Los otros buitres
Por Washington Uranga
Los acontecimientos de los últimos días en distintos lugares del país fueron robos organizados que vinculan la delincuencia con la política y que están promovidos por quienes están interesados en generar un clima de caos que termine afectando al Gobierno y del cual sacar provecho. Si bien el idioma permite denominar tales hechos como “saqueos”, está claro que la utilización mediática de este término en forma reiterada en los titulares pone en evidencia un recurso simbólico que busca asociar lo que ahora sucede con los acontecimientos de 2001. La idea que se intenta transmitir es que ahora estamos igual que entonces. Ya se ha explicado de manera muy certera en estas mismas páginas que no hay posibilidad alguna de equiparar esta situación con aquélla: las condiciones sociales y políticas son otras, el gobierno es distinto y reacciona de manera diferente y, por cierto, la sociedad también es otra y aprendió de aquellos acontecimientos. Pero sobre todo no existe un caldo de cultivo para que prosperen intentos de este tipo. Para que así sea habrá que contabilizar todo lo hecho desde 2003 en adelante en bien de erradicar gran parte de las causas de aquellos saqueos de hace más de diez años.
Pero al mismo tiempo, como todo hecho político y social, los acontecimientos de los últimos días tienen que mover a la reflexión política y a buscar explicaciones, aunque a veces éstas resulten insuficientes.
Lo primero que habría que decir es que los sucesos de robos y asaltos a supermercados y centros comerciales no parecen espontáneos, salvo que alguna información muy precisa demuestre lo contrario. Por la manera como se produjeron los robos, por el tipo de mercaderías que se sustrajo y por la manera en que actuaron los delincuentes, tales acciones se asemejan más al accionar de bandas delictivas que de personas desesperadas por el hambre. Y si los levantamientos fueron promovidos, no es ilógico sospechar que detrás hay intereses políticos en juego, luchas de poder por el territorio, contra el Gobierno pero también dentro de las filas del propio movimiento peronista. A la luz de la historia argentina, nada de esto sería una novedad.
Sin embargo, si esto se produce, es también porque hay algunas condiciones para que la sensación de “saqueos” y de “caos” resulte creíble. Y esas condiciones existen. Porque aquellos sectores sociales más marginados y atendidos por el auxilio del Estado han perdido terreno, porque sus ingresos son ahora menores en términos relativos y, como resultado del estancamiento de los subsidios, en relación al costo de vida. No hay hambre como en el 2001, pero la brecha que persiste entre quienes más acumulan y quienes menos tienen sigue siendo enorme en la Argentina, y esto es en sí mismo un motivo de irritación y, quizá, de violencia. Entonces, si la publicidad alimenta permanentemente el consumo de electrodomésticos de alto precio y si hay un importante sector de la población que puede acceder a esos y otros bienes de consumo que aportan confort, ¿por qué yo no?
No hay respuesta para esta pregunta salvo disminuir la brecha mejorando sustancialmente las condiciones de vida de los de abajo, así sea a costa de los de arriba.
No es un camino fácil pero es inevitable. Es una tarea que demanda reformas estructurales en lo económico y en lo político. Varias de ellas se han iniciado en los últimos períodos de gobierno y constituyen un cimiento básico e irrenunciable para seguir construyendo, fundamentalmente porque apuntaron a la restitución de derechos económicos y sociales básicos (léase Asignación Universal por Hijo, estatización del sistema jubilatorio, entre otros). Pero también es cierto que éstas y otras iniciativas se quedaron a mitad de camino, quizás a la espera de una mejora de las condiciones económicas globales y locales.
Pero está claro que la desigualdad –que no es lo mismo que decir la pobreza o la miseria, aunque la pobreza sigue existiendo– es el principal caldo de cultivo para acciones como las que se vieron en los últimos días. Allí es donde buscan abrevar los oportunistas políticos que, de manera inescrupulosa y sin importarles la vida y la situación de nadie, buscan alianzas con la delincuencia para sacar rédito. Es allí donde aparece la acción de la oposición mediática para intentar sembrar el caos a través del manejo de la información buscando además que los hechos se propaguen por efecto imitación. ¿Y quién podría decirles que pongan un límite ético a ese accionar informativo como en su momento, y frente a hechos similares, lo demandó el gobierno de Francia? Seguramente estos “adalides de la libertad de expresión” saldrían a denunciar un nuevo “abuso” del poder contra sus libertades..., que nunca reparan en responsabilidades.
El otro factor es político. Es cierto que hemos crecido en materia política. Es verdad que hoy la política está más presente en la cotidianidad de todos los argentinos. Pero sigue siendo política de dirigentes, cuando no de pequeños grupos que entienden la política solamente como el manejo de consignas y la ocupación de espacios. No es suficiente. No basta con las declaraciones altisonantes de respaldo, es necesario desarrollar la política desde la base social y no a partir de consignas, haciendo que la política se inserte en la vida cotidiana de las personas, de todas las personas y de todos los niveles sociales, a partir y vinculada con las necesidades reales y materiales. Porque la política es convergencia de intereses y, por lo tanto, negociación. Siempre sobre la base de la vigencia más plena posible de los derechos de todos y todas. Para decirlo de manera directa: en el camino de la búsqueda de respuestas tiene que estar la profundización de la política, del trabajo político, lo más lejano posible del consignismo simplificador y a las acciones de aparato. Más política significa trabajar para profundizar la conciencia de derechos especialmente en los sectores más populares para que puedan defender lo que han logrado, lo que hoy tienen, y mejorar su situación.
Nada de lo dicho agota el análisis. Son apenas elementos para aportar a una reflexión compleja que nos debemos todos por nuestra simple condición y responsabilidad de ciudadanos y para no dejarles espacio a los buitres de la política y de la economía.
24/12/12 Página|12
Por Washington Uranga
Los acontecimientos de los últimos días en distintos lugares del país fueron robos organizados que vinculan la delincuencia con la política y que están promovidos por quienes están interesados en generar un clima de caos que termine afectando al Gobierno y del cual sacar provecho. Si bien el idioma permite denominar tales hechos como “saqueos”, está claro que la utilización mediática de este término en forma reiterada en los titulares pone en evidencia un recurso simbólico que busca asociar lo que ahora sucede con los acontecimientos de 2001. La idea que se intenta transmitir es que ahora estamos igual que entonces. Ya se ha explicado de manera muy certera en estas mismas páginas que no hay posibilidad alguna de equiparar esta situación con aquélla: las condiciones sociales y políticas son otras, el gobierno es distinto y reacciona de manera diferente y, por cierto, la sociedad también es otra y aprendió de aquellos acontecimientos. Pero sobre todo no existe un caldo de cultivo para que prosperen intentos de este tipo. Para que así sea habrá que contabilizar todo lo hecho desde 2003 en adelante en bien de erradicar gran parte de las causas de aquellos saqueos de hace más de diez años.
Pero al mismo tiempo, como todo hecho político y social, los acontecimientos de los últimos días tienen que mover a la reflexión política y a buscar explicaciones, aunque a veces éstas resulten insuficientes.
Lo primero que habría que decir es que los sucesos de robos y asaltos a supermercados y centros comerciales no parecen espontáneos, salvo que alguna información muy precisa demuestre lo contrario. Por la manera como se produjeron los robos, por el tipo de mercaderías que se sustrajo y por la manera en que actuaron los delincuentes, tales acciones se asemejan más al accionar de bandas delictivas que de personas desesperadas por el hambre. Y si los levantamientos fueron promovidos, no es ilógico sospechar que detrás hay intereses políticos en juego, luchas de poder por el territorio, contra el Gobierno pero también dentro de las filas del propio movimiento peronista. A la luz de la historia argentina, nada de esto sería una novedad.
Sin embargo, si esto se produce, es también porque hay algunas condiciones para que la sensación de “saqueos” y de “caos” resulte creíble. Y esas condiciones existen. Porque aquellos sectores sociales más marginados y atendidos por el auxilio del Estado han perdido terreno, porque sus ingresos son ahora menores en términos relativos y, como resultado del estancamiento de los subsidios, en relación al costo de vida. No hay hambre como en el 2001, pero la brecha que persiste entre quienes más acumulan y quienes menos tienen sigue siendo enorme en la Argentina, y esto es en sí mismo un motivo de irritación y, quizá, de violencia. Entonces, si la publicidad alimenta permanentemente el consumo de electrodomésticos de alto precio y si hay un importante sector de la población que puede acceder a esos y otros bienes de consumo que aportan confort, ¿por qué yo no?
No hay respuesta para esta pregunta salvo disminuir la brecha mejorando sustancialmente las condiciones de vida de los de abajo, así sea a costa de los de arriba.
No es un camino fácil pero es inevitable. Es una tarea que demanda reformas estructurales en lo económico y en lo político. Varias de ellas se han iniciado en los últimos períodos de gobierno y constituyen un cimiento básico e irrenunciable para seguir construyendo, fundamentalmente porque apuntaron a la restitución de derechos económicos y sociales básicos (léase Asignación Universal por Hijo, estatización del sistema jubilatorio, entre otros). Pero también es cierto que éstas y otras iniciativas se quedaron a mitad de camino, quizás a la espera de una mejora de las condiciones económicas globales y locales.
Pero está claro que la desigualdad –que no es lo mismo que decir la pobreza o la miseria, aunque la pobreza sigue existiendo– es el principal caldo de cultivo para acciones como las que se vieron en los últimos días. Allí es donde buscan abrevar los oportunistas políticos que, de manera inescrupulosa y sin importarles la vida y la situación de nadie, buscan alianzas con la delincuencia para sacar rédito. Es allí donde aparece la acción de la oposición mediática para intentar sembrar el caos a través del manejo de la información buscando además que los hechos se propaguen por efecto imitación. ¿Y quién podría decirles que pongan un límite ético a ese accionar informativo como en su momento, y frente a hechos similares, lo demandó el gobierno de Francia? Seguramente estos “adalides de la libertad de expresión” saldrían a denunciar un nuevo “abuso” del poder contra sus libertades..., que nunca reparan en responsabilidades.
El otro factor es político. Es cierto que hemos crecido en materia política. Es verdad que hoy la política está más presente en la cotidianidad de todos los argentinos. Pero sigue siendo política de dirigentes, cuando no de pequeños grupos que entienden la política solamente como el manejo de consignas y la ocupación de espacios. No es suficiente. No basta con las declaraciones altisonantes de respaldo, es necesario desarrollar la política desde la base social y no a partir de consignas, haciendo que la política se inserte en la vida cotidiana de las personas, de todas las personas y de todos los niveles sociales, a partir y vinculada con las necesidades reales y materiales. Porque la política es convergencia de intereses y, por lo tanto, negociación. Siempre sobre la base de la vigencia más plena posible de los derechos de todos y todas. Para decirlo de manera directa: en el camino de la búsqueda de respuestas tiene que estar la profundización de la política, del trabajo político, lo más lejano posible del consignismo simplificador y a las acciones de aparato. Más política significa trabajar para profundizar la conciencia de derechos especialmente en los sectores más populares para que puedan defender lo que han logrado, lo que hoy tienen, y mejorar su situación.
Nada de lo dicho agota el análisis. Son apenas elementos para aportar a una reflexión compleja que nos debemos todos por nuestra simple condición y responsabilidad de ciudadanos y para no dejarles espacio a los buitres de la política y de la economía.
24/12/12 Página|12
GB
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