algunos colegios arriman ropa y enlatados, igual que muchos vecinos que se suman individualmente a la movida solidaria.
La gente que se acerca a buscar lo que necesita –agua, yerba, fideos, colchones, cobijas son los elementos más solicitados– forma una cola cada vez más larga. Pero la dificultad radica en llegar a quienes no pueden acercarse a los centros de distribución.
Los estudiantes se identifican por facultad, ninguna organización política de las que actúan en la Universidad se adjudica acción solidaria alguna. No hay banderas, sólo carteles anunciando que se reciben donaciones.
Para el cronista es un contraste notable con el efecto que le produjeron las más de cincuenta gacetillas de organizaciones políticas que recibió en las últimas horas y que consulta a cada rato en el teléfono. Todas anuncian su trabajo solidario. Sin embargo, al leerlas con cierta atención, lo que más parece preocupar a los autores de por lo menos veinte de ellas es que figuren en un lugar destacado los nombres de los dirigentes o de sus lugartenientes, en algunos casos, incluso, resaltados con negrita, para que se noten más que la información realmente útil. Todo sea por figurar. Negocitos políticos –y quizás, en algunos casos, de los otros– de oportunistas enquistados en la política, en cierta manera propiciada de hacer la política que da cabida a todo tipo de arribistas. De la misma calaña (o peor) que ese dirigente que manda a pintar su nombre en la autopista en lugar de organizar a sus militantes para ayudar a los damnificados, piensa el cronista.
Las veredas –donde la basura sigue intacta y el mal olor aumenta con el correr de las horas– son también ámbitos propicios para que corran rumores y se desaten discusiones. Uno de los rumores dice que los muertos son más de noventa, pero que no llevan los cadáveres a la morgue del cementerio para tratar de achicar la suma. Otro asegura que la inundación no se produjo por el caudal de agua caída sino porque alguien se olvidó –o nadie ordenó– abrir las compuertas del arroyo El Gato para que desagotara hacia el Río de la Plata. Pero el papel protagónico lo tienen las versiones sobre saqueos, aquí y allá, en casas y supermercados y guarda que se vienen los vándalos. El cronista no pudo confirmar ninguno de los dos primeros; en cuanto a los saqueos, durante el jueves hubo apenas dos o tres casos aislados, controlados por la policía.
Las discusiones se dividen en dos categorías: las técnicas y las políticas. En cuanto a las primeras, el cronista desistió de registrarlas después de escuchar que en los próximos cincuenta años la provincia de Buenos Aires se transformaría en Bangla Desh. Entre las otras hay de todo.
La visita de Cristina Fernández de Kirchner a Tolosa, el miércoles, divide las aguas. Los argumentos de uno y otro lado se parecen a –e incluso replican– las tapas de los diarios y los zócalos de los canales de noticias, opositores y oficialistas. Su profundidad es mucho menor que la de la inundación. En muchos casos no pasan de si Cristina recibió más aplausos que silbidos, o viceversa. Y, por supuesto, casi todos mencionan a la vecina Ofelia.
En cambio, el intendente Pablo Bruera protagoniza a estas horas un milagro de la política: cuando se trata de él, todo el mundo –desde el oficialista más entusiasta hasta el opositor más recalcitrante– está de acuerdo: se tiene que ir. El tuit donde anunció que estaba trabajando en la zona de desastre desde el martes a la noche, cuando en realidad en ese momento estaba en un avión que lo traía de sus vacaciones en Brasil, se ganó un repudio imposible de empardar. Y que después le echara la culpa a un error de su equipo de comunicación terminó embarrándolo todavía más. “No sólo es un mentiroso sino que no tiene lo que hay que tener para afrontar las consecuencias”, resume Ricardo, con malla y en ojotas, apoyado sobre el mango de un secador, en la puerta de su casa devastada. Andá a decirle que no. Los demás dicen cosas parecidas. En las calles de La Plata, Bruera no tiene a nadie que lo defienda. Es la encarnación de lo antipopular. Y para colmo el tipo es hincha de Gimnasia, piensa el cronista, pero eso no tiene nada que ver.
Quizás el debate más interesante sea el que gira alrededor de la capacidad y velocidad de respuesta del Estado. En eso las posiciones están, de nuevo, divididas. Aunque son más los que piensan que se demoró mucho, que faltó capacidad de reacción, sobre todo en las primeras horas. En la tarde soleada del jueves, la Policía, el Ejército y la Gendarmería son visibles, pero tampoco es que haya mucho para ver. Scioli hace anuncios, por supuesto, pero a estas horas nadie cree en anunciaciones. En Francisco (habemus papam criollo), en cambio, parece que sí, porque en dos balcones hay banderas vaticanas, de blanco puro y amarillo peste. Todavía hay quienes suponen que dios es argentino, o platense (después de todo, La Plata es también, en su imaginario, una ciudad elitista de mediocre medio pelo). Aun en el desastre, porquenó.
Y Lennon sigue cantado: “God is a concept by which we mensure our pain”.
Puede ser que quien esté leyendo, a esta altura, crea que el cronista abusa de la ironía de manera gratuita, quizás ofensiva, en medio de una realidad capturada por el dolor. La resignificación de un texto no es sólo un (precario) derecho de lectura del otro sino que forma parte de lo inevitable del Otro. A las cuatro de la tarde del jueves, después de dar muchas vueltas, el cronista se detuvo en 532 entre 7 y 8, frente a una casa. Podía entrar, pero no entró. Lo único (casi lo único, en realidad; después se verá) que le importaba era que el Viejo (su padre) estuviera a salvo. Y ya estaba. El martes a la noche y el miércoles a la mañana gastó el teléfono tratando de comunicarse y no pudo. Sabía que si intentaba ir no iba a llegar, que no servía para nada. Y el cronista aprendió, hace muchos años y de mala manera, la estúpida fatalidad de las acciones inútiles.
Parado frente a la casa, sin siquiera bajar del auto, anota el relato del Viejo. “Estaba en el living y empezó a gotear. Estaba buscando la gotera, preocupado porque me podía mojar un cuadro, cuando el agua empezó a entrar por las puertas. Por la del living y por la de la cocina. En menos de cinco minutos teníamos un metro de agua.” La mujer del Viejo –Silvia es persona de reacciones rápidas– empezó a subir muebles y electrodomésticos de manera frenética, automática, sin pensar. Porque al principio fueron las cosas (que mucho no les importan), pero después se trató de las vidas. El Viejo tiene 85 años y –el cronista pudo comprobarlo una vez más– sigue funcionando en lo que importa, como siempre, aunque el físico a veces no le dé.
A eso de las diez de la noche del martes, cuenta el Viejo, se les planteó un dilema. La casa (sólo de planta baja) ya tenía un metro y medio de agua; habían subido todo lo que podían subir y estaban cagados de agua y de frío. A cincuenta metros, apenas, por 532 hacia 7, está el consultorio, que en realidad es otra casa (una de las viejas casas donde vivió el cronista y que todavía le es útil para dormir o para lo que venga), en la que hay una habitación en el primer piso. El Viejo, con sus 85, dijo que había que ir allá. Silvia miró por la ventana, apreció la violencia de la correntada y le dijo que ni en pedo, que nos morimos los dos. Se quedaron la noche del martes durmiendo sobre el agua. El Viejo en un catre montado sobre una cama, despertándose a cada rato para bajar la mano y ver si el agua subía. Silvia en la cocina, sentada sobre la mesada. El perro, Stephen (por Dedalus, el alter ego de Joyce), ovejero alemán malo, nadando dentro de la casa, agotado.
El jueves, a mediodía, el cronista y el Viejo pudieron finalmente hablar por teléfono. “De la casa salvamos algunas cosas, al consultorio no pudimos llegar”, contó el Viejo. “Pero todo lo que se perdió es reemplazable”, dijo. Y agregó: “Yo también”. El cronista, con menos dureza que en otros tiempos, le contestó: “Por supuesto, Viejo, vos también”. Un minuto después de cortar, a quien escribe le entró una duda cruel (porque hay cosas que no se pueden reemplazar, como los más de tres mil libros leídos que se guardan en las dos casas) y volvió a llamar.
Increíblemente, el Viejo atendió.
–Viejo, ¿Y los libros?
–No te preocupes, Daniel, los que importan siempre estuvieron en los estantes de arriba –contestó.
–Qué bien... –empezó el cronista, pero el Viejo lo interrumpió.
–Los que escribiste vos se mojaron todos. Estaban en los estantes de abajo.
–Papá, qué suerte que estás vivo.
De regreso, a la noche, tarde y después de todo, la autopista subiendo por Villa Elisa está casi vacía, limpia.
Y Dylan canta como sólo él puede aullar.
07/04/13 Miradas al Sur
BARRIO MITRE-SUR PLATENSE.
LAS ORGANIZACIONES POLITICAS Y SOCIALES EN EL BARRIO MITRE
Después de la inundación
Militantes de Unidos y Organizados, miembros de la Cruz Roja y voluntarios trabajan junto a las organizaciones sociales del lugar. “Sin militancia no hay Estado capaz de poder resolver de forma urgente las necesidades de la gente”, dice el legislador Juan Cabandié.
Por Sebastian Abrevaya
Algunos autos abiertos de par en par, colchones secándose al sol, unos pocos muebles sobre la vereda mezclándose con la presencia de organizaciones políticas y sociales, distintas agencias del Estado nacional y unas camionetas vacías del programa Buenos Aires Presente (BAP), del gobierno porteño. “Este sábado hubo más gente que nunca”, dice Brian, un pibe del barrio Mitre de la Ciudad de Buenos Aires, una de las zonas más castigadas por el temporal del martes pasado, donde murieron dos personas. La plaza estaba llena de militantes de Unidos y Organizados, además de miembros de la Cruz Roja, algunos estudiantes de la Universidad de Buenos Aires y un pequeño grupo de Boy Scouts, que llegó después. “La experiencia que tuvimos es que sin militancia no hay Estado capaz de poder resolver de forma urgente las necesidades de la gente. Sin militancia y sin voluntarios se hubiera tardado meses, hubiera sido imposible llegar tan rápido como se llegó”, asegura el legislador y dirigente de La Cámpora, Juan Cabandié, que se repartió el sábado entre la Capital y la ciudad de La Plata.
Cerca de las 6 de la tarde, cuando empieza a caer el sol, los distintos organismos del Estado nacional van levantado campamento para volver al barrio al día siguiente. Camionetas del PAMI, la Anses, el Ministerio del Interior cierran sus puertas mientras jóvenes de agrupaciones kirchneristas continúan repartiendo ropa, alimentos y agua en la plaza del barrio. Unos metros más lejos, en otro sector, la Cruz Roja también atiende a los vecinos que se acercan a pedir ayuda. “Nos sorprendió que la gente reaccionó muy bien, más de lo esperado. Nos hubiese gustado que sea un poco más organizado”, cuenta Fabio, coordinador de la Cruz Roja, que sumó entre sus colaboradores a jóvenes que se acercaron espontáneamente a dar una mano en la atención y distribución de las donaciones.
“Ahora nuestros muebles son cajas. Nos re-costó pero tuvimos que tirarlos porque estaban todos podridos”, relata Brian, que en medio del dolor rescata parte del apoyo recibido. “Se dieron cuenta de que nos tenían que ayudar sí o sí. Ahora por lo menos nos sentimos acompañados”, asegura y recuerda cuando en el peor momento del temporal vio a un bebé pasando de mano en mano de un techo a otro, escapando del agua.
Una gorra con la bandera de Cuba, una remera de fútbol, aritos y una contextura física importante. Emilio Lorenzo vive en el barrio Mitre y es uno de los referentes de la agrupación D’Angelo Ferreyra, en homenaje a dos jóvenes asesinados en el barrio durante la dictadura. “Nosotros nos empezamos a organizar hace un año porque veíamos que otros estaban haciendo cosas que no eran para la gente del barrio”, cuenta Emilio, sentado en uno de los bancos que ellos colocaron en la plaza, donde después de 15 años finalmente hay una iluminación nocturna.
Según los vecinos, muchos de los servicios básicos no llegan a la zona porque para el Gobierno de la Ciudad es considerado un “barrio privado”, por lo que el supuesto consorcio tendría que hacerse cargo. “El Gobierno de la Ciudad no existe, estuvimos abandonados. No vino ni Macri, ni Vidal, ni Larreta. El único que apareció fue (Guillermo) Montenegro”, cuestiona Emilio, que aunque se identifica con el “proyecto nacional” reconoce que en los últimos días empezó a tomarle cierto cariño al ministro de Seguridad porteño, porque “al menos vino a dar la cara”.
Una de las principales críticas de algunos vecinos es por la implementación de los subsidios de la Ciudad. “Piden el contrato de alquiler o el título de propiedad pero en algunas casas viven dos o tres familias y sólo puede recibirlo la propietaria”, remarca el referente de “la D’Angelo”, como se le dice en el barrio.
Remeras de La Cámpora y Kolina predominaban entre los militantes de Unidos y Organizados que estaban desde el martes en las seis manzanas cercanas al Shopping Dot Baires, señalado como co-responsable de la inundación. El Movimiento Evita, el Frente Transversal, la JP Evita, entre otras organizaciones estuvieron presentes en el lugar. Comuneros del kirchnerismo de las comunas 2, 12, 13 y 14, las limítrofes al barrio, trabajaron junto a los militantes. “Primero hubo que contemplar las urgencias con una asistencia concreta minuto a minuto, después se pudo ir trabajando en un esquema más ajustado en lo organizativo con mesas de trabajo”, explica Cabandié y reivindica a muchos voluntarios que no pertenecen a espacios políticos pero que se sumaron al trabajo en conjunto. Con el primer momento de emergencia relativamente cubierto, empezó el relevamiento en casas aledañas al barrio y ahora comienza la difusión de la ayuda económica anunciada por la presidenta Cristina Fernández.
En el centro de la plaza, los vecinos continúan acercándose a las carpas y revisando las bolsas en búsqueda de ropa que les pueda servir, mientras en sus casas todavía queda el olor a humedad. De a poco se empieza a guardar todo para dejárselo a la Gendarmería, que estará de guardia toda la noche. La legisladora del Movimiento Evita, María Rachid, ayuda a separar la ropa y coordinar las tareas del día siguiente. “Ahora cada vez que se nubla estamos reperseguidos”, concluye Brian, adelantando, sin decirlo, que hasta tanto no haya una solución de fondo, el temor a perderlo todo, de nuevo, seguirá latente. El sol ya se fue, el frío llena las calles y los habitantes del barrio Mitre vuelven a la humedad de sus casas.
ESCENAS DEL REPARTO DE ALIMENTOS Y ROPA EN LA ZONA MAS AFECTADA DEL SUR PLATENSE
El sur y los caminos de los que ayudan
Quique Moreira cargando la vieja camioneta con que llevó donaciones hasta Melchor Romero.
La cola para entregar las donaciones daba la vuelta a la manzana y la calle no alcanzaba para las camionetas y chatas que se ofrecían a repartirlas. Hasta ponían fuerte la radio, “para volver un poco a la normalidad”.
Por Emilio Ruchansky
En el hormigueo humano frente al Club Infantil San Martín, uno de los principales centros de acopio y distribución de ayuda para los inundados platenses, una joven voluntaria de la Cruz Roja y su compañero dirigen a los gritos la carga de los vehículos. Los donantes son tantos que hacen cola desde la calle 7 hasta la intersección con la 523, rodeando la manzana para descargar sobre esta última calle. “¿Te puedo dar esto a vos?”, le dice una señora desde la ventanilla del auto a un policía bonaerense, antes de doblar. El cabo niega con la cabeza. Hasta en la hora de la siesta, dice el uniformado, suele ser incesante la llegada de donantes. Al rato, le llega un pedido de la voluntaria de la Cruz Roja: “Para carga, sólo camionetas y camiones”. Entonces rebota un simpático furgoncito Zanella rojo, de tres ruedas, que viajó desde Capital. Los dos voluntarios a bordo, con handys y auriculares, se chocan con los que llegan a pie y buscan la pila para donar “ropa para adultos”, mezclados con los que dejan agua, colchones o alimentos.
–Toda persona que no esté siendo útil acá, que se corra. ¿Para dónde sale usted? (pregunta a la dueña de un Ford K, que ya abrió el baúl).
–A Los Hornos.
–No podemos seguir mandando ahí. Salieron tres camiones recién. Yo entiendo que son 45 mil personas pero hay otros lugares donde todavía no llegó nada de las donaciones.
–Bueno, vamos a cualquier lugar.
–Vayan a La Loma o a Villa Elvira.
Mientras la joven sigue anotando en su planilla, su compañero acomoda paquetes de ropa, elementos de higiene, leche, galletitas, alfajores, fideos, en distintos vehículos. Algunos damnificados se cuelan y consiguen algún paquete o una bolsa con ropa. “Necesito este auto afuera, por favor despejen”, se oye gritar cada tanto a los jóvenes de la Cruz Roja. Al rato se piden cajas para poder armar nuevos paquetes con donaciones. Un joven vecino recorre el gentío con un fuentón de bizcochuelo de naranja, que ofrece a otros voluntarios, a donantes, a damnificados.
Sobre el boulevard de la avenida 7, el movimiento de autos cargados también con colchones, frazadas, agua y pañales es constante. Los policías cada tanto reciben algún comentario subido de tono, pese al imperante clima de compañerismo y respeto. Son los automovilistas que ya dieron alguna vuelta de más, por artificio de los agentes que para evitar la sensación de estancamiento hacen circular la fila. “Si ves que más atrás viene un camión vacío para cargar tenés que hacerlo pasar de alguna manera, si no la ayuda no llega”, reconoce un oficial.
La hora de las chatas
Pasados los primeros días de shock tras la inundación, aparecen en la fila para carga y distribución viejas camionetas de localidades más alejadas. Apoyado en el capot de una ellas, una Chevrolet C10, modelo 1970, azul y con cúpula blanca, Juan Ramón “Quique” Moreira fuma y espera sonriente. Va de alpargatas, jeans y camisa y cuenta que va a llevar mercadería a la sociedad de fomento La Lealtad, en 143 y 528 de Melchor Romero. El agua no subió tanto como en otro lado allá, poco más de un metro tal vez, pero los vecinos perdieron lo poco tenían.
“Si no llega ayuda la cosa va a terminar mal. Hasta ahora sólo llegó la solidaridad de los propios vecinos, de otros lados vino poco y nada”, dice. Moreira se acercó a buscar mercadería junto a un vecino con camioneta nueva y una de las voluntarias del la sociedad de fomento fundada por algunos peronistas del barrio en 1988. En la fila también espera un viejo colectivo que va a un comedor barrial de la zona. “Puede haber una pueblada porque la gente ya está bastante caliente”, alerta Nelson, chofer del colectivo, que vive en Abasto, muy cerca de Melchor Romero.
Por la vereda pasan más y más donantes y también voluntarios, la mayoría jóvenes. Algunos lucen remeras y pecheras de distintas agrupaciones kirchneristas nucleadas en Unidos y Organizados. Héctor Suller, un vecino de noventa años que vive en 7, entre 524 y 525, dice que el despliegue de solidaridad es impresionante. “Yo no quiero hacer campaña a favor ni en contra del Gobierno, pero por acá yo no he visto a la Sociedad Rural, que tienen tantos campos, que son una gran potencia. Qué les costaba traer 10 vaquillones aunque sea”, observa.
Hace 55 años que este ex empleado del Banco Provincia vive en la misma casa, cerca de varios de sus tres hijos, ocho nietos y nueve bisnietos. Tiene medio comedor sobre la vereda y hace pasar a quien quiera cargar bidones de agua o ir al baño. Su hijo dejó el auto abierto, sobre la vereda, con la radio prendida para que se escuchen los partidos y las noticias. “Hay que volver a la normalidad un poco, ¿no? Mi viejo todavía está un poco perdido con todo esto. Hace un rato apareció con un sombrero mexicano puesto y una guitarrita y se puso a cantar”, dice, riendo.
Las chatas siguen llegando a la cola para cargar mercadería, Moreira se seca el sudor de la frente y la pelada. Se desabrocha la camisa en plena faena y se le nota en la cintura la faja para enderezar la columna. Carga cajas de lavandina, galletitas, ropa, agua y arroz y fideos. “Mucha ropa, poca mercadería. La gente necesita comer”, rezonga por lo bajo, sin dejar de apilar los bultos. La otra camioneta ya salió para la sociedad de fomento, que está a 20 minutos yendo por la 520, del otro lado de la autopista, hasta chocar con la 143 y luego las nueve cuadras hasta la 529.
La Lealtad
Hay una cola de casi cien metros, que zigzaguea por el baldío que antecede a la sociedad de fomento en Melchor Romero. La mayoría son madres con chicos. Vienen a vacunarse y vacunarlos y a llevarse lo que den. Sobre la 143 se ven restos de gomas y basura quemada de un piquete del día anterior. Frente a la puerta de entrada hay pilas de ropa sobre unas tablas sostenidas con un caballete. Una nena llora porque “ni loca” se va llevar una blusa que la madre le hizo probar. Otras señoras buscan con desgano. Los pibes del barrio ya revisaron, se probaron y llevaron lo suyo.
Adentro, en un primer salón dominado por botellones de agua, algunos chicos juegan en los pupitres arrinconados, donde suelen sentarse quienes reciben apoyo escolar. En otro cuarto lateral trabaja un grupo del Programa de Residencia Interdisciplinaria Médica del hospital Narciso López de Lanús. “Somos 9 enfermeros, 5 psicólogos y 5 médicos. Es un programa de residencia”, dice el coordinador, Mario Burgos. Aplican vacunas antigripales, la doble para adultos y la hepatitis A. “Atendemos muchos casos de hipertensión y situaciones de depresión”, agrega.
Burgos entrega a cada persona que sale del cuarto de vacunación y enfermería un frasquito con pastillas para potabilizar el agua. “Una por litro”, le repite a cada uno. De a ratos, una voluntaria entra por una puerta trasera, que da a un patio por donde cabe un auto, y descarga paquetes de agua, pañales o frazadas. En la cocina, diez mujeres empacan en cajas y bolsas la poca mercadería que queda: harina, salsa de tomate, arroz, fideos, aceite, caldos, budines, sal. “No hay más lavandina”, grita una. “Ayer hicieron un piquete porque trajeron 10 colchones para 40 personas”, dice un joven en la puerta.
Sobre el baldío de La Lealtad aparecen y desaparecen autos con mercadería, que traen otros vecinos. Si alguno para más lejos, en la calle de tierra, los chicos corren para ayudar. Moreira llega en el Chevy cuando cae la tarde. Baja con un cigarrillo en la mano, abre el capot, saca un escobillón y lo usa para mantenerlo abierto. No da dos pitadas que ya está agachado en la cúpula sacando bolsas. Un amigo suyo se acerca a contar que con Quique militaban en Montoneros.
Cuando termina de descargar, el capot se le cae a Moreira y le arranca dos pequeñas lonjas de piel de la cabeza. La enfermera que le desinfecta la herida lo reta con un “qué bonito, le parece fumar acá”. Al rato aparece en el baldío contándole a un amigo cómo se peleó con los milicos porque lo hicieron dar muchas vueltas antes de cargar. Está bastante agitado.
emilioru@pagina12.com.ar
07/04/13 Página|12
GB
MAS ALLA DEL DILUVIO POR MARIO WAINFELD OPINIONJ
Más allá del diluvio
Por Mario Wainfeld
Imagen: DyN
La tragedia, la política y la sociedad. Precedentes que acusan, alertas no advertidos. La necesidad de hacer cambios. La solidaridad conmovedora. Gobernantes cuestionados, respuestas diferentes. La respuesta de la Presidenta y las medidas anunciadas. La equidad en juego. Enseñanzas y advertencias de La peste.
“Rieux decidió redactar la narración que aquí termina, por no ser de los que se callan, para testimoniar en favor de los apestados, para dejar por lo menos un recuerdo de la injusticia y de la violencia que les había sido hecha y para decir simplemente algo que se aprende en medio de las plagas: que hay en los hombres más cosas dignas de admiración que de desprecio. Oyendo los gritos de alegría que subían de la ciudad, Rieux tenía presente que esta alegría está siempre amenazada. Pues él sabía que esta muchedumbre dichosa ignoraba lo que se puede leer en los libros, que el bacilo de la peste no muere ni desaparece jamás.”
La peste, Albert Camus
“Después del temblor de tierra que había destruido las tres cuartas partes de Lisboa, los sabios de la ciudad no encontraron un medio más eficaz para evitar la ruina que dar al pueblo un magnífico auto de fe. La Universidad de Coimbra dictaminó que el espectáculo de algunas personas quemadas a fuego lento sería el secreto infalible para impedir nuevos temblores de tierra.”
Cándido, Voltaire
Una cifra aterradora de muertos, pánico colectivo, escenas sólo vistas en cine catástrofe. Miles de víctimas que sufrieron daños irreparables, que padecerán traumas difíciles de sobrellevar. Respuesta formidable de la sociedad, trasuntada tanto en la solidaridad como en la capacidad de autoorganización. Bautismo conmovedor de una militancia joven menoscabada por ciertas crónicas. Una polémica, siempre necesaria, acerca de las potencialidades de la sociedad y el Estado. Desempeños muy dispares de protagonistas políticos, incluyendo a dos presidenciables, ambos esperanzas blancas de la oposición.
El cronista propone sólo algunos apuntes de un debate que debe ser largo ya que es imposible enunciar un saldo tan pronto. Pero hay que ir discurriendo sobre las responsabilidades concretas de antes y de después, que esta vez no pasarán por los tribunales, lo que fuerza a “la política” y a la sociedad a asumirlas. Los tribunales, al fin y al cabo, sólo dan respuestas sesgadas, parciales. El cedazo del Código Penal y aun el de las responsabilidades civiles son pobre vara, debe haber otra más exigente y profunda.
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Los dioses y los humanos: antaño, bajo otras cosmovisiones, las tragedias (entre ellas las producidas por cataclismos de la naturaleza) eran interpretadas como producto de la voluntad de los dioses. Como castigos o como mensajes. Los mismos dioses podían ponerle fin cuando el escarmiento era bastante, cuando se modificaban las conductas o cuando mediaban sacrificios o autos de fe. Actos de contrición de los hombres, perdón de la divinidad. Un orden moral estructurado, un mundo explicable, que la cita de Voltaire pone en tela de juicio. Vivimos en una era en la que las tragedias (o, cuanto menos, la magnitud y distribución de sus consecuencias) suelen ser leídas también como consecuencia de errores o fallas humanas. Cada una de ellas desata (debe desatar) un debate sobre las responsabilidades previas y ulteriores. No se trata, en las sociedades contemporáneas, de restaurar un orden previo y armonioso interferido por el pecado sino de cambiar lo que está mal hecho. Los daños, como entonces, son colectivos pero la búsqueda de responsabilidades se orienta a autores más precisos.
Yendo más al grano: a la luz de las ideologías del siglo XXI es inadmisible la idea de que lo padecido en La Plata y en la Capital, entre otros parajes, sea pura fatalidad. Que sólo se deba a un fenómeno meteorológico tremendo, que lo hubo. También mediaron la imprevisión, la falta de planificación, un urbanismo regido sólo por las leyes del mercado o la necesidad apremiante. A eso se agregaron, en paralelo con los diluvios y después, carencias operativas de gobernantes en el contexto de la urgencia.
Nadie puede afirmar que todas las pérdidas eran evitables en otro contexto. Nadie puede negar que una parte (que con el tiempo se debería precisar) sea debida a la mala praxis, a la improvisación, a la falta de volumen de quienes toman decisiones designados por el pueblo soberano.
El cronista renuncia a los estudios hídricos, que no son su métier. Pero sí intenta incursionar en cuestiones que rozan sus saberes. Un par de preguntas son imperiosas. ¿Es posible pensar que son polarmente diferentes los sucedidos de Capital y La Plata? ¿Que en un lugar primó la culpa del Gobierno y en otro la brutalidad de la naturaleza? Dos situaciones similares (aunque mucho más grave la de La Plata), producidas en cuestión de horas, en un mismo país y a 60 kilómetros de distancia, fuerzan la respuesta. Las semejanzas de fondo priman, lo que no equipara culpas ni responsabilidades. Ni iguala los procedimientos previos y posteriores. Pero hay un patrón común, que la astucia partidaria (de ambos sectores) procura diluir y que no debe ser dejado de lado.
La segunda pregunta es imposible de responder de modo irrefutable, sólo se pueden esbozar hipótesis. ¿Hay un denominador común entre estas inundaciones, las de Santa Fe en 2003, con Cromañón, con la muerte de los chicos del colegio Ecos, con la tragedia ferroviaria de Once, con los derrumbes de edificios en la Ciudad Autónoma, con tantas pérdidas de vidas en rutas y calles? ¿Mentamos un conjunto de contingencias aisladas o, por el contrario, creemos que “hacen sistema”? ¿Hay demasiadas muertes evitables en la Argentina? Quien propone un interrogante anticipa, por la parte baja, que le parece digno de estudio. El cronista cree que la cuestión es profunda, que la pregunta es necesaria. Y teme, o mejor dicho cree, que la respuesta más verosímil (casi la única verosímil) es la afirmativa.
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El asfalto: así planteado el tema, es factible combinar en el análisis la catástrofe de La Plata con la de Capital. En ambas mediaron advertencias previas de organizaciones sociales, vecinales, ecologistas, de profesionales de la construcción. Asfaltar sin ton ni son, taponar eventuales vías de desagüe, achicar los espacios verdes son vicios comunes en la capital de la nación y de su provincia más grande. Cierto es que nadie es portador de la verdad plena y que las pretensiones de esos sectores de la sociedad civil no son idénticas a las de los gobernantes. A menudo, tampoco concuerdan con las de muchos ciudadanos, de variadas extracciones sociales. Los más pudientes que quieren edificios gigantescos, muy demandantes de infraestructura. Y también los más humildes, que se asientan en terrenos “bajos” sencillamente porque son los más despoblados y accesibles. Para unos es la prepotencia del dinero, para otros el imperio de la necesidad. En la provincia hay muchos barrios o asentamientos relativamente nuevos en sitios de cotas bajas, que no fueron afectados en los últimos años porque no fueron de sequía pero sí (en promedio) de lluvias manejables. He ahí un riesgo virtual, cercano.
No deliran quienes exigen precauciones, fijación de reglas, distancia entre el agua y lo edificado. Un grado de planificación urbana, algo más que crecimiento a la que te criaste, que primó (allende las notables diferencias de época) en los ’90 o en el siglo XXI. Sobran ejemplos comparativos, aun en grandes ciudades. En el casco urbano de París no proliferan hipermercados como los hay en Buenos Aires. En países hermanos, emergentes, democracias en construcción como la nuestra, existen experiencias de presupuesto participativo bastantes inusuales en la Argentina. Esas campanas doblan por la mayoría de los partidos, aun por el sistema político en general.
En Capital y provincia se vienen subestimando los cambios climáticos. El jefe de Gobierno Mauricio Macri es un maestro en reseñar records. Pero hete aquí que si se baten marcas cada trimestre habría que cambiar el concepto de record. Las lluvias intensas se reiteran. En 2009, hubo una sequía “histórica” a nivel nacional. Las inundaciones históricas llegaron poco después. El tornado histórico porteño cayó en 2012... ¿Cuánto tardará la próxima marca insuperada en Tolosa, Ringuelet o Saavedra?
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Alertas desoídos: ciudades que nacen o crecen sólo regidas por las más crueles reglas del mercado. Construcción mal planificada de autopistas o distribuidores de tránsito. Todas son acciones más vistosas y redituables políticamente que la prevención de la furia del agua. Lo subterráneo, claro, no se ve. Es caro, proyecta a largo plazo. Lord Keynes decía que para entonces todos estaremos muertos. El dilema es que, por no contemplarlo, demasiados argentinos mueren antes de tiempo o sufren lo que no merecen y podría habérseles obviado.
Las tormentas de esta semana se veían venir. Había pronósticos meteorológicos, la furia de la lluvia escalaba desde el sur de la provincia de Buenos Aires. Un lector, Gustavo Mariani, critica el silencio de los medios platenses, con la honrosa excepción de la venerable AM Radio Provincia. Los dos intendentes concernidos estaban fuera del país, lo que no es pecado si se deja armado un esquema de gobierno para cubrir la suplencia. Los comportamientos ulteriores de ambos comprueban que ni por asomo lo hicieron. El intendente Pablo Bruera se valió de un subterfugio vergonzoso y berreta. Habla mal de su ética y también de su inteligencia: era imposible que su mensaje no fuera refutado.
Macri no hizo tanto pero también mostró la hilacha. Se mostró enfadado, no supo ni quiso disculparse. Mezcló excusas penosas con argumentos de bajo vuelo, hasta metió a los holdouts en su discurso autoexculpatorio.
El gobernador Daniel Scioli se defendió algo mejor, por lo menos fue comunicando las tristes nuevas y colocó a todo su gabinete a dar explicaciones prácticas. No todos, ni la mayoría dan la talla, pero por lo menos dieron la cara.
En ese carril, la presidenta Cristina Fernández de Kirchner demostró una vez más por qué es la protagonista de más fuste de la etapa. No es la primera vez que mete los pies en el barro (ya lo había hecho en Tartagal), pero a veces rehusó su presencia, que siempre legitima, conforta a la mayoría y cumple un deber. Esta vez se movió a su pueblo de infancia y a barrio Mitre. Recibió vítores y críticas recias: un ejercicio de democracia “a la argentina”, una referencia para los que denuncian dictaduras que no condicen con la realidad.
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Estado y sociedad: la solidaridad y los aportes comunitarios generaron una exaltación de la sociedad civil versus el Estado. Un mensaje ideológico por donde se lo mire, que engarza fantástico con las traducciones gauchitas sobre la unción del papa Francisco.
La solidaridad, los esfuerzos personales y los aportes materiales son conmovedores. Hablan de una sociedad que reacciona bien ante la desdicha y que acaso obra de modo distinto al cotidiano. La apología de lo inorgánico es, en cambio, una moraleja falaz. El oenegeísmo antipolítico acecha siempre, aunque usualmente no proviene de las oenegés más avezadas en la ayuda social. A los voluntarios de la Cruz Roja o a sus autoridades ni se les ocurriría imaginar una sociedad omnipotente aislada del Estado o aun enfrentada con él.
La organización, el mayor esfuerzo económico, las respuestas extendidas corren por cuenta del Estado, aunque (como ya se dijo y se deberá ahondar) muchos servidores públicos no estén a la altura de las responsabilidades con las que fueron honrados.
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“Perdimos todo”: tal la frase de ciudadanos dolidos, repasando el saldo provisorio de la catástrofe. En esta ocasión el daño fue relativamente transversal: afectó a varios estratos sociales. Tolosa, epicentro de las muertes y el estrago del agua, es un paraje poblado por gentes de clases medias. Muchos perdieron todo, pero esos “todos” distan de ser idénticos. El ajuar de algunos hogares puede valer “n” veces más que el de otros.
El sentido común de los argentinos (aun de aquellos que son antiestatistas o muy liberales) presupone que el Estado debe intervenir mucho, pagar mucho, reparar mucho. ¿Debe hacerse en proporción a los patrimonios de los damnificados, es decir, pagando más a los que más poseen? ¿O debe primar un criterio de equidad, reparando especialmente en los desposeídos? La respuesta no está en las leyes, que no prevén tanto, sino en la ideología que se aplique desde el Estado.
Las medidas que anunció la Presidenta, en su discurso del viernes, privilegiaron la segunda opción. Se valió de herramientas pragmáticas, bien K: dinero en el bolsillo del universo de víctimas más vulnerables. El cronista comparte la idea central y la metodología. Habrá que ver cómo se pone en práctica para redondear el juicio de valor.
En principio, de cualquier modo, el Estado se mostró eficaz en su mejor terreno: las agencias de pago, los organismos previsionales, la AFIP, la abominada caja. Frente a la emergencia asistencial y humanitaria (que, valga la paradoja, ya no debería sorprender), la respuesta fue menos expeditiva, estructurada y veloz.
El dato trasciende a la terrible coyuntura. Algo similar pasa, con todas las diferencias del caso, con el presupuesto educativo versus la calidad de la enseñanza. La recuperación y la reforma del Estado (fortalecido por el kirchnerismo tanto en sus recursos como en valoración simbólica) prosperan más en algunas áreas que en otras, un alerta para la sintonía fina.
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Las gentes y la peste: los gremios docentes honraron su tradición, depusieron la huelga, pusieron a los pibes primero. Tal vez la tregua impuesta por el horror dé una manito para destrabar un conflicto demasiado prolongado. El sindicato de camioneros se pasó de rosca: bloqueó una refinería en un momento de contrición colectiva. Puso un interés sectorial, que se podía postergar por unos días, por encima del general.
Albert Camus, gran escritor y moralista, describió como nadie la tragedia colectiva en La peste. Su mensaje final puede servir de cierre precario a esta columna. La inundación mostró enormes reservas de la sociedad argentina, lo que conforta en medio de tanta desdicha. Pero la peste no es un castigo de los dioses. Y sigue al acecho si no se atiende mejor a sus causas, si no se modifican patrones de conducta o políticas que han sido puestas en entredicho.
Lo social, ante todo
“El desastre es la expresión social de un fenómeno natural”, explica el ambientalista Antonio Elio Brailovsky, que tuvo notables intervenciones en estos días.
Es un lugar común digno de ser repetido: en Cuba los huracanes causan menos daños que en Haití o que en la mayoría de los estados de Estados Unidos. El Katrina fue un ejemplo ineludible. La socióloga norteamericana Margaret Somers sistematizó el tema en un libro titulado Genealogies of Citizenship. Asoció las tremebundas consecuencias del huracán con el apartheid social que viven los negros en Nueva Orleáns y con la privatización de hecho de la agencia estatal encargada del control de daños.
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Otro origen parece tener la prevalecencia de víctimas de la tercera edad, que se percibe en los primeros datos de La Plata. En terribles olas de calor padecidas en Francia (2003) fallecieron miles. No especialmente los más pobres sino los que vivían solos.
En 1995 en Chicago otra oleada de calor arrasó con la vida de 700 ancianos. El periodista norteamericano Eric Klinenberg analizó el universo de víctimas en un libro titulado Heat Wave: A Social Autopsy of Disaster in Chicago (Illinois). Los que vivían solos, pobres o no, fueron mayoría. La falta de lazos sociales fue, quizá, la causa principal.
Ocurre en otras comarcas, no es consuelo ni excusa aunque sí ayuda a comprender la complejidad de los fenómenos, irreductibles a una sola explicación.
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La existencia, innegable, de muchos damnificados de clase media en esta semana no debe hacer olvidar que la desigualdad social se reproduce, en tendencia, en las tragedias. La gravedad de las muertes obtura otras miradas, pero debe subrayarse que ya anteayer había más refugiados en La Matanza que en La Plata. Y que las pérdidas materiales deben evaluarse por su precio, pero también por la capacidad personal o familiar de reposición.
También la actitud ante la ayuda puede ser diferente. Para alguien de clase media el lugar de protección puede resultar muy transitorio, acaso incómodo, insatisfactorios los colchones o la comida insuficiente. Puede ser distinto para argentinos de menos recursos materiales: es factible que valoren distinto el estar bajo techo, conviviendo con sus pares y con un nivel de atención social inusitado.
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Una conclusión ineludible es bien planteada por Somers. Los daños de la tragedia, acaso, no vulneran ninguno de los “derechos legales de ciudadanía”. Nadie pierde la libertad de expresión, de reunión, de asamblea, de voto, o el acceso a alguna política de transferencia social. Ningún damnificado, pues, protesta porque perdió esos derechos. Lo damnifican, eso sí, la ausencia o labilidad del Estado, de cualquier nivel de gobierno. Los convierte de hecho en ciudadanos de segunda, en habitantes sin estado, stateless people en inglés. Los somete a las reglas del mercado y a los “contratos individuales”. La ciudadanía no es (solamente) cuestión de derechos conferidos en la norma, aun los sociales. Depende de un sistema político que prevalezca sobre el individualismo y la contractualización extremos. En especial, que sirva de contrapeso al fundamentalismo de mercado para garantizar estructuralmente la igualdad. Sobre todo (pero no únicamente) en situaciones límite.
mwainfeld@pagina12.com.ar
07/04/13 Página|12
sábado, 6 de abril de 2013
PASTOR OBLIGADO: MUCHO POR NADA.
ZONA LITERARIA - EL TEXTO SEMANAL
Mucho por nada
Por Pastor S. Obligado (1841-1924)
La otra tarde pasaba una negra vieja, pero muy vieja, cargada de años y achuras, con un sucio atado de las mismas, y mendrugos, y virutas sobre las motas que sus muchos años blanqueaban, por el mentidero público, cuando al resbalar en una cáscara de naranja, cayó la infeliz largo a largo, midiendo con su flaca humanidad el umbral, sobre el que los desocupados de toda hora, así cortan sayas como arañan honras de cuantas pasan.
El negrito que camina con las rodillas, permanente en la puerta de la Confitería del Aguila , se agachó a levantarla, pero como dos marinos de tierra, perpetuamente anclados en aquel apostadero, y un otro oficial de caballería a pie, trataran de hacer lo mismo, este amontonamiento enredóse de tal manera, que no pudo impedir se enpujaran unos con otros. cayendo sobre ellos otros tantos pasantes de la vereda a la hora que más pasan.
Atravesaron el jardín de enfrente, sin flores, que en veinte varas cuadradas exhibe más que cultiva Dordoni, y ya el grupo primitivo de cinco, diez. veinte personas, seguía aumentándose y creciendo y rebalsando el arroyo, sin saber los de atrás, últimamente llegados, qué había sucedido a los primerizos, ni lo que significaba tal enmarañamiento de negros y blancos, hombres y mujeres, civiles y militares, entre gritos y confusión.
Y como en los tiempos que corren se vive con el Jesús en la boca, pues sin aviso previo se mete el tiempo en agua o en revuelta, sonó el pito del vigilante en la esquina, repitió la señal de alarma el gallo de la otra cuadra, pitó el de más allá, y por las cuatro bocacalles viéronse correr hacia el mismo punto vigilantes y particulares, preguntando azorados a la vez: "¿Qué hay? ¿Qué hay?", sin que se atinara a responder. El grupo iba engrosando, alargándose y prolongando la cola, aumentada por la obstrucción de "tramways" entrecruzados (calle Cangallo y Florida), sin poder seguir, cuando uno de los vendementiras gateando bajo las piernas de la multitud compacta, sofocado y jadeante salió precipitadamente contando a los más alejados:
-¡No es nada! La tía Marica que pasaba cargada de astillas para calentar el puchero de los negritos que tiene en su rancho del Paso Colón está furiosa, porque el resbalar se le ha roto el pito.
-Si en esta tierra no gana uno para sustos -decía un extranjero de encendida nariz color coñac, de los que siempre andan denigrando al país en que enriquecen...
Y el grupo crecía, y [se] arremolinaba, viéndose venir a mata caballo, en dirección del Retiro, al oficial de policía que saltando en el mismo, al tirar su cigarro recién encendido, murmuraba:
-Maldito oficio éste, que ni tiempo deja para encender el pucho, cuando ya está la revolución de vuelta.
Llegaba por el opuesto extremo otro oficial de esos que siempre llegan cuando se acaba de acabar todo sucedido, gritando muy apurado:
-A ver, a ver: ¡paso a la autoridad!
Al oír "autoridad", por la de sí mismo el pueblo soberano más se encrespaba, atropellándose, y como en oleadas humanas, condensábase o se dilataba en pequeño grupo primitivo, no ya de veinte o cuarenta, sino de ochenta o doscientas personas, empinándose los de más atrás, sin conseguir averiguar mejor que los inmediatos el motivo de tal. confusión, atropello y gritería.
La hora, el lugar, la situación, los estudiantes del "Instituto Libre" , demasiado libres en esa calle, que parece estudiaran en la misma por lo mucho que la frecuentan, y los no jóvenes del Club Político de la vuelta, los vendedores de sustos o mentiras, de flores y de cuanto se vende o no se vende en las cuatro esquinas, larga cola y muy larga, añadían al numeroso grupo petrificado sobre los umbrales de la Confitería del Aguila, y más compacta y apiñada sin poder penetrarla, ni conseguir saber lo que había o no había.
Gritos y exclamaciones por todas partes; la gangolina subía y crecía de diapasón, percibiéndose apenas los ecos:
"¿Qué hay?", "¡No es nada!", "¡Ya lo agarraron!", sin [poder] nadie darse cuenta de la verdad, tan lejos se estaba del principio...
A la otra cuadra se comentaba:
-¡No es nada! ¡Si es una negra vieja que resbaló en una cáscara de naranja, con su atado de desperdicios llevados para sus negritos! Parece una merienda de negros.
-No insulte -contestó un negro muy currutaco y encopetado que pasaba-, pues los blancos lo hacen peor.
Pero como el cierra-puertas se propalaba por toda la calle al oír el estrépito con que cerrábanse las de la susodicha Confitería, y ruido como de cañones resonando hacia la calle adyacente producido por la "artillería de Bollini", en retirada, y el timbre de la comisaría inmediata seguía pidiendo auxilio, se divisó al confín de la calle y a paso de carga, un piquete de bomberos con el activo coronel Calaza a la cabeza, de quien se cuenta duerme sólo con un ojo y [con la] mano en la manguera.
Allá por la Plaza del Retiro hablábase de pedir fuerzas a Palermo. Los más asustados asomaban a las barrancas, observando si la escuadra había cambiado de fondeadero, o ido a echar anclas en Chivilcoy, como en otra ocasión leímos en la pizarra de la Bolsa de Liverpool.
En el Departamento Central de Policía se repetían los toques de alarma, reconcentrando allí todos los vigilantes de las comisarías.
Y entre explicaciones mal dadas y comentarios adulterados y exageraciones aumentadas, disputas de cívicos y radicales que a pretexto de cualquier cosa se enciende el fuego cuando está el aire impregnado de materias inflamables, seguía y proseguía aumentando aquella larga cola, sin cabeza.
Los más flojos de los pasantes corrieron a guardar el sustazo en casita, mientras que los más guapos -cuando no ven peligro- gritaban:
-¡Revolución! ¡Revolución! ¡Ya se armó la gorda! ¡Que se aten los calzones, ladronazos politiqueros!
-¡Hasta cuándo hemos de vivir en perpetua revolución! -exclamaban-. ¡Si esto no es vivir!
Todos gritaban a un tiempo, hormigueaban y gangolineaban; y unos porque nada sabían, y otros porque sabían demasiado, el tumulto continuaba, oyéndose en los grupos más lejanos diversas exclamaciones:
-¡Parece que es una bomba de dinamita que ha reventado! -dijo uno.
-¡Es un revolucionario que ha muerto a tres de un revés! -agregó otro.
-¡No es nada! Si es una negra vieja que llevaba para sus negritos.. .
En esto se oyó en el confín de la calle, al boletinero:
-¡Ultima hora! ¡Revolución en la calle Florida! ... Boletín con el suceso ocurrido en la Confitería del Aguila! ... ¡Revolución.. .
-A ver muchacho: ¿Qué llevas ahí? trai pa cá esos papeles; ¿por qué gritas "revolución"? -decía, v procedía el vigilante de más tonada, rompiendo los boletines, a tiempo que dos ingleses que venían de la bolsa, comentaban entre sí, el porqué había subido el oro quinientos por ciento.
Y el tumulto inexplicable crecía y seguía y la cola se aumentaba, mientras los bomberos aseguraban mangueras en las boca-mangas del agua corriente.
Una hora no había pasado del malhadado resbalón de la negra vieja Marica, cuando distintos eran sus comentarios en apartados barrios de la ciudad.
Como al través de inmenso vidrio de aumento en anteojo de larga, pero de muy larga vista, que reprodujera en gigantescas proporciones lo que lejano descubre, el primitivo grupo, tropezón de los cinco en la puerta de la Confitería del Aguila, creíase en el Retiro; bomba estallada en Palermo; motín del Cuartel en el Rosario; revolución en la Capital (vista desde Mendoza) y derrocamiento del gobierno, oído desde Londres, cuya Bolsa tiene largo oído para hacer subir hasta quinientos el cambio de oro, según las vibraciones eléctricas que hasta allí llegan.
En la Casa Rosada, el Intendente Don Manolito mandó trancar las puertas y ventanas, menos para impedir entrasen los imaginarios revolucionarios. que para evitar saliera el Presidente a la calle, ni sus ministros, dispuestos a morir al pie de una silla que no ambicionaron.
En la casa de enfrente (Congreso), el diputado general Mansilla con su vehemente impetuosidad, al oír la queja que exponía un boletinero:
-¿En qué país estamos? -exclamó-. ¿En qué tiempos vivimos, señores diputados? ¿Por qué se coarta así la libertad de la prensa, y se impide la circulación de la palabra impresa? ¿No blasonamos ser apóstoles de la libertad? ¡Muramos por ella, y con ella! ... Hago moción previa para que interpele al ministerio, con qué derecho agentes de policía se permiten secuestrar boletines que circulan por las calles...
Del Rosario llegó un telegrama al diario más mentiroso de esta capital:
"¿Digan qué hay? Aquí corre que una negra bomba ha caído en el umbral de la Confitería del Aguila."
Poco después, otro de Mendoza:
"¡Listos! He mandado encender la máquina, nos penemos ya en marcha. Parece que el movimiento revolucionario que ha asomado en la calle Florida. tiene ramificaciones en Santa Fe, Corrientes y Santiago. Aquí todos los amigos están prontos para concurrir a la primera seña..".
¡Mucho por nada, y todo porque al pasar una negra vieja con su atado de astillas y virutas para calentar el puchero de sus negritos en el bajo de Colón, resbaló en una cáscara de naranja!
Y chorros de agua, y cargas de caballería, y vigilantes a todo escape, para deshacer el grupo primitivo en que enredáronse sobre una negra caída, muchachos y marinos, caballeros y reporteros, pasantes y espectadores, formando enmarañamiento tal, que vigilantes, sargentos e inspectores, comisarios, oficiales y bomberos no pudieron desenredar, aumentando la inacabable gangolinería de "¡No es nada!, ¡No es nada!". y recién después de ímprobo trabajo consiguióse apaciguar el tumulto.
En momentos de sobresaltos, de intranquilidad intermitente, cuántas ocasiones los vende-mentiras, alarmistas v politiqueros, creen ver una termpestad dentro de una tetera…
(1898)
ESCENARIO ELECTORAL
Escenario electoral
Sobre imprevisiones y consistencias
Por Eduardo Blaustein
La falta de planificación se revela en todas las áreas –desde las inundaciones hasta las negociaciones salariales docentes– y es común a los más diversos distritos. Algo similar se da también en el terreno político donde aún no están consolidadas ni candidaturas ni alianzas.
Mientras se escribe esta columna se hace difícil escapar a lo que truena en las radios, la tele y las ediciones digitales de los diarios: desastre en La Plata, estragos en el Gran Buenos Aires, seis muertes por las inundaciones en Capital, donde por primera vez el agua tardó horas en bajar y se inundaron barrios que no se anegaban desde la década del 80. La “excepcionalidad” de los temporales ya no es tal. Existe un modo de relacionar lo que sucede en la ciudad con problemas que ocurren a escala nacional. Existe una manera distinta de abordar el problema de las inundaciones, especialmente en Capital, por un lado sólo en apariencia paradójico: las inundaciones como efecto de una prosperidad sin planificación. Boom de la construcción –que comenzó antes de la gestión de Mauricio Macri–, repavimentaciones que elevan el nivel de las calles y obstaculizan el drenaje de la lluvia, inmensos complejos que hacen de barrera sobre y debajo del suelo de la ciudad. La no planificación no es exclusiva de la gestión porteña. El largo conflicto docente bonaerense se relaciona al menos con tres distintos niveles de imprevisión, de corto, medio y largo plazo. El primero y más cercano problema de imprevisión fue la demora en el inicio de negociaciones con los gremios. El segundo la pasividad del gobierno de Daniel Scioli a la hora de ingeniárselas para ampliar la capacidad recaudatoria de su gobierno. El tercero es el problema fiscal estructural bonaerense que necesitaría de un acuerdo nacional en torno de la coparticipación. Ningún gobierno se atrevió o pudo a encararlo.
Las mieles de la prosperidad impiden prever problemas que luego se traducen en urgencias. Sucedió a nivel nacional con las demoras con que actuó el gobierno respecto de la baja en la producción de combustibles. Finalmente reaccionó, aunque tardíamente, con la recuperación de Repsol. Pero mientras Miguel Galuccio avanza en la incorporación de socios que tengan la capacidad inversora suficiente para explorar y extraer más gas o petróleo, la Nación este año volverá a hacer un esfuerzo inmenso para pagar la importación de combustibles. Algo similar sucedió con la inflación. Aunque sin mentarla, desde hace unos meses el gobierno comenzó a afrontar el problema con intervenciones puntuales como el congelamiento de precios, el lanzamiento de la Súper Card y el intento de suavizar las paritarias para que la suba de salarios no impacte en los precios. Se habla de que ya se registra una disminución de la inflación. No está claro que alcance con las medidas tomadas.
Almuerzos, alianzas
Contra la inflación y los conflictos docentes que persisten en varias provincias, el desastre de las inundaciones, la estampa de otro fin de semana largo con récord de salidas turísticas habla de un país que está lejos de afrontar una crisis profunda. Estos fines de semana de boom turístico son una imagen ya clásica de los tiempos kirchneristas, aún con dificultades económicas persistentes (mayor estrechez fiscal, déficit de la balanza comercial, entre otras). Mientras se apuesta al sostenimiento del consumo como política continuada del oficialismo, se acercan los tiempos de las primarias abiertas y simultáneas (quedan dos meses y algo para la presentación de listas) sin que la oposición haya remontado. Abundan los almuerzos entre dirigentes del peronismo no kirchnerista. Son demasiados nombres propios para poco mercado electoral: José Manuel de la Sota, Roberto Lavagna, Hugo Moyano, eventualmente Francisco de Narváez, los hermanos Rodríguez Saá y siguen firmas. El FAP, una vez más, discute sus alianzas: que si Pino Solanas, que si Elisa Carrió (con la que muchos, como Claudio Lozano, no quieren saber nada), que si el radicalismo. Sufre también discusiones internas serias acerca de su identidad, como las desencadenadas por la respuesta de Hermes Binner acerca de si en Venezuela hubiera votado a Henrique Capriles o a Hugo Chávez. Respondió que hubiera votado al primero y luego intentó explicar que la suya fue una respuesta “rápida”, generada por los vértigos de los tiempos mediáticos.
El radicalismo, que en Buenos Aires no hace tanto apostó por Francisco de Narváez y así le fue, por fin parece mirar definitivamente en dirección al FAP. A la vez es más que probable que sufra una nueva escisión: la de aquellos sectores, como el del intendente de San Isidro Gustavo Posse y antiguos aliados de Julio Cobos, que apostarán a una alianza con el PRO. El partido de Mauricio Macri sigue más o menos como siempre: fuerte en Capital (aunque habrá que ver hasta dónde se fragmentarán los votos en las próximas legislativas), con Miguel del Sel en Santa Fe y con el homofóbico Alfredo Olmedo en Salta. Como se ha reiterado en esta columna y coinciden todos los analistas: es poca cosa para una fuerza con aspiraciones nacionales.
Todo está como era entonces. La diferencia entre kirchnerismo y los demás es que, aun cuando a menudo el gobierno sale a apagar incendios de manera espasmódica, tiene un proyecto de gobierno que mostrar. La eventual ruptura de Daniel Scioli o Sergio Massa con el kirchnerismo era la esperanza del establishment para quitarle fuerza al oficialismo. Ya no parece que haya tiempo ni voluntad por parte de ambos dirigentes para aventurarse en proyectos riesgosos. Mientras tanto, incluso consultoras que trabajan para la oposición confirman que la presidenta remontó en las encuestas, incluso en provincia de Buenos Aires. Es más: esta vez, señalan los consultores, un conflicto como el de los docentes dañó más al gobernador que a la presidenta. Pero el kirchnerismo también recibe llamados de atención: aun con una participación baja y una diferencia estrecha de votos, acaba de perder las internas del PJ santacruceño. Acaso la novedad hable de una situación de precariedad de los armados oficialistas, muy dependientes de los vértices de poder, cuando esos vértices pierden el control del Estado o desatienden un territorio, en este caso emblemático.
A nivel nacional, sin embargo, y como se preveía hace tiempo, tal parece que aún en un escenario económico apretado el oficialismo recuperará en las legislativas unas cuantas bancas parlamentarias que perdió en 2009. Que eso alcance para resolver el problema de la sucesión presidencial o para apostar a una reforma constitucional es parte de una discusión que hoy aparece como prematura.
Fuente: Especial para Diario Z
www.diarioz.com.ar
GB
LA IGLESIA Y SUS OLVIDOS POR RICARDO FORSTER, OPINION
La Iglesia y sus “olvidos”
Por Ricardo Forster
"Ahora bien, en su concreta historia institucional la religión ha sido un poder legitimador de cuantiosas injusticias. Pero también, desde su cosmovisión salvífica, promesante, resistente, desde su aflicción de amor insondable contra tanta crueldad, desde su ser entre las gentes contra las injusticias del mundo, lo religioso judeocristiano fue esencialmente y profundamente crítico de la Mala Historia. Del dolor, del sufrimiento humano, en su memoria. Comprensión de lo religioso que alumbró o hizo alucinar a la Escuela de Frankfurt, por ejemplo, la cual situó la religión como momento crítico de primer orden en el itinerario de lo humano. Desde este enfoque el momento de verdad en lo religioso, sería la disconformidad con el mundo dado, con el mundo del mal, con el mundo injusto. La Escuela de Frankfurt, mucho del pensar de la teoría crítica en Horkheimer, Benjamin y Adorno heredan eso: la instancia mesiánica, la teología entrando en el campo del pensamiento y la filosofía, la religión como memoria infinita de la irracionalidad del mundo, memoria de la víctima antes y ahora. Lo religioso fue como el último subsuelo de la cultura donde se rescató su momento crítico”. Nicolás Casullo, Las cuestiones.
Ha sido esta permanente tensión la que ha signado el recorrido por la historia de “la religión”. Una tensión entre su dimensión institucional, aquella que la vinculó a los poderes establecidos y que le permitió legitimar las pesadas injusticias que han caído sobre los débiles y los desposeídos, y esa otra dimensión, nacida del fondo más arcaico de las creencias populares que, al decir de Casullo, se ha nutrido de una “cosmovisión salvífica”, de un ensoñamiento redencional que ha proyectado, la mayor parte de las veces como paliativo, la ilusión de un mundo justo y depurado de tantas miserias materiales y morales. Una tensión, lo sabemos, que en términos históricos no ha dejado de inclinarse hacia un poder institucional asociado, desde su lejana fundación, con los causantes de las injusticias y los males que siguen afligiendo a los desheredados y a quienes escucharon a Jesús pronunciando el sermón de la montaña. Un sermón que, con el paso del tiempo y la consolidación de la jerarquía institucional romana, se fue convirtiendo en lengua ausente, en huella tenue de un camino sellado por quienes fueron en busca del pacto con los poderosos de este mundo. Lo que persistió fue, sin embargo, la lengua religiosa como expresión de todos aquellos que siguieron insistiendo, por fuera de la jerarquía y del poder, con aquello de la “distribución del pan” y de la esperanza mesiánica. Durante 2.000 años, pero en especial desde que legitimó un tipo de organización y de poder que nada tenían que ver con los tiempos del comienzo cuando recién surgían las primeras comunidades, se ocupó, con singular esfuerzo, en retrasar e impedir “la llegada del reino”.
Allí, en el comienzo de su camino temporal, cuando se volvió iglesia de Roma, fundamento espiritual del Imperio y de su dominio, la religión católica, organizada bajo la forma de jerarquías inconmovibles y de concilios depuradores de heterodoxias y de herejías amenazantes de la centralidad dogmática, le dio forma a una arquitectura del poder que la fue alejando, cada vez más, de su ya oscuro origen igualitario en el que los miembros de la comunidad de los creyentes compartían bienes e ilusiones. Transformada en leyenda esa historia de las primeras comunidades cristianas, acabaron por dejar su lugar ejemplar a una institución estructurada alrededor de la jerarquía, los oropeles y la riqueza capaz de competir con los otros poderes de este mundo. A lo largo de su más que milenaria historia sufrió rupturas y desprendimientos casi todos asociados al abismo que la fue separando de sus orígenes y que fue profundizando la corrupción de sus prácticas y de sus estructuras organizativas. Caminando hacia “el encuentro de Cristo”, la Iglesia fue ahondando el abismo que la separó del sufrimiento de los débiles al mismo tiempo que pronunciaba aquella frase de vastísimas consecuencias históricas y políticas: “Al César lo que es del César” (traducido venía a significar la legitimación de la injusticias y las desigualdades, de la discrecionalidad de los poderosos y de la perpetuación, mientras durase la vida pecaminosa de los hombres en este mundo, de la pobreza como testimonio de una promesa a cumplirse más allá del tiempo y de la historia).
Una “Iglesia de los pobres” que nunca se propuso combatir las causas de la pobreza y que prefirió, siempre, naturalizar esa condición transfiriéndola al misterio de Dios que, eso sí, acabaría por preferir, el día del juicio, a las multitudes incontables de quienes sufrieron la amargura de la pobreza en la vida terrenal. “Más difícil será que un rico entre al paraíso que pasar un camello por el ojo de una aguja”. De ironías también está empedrado el camino de la salvación. Lo cierto es que las señales que emanaron desde la cúpula eclesiástica han convertido ese antiguo refrán en un hazmerreír o, peor aún, en una cruel evidencia de la falsedad de una institución que ha venido trabajando con sistemático denuedo en garantizar la sumisión de los pobres y la perpetuación del reino de los ricos. Claro que siempre quedará como paliativo la promesa de ese otro reino allende la vida terrenal. De infinitas postergaciones está hecho el largo camino del Señor. Y, en el mientras tanto… se trata de sostener a rajatablas el poder de todos aquellos que, eso sí, no lograrán “entrar al paraíso”. Por supuesto que siempre están a la mano, para no perder la esperanza de la salvación, la caridad, la filantropía y las indulgencias. La Iglesia ha sabido negociar con “sabiduría” ese delicado equilibrio entre la satrapía del poder de los ricos y la interdicción a sumarse al rebaño de los salvados. El pastor quiere que su Iglesia “huela a ovejas”, que sea la casa a la que peregrinen los pobres para recibir, de su “santa madre”, la eucaristía y la promesa siempre postergada. Lo que no quiere es que “sus ovejas” dejen de ser un rebaño manejado por los poderosos ni que logren empoderarse de sí mismas buscando acercar el día de la redención bajo la forma de la conciencia social, cultural y política. Ante la amenaza de que eso pueda llegar a ocurrir, de que las ovejas se vuelvan rebeldes, siempre ha sabido a quiénes recurrir. Su ojo ha sido infalible e impiadoso para su propio “rebaño”. De eso sabe mucho la abrumadora mayoría de la jerarquía de la Iglesia latinoamericana. Bergoglio, antes de ser Francisco, también supo de estas imprescindibles “transacciones” con los poderes terrenales. ¿Querrá o será capaz de cambiar esta historia recurrente? ¿Irá contracorriente de lo que él ayudó a construir siendo jefe de la curia metropolitana y luego cardenal primado de la Argentina? ¿Logrará sustraerse a su doble faz, aquella del sacerdote austero preocupado por los más pobres y aquella otra de la complicidad con lo peor de nuestra historia? Un razonable escepticismo nos acompaña. También estamos atentos a la novedad que entraña la entronización del primer papa latinoamericano. La historia, lo sabemos, nunca es lineal ni carece de sorpresas y cambios de dirección. Veremos.
Dar cuenta de esta diferencia entre lo institucional y lo salvífico, entre la construcción sistemática de un poder asociado a todos los poderes terrenales y cada vez más alejado de sus orígenes míticos, y una iglesia clandestina preocupada y ocupada de la “criatura sufriente”, voz secreta y minoritaria que a lo largo de la historia no dejó de ofrecer ejemplos de entrega y heroísmo en nombre de los “pobres de espíritu”, constituye un tema no menor cuando hoy, entre nosotros y en una época fuertemente caracterizada por la secularización y la profanación de casi todas las formas de religiosidad, la “institución” Iglesia Católica, envuelta en una tremenda crisis de legitimidad, y aferrada a su deseo de eternidad, busca, con la astucia y la inteligencia que la ha caracterizado desde su primeros conflictos internos y externos, sortear sus dificultades buscando borrar, en parte, esa absoluta distancia entre lo “institucional” y lo religioso como vivencia social y popular.
La elección de Francisco (ya he hablado de la significación de su nombre que por primera vez ha sido utilizado por un papa) debe ser interpretada en el conflictivo escenario por el que se desenvuelve una Iglesia profundamente dañada y corrompida. Francisco, en todo caso, no surge de un momento de reespiritualización de Roma o, mejor todavía, de una decisión unánime de regresar sobre las huellas de ese origen mítico de una ecclesia de los creyentes, sino que es el resultado de su escándalo y confusión o, dicho desde otro lugar, un nuevo giro para intentar paliar su decadencia y su pérdida de credibilidad. En la hondura de su crisis es que hay que ir a buscar una de las claves de la elección del primer papa latinoamericano, ese mismo que, como dijo cuando se asomó por primera vez al balcón vaticano, “lo fueron a buscar al fin del mundo”. ¿Acaso porque en Europa ya resultaba imposible encontrar a un sucesor de Benedicto XVI que pudiera sustraerse a una enorme ola de corrupción económica y moral? ¿O, tal vez, porque en el sur de América viven la mayor parte de los católicos del planeta y resulta imprescindible frenar el drenaje hacia las “otras” iglesias cristianas (pentecostales, testigos de Jehová, evangelistas diversos e, incluso y fuera de la grey emanada del crucificado, mormones y religiosidades afroamericanas) es que se ha elegido a alguien que conoce muy bien el territorio y las dificultades del catolicismo para construir un dique sobre todo en el mundo de los pobres? ¿O, más grave todavía, para frenar a los movimientos democrático populares sudamericanos que hoy constituyen la principal oposición al neoliberalismo?
Pero Francisco, que se llama Bergoglio y que conoce la historia compleja de las injusticias y las desigualdades latinoamericanas, sabe que con promesas abstractas no se volverá a conquistar el corazón de los pobres. Sabe, también, que en las últimas décadas “su” Iglesia no sólo ha clausurado lo mejor del Concilio Vaticano II sino que, de un modo abrumador y a través de su jerarquía, ha apoyado los peores proyectos político-sociales regresivos y dictatoriales. Si América latina sigue siendo el continente más desigual del planeta no es por causas naturales sino por la construcción sistemática, a lo largo de su historia, de un sistema brutal e injusto que fue santificado por la propia Iglesia. Cuando ese poder intentó ser cuestionado por “las ovejas”, desde el tiempo de las primeras rebeliones indígenas hasta los grandes movimientos populares del siglo XX, la cúpula de la Iglesia no dudó en alinearse del lado de los poderes reaccionarios y conservadores. Incluso cuando algunos de sus mejores hombres y mujeres intentaron regresar al mensaje de Cristo, sobre todo traducido a la lengua de los desamparados, cuando hicieron una “opción por los pobres” más allá de los circuitos de la filantropía, cuando se comprometieron con proyectos de liberación, fueron denunciados y perseguidos como herejes por sus propios “hermanos” o simplemente abandonados a su suerte. De Angelelli a Romero, de Mugica a las monjas francesas, de los jesuitas asesinados en El Salvador a los curas palotinos de Buenos Aires, el silencio y la complicidad fueron las respuestas de esa misma jerarquía. Quizá Francisco tenga ahora la oportunidad de desandar ese camino para iniciar otro de reparación, de memoria y de justicia. De nuevo, ¿querrá?, ¿podrá?, ¿imaginará otra suerte para las “ovejas” que no sea la de reproducir eternamente su condición de pobres?, ¿encontrará las palabras adecuadas para nombrar las causas reales de tantas injusticias? Es probable, regresando al texto de Casullo con el que comenzaba este artículo, que la contradicción entre la “institución religiosa” y la religiosidad como crítica del mundo y como promesa de libertad e igualdad, sigan profundizando su discordia histórica.
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