Por Raúl Dellatorre
Los dichos de Mauricio Macri del último martes, prometiendo dejar librado a un mercado sin restricciones tanto el valor como la compra y venta de dólares, provocó críticas de sus oponentes e incómodos intentos de justificación de sus seguidores. Pero, más allá de esa puja, es interesante revisar la propuesta a la luz de los dos modelos que se enfrentarán, según se prevé, en las elecciones presidenciales de octubre. La manifestación del candidato del PRO a favor de eliminar todas las restricciones existentes en el mercado cambiario –a las que los alineados con su posición denominan genéricamente “cepo”– deja entrever el contenido de una propuesta que, aunque no se formule abiertamente, empieza a quedar delineada. En el contexto de disputa económica actual en el mundo, y dado el lugar que ocupa Argentina, manifestaciones como “yo dejo flotar libremente el dólar” o que “hay que cumplir con el fallo de Griesa (el pago a los fondos buitre) y no dar más vueltas” deben interpretarse como la definición de todo un modelo de gestión: la subordinación de las políticas públicas a las decisiones del “mercado”, y una renuncia al control soberano de la política monetaria y cambiaria a manos de los gobiernos centrales que pueden incidir sobre el flujo internacional de capitales.
Diversos estudios han analizado, en un sistema capitalista globalizado como el actual, cómo inciden en las políticas públicas la inestabilidad financiera y la volatilidad de las corrientes de inversión especulativa. Uno de los autores de mayor repercusión en esta materia es Joseph Stiglitz (Premio Nobel de Economía y ex economista jefe del Banco Mundial), quien vinculó con precisión académica las dificultades que se presentan, en contextos de apertura plena a los movimientos de entrada y salida de capitales, para la aplicación de instrumentos de políticas monetarias anticíclicas. Esto es, la incapacidad que se autoimpone un gobierno que renuncia a controlar el mercado cambiario (la puerta de entrada y salida de los capitales) para enfrentar o, al menos, morigerar la volatilidad de las divisas. Según apunta el propio Stiglitz, y lo corroboran diversas experiencias en el mundo, el flujo dominante de capitales en el mundo se caracteriza, precisamente, por su cortoplacismo y su tendencia a “seguir la corriente”: si ven que otros salen de un país, tienden a salir por las dudas. Es lo que suele describirse como “movimiento en manada”, lo que los convierte en más peligrosos. Hasta el propio FMI, que hasta no hace tanto condenaba sin reparos cualquier forma de intervención estatal, pasó a admitir la “conveniencia de regulaciones prudenciales” ante estas circunstancias.
Los especialistas que le acercan argumentos de campaña a Mauricio Macri parecieran no haber tomado nota de la novedad.
Quienes apoyan la idea de liberalización plena de los mercados de capitales “son los que, en general, realzan el predominio del mercado por sobre los estados y el destino inexorable hacia una globalización irrestricta”, advirtió, en un minucioso estudio, Mariano Borzel hace ya unos años (“El Manejo de la Cuenta Capital, enseñanzas recientes y desafíos para Argentina”, Cefid.Ar, diciembre de 2005). El “predominio del mercado” alude a que se pone en manos de la especulación la definición de un valor tan fundamental para la política económica como el tipo de cambio. Lo de la “globalización irrestricta” refiere a que, en un esquema sin regulación estatal, la oferta estará dada por los dólares que provengan del exterior: vía inversiones (directas, las menos, o especulativas, predominantes) o por préstamos externos (endeudamiento del gobierno o del sector financiero para atender la demanda de divisas).
Lo que postuló Macri en sus declaraciones radiales es que sería tanta la confianza en el país, que las inversiones externas superarían la demanda interna de dólares. Pero aun este ilusorio escenario no eludiría el riesgo de volatilidad de corto plazo. A cualquier grupo de poder con apetencia de devaluación, le bastaría con incorporar demanda excedente de dólares durante unos pocos días para hacer escalar su valor; el resto lo acompañará cuando lo vea trepar, por el comportamiento en manada que describiera Stiglitz. ¿Hasta qué nivel? Al valor que más le convenga a la rentabilidad de esos sectores dominantes, que pocas veces coincide –si alguna– con los intereses de la mayoría. El aumento de precios internos (que se ajustarán en función del dólar “libre”) y la concentración económica serían, en ese esquema, los mecanismos de transferencia de ingresos desde las mayorías hacia esos grupos dominantes.
Bajo este mismo esquema, no es difícil imaginar cómo se piensa pagar la deuda con los fondos buitre conforme a las condiciones fijadas por el juez Griesa: los dólares se conseguirán vía endeudamiento o en “el mercado”, donde siempre es posible obtenerlos pagando un precio más alto. ¿Quién paga el costo? El mismo mecanismo de transferencia intersectorial ya descripto, controlado por los grupos dominantes, dará la respuesta.
Pero la propuesta económica de Macri no se explicita de ese modo. El candidato del PRO, en la misma entrevista, explicó que la liberalización cambiaria trae inversiones, las inversiones traen fábricas y éstas generan empleo y la solución a la pobreza. Sencillo. Directo. Las experiencias recientes de bancos y sociedades de Bolsa apostando a la especulación y a la fuga, entidades sojeras justificando el ocultamiento de cosechas y liquidación de exportaciones, empresas petroleras fraguando operaciones de cambio para “marcar” un valor más alto para el dólar y así provocar una devaluación no están incorporados a esa proyección. Como si no constituyeran conductas típicas de ese sector dominante al que se le va a confiar el control del mercado cambiario.
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