El filólogo italiano apunta al periodismo en su nueva novela, ‘Número Cero’. En ella habla de cómo se trata hoy la política, a base de sospechas y cotilleos.
Una táctica que no es nueva, pero que Internet ha convertido en más creíble. Eco traza la historia de un editor que monta un periódico con el que chantajea a sus adversarios.
Por Juan Cruz
Fotos: Roberto Magliozzi
Umberto Eco tiene a la entrada de su casa de Milán, antes de su desfiladero de libros, el periódico de su pueblo (Alessandria, en el Piamonte), que recibe diariamente. Cuando le pedimos fotos de su juventud se fue a un ordenador, que es el centro borgiano de su aleph particular, su despacho, y encontró las fotos que lo llevan al principio mismo de su vida, cuando era un crío de pañales. Todo lo hace con eficacia y buen humor, y rápidamente; lleva en la boca, casi siempre, el tabaco apagado con el que seguramente huye del tabaco. Tiene una inteligencia directa, no rehúye nada, ni hace circunloquios. Acostumbrado a pesar las palabras, las dice como si le vinieran dadas por un ejercicio intelectual que tiene su reflejo en los pasillos superpoblados de esta casa que se parece al paraíso de los libros.
Ya tiene 83 años; ha adelgazado, pues lleva una dieta que lo alejó del whisky (con el que a veces almorzaba) y de otros excesos, así que muestra el estómago achatado como una gloria conquistada en una batalla sin sangre. Es uno de los grandes filólogos del mundo; desde muy joven ganó notoriedad como tal, pero un día quiso demostrar que el movimiento narrativo se demuestra andando y publicó, con un éxito planetario, la novela El nombre de la rosa (1980), cuyo misterio, cultura e ironía asombraron al mundo.
Paseamos junto al escritor. Física y metafóricamente. Recorremos junto a él la imponente librería de su casa en Milán, donde también reposan algunos de sus libros más exitosos, como El péndulo de Foucault y Apocalípticos e integrados. En las mismas baldas también está su nueva novela, Número Cero, que Lumen publica el 9 de abril, una ficción sobre el periodismo inspirada en la realidad. Una mirada a la información en el siglo XXI y a Internet, campo de batalla de las ideas, las noticias y las falsedades. Controlar la veracidad de lo que aparece en la Red es, para Eco, imprescindible. Una tarea a la que deberían dedicarse los periódicos tradicionales, para que estos sigan siendo, en el futuro, garantes de la democracia, la libertad y la pluralidad.
Desde ese éxito que hubiera envanecido a cualquiera no ha dejado de trabajar, como filólogo y como novelista, y desde entonces el profesor Eco es también el novelista Eco; ahora aparece (en numerosos países del mundo, y en este momento en España) con una nueva novela que le nace desde el centro mismo de sus intereses ciudadanos: él se siente un periodista cuyo compromiso civil le ha llevado durante décadas a hacer autocrítica del oficio; su novela Número Cero (traducción de Helena Lozano) pinta a un editor que monta un periódico que no saldrá, pero cuya presencia le sirve al magnate para intimidar y chantajear a sus adversarios. ¿Puede pensarse legítimamente en que en ese editor está la metáfora de Berlusconi, el gran magnate de los medios en Italia?, le pregunté a Eco. El profesor dijo: “Si quiere ver en Vimecarte un Berlusconi, adelante, pero hay muchos Vimecarte en Italia”.
Una novela sobre el periodismo. ¿Por qué? Llevo escribiendo críticas del oficio desde los años sesenta, además de tener en el bolsillo el carné de periodista. Con Piero Ottone mantuve un buen debate polémico sobre la diferencia entre noticia y comentario. Escribir sobre cierto tipo de periodismo era una idea que me rondaba en la cabeza desde siempre. Hay lectores que han encontrado en Número Cero el eco de muchos artículos míos, cuya sustancia he utilizado porque ya se sabe que la gente se olvida mañana de lo que leyó hoy. De hecho, algunos me han alabado. Por ejemplo, hay quienes han aplaudido lo que escribo del desmentido en prensa, ¡y de eso escribí lo mismo hace quince años! Así que abordé el tema porque lo llevo conmigo. Hasta el principio del libro es muy mío, pues ese episodio en que el agua no sale del grifo era también el principio de El péndulo de Foucault. Por aquel entonces alguien me dijo que no era una buena metáfora, y la quité; pero, para Número Cero, me gustó esa idea, el agua que se retiene en el grifo y no sale, y tú esperas que al menos salga una gota. Me gustó esa idea, bajé al sótano, encontré aquel primer manuscrito y la volví a usar. Todo es así: en la discusión que hay con Bragadoccio [un periodista clave en la trama de Número Cero] sobre qué coche comprar, lo que escribo es un listado que hice en los años noventa cuando yo mismo no sabía qué automóvil quería…
La novela está llena de referencias al cinismo del editor que pone en marcha un periódico para extorsionar… Para chantajear… Tenía en mi mente a un personaje de la historia de Italia, Pecorelli, un señor que hacía una especie de boletín de agencia que jamás acababa en los quioscos. Pero sus noticias terminaban en la mesa de un ministro y se transformaban enseguida en chantaje. Hasta que un día fue asesinado. Se dijo que fue por orden de Andreotti, o de otros… Era un periodista que hacía chantajes y no precisaba llegar a los quioscos: bastaba con que amenazara con difundir una noticia que podría ser grave para los intereses de otro… Al escribir el libro pensaba en ese periodismo que existió siempre y que en Italia recibió recientemente el nombre de “máquina del fango”.
¿En qué consiste? En que para deslegitimar al adversario no hace falta que lo acuses de matar a su abuela o de que es un pedófilo: es suficiente con difundir sospecha sobre sus actitudes cotidianas. En la novela aparece un magistrado (que existió en realidad) sobre el que se lanzan sospechas, pero no se lo descalifica directamente, se dice simplemente que es estrafalario, que usa calcetines de colores… Es un hecho verdadero, consecuencia de la máquina del fango.
El editor, el director del periódico que no llega a salir, dice a través de su testaferro: “Es que la noticia no existe, es el periodista el que la crea”. Sí, naturalmente. Mi novela no es solo un acto de pesimismo sobre el periodismo de fango; acaba con un programa de la BBC, que es un ejemplo de buen hacer. Porque hay periodismo y periodismos. Lo llamativo es que cuando se habla del malo, todos los periódicos tratan de hacer creer que se está hablando de otros… Muchos diarios se han reconocido en Número Cero, pero han hecho como que estaba hablando de otro.
El periodista en concreto está retratado también como un paranoico en busca de historia cueste lo que cueste, y babea cuando cree encontrarla… Ocurre cuando Bragadoccio encuentra la autopsia de Mussolini… Siempre he dicho, también cuando escribía novelas históricas, que la realidad es más novelesca que la ficción. En La isla del día antes describo a un personaje haciendo un extraño experimento para descubrir las longitudes; es muy cómico, y la gente dijo: “Mira qué bonita la invención de Eco”. Pues era de Galileo, que también tenía ideas locas de vez en cuando y había inventado esta máquina para vendérsela a los holandeses. Si buceas en la historia puedes hallar episodios más dramáticos, más cómicos, y también más verdaderos, que los que puede inventar cualquier novelista. Por ejemplo, mientras busqué material para Número Cero hallé la autopsia entera de Mussolini. Ningún narrador de la pesadilla y del horror ha conseguido jamás imaginarse una historia como esta, y es verdadera. Y se la serví al personaje Bragadoccio, periodista de investigación, que babeaba mientras la iba utilizando para su crónica sobre la conspiración que se inventó.
Y usted no la inventó, claro. Está en Internet, es así. Luego es muy fácil imaginar que un personaje tan paranoico y tan obsesivo como ese periodista empiece a gozar tanto de la autopsia como de las calaveras que encuentra en la iglesia de Milán por donde pasa su historia. También en este caso de la iglesia todo es verdadero: he intentado dibujar una Milán secreta, con esas calles, esas iglesias, que albergan realidades que parecerían fantasías…
Una táctica que no es nueva, pero que Internet ha convertido en más creíble. Eco traza la historia de un editor que monta un periódico con el que chantajea a sus adversarios.
Por Juan Cruz
Fotos: Roberto Magliozzi
Umberto Eco tiene a la entrada de su casa de Milán, antes de su desfiladero de libros, el periódico de su pueblo (Alessandria, en el Piamonte), que recibe diariamente. Cuando le pedimos fotos de su juventud se fue a un ordenador, que es el centro borgiano de su aleph particular, su despacho, y encontró las fotos que lo llevan al principio mismo de su vida, cuando era un crío de pañales. Todo lo hace con eficacia y buen humor, y rápidamente; lleva en la boca, casi siempre, el tabaco apagado con el que seguramente huye del tabaco. Tiene una inteligencia directa, no rehúye nada, ni hace circunloquios. Acostumbrado a pesar las palabras, las dice como si le vinieran dadas por un ejercicio intelectual que tiene su reflejo en los pasillos superpoblados de esta casa que se parece al paraíso de los libros.
Ya tiene 83 años; ha adelgazado, pues lleva una dieta que lo alejó del whisky (con el que a veces almorzaba) y de otros excesos, así que muestra el estómago achatado como una gloria conquistada en una batalla sin sangre. Es uno de los grandes filólogos del mundo; desde muy joven ganó notoriedad como tal, pero un día quiso demostrar que el movimiento narrativo se demuestra andando y publicó, con un éxito planetario, la novela El nombre de la rosa (1980), cuyo misterio, cultura e ironía asombraron al mundo.
Paseamos junto al escritor. Física y metafóricamente. Recorremos junto a él la imponente librería de su casa en Milán, donde también reposan algunos de sus libros más exitosos, como El péndulo de Foucault y Apocalípticos e integrados. En las mismas baldas también está su nueva novela, Número Cero, que Lumen publica el 9 de abril, una ficción sobre el periodismo inspirada en la realidad. Una mirada a la información en el siglo XXI y a Internet, campo de batalla de las ideas, las noticias y las falsedades. Controlar la veracidad de lo que aparece en la Red es, para Eco, imprescindible. Una tarea a la que deberían dedicarse los periódicos tradicionales, para que estos sigan siendo, en el futuro, garantes de la democracia, la libertad y la pluralidad.
Desde ese éxito que hubiera envanecido a cualquiera no ha dejado de trabajar, como filólogo y como novelista, y desde entonces el profesor Eco es también el novelista Eco; ahora aparece (en numerosos países del mundo, y en este momento en España) con una nueva novela que le nace desde el centro mismo de sus intereses ciudadanos: él se siente un periodista cuyo compromiso civil le ha llevado durante décadas a hacer autocrítica del oficio; su novela Número Cero (traducción de Helena Lozano) pinta a un editor que monta un periódico que no saldrá, pero cuya presencia le sirve al magnate para intimidar y chantajear a sus adversarios. ¿Puede pensarse legítimamente en que en ese editor está la metáfora de Berlusconi, el gran magnate de los medios en Italia?, le pregunté a Eco. El profesor dijo: “Si quiere ver en Vimecarte un Berlusconi, adelante, pero hay muchos Vimecarte en Italia”.
Una novela sobre el periodismo. ¿Por qué? Llevo escribiendo críticas del oficio desde los años sesenta, además de tener en el bolsillo el carné de periodista. Con Piero Ottone mantuve un buen debate polémico sobre la diferencia entre noticia y comentario. Escribir sobre cierto tipo de periodismo era una idea que me rondaba en la cabeza desde siempre. Hay lectores que han encontrado en Número Cero el eco de muchos artículos míos, cuya sustancia he utilizado porque ya se sabe que la gente se olvida mañana de lo que leyó hoy. De hecho, algunos me han alabado. Por ejemplo, hay quienes han aplaudido lo que escribo del desmentido en prensa, ¡y de eso escribí lo mismo hace quince años! Así que abordé el tema porque lo llevo conmigo. Hasta el principio del libro es muy mío, pues ese episodio en que el agua no sale del grifo era también el principio de El péndulo de Foucault. Por aquel entonces alguien me dijo que no era una buena metáfora, y la quité; pero, para Número Cero, me gustó esa idea, el agua que se retiene en el grifo y no sale, y tú esperas que al menos salga una gota. Me gustó esa idea, bajé al sótano, encontré aquel primer manuscrito y la volví a usar. Todo es así: en la discusión que hay con Bragadoccio [un periodista clave en la trama de Número Cero] sobre qué coche comprar, lo que escribo es un listado que hice en los años noventa cuando yo mismo no sabía qué automóvil quería…
La novela está llena de referencias al cinismo del editor que pone en marcha un periódico para extorsionar… Para chantajear… Tenía en mi mente a un personaje de la historia de Italia, Pecorelli, un señor que hacía una especie de boletín de agencia que jamás acababa en los quioscos. Pero sus noticias terminaban en la mesa de un ministro y se transformaban enseguida en chantaje. Hasta que un día fue asesinado. Se dijo que fue por orden de Andreotti, o de otros… Era un periodista que hacía chantajes y no precisaba llegar a los quioscos: bastaba con que amenazara con difundir una noticia que podría ser grave para los intereses de otro… Al escribir el libro pensaba en ese periodismo que existió siempre y que en Italia recibió recientemente el nombre de “máquina del fango”.
¿En qué consiste? En que para deslegitimar al adversario no hace falta que lo acuses de matar a su abuela o de que es un pedófilo: es suficiente con difundir sospecha sobre sus actitudes cotidianas. En la novela aparece un magistrado (que existió en realidad) sobre el que se lanzan sospechas, pero no se lo descalifica directamente, se dice simplemente que es estrafalario, que usa calcetines de colores… Es un hecho verdadero, consecuencia de la máquina del fango.
El editor, el director del periódico que no llega a salir, dice a través de su testaferro: “Es que la noticia no existe, es el periodista el que la crea”. Sí, naturalmente. Mi novela no es solo un acto de pesimismo sobre el periodismo de fango; acaba con un programa de la BBC, que es un ejemplo de buen hacer. Porque hay periodismo y periodismos. Lo llamativo es que cuando se habla del malo, todos los periódicos tratan de hacer creer que se está hablando de otros… Muchos diarios se han reconocido en Número Cero, pero han hecho como que estaba hablando de otro.
El periodista en concreto está retratado también como un paranoico en busca de historia cueste lo que cueste, y babea cuando cree encontrarla… Ocurre cuando Bragadoccio encuentra la autopsia de Mussolini… Siempre he dicho, también cuando escribía novelas históricas, que la realidad es más novelesca que la ficción. En La isla del día antes describo a un personaje haciendo un extraño experimento para descubrir las longitudes; es muy cómico, y la gente dijo: “Mira qué bonita la invención de Eco”. Pues era de Galileo, que también tenía ideas locas de vez en cuando y había inventado esta máquina para vendérsela a los holandeses. Si buceas en la historia puedes hallar episodios más dramáticos, más cómicos, y también más verdaderos, que los que puede inventar cualquier novelista. Por ejemplo, mientras busqué material para Número Cero hallé la autopsia entera de Mussolini. Ningún narrador de la pesadilla y del horror ha conseguido jamás imaginarse una historia como esta, y es verdadera. Y se la serví al personaje Bragadoccio, periodista de investigación, que babeaba mientras la iba utilizando para su crónica sobre la conspiración que se inventó.
Y usted no la inventó, claro. Está en Internet, es así. Luego es muy fácil imaginar que un personaje tan paranoico y tan obsesivo como ese periodista empiece a gozar tanto de la autopsia como de las calaveras que encuentra en la iglesia de Milán por donde pasa su historia. También en este caso de la iglesia todo es verdadero: he intentado dibujar una Milán secreta, con esas calles, esas iglesias, que albergan realidades que parecerían fantasías…
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