Un pálido do de pecho
El do de pecho más desafinado lo dio el ex ministro de Economía Roberto Lavagna. Según el hombre que Eduardo Duhalde quería para la vicepresidencia en 2003 hasta que Kirchner lo madrugó postulando a Scioli, el gobierno practicó fraude en las últimas elecciones presidenciales. Cuando el asombrado entrevistador le pidió alguna de las “pruebas infinitas” de ello que dijo tener, Lavagna sólo pudo argüir que “basta observar los cómputos oficiales de los votos en blanco y los que no votaron para ver que el 54 por ciento no es 54, sino mucho menos”. Las declaraciones estrepitosas que se disipan como volutas de humo hermanan la política argentina con la de Italia, dos catálogos de escándalos sin solución, en cualquier sentido de la palabra.
El inspirador de Lavagna es el dirigente de los estibadores rurales Gerónimo Venegas, quien luego de las Primarias de agosto de 2011 dijo que Cristina no habría llegado al 40 por ciento. El único fraude está en este razonamiento, que mide el porcentaje de votos sobre el total de empadronados y no sobre los “votos afirmativos válidamente emitidos”, que no es un ardid del gobierno sino lo que disponen los artículos 97 y 98 de la Constitución. Si el método Venegas-Lavagna sustituyera al mandato constitucional, para lo cual sería precisa la reforma a la que ambos no obstante se oponen, con los resultados de 2011 sólo Cristina emergería por encima de los indiferentes y los indignados, que constituirían la segunda fuerza, y la tercera estaría muy lejos, cuadruplicada en votos por la presidente.
Que algún desafiante pueda en el futuro próximo o lejano obtener el apoyo electoral del sector que se manifestó en las calles con entusiasmo en noviembre, es apenas una hipótesis a demostrar: los porcentajes de asistencia a las urnas y de voto positivo desde 1983 muestran una gran inflexibilidad a los estímulos de la coyuntura política, con la única excepción de 2001, cuando hubo 25 por ciento de abstención, 15 por ciento de votos anulados y 8 por ciento en blanco, es decir la mitad del padrón. Esto no se repitió ni antes ni después, y la asistencia en las últimas elecciones fue la más elevada.
De alguna manera, el voto popular continuó entonces el mandato voceado en las calles hace una década y premió a quienes se animaron a romper la subordinación del sistema político a los intereses particulares.
GB
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