domingo, 11 de noviembre de 2012

MACRI PUEDE SER CAPRILES?, POR DAMIAN VERDUGA, OPINION

Mauricio Macri y el sueño de ser el Capriles argentino
Por Demián Verduga
dverduga@miradasalsur.com

Semejanzas. Tanto Macri como Capriles Radonsky vienen de familias que son dueñas de grandes grupos empresariales.

Similitudes y deferencias de los procesos políticos de la oposición en Venezuela y Argentina. Qué pasó con los partidos tradicionales en cada país. Por qué el jefe del PRO no puede replicar el lugar del venezolano.

Lo que se vio ayer es una energía que quiere ser conducida.” El jefe de Gobierno porteño Mauricio Macri hizo esta declaración al día siguiente del cacerolazo del jueves pasado. La protesta, que tuvo su epicentro en la Ciudad de Buenos Aires y se extendió por otros centros urbanos, dejó sobre el tapete la debilidad que la oposición política argentina tiene para aparecer frente a la sociedad como una alternativa real de poder, que pueda canalizar a los sectores que no acompañan al Gobierno Nacional. Macri fue el dirigente que con mayor claridad intentó posicionarse como el posible “conductor” de los sectores que se expresaron en la marcha. La movilización fue heterogénea en sus reclamos, pero unificada por estar compuesta mayormente por clases medias urbanas.

Este intento de liderar una oposición muy fragmentada tiene un espejo regional inmediato: Henrique Capriles Radonski, gobernador del estado de Miranda, Venezuela. Se sabe que Capriles compitió contra Hugo Chávez en las presidenciales del 7 de octubre pasado y perdió por más de 10 puntos de diferencia. Sin embargo, ésa fue la elección presidencial más competitiva de la oposición venezolana en los últimos 14 años. Hubo varios dirigentes macristas, Federico Pinedo y Gabriela Michetti entre otros, que fueron como veedores a esa contienda electoral y estudiaron el modelo opositor venezolano. Lo hicieron con una ilusión: que Macri sea el Capriles argentino.

El origen. “Trasladar la experiencia venezolana a la Argentina me parece casi imposible. También me resulta muy difícil imaginar que Macri se transforme en un Capriles argentino –le dijo Miradas al Sur el politólogo Miguel De Luca–. Más allá de las diferencias individuales, los procesos que han tenido los partidos políticos de ambos países los últimos años son incomparables.”

Ese proceso al que se refiere De Luca, en el caso venezolano, comenzó con lo que se conoció como el “caracazo”. Fue durante las jornadas del 27 y 28 de febrero de 1989, en Caracas y otras ciudades venezolanas. El presidente del país era Carlos Andrés Pérez, del partido Acción Democrática (AD). Había gobernado Venezuela de 1974 a 1979 y había sido elegido de nuevo pocos meses antes del caracazo. El disparador de la protesta, en las que hubo saqueos y desmanes por doquier, fue un aumento en el precio del transporte público. Sin embargo, el fondo de la cuestión era más complejo. Venezuela atravesaba una situación económica muy complicada y el presidente recién electo tomó la decisión de sumarse a la corriente neoliberal que recorría el mundo, un giro comparable con el que hizo Carlos Menem en Argentina a principios de los ’90. “La diferencia con Menem es que Pérez no pudo encolumnar a su partido detrás del modelo neoliberal –explicó De Luca–. Eso disparó una crisis interna en su fuerza política que terminaría con su destitución en marzo de 1993.”

La jornada trágica del caracazo fue la del 28 de febrero de 1989. El entonces presidente decidió sacar a los militares a la calle porque las policías no podían controlar las protestas. El resultado fue de 300 muertos, según los datos oficiales. Esta matanza profundizó la crisis dentro del partido gobernante. Disparó un proceso que terminaría con el bipartidismo que había conocido Venezuela. De Luca lo explicó del siguiente modo: “Desde la década del ’50 hasta la aparición de Chávez, Venezuela funcionó con un sistema bipartidista casi de manual. Además de la AD, que era el partido con cierta raigambre sindical, estaba la Comité de Organización Política Electoral Independiente, más conocido como Copei. Éste representaba una vertiente más conservadora. Ambas fuerzas se turnaron en el poder durante más de cuatro décadas”.

La destitución de Andrés Pérez fue en mayo del ’93. Su partido le quitó el apoyo y acompañó el juicio político que lo retiró del poder. “Allí comenzó el proceso que terminaría con la asunción de Chávez en febrero del ’99, que a su vez enterró a los dos partidos tradicionales”.

Este breve repaso histórico no es antojadizo. Es necesario para ilustrar cómo se rearmaron las fuerzas políticas en el país caribeño a la salida del neoliberalismo y como lo hicieron en Argentina, ya que se trata de un dato central para analizar si existe la posibilidad de un Capriles argentino.

El nuevo orden. “Todas las fuerzas que surgieron luego de la irrupción de Chávez son nuevas, más allá de que se hayan hecho con pedazos de los anteriores. La AD tiene cierto peso todavía y el Copei se transformó en un sello de goma”, explicó De Luca.

En ese archipiélago de partidos nuevos comenzó a navegar el antichavismo. Se sabe que el líder de la revolución bolivariana hizo unas 15 elecciones desde que está en el poder. Aquí repasaremos sólo las presidenciales.

Luego de ganar en 1999, Chávez hizo una reforma constitucional que fue sometida a la votación popular. Para legitimar los nuevos poderes, se hizo una nueva elección presidencial en el año 2000. Allí casi podría decirse que no existió la oposición. El candidato que se enfrentó con el presidente fue Francisco Arias Cárdenas, que era un chavista disidente. Chávez sacó cerca del 60% de los votos y Cárdenas un 35%, con el apoyo de la constelación de partidos opositores, que se pusieron detrás del ex chavista y se repartieron de modo muy fragmentado los escaños que consiguieron en el parlamento.

Ante la imposibilidad de ganar en las urnas, la oposición apeló a una vieja costumbre de las oligarquías latinoamericanas, los golpes de estado. Lo intentó en abril del 2002, en aquellas jornadas en las que Chávez fue sacado del Palacio de Miraflores, retenido en una base militar, y luego repuesto en su función tras una masiva movilización popular y la fractura del ejército.

La siguiente contienda presidencial fue en el 2006. Se presentaron 13 candidatos además del mandatario. Manuel Rosales, que en ese momento era gobernador del estado de Zulía, logró una alianza entre algunas fuerzas de la constelación antichavista. Sacó alrededor del 35% de los votos, pero fue aplastado por el presidente que consiguió el 62%. Entre esa votación y la de este año hubo distintas instancias electorales. Chávez sólo perdió en el 2009, por 1 punto, cuando hizo un nuevo referéndum para volver a reformar la constitución.

“La oposición venezolana fue aprendiendo de las derrotas hasta llegar al esquema que consagró como candidato a Capriles”, le remarcó a este semanario el director de la consultora Equis Artemio López. Parte de ese aprendizaje fue la forma de elegir al candidato. El anterior a Capriles, Rosales, había surgido de un acuerdo de cúpulas y no de una elección de internas abiertas.

El resto es historia conocida. El joven gobernador compitió en octubre de este año. Los medios de comunicación de casi todo el planeta operaron para instalar la idea de que el líder de la revolución bolivariana perdía, pero volvió a ganar, aunque esta vez en una disputa más reñida, 55 a 44.

Al respecto, De Luca resaltó: “Lo que ha estado en el trasfondo durante todos estos años en el sistema político venezolano es la desaparición completa de los partidos con alguna raigambre histórica y tradición”.

Mundos distintos. Lo último que dijo De Luca es la clave para poder analizar si Macri puede ser el Capriles argentino. La desaparición de las dos fuerzas tradicionales es algo que en la Argentina no pasó. Luego de la crisis del 2001, el peronismo se reinventó, se reagrupó detrás del proyecto de Néstor y Cristina Kirchner y está “más vivo” que antes. En el caso del radicalismo, no es posible comparar su éxito electoral con el del PJ. Sin embargo, si se mira el mapa de intendencias en todo el país y el reparto de las bancas en la Cámara de Diputados, la UCR fue la fuerza política opositora que más ganó en la última elección, a pesar de que en la presidencial Ricardo Alfonsín sacó alrededor del 12% de los votos. Es decir: los dos partidos más importantes y con más historia de la Argentina siguen siendo los más preponderantes del mapa político.

“Eso es lo que hace que la comparación sea imposible –remarcó De Luca–. En el caso venezolano, las estructuras opositoras tienen tan poca tradición. La alianza que lograron en la última elección llevó mucho tiempo. Los motivos que la impedían tenían que ver con encontrar un modo de elegir al candidato más que con diferencias programáticas ancladas en la tradición partidaria. En cambio, en el caso argentino, hay partidos como el socialismo, que por su tradición ideológica tiene más puntos de contacto con el kirchnerismo que con el PRO. Entonces es imposible imaginar una agrupación de fuerzas a la venezolana. Tampoco me imagino, en principio, al radicalismo poniendo a Macri como su candidato presidencial”.

–Qué tipo de reagrupación de fuerzas opositoras le parece posible?
–El esquema que se dio en las elecciones parlamentarias del 2009. Allí hubo un panradicalismo, que incluía a varias de las fuerzas que hoy están en el FAP y, por otra parte, una alianza de centroderecha entre el macrismo y De Narváez y partes del peronismo. Ese panorama es más realista para la oposición argentina que el venezolano.

–¿No hay un Capriles local?
–No lo veo. No es una cuestión exclusivamente de las características del candidato, sino de lo que ha pasado con las estructuras políticas en ambos países. Es muy distinto.

11/11/12 Miradas al Sur


GB

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