El magnate quería ir más allá de la mera extracción de una materia prima. Estaba obsesionado con insuflar en el Amazonas un estilo de vida americano y sobrio, ya que pensaba que la industrialización traía aparejado el peligro de caer en tentaciones como el alcoholismo, el juego y la prostitución. Así que además de levantar construcciones con el estilo de las casas del Midwest norteamericano, donde él había crecido, prohibió tomar alcohol en toda la ciudad, incluso dentro de los hogares. Sin embargo, había algunos restaurantes, salones de baile, zapaterías, una panadería y una carnicería que ofrecían “alimentos saludables” a precios subsidiados. Además, había tres escuelas donde se educaban las hijas e hijos del personal y aquellos de mejor rango salarial podían disfrutar de un cine y un campo de golf. “Ford tenía más de 60 años cuando fundó Fordlandia, y este asentamiento fue el summum para toda una vida de concepciones osadas sobre cómo organizar de la mejor manera una sociedad”, cuenta Greg Grandin en su libro Auge y caída de la ciudad de la jungla olvidada de Henry Ford publicado en 2009. La filosofía “de la cuna a la tumba” que tenía Ford alrededor del trato a los trabajadores, se vislumbraban en las barcazas de carga que transportaron ataúdes desde los Estados Unidos, los funerales que fueron pagados por la empresa. Todavía hoy se pueden encontrar cruces de madera desgastadas en medio de la maleza que rodea el viejo cementerio de la ciudad. Cosas como esta también se cuentan en este capítulo de 99% Invisible, un podcast que te recomiendo mucho. La caídaLos problemas en Fordlandia emergieron al poco tiempo de ser levantada. Los tractores no andaban bien en el terreno selvático y el agua estancada provocó la aparición de mosquitos que transmitían malaria, una enfermedad que provocó muchas muertes entre trabajadores y sus familias. Los gerentes trasladados desde Michigan no se acostumbraron a los 30 grados a la sombra con humedad y distintas plagas atacaron los árboles que producían el caucho. Si bien Ford era partidario del Estado de Bienestar y pagaba salarios relativamente altos para la época, sus métodos extendidos mucho más allá de su propia empresa -sí, el fordismo- no tenían nada de flexible por lo que la adaptación al Amazonas fue muy difícil. Por poner un solo ejemplo, los trabajadores rurales nordestinos que nutrieron Fordlandia estaban acostumbrados a empezar su jornada laboral antes del amanecer para evitar el mayor tiempo posible los rayos del sol, pero la empresa impuso el horario de 7 a 16 sin lugar a negociaciones. Todo esto sumado a la rigidez moral en torno a los usos y costumbres que te conté antes. Este tipo de decisiones llevó a los trabajadores de la plantación a revelarse más de una vez contra las autoridades norteamericanas, que en alguna oportunidad tuvieron que huir en bote de la ciudad. Esta posición poco flexible y exigente, junto con las imprevisiones del territorio provocaron que nunca se concretara una cosecha de caucho en Fordlandia y terminase por ser abandonada en 1934. Hoy Fordlandia es un territorio muy poco transitado y solo se acercan algunas personas con curiosidad, entre los cuales estuvo hace más de diez años la fotógrafa Romy Pocztaruk, que capturó con su cámara diferentes locaciones abandonadas y las compiló en una muestra que llamó La última aventura. Sin embargo, unas 2.000 personas viven hoy en la utopía abandonada por Ford, muchas de las cuales son descendientes de los trabajadores que llegaron para trabajar en la fábrica a principios de la década del 30. Muy alejados del sueño industrialista de Ford y Vargas, estas pocas familias viven de sembrar la tierra y criar ganado. La segunda oportunidad y el ocaso finalEl mismo año que abandonó Fordlandia la CID, supuestamente por iniciativa del hijo de Ford, cambió una porción de esas tierras originales por otras 160 kilómetros al norte. En Belterra sí se logró producir látex usando árboles asiáticos resistentes a enfermedades, aunque esa producción estuvo muy por debajo de las ambiciones de la empresa. En este otro artículo, el antropólogo José Carlos Matos Pereira desmenuza su historia. La segregación socio-espacial era muy marcada en este territorio loteado a medida de la automotriz, tanto en Fordlandia como en Belterra. Las casas prefabricadas que habían llegado desde Michigan le daban forma a la Vila Americana, donde podían residir sólo los ejecutivos estadounidenses de la compañía. En otra zona estaba la Vila Timbó, donde vivían los médicos y el personal que trabajaba en el Hospital Henry Ford y la Vila Operária, donde vivían los trabajadores, en su mayoría migrantes del nordeste de Brasil. Además, las casas de los hombres de familia estaban separadas de aquellas de los solteros para evitar tentaciones. |
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