Un avión DC3 que perteneció a la Armada, actualmente en Ushuaia.
Pombo hizo la conscripción en 1977 en Ezeiza y, en esta entrevista, cuenta cómo eran los operativos en los que los secuestrados eran trasladados. “Entraban camiones con gente. Iban para el hangar y más o menos a la hora salían los aviones”, dijo.
Por Alejandra Dandan
Héctor Augusto Pombo hacía la colimba en 1977 en la Base Aeronaval de Ezeiza. Tenía 18 años. Después de un período de instrucción en Punta Indio pasó a hacer tareas administrativas con oficiales de carrera en el hangar de la Armada. No conoció de mecánica de aviones pero sí conoció, por ejemplo, el DC3, uno de los aviones de los vuelos de la muerte. Sabía reconocer el sonido y le corrió escalofríos un día, en pleno vuelo, cuando un suboficial parado frente a la puerta abierta le tocó la espalda y le dijo que con un empujón tiraban a los paracaidistas. Pombo tiene ahora 57 años. Y una bruma espantosa en la voz. La semana pasada habló de todo esto frente a los jueces del juicio ESMA, por video conferencia desde Mendoza, pero su aporte más importante fue otro relato sobre los camiones de la muerte.
–¿Cuál era su función en Ezeiza?
–En el ’77, hice el servicio militar, en Punta Indio la instrucción y después me derivaron a Ezeiza. Me dijeron de trabajar en una oficina con unos oficiales ayudando a un cabo en tareas administrativas. Las oficinas en realidad eran parte del hangar donde estaban los aviones. Y lo llamativo, lo que en realidad declaré, lo raro que me pasó, es que nosotros habitualmente hacemos guardias. Yo hacía menos que los demás, porque los que venían de las provincias no iban a sus casas. Yo me iba todos los días a mi casa y volvía y ellos trataban de quedarse en las guardias.
–¿Qué sucedió?
–En dos o tres oportunidades, nos sacaban a los conscriptos de las guardias. Nos reemplazaban por los militares de carrera, digamos. Nos encerraban en el lugar donde dormíamos. Ponían marineros en la puerta para que no pudiéramos salir. Y en las ventanas. Y nos decían que no podíamos salir. Nos llamaba mucho la atención lo que sucedía, ¿por qué nos encerraban? Entonces todos nos asomábamos por las ventanas, que eran unos ventiluces en los baños, para ver qué pasaba. Y por la guardia entraban camiones con gente. Iban para el hangar y más o menos a la hora, salían los aviones y ahí se retiraban los camiones. Nosotros, yo, supuse en ese momento que eran traslados de detenidos. Que los llevaban a otra provincia, a otro lugar. Nos asustaban muchísimo. Nos decían los marineros que no podíamos ni hablar ni preguntar, que si alguno nos veía mirando por las ventanas... Eso es lo que más llamaba la atención: el miedo, la forma en la que nos asustaban. Lo que veíamos no nos parecía tan grave, pero después con los años y las cosas que se fueron conociendo, uno ató hilos y vio qué es lo que podía pasar.
–¿Qué entendió de aquello?
–Yo entendí con los años, cuando se empezó a hablar de los vuelos de la muerte que debería ser eso. Por esa cosa de tanto miedo que generaban. Que no podíamos mirar. Que nadie nos podía ver que mirábamos esos camiones con la gente.
Quienes trabajan en la causa ESMA saben que los Electras, los DC3 y los helicópteros se usaron en los vuelos de la muerte, porque cumplían con las dos condiciones principales: autonomía de vuelo y capacidad de lanzar cargamento en vuelo. La Base Aeronaval de Ezeiza (BAEZ) es uno de los lugares de despegue que está en investigación. Ezeiza era la sede de la Segunda Escuadrilla Aeronaval de Sostén Logístico Móvil (EA52) con aeronaves Fellowship Fokker F-28, Hawker Siddeley HS-125 Domine y Douglas DC3. La escuadrilla pertenecía a la Fuerza Aeronaval 3. Uno de los acusados de este juicio es Rubén Ricardo Ornello, suboficial retirado de la Armada, mecánico aeronáutico de esa escuadrilla aeronaval.
–¿Qué llegaron a ver de los camiones? ¿A qué hora era?
–Me preguntaron eso en el juicio. Un abogado (de la defensa) me hostigó mucho. Me pedía mucho detalle. Yo le expliqué cuál era la situación, que era de noche. Que casi no podíamos mirar. Que los pibes se asomaban así, se empujaban. Decían: ¡el camión!, ¡camiones con gente!. El abogado me preguntaba cada vez con más detalle y en realidad creo que me quería llevar a un nivel de detalle en el que yo dijera que no sabía.
–¿Podían ver el traspaso de los camiones al avión?
–No, porque los camiones hacían un recorrido por afuera del caminito por el que íbamos nosotros, el camino al hangar, por afuera. A los hangares se entraba por atrás. A partir de ahí no se ve nada. Lo que se oía es que una hora más tarde más o menos salían los aviones.
–¿Qué aviones eran? Usted mencionó a los DC3.
–Yo no entendía de aviones, de mecánica. Lo que pasa es que estuve un año ahí. Sí puedo reconocer en una foto cuál era el avión. Yo viajé en ese avión. Me llevaron una semana a Ushuaia. Yo viajé en ese avión. Se podía viajar con la puerta abierta. Y tenía como una manija para agarrarse. Y uno podía estar en la puerta agarrado.
–¿Le tocó viajar agarrado?
–En realidad, un suboficial, creo que estaba ahí, me mostró que uno se podía agarrar de ahí y a mí me dio mucha impresión porque me tocó la espalda y me dijo que con un empujón tiraban a los paracaidistas. Que así era.
–¿Podría decir entonces si el sonido del avión era el mismo del que oían despegar?
–Sí, sí.
–¿Era familiar?
–No era habitual que despegaran aviones de noche. Y eso coincidía con estos momentos. Yo até cabos después cuando se empezaron a conocer las cosas. Que los encierros que nos hacían, esa cosa tan peligrosa de los camiones, la hora de salida y que después se iban los camiones.
–¿Con qué frecuencia pasaba?
–Yo hice pocas guardias. Deduje que si yo, que hacía pocas guardias, lo viví tres veces, los demás chicos que hacían muchas guardias lo habrían visto más.
–¿Que días hizo guardias?
–No, no sé.
–¿Cuántas personas vio que podían entrar en el avión?
–Este no tenía asientos. Tenía dos o tres aislados. Era como para un grupo grande. Podían ir como en las películas que van los paracaidistas en el piso a los costados. Y van acercándose a la puerta. Es un avión chico.
–¿Veinte personas?
–Por ahí más.
–Los sobrevivientes mencionan que cuando los guardias llamaban a los detenidos para los traslados, los grupos podían ser de cuarenta personas.
–Tal vez sí. Es muy difuso el recuerdo. Entran camiones con gente. El sonido sí se notaba del camión, porque el sonido cuando va cargado, lleno, a cuando va vacío, se notaba. Va más ligero cuando el camión descarga. Y eso sí se notaba por la velocidad en que iban los camiones que habían descargado. Que estaban vacíos. Por el sonido del camión te dabas cuenta.
–¿Quiere decir algo más?
–Con los años se supieron muchas cosas. Se empezó a hablar de los vuelos de la muerte. Me parece una cosa monstruosa que alguien sea capaz de tirar a otro ser humano vivo de un avión al agua, me parece monstruoso. Todas estas sensaciones que tengo ahora no las tenía en ese momento, no conocía nada de eso.
16/03/15 Página|12
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