lunes, 9 de mayo de 2022

 

Cenital

MUNDO PROPIO

Juan Elman
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Una vuelta a un mundo en desorden. Miradas, voces y lecturas para entender dónde estamos parados.
09/05/2022

¡Buen día!

Espero que te encuentres bien. Hoy te voy a escribir sobre un tema que vengo postergando hace tiempo: el gobierno de Nayib Bukele en El Salvador. Podríamos justificar el correo en el personaje: un presidente de 40 años que se autoproclama “el dictador más cool del mundo” en Twitter, la red que se convirtió en el diario público de su gestión. Su perfil irreverente, más cerca de un coordinador de viaje de egresados –con sutiles pero certeras discapacidades sociales– que de un hombre de Estado, sumado a su disruptiva estrategia de comunicación, alcanzarían para una entrega completa, si no fuera porque Bukele está desmantelando la democracia de uno de los países más pobres de la región. Y lo hace acompañado de un nivel de apoyo popular que supera el 80%, un respaldo con pocos paralelos en la coyuntura global.

El último capítulo de la saga Bukele es su publicitada “guerra contra las pandillas”. Luego de que el 26 de marzo se registraron 62 homicidios –un pico en la historia del país– el presidente utilizó su mayoría parlamentaria para aprobar un paquete de mano dura en el que multiplica las penas de cárcel para quienes pertenezcan a una pandilla, extiende de manera indefinida la prisión preventiva y baja la edad de imputabilidad a 12 años, entre otras cosas. A eso se le sumó una campaña en la que se han detenido a más de 20.000 personas, presuntamente pandilleros. Pero organismos de DDHH y críticos de Bukele denuncian que las detenciones no siguen ningún criterio legal, que incluyen a jóvenes de barrios pobres que no tienen ninguna relación con estos grupos y en el mejor de los casos a simples colaboradores. Y que la policia luego tortura y hacina a los encarcelados.

La historia comienza antes.

La figura

Es 2011 y Bukele trabaja como publicista, profesión en la que desemboca tras un paso frustrado por la facultad de Derecho y luego de manejar un boliche con el dinero de su padre. Nayib es el quinto de los diez hijos que Armando Bukele tuvo con distintas mujeres (es musulmán y poligamo). Descendiente de inmigrantes palestinos, el padre del ahora Presidente es conocido por ser pionero en la construcción de mezquitas, además de un empresario con negocios bien diversos. Uno de ellos es la agencia en la que trabaja con su hijo y que tiene, entre otros clientes, al Frente Farabundo Martí para la Liberación Nacional (FMLN), el partido de izquierda heredero del movimiento guerrillero que peleó en la guerra civil de El Salvador (1980–1992).

Los motivos que llevan a Nayib a dar el salto a la política son confusos, cuenta Gabriel Labrador en un jugoso perfil sobre el presidente. Su padre era, hasta su muerte en 2015, un activo militante de la izquierda, con vínculos fluidos en los altos mandos. Pero el hijo no había mostrado, hasta ese entonces, interés en la política. Según la versión oficial, el publicista se ofreció a ser candidato a la alcaldía de Nuevo Cuscatlán, un municipio en la periferia de la capital, cuando el jefe de comunicación del FMLN le confirma que no habían barajado opciones para la elección. Entonces Bukele se presenta y gana. Lo hace con una campaña que muestra ya rasgos distintivos: abandona la simbología revolucionaria y el color rojo que caracteriza al partido para hacer más énfasis en su nombre, bajo un nuevo logo y color –el azul–. En los términos de la industria a la que pertenecía, Bukele hizo un rebranding. Pero es un cambio más audaz: reemplaza la marca del partido por su propia marca.

Esto se repite en la siguiente campaña que protagoniza, en 2015, esta vez para ser alcalde de San Salvador, la capital. El escalón es más alto pero Bukele logra superarlo: gana la elección con el 50%, un porcentaje importante pero con un margen estrecho –tres puntos– sobre su rival del partido Arena, heredero del otro bando de la guerra civil: los militares. Es que en El Salvador, en ese entonces, solo esos dos partidos se disputaban el poder. Según relata Labrador, el perfil de Bukele y su origen elitista generaba tensión en las bases del FMLN, pero lo habían elegido como candidato en la capital porque era popular. La izquierda se encontraba en su segundo mandato presidencial desde su llegada al poder en 2009, pero ya empezaba a sufrir del mismo descrédito que había infectado la derecha, que había gobernado desde la guerra civil. Las maras, como se conoce a las pandillas, controlaban más territorio que el Estado, forzando a los políticos a negociar; esto, sumado a diversos escándalos de corrupción, enfurecía a la ciudadanía.

En la gestión de la capital, Bukele se recuesta en los latiguillos que le habían funcionado en la periferia. Dona su salario para becas, hace de cada inauguración de una obra una performance declamatoria sobre la buena política y desdeña los controles de transparencia. También aprende los códigos de la vieja política: para cumplir su promesa de despejar el Centro Histórico de vendedores ambulantes, por ejemplo, termina negociando con las pandillas de la zona. Pero también se hace de accesorios nuevos: aprende a dominar Twitter e invierte una buena cantidad de tiempo y recursos en encuestas y análisis con Big Data para monitorear las reacciones de la capital ante cada anuncio. A esta altura ya no es una cuestión de eslóganes y colores: Bukele no hace apelaciones ideológicas. No se reivindica de izquierda y tampoco gobierna como tal. Su discurso es como un subproducto de la ideología Nike, Michael Jordan o Cris Morena: todo es hacer y todo se puede lograr haciendo.

Unos años después, ya con Bukele en la presidencia, el periodista Jacobo García lo va a describir así:

A Nayib Bukele, el presidente más joven de América, no le gusta la calle, ni los indígenas, ni patear mercados, ni fotografiarse con bebés ajenos. Al mandatario de El Salvador, de 39 años, le gusta su celular, los sondeos de imagen y “ejecutar, ejecutar, ejecutar”.

El salto a la presidencia es el último acto de metamorfosis. Bukele es expulsado del Frente a fines de 2017, tras una pelea con una funcionaria de la municipalidad. Esto es apenas la gota que rebalsa el vaso, porque Nayib ya está pensando en una candidatura y el partido desconfía de él por sus aires separatistas. La expulsión es la excusa para que Bukele empiece a dirigir sus dardos también hacia la izquierda, a la que acusa de ser parte del problema. Y en un país de 6 millones de habitantes que tiene a casi 3 viviendo en Estados Unidos, un contingente migrante que manda, en calidad de remesas, lo que constituye un cuarto del PBI, el problema es evidente. Entonces funda un partido –Nuevas Ideas– pero no consigue los requisitos para ser candidato presidencial. Pero no importa: se presenta con el sello de un partido minoritario de derecha –GANA– y saca el 53% de los votos, suficiente para triunfar en primera vuelta.

Ahí es cuando lo conocemos. Vemos sus tweets, en los que da órdenes a ministros o manda a los ciudadanos a dormir. Se gana un apodo: “El presidente que gobierna por Twitter”. Pero, sabremos después, es mucho más que eso.

En movimiento

Las alarmas se confirman con la llegada de la pandemia. El gobierno de Bukele responde rápido: cierra aeropuertos y establece una cuarentena estricta. Pero el marco es tentador, porque el presidente aún no tiene mayoría en el parlamento, y la crisis sanitaria le permite gobernar por decreto, empoderando al Ejército y la Policía, que recibe más presupuesto y vía libre para la mano dura. Se denuncian cientos de violaciones de DDHH durante el estado de emergencia, principalmente detenciones arbitrarias. Los centros de cuarentena se llenan de gente en situación de hacinamiento. La movilidad se restringe.

Pero Bukele no pierde apoyo popular; al contrario, su imagen crece. Las medidas son aceptadas y, además, el gobierno entrega un subsidio de 300 dólares que alcanza a la mayoría de familias, a las que también asiste con entrega de alimentos. Lo financia, al igual que la mayoría de las obras de infraestructura, tomando deuda, que al principio es rica, pero después… bueno, la cuestión es que la deuda aumenta los primeros dos años de manera vertiginosa: pasa del 70% del PBI a casi el 90%.

El freno llega a través de la justicia. La Sala de lo Constitucional de la Corte Suprema ataca los decretos presidenciales mientras el fiscal general comienza a investigar a funcionarios involucrados en compras dudosas, justificadas por la pandemia. Pero Bukele se rebela, dice que no va a acatar los fallos.

La venganza se cobra el primero de mayo de 2021, el día en que asume la mayoría parlamentaria que Bukele conquista en las legislativas de marzo. La primera tarea del nuevo Congreso consiste en destituir a los cincos jueces de la Corte y al fiscal general, para reemplazarlos por perfiles afines. La medida termina de poner en guardia a la mentada comunidad internacional, principalmente a Estados Unidos, cuya flamante administración demócrata ya no tiene la misma tolerancia y apertura que tenía Trump. Pero a Bukele no le importa. De hecho les manda un mensaje:

¿Cómo hizo Bukele para lograr una mayoría absoluta en el Parlamento? Además de la popularidad cosechada durante la pandemia, el presidente se anotó puntos en un frente crucial, uno que había sido protagonista de su campaña presidencial y que cruza la vida cotidiana del país: el crimen y su vínculo con las pandillas. La tasa de homicidios se desplomó a niveles históricos: el país pasó de tener una tasa de 50 asesinatos cada 100.000 habitantes en 2018 a 20 en 2021 (en 2015 la cifra superaba los 100). Bukele se aferró a estas noticias para engordar su relato sobre la “eficiencia” de su gestión, en este caso de su “plan de control territorial”, del cual se sabía más bien poco. Era apenas un lema, un eslogan.

En agosto, El Faro (un medio que, no está de más decirlo, hace gala de su nombre y es de lo mejor que tiene el periodismo latinoamericano) reveló que Bukele había negociado con las tres principales pandillas del país para reducir los asesinatos. A cambio, los grupos pedían mejores condiciones carcelarias y otros beneficios, como empleo y créditos para sus miembros. El reportaje desnudó los mecanismos del gobierno, que emulaba las prácticas de sus antecesores, y terminó de quebrar la relación entre Bukele y la prensa, principalmente El Faro, a los que Bukele asedia permanente en Twitter, con eco en sus seguidores.

Le pregunté a Eduardo Moncada, profesor de la Universidad de Columbia que investiga sobre grupos de crimen organizado en América Latina, acerca del rol de las pandillas en El Salvador. “No hay municipio en el país que no tenga presencia de al menos una pandilla. Para la población son un actor que tiene una autoridad y poder similar a la del Estado. Les pagan impuestos de manera no formal, a través del mecanismo de la extorsión, y esa autoridad se ejerce en los barrios, en los negocios y hasta en la escuela”, me dijo. La relación entre el Estado y las pandillas ha cambiado según el tiempo (para más contexto, recomiendo esta entrevista), pero en los últimos años, me contó Eduardo, pasó algo singular: se volvieron actores ineludibles en campañas electorales y en la gestión, imposibles de ignorar para los partidos. Su presencia en la política creció.

Se trata de un vínculo que siempre está, pero cuya intensidad varía. “Hay períodos de rupturas y otros de coexistencia. Las pandillas pueden ejercer la violencia de manera estratégica al igual que el Estado, que puede aumentar la presencia en los barrios y molestar el cobro de extorsión. Así se reordenan los términos de negociación”. La ruptura se selló con los 62 asesinatos que se registraron en un solo día, una cifra que contamina los récords de Bukele. Los periodistas salvadoreños a los que consulté me dijeron que se trata claramente de un mensaje, pero en una comunicación cuyo contenido es opaco. “Está claro que estas son fichas de negociación y presión dentro del sistema de pactos que el gobierno tiene con las pandillas, pero no sabe cuál es el resorte de esto”, me dijo Paolo Luers, uno de los principales columnistas del país.

La respuesta de Bukele es esta megaofensiva de la que hablamos al comienzo, y que obedece a los mismos patrones de comunicación: el presidente comparte imágenes diarias en Twitter de presuntos pandilleros encarcelados, golpeados y asesinados por fuerzas de seguridad. Dice que ya llevan más de 20 mil detenidos, aunque el número no ha sido verificado por otras fuentes. Pero el problema no son las cifras. Según documenta Human Rights Watch, el gobierno está deteniendo masivamente a personas de barrios vulnerables en su domicilio o en la calle, muchos de los cuales no tienen ningún vínculo con las pandillas, y en todo caso el gobierno no se molesta en averiguarlo: los detienen y ya. En la cárcel, además de hacinamiento y casos de abuso policial, se enfrentan a una prisión preventiva que puede extenderse indefinidamente, de acuerdo a las reformas penales aprobadas por el Parlamento.

Ese paquete de medidas punitivas también alcanza a los medios. Cualquier persona que transmita mensajes, desde textos hasta grafitis, que hagan alusión a las pandillas puede enfrentar 15 años de prisión. También se persigue a los periodistas que “reproduzcan y transmitan mensajes o comunicados originados o presuntamente originados” por pandillas y que “pudieren generar zozobra y pánico a la población en general”.

Según la consultora CID Gallup, el 91% de la población está de acuerdo con las medidas de Bukele contra las pandillas.

Y es curioso, porque en el comienzo del correo escribí, casi sin pensar, que Bukele estaba desmantelando la democracia de El Salvador.

Eso fue todo por hoy.

Un abrazo,

Juan

domingo, 8 de mayo de 2022

MADRES DE LA PLAZA

 

Las Madres, el enemigo más feroz de la dictadura
¿Cuántos pasos hace falta dar para llegar a la Plaza de Mayo desde una casa del conurbano, esas que en la década del 70 todavía tenían puerta cancel y jardincito de jazmines y madreselvas al frente?¿Cuántos pasos hace falta dar para llegar a la Plaza de Mayo desde un coqueto piso de Recoleta, donde brillan como si fueran eternos en su esplendor los espejos, el parqué, los bronces del palier?¿Cuántos pasos hay que dar para dejar la cocina con olorcito a sopa de invierno, olvidar el tejido, o sacarse el delantal impecable de docente, guardar las carpetas, y salir a la calle, y llegar, al fin, a la Pirámide de Mayo?
«A las 5 de la mañana, algo que nunca voy a poder olvidar, suena el teléfono y me dice Carlos, el segundo de mis hijos: ‘Mamá, se los llevaron a María Marta y a César’. No sabía qué quería decir.» Marta Ocampo de Vásquez.Ese fue el principio de todas estas historias. Cada una de todas escuchó algo parecido a lo que escuchó Marta: «Se la llevaron», «No lo encontramos», «No sabemos dónde están». A otras, se los arrancaron de los brazos, se los llevaron de la casa materna, de la que parecía refugio inexpugnable frente a las tempestades.Mientras los grupos de tareas arrancaban a los militantes de sus casas, de las fábricas, de los hospitales, de las escuelas secundarias, en la radio y en la televisión, en su discurso de asunción, la voz monocorde de Jorge Rafael Videla anunciaba como programa de gobierno «el total aniquilamiento de la delincuencia subversiva en cualquiera de sus manifestaciones» y que la Argentina volvía a alinearse a la «concepción cristiana del hombre», para combatir «las posiciones nihilistas de la subversión antinacional». Anunciaba la muerte.
Las calles por asalto
Entrevista a Madres y Abuelas en Plaza de Mayo 1º de junio de 1978
¡Ay de los que vacían el abrazo materno para convertirlo en perpetuo dolor! ¡Ay de los que se burlan del poder de las madres! Los que vieron solo mujeres implorantes, deshechas en lágrimas, quebradas en un aullido, no sabían, no pudieron siquiera imaginar, que estaban labrando su enemigo más feroz.«En noviembre de 1976, su compañera me avisa que a Alberto se lo llevaron y no saben nada de él. Entonces cierro mi casa y empiezo a caminar, a cruzar las calles, a golpear puertas, a buscar sitios donde alguien pudiera darme una mano. Me dijeron que va a volver y que no haga nada.» Juanita Pergament.Entonces, cada una de todas, la mayoría amas de casa, se les animaron a las calles. Aprendieron vertiginosamente a leer los silencios, a intuir las mentiras y a pronunciar terribles términos en latín –¡hábeas corpus!–. Entraron por primera vez a pasillos helados, a juzgados hostiles, a los regimientos, a las cárceles, a las oficinas de los capellanes, a las comisarías con olor a sangre. Al principio, las ilusionaba un reencuentro inmediato. Más tarde, rogaban que por lo menos les dijeran dónde estaban. De qué se los acusaba. ¿Y los nietos?
«Muchas cosas tenés que vivir. No encontrás a tu hijo.  Querés verlo. Después se llevan al otro. Tu casa se vacía. Se enferma tu familia. No hay nadie. Y la lucha de las madres, sin parar un momento. Y descubrís que esos organismos no sirven para nada, que son toda una infamia, una mentira. Una empieza por confiar, voy al juez, voy a la policía, voy a la comisaría, voy a todos lados. Y se cierra, se cierra, se cierra.» Hebe de Bonafini.
En ese peregrinar de angustia y soledad, las mujeres empezaron a reconocerse, a vencer la desconfianza, a contarse qué buscaban allí y a darse cuenta de que todas buscaban lo mismo. La respuesta a una pregunta que, cuatro décadas después, todavía arde: «¿Dónde está mi hijo?», «¿Dónde está mi hija?», «¿Dónde están mis hijos?», «¿Qué les hicieron?».«El 11 de mayo de 1976 me encontré con dos mujeres en el Comando, Rosa Contreras y Beatriz ‘Kety’ de Neuhaus, que desde el 16 de marzo estaban buscando a sus hijos, y les dije: ‘¿Cómo dos meses sin encontrarlos? ¿Cómo aguantan?’. ¡No se puede estar dos meses sin saber dónde está el hijo!» María del Rosario de Cerruti.Iban de trámite en trámite, de repartición en repartición, en un frenesí desesperado, sin hallar más respuestas que «no se lo busca», «no está detenido», «no hay nada», «se habrá ido al exterior»La palabra «desaparecido» tardó en dibujarse con horror abismal en las conciencias. 
Clickeá para seguir leyendo sobre la historia de las Madres
Olga VigliecaCorrientes (1956). Periodista desde 1980, editó El BimestreCrisisEl PorteñoEl PeriodistaClarín, entre otras. Jefa de redacción de Diario Z. Dirigió la Biblioteca de las Mujeres (Biblos), primera colección especializada en género del país. Dictó cursos sobre historia de las trabajadoras en universidades de la Argentina y Chile, escuelas, sindicatos, barriadas. Escribió Nenina con Lu Morcillo e Iván Moschner. Guionista del documental La cena blanca de Romina. Autora de Las obreras que voltearon al zar, en IndieLibros.

FORDLANDIA

 

Cenital

TRAMA URBANA

Fernando Bercovich
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Vivienda, movilidad y espacio público: datos, ideas e información para pensar nuestra vida en la ciudades.
06/05/2022

Hola, ¿cómo estás? Espero que muy bien. Yo ando más o menos bien pues el último fin de semana pude disfrutar del muy buen recital de Gorillaz. Quizás no tan bueno como el de 2017, pero esta vez con el agregado de este pibito Trueno que la rompió toda (inserte meme del Sr. Burns vestido de Jimbo), incluso estando parado al lado de uno de los mejores seres humanos vivos. Y digo más o menos porque, cómo sabrás, el Día de les Trabajadores cayó domingo y no tuvimos feriado.

Este nuevo aniversario de la revuelta de Chicago me hizo pensar en cómo la ciudad y el trabajo están íntimamente relacionados. Por ejemplo, es muy común que, aquella persona que se puede dar el lujo de hacerlo, elija su lugar de residencia en función de adónde va a trabajar. O al menos era así hasta la pandemia.

Por eso si en una ciudad se crean puestos de trabajo, esa ciudad por lo general crece poblacionalmente, en infraestructura, en opciones de movilidad y otros aspectos que la transforman para siempre. El mundo del trabajo le da forma -más o menos directamente- a la ciudad. Por eso las ciudades en las cuales determinadas actividades tienen más peso suelen parecerse entre sí. Mar del Plata se parece más a una ciudad turística de otro país que a Buenos Aires, y la capital argentina probablemente tenga más en común con otra capital latinoamericana que con muchas ciudades intermedias de este territorio nacional.

Una ciudad sobre ruedas

Pero también existen las ciudades planificadas enteramente en función del trabajo que requiere una actividad económica específica. El que llevó esto a su máxima expresión fue Henry Ford, que además fue el que popularizó un invento que cambiaría para siempre la fisonomía de las ciudades. Ya habían pasado más de dos décadas cuando el Ford T había salido a la venta permitiendo que la clase media conozca la experiencia de subirse a un auto. En el ocaso de su carrera, el magnate norteamericano decidió desembarcar en el Amazonas para llevar a cabo uno de los pocos proyectos fracasados de su carrera.

Ford -y en algún punto Estados Unidos como potencia en ascenso- quería romper con la dependencia de Inglaterra y Holanda para importar el caucho que necesitaba para fabricar partes de sus autos como ruedas, mangueras y tapones. Decidió ir a buscarlo a Sudamérica, más precisamente al medio del Amazonas de Brasil. Ahí ya crecían árboles de caucho de manera silvestre, pero los enviados de Ford -él nunca viajó a Brasil en persona- se encargaron de firmar un acuerdo con las autoridades del país para sembrarlo industrialmente en una zona de 2,5 millones de hectáreas, donde la compañía plantaría un millón y medio de árboles.

El contexto brasilero ayudaba. Con la llegada de Getulio Vargas al poder, el país comenzaba la consolidación de su modelo industrialista fuertemente guiado desde el Estado. La empresa de Ford recibió una exención impositiva para importar maquinaria a cambio de cederle al Estado un 9% de sus ganancias transcurridos doce años de comenzada la operación. Así nació la Compañía Industrial del Brasil (CID).

Para extraer el caucho Henry Ford diseñó dos ciudades que estarían casi enteramente al servicio de esa actividad. La más conocida fue Fordlandia (no, no estuvo muy creativo ni humilde) y después de unos años fundaría Belterra en un territorio un poco más amable.

En este artículo lo cuenta Mary Dampsey, quien investigó y recorrió los vestigios de Fordlandia en 1994. A principios de 1929 llegaron lanchas, una pala mecánica, tractores, una locomotora, máquinas para hacer hielo, alimentos y edificios prefabricados destinados a construir una central eléctrica que inyectaría energía a la nueva ciudad. Ese lugar montañoso que antes se llamaba Boa Vista, elevado y a la vera del río Tapajós, se convertiría en la utopía urbana de Ford.

“Fordlandia se transformó en un suburbio moderno con hileras de cómodos bungalows alimentados por líneas eléctricas conectadas a un generador diesel. La calle principal fue pavimentada y sus residentes recogían agua de pozo, excepto el personal estadounidense y los brasileños de cuello blanco, que tenían agua corriente en sus casas”, describe Dampsey. De hecho el punto más alto de la zona era el tanque de agua sostenido por una torre de 50 metros que alimentaba a estos hogares. Todavía funciona, pero ya no tiene el cartel con la marca del óvalo horizontal azul con letras blancas.

El magnate quería ir más allá de la mera extracción de una materia prima. Estaba obsesionado con insuflar en el Amazonas un estilo de vida americano y sobrio, ya que pensaba que la industrialización traía aparejado el peligro de caer en tentaciones como el alcoholismo, el juego y la prostitución. Así que además de levantar construcciones con el estilo de las casas del Midwest norteamericano, donde él había crecido, prohibió tomar alcohol en toda la ciudad, incluso dentro de los hogares.

Sin embargo, había algunos restaurantes, salones de baile, zapaterías, una panadería y una carnicería que ofrecían “alimentos saludables” a precios subsidiados. Además, había tres escuelas donde se educaban las hijas e hijos del personal y aquellos de mejor rango salarial podían disfrutar de un cine y un campo de golf.

“Ford tenía más de 60 años cuando fundó Fordlandia, y este asentamiento fue el summum para toda una vida de concepciones osadas sobre cómo organizar de la mejor manera una sociedad”, cuenta Greg Grandin en su libro Auge y caída de la ciudad de la jungla olvidada de Henry Ford publicado en 2009. La filosofía “de la cuna a la tumba” que tenía Ford alrededor del trato a los trabajadores, se vislumbraban en las barcazas de carga que transportaron ataúdes desde los Estados Unidos, los funerales que fueron pagados por la empresa. Todavía hoy se pueden encontrar cruces de madera desgastadas en medio de la maleza que rodea el viejo cementerio de la ciudad. Cosas como esta también se cuentan en este capítulo de 99% Invisible, un podcast que te recomiendo mucho.

La caída

Los problemas en Fordlandia emergieron al poco tiempo de ser levantada. Los tractores no andaban bien en el terreno selvático y el agua estancada provocó la aparición de mosquitos que transmitían malaria, una enfermedad que provocó muchas muertes entre trabajadores y sus familias. Los gerentes trasladados desde Michigan no se acostumbraron a los 30 grados a la sombra con humedad y distintas plagas atacaron los árboles que producían el caucho.

Si bien Ford era partidario del Estado de Bienestar y pagaba salarios relativamente altos para la época, sus métodos extendidos mucho más allá de su propia empresa -sí, el fordismo- no tenían nada de flexible por lo que la adaptación al Amazonas fue muy difícil. Por poner un solo ejemplo, los trabajadores rurales nordestinos que nutrieron Fordlandia estaban acostumbrados a empezar su jornada laboral antes del amanecer para evitar el mayor tiempo posible los rayos del sol, pero la empresa impuso el horario de 7 a 16 sin lugar a negociaciones. Todo esto sumado a la rigidez moral en torno a los usos y costumbres que te conté antes.

Este tipo de decisiones llevó a los trabajadores de la plantación a revelarse más de una vez contra las autoridades norteamericanas, que en alguna oportunidad tuvieron que huir en bote de la ciudad. Esta posición poco flexible y exigente, junto con las imprevisiones del territorio provocaron que nunca se concretara una cosecha de caucho en Fordlandia y terminase por ser abandonada en 1934.

Hoy Fordlandia es un territorio muy poco transitado y solo se acercan algunas personas con curiosidad, entre los cuales estuvo hace más de diez años la fotógrafa Romy Pocztaruk, que capturó con su cámara diferentes locaciones abandonadas y las compiló en una muestra que llamó La última aventura. Sin embargo, unas 2.000 personas viven hoy en la utopía abandonada por Ford, muchas de las cuales son descendientes de los trabajadores que llegaron para trabajar en la fábrica a principios de la década del 30. Muy alejados del sueño industrialista de Ford y Vargas, estas pocas familias viven de sembrar la tierra y criar ganado.

La segunda oportunidad y el ocaso final

El mismo año que abandonó Fordlandia la CID, supuestamente por iniciativa del hijo de Ford, cambió una porción de esas tierras originales por otras 160 kilómetros al norte. En Belterra sí se logró producir látex usando árboles asiáticos resistentes a enfermedades, aunque esa producción estuvo muy por debajo de las ambiciones de la empresa. En este otro artículo, el antropólogo José Carlos Matos Pereira desmenuza su historia.

La segregación socio-espacial era muy marcada en este territorio loteado a medida de la automotriz, tanto en Fordlandia como en Belterra. Las casas prefabricadas que habían llegado desde Michigan le daban forma a la Vila Americana, donde podían residir sólo los ejecutivos estadounidenses de la compañía. En otra zona estaba la Vila Timbó, donde vivían los médicos y el personal que trabajaba en el Hospital Henry Ford y la Vila Operária, donde vivían los trabajadores, en su mayoría migrantes del nordeste de Brasil. Además, las casas de los hombres de familia estaban separadas de aquellas de los solteros para evitar tentaciones.

Ruinas del hospital de Fordlandia

El antropólogo cuenta que la sirena que servía para marcar el horario de los trabajadores a las 6 am para despertarse, a las 7 am para empezar a trabajar, a las 11 am para comer algo y a las 16 pare terminar la jornada, aún suena hasta el día de hoy. Los pobladores la conservan para marcar el ritmo del día pero sobre todo como una tradición (medio rara).

Belterra fue la segunda oportunidad de Ford, en un terreno más llano y menos hostil. La CID “construyó un puerto en aguas más profundas y el territorio estaba ubicado más cerca de la ciudad de Santarém, lo que facilitaba la contratación de mano de obra. Además, permitió que terceros exploten comercios en la ciudad para ofrecer servicios”, describe Matos Pereira. La cercanía con Santarém fue la clave, ya que para llegar a Fordlandia había que navegar durante casi diez horas, lo que hacía muy difícil los traslados de personas y de mercancías.

Sin embargo, para 1945 Belterra también fue abandonada, ya no tanto por la dificultad en la producción sino porque la industria automotriz empezó a usar caucho artificial. Así, la utopía de Ford se convirtió en el lapso de quince años en dos distopías juntas.

Lo ocurrido en Fordlandia y Belterra, escribe el antropólogo, “es la modernización desde arriba donde empieza a configurarse, aunque sea en un caso puntual, el proceso urbano-industrial del desarrollo brasileño”. Y agrega una lectura más general que me pareció especialmente interesante: “La ciudad es el locus de la (re)socialización de la población migrante, el establecimiento del mercado de trabajo sobre una base asalariada y el modo de vida urbano”.

Bonus tracks

  • La semana pasada fui a ver una película al BAFICI que, si te gusta este newsletter probablemente te interese, Plan para Buenos Aires. Cuenta la historia de Le Corbusier en Argentina, tiene imágenes, archivos y testimonios realmente muy interesantes. Podés verla gratis acá por unos días más.

Eso es todo por hoy.

Que tengas un lindo fin de semana.

Abrazos,

Fer

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