Por Eduardo Febbro
Página/12 En México
Desde México DF
Un libro para jóvenes, una novela trepidante, artículos periodísticos de una gran calidad analítica, reflexiones sobre el fútbol dignas de una enciclopedia filosófica, textos sobre el rock o la dudosa cultura digital y un compromiso político con su país sin concesiones, el escritor mexicano Juan Villoro es una fuente narrativa de una exquisita fineza. Villoro es, también, uno de los intelectuales mexicanos que encabezan esa corriente moderna de crítica radical al estado que surgió en México a la par de las revelaciones sobre los asesinatos y desapariciones masivas de personas. Ganador de los premios Villaurrutia y, en 2004, Herralde por su novela El testigo, Juan Villoro tiene una obra copiosa tejida mediante una variedad de temas que, según explica, lo salvan de su eterno temor al aburrimiento y la repetición. No hay nada reiterativo en la obra y la narrativa verbal de este autor que combina una infinita fantasía con un rigor estricto atravesado siempre por un sentido del humor poco común en estos tiempos. Villoro es un autor de juegos y enigmas para renovar nuestra mirada de la realidad, un autor fronterizo cuya escritura lo lleva al lector a conquistar mundos. Habla con una puntualidad pedagógica y profunda sin que el tema, la política, el fútbol o la literatura, modifiquen su actitud. El guatemalteco Augusto Monterroso fue maestro de Villoro en un taller literario organizado por la Universidad de México (UNAM). Hay, entre ambas obras, lazos restauradores. Desde la primera novela publicada en 1991, El disparo del dragón, hasta la última aparecida el año pasado, Apocalipsis (todo incluido) Juan Villoro publicó seis novelas, seis libros de cuentos y varias recopilaciones de sus artículos periodísticos. Para este autor, la mejor novela de la historia es El Quijote, el mejor gol del mundo el que marcó Maradona en el Mundial de México, y la vida puede definirse exactamente como un partido de fútbol con sus 90 minutos de duración, sus escasos 10 minutos de sueño y la figura del árbitro como emblema del sistema de injusticias de la existencia. En esta entrevista a Página/12 realizada en la espléndida biblioteca del Colegio Nacional de México, Juan Villoro desmenuza este México de hoy, lo mejor de la literatura, la necesidad de salvar al lenguaje de las palabras y las conexiones secretas entre el fútbol y la vida misma.
–Usted dijo hace poco que si México no daba un paso atrás se caía al abismo. La imagen es densa y esboza una sociedad en un momento crítico.
–La sociedad entera da la impresión de estar al borde del abismo. Por un lado, el gobierno no tiene respuestas a los muchos problemas nacionales, por el otro, tampoco hay una oposición cívica, democrática, que haya encauzado una protesta de tal forma que podamos vislumbrar un horizonte de futuro. Estamos al borde del estallido o al filo del abismo.
–¿Para usted, lo que ocurrió en Iguala con los 43 estudiantes de Ayotzinapa asesinados y desaparecidos es el resultado o la convergencia de qué otros factores?
–Creo que en Ayotzinapa se cristalizaron tres factores de la historia reciente de México. Uno, es el desgaste acumulado de la violencia. El presidente Felipe Calderón estuvo como mandatario de 2006 a 2012 y salió del poder dejando atrás 80 mil muertos y 30 mil desaparecidos. Estas cifras han ido aumentando con el tiempo. En esta situación de desgaste terrible Ayotzinapa representó un basta ya, fue la gota que acabó derramando un vaso que se había colmado. Pero también está el tema de los 43 estudiantes desaparecidos, esos normalistas, es decir, futuros maestros. Entonces ¿qué sucede con un país que pierde lo mejor que puede tener, o sea, aquellas personas que enseñan a escribir y a leer? Yo creo que eso significa en el imaginario colectivo la derrota de la esperanza, la cercenación de un capital de futuro de la sociedad. Y por último –y quizá lo más determinante–, los muchachos fueron entregados al crimen organizado por la policía. Esto habla de la total connivencia de los supuestos representantes de la ley y los delincuentes. Estos tres factores son decisivos para entender el tema de la violencia y la indignación que produjo Ayotzinapa.
–En México desaparece hoy, por una u otra razón, una persona cada cuatro horas aproximadamente. México se ha vuelto hoy el país de los de- saparecidos. Paradójicamente, en los años ’70 y ’80, el país acogió de forma muy generosa a los refugiados políticos que huían de las dictaduras de América del Sur que hacían desaparecer a sus ciudadanos.
–México es un país esquizofrénico. En los años 70, el gobierno del presidente Luis Echeverría les daba asilo político a perseguidos de Argentina, Brasil y otros países. Al mismo tiempo, en esos mismos años, había una guerra sucia contra los guerrilleros y los militantes políticos en el Estado de Guerrero. Por un lado, el país tenía una política de refugio para los perseguidos políticos y, por el otro lado, era un país represor. Afuera de Acapulco había una base aérea de donde se sacaban a los disidentes para arrojarlos al mar con las mismas técnicas que se usaron en América del Sur. México es ese país extraño donde aparentemente hay una superficie progresista, una superficie de de-sarrollo, donde hay acuerdos colectivos, y, luego, hay un México soterrado, profundo, un México de injusticia, de desigualdad y de represión. Yo crecí en tiempos en que México daba asilo a los refugiados chilenos. La utopía mexicana era la de un país de asilo, pero hoy en día ese país de asilo se ha convertido en un país donde la gente desaparece. Es dramático que no haya mayor alarma al respecto. Estamos en un país donde la vida vale muy poco. La vida se ha depreciado totalmente en México y no hay ninguna responsabilidad social por parte del Estado de decir “basta ya”. A mí me sorprendió la respuesta del presidente francés François Hollande cuando, luego de los asesinatos en el semanario Charlie Hebdo, él encabezó una gran manifestación con millones de personas. Hollande hace suyo el dolor. Podemos pensar que es un gesto retórico, demagógico, pero, al final de cuentas, es poner en valor la pérdida de las vidas. Nosotros no hemos visto al presidente de México encabezar ninguna protesta ni salir a la calle. Cuando ocurrieron los asesinatos de los 43 estudiantes, el presidente no se trasladó a Iguala, no salió a las calles, no decretó tres días de luto nacional, ni siquiera interrumpió su viaje a China. Hay una total indiferencia ante lo que realmente pasa en la sociedad.
–¿Qué explica los recurrentes levantamientos y guerrillas que se dan en el Estado de Guerrero? ¿Por qué allí y no en otros lugares del país?
El Estado de Guerrero es emblemático. Es un estado muy rico, donde está el puerto de Acapulco, que ha sido un enclave turístico de fama mundial. Y al mismo tiempo, es uno de los estados más rezagados en educación, en situación de los campesinos. Es un estado de enorme contraste social y económico donde el poder político se ha ejercido a nivel de cacicazgos, con mandos verticales, autoritarios, que no se someten a ningún control alterno. Hay impunidad total. También ha sido un estado que ha conocido una gran resistencia social y política con organizaciones populares que lucharon por sus derechos. Muchas veces lo hicieron desde un punto de vista cívico, pero cuando no encontraron cauce para su descontento han optado por la guerrilla. Estas guerrillas han sido sucesivamente reprimidas pero no han dejado de aflorar. En Guerrero tenemos una situación de péndulo muy tensa. Por un lado, hay una economía exitosa en lo que se refiere a la alta burguesía relacionada con el turismo, muy vinculada con poderes autocráticos. Del otro lado, hay un pueblo que resiste y está, a todo momento, dispuesto a una posible insurgencia. Esa tensión ha dado lugar a un sistemático ajuste de cuentas por parte del poder. En otros lugares del país hay una violencia más selectiva, hay una violencia donde quienes cometen crímenes quieren que se vea para propagar el terror. Una banda que decapita personas será conocida como la decapitadora y ellos van a establecer una gramática del miedo, un lenguaje que permite identificarlos. Ellos buscan tener una resonancia a través de la violencia identificada. En el caso de Guerrero es distinto. Ha sido una guerra de exterminio, una guerra de desaparición del adversario. Esa es una especificidad regional terrible. Desde que se empezaron a buscar a los 43 muchachos desaparecidos se encontraron unas 40 fosas. Eso tiene que ver con una guerra de desaparición. El actual gobernador provisional del estado fue un desaparecido.
–¿Qué valor, qué articulación tiene aún la palabra para un intelectual en un país tan afectado por la violencia? ¿La palabra aún sirve, salva, alivia, abre un espacio para el sueño colectivo?
–La palabra está totalmente amenazada por una sencilla razón: todo el mundo puede usarla. A diferencia del músico que compone con notas, el escritor se sirve de las mismas palabras que envilecen los políticos y degradan los publicistas. Creo que el secreto de la cultura consiste en que ese lenguaje degradado puede volver a adquirir vitalidad y volver a decir cosas nuevas. El trabajo de los escritores es tratar de darles nueva vida a palabras que han sido mancilladas y abusadas. En México, el gobierno ha usado una frase para lo que sucedió en Ayotzinapa. Es la expresión “verdad histórica”. Ha habido un informe totalmente insuficiente, no comprobado, lleno de contradicciones y de lagunas sobre lo que pasó en Ayotzinapa. Y a esta muy precaria información se le llama “verdad histórica”. Eso es distorsionar y falsear las palabras creando una propaganda de algo que, finalmente, es un sinsentido. Lo que debemos hacer los periodistas y los escritores es tratar de demostrar que las palabras todavía sirven. Yo creo en eso. En 1994, cuando el Ejército Zapatista se levantó en armas, apareció un nuevo discurso en la escena. Era un nuevo discurso desde el punto de vista moral y del uso de las palabras, era un discurso que utilizaba el sentido del humor, elementos mágicos que parecían tomados de la literatura de Gabriel García Márquez, un sentido ético quizás derivado del Evangelio y la Biblia de los pobres. Había una renovación del discurso. El Subcomandante Marcos renovó el discurso en un momento en que las palabras habían agotado su sentido. Y no es casual que haya sido un poeta como Javier Sicilia quien encabezó el Movimiento por la Paz con Justicia y Dignidad, y quien haya dado también un nuevo valor a las palabras, incluyendo a expresiones tan populares como “estamos hasta la madre”. Esa expresión tan mexicana que podemos decir en cualquier cantina se convirtió en el emblema de un movimiento. Debemos luchar por eso. No podemos dejar que el lenguaje sea secuestrado por las palabras. Los escritores debemos ser críticos hacia la realidad, pero también mantener la esperanza, el juego, el sentido lúdico de la vida, el erotismo, el sentido del humor. Debemos demostrar que, incluso en los peores momentos, podemos convocar la felicidad. Ese es un acto de resistencia muy importante.
–México tiene una historia magnífica de movilizaciones cívicas y populares. Su historia está llena de millones de personas marchando por el país. ¿Qué viene después de Ayotzinapa? ¿Otro país?
–Creo que Ayotzinapa creó una suerte de república del sentimiento y eso llevó a muchas personas a unirse a la indignación. Ahora, la gran pregunta es ¿cómo convertimos eso en política? Esto ocurre en un momento en que los partidos políticos están totalmente degradados. Hay un enorme descrédito de la clase política y la gente no quiere hacer política. La gente quiere protestar, pero no sabe cómo encauzar la protesta. La gran es pregunta es saber si habrá un gran movimiento ciudadano que transforme el país. Hay atisbos importantes. Javier Sicilia y sectores progresistas de la Iglesia se han involucrado para una reforma de la Constitución. Otros grupos están buscando respuestas diferentes. Hay un gran tema hoy en México y es que el país está fuera de la legalidad. El propio gobierno está fuera de la legalidad. En este contexto de falta de legalidad, de falta de credibilidad, el gran desafío de la sociedad es lograr un movimiento cívico que transite hacia un horizonte de legalidad. Creo que antes de buscar una reformulación radical de nuestro país debemos cambiar las reglas del juego para llegar a esa transformación. Si en México hubiese un imperio de la ley, sería un cambio absolutamente decisivo.
–Imposible no abordar con usted la literatura y el fútbol. A ver... ¿el mejor libro de la historia?
–Inevitablemente uno acaba volviendo al Quijote. Creo que es un libro lleno de sentido del humor, es una lección de humanidad, de tolerancia por el prójimo. Es además una novela extremadamente moderna. Es una metanovela, o sea, una novela dentro de la novela que reflexiona sobre la forma en que una novela se está escribiendo a sí misma. Es también una gran novela de trayectos y en muchos sentidos es una novela fronteriza porque está entre la realidad y la fantasía. El protagonista no sabe muy bien cuándo está cuerdo y cuándo está loco. Es también una novela entre una mirada idealista y una mirada realista: Don Quijote y Sancho Panza. La novela se postula como la traducción de un libro árabe que azarosamente encontró Miguel de Cervantes Saavedra. Hay que recordar que en ese momento los árabes eran los enemigos. Es un gesto de tolerancia suprema.
–¿Su mejor libro?
–A mí me interesa mucho un libro que yo escribí para jóvenes: El libro salvaje. Es un libro sobre la lectura. Creo que todos los escritores somos básicamente lectores y uno puede estar más orgulloso de los libros que ha leído que de los libros que ha escrito. Ahí no está incorporada la vanidad o el orgullo. Uno aprecia simplemente las cosas que lee. El libro salvaje es un libro que nunca ha querido ser leído. Tengo la impresión de que los libros buscan a sus autores o huyen de ellos. Esta sensación de que los libros nos proponen sus lecturas, se mueven, se acercan a nosotros, me hizo pensar en un libro que nunca ha querido ser leído. La historia de El libro salvaje es la historia de un libro reacio, de un libro que no quiere ser atrapado.
–¿Y el gol más hermoso de la historia?
–El mejor gol que he visto y que tuve la suerte de ver por estar en el estadio es el mejor gol legal de la historia de los mundiales: el gol que Maradona le anotó a Inglaterra en 1986 sorteando prácticamente a media selección británica. En ese mismo partido anotó también el mejor gol ilegal, el famoso gol de la Mano de Dios. Destaco la capacidad de Maradona para darle una significación especial a su gol ilegal. Decir que alguien anota un gol con maña, sin que lo vea el árbitro, eso es una picardía, es robarle algo a la fortuna. Pero declarar después que fue la Mano de Dios es crear un mito.
–Osvaldo Soriano siempre establecía una relación muy estrecha entre el fútbol y la vida. ¿Usted también?
–Soriano, claro, extraordinario, escribió ese cuento maravilloso sobre el penal más largo del mundo. Una de las cosas más interesantes del fútbol es que corre a la par de la vida, y es tan injusto como la vida y tan grandioso como la vida. Básicamente, el fútbol es un deporte que dura 90 minutos en tiempo real. Y lo que ahí sucede, como en la vida, es bastante opaco y solamente hay unos cuantos segundos de relumbre que son los goles o las grandes jugadas. En un partido extraordinario, de los 90 minutos de juego únicamente cinco son fantásticos y todo lo demás es espera, especulación, anhelo, decepción... y así es la vida. También, la falibilidad del árbitro acerca mucho el fútbol a la vida. Porque en la vida te dicen que tienes un cálculo renal y no has hecho nada particularmente dañino desde el punto de vista moral para merecer un cálculo renal. Y luego al día siguiente te ganas la lotería y tampoco has hecho ningún mérito. La vida está llena de castigos y recompensas arbitrarias. Y la figura del árbitro representa ese factor humano dentro del fútbol. En un partido hay 22 hombres que tratan de ser semidioses, pero sólo hay uno que trata de ser hombre. Y ése es el árbitro. Y eso acerca mucho el fútbol a la vida.
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