Por Elena Llorente
Página/12 En Italia
Desde Roma
Grupos de ultraderecha han comenzado a acosar a los habitantes de distintos barrios periféricos de Roma, incitándolos a reaccionar contra los inmigrantes. Y es así que al menos en cuatro barriadas diferentes, muy lejos unas de otras, los habitantes se han levantado contra gitanos e inmigrantes negros, al mejor estilo nazi de los años precedentes a la Segunda Guerra Mundial.
Organizaciones de ultraderecha como Casa Pound, Blocco Studentesco, Forza Nuova y la ya famosa Liga Norte –que integraba la coalición de gobierno cuando Silvio Berlusconi era primer ministro–, fueron los motores de esas protestas. Infaltable en casi todas fue el diputado europeo de la Liga Norte y famoso ultraderechista Mario Borghezio. “La gente no tiene más tranquilidad cuando sus hijas salen de noche. Hay además un problema higiénico sanitario con los inmigrantes y no sabemos si los que vienen tienen o no antecedentes penales”, dijo en una de estas manifestaciones.
Los grupos de militantes de derecha, contó un vecino, se empezaron a ver en el barrio de Tor Sapienza varias semanas antes de que empezaran las protestas y les calentaban la cabeza a los vecinos. Luego se presentaron con grandes cartelones, muñecos, bombas incendiarias, palos y banderas italianas, frente a las casas o lugares donde se alojan inmigrantes o a las escuelas donde van sus hijos.
En el barrio de Tor Sapienza existen algunos departamentos populares donde vivían 40 refugiados africanos, todos menores de edad, que llegaron al país solos y, en tanto venían escapando de países en guerra, les fue concedido el status de refugiado, según los acuerdos de los países miembros de la ONU. Pero esto no tuvo ninguna importancia para los racistas que argumentaron, montándose en las desgracias del barrio donde faltan muchas cosas desde hace años, que los inmigrantes están recibiendo más que ellos. “A mí me tienen que dar una casa como a ellos. Y si no, míreme bien, míreme bien, voy a matar a alguno”, dijo un señor de una cierta edad muy enojado frente a las cámaras de televisión.
Al final, luego de varios días de protestas y la intervención de la policía porque la gente del barrio no bajaba la guardia –los insultaba con frases de un desprecio increíble como “negro de m...” , “ustedes quieren hacer de este país la misma m... de donde vienen” o “la única solución es mandarlos de nuevo a su país”– y tiraba piedras a las ventanas de los inmigrantes, las autoridades trasladaron a 24 de esos menores a un refugio en otro barrio de las afueras, cerca del mar, el Infernetto, habitado por gente de clase media. Pocos días después estallaron en esta zona las protestas, siempre con la presencia de los grupos de ultraderecha que esta vez fueron todavía más lejos. Colgaron un muñeco de forma humana y tamaño casi natural, de un puente cercano y al lado pusieron un gran cartel que decía “Italiano impiccato, immigrato tutelato. Prima gli italiani” (italiano ahorcado, inmigrante tutelado. Primero los italianos). Los carteles llevaban la firma de Forza Nuova.
Otro ejemplo de racismo exuberante fue la manifestación organizada por Blocco Studentesco el viernes en otro barrio de Roma, cercano a Monte Mario, cuyo objetivo fue impedir el acceso a dos escuelas de la zona, de niños y adolescentes de origen rom (gitanos) que viven en un campo de nómades cercano.
La avanzada agresiva de los ultraderechistas recibió todo tipo de condenas de parte de los sectores progresistas del país. Para el alcalde de Roma, Ignacio Marino, del Partido Democrático, “colgar muñecos contra los menores es una demostración de inaceptable violencia que condeno firmemente. Se llaman Forza Nuova, pero no tienen nada de nuevo. Su racismo y su violencia son viejos y deshumanos”. Para la ex ministra para la Integración y actual diputada europea Cecile Kyenge, también del Partido Democrático, ella misma originaria de Nigeria, “hay una mayoría silenciosa en los barrios periféricos que sabe que los orígenes de la degradación son la ausencia de servicios y la escasa calidad de los existentes, la ausencia de lugares de cultura y agregación, la ausencia de inversiones públicas. Todos estos elementos existen desde mucho antes de que llegaran los inmigrantes y seguirían existiendo aunque de golpe desaparecieran todos ellos. El deterioro de los barrios periféricos no aparece como por arte de magia, causado por la presencia de un grupo de prófugos menores escapados de la guerra. Las causas tienen otros nombres, no los de estos muchachos. Esta mayoría silenciosa no es racista, como no lo es la gran mayoría del pueblo italiano. Es racista en cambio quien conscientemente ha montado todo esto”.
El papa Francisco, el pasado domingo, consciente de los problemas que se estaban viviendo, ofreció a las iglesias de la periferia romana para que inmigrantes y locales se reunieran a dialogar y encontrar solución a los problemas. “Es posible dialogar, escuchar, proyectar juntos y así superar las sospechas, los prejuicios y construir una convivencia siempre más segura, pacífica e incluyente.”
Cierto es que la desesperación de algunos italianos en realidad está basada en la gravísima situación económica que vive el país donde, según datos oficiales, la desocupación ha superado el 13 por ciento. Y entonces se transforma en una guerra entre pobres, donde los extranjeros pobres se convierten en los chivos expiatorios. A esta situación se agregan la llegada desde enero de miles y miles de inmigrantes –hasta agosto eran 124.000, el doble del año pasado, pero sólo en noviembre llegaron otros 5000– desde las costas africanas, sin que la Unión Europea, hasta ahora, hiciera mucho por ayudarlos.
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