Por Julian Licastro.
La historia, madre de la política y la filosofía del pueblo
Todo renacer de la lucha por la libertad política y la justicia social tiene un largo precedente de marchas y retrocesos, de victorias y contrastes, que es menester conocer y evaluar para extraer enseñanzas vitales que enlacen pasado y presente. Es la función de la historia, como maestra de la política y de la filosofía de los pueblos, quienes no sólo incorporan sus grandes mitos y significados redentores, sino también su madurada visión crítica de valor inestimable en los momentos decisivos.
Nos introducimos así en la verdadera capacidad de crear historia, no a través del juego legítimo de relatos de una u otra posición o perspectiva, sino por medio de obras perdurables que requieren la prueba del tiempo para sedimentar los elementos de su continuidad y trascendencia. Un proceso complejo de cambios permanentes, tanto en las estructuras económicas y técnicas, de cuño material, como en la esfera cultural donde se expresa la afectividad y la espiritualidad de una identidad comunitaria.
Decimos esto en el marco objetivo de la realidad de un triunfo electoral contundente, y del amplio reconocimiento a los logros de una gestión gubernativa que sacó al país de su última crisis; hechos que sin embargo exigen más espacio de acción y mayor actitud reflexiva. Sucede que las conclusiones sólidas sobre un ciclo de intención transformadora, sólo pueden definirse, con cierta precisión, cuando éste ya ha avanzado lo suficiente en el camino de su desarrollo intrínseco, incluyendo sus correcciones políticas y perfeccionamiento institucional.
Antes de esta situación concreta, que solicita aún más eficacia y acumulación de efectos irreversibles, deberemos aceptar que muchas apreciaciones son hipotéticas y sus conclusiones provisorias. Por tal razón, no es conveniente aventurar “juicios históricos” apresurados, cuya pretensión “intelectual” no consulta la cimentación de los hechos en el tiempo, ni abarca en profundidad todo el complejo de las relaciones sociales del país. Esta precaución de buen sentido es importante, además, para no alimentar la paradoja de las “falsas antinomias” de quienes juzgan por oposición, con el mismo sesgo sectorial, porque eso entorpecería el arte de gobernar de buena fe para el conjunto del proyecto nacional pendiente.
La revelación de la fuerza colectiva anticipa el porvenir
Los factores claves de la acción política, como la toma de conciencia y el ejercicio de la voluntad, trascienden todo individualismo, y se potencian efectivamente cuando se integran en la cohesión de un nucleamiento de participación orgánica, donde la unión hace la fuerza. Esto no implica desconocer las virtudes especiales de personas y equipos que tienen un pensar estratégico y previsor, porque eso consagraría la inercia del seguidísimo, que es un riesgo siempre latente en los grandes movimientos colectivos.
Entre ambos extremos, el del fracturismo elitista y el de la masificación desaprensiva, se destaca el rol imprescindible del debate de ideas y propuestas. En nuestro caso, no limitado a los esquemas mediáticos, propios o extraños, sino extendido en todo el despliegue militante del sistema general de conducción. Este sistema, si bien culmina en un liderazgo superior que garantiza la unidad de propósito, no se reduce a la hermenéutica sofisticada de una política de círculos.
Por otro lado, la disciplina de una construcción orgánica de raíz popular, no es de carácter coercitivo ni se minimiza en la ecuación mando-obediencia. Es, en cambio, una disciplina voluntaria, fundada en la acción persuasiva de los conductores y en la adhesión consciente de sus integrantes, según el grado de sus convicciones en los principios y criterios adoptados y compartidos por todos; porque ella viene, como vimos, no de la nostalgia que paraliza sino de la maduración de una epopeya renovada y vigente.
Hay que recordar que, en el balance a largo plazo de la historia, es el pueblo el que enseña a los dirigentes y no al revés. Ello afirma una evolución de la sociedad civil y sus fuerzas sociales hacia un protagonismo activo, dejando atrás, definitivamente, las caracterizaciones incipientes de una masa pasiva de maniobra partidocratica. Con esto queremos remarcar que los sectores populares, encuadrados en sus múltiples formas organizativas de cooperación y solidaridad, ejercen y ejercerán cada vez más la libertad de construir su poder específico en el orden de su propias ideas, dando prioridad a la dimensión relevante que perciben en los valores sociales y no a los manejos de las distintas cúpulas políticas.
Así, no serán sólo una fuerza organizada y determinada, sino un actor organizador y determinante del conjunto de la comunidad, orientando -en el marco del movimiento de desarrollo nacional- su esfuerzo relevante como productor económico y sujeto social, con experiencia creciente de autoconvocatoria y autogestión. Una nueva etapa que irradiará su influencia, de abajo hacia arriba, en los espacios laborales, vecinales y municipales necesitados de una mayor participación directa y de base para alcanzar una nueva categoría ciudadana y una mejor calidad democrática.
La clave de la educación recíproca
Lo dicho no es utópico, pero tampoco fácil de realizar porque exige un gran impulso de organización de la comunidad del pueblo en un todo de desarrollo permanente. Y como no hay organización sin cuadros, este esfuerzo pasa principalmente por la educación, la formación y la capacitación. Es el único modo de satisfacer y trascender lo meramente reivindicativo en su forma contestataria, y articular las múltiples actividades que constituyen una función integral, en la creación innovadora de espacios de presencia y de poder sin intermediarios parasitarios, clientelitas y corruptos.
La educación es inseparable de una identidad cultural clara, aunque no ideologista, lo que implica revertir años de políticas menores sin identificación con lo propio, que apostaron a la apariencia de una “opinión independiente”. Por fortuna para la comprensión doctrinaria, el lenguaje cotidiano contiene siempre la matriz de una filosofía popular, plena de símbolos y metáforas, con efecto providencial de refugio y arraigo frente a los intentos disolventes del ser nacional. Esto es crucial para la proyección del pueblo como sujeto, en diálogo permanente y creativo con su paisaje singular para crear su personalidad histórica.
Es el principio de una “educación recíproca”, donde cada uno aprende y enseña, a medida que “se conoce a sí mismo” en las vicisitudes de la lucha por la vida y la complejidad de las relaciones humanas en la práctica social concreta, no teórica ni novelada. De este modo, advierte que si su libertad no se integra con la de sus semejantes no sobrevive; y que la contención orgánica de esa libertad exige una actitud responsable como alternativa a la disgregación y el caos.
Esta forma de educación interactiva en el campo sociopolítico, es algo lamentablemente descartado por aquellos “intelectuales” de distintas procedencias, pero ambientados en otras latitudes, y tributarios, con artificios “académicos”, de visiones ideológicas extrañas. En cambio, en los márgenes amplios del pensamiento nacional, aún desde distintas trayectorias, nos comprendemos en lo esencial por lo mismo que deseamos para nuestra patria: soberanía política, justicia social y democracia económica.
El centro de la vida humana es el sentido de pertenencia
Con esta impronta, todo lo popular adquiere un sentido coherente que, a pesar de las incomprensiones “teóricas” por la duda existencial del individualismo acérrimo, se ofrece espontáneamente al entendimiento sensible e intuitivo del hombre argentino, por obra de sus símbolos arquetípicos. Porque sin arraigo social no hay “pueblo protagonista”, ni posiciones tomadas desde el centro de la vida humana que es el sentido de pertenencia.
Desde este punto de encuentro recién es posible comunicar nuestras voces de intimidad y enriquecerlas por la amistad y el compañerismo, sin enajenar nuestra personalidad intransferible. Es un vuelco de fuerzas interiores que traspasa la barrera falaz de la apariencia, y suma sin cesar capacidades, a la vez originales y complementarias, al “nosotros social” capaz de coordinar y concentrar su potencia transformadora.
Es el proceso, también, que nos permite crecer y renovarnos sin perder profundidad, y que promueve el aporte personal que cada uno debe hacer, con toda iniciativa, para salir de la soledad frustrante y de la indiferencia antisocial. Condición inexcusable para exigir, y contribuir a edificar, una sociedad más fructífera, solidaria y segura; superando el maltrato que a veces nos prodigamos y los antagonismos innecesarios y estériles.
La juventud ha redescubierto la importancia de la política como herramienta de cambio y control democrático, cuando la militancia realmente es concebida y vivida con estas virtudes. Le falta ahora, lógicamente, capacitarse y adquirir la experiencia que representa lo esencial de la sabiduría, porque brinda solvencia a las “ideas conductoras”. Este aspecto es fundamental para aprovechar bien el idealismo que suele caracterizar a esta etapa de la vida, ya que sin él resulta demasiado fugaz ante el simple paso del tiempo, que es inexorable.
El rol de la historia, que es la filosofía práctica y la política irrevocable, como lo hemos tratado de resumir en estas reflexiones, ayuda a construir esta experiencia con el aporte de miles de militantes y ciudadanos coprotagonistas del destino argentino. Desconocer la historia, en este sentido, sería creer de manera absurda que la patria nació con uno, y condenarse para siempre a la inmadurez de la ignorancia. Por el contrario, con el respeto consiguiente a las generaciones anteriores se organiza mejor la generación actual, que se articula en un intercambio natural y mutuamente beneficioso.
Es el modo, decía nuestro fundador, de vencer al tiempo, aplicando la fuerza resultante del trabajo conjunto a los mismos objetivos que pretendemos, mientras colaboramos con la pluralidad que merecemos. Esta actitud respetuosa, dialogante y prudente, no excluye la voluntad, la energía y el perfil propio que significan el periodo de la juventud, tan necesario para actualizar, en las nuevas circunstancias, el contenido de nuestras consignas permanentes.
GB