Había una vez
Por Luis Bruschtein
Imagen: Télam
Saqueos eran los de antes, los de ahora dicen otra cosa porque está claro que no son espontáneos y que les cuesta mucho extenderse por fuera de los grupos influenciados por los organizadores. Estos saqueos quieren construir un relato, como se dice ahora, aunque la palabra relato se usa para cualquier cosa, en especial para desacreditar. Se equipara relato con ficción. En realidad el relato es la forma en que cada quien describe la realidad y relata lo que sucede. Y esa forma es esencialmente política, ideológica, social, étnica, clasista o profesionalista, pero sobre todo, política. El relato es político y se construye a partir de los valores que prioriza quien lo construye, por eso puede haber más de uno sobre el mismo suceso.
¿Cuál es el relato que sugieren los saqueos? Hay uno que quiere subrayar la descripción de una situación de hambruna similar a la del 2001. Y hay otro que enumera la Asignación Universal por Hijo que reciben millones de personas, la incorporación de tres millones de jubilados que habían quedado fuera del sistema previsional y la creación de cinco millones de puestos de trabajo, y dice que, con esas medidas, la situación no puede equipararse a la de 2001. Los primeros saqueos en el 2001 no fueron espontáneos, como tampoco lo son éstos. Pero en el 2001 se combinaron con una situación económica explosiva y se extendieron. Los saqueos de estos días muestran más la intención de desgastar y desestabilizar que de resolver un problema de hambre, y además quedan focalizados. En el 2001 se podía ver a familias llevando bolsas de arroz y cajas de fideos. El jueves, en Bariloche, los muchachos se llevaban televisores y equipos musicales y quemaban los automóviles de los empleados del súper. En Campana hay detenidos de la barra brava de Villa Dálmine y del Sindicato de Camioneros. En Neuquén hay un detenido de ATE. El Gobierno acusa a estos sectores de la oposición de inducir a estas acciones. Y estos sectores acusan al Gobierno. Son dos relatos muy antagonizados porque están referidos a un punto límite. Pero en ningún tema, hasta en los más insospechados, hay unanimidad.
Por ejemplo, cuando la Fragata Libertad fue retenida y embargada en el puerto de Tema, en Ghana, a partir del reclamo judicial de un fondo buitre, hubo dos formas de contar el suceso. Los grandes medios y los caceroleros responsabilizaron al gobierno nacional por la situación del buque escuela. Pero desde el kirchnerismo se apuntó contra los fondos buitre.
El relato de los grandes medios y de los caceroleros no solamente estaba interesado en llamar la atención sobre la responsabilidad del Gobierno. Esa fue la actitud más consciente en la construcción de ese relato. La parte menos visible fue la que evitó responsabilizar a los fondos buitre. Tiene una lógica, porque desde este mismo sector se planteó que había que pagarles y se convocó a crear un fondo patriótico con esta finalidad. Si el que tiene la culpa es el Gobierno según este relato, los fondos buitre tienen razón. Y si tienen razón hay que pagarles, por lo menos para que suelten la fragata. Si se va más atrás en esta lógica: si estos fondos tienen razón, no la tuvo el Gobierno cuando negoció una quita del 70 por ciento de la deuda y tendría que haberla pagado completa.
En este relato, que se asienta en una reivindicación patriótica por el simbolismo del buque, está latente el respaldo a la forma en que se generó la vieja deuda y, en general, el diseño de esa lógica es similar al discurso patriótico de las dictaduras militares que lo formulaban al mismo tiempo que condenaban al país a una dependencia cada vez más estrecha de los organismos financieros internacionales.
El relato del kirchnerismo se ató más a la lógica de repudio al proceso de endeudamiento, a los fundamentos de la negociación que llevó adelante Néstor Kirchner y a su disputa con los fondos buitre, a los que ve como una consecuencia perversa de ese proceso. Por eso rechazó cualquier posibilidad de pagarles y prefirió la vía judicial ante el Tribunal del Mar, que finalmente dictaminó a favor de la Argentina, lo que obligó al gobierno de Ghana a liberar la fragata.
Al relato de los grandes medios le interesa destacar que esto les pasa a los argentinos por el gobierno que tienen. Lo cual es cierto. Pero ese breve enunciado implica todo lo demás en relación con la deuda externa, e inclusive en relación con el concepto de patriotismo. Si se gobernara con los criterios del relato cacerolero granmediático, es probable que a la fragata no le hubiera pasado nada, pero la Argentina estaría enterrada en la crisis infernal de la deuda externa, con miseria, exclusión y dependencia.
Hay una disputa también en el relato periodístico y lo mismo sucede en el plano judicial donde, de alguna manera, fallos y dictámenes se convierten en relatos donde el juez hilvana su visión de los sucesos. En este caso tienen parámetros, valores preestablecidos que tratan de limitar esa posible diversificación. Sin embargo, la larguísima batalla judicial por la ley de medios es una demostración de que puede haber relatos diferentes en la Justicia. Esa posibilidad también quedó expuesta en el controvertido fallo del tribunal de Tucumán que absolvió a todos los acusados en el caso de Marita Verón.
En el primer ejemplo, hay relatos diferentes: la Cámara Civil y Comercial y el juez Eduardo Carbone –que concedió la cautelar por tiempo indefinido a Clarín y después se jubiló–, por un lado. Y el juez Horacio Alfonso y la Corte, por el otro.
Aun dejando de lado cualquier sospecha de connivencias y otras situaciones irregulares, es evidente que el único mecanismo que puede explicar las decisiones de Carbone y de la Cámara es la idea de que la ley atenta contra la propiedad privada o contra la libertad de expresión. Pero en esa conclusión hay una carga política muy fuerte porque es imposible que eso se desprenda del texto en sí de una ley que ha sido estudiada y muy elogiada por los organismos especializados de la OEA y la ONU. Por lo tanto esos fallos contrarios a la ley surgirían necesariamente de una valoración del Gobierno. Algo así como que esta ley con otro gobierno sería correcta, pero con éste hasta el más cristiano se vuelve hereje. Por lo menos éste es el planteo de complicidad implícita que esos fallos tratan de buscar en esa parte de la sociedad que funciona con ese axioma. Es la parte de la sociedad de la que, desde el punto de vista social y cultural, también forman parte estos jueces. Hay un relato construido según esos valores que, de hecho y por el argumento que sea, termina favoreciendo a la falsa idea de mercados desregulados y con preeminencia de grupos económicos concentrados, o sea, el poder económico.
Es claro que ese relato se monta en esos implícitos porque el texto de la ley ha sido rigurosamente estudiado por organismos internacionales y porque es imposible negar que el Grupo Clarín ocupa una situación dominante en el mercado. La Corte, que la semana próxima se hará cargo del tema, ya se ha expedido contra las cautelares interminables y ha señalado que la ley no atenta contra la libertad de expresión, con lo cual apunta a un relato diferente al de Carbone y la Cámara.
Otro relato subyace en los fundamentos de la absolución de los acusados en el caso de Marita Verón. En el fallo se subestiman los testimonios de otras víctimas de trata y se los pone fuera del contexto que estaban sufriendo esas mujeres. En realidad, hay un menosprecio por esos testimonios porque no se las acepta como víctimas. Por el contrario: no hay nada menos valorado en una sociedad conservadora, que mujeres en situación de prostitución. Los jueces construyen su relato en el fallo desde esa valoración de hechos, circunstancias y protagonistas. El relato cambia si esas mujeres fueran consideradas como víctimas y por lo tanto testigos importantes del delito de trata que ellas mismas sufrieron.
Desde la oposición se critica al relato kirchnerista porque pinta que todo está bien, lo cual no es cierto. Desde el kirchnerismo se critica el relato de la oposición porque no reconoce nada de lo que se hizo en una gran cantidad de temas en los que ningún gobierno en varias décadas se había atrevido a intervenir. Lo cual también es cierto. En este punto, aunque los relatos son antagónicos, las críticas que se cruzan tienen razón. Hay coincidencia en esas críticas porque ambos están reconociendo que esos relatos no son ingenuos ni neutrales y constituyen visiones y argumentos políticos. Pero cuanto más se agudiza la disputa, esos relatos tienden a simplificarse y se esquematizan. En ese punto pierden los dos porque el relato, cualquiera de ellos, es atractivo en la medida en que explica lo que pasa y, si no lo hace, va perdiendo sustento. El relato es comunicación, cuenta algo, y para eso requiere una coherencia y un correlato con lo que sucede. Es más eficiente comunicar con simpleza, pero hay un punto en que la simplificación extrema empieza a destruir el relato.
22/12/12 Página|12
GB
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