martes, 27 de octubre de 2020

CRISTINA DIXIT.

 Cristina: "A diez años sin él y a uno del triunfo electoral: sentimientos y certezas"

La vicepresidenta Cristina Fernández de Kirchner compartió en sus redes sociales un análisis de la situación política actual, en ocasión del aniversario del fallecimiento de Néstor Kirchner y el primer año de gobierno. Sobre las críticas mediáticas a ella recordó "Como dice Máximo y conté en Sinceramente: ¿Y vos que creías? ¿Qué lo de las AFJP, las retenciones, YPF, paritarias libres y juicios de lesa humanidad eran gratis?”. 

    Por Cristina Fernández de Kirchner

    Como todos y todas saben, no concurro  a actividades públicas u homenajes que tengan que ver con aquel 27 de octubre. Tal vez sea un mecanismo inconsciente de no aceptación ante lo irreversible. No sé… Ya saben que la psicología no es mi fuerte. Pero además resulta que mañana también se cumple un año del triunfo electoral del Frente de Todos. ¿Qué increíble, no? Que la elección presidencial en la que volvimos a ganar haya coincidido justo con el 27 de octubre. Licencias que se toma la historia.

    Cuando Néstor asumió la presidencia en el 2003, el país había sufrido, dos años antes, una crisis sin precedentes hasta ese momento. Todavía recuerdo aquella magnífica entrevista que Torcuato Di Tella le hiciera y que se publicó como libro bajo el título “Después del derrumbe”. Perfecta metáfora. El 10 de diciembre de 2019 a la Argentina otra vez la habían derrumbado, pero nadie esperaba, ni siquiera podía imaginar, lo que iba a venir apenas unos meses después.

    El freno a la economía y la incertidumbre generalizada sobre qué va a pasar con nuestra vida son agobiantes. No está explicado en ningún libro ni hay teoría que lo resuelva. No hay soluciones. Es permanente ensayo y error. O mejor dicho: brote, contagio y volver otra vez para atrás. Aquí y en todas partes. Así y todo el tiempo. Sin embargo, aun en este marco de incertidumbre por la pandemia global y a casi un año de gobierno, sí podemos llegar a algunas certezas, al menos en el campo de la política.

    PRIMERA CERTEZA

    Durante mucho tiempo se sostuvo que uno de los problemas centrales durante mis dos mandatos como presidenta eran las formas: “no escucha”, “es confrontativa”, “no dialoga”, “no habla con los periodistas, “no responde preguntas”. Aún recuerdo un programa de televisión que armó un “coro de periodistas” que gritaban “queremos preguntar”. Por supuesto, nunca creí que ese fuera el problema. Como dice Máximo y conté en Sinceramente: “¿Y vos qué creías? ¿Que lo de las AFJP, las retenciones, YPF, paritarias libres y juicios de lesa humanidad eran gratis?”.

    Sin embargo, no pocos dirigentes en el peronismo pensaban que efectivamente el problema eran las formas y no el fondo. Es más, muchos también le agregaban las cadenas nacionales y las características de mi retórica (por decirlo de un modo elegante). Y la verdad es que ese fue también uno de los motivos que culminó en mi decisión del 18 de mayo de 2019. Es que en política no solamente es lo que uno cree, sino lo que ve e interpreta el conjunto. Y resultaba esencial la construcción de un gran frente político y social que permitiera ganar las elecciones presidenciales con la convicción de que un nuevo mandato del macrismo arrasaría definitivamente con la posibilidad de un modelo de desarrollo argentino con inclusión social y razonable autonomía.

    El 10 de diciembre de 2019 asumió como presidente de todos los argentinos y todas las argentinas Alberto Fernández. Fue Jefe de Gabinete durante toda la gestión de Néstor y durante los primeros meses de mi primer mandato. Luego la historia es conocida por todos y todas: se fue del gobierno y se convirtió en un duro crítico de mi gestión. Justo es decirlo, no fue el único. Sin embargo, la experiencia macrista en el gobierno y la relación de fuerzas que surgió en el peronismo luego de las elecciones parlamentarias del 2017 nos impuso la responsabilidad histórica, a quienes expresábamos la voluntad popular, de generar las condiciones para que el 10 de diciembre de 2019 alumbrara un nuevo Gobierno.

    Sus características personales y su experiencia política al lado de Néstor, signadas por el diálogo con distintos sectores, por la búsqueda de consensos, por su íntimo y auténtico compromiso con el Estado de derecho –tan vulnerado durante el macrismo–, su contacto permanente con los medios de comunicación cualquiera fuera la orientación de los mismos y finalmente su articulación con todos y cada uno de los sectores del peronismo que, dividido, nos había llevado a la derrota electoral, determinaron que junto a mí, como vicepresidenta, encabezara la fórmula del Frente de Todos que triunfó en las elecciones del 27 de octubre, hace exactamente un año.

    Así, en diciembre del año pasado asumimos después de cuatro años de gobierno de Mauricio Macri y nos encontramos otra vez con un nuevo derrumbe. Cuatro años en los que se volvió a endeudar al país a límites insostenibles, con el retorno del FMI a la Argentina que le sumó a la deuda de los privados 44 mil millones de dólares más. Cuatro años de tarifazos impagables en los servicios públicos, cierre masivo de PyMES, pérdida del salario y jubilaciones, etc., etc., etc. Todo ello resultado de aplicar las políticas públicas que los factores de poder económico y mediático reclamaron durante los 12 años y medio de nuestros gobiernos y que se comprobó, luego de Macri, sólo conducen al desastre generalizado. Pero lo peor estaba por venir: en los primeros meses del 2020 devino un hecho inédito, impensado e inimaginable. Ni siquiera fue un cisne negro,  sino una pandemia incontrolable que no tendrá cauce –como lo comprobamos a diario en todo el planeta– hasta el surgimiento de una vacuna o de un tratamiento.

    En este marco de derrumbe macrista más pandemia, quienes idearon, impulsaron y apoyaron aquellas políticas, hoy maltratan a un Presidente que, más allá de funcionarios o funcionarias que no funcionan, y más allá de aciertos o desaciertos, no tiene ninguno de los “defectos” que me atribuían y que según, no pocos, eran los problemas centrales de mi gestión. El punto cúlmine de ese maltrato permanente y sistemático se produjo hace pocos días en un famoso encuentro empresario autodenominado como lugar de ideas, en el que mientras el Presidente de la Nación hacía uso de la palabra, los empresarios concurrentes lo agredían en simultáneo y le reprochaban, entre otras cosas, lo mucho que hablaba.

    Primera certeza: castigan al Presidente como si tuviera las mismas formas que tanto me criticaron durante años. A esta altura ya resulta inocultable que, en realidad, el problema nunca fueron las formas. En realidad, lo que no aceptan es que el peronismo volvió al gobierno y que la apuesta política y mediática de un gobierno de empresarios con Mauricio Macri a la cabeza fracasó. Es notable, sobre todo en el empresariado argentino, el prejuicio antiperonista. Notable y además inentendible si uno mira los resultados de los balances de esas empresas durante la gestión de los gobiernos peronistas o kirchneristas –como más les guste–. Este prejuicio no encuentra explicación ni desde la política ni desde la economía, y a esta altura me permito decir que ni siquiera desde la psicología… aunque ya les advertí que de eso no sé. Pero no quedan dudas de que esta actitud incomprensible ha sido y es una de las dificultades más grandes para encauzar definitivamente a la Argentina.

    SEGUNDA CERTEZA

    Como se han quedado sin la excusa de las formas, tuvieron que pasar a un segundo guión: “Alberto no gobierna”, “la que decide todo es Cristina”, “rencorosa” y “vengativa”,  que sólo quiere solucionar sus “problemas judiciales”.

    Debo reconocer que son poco creativos. El relato del “Presidente títere” lo utilizaron con Néstor respecto de Duhalde, conmigo respecto de Néstor y, ahora, con Alberto respecto de mí. Después de haber desempeñado la primera magistratura durante 2 períodos consecutivos y de haber acompañado a Néstor durante los 4 años y medio de su presidencia, si algo tengo claro es que el sistema de decisión en el Poder Ejecutivo hace imposible que no sea el Presidente el que tome las decisiones de gobierno. Es el que saca, pone o mantiene funcionarios. Es el que fija las políticas públicas. Podrá gustarte o no quien esté en la Casa Rosada. Puede ser Menem, De La Rúa, Duhalde o Kirchner. Pero no es fácticamente posible que prime la opinión de cualquier otra persona que no sea la del Presidente a la hora de las decisiones.

    En cuanto a lo de “rencorosa” y “vengativa”. A nosotros nunca nos movió el rencor ni la venganza. Al contrario, la responsabilidad histórica y el deber político para con el pueblo y la Patria guiaron todas y cada una de nuestras decisiones y acciones. No hay demostración más cabal de ello que haber decidido con el volúmen de nuestra representación popular, resignar la primera magistratura para construir un frente político con quienes no sólo criticaron duramente nuestros años de gestión sino que hasta prometieron cárcel a los kirchneristas en actos públicos o escribieron y publicaron libros en mi contra. Deberán esforzarse mucho para encontrar en la historia argentina ejemplos similares.

    Por último, eso de que “sólo quiere solucionar sus problemas judiciales” (SIC), a esta altura ya resulta inaceptable. Lo único que queremos es el correcto funcionamiento de las instituciones y que se garantice la aplicación de la Constitución Nacional y la ley a todos y todas por igual, sin doble vara ni privilegios. Resulta insoslayable señalar que utilizan el eufemismo “problemas judiciales” para ocultar lo que hicieron en Argentina y en la región con el Estado de derecho: se lo llevaron puesto para proscribir a los líderes populares. Con la articulación de sectores del Poder Judicial, los medios de comunicación hegemónicos y distintas agencias del Estado, durante el gobierno macrista se perpetró una persecución sin precedentes contra mi persona, mi familia y contra muchos dirigentes de nuestro espacio político. De ello hoy dan cuenta las escandalosas revelaciones y el hallazgo de pruebas a la luz del día acerca de las conductas de periodistas, fiscales, jueces, agentes de inteligencia, dirigentes políticos y hasta del mismisimo Presidente Macri involucrado personalmente en los mecanismos de espionaje, extorsión y persecución.

    Sin ir más lejos, miren Bolivia. Nada menos que la OEA dirigió un Golpe de Estado diciendo que había habido fraude en las elecciones presidenciales del año pasado. El resultado de las recientes elecciones en ese país hermano me eximen de mayores comentarios. Y después dicen que el lawfare no existe.

    Segunda certeza: en la Argentina el que decide es el Presidente. Puede gustarte o no lo que decida, pero el que decide es él. Que nadie te quiera convencer de lo contrario. Si alguien intentara hacerlo, preguntale que intereses lo o la mueven.

    TERCERA CERTEZA

    Cuando terminé mi gestión el 10 de diciembre de 2015 la Argentina estaba desendeudada, el FMI al que le debíamos desde el año 1957 era sólo un recuerdo de los mayores de 21 años, los pagos de la deuda reestrcturada en el 2005 y en el 2010 se llevaban a cabo con normalidad y sin recurrir a nuevo endeudamiento y el perfil de vencimientos para los años subsiguientes era más que sostenible. La desocupación era del 5,9%, los salarios y las jubilaciones –tomadas en dólares– eran las más altas de América Latina y la cobertura previsional había superado con creces el 90% de la población. La inflación, medida por el Gobierno de la Ciudad de Buenos Aires, no superaba el 25% anual.

    Sin embargo, la restricción externa –léase: escasez de dólares o excesiva demanda de dicha moneda; según como se mire– que apareció luego de haber soportado 6 corridas cambiarias –la última durante el año 2011, en el que fui electa por segunda vez consecutiva Presidenta de la Nación– motivó la regulación cambiaria que los medios hegemónicos bautizaron “cepo”. Dicha regulación establecía un tope para la compra de dólares para ahorro que era de USD2500 por mes. Sí, tal como se lee: USD2500 por mes. Si la analizamos con perspectiva, la restricción no sólo era razonable, sino que daba cuenta del nivel del poder adquisitivo de ciertos salarios de la época. Muchos compraban dólares y muchos compraban el tope mensual. ¿Quién podría hoy acceder a esos USD2500 para ahorrar mes a mes? Casi nadie.  Sin embargo, por haber establecido dicha restricción cambiaria, nuestro gobierno fue atacado día a día por los medios hegemónicos. Un ataque sistemático que hasta incluyó movilizaciones convocadas por la oposición política y fogoneadas por aquellos mismos medios.

    Así las cosas, el 10 de diciembre de 2015 asumió Mauricio Macri como Presidente de la Nación. De allí en adelante, las políticas de la República Argentina giraron 180 grados y se inauguró una gestión de gobierno conducida por empresarios que receptó en sus políticas públicas todas y cada una de las demandas de los distintos factores de poder económico de la Argentina, incluído su alineamiento acrítico en materia de política exterior. Apenas asumió liberó la cuenta capital, eliminó la regulación cambiaria –levantó el “cepo”– y decidió la apertura indiscriminada de importaciones dando inicio al período de endeudamiento más vertiginoso del que se tenga memoria y que culminó con un inédito préstamo para los argentinos y para el mismísimo FMI de 44 mil millones de dólares, destinado a financiar la campaña electoral para la reelección de Mauricio Macri como presidente.

    Macri terminó su gobierno con una deuda impagable, con el FMI instalado otra vez en nuestro país, con una desocupación rondando los dos dígitos, con salarios y jubilaciones por el piso, con tarifas dolarizadas e impagables y con una inflación muy superior al 50%. Sin embargo, a pesar de los miles de millones de dólares ingresados al país como deuda, Macri tuvo que reestablecer el denominado “cepo” cambiario pero con una restricción mucho mayor: sólo podían comprarse para ahorro USD200 por mes –menos del 10% de aquellos tan cuestionados USD2500–. Después de cuatro años, el gobierno de los empresarios y de la derecha argentina disparó al infinito el problema de la restricción externa al endeudar a la Argentina como nunca nadie lo había hecho antes.

    Hoy, luego del derrumbe macrista y en plena pandemia, y pese a no tener obligaciones de pago en moneda extranjera en lo inmediato gracias a la reestructuración de deuda llevada a cabo por el Gobierno, con superávit comercial y mayor nivel de reservas en el BCRA que cuando terminó mi gestión, continuamos con la restricción externa de esa moneda –o faltan dólares o hay demasiada demanda– a la que se suma una más que evidente extorsión devaluatoria.

    Es que la Argentina es el único país con una economía bimonetaria: se utiliza el peso argentino que el país emite para las transacciones cotidianas y el dólar estadounidense que el país –obviamente– no emite, como moneda de ahorro y para determinadas transacciones como las que tienen lugar en el mercado inmobiliario. ¿Alguien puede pensar seriamente que la economía de un país pueda funcionar con normalidad de esa manera?

    El problema de la economía bimonetaria no es ideológico. No es de izquierda ni de derecha. Ni siquiera del centro. Y no hay prueba más objetiva de esto que la alternancia de modelos políticos y económicos opuestos que se operó el 10 de diciembre de 2015. Todos los gobiernos nos hemos topado con él. Unos intentamos gestionarlo con responsabilidad, desendeudando al país en un marco de inclusión social y desarrollo industrial. Otros de orientación inversa –como el de Mauricio Macri– siempre han “chocado la calesita” con endeudamiento y fuga. Pero lo cierto es que ese funcionamiento bimonetario es un problema estructural de la economía argentina.

    Tampoco es una cuestión de clase: los dólares los compran tanto trabajadores para ahorrar o para hacer una diferencia que mejore el salario, como empresarios para pagar las importaciones necesarias para hacer funcionar su empresa, para ahorrar y también, bueno es decirlo, para fugar formando activos financieros en el exterior, siendo esta última actitud una de las que más han contribuído a las crisis cíclicas de la Argentina.

    Tampoco es producto de las experiencias hiperinflacionarias de la Argentina. Circula en redes un pequeño video de un reconocido humorista ya fallecido sobre la pasión nacional por el dólar. El video data de 1962: Arturo Illia no había asumido como Presidente y Raúl Alfonsín estaría todavía de pantalones cortos en Chascomús. La coartada de la “hiper” para explicar el problema es también insuficiente. Basta recordar a Perón Presidente en la década del 50 preguntando: “¿Alguien vió alguna vez un dólar?”

    Tercera certeza: la Argentina es ese extraño lugar en donde mueren todas las teorías. Por eso, el problema de la economía bimonetaria que es, sin dudas, el más grave que tiene nuestro país, es de imposible solución sin un acuerdo que abarque al conjunto de los sectores políticos, económicos, mediáticos y sociales de la República Argentina. Nos guste o no nos guste, esa es la realidad y con ella se puede hacer cualquier cosa menos ignorarla.

    En este 27 de octubre quiero agradecer a todos cada uno de los argentinos y las argentinas las muestras de reconocimiento, cariño y amor hacia quien fuera mi compañero de vida.

    Y especialmente a Alberto, tanto por la decisión de repatriar la figura de bronce de Néstor que alguna vez emplazamos en la sede de la UNASUR en Quito, allí en la exacta mitad del mundo, como la de su nuevo emplazamiento en el hall del Centro Cultural Kirchner. Sinceramente, es una caricia al alma.

    Néstor amaba ese lugar. Cuando lo recorrimos juntos el 24 de mayo del 2010 en el marco de los festejos del Bicentenario para inaugurar la primera parte de la obra que culminaría en el centro cultural más grande de Latinoamérica, me comentó que a ese lugar su padre –a quien adoraba– lo llevaba cada vez que venía a Buenos Aires. Es que el abuelo de mis hijos era empleado del Correo, llegando a ser su tesorero allá en Santa Cruz. Néstor me contó que le enseñaba con orgullo la grandiosidad del lugar, como si fuera suyo, una característica de los empleados del Correo Argentino… Orgullo de pertenecer. Mientras me contaba se le vidriaban los ojos, como cada vez que se acordaba de su padre. Sí, definitivamente es un buen lugar para él.

    EL CUERVO LARROQUE-NESTOR-PUEBLO-CRISTINA.

     DOSSIER //// 27.10.2020

    Néstor vino a darle sentido a la vida, por Andrés “Cuervo” Larroque

    AGENCIA PACO URONDO comparte el capítulo que el actual ministro de Desarrollo de la Comunidad de Buenos Aires y referente de La Cámpora publicó en el libro Néstor el hombre que cambió todo, de Jorge “Topo” Devoto.


    DOSSIER //// 27.10.2020
    Néstor vino a darle sentido a la vida, por Andrés “Cuervo” Larroque

    AGENCIA PACO URONDO comparte el capítulo que el actual ministro de Desarrollo de la Comunidad de Buenos Aires y referente de La Cámpora publicó en el libro Néstor el hombre que cambió todo, de Jorge “Topo” Devoto.

      Por Andrés Larroque

      Me cuesta recordar a Néstor sin caer en una emoción que prácticamente no me permite hablar. Fue así a lo largo de estos diez años. Pensé mucho por qué me pasa eso. Básicamente creo que Néstor es la persona que le dio sentido a las cosas. Para aquellos que transitamos una militancia quimérica allá por los años 90 y que estábamos al borde de ser considerados parias en una sociedad que había elegido la amnesia como patrón de conducta, él vino a poner las cosas en su lugar, él vino a reparar, él vino a darle sentido a la vida.

      Pertenezco a una generación que nació a la vida en los 70 y creció mirando la experiencia de aquellos años. Asomamos a la práctica política en los inicios de los 90, período en el que más se hicieron sentir las consecuencias del golpe genocida que, a sangre y fuego, colocó a nuestro país como un dispositivo más del gran casino en que transformaron al mundo a partir de la hegemonía del sistema financiero.
      Él vino a poner las cosas en su lugar, él vino a reparar, él vino a darle sentido a la vida.

      Las políticas liberales habían recuperado fuerza luego del impasse generado por el crack del 30 y la Segunda Guerra Mundial. El capitalismo comenzaba a mutar y pasaba a una fase más agresiva; la coexistencia pacífica se demostraba ineficaz y, por lo tanto, emergía una ofensiva neoliberal con resultados que marcaron un cambio de época. Entre esos hitos estaba la caída del Muro de Berlín, de la URSS y los socialismos reales, así como también en lo conceptual el “fin de las ideologías y de la historia”.

      En ese contexto nacimos a la militancia, con un genocidio a cuestas y una tremenda derrota cultural, al punto que el propio peronismo fue arrastrado a la confusión. El proceso de valorización financiera iniciado en 1976, lejos de detenerse, ganaba impulso en democracia. Los tibios intentos iniciales de Alfonsín no pudieron frenar esa dinámica. Menem, con menos resistencia aún, se aferró al credo liberal para dar paso a la catástrofe.

      La fractura social se hacía insoslayable. ¿Cómo responder, desde la política, a esa realidad que avasallaba todo? El 1 a 1 funcionaba como un narcótico perfecto para una clase media presta a la distracción. Mientras tanto, el aparato productivo era arrasado y la desocupación crecía como nunca en los últimos 50 años. El peronismo, que había sobrevivido a todas las persecuciones, ahora se sumergía en una coyuntura terrible: la cooptación liberal.

      Nos animábamos a la militancia, que en aquel contexto era como predicar en el desierto.

      La derrota cultural resultaba simplemente devastadora. Las ideas de solidaridad, compañerismo o militancia eran desterradas por una sociedad que se rendía frente a los oropeles del individualismo. Incluso el solo hecho de mencionar estos conceptos lo ponían a uno por fuera de la realidad aceptada. Nos veíamos condenados a ser elementos extraños en un país que parecía haberlo olvidado todo.

      En ese contexto, poco auspicioso, comenzó a desarrollarse la militancia: la mía y la de unos cuantos. Por un reflejo casi natural, la reacción nuestra fue ir a buscar al peronismo en su esencia. Los preceptos de Juan Perón y Eva Perón habían sido abandonados por los cánones oficiales del justicialismo, de modo que entendimos que nuestro camino deberíamos buscarlo junto al pueblo sufriente.  

      Nuestra práctica política se dirigió, entonces, a las villas del sur de la Ciudad de Buenos Aires, particularmente a la 20 de Lugano. Allí sobrevivían, dispersos, militantes de la JP y del Movimiento Villero Peronista. En sus narraciones nos reconocimos como parte de esa herencia. Pero no éramos muchos, más bien poquitos y costaba sumar. La demonización de la política y de las organizaciones obstruía todo proceso de acumulación. Sólo las cuestiones reivindicativas nos permitían aglutinar algo, en el marco de lo que ya se denominaba “resistencia al modelo neoliberal”.

      En todas nuestras charlas, análisis y debates, anhelábamos ser parte de una generación que sembrara la esperanza de un cambio que veíamos a muy largo plazo. Nos animábamos a la militancia, que en aquel contexto era como predicar en el desierto, diciéndonos que ese esfuerzo sentaría las bases para que nuestros hijos pudieran tener mejores condiciones para dar la pelea. Ni de cerca nos veíamos siendo parte de una etapa victoriosa… Y más de una vez dijimos: si no lo ven nuestros hijos, por lo menos que lo vean nuestros nietos.

      Así eran las cosas. Las posibilidades de transformación se proyectaban a veinte, treinta o cincuenta años: tal era la magnitud de la derrota. El contexto regional y mundial, desde ya, no colaboraban a generar la más mínima expectativa. Y encima de todo eso, los debates de la militancia se tornaban engorrosos y laberínticos. Sin embargo, el proceso de resistencia avanzaba con la táctica del agua, más allá de toda coordinación. Las propias incongruencias del modelo neoliberal, que pasaba de explotados a excluidos a millones de compatriotas, iban generando las condiciones para la eclosión.

      A fines de 1998, un dato de la región movió el amperímetro: Hugo Chávez. Aun frente a las dudas que algunos pretendieron sembrar en torno a Chávez en los primeros momentos (por ejemplo, asociándolo a los carapintadas argentinos), quedó claro que el tablero comenzaba a moverse. De repente un presidente de la región comenzaba a hablar de cosas que parecían condenadas al olvido; incluso mencionaba como referencia a Juan Domingo Perón.

      Hasta su apellido era difícil de aprender para la gente, al punto que los paredones discutían cuál era la versión correcta.

      En 1999, De la Rúa se hizo cargo de la presidencia; el desenlace es conocido. Las tensiones de un país invivible, muy ayudadas por la impericia política del gobierno, explotaron en las jornadas del 19 y 20 de diciembre. Y así el pueblo –gran ausente hasta ese momento– volvía para reclamar su lugar protagónico en la historia; así el pueblo reaparecía para sacarse de encima el mote de “gente” con el que pretendieron desnaturalizarlo todos esos años.

      ¿Y nosotros? Aquello que avizorábamos a 20 o 30 años parecía acercarse de pronto; pero cual destino esquivo se alejaba a la vez. Estaba claro que se abría una oportunidad histórica por la crisis neoliberal; pero si no emergía alguien que pudiera condensar esa energía que sacudía el país, podía terminar imponiéndose un reflujo conservador.

      El 2002 fue el escenario de ese dilema; un tiempo de vaivenes que expresaban la tensión de fondo. Precedido por un récord de presidentes salientes, Eduardo Duhalde debía contener la situación. Fue un período ecléctico; la masacre del Puente Pueyrredón terminó signando la suerte del gobierno. Mientras tanto, la magnitud de la crisis no dejaba de generar las condiciones para que se produjera un accidente en la historia. Y se produjo.

      Comenzamos a acompañarlo, a seguirlo, a defenderlo, a discutir con todos aquellos que dudaban.

      “Y dejo rodar la bola que algún día se ha de parar, tiene el gaucho que aguantar hasta que lo trague el hoyo, o hasta que venga un criollo en esta tierra a mandar”, así decía Fierro en el poema y así pedía la realidad argentina de aquel tiempo. Y el criollo apareció. De la forma menos pensada se abría el tiempo de la reparación en nuestra Patria.

      Emergía Néstor Kirchner a la Historia, y emergía rodeado de dificultades. Para empezar, ganó las elecciones perdiendo la primera vuelta y no teniendo la segunda, hecho que amenazaba con mellar su legitimidad. Hasta su apellido era difícil de aprender para la gente, al punto que los paredones discutían cuál era la versión correcta, sin que nadie se atreviera a terciar.

      Y el sol del 25 asomó esplendoroso, y Néstor dio un discurso imbatible. Un diagnóstico certero de las últimas décadas, que llamaba a las cosas por su nombre, a la vez que ofrecía un programa cargado de esperanza.

      Nuestra ilusión de un futuro lejano de redención para los olvidados comenzaba a tutearse, de manera increíble, con el presente. Como una ráfaga, desconociendo los aprietes del poder, Néstor empezó a poner las cosas en su lugar, casi como un ente celestial que viniera a sacarnos del descarrío histórico.

      Comenzamos a acompañarlo, a seguirlo, a defenderlo, a discutir con todos aquellos que dudaban. No teníamos contacto con las estructuras políticas cercanas al presidente; nuestra militancia de base estaba a años luz de los ámbitos del poder. Con plena inocencia nos definíamos “anarco-kirchneristas” porque, en la vorágine de esos meses iniciales, acompañábamos sin tener ningún nexo concreto.

      Nuestra fe era infinita; cada día, los hechos nos daban la razón con creces. Abundaba la militancia escéptica, curada en 20 años de desilusiones, que renegaba previniéndose de un nuevo desengaño. Las discusiones, bastante absurdas, versaban siempre en un mismo punto: que había algo que no cerraba, que algún engaño entrañaba ese hombre que hacía todo bien y quizás mejor de lo que hubiéramos soñado.
      Con plena inocencia nos definíamos “anarco-kirchneristas” porque, en la vorágine de esos meses iniciales, acompañábamos sin tener ningún nexo concreto.

      Así transcurrimos esos primeros años del gobierno de Néstor. Nuestro objetivo se resumía en tratar de reagrupar a la Juventud Peronista. La atomización era una característica general de la política post-90; en los sectores juveniles, eso confluía con un fuerte escepticismo. Muchos grupos que veníamos conviviendo en el marco de la resistencia al neoliberalismo desde distintos sectores buscábamos la manera de confluir, pero siempre faltaba el eje ordenador. Néstor lo era, desde ya, pero todavía nos quedaba lejos.

      Así fue que nos dimos a la tarea de reagrupar las JP silvestres que existían en el universo político del peronismo y sus adyacencias. En eso estábamos cuando, después de diversos intentos de acercamiento a la “pingüinera” (como se decía en aquel tiempo), empezamos a tener un contacto más sistematizado con los compañeros y compañeras de la Casa de Santa Cruz en la Capital Federal. Ahí nos volvimos a encontrar con los compañeros de camino, con los que coordinábamos acciones, pero no lográbamos cristalizar un espacio unificado.

      De esa forma surgió La Cámpora. Su gestación nos permitió conocer a Néstor. Llegamos a él vía Máximo y los compañeros de la Casa de Santa Cruz. En realidad, él llegó a nosotros; nos quedó muy claro desde la primera charla. Su fervor militante desbordaba, verdaderamente lo disfrutaba. Desde el vamos nos planteó la necesidad de recomponer el actor juvenil en la discusión política argentina. Se remontó a su experiencia en los 70. Le preocupaba que elaboremos, que hubiera debate, discusión, dinamismo.

      A partir de ahí comenzó una nueva etapa. El mismo vértigo y la emoción de los tiempos iniciales del gobierno, pero ahora en primera persona. Tras la asunción de Cristina, las tensiones habían aumentado, el poder mandaba mensajes claros y Néstor nos lo advirtió en febrero del 2008. En su oficina tenía una foto de la pensión donde vivió en La Plata. “De ahí solo dos quedamos con vida; miro todos los días esa foto”, nos decía, al borde la emoción, como para dimensionar de qué estábamos hablando.

      El contacto con él se volvía más fluido. Había una cuestión que nos rondaba todo el tiempo. ¿Por qué nos dedicaba tanta atención? Con nuestras taras, tratábamos de estar a la altura de las circunstancias, pero no era fácil. Como generación forjada en los 90, las excrecencias propias de ese tiempo nos acompañaban de manera inconsciente.

      Néstor era un entusiasta sin límite; no había dificultad o contratiempo que mellara su optimismo. Casi que al revés: a mayores contingencias, mayor su motivación. Y no era algo que guardara para sí; tenía una tendencia irrefrenable a trasladarle ese optimismo a cualquier interlocutor, sin escatimar ningún tipo de exageración. Recuerdo un día que nos quería convencer que en una movilización de las patronales agrarias había 20 o 30 mil personas, cuando la imagen a simple vista decía que el número era por lo menos cinco o seis veces mayor. Lo hacía como una forma de protección. Sabía cómo vencer, pero necesitaba que el resto tuviera esa misma fe, que no los ganara el derrotismo.

      Durante todo el conflicto de la 125 lo obsesionaba proteger a Cristina. No porque creyera ella no pudiera cuidarse sola; su confianza en que iba a ser una gran presidenta era absoluta. Sin embargo, le dolía que Cristina no tuviera los cien días de gracia de todo presidente. La extorsión de los poderes fácticos arreciaba en los albores del nuevo gobierno, al que de entrada le anotaban los cuatro años y pico precedentes en la cuenta.

      Estábamos en plena batalla y nosotros éramos sus soldados, por supuesto que en sentido figurado (para que nadie se confunda). Esperábamos con todo anhelo sus misiones, nos llenaban de orgullo. “Néstor quiere esto, Néstor quiere lo otro”, era música para nuestros oídos. Ese 2008 fue particularmente picante. El interior de la provincia era un terreno casi vedado para el gobierno, lo mismo que algunas zonas del interior del país. La ruralidad se había puesto en pie de guerra y nosotros teníamos que ver la manera de penetrar esos bastiones, ya sea porque él quería hacer un acto, una reunión o lo que fuera. En muchos casos cerraban los accesos a los pueblos, cortaban rutas; había que ver la manera de llegar, y ahí estábamos nosotros. De la misma manera, acompañábamos a Cristina en esas paradas bravas.

      En pleno conflicto se planteó un desafío: había que ganar la calle. Si bien Néstor se había retirado del gobierno con un 70% de imagen positiva y Cristina había ganado la elección del 2007 con total holgura, el proyecto político carecía de una raigambre militante sólida, al menos en términos de una mística propia. Se había llenado la Plaza el 25 de mayo de 2006, en una contundente demostración de fuerzas, pero no eran tiempos de canciones vivando a Néstor, ni a Cristina, ni de tatuajes y demás señales que marcaran una identidad fuerte.

      La tensión de la 125 escalaba y el desvelo de Néstor era no ceder la calle. El 25 de marzo, luego de un discurso de Cristina, a eso de las 19 horas, comenzaron a convocarse sectores críticos al gobierno a la Plaza de Mayo. Nuestro dispositivo aún estaba corto de reflejos, pero rápidamente un núcleo de 300 compañeros nos reunimos en Perú y Avenida de Mayo. El objetivo era entrar a la Plaza; el problema era que frente a nosotros se había nucleado una multitud de diez mil personas.

      Pero más allá de la diferencia numérica, nosotros estábamos mejor organizados, y nos sobraba fe para avanzar. Varios de los diversos referentes de las distintas organizaciones estaban allí, al frente de esa columna improvisada en la emergencia. Tampoco los de enfrente podían tener en claro cuántos éramos nosotros… Entonces apareció un elemento que fue decisivo. Todos nos aferramos a un rumor que circulaba y que afectó decididamente la correlación de fuerzas: Luis D´ Elía estaba llegando con una multitud desde La Matanza. Ya estaba en la 9 de julio, nos decíamos. Era cuestión de aguantar.

      La realidad fue que Luis llegó acompañado de no más de cinco personas, pero su presencia fue decisiva en términos psicológicos. Creyendo fervientemente en que detrás de él había una multitud, empezamos a avanzar; y los de enfrente, creyendo lo mismo, empezaron a retroceder. Así nos hicimos de la plaza. Así también nacía una épica de resistencia en el gobierno. Comprendimos que tener el gobierno no era tener el poder y que nos debíamos una construcción de sentido más profunda.

      Para nosotros no cabía ninguna duda respecto a que Néstor y Cristina eran actores excepcionales de la política argentina.

      Días después nos convocó Néstor a Olivos. Apasionado como siempre, nos bajaba línea sin parar. En un momento apareció la imagen de Luis D ´Elía en un televisor y dijo: “Si no fuera por este, no sé si estábamos acá”, con su particular dicción.

      Las reuniones con él eran maravillosas; una topadora que hablaba sin parar. Sabiendo que su tiempo era escaso, nos bombardeaba con frases e ideas. Salíamos cargadísimos, muchas veces entendiendo parcialmente algunas cosas, que solo el tiempo iría ayudándonos a interpretar. La verdad es que aprovechábamos cada minuto con él. Lo vivíamos como un sueño.

      Poco después tuvimos otra misión: bancar las carpas en la Plaza de los Dos Congresos. Cristina había decido trasladar el debate de la 125 al parlamento y nosotros debíamos generar un ámbito para que la militancia acompañe. La política, a la vez, mostraba sus miserias: el presidente que se había retirado con el 70 % de aprobación y la presidenta que había ganado por amplio margen las elecciones comenzaban a lidiar con el juego zigzagueante de la dirigencia frente al apriete del poder.

      Para nosotros no cabía ninguna duda respecto a que Néstor y Cristina eran actores excepcionales de la política argentina. Sin embargo, para buena parte de la dirigencia (atravesada por los altos niveles de escepticismo, o por los aprietes del poder), el ex presidente y la presidenta eran figuras de transición que habían iniciado su proceso de ocaso. Mientras parte de la dirigencia defeccionaba, quizás como le pasara a Juan Perón en las jornadas posteriores al 8 de octubre de 1945, algo que se venía gestando en el subsuelo de la Patria comenzó a sublevarse.

      Con mucho empeño y esfuerzo logramos poner en pie aquellas carpas. Junto a la militancia de todas las organizaciones, intendentes y sectores del movimiento obrero que no jugaban a las escondidas, pudimos bancar esas semanas de tensión permanente que derivaron en el voto no positivo. Y cuando todo parecía derrumbarse, como el ave fénix el proyecto político iniciado en el 2003, volvió a nacer.

      Hasta había llegado a rumorearse la renuncia de Cristina. Los que “sabían” de política nos decían que no había forma de seguir, los que “no sabíamos” de política estábamos convencido que íbamos a seguir y por mucho tiempo. Cristina, la más firme de todas; y Néstor, con más ganas que nunca. A plena iniciativa salimos a jugar un segundo tiempo que parecía con resultado puesto. Contra todo, contra todos, salimos adelante.

      Estatización de aerolíneas, recuperación de los fondos de los trabajadores en manos de la AFJP, matrimonio igualitario; esos y otros hitos nos permitieron recuperar la iniciativa. Como si no faltaran problemas, el mundo comenzaba a enfrentar la crisis económica más profunda desde el crack del 29.

      “A algún editorialista se le ocurrió denominarnos ´falange kirchnerista´ y Néstor se enojó muchísimo. ´Salgan a responder, no hay dejarla pasar´, dijo”.

      Paralelamente, La Cámpora germinaba y comenzaba a tomar relevancia mediática. El poder había identificado ese dispositivo en el que Néstor ponía tanta atención, pero que casi pasaba desapercibido para la dirigencia en general (salvo honrosas excepciones que siempre acompañaron desde los inicios). A algún editorialista se le ocurrió denominarnos “falange kirchnerista” y Néstor se enojó muchísimo. “Salgan a responder, no hay dejarla pasar”, dijo. Y rápidamente nos pusimos a la redacción de un comunicado para responder la delirante acusación, que no tenía nada de inocente. Él lo sabía. Como harían desde ese día hasta el infinito, la demonización de la militancia juvenil fue el deporte predilecto de cierta prensa.

      Llegó el 2009, en plena crisis y con la gripe A desplegándose, y se adelantaron las elecciones. El espacio había sufrido fisuras a partir de las tensiones por la 125, pero esos huecos fueron rebasados por una frondosa militancia que pedía más protagonismo y ponía todo sin condicionamiento alguno.

      La campaña fue una maratón y Néstor se la puso al hombro. Sin especular se ubicó al frente en la defensa del gobierno de Cristina. Todas las personas tienen su ego y, más allá de los afectos, no cualquiera abandona la zona de confort de haber terminado la presidencia con altísimos niveles de aceptación para dar una disputa en el marco de las siete plagas de Egipto. De la misma manera que se privó de la reelección que hubiera hecho justicia con el ballotage que no tuvo en el 2003, asumió el desafío de jugarse el todo por el todo, exactamente como haría Cristina en el 2017.

      Visiblemente molesto, no se dejó ganar por la bronca, reconoció el triunfo de quién hoy ya no es ni un recuerdo para la política argentina y enseguida marcó agenda de futuro y nos convocó a ganar en el 2011.
      Nunca antes una campaña fue tan claramente calle contra tele. Néstor surcaba el conurbano para tratar de empardar esa distancia que la tele le saca a la realidad con su celeridad frenética. No se llegó a ganar, pero evitamos una derrota más abrupta que hubiera sido catastrófica. Aquel 28 de junio, ya madrugada del 29 en el Hotel Intercontinental, búnker del FPV a la sazón, se marcaría otros de los hitos icónicos que marcarían a nuestra generación.

      Mientras la carga de datos se mostraba hostil a nosotros, los fantasmas de la 125 comenzaban a sobrevolar nuevamente. Todo fue repentino y dantesco. Nosotros teníamos unas poquitas pulseras para poder entrar al búnker; afuera llovía y estaba la mayoría de nuestra militancia. Con las dificultades del caso, nosotros tratábamos de ir entrando por tandas a todos los compañeros y compañeras. En esa ardua misión estábamos cuando de repente, sin más, se produjo una estampida, y el hotel prácticamente se vació. La tendencia era irreversible: íbamos a perder la elección. Así que se fueron todos. Ante tan indigno espectáculo se volvió fácil hacer entrar a la militancia.

      Así que copamos salón de actos y, como esas hinchadas que le reconocen el esfuerzo al equipo cuando la suerte resulta esquiva, comenzamos a cantar sin parar. Pueden haber sido un par de horas. Finalmente, apareció Néstor, acompañado del resto de los integrantes de la lista. Visiblemente molesto, no se dejó ganar por la bronca, reconoció el triunfo de quién hoy ya no es ni un recuerdo para la política argentina y enseguida marcó agenda de futuro y nos convocó a ganar en el 2011.

      A la semana siguiente apareció de sorpresa en un plenario de Carta Abierta en el Parque Lezama. Habría entre cien y doscientas personas. Dio un discurso y redobló la apuesta. Era como esa película de los ochenta, Retroceder nunca, rendirse jamás, pero en la realidad. No existía la posibilidad de aflojar.

      A la salida de las elecciones hubo cambio de gabinete y por primera vez tuvimos lugar en el ejecutivo. Mariano Recalde asumió como titular de AA; al poquito tiempo, yo fui convocado para ser funcionario de la Jefatura de Gabinete que estaba a cargo del Aníbal Fernández. En ese tiempo el acercamiento se consolidó. Empezamos a participar en ámbitos de mayor intimidad, como eran los picaditos de fútbol en Olivos y luego los asados. Ahí se podía hablar de otra manera, no tan apremiados por los tiempos de las reuniones y demás.

      Un día nos dijo: “A cada lugar que voy en cualquier parte del país, veo una bandera de La Cámpora”, y reventamos de orgullo. No había sido fácil para nosotros. Por una convicción personal que compartíamos con Máximo y que Néstor siempre sostuvo, no queríamos poner el carro delante del caballo; no queríamos apelar a una estructura hueca que resolviera la logística de una movilización sin que hubiera sólidos fundamentos ideológicos y militantes que dieran ganas de movilizar. Así era y lo sigue siendo: que la construcción política la sostengan los compañeros con su propio esfuerzo. Ya sea de desde mantener la Unidades Básicas hasta pinar nuestras banderas y demás. En ese contexto, la frase era un bálsamo sin parangón.

      Del esfuerzo de la campaña le había quedado una idea fija: después de entrar en casas y casas del conurbano profundo, su conclusión era que “faltaba llegar bien abajo”. La respuesta fue la Asignación Universal por Hijo y el Programa Argentina Trabaja. Porque más allá de la recuperación entre el 2003 y 2007, el estancamiento del 2008 comenzaba a golpear especialmente a aquellos sectores que aún estaban rezagados.

      Néstor ya estaba en campaña para el 2011. Hacía encuestas todo el tiempo, y todos los meses subíamos un puntito. La cuenta daba para llegar en el 2011 a los 40 puntos y ver que nadie reagrupe por encima de los 30. Cuando le preguntábamos qué pintábamos en las paredes, si su nombre o el de Cristina, decía: “Pinten Néstor 2011, así me llevo la marca”.

      Ya en el 2010 se lo veía bastante hastiado respecto al débil compromiso de ciertos actores. Solía repetir que ni él ni Cristina iban a ser candidatos para defender los negocios de la corporación política; lo serían solamente para consolidar la transformación. Se mostraba particularmente molesto con aquellos que no dimensionaban el carácter de la disputa. “Por un concejal rifan un proyecto de país”, solía repetir. 

      El 11 de marzo había reasumido la presidencia del PJ (a la que había renunciado de manera verbal el 29 de junio de 2009, tras una conferencia de prensa junto a Daniel Scioli y Alberto Balestrini). Fue en un acto en Chaco junto al “Coqui” Capitanich. Como siempre estábamos ahí y nos volvíamos apenas terminaba porque al día siguiente Néstor participaba en un acto en Ferro del Movimiento Evita con Hugo Moyano, al que habían convocado a todos los sectores de la militancia. En aquel acto surgió el Nestornauta; nuestra convocatoria llevaba esa imagen, aunque esa vez pasó desapercibido.

      Semanas después llegó el Bicentenario. La participación popular desbordó toda previsión y se transformó en el impulso que faltaba para llegar competitivos a las elecciones. Fue mérito excluyente de Cristina. Néstor no había creído mucho en aquello, pero con la realidad a la vista, no le quedaban dudas: se había producido un quiebre cultural que recomponía el vínculo del gobierno con la sociedad, sobre todo con los esquivos sectores medios.

      Por aquellos días, Néstor quería que hiciéramos un acto que pusiera de manifiesto el crecimiento de la militancia juvenil organizada, un fenómeno que se desarrollaba, pero que aún no era percibido con justeza por el conjunto de la política ni por la sociedad. “Hagan un Luna”, nos repetía; por alguna cuestión que todavía ignoro, ese era el lugar. Quizás porque ahí se conocieron Perón o Evita; no sé; la verdad es que a todos nos cerró y nos pusimos a trabajar.

      La fecha original era el 16 de septiembre, por el día de la Juventud, en homenaje a los caídos en la Noche de los Lápices. Pero tuvo que ser el 14, porque el 16 estaba reservado y resultó inamovible. Todos los viernes, Néstor mostraba su interés por el tema: nos preguntaba, nos corría con que si no armábamos el acto lo armaba él… La consigna era “Néstor le habla a la juventud, la juventud le habla a Néstor”. Los afiches buscaban salir de la estética tradicional a los efectos de ampliar la convocatoria.

      Néstor vivía la previa del acto como si lo estuviese organizando él; de alguna forma, así era. Nosotros teníamos confianza de llenar el estadio, pero nos embargaba el temor de enfrentar un desafío nuevo, que significaba un salto cuantitativo y cualitativo. En las vísperas, el viernes previo a aquel 14 de septiembre, fuimos a jugar al fútbol a Olivos. Antes de arrancar el partido, parado en la mitad de la cancha, me preguntó: “¿Cómo están para el martes?”. Con prudencia, atiné a responder: “Bien, bien, creo que lo llenamos”. Categórico, me dijo: “El martes explota, el martes entran en la historia”, y se fue para la zaga porque en general se paraba de líbero. Me quedé regulando, dimensionando la situación. Después del partido nos fuimos a cenar. En la sobremesa se me acercó y estuvimos hablando un buen rato; me tocaba ser orador en el acto y, sin hacerlo explícito, íbamos moldeando el discurso.

      Al día siguiente, como había ocurrido en el mes de febrero, lo internaron en la clínica Los Arcos. Apenas nos enteramos nos fuimos para allá. Una segunda intervención en tan poco tiempo generaba mucha preocupación. Casi que nos habíamos olvidado del acto, o descontábamos su suspensión. Apenas supimos que había recuperado la conciencia, vino Parrilli y me dijo: “Cuervo, dice Néstor que el acto se hace sí o sí”. Bueno, órdenes eran órdenes, pero aún no nos quedaba claro cómo sería.

      El lunes le dieron el alta. Los esfuerzos de Cristina y Máximo para que no asistiera fueron infructuosos; sólo lograron que aceptara no ser orador. Hablaría Cristina. Rápidamente reconfiguramos todo. El martes, como él vaticinó, reventó el Luna y sus adyacencias. Sin dudas se había configurado el acto de juventudes más importante de los 70 a la fecha. Su objetivo de recuperar el actor juvenil para la política argentina se había concretado.

      Días después me envió a Venezuela en representación del FPV a las elecciones legislativas de aquel país. Al regreso, fuimos a acompañarlo a un acto en Río Gallegos, en el mítico Boxing. Estaban también todos los gobernadores. A la hora del discurso se lo notó visiblemente emocionado; llegó a quebrarse en un par de ocasiones.

      Nosotros habíamos ido con un grupo de militantes; para la noche teníamos armado un asado con los compañeros y compañeras de Santa Cruz y con los que habían viajado. Néstor apareció de sorpresa en la sobremesa, momento en que deberíamos ser unos cien. Durante un largo tiempo no paramos de cantar ante él, para él; los más jóvenes no lo podían creer. Se quedó un rato charlando y sentenció: “Tenemos que lograr que en el espacio nacional y popular, ni la progresía ni los conservadores tengan la iniciativa, porque si no eso puede ser un camino de derrota”.

      Al irse, nos despedimos en la puerta del predio. Cuando me saludó, me dijo: “pensé que te quedabas con Chávez”, en alusión al viaje que me había encomendado. Esa fue la última vez que hablé con él. A los días, el mundo se nos vino el mundo encima: nuestro Perón de carne y hueso abandonaba el mundo terrenal. Por el pueblo y por Cristina no nos permitimos ahondar demasiado en el dolor o la tristeza. Como él hubiera hecho, salimos para adelante, con aciertos y errores, pero salimos para adelante.

      Haciendo memoria...civiles y complicidad con el genocidio argentino,,,1976...

       EL PAÍS › EL VÍNCULO DE BLAQUIER CON UN GRUPO SOSTÉN DE LA DICTADURA

      Un petit hotel para la usina civil del golpe de Estado

      Un certificado oficial revela que el dueño del Ingenio Ledesma, cuyo procesamiento por complicidad en delitos de lesa humanidad acaba de ser ratificado por la Cámara Federal de Salta, era propietario del inmueble donde se reunía en los ’70 el Grupo Azcuénaga.

      Por Alejandra Dandan

      La causa del Ingenio Ledesma incorporó una nueva prueba: el certificado del registro de propiedad de un petit hotel de la calle Azcuénaga 1673, en la Ciudad de Buenos Aires. El petit hotel es un lugar legendario en la historia de las articulaciones políticas previas al golpe. Dio nombre al llamado Grupo Azcuénaga, creado en 1973, desde donde tras la muerte de Perón salió la “mesa chica” de intelectuales orgánicos de la dictadura nucleados en lo que se conoció como “Grupo Perriaux”. Según el registro, la residencia perteneció a Carlos Pedro Blaquier entre 1971 y 1977. La Cámara Federal de Salta acaba de confirmar el procesamiento del dueño del Ingenio Ledesma en Jujuy por complicidad con crímenes de lesa humanidad. En su indagatoria, Blaquier negó conocer el llamado Grupo Azcuénaga. El documento, que muestra su relación con la casa de la calle Azcuénaga y por lo tanto con ese grupo, refuerza las pruebas de su vínculo con el gobierno militar, al mostrar su compromiso con “el grupo de apoyo y sostén teórico de la dictadura” de la que se aprovechó económicamente.

      Lejos de Jujuy, el impulso que tenga la investigación sobre esta nueva prueba puede a su vez servir en Buenos Aires para destrabar otra causa que tramita sin pena ni gloria desde los años ’80. Se trata de una causa que intentó “desentrañar la complicidad civil” en la “rebelión” o golpe de Estado de marzo de 1976. Tuvo un avance en 2007 y un dictamen en 2011 del fiscal Federico Delgado, quien intentó darle algo de movimiento pero aún no lo logró (ver aparte).

      El grupo

      El Grupo Azcuénaga y el grupo Perriaux formaron parte de una serie de clubes y ateneos que emergieron con distintos nombres y, a grandes rasgos, con los mismos integrantes, a partir del primer peronismo. La historia de esas trayectorias fue reconstruida, entre otros, por Vicente Muleiro en su libro fundamental 1976: El golpe civil. Sus datos integran el análisis jurídico que hizo la Justicia federal de Jujuy para reconstruir las características del contexto histórico en que el Ingenio Ledesma aportó camionetas para los secuestros de marzo y julio de 1976.

      Quienes aparecen en ambos grupos son funcionarios de las distintas dictaduras o empresarios que integraron grupos de lobby antes y después del golpe de marzo de 1976. Forman parte de lo que algunos describen como el sistema de “puertas giratorias”: un mecanismo que siempre dejó puertas abiertas y cruzadas entre los grupos económicos y el Estado.

      Como indica uno de los investigadores de la causa en Buenos Aires, “a vuelo de pájaro y sin mayor rigor metodológico, esos ‘civiles’ son los mismos que protagonizaron el proceso de la deuda externa y los que, a la hora presente, están ligados al último canje de deuda y a los litigios que hacen bailar al país en Nueva York”.

      En términos históricos, no fue lo mismo el Grupo Azcuénaga que el Perriaux, pero tuvieron un mismo origen. “El Grupo Azcuénaga se conforma en 1973 –dice Muleiro a Página/12– con el gorilaje desorientado tras el rotundo triunfo del peronismo. Se lo denomina así porque funcionaba en el petit hotel de Azcuénaga 1673. “Daban charlas, conferencias y había reuniones semanales con debates de dos horas. Pasaban unas 40 personas: abogados, militares, periodistas. A medida que el gobierno peronista, tras la muerte de su líder, entra en crisis y se debilita, la actividad del grupo se acelera. Uno de los contertulios era Jaime Perriaux, que saca de allí una ‘mesa chica’, que se reúne en Recoleta, donde sale la pata civil del videlismo con eje en José Alfredo Martínez de Hoz y la participación de Mario Cadenas Madariaga, Horacio García Belsunce (padre), Guillermo Zubarán, Enrique Loncan y Armando Braun.”

      Perriaux era abogado, pero suele ser retratado como un intelectual, conservador, operador de acuerdos políticos, con dotes de filósofo, amigo y representante en Buenos Aires de Ortega y Gasset y alterado en el contexto de los años ’70 por “el ascenso del movimiento de masas”. Hombre de fortuna, fue representante de una empresa alemana llamada Staud y Cía, cruzada por sus relaciones con el nazismo. Perriaux fue ministro de Justicia de Levingston en 1970 y 1971, de Lanusse entre 1971 y 1973 y creador de la Cámara Federal en lo Penal, el “Camarón”, diseñado en los primeros años ’70 para perseguir a la oposición política, ya bajo la figura de la “subversión”. Amigo de José Alfredo Martínez de Hoz, fue además una figura clave en los acuerdos y consensos políticos entre los sectores de la derecha y el ala militar videlista antes del golpe.

      Muleiro recuerda en su libro que, mientras se aceleraba las crisis en el peronismo tras la muerte de Perón, Perriaux convocaba a los integrantes de la “mesa chica” a reuniones en su estudio de Pueyrredón y Vicente López o en su fastuosa casa de Gelly y Obes.

      En esa “élite” o “mesa chica” había otra figura clave: el general retirado del Ejército Hugo Mario Miatello, muy amigo de Videla, que había sido jefe de Inteligencia del Ejército en 1970 y jefe de la SIDE entre 1971 y 1973. Muleiro lo evalúa como figura en espejo de Perriaux. Especialista en técnicas de contrainsurgencia, “sovietología”, Perriaux trabó con él vínculos mientras ambos estuvieron en funciones en la gestión de Lanusse: uno en la SIDE y el otro en Justicia. En el Grupo era un enlace con el “ala militar”. “Como réplica anticipada y también paralela de la dupla Videla-Martínez de Hoz, otro monstruo bifronte representa la dupla cívico-militar que prohijó el golpe –dice Muleiro–. Es la que conformaron el abogado Jaime Perriaux como coordinador del núcleo duro de civiles que conspiraron y prepararon planes para el golpe de Estado y el general de inteligencia (Miatello), enlace ante su amigo Videla.”

      Es siguiendo el camino de estos dos nombres y los de la “mesa chica” que el libro va describiendo en clave de prueba la intervención de los civiles en el golpe. Revisa las políticas de desgaste sobre el gobierno peronista impulsadas desde las organizaciones empresarias, los lockouts patronales, la construcción de consensos o la legitimación del golpe de Estado desde las usinas políticas y sobre todo desde los medios de comunicación.

      Muleiro también revisa en ese sentido la autoría del programa económico que puso en marcha Martínez de Hoz, un dato que también fue analizado en busca de indicios en la causa de la “rebelión” en Buenos Aires. El libro señala reuniones, entre ellas una previa al golpe y que juntó al Perriaux con Martínez de Hoz y un equipo llamado “Equipo Compatibilizador Interfuerzas”. Recuerda una declaración de García Belsunce padre en el diario La Prensa o un editorial del diario La Nación de 1979 en el que se indica que “el plan económico comenzó a gestarse poco después de la muerte del ex presidente”, por cinco personas, que son las mismas que Muleiro menciona como integrantes de la “mesa chica” del Perriaux.

      La lista

      Entre esos nombres pueden pensarse dos grupos: una parte fue “orgánica” del Ministerio de Economía de la dictadura y otra aparece entre los grupos de poder que antes del golpe actuaron en el desgaste del gobierno peronista y luego se beneficiaron con las políticas económicas. O, como dice Muleiro, “recuperando el paraguas estatal para engordar sus negocios”. Estos son:

      1) Mario Cadenas Madariaga, que será futuro secretario de Agricultura en el período de Jorge Videla.

      2) Horacio García Belsunce (padre), abogado, había sido secretario de Hacienda en 1962 y 1963 y presidente, síndico y director de diversas empresas privadas, entre ellas, Acinplast, Maltería Quilmes, Philips, Santa Rosa, Coroplast y Fiat Argentina.

      3) Guillermo Zubarán será secretario de Energía durante la presidencia de Jorge Videla.

      4) Enrique Loncan, abogado y economista, en los años ’60 dictó clases en la Escuela Superior de Guerra, entre los años 1966 y 1970 fue embajador en Sudáfrica y luego asesor de la Cámara Argentina de Comercio. También presidió empresas mineras. Años después fue el fundador de Barrick Gold Exploraciones Argentina, puso en marcha el proyecto de La Alumbrera y fue director del Banco General de Negocios.

      5) Armando Braun, de la Cámara Argentina de Comercio, es parte de Apege, la Asamblea Permanente de Entidades Gremiales Empresarias, caracterizada por sus campañas de desgaste, y donde confluyeron los sectores agropecuarios y comerciales cuyos integrantes todavía resuenan en el presente: la Sociedad Rural, Carbap, CRA, Jorge Zorreguieta. “La arremetida de la Apege fue intensa, durísima y pública”, escribe Muleiro sobre el combate al gobierno durante 1975 y los preparativos para el lockout de febrero de 1976. “Las figuras retóricas eran reiteradas y sonaban como tambores de guerra: ‘disolución nacional’, ‘camino al marxismo’, ‘falta de autoridad’, ‘violación de la propiedad privada’, ‘estatismo’, ‘privilegios irritantes’”. En febrero, Armando Braun decía: “De poco valen los esfuerzos y el sacrificio de vida de nuestras Fuerzas Armadas y de seguridad si deben luchar con el contrapeso de una política que alimenta las causas de la delincuencia subversiva”.

      El procesamiento

      Blaquier está procesado por haber entregado los vehículos a las fuerzas de seguridad para los secuestros de dirigentes sindicales y referentes sociales de la industria del azúcar en marzo y julio de 1976. La Cámara Federal de Salta confirmó ese procesamiento el viernes pasado. Las imputaciones están sostenidas sobre distintos testimonios pero, además, pruebas documentales. Estos elementos refuerzan lo que el derecho menciona como “responsabilidad objetiva” y “subjetiva” en el delito. La nueva prueba del certificado es vista como un elemento más para reforzar el “carácter subjetivo” de su intervención, su compromiso con el grupo de operadores que entendió que el golpe era necesario. Esto es importante sobre todo al cotejar los argumentos de la defensa, que luego de negar el aporte de camionetas ahora intenta mostrarlo en todo caso como un elemento “inocuo” de alguien que eventualmente colaboraba sin saber.

      Esta línea del “compromiso” consciente está reforzada por otros antecedentes. Una solicitada de Ledesma en la que saludaba el primer aniversario del golpe. O la carta destinada a “mi querido Joe”, en la que Blaquier escribe a José Alfredo Martínez de Hoz y analiza cómo conseguir fondos entre los empresarios para sostener una campaña de prensa en el exterior que diluya las críticas hacia la Argentina. El regreso a la historia del Grupo Azcuénaga es así un nuevo elemento de peso.

      Facsímil del certificado sobre la propiedad del inmueble de la calle Azcuénaga 1673.