domingo, 8 de mayo de 2022

MADRES DE LA PLAZA

 

Las Madres, el enemigo más feroz de la dictadura
¿Cuántos pasos hace falta dar para llegar a la Plaza de Mayo desde una casa del conurbano, esas que en la década del 70 todavía tenían puerta cancel y jardincito de jazmines y madreselvas al frente?¿Cuántos pasos hace falta dar para llegar a la Plaza de Mayo desde un coqueto piso de Recoleta, donde brillan como si fueran eternos en su esplendor los espejos, el parqué, los bronces del palier?¿Cuántos pasos hay que dar para dejar la cocina con olorcito a sopa de invierno, olvidar el tejido, o sacarse el delantal impecable de docente, guardar las carpetas, y salir a la calle, y llegar, al fin, a la Pirámide de Mayo?
«A las 5 de la mañana, algo que nunca voy a poder olvidar, suena el teléfono y me dice Carlos, el segundo de mis hijos: ‘Mamá, se los llevaron a María Marta y a César’. No sabía qué quería decir.» Marta Ocampo de Vásquez.Ese fue el principio de todas estas historias. Cada una de todas escuchó algo parecido a lo que escuchó Marta: «Se la llevaron», «No lo encontramos», «No sabemos dónde están». A otras, se los arrancaron de los brazos, se los llevaron de la casa materna, de la que parecía refugio inexpugnable frente a las tempestades.Mientras los grupos de tareas arrancaban a los militantes de sus casas, de las fábricas, de los hospitales, de las escuelas secundarias, en la radio y en la televisión, en su discurso de asunción, la voz monocorde de Jorge Rafael Videla anunciaba como programa de gobierno «el total aniquilamiento de la delincuencia subversiva en cualquiera de sus manifestaciones» y que la Argentina volvía a alinearse a la «concepción cristiana del hombre», para combatir «las posiciones nihilistas de la subversión antinacional». Anunciaba la muerte.
Las calles por asalto
Entrevista a Madres y Abuelas en Plaza de Mayo 1º de junio de 1978
¡Ay de los que vacían el abrazo materno para convertirlo en perpetuo dolor! ¡Ay de los que se burlan del poder de las madres! Los que vieron solo mujeres implorantes, deshechas en lágrimas, quebradas en un aullido, no sabían, no pudieron siquiera imaginar, que estaban labrando su enemigo más feroz.«En noviembre de 1976, su compañera me avisa que a Alberto se lo llevaron y no saben nada de él. Entonces cierro mi casa y empiezo a caminar, a cruzar las calles, a golpear puertas, a buscar sitios donde alguien pudiera darme una mano. Me dijeron que va a volver y que no haga nada.» Juanita Pergament.Entonces, cada una de todas, la mayoría amas de casa, se les animaron a las calles. Aprendieron vertiginosamente a leer los silencios, a intuir las mentiras y a pronunciar terribles términos en latín –¡hábeas corpus!–. Entraron por primera vez a pasillos helados, a juzgados hostiles, a los regimientos, a las cárceles, a las oficinas de los capellanes, a las comisarías con olor a sangre. Al principio, las ilusionaba un reencuentro inmediato. Más tarde, rogaban que por lo menos les dijeran dónde estaban. De qué se los acusaba. ¿Y los nietos?
«Muchas cosas tenés que vivir. No encontrás a tu hijo.  Querés verlo. Después se llevan al otro. Tu casa se vacía. Se enferma tu familia. No hay nadie. Y la lucha de las madres, sin parar un momento. Y descubrís que esos organismos no sirven para nada, que son toda una infamia, una mentira. Una empieza por confiar, voy al juez, voy a la policía, voy a la comisaría, voy a todos lados. Y se cierra, se cierra, se cierra.» Hebe de Bonafini.
En ese peregrinar de angustia y soledad, las mujeres empezaron a reconocerse, a vencer la desconfianza, a contarse qué buscaban allí y a darse cuenta de que todas buscaban lo mismo. La respuesta a una pregunta que, cuatro décadas después, todavía arde: «¿Dónde está mi hijo?», «¿Dónde está mi hija?», «¿Dónde están mis hijos?», «¿Qué les hicieron?».«El 11 de mayo de 1976 me encontré con dos mujeres en el Comando, Rosa Contreras y Beatriz ‘Kety’ de Neuhaus, que desde el 16 de marzo estaban buscando a sus hijos, y les dije: ‘¿Cómo dos meses sin encontrarlos? ¿Cómo aguantan?’. ¡No se puede estar dos meses sin saber dónde está el hijo!» María del Rosario de Cerruti.Iban de trámite en trámite, de repartición en repartición, en un frenesí desesperado, sin hallar más respuestas que «no se lo busca», «no está detenido», «no hay nada», «se habrá ido al exterior»La palabra «desaparecido» tardó en dibujarse con horror abismal en las conciencias. 
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Olga VigliecaCorrientes (1956). Periodista desde 1980, editó El BimestreCrisisEl PorteñoEl PeriodistaClarín, entre otras. Jefa de redacción de Diario Z. Dirigió la Biblioteca de las Mujeres (Biblos), primera colección especializada en género del país. Dictó cursos sobre historia de las trabajadoras en universidades de la Argentina y Chile, escuelas, sindicatos, barriadas. Escribió Nenina con Lu Morcillo e Iván Moschner. Guionista del documental La cena blanca de Romina. Autora de Las obreras que voltearon al zar, en IndieLibros.

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