En las últimas elecciones para senadores, diputados y gobernadores, el Partido Republicano ganó con comodidad y bajó al segundo lugar a los demócratas. Obama, pese a que cuenta con el 44 por ciento de popularidad, fue castigado con el sufragio. El país que se viene.
Con más de doscientos años de democracia ininterrumpida, y con una población de 320 millones que es casi la de un continente, en las elecciones legislativas estadounidenses del martes el número de votantes fue sin embargo inferior al de los 111 millones de televidentes que pocos meses atrás se quedaron pegados a las pantallas el día del Superbowl. Menos del 40% del padrón de 235 millones fue a votar para renovar un tercio de las 100 bancas del Senado y para elegir a los 435 representantes que integran la Cámara baja y a gobernadores de 36 de los 50 estados. El resultado fue una victoria abrumadora del opositor y derechista Partido Republicano, a pesar de que el presidente Barack Obama, demócrata, cuenta con un 44% de popularidad, de que el crecimiento de Estados Unidos será este año del 3,5% y de que la desocupación bajó al 5,9 por ciento. Y de que los gastos de campaña hayan sido millonariamente parejos.
Elecciones diseñadas contra los pobres. Es cierto que en Estados Unidos las jornadas electorales están diseñadas desde el nacimiento de la nación para favorecer, justamente, a los votantes más favorecidos. Son en un día laborable, los martes. Y los lugares de votación están las más de las veces ubicados lejos –lejos de las residencias de los votantes, y lejos de sus puestos de trabajo–. Este martes, además, el clima y las condiciones meteorológicas conspiraron contra quienes no dispusieran de sólidos y confortables medios privados de transporte. El estado de Maine, en la Costa Este, fue asolado por tormentas de nieve. Y las lluvias fueron torrenciales en Texas, Oklahoma y Arkansas. Este último, el estado del ex presidente Bill Clinton, era clave para los demócratas, que buscaron evitar –en vano– que los republicanos ganaran en el Senado una mayoría de la que ya gozaban en la Cámara de Representantes.
Los pactos de la derrota. Después de ocho años, los republicanos ganaron el martes el Senado de Estados Unidos. Con este dominio completo del Congreso, obligarán al presidente Obama a pactar cada nueva ley en los dos años que le quedan de mandato. Lograr la reforma migratoria con una solución para millones de indocumentados era una de las mayores esperanzas de la administración demócrata para este período final en la Casa Blanca. Las victorias de West Virginia, Arkansas, Dakota del Sur, Montana, Colorado y Iowa aseguraron a los republicanos los seis nuevos puestos que necesitaban para lograr el mínimo de 51 bancas para controlar la Cámara alta. El Senado, que el martes renovó a un tercio de sus miembros, estaba dominado por los demócratas desde 2006. Como se preveía, los republicanos confirmaron también su dominio en la Cámara de Representantes que controlan desde 2010 y que renovaba sus 435 bancas.
La batalla y la parálisis. La batalla de la Casa Blanca vs. el Capitolio se renovó el mismo miércoles después de la elección de renovación legislativa. Pero tras dos años de parálisis y con las elecciones presidenciales de 2016 en el horizonte, los dos polos del bipartidismo norteamericano parecen predestinados ahora a llegar a acuerdos de compromiso. Entretanto, las muestras del triunfalismo republicano no escasearon. “Los principios y el mensaje de nuestro partido han tenido eco en los votantes de todo el país. Esto es un rechazo a las políticas fallidas del presidente Obama”, dijo Reince Priebus, presidente del Comité Nacional Republicano. “Los republicanos en el Senado y en la Cámara de Representantes están preparados para escuchar a los estadounidenses. Esperemos que el presidente Obama también”, añadió en un comunicado. “No espero que el presidente se levante mañana y vea el mundo de forma diferente y él sabe que yo tampoco”, dijo Mitch McConnell, senador por el estado conservador y “redneck” de Kentucky, y líder de los republicanos en el Senado. McConnell es uno de los grandes rivales del demócrata Obama, pero también uno de los más propensos al consenso en la Cámara alta.
Horizonte 2016. Quedan dos años hasta las presidenciales. Uno y otro partido consideran que no hay tiempo que perder tras 24 meses de disputas políticas que han hecho que haya empeorado la imagen que los estadounidenses tienen sobre Washington. Así lo dijo John Boehner, presidente de la Cámara de Representantes y líder republicano: “Es hora de que el gobierno empiece a obtener resultados e implementar soluciones ante los desafíos a los que se enfrenta nuestro país, empezando por nuestra economía en dificultades”. Capitolio y Casa Blanca deberán entenderse para llevar adelante sus respectivas agendas. Ambos tienen derecho de veto sobre el otro, pero Obama cuenta con la potestad de tomar medidas ejecutivas por su cuenta. En ambas agendas aparece en la lista de cuestiones pendientes la reforma migratoria, una de las grandes promesas de Obama desde que llegó a la presidencia en 2008 y bloqueada por los republicanos en la Cámara de Representantes. Esa ley y otras relacionadas con impuestos, medioambiente, infraestructuras y demás requerirán de consenso para salir adelante. Pero la ley sobre los migrantes es la más urgente. El primer presidente negro en la Casa Blanca no ha dado un paso aún para no desmentir su promesa electoral, sobre todo al electorado latino, y concretar una reforma para sacar de las sombras a los 11 millones de indocumentados que actualmente viven en el país.
Un Capitolio superlatino
Hasta la derecha triunfante en las elecciones de renovación parlamentaria en Estados Unidos debe respetar los datos de la nueva demografía. El Partido Republicano puede triunfar y ganar la mayoría absoluta en la Cámara de Representantes y en el Senado, pero esa mayoría no es ya la del arrogante WASP, blanco, anglosajón y protestante, por sus siglas en inglés. Y ni siquiera es sólo angloparlante. El nuevo Congreso estadounidense consagrado en las elecciones del martes contará con un número récord de legisladores latinos. Así lo hizo saber el miércoles la Asociación Nacional de Funcionarios Latinos Electos (NALEO, por sus siglas, sí, en inglés). El número de congresistas latinos ascenderá de 28 a 29 en la Cámara de Representantes. Habrá 22 demócratas y siete republicanos. Antes de esta elección, NALEO había proyectado que los latinos aumentarían su representación de 28 a 32, por lo que el crecimiento ha sido inferior a lo esperado. La Cámara baja contará con cinco nuevas caras latinas: Rubén Gallego por Arizona, Norma Torres por California, Pete Aguilar por California, Carlos Curbelo por Florida y Alex Mooney por West Virginia. En cambio, el número de latinos en el Senado permanecerá invariable. Ninguno de los tres senadores latinos que hay actualmente –Marco Rubio, Bob Menéndez y Ted Cruz– debió presentarse el martes para ver si resultaba reelecto en su banca. Desde que en 1822 el delegado Joseph Marion Hernández, de Florida, se convirtió en el primer estadounidense de origen hispano en servir en el Congreso, un total de 102 hispanos han ocupado una banca en más de 200 años de vida norteamericana independiente.
Revista Veintitrés
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