domingo, 7 de abril de 2013

BARRIO MITRE-SUR PLATENSE.

LAS ORGANIZACIONES POLITICAS Y SOCIALES EN EL BARRIO MITRE Después de la inundación Militantes de Unidos y Organizados, miembros de la Cruz Roja y voluntarios trabajan junto a las organizaciones sociales del lugar. “Sin militancia no hay Estado capaz de poder resolver de forma urgente las necesidades de la gente”, dice el legislador Juan Cabandié. Por Sebastian Abrevaya Algunos autos abiertos de par en par, colchones secándose al sol, unos pocos muebles sobre la vereda mezclándose con la presencia de organizaciones políticas y sociales, distintas agencias del Estado nacional y unas camionetas vacías del programa Buenos Aires Presente (BAP), del gobierno porteño. “Este sábado hubo más gente que nunca”, dice Brian, un pibe del barrio Mitre de la Ciudad de Buenos Aires, una de las zonas más castigadas por el temporal del martes pasado, donde murieron dos personas. La plaza estaba llena de militantes de Unidos y Organizados, además de miembros de la Cruz Roja, algunos estudiantes de la Universidad de Buenos Aires y un pequeño grupo de Boy Scouts, que llegó después. “La experiencia que tuvimos es que sin militancia no hay Estado capaz de poder resolver de forma urgente las necesidades de la gente. Sin militancia y sin voluntarios se hubiera tardado meses, hubiera sido imposible llegar tan rápido como se llegó”, asegura el legislador y dirigente de La Cámpora, Juan Cabandié, que se repartió el sábado entre la Capital y la ciudad de La Plata. Cerca de las 6 de la tarde, cuando empieza a caer el sol, los distintos organismos del Estado nacional van levantado campamento para volver al barrio al día siguiente. Camionetas del PAMI, la Anses, el Ministerio del Interior cierran sus puertas mientras jóvenes de agrupaciones kirchneristas continúan repartiendo ropa, alimentos y agua en la plaza del barrio. Unos metros más lejos, en otro sector, la Cruz Roja también atiende a los vecinos que se acercan a pedir ayuda. “Nos sorprendió que la gente reaccionó muy bien, más de lo esperado. Nos hubiese gustado que sea un poco más organizado”, cuenta Fabio, coordinador de la Cruz Roja, que sumó entre sus colaboradores a jóvenes que se acercaron espontáneamente a dar una mano en la atención y distribución de las donaciones. “Ahora nuestros muebles son cajas. Nos re-costó pero tuvimos que tirarlos porque estaban todos podridos”, relata Brian, que en medio del dolor rescata parte del apoyo recibido. “Se dieron cuenta de que nos tenían que ayudar sí o sí. Ahora por lo menos nos sentimos acompañados”, asegura y recuerda cuando en el peor momento del temporal vio a un bebé pasando de mano en mano de un techo a otro, escapando del agua. Una gorra con la bandera de Cuba, una remera de fútbol, aritos y una contextura física importante. Emilio Lorenzo vive en el barrio Mitre y es uno de los referentes de la agrupación D’Angelo Ferreyra, en homenaje a dos jóvenes asesinados en el barrio durante la dictadura. “Nosotros nos empezamos a organizar hace un año porque veíamos que otros estaban haciendo cosas que no eran para la gente del barrio”, cuenta Emilio, sentado en uno de los bancos que ellos colocaron en la plaza, donde después de 15 años finalmente hay una iluminación nocturna. Según los vecinos, muchos de los servicios básicos no llegan a la zona porque para el Gobierno de la Ciudad es considerado un “barrio privado”, por lo que el supuesto consorcio tendría que hacerse cargo. “El Gobierno de la Ciudad no existe, estuvimos abandonados. No vino ni Macri, ni Vidal, ni Larreta. El único que apareció fue (Guillermo) Montenegro”, cuestiona Emilio, que aunque se identifica con el “proyecto nacional” reconoce que en los últimos días empezó a tomarle cierto cariño al ministro de Seguridad porteño, porque “al menos vino a dar la cara”. Una de las principales críticas de algunos vecinos es por la implementación de los subsidios de la Ciudad. “Piden el contrato de alquiler o el título de propiedad pero en algunas casas viven dos o tres familias y sólo puede recibirlo la propietaria”, remarca el referente de “la D’Angelo”, como se le dice en el barrio. Remeras de La Cámpora y Kolina predominaban entre los militantes de Unidos y Organizados que estaban desde el martes en las seis manzanas cercanas al Shopping Dot Baires, señalado como co-responsable de la inundación. El Movimiento Evita, el Frente Transversal, la JP Evita, entre otras organizaciones estuvieron presentes en el lugar. Comuneros del kirchnerismo de las comunas 2, 12, 13 y 14, las limítrofes al barrio, trabajaron junto a los militantes. “Primero hubo que contemplar las urgencias con una asistencia concreta minuto a minuto, después se pudo ir trabajando en un esquema más ajustado en lo organizativo con mesas de trabajo”, explica Cabandié y reivindica a muchos voluntarios que no pertenecen a espacios políticos pero que se sumaron al trabajo en conjunto. Con el primer momento de emergencia relativamente cubierto, empezó el relevamiento en casas aledañas al barrio y ahora comienza la difusión de la ayuda económica anunciada por la presidenta Cristina Fernández. En el centro de la plaza, los vecinos continúan acercándose a las carpas y revisando las bolsas en búsqueda de ropa que les pueda servir, mientras en sus casas todavía queda el olor a humedad. De a poco se empieza a guardar todo para dejárselo a la Gendarmería, que estará de guardia toda la noche. La legisladora del Movimiento Evita, María Rachid, ayuda a separar la ropa y coordinar las tareas del día siguiente. “Ahora cada vez que se nubla estamos reperseguidos”, concluye Brian, adelantando, sin decirlo, que hasta tanto no haya una solución de fondo, el temor a perderlo todo, de nuevo, seguirá latente. El sol ya se fue, el frío llena las calles y los habitantes del barrio Mitre vuelven a la humedad de sus casas. ESCENAS DEL REPARTO DE ALIMENTOS Y ROPA EN LA ZONA MAS AFECTADA DEL SUR PLATENSE El sur y los caminos de los que ayudan Quique Moreira cargando la vieja camioneta con que llevó donaciones hasta Melchor Romero. La cola para entregar las donaciones daba la vuelta a la manzana y la calle no alcanzaba para las camionetas y chatas que se ofrecían a repartirlas. Hasta ponían fuerte la radio, “para volver un poco a la normalidad”. Por Emilio Ruchansky En el hormigueo humano frente al Club Infantil San Martín, uno de los principales centros de acopio y distribución de ayuda para los inundados platenses, una joven voluntaria de la Cruz Roja y su compañero dirigen a los gritos la carga de los vehículos. Los donantes son tantos que hacen cola desde la calle 7 hasta la intersección con la 523, rodeando la manzana para descargar sobre esta última calle. “¿Te puedo dar esto a vos?”, le dice una señora desde la ventanilla del auto a un policía bonaerense, antes de doblar. El cabo niega con la cabeza. Hasta en la hora de la siesta, dice el uniformado, suele ser incesante la llegada de donantes. Al rato, le llega un pedido de la voluntaria de la Cruz Roja: “Para carga, sólo camionetas y camiones”. Entonces rebota un simpático furgoncito Zanella rojo, de tres ruedas, que viajó desde Capital. Los dos voluntarios a bordo, con handys y auriculares, se chocan con los que llegan a pie y buscan la pila para donar “ropa para adultos”, mezclados con los que dejan agua, colchones o alimentos. –Toda persona que no esté siendo útil acá, que se corra. ¿Para dónde sale usted? (pregunta a la dueña de un Ford K, que ya abrió el baúl). –A Los Hornos. –No podemos seguir mandando ahí. Salieron tres camiones recién. Yo entiendo que son 45 mil personas pero hay otros lugares donde todavía no llegó nada de las donaciones. –Bueno, vamos a cualquier lugar. –Vayan a La Loma o a Villa Elvira. Mientras la joven sigue anotando en su planilla, su compañero acomoda paquetes de ropa, elementos de higiene, leche, galletitas, alfajores, fideos, en distintos vehículos. Algunos damnificados se cuelan y consiguen algún paquete o una bolsa con ropa. “Necesito este auto afuera, por favor despejen”, se oye gritar cada tanto a los jóvenes de la Cruz Roja. Al rato se piden cajas para poder armar nuevos paquetes con donaciones. Un joven vecino recorre el gentío con un fuentón de bizcochuelo de naranja, que ofrece a otros voluntarios, a donantes, a damnificados. Sobre el boulevard de la avenida 7, el movimiento de autos cargados también con colchones, frazadas, agua y pañales es constante. Los policías cada tanto reciben algún comentario subido de tono, pese al imperante clima de compañerismo y respeto. Son los automovilistas que ya dieron alguna vuelta de más, por artificio de los agentes que para evitar la sensación de estancamiento hacen circular la fila. “Si ves que más atrás viene un camión vacío para cargar tenés que hacerlo pasar de alguna manera, si no la ayuda no llega”, reconoce un oficial. La hora de las chatas Pasados los primeros días de shock tras la inundación, aparecen en la fila para carga y distribución viejas camionetas de localidades más alejadas. Apoyado en el capot de una ellas, una Chevrolet C10, modelo 1970, azul y con cúpula blanca, Juan Ramón “Quique” Moreira fuma y espera sonriente. Va de alpargatas, jeans y camisa y cuenta que va a llevar mercadería a la sociedad de fomento La Lealtad, en 143 y 528 de Melchor Romero. El agua no subió tanto como en otro lado allá, poco más de un metro tal vez, pero los vecinos perdieron lo poco tenían. “Si no llega ayuda la cosa va a terminar mal. Hasta ahora sólo llegó la solidaridad de los propios vecinos, de otros lados vino poco y nada”, dice. Moreira se acercó a buscar mercadería junto a un vecino con camioneta nueva y una de las voluntarias del la sociedad de fomento fundada por algunos peronistas del barrio en 1988. En la fila también espera un viejo colectivo que va a un comedor barrial de la zona. “Puede haber una pueblada porque la gente ya está bastante caliente”, alerta Nelson, chofer del colectivo, que vive en Abasto, muy cerca de Melchor Romero. Por la vereda pasan más y más donantes y también voluntarios, la mayoría jóvenes. Algunos lucen remeras y pecheras de distintas agrupaciones kirchneristas nucleadas en Unidos y Organizados. Héctor Suller, un vecino de noventa años que vive en 7, entre 524 y 525, dice que el despliegue de solidaridad es impresionante. “Yo no quiero hacer campaña a favor ni en contra del Gobierno, pero por acá yo no he visto a la Sociedad Rural, que tienen tantos campos, que son una gran potencia. Qué les costaba traer 10 vaquillones aunque sea”, observa. Hace 55 años que este ex empleado del Banco Provincia vive en la misma casa, cerca de varios de sus tres hijos, ocho nietos y nueve bisnietos. Tiene medio comedor sobre la vereda y hace pasar a quien quiera cargar bidones de agua o ir al baño. Su hijo dejó el auto abierto, sobre la vereda, con la radio prendida para que se escuchen los partidos y las noticias. “Hay que volver a la normalidad un poco, ¿no? Mi viejo todavía está un poco perdido con todo esto. Hace un rato apareció con un sombrero mexicano puesto y una guitarrita y se puso a cantar”, dice, riendo. Las chatas siguen llegando a la cola para cargar mercadería, Moreira se seca el sudor de la frente y la pelada. Se desabrocha la camisa en plena faena y se le nota en la cintura la faja para enderezar la columna. Carga cajas de lavandina, galletitas, ropa, agua y arroz y fideos. “Mucha ropa, poca mercadería. La gente necesita comer”, rezonga por lo bajo, sin dejar de apilar los bultos. La otra camioneta ya salió para la sociedad de fomento, que está a 20 minutos yendo por la 520, del otro lado de la autopista, hasta chocar con la 143 y luego las nueve cuadras hasta la 529. La Lealtad Hay una cola de casi cien metros, que zigzaguea por el baldío que antecede a la sociedad de fomento en Melchor Romero. La mayoría son madres con chicos. Vienen a vacunarse y vacunarlos y a llevarse lo que den. Sobre la 143 se ven restos de gomas y basura quemada de un piquete del día anterior. Frente a la puerta de entrada hay pilas de ropa sobre unas tablas sostenidas con un caballete. Una nena llora porque “ni loca” se va llevar una blusa que la madre le hizo probar. Otras señoras buscan con desgano. Los pibes del barrio ya revisaron, se probaron y llevaron lo suyo. Adentro, en un primer salón dominado por botellones de agua, algunos chicos juegan en los pupitres arrinconados, donde suelen sentarse quienes reciben apoyo escolar. En otro cuarto lateral trabaja un grupo del Programa de Residencia Interdisciplinaria Médica del hospital Narciso López de Lanús. “Somos 9 enfermeros, 5 psicólogos y 5 médicos. Es un programa de residencia”, dice el coordinador, Mario Burgos. Aplican vacunas antigripales, la doble para adultos y la hepatitis A. “Atendemos muchos casos de hipertensión y situaciones de depresión”, agrega. Burgos entrega a cada persona que sale del cuarto de vacunación y enfermería un frasquito con pastillas para potabilizar el agua. “Una por litro”, le repite a cada uno. De a ratos, una voluntaria entra por una puerta trasera, que da a un patio por donde cabe un auto, y descarga paquetes de agua, pañales o frazadas. En la cocina, diez mujeres empacan en cajas y bolsas la poca mercadería que queda: harina, salsa de tomate, arroz, fideos, aceite, caldos, budines, sal. “No hay más lavandina”, grita una. “Ayer hicieron un piquete porque trajeron 10 colchones para 40 personas”, dice un joven en la puerta. Sobre el baldío de La Lealtad aparecen y desaparecen autos con mercadería, que traen otros vecinos. Si alguno para más lejos, en la calle de tierra, los chicos corren para ayudar. Moreira llega en el Chevy cuando cae la tarde. Baja con un cigarrillo en la mano, abre el capot, saca un escobillón y lo usa para mantenerlo abierto. No da dos pitadas que ya está agachado en la cúpula sacando bolsas. Un amigo suyo se acerca a contar que con Quique militaban en Montoneros. Cuando termina de descargar, el capot se le cae a Moreira y le arranca dos pequeñas lonjas de piel de la cabeza. La enfermera que le desinfecta la herida lo reta con un “qué bonito, le parece fumar acá”. Al rato aparece en el baldío contándole a un amigo cómo se peleó con los milicos porque lo hicieron dar muchas vueltas antes de cargar. Está bastante agitado. emilioru@pagina12.com.ar 07/04/13 Página|12 GB

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