viernes, 3 de enero de 2014

El gran gato de la inflación, por Daniel Llano

El rol de las corporaciones vinculadas con la producción y distribución de alimentos. Antecedentes y actualidad de un debate que renace en el contexto de un nuevo acuerdo de precios. Por Daniel Llano Hace diez años, cuando comenzaba este nuevo ciclo en democracia, la inflación ocupaba un lugar muy relativo entre las preocupaciones políticas. Otras urgencias demandaban el esfuerzo de gobernar, y -sobre todo- la lectura de encarar de a una las lacras heredadas de dictaduras y neoliberalismos aconsejaba no meterse demasiado con este tema por el momento. Los enemigos había que enfrentarlos de a uno, y eso resultó acertado. El problema era un enemigo agazapado, silencioso como la hipertensión. Nadie parecía recordar lo sucedido en los años 50, cuando la producción agropecuaria fue reducida a la mitad por la oligarquía terrateniente y sus socios, generando una crisis artificial que algunos memoriosos pueden recordar por el surgimiento del pan negro (hoy más caro que el blanco) como un baldón para la economía peronista que melló su apoyo popular. Lo mismo, aunque con otras características, volvió a ocurrir cuando cada gobierno democrático intentó -aunque fuera muy tibiamente- meterse con los monopolios y las concentradas. Los desabastecimientos del 73 al 75, la hiper de Alfonsín, y hasta en el año 2009 la remarcación de precios en la provincia de Buenos Aires que permitió que De Narváez le ganara a Nestor Kirchner, fueron muestras cabales de que el control de los precios en el consumo popular es una herramienta política sumamente poderosa. Se dictaron normas, se abrieron espacios en el mercado mayorista y hasta se abordaron leyes. Esos análisis y abordajes han sido útiles, pero fallan en una cuestión muy concreta como para ser soslayada, que pasa por un estratégico cambio en las reglas de la competencia en el territorio, y no sólo en la legislación o las normas. Durante las audiencias públicas sobre la Ley de Medios en la Corte, tuvimos un ejemplo contundente que sin embargo pasó inadvertido precisamente porque este tema (central a todo modelo de independencia económica) no aparece aún en el debate nacional. El movimiento cooperativo presentó un testimonio muy claro de que, para legislar antimonopólicamente, en paralelo se deben aplicar políticas de claro impulso a los sectores alternativos que generen competencia real en la trama que se pretende descorporativizar. Y esto es político, no sólo económico. Si el Grupo Clarín se desguaza, ¿quién lo reemplazará? Que resulten corporaciones menores no cambia la actual ecuación de poder en el espacio de la prensa. A lo sumo habrá más sectores con quienes negociar, pero la naturaleza empresarial capitalista del resultante -por su lógica- seguirá siendo un dolor de cabeza para los gobiernos populares. Mutuales y cooperativas reseñaron en la Corte las dificultades para que espacios alternativos, especialmente de economía social o grupos de PyMEs, pudieran sobrevivir en el pasado ante los embates de una concentración despiadada y protegida desde un Estado autoritario y neoliberal. Pero no se quedaron allí, y esta es la parte que falta incluir en el debate: además, propusieron con pelos, señales y mucha enjundia una propuesta realmente novedosa de ocupación de los espacios mediáticos nacionales de manera más abierta, democrática y participativa. No voy a cansar con la reseña, basta entrar a YouTube y ver los videos enlazados que se levantaron durante las amicus curiae en la Suprema Corte. (Ver por ejemplo...) Pero sí voy a abusar de la paciencia para plantear una cuestión central que surge de esto. Con tanta autoridad académica, con tanto abrevar en fuentes del pensamiento transformador, ¿cómo es posible que tan pocos -o ninguno- de nuestros economistas de fuste esté poniendo el acento en la reposición de la fuerza de trabajo? El impacto de la canasta básica en el salario medio-bajo y bajo no se analiza. La demonopolización en alimentos y otros consumos populares no se estudia, ni siquiera asoma aún en el horizonte. Ni hablar de un análisis sobre los costos reales de las empresas en cuanto a producción y logística. Pero mucho menos todavía se habla sobre las alternativas posibles. Que existen. Y que luchan en el más amplio anonimato. Mientras tanto, corporaciones tan o más perniciosas (en todo caso, aliadas estratégicas) que las mediáticas, manejan los precios a su antojo, generan inflación artificial con un claro sentido político opositor, y encima le echan la culpa al Gobierno y se victimizan ante el INDEC. Brillante. Simplemente brillante. Lo opaco es la capacidad de respuesta nacional. Ya pasó varias veces, pero no nos avivamos. Repito, no han dejado marcas el pan negro de Perón en el 54, los desabastecimientos del 74, la hiperinflación de Alfonsín, la remarcación furibunda del 2009 que le permitió al Colorado de Narváez ganarle a Néstor (sí, hoy parece ridículo, pero sucedió). Esos golpes silenciosos no surgen como categoría de análisis en ningún medio, en universidades o en la militancia. Daniel Aspiazu y Martín Schor esbozaron un rescate puntual del brillante trabajo investigativo de Oscar Braun (lamentablemente fallecido en Holanda hace unos cuantos años) que pareció prender la luz durante unos días, pero después se apagó. Vamos (para ser coherentes) a los bifes: si para antes del 2015 no se le entra con fuerza estratégica a este tema, se avizoran en el horizonte crecientes remarcaciones salvajes y desabastecimiento sin justificativos. Van a tratar de hacerle soltar lágrimas de sangre a la víscera más sensible del pueblo, como fórmula tradicional probada y comprobada para desangrar el caudal de votos del modelo nacional. Mientras tanto, cientos de cuencas en proceso de agregar valor esperan, tapadas por políticas que sirvieron alguna vez para contenerlas socialmente, pero que necesitan ser ampliadas para generar desarrollo genuino capaz de competir con las concentradas. No es caro, ni de largo plazo. Sí de altísimo impacto. Y contesta a la pregunta que todos esquivan: ¿quién le pone el cascabel al gran gato de la inflación inflada? Dentro del amplio espectro de la producción alimentaria de consumo básico existe un abigarrado espacio de pequeñas empresas, de cooperativas y asociaciones generalmente cautivas de un sistema concentrado de acopio, transporte y comercialización. Al pretender que esas experiencias emergentes de competencia a las concentradas jueguen bajo las reglas del mercado neoliberal, lo único que se logra es destruirlas o jibarizarlas. Por eso, la muletilla más escuchada en los ámbitos de la economía popular es que "el cuello de botella es la comercialización". Una falacia total. Aceptando esas reglas, lo único que logramos es dejar de ver por dónde ponerle el cascabel al gato. El secreto pasa por romper el lema central que mueve a este gigantezco espacio, con más de cuatro millones de pequeños productores, que es "del productor al consumidor". Las concentradas se relamen ante esta fórmula: saben que los mercados informales, de crecer en escala, caerán como fruta madura en sus manos y que ellos terminarán apropiándose de la inversión estatal dispersa. No se conoce un sólo caso en que esta matriz aplicada desde el 2003 haya logrado abrir rumbos en el monolítico poder de mercado de las concentradas. La nueva consigna debe ser entonces: "de los productores organizados y cooperativizados, con marca, logística y comercialización propias, a los almacenes de barrio de ciudades cercanas". Eso se llama "economía social de escala", y pocos saben que es en la Argentina donde está surgiendo este nuevo enfoque sobre el combate a la inflación. En los países de América Latina, los almacenes barriales han sido el reducto de resistencia de muchos productos nacionales ante el avance de los monopolios. Sólo analizando el caso argentino, los almacenes pasaron de facturar el 9 % de las ventas totales de consumo básico en el 2003, a un esperanzador y combativo 23 % en la actualidad. Casi un cuarto de las compras básicas, especialmente del segmento social que más porcentaje de su salario gasta en este rubro, pasa por los almacenes de barrio. ¿Por qué sucede esto? No han existido políticas oficiales para impulsarlo. Tampoco se conocen espacios organizativos de este tipo de comercios que den sustento a semejante desempeño. Las cámaras pymes no se lo han planteado como estrategia. El único indicio detectado fue una nota en el suplemento I Eco de Clarín, bajo el título "La venganza de los Manolitos", hace más de un año, donde se alertaba a los grandes de que les había nacido un enemigo. Esa nota duró pocos días en la web, porque al darse cuenta del llamado a combate que encerraba, la descolgaron inmediatamente. Lo que ha sucedido es que los pulpos han desarrollado tal colchón de precios, que cualquier mermelada de baja escala hecha con máquinas a pedal hoy resulta competitiva. Se ha derrumbado el mito de que la gran escala es imbatible por su capacidad de abaratar los costos de producción. No sólo porque esos costos hoy están más ligados a las finanzas que a la economía real, sino además porque -para alcanzarlos- han debido renunciar a cualquier criterio de razonabilidad en la sanidad intrínseca de los alimentos industrializados, y -a la vez- reduciendo los costos primarios y secundarios de manera brutal, para "maximizar ganancias". Sin hablar de las debilidades de una cadena radial que deja heridos en la periferia, ni de los costos operativos, publicitarios y otras lacras que han llevado a las concentradas a transformarse en "gigantes en chancletas". Un último aporte: en general estas lides se plantean primero como teóricas, para luego se derramarse sobre el territorio como políticas, por el antiguo adagio de que la capacidad de decisión está arriba, donde se decide. También en esto hemos sido contaminados por una filosofía partidocrática, reclamante y algunas veces hasta pedigüeña. Porque lo que estoy enunciando ya se verifica en algunos puntos de la geografía argentina, y... funciona. * El autor es director de Agencia para el Desarrollo ARCentral (Misiones) y Ex director de la revista Jotapé (1983/1999

No hay comentarios:

Publicar un comentario