sábado, 17 de octubre de 2020

DOSSIER //// 17.10.2020 El 17 de octubre, los Montoneros silvestres y la resistencia al terrorismo de Estado

 Mariano Pacheco comparte un extracto de su libro "Montoneros silvestres" en el que se narra un trágico acontecimiento en las jornadas del 17 de octubre de 1977 en la zona sur del conurbano. El militante Beto Díaz, sobreviviente en aquellos días brinda su testimonio. 

    Por Mariano Pacheco

    Hay una serie de ideas del filósofo alemán Walter Benjamin que me gustan mucho y suelo citar a menudo. En sus “Tesis sobre el concepto de historia” plantea que la historia, precisamente, es objeto de una construcción cuyo lugar “no está constituido por el tiempo homogéneo y vacío” y advierte que en toda época ha de intentarse arrancar la tradición al conformismo. Su “programa” consiste en “cepillar la historia a contrapelo”, buscar encender en el pasado la chispa de la esperanza, pero no tanto en cuanto “espera” o “ideal” futuro (los “descendientes liberados”), sino como operación del pensamiento que permita gestar en las imágenes de los “antecesores esclavizados” una fortaleza para nutrir las luchas actuales. “Nada de lo que una vez haya acontecido ha de darse por perdido para la historia”, dice Benjamin, y recuerda que los dominadores son “los herederos de todos los que han vencido una vez”. Por eso el punto de vista popular que propugnamos busca hacer saltar el continuum de la historia, asumiendo que la clase que está sometida, la clase que lucha contra la opresión, es “el sujeto mismo del conocimiento histórico”. Interpelado por esas ideas elegí este extracto de mi libro Montoneros silvestres (1976-1983). Historias de resistencia a la dictadura en la zona sur del conurbano porque entiendo que muestra de manera cabal cómo, aún en un contexto terriblemente adverso para el peronismo y el conjunto del pueblo en general, ciertas militancias – como la de Beto Díaz, los hermanos Sapag, María Cristina Barbeito, El Flaco Juan y Nora La Rubia, entre otrxs-- sostuvieron a antorcha encendida para que la llama de lucha por la justicia social no se extinguiera.  

    (Mariano Pacheco, autor del libro)

    “Este 17 Montoneros Vence”

    Una semana antes del 17 de octubre de 1977, los Montoneros silvestres de la zona sur del conurbano bonaerense lanzan una campaña de agitación y propaganda con la consigna: “Este 17 Montoneros vence”. Beto recibirá varios impactos de bala sobre su cuerpo, en una jornada intensa en la cae muerto uno de los hermanos Sapag.
    La consigna “Este 17 Montoneros vence” la difunden los Montoneros silvestres a través de pintadas, volanteadas, carteles y todo lo que encuentran a su alcance, bastante limitado por cierto. Debido a la marcada presencia en la zona que se empecinan en sostener, el Ejército comienza a pisarles los talones. Por aquellos días, se instalan retenes de la policía y el Ejército, al acecho de aquel fantasma que aparece y desaparece sin que lo puedan atrapar.
    “Berazategui: un extremista fue abatido en un tiroteo”. Así titula su tapa el diario El Sol de Quilmes, el viernes 28 de octubre de 1977. “Ayer fue abatido en Berazategui un extremista identificado como Enrique Horacio Sapag. El hecho ocurrió cuando efectivos militares sorprendieron –según informó el Comando Zona I del Ejército– a dos hombres incendiando un automóvil en las vías del ferrocarril Roca, en el partido de Berazategui. Se inició entonces un tiroteo “en el que fue muerto el nombrado, mientras que el otro logró darse a la fuga”. En el comunicado dado a conocer por el Comando se indicó que Sapag era integrante de la “banda Montoneros”. Se agregó, además, que su cadáver lo recibieron sus padres”.

    (Horacio Enrique Sapag

    Lo que no saben en el diario, ni las fuerzas represivas, es que quien se ha escapado es Víctor Hugo, el mismo que meses atrás logró fugarse de un campo clandestino de detención, sin darles el gusto de denunciar a sus compañeros. Beto, como le dijeron siempre sus compañeros y amigos, se dirige entonces a la casa de una compañera en Florencio Varela y juntos, a modo de precaución, deciden irse (“levantarse”, según la jerga de la época). Pero la retirada no será ni tranquila ni ordenada.
    Cuando se encuentran en pleno repliegue, se cruzan con una patrulla policial, que inmediatamente comienza a dispararles. Es la segunda balacera a la que se ve expuesto Beto en pocas horas. Nuevamente logra salvar su vida, aunque herido de gravedad. La compañera, en cambio, es herida de muerte por las balas de la represión. María Cristina Barbeito estudiaba psicología en la Facultad de Humanidades de La Plata. Tenía 23 años y venía de La Pampa. Su compañero ya integraba entonces la larga lista de desaparecidos.
    “La compañera alcanza a dejar a su nene en el piso. Así logra salvar su vida –relata Beto–. Luego, por el cuñado de esta compañera, nos enteramos que Pedrito fue recuperado por la familia. También que Paz era el apellido del cana que disparó. Un tipo morocho, fortachón. Un tipo imparable con la ametralladora”.
    El coche en el que se dirigían quedó destruido, producto de las ráfagas de fusil FAL, de ametralladora y de escopeta que recibe. “¿Cómo te salvaste?”, le pregunto a Beto al momento de la entrevista. Él me cuanta que los tipos no dejaban de avanzar, desplegándose, abriéndose en abanico. “Pero yo me sigo defendiendo, los repelo con mi 9 milímetros”. Es ahí, recién, cuando puede salir del auto. Pero la compañera que viaja a su lado ya se encuentra sin vida. “Salgo y empiezo a correr. Ellos me persiguen”. En un momento, cuando cree que lo están por agarrar, cuando ya no tiene fuerzas y escucha que le gritan “alto”, ve que hay un milico que está apuntándole de rodillas con un FAL. “Me quedaba el ultimo tiro, así que disparo y comienzo a correr”.
    En ese momento lo único que atinó a pensar fue que había llegado el final. Mientras se escapaba, mientras esperaba que lo remataran, siempre corriendo, puede observar al darse vuelta que el tipo en vez de disparar se había subido a una camioneta, para perseguirlo junto con otros. “Yo corrí y corrí, hasta que los perdí”.
    Caminando, todo ensangrentado, llega al centro de Florencio Varela. Siente que no da más; que ya no tiene fuerzas. “Entonces golpeo una puerta y me atiende una señora con un nenito. Le cuento lo que me pasó, le digo que no se asuste y que necesito ayuda. La mujer salió corriendo. A mí sólo me quedaba la pastilla de cianuro. Pero llega el marido en un Fiat 600 y me dice que me lleva a donde yo quiera. Y fui, adelante. Ya no podía manejar, ni caminar. Le pedí una frazada, estaba desangrándome”.
    Pero eso no fue todo. El día es largo, y a veces, puede tornarse interminable.
    Avanzando con el auto pueden ver que la rotonda de Mosconi se encuentra cercada por las tropas del Ejército. “No tengo escapatoria”, pensó Beto entonces. Pero no se movió. Casi que no respiraba. El auto pasó despacito y no los pararon. Les pidió que lo llevaran a Ezpeleta, a la casa de su hermana, donde se quedó dos días.
    “Mis hermanos, desesperados, van en busca de médicos, pero no los consiguen. Entonces mandan a buscar a un estudiante de La Plata, que estaba haciendo su residencia en una sala de Villa España”. Pienso de inmediato en que el pibe es detenido, quien sabe, tal vez torturado, asesinado… Pero no. Me cuenta que cuando pasan delante del control que el ejército había apostado frente a la fábrica Ducilo, los detienen, sí, pero sólo por un instante, y luego, los dejan ir… para comenzar a perseguirlos. Porque ni bien la hermana de Beto mira hacia atrás, puede darse cuenta que los están siguiendo. Entonces se meten por calles internas, tratando de perder a la patrulla, cambiando el recorrido para dirigirse ahora a la casa de otro familiar. “Los tipos –continúa Beto– se vuelven locos y cuando llegan a la casa de mi abuela terminan metiendo a todos en cana”.
    Al día siguiente, cuando Beto ve que no llegan ni el médico ni sus familiares, pide que lo saquen del lugar. Envuelto en una frazada, sube a un taxi y recién ahí, tres días más tarde, puede tomar contacto con sus compañeros, que lo pasan a buscar.
    Cuesta, treinta y cinco años después, pensar en cómo se comunicaban, no sólo por la situación represiva, sino también porque obviamente no había entonces internet, ni celulares, nada de eso. Pregunto cómo era que se comunicaban.
    “El mecanismo que utilizábamos era dejar un mensaje telefónico. Como en ese momento no había muchos teléfonos, la gente alquilaba su servicio. Vos llamabas y dejabas mensajes. Y así, en clave, nos comunicábamos. Por supuesto, la cana también lo hacía, para ver si estábamos operando en la zona. Evidentemente ese teléfono no estaba controlado”.
    Finalmente, quien va a la cita para hacer contacto con la organización fue su hermano, que por la descripción logra encontrarse con el compañero que hace de enlace.
    A las 21.30 horas del martes 1° de noviembre, mientras el Ejército realiza “rastrillajes” por toda la zona, Beto se revuelca en una cama. No puede moverse, prácticamente. Pero ha salvado su vida. Lo han operado con silocaíana a falta de anestesia y ha pasado toda la noche con fiebre. Pero salvó su vida.
    “Me la salvaron ellos –aclara Beto–. Carlos Cari, a quien apodábamos El Flaco Juan, junto con su mujer, Nora La Rubia. Él estaba terminando la carrera de medicina en La Plata, y era además miembro de la estructura de sanidad de la organización. Ellos me salvaron la vida”.
    Beto lleva dentro de sí el recuerdo de María Cristina y de Horacio, asesinados en aquellas jornadas de octubre de 1977. Y el de Carlos y Nora, que fueron detenidos-desaparecidos, juntos, en agosto de 1980. También lleva adentro esa bala de fusil FAL, que nunca se pudo sacar de su cuerpo.

    DOSSIER //// 17.10.2020 El peronismo y el apoyo de los argentinos judíos

     En su libro Los muchachos peronistas judíos el historiador israelí Raanan Rein deconstruye el mito del supuesto antisemitismo peronista y, por el contrario, revela en su investigación el carácter integrador del movimiento creado por Juan Domingo Perón

      Por Ferkan

      En muchas reuniones familiares o de amigos, también en mesas de discusión y debate, cuando se habla de política siempre aparece alguien que, con aires de verdad revelada, afirma que el gobierno de Perón era nazifascista y toma como válido que toda la comunidad judía resultaba hostil al justicialismo. Para Raanan Rein, uno de los investigadores extranjeros más especializados en Peronismo, con más de veinte libros relacionados con este movimiento en veinticinco años, la idea de una comunidad judía antiperonista es un error de concepto, y considera esta afirmación originada en un mito construido por la propaganda electoral de la Unión Democrática en 1946 que, como se sabe contó con la participación activa del imperialismo estadounidense, encarnado en la figura de su embajador Spruille Braden. 

      Dispuesto a superar el nivel de la creencia y llegar a un conocimiento más profundo, Rein realiza una exhaustiva investigación en la que se estudiaron documentos inéditos originados en diferentes países, que demuestran que Perón procuraba de forma activa, con discursos y acciones concretas, la integración de los argentinos judíos a la vida nacional. Esto lo lleva a publicar en 2015 el libro Los muchachos peronistas judíos que pasó casi inadvertido, incluso entre la militancia. En este texto se devela cómo el tratamiento del tema fue usado para la descalificación sistemática de un movimiento político que hoy cumple 75 años de existencia. 

      El autor parte de una premisa distinta a lo que se considera en otros estudios, los judíos son ante todo argentinos y, del mismo modo que otros ciudadanos, tienen distintas posiciones en relación al peronismo. Había muchos opositores pero también adeptos, sobre todo durante su segunda presidencia, que contaba con apoyo de importantes figuras de la época, como el periodista César Tiempo (nacido Israel Zeitlin e integrante del grupo poético Boedo), Pablo Manguel (primer embajador en Israel), José Ber Gelbard, Ángel Perelman (sindicalista), Ángel Yapolsky, Luis Elías Sojit (el creador del día soleado peronista en sus transmisiones radiales deportivas), entre otros. Además, muchos de ellos eran integrantes de la ya olvidada Organización Israelita Argentina (OIA), creada durante el primer gobierno peronista.  

      En más de 400 páginas se realiza la deconstrucción del mito con importantes pruebas que demuestran que Perón no era nazi, que por el contrario, esa imputación surgió por la política de neutralidad seguida por nuestro país durante la segunda guerra mundial, que esa política era una tradición histórica de la cancillería argentina y que esa postura tenía importancia vital para Gran Bretaña, muy dependiente de las carnes y el trigo enviado por mar. El segundo argumento es que Perón no era fascista, si bien estuvo en Italia, lo hizo como parte de una misión para especializarse en alpinismo, fuera de Roma y muy lejos de los acontecimientos. El tercer argumento es que el primer peronismo por su heterogeneidad puede asimilarse a un populismo y no a un fascismo. La cuarta afirmación es que no era antisemita, porque ningún presidente antes de Perón se había manifestado tan contundentemente contra la discriminación de los judíos, además en sus dos gobiernos fue cuando menos incidentes antisemitas hubo y muchos judíos ingresaron a la burocracia estatal ocupando cargos importantes. Incluso, Rein sostiene que Evita planteaba la tesis de que la oligarquía era la que mantenía actitudes antisemitas. En uno de sus discursos, Evita dijo: “en nuestro país los únicos que han hecho separatismo de clases y religiones han sido los representantes de la oligarquía nefasta que han gobernado durante cincuenta años nuestro país. Los causantes del antisemitismo fueron los gobernantes que envenenaron al pueblo con teorías falsas, hasta que llegó Perón a proclamar que todos somos iguales”.

      Otro aspecto importante fue el papel de la OIA, que funcionaba como la sección judía del peronismo, creada en 1947, por iniciativa de empresarios, comerciantes, intelectuales  y profesionales de clase media. Los primeros pasos se habían dado en 1945, según lo que pudo establecer Rein a partir de ver memorandos del Congreso Judío Mundial y, posteriormente, por el viceministro de interior Abraham Krislavin, que organizó una reunión con adherentes argentinos de origen judío. A diferencia de la DAIA, que se mantenía en apariencia apartidaria, la OIA era abiertamente peronista. Sin embargo, un dato importante que aporta Rein, es que el titular de la DAIA, Ricardo Dubrovsky, llegó a afiliarse el partido Peronista. Incluso, en 1953, fue nombrado profesor titular de la cátedra de Obstetricia de la Universidad de Buenos Aires. No obstante, la comunidad pudo mantener su autonomía con respecto al Estado. Otro dato para destacar es que el análisis de la respuesta de la comunidad no puede reducirse a las entidades porque solo una parte pequeña estaba afiliada a estas. 

      Un capítulo importante es el de las relaciones entre Argentina y el Estado de Israel (Perón-Ben Gurion), que comenzaron el 14 de Febrero de 1949 cuando nuestro país reconoció al nuevo Estado, profundizándose en los años siguientes, en tal medida que Argentina estableció la primera embajada de un país latinoamericano, y desde la Fundación Eva Perón se enviaron barcos con ayuda humanitaria de ropa y medicamentos, como lo acredita una fotografía oficial del gobierno israelí. Esta unidad se vio rubricada en 1953, con la exitosa visita del canciller israelí, Moshé Sharett, que redundó en la profundización de vínculos políticos, culturales y comerciales. A tal punto llegó este lazo que Jacob Tsur, el representante israelí en la Argentina, según la investigación de Rein, en un almuerzo con los dirigentes del American Jewish Committee, afirmó: “en la Argentina, el régimen (peronista) solo representa actualmente una postura que se opone al antisemitismo y simpatiza con Israel, mientras que la oposición a Perón, tanto de derecha como de izquierda, es más propensa al antisemitismo que el régimen”. 

      Pese a todos los esfuerzos del peronismo por establecer una relación sólida de largo plazo, importantes sectores de la comunidad judía local e internacional, en especial, desde Norteamérica, seguían hostigando al gobierno, a la OIA y también a Tsur. La caída del peronismo en 1955 frente a la dictadura autodenominada Revolución Libertadora, agudizó este hostigamiento, la OIA se vio obligada a la disolución  y muchos adherentes intentaron borrar su adhesión al peronismo para preservarse frente al clima de persecución al peronismo. Así se perdió el rastro en el tiempo, hasta hace unos pocos años, en el que este investigador israelí decidió rescatar del olvido una parte importante de la historia del peronismo, de la Argentina, de Israel y del mundo. 
       

      Raanan Rein (Guivatayim, Israel, 1960). Es profesor y doctor en Historia, vicepresidente de la universidad de Tel Aviv, director del Centro S. Daniel Abraham de Estudios Internacionales y Regionales de la misma universidad y editor de la revista Estudios interdisciplinarios de América Latina y el Caribe. Es miembro correspondiente en Israel de la Academia Nacional de Historia.

      Entre sus libros publicados se destacan:  

      • Rein, Raanan. Los muchachos peronistas árabes: Los argentinos árabes y el apoyo al Justicialismo. Buenos Aires: Sudamericana, 2018. 

      • Rein, Raanan. Los muchachos peronistas judíos. Los argentinos judíos y el apoyo al Justicialismo. Buenos Aires: Sudamericana, 2015.

      • Rein, Raanan. Argentina, Israel y los judíos: Encuentros y desencuentros, mitos y realidades. Buenos Aires: Ediciones Lumiere, 2001.

      • Rein, Raanan. Argentine Jews or Jewish Argentines? Essays on Ethnicity, Identity, and Diaspora. Boston, MA: Brill, 2010.

      • Rein, Raanan (ed.). Árabes y judíos en Iberoamérica: similitudes, diferencias y tensiones sobre el trasfondo de las tres culturas. Madrid: Tres Culturas, 2008.

      • Rein, Raanan. Fútbol, Jews, and the Making of Argentina. Stanford, CA: Stanford University Press, 2015.

      • Rein, Raanan. Franco, Israel y los judíos. Madrid: Consejo Superior de Investigaciones Científicas, 1996.

      • Rein, Raanan. Juan Atilio Bramuglia. Bajo la sombra del Lider: la segunda línea del liderazgo peronista. Buenos Aires: Ediciones Lumiere, 2006.

      • Rein, Raanan. Peronismo, populismo y política: Argentina, 1943-1955. Buenos Aires: Editorial de la Universidad de Belgrano, 1998.

      DOSSIER //// 17.10.2020 Cómo se gestó el 17 de octubre (relato de un dirigente cervecero) Alcides Montiel fue un destacado dirigente sindical cervecero, que acompañó a Perón en su paso por la Secretaría de Trabajo, antes del 17 de octubre de 1945. ¿Por qué pasó lo que pasó?

       DOSSIER //// 17.10.2020

      Cómo se gestó el 17 de octubre (relato de un dirigente cervecero)

      Alcides Montiel fue un destacado dirigente sindical cervecero, que acompañó a Perón en su paso por la Secretaría de Trabajo, antes del 17 de octubre de 1945. ¿Por qué pasó lo que pasó?

        Por Enrique De La Calle

         

        Alcides Montiel fue un dirigente sindical argentino, de ideas socialistas, que creó la Sociedad de Resistencia de Obreros Cerveceros de la Quilmes y Anexos en 1932. Luego, fue Secretario General de la Federación de Obreros Cerveceros y Afines. En 1939, fue miembro del primer Comité Central Confederal y luego fue secretario general de la Confederación General de Trabajo (CGT) durante 1944 y 1945, años muy importantes para la relación entre la central y el ascendente Juan Perón. Además, Montiel fue uno de los sindicalistas fundadores del Partido Laborista, que diera origen al peronismo. Además, fue diputado nacional por la Provincia de Buenos Aires (1946-1948) y reelecto en (1948-1952). El historiador Félix Luna lo menciona como uno de los dirigentes que organizaron el 9 de octubre de 1945, a la noche, la primera reunión de sindicalistas que buscó responder al golpe palaciego que desplazó a Perón de sus cargos en el gobierno, y, luego, el 10 de octubre, participó del armado de un multitudinario acto de despedida. Murió en 1989 después de una vida dedicada al sindicalismo y al peronismo. Su visión sobre cómo se gestó el 17 de octubre.  

        "El 17 de octubre no tiene padre ni madre"

        En 1973, la Juventud Peronista publicó en un “Boletín de Información Interna del Encuadramiento” un fragmento de una charla que Alcides Montiel compartió con militantes peronistas. Su nieto, Juan Domingo, recuperó una copia de su intervención, que AGENCIA PACO URONDO comparte ahora con sus lectores. ¿Por qué muchos trabajadores se acercaron a Perón más allá de cierta desconfianza de mucha dirigencia sindical? ¿Quién organizó el 17 de octubre? Montiel ensaya algunas respuestas.  

        Con el permiso de ustedes me voy a presentar. Le estaba diciendo acá al compañero que para mí una reunión de este tipo es una novedad porque en la época en que yo actué, el problema de los intelectuales es que eran nuestros adversarios. La juventud intelectual, en el año 43, estaba toda en contra del peronismo.

        Empezando por los profesores, los alumnos, íntegramente las universidades.  De manera que yo no tuve contacto con ellos, ni conozco nada, porque yo actué en el campo obrero lisa y llanamente, como proletario, como soy yo. Yo soy un obrero que trabajé más de veinte años en la Cervecería Quilmes, en la ciudad de Quilmes. Me incorporé a la CGT como miembro de Comité Confederal…

        En el año 43 se produce la revolución del 4 de junio de ese mismo año, en un momento en que la clase obrera estaba completamente dividida y debilitada. Una completa anarquía, podríamos decir, muy violenta. Un período de crisis…

        En estas condiciones estaba el Movimiento obrero cuando se produce la revolución del 4 de junio 43… En  ese momento se planteaba para la clase trabajadora un problema: una revolución encabezada por militares. Y el movimiento obrero argentino tenía muy malos recuerdos de los militares en el campo obrero. De manera que todos los hombres viejos del movimiento obrero estaban en contra de la colaboración con los militares, por los antecedentes que había en el país de los militares con el movimiento obrero. Y por razones políticas.  Los comunistas estaban en contra, los socialistas estaban en contra, los radicales estaban en contra, y los conservadores también estaban en contra del gobierno. El  gobierno no tenía ningún respaldo en ese momento, ni un respaldo político…

        Pero el gobierno empezó a  trabajar, y se creó la Secretaría de Trabajo. La Secretaría de Trabajo fue un bicho que asustó a mucha gente; se decía que era el vehículo por el cual el gobierno iba a someter a la clase trabajadora. Un vehículo demagógico. Y se trabajó en contra de la Secretaría de Trabajo. Nosotros, al poco de andar nos acercamos a la Secretaría de Trabajo, y a colaborar con ella. Esa primera comisión que se formó en el local de los Tranviarios estaba encabezada por don Ramón Seijas como Secretario General, que todavía vive, que era del gremio Tranviarios Automotor. Yo era secretario adjunto.

        Ahí se produce un encontronazo en la CGT, y yo planteo a la Unión Tranviarios la posición de Seijas, que no estaba de acuerdo con la posición de los Tranviarios  Automotor. Y que no podíamos trabajar así. Don Rubio, a quien informé de la desinteligencia en la Mesa Directiva de la CGT, me dijo textualmente estas palabras: “Mira tú te vas a tu casa esta noche; y mañana cuando vienes esto está arreglado”. Bueno, efectivamente esa noche él citó telegráficamente a la Comisión Directiva de la Unión Tranviarios y a Seijas; y lo reemplazaron a Seijas. Renuncia Seijas y los Tranviarios, a quienes correspondía el puesto de Secretario General, resolvieron no nombrar a nadie y me confirmaron a mí con los dos puestos: de Secretario Adjunto y de Secretario General de la CGT. Pero ya les digo que en ese momento la CGT se enfrenta con la realidad política del país. La Secretaría de Trabajo y nosotros frente a todos los partidos políticos del país.

        Empezamos a trabajar con la Secretaría de Trabajo, y se empezó o violentar el panorama político. El Ministro de Relaciones Exteriores era el General Peluffo. Entonces se hace un acto público en Plaza San Martín, y el gobierno recibe el apoyo de la Confederación General del Trabajo. Nosotros, por mi intermedio, dijimos que el gobierno actual era el gobierno del pueblo, y el gobierno de los trabajadores. A partir de esa fecha empezamos a colaborar frontalmente con el gobierno, éramos oficialistas. Allí empezó la colaboración de la Confederación con la Secretaría de Trabajo y Previsión a cuyo frente estaba el Coronel Perón…

        Nosotros éramos mediocres, éramos dirigentes que estábamos en la cola. Vinimos a lo cabeza por las circunstancias políticas creadas en el país, de lo contrario no habríamos llegado nunca a los puestos que ocupábamos en ese momento. Los grandes dirigentes se equivocaron por estar en contra de la revolución del 4 de junio. Pero, ¿por qué esa revolución tuvo tanta contra? Porque estábamos en plena guerra mundial, y en la guerra mundial se habían entendido los rusos con los norteamericanos. Y esa alianza de allá lejos repercutió acá. Los comunistas a través del señor Codovilla que era el representante comunista acá, se abrazaron con el señor Braden, que era el Ministro embajador de EE.U U acá.

        Y entonces hubo una alianza ruso-norteamericana en este país, en contra del gobierno de este país. Se le acoplaron los radicales, se le acoplaron los socialistas y se le acoplaron los conservadores, y nosotros tuvimos que hacer frente a todo eso. Y no conformes con eso, teníamos toda la Universidad en contra; mire usted la pelea que teníamos. De manera que ese primer éxito es totalmente del proletariado, del trabajador raso. Con algunas excepciones, naturalmente. Hubo muchos hombres intelectuales, abogados, médicos, ingenieros que han colaborado aisladamente. El grueso de estos profesionales estaba en contra.

        A ellos les parecía imposible un movimiento como el encabezado por el Coronel Perón en aquel entonces; que tuviera éxito y que triunfara con la oposición que tenía. Para ellos, en la forma en que estaban las cosas, todo el pueblo estaba en contra del Coronel Perón, en contra de la Secretaría de Trabajo, o en contra del gobierno. Y no le tuvieron confianza a la clase trabajadora. Se equivocaron. Porque lo clase trabajadora, que jamás tuvo justicia en este país, encontró la justicia en la Secretaría de Trabajo. Y nosotros que tuvimos que  recorrer el país (yo no digo que me haya recorrido solo todo el país, pero seguro que por media República anduve), con Perón abajo del brazo, con la Secretaría de Trabajo abajo del  brozo, y solucionar los problemas. Y se solucionaban. No era que andábamos haciendo propaganda nomás, engañando a la gente, entreteniendo a la gente. No. Se solucionaron los problemas del Chaco, de Santa Fe, de La Forestal, de Tucumán, de los cañaverales, se solucionaron los problemas de todo el proletariado en general. No una solución integral como querían los comunistas.  Pero en gran parte, conoció justicia la clase trabajadora.

        Anteriormente a eso… yo les digo porque yo he sido peón de estancia en la provincia de Corrientes, y allá usted pedía trabajo, y le daban por veinte pesos, por veinticinco pesos por mes. Y la cama que usted tenía era el recadito que usted tenía, los cueros que usted llevaba. Cuando le agarraba un temporal que se le mojaba eso, usted no tenía más cama, tenía que ir o buscar cueros de oveja sucios en los depósitos, para poderse acostar.   Y dormía con los perros. Al patrón eso no le importaba: usted era peón día y noche por los mismos veinticinco pesos. Y si usted se rompía una pierna, o quedaba tuerto, ciego, o se moría, no se pagaba nada.

        De manera que después apareció esto. Y los señores patrones tenían que firmar convenios por los cuales tenía garantías el obrero, en accidentes de trabajo, en enfermedades, y se escandalizaron. Porque eso era una cosa que aquí no había. Jubilación no tenía nadie en este país. Los únicos que tenían jubilación eran los del estado y los ferroviarios, y las pensiones de los ferrocarriles, en aquel entonces, eran de siete pesos y ocho pesos por mes. Mire usted cómo estaban las cosas. El resto del proletariado no tenía jubilación. La ley 11.729 se sancionó en el Congreso Nacional, en honor a lo verdad, gestionado por los Empleados de Comercio, fue una conquista para los trabajadores del comercio exclusivamente, los trabajadores de la industria no gozaron de este beneficio. Se aplicaba en la Capital Federal, porque la justicia federal, los jueces de acá, dijeron que les correspondía a los trabajadores de industria también.

        Pero usted pasaba el puente y entraba en la provincia, y ya no ero así, porque la justicia de la provincia de Buenos Aires dijo que no, que no correspondía a los trabajadores de la industria. Entonces nosotros, en la provincia de Buenos Aires y en las otras que no eran Buenos Aires, estábamos huérfanos completamente de protección en el trabajo. La Secretaría de Trabajo hace extensivo eso a todo el país. ¿Usted se da cuenta, qué sucedía ahí cuando todo el mundo tenía vacaciones? ¿Que todo el mundo tenía tres meses y seis meses de enfermedad paga? En el tiempo en que los patrones lo despedían a uno y no se cobraba nada de indemnización; y después se crearon los tribunales de trabajo, donde un obrero iba y demandaba sin necesidad de ningún abogado; sino que el juez nomás le arreglaba el asunto.

        Había patrones que no querían concurrir a dialogar con sus obreros para establecer condiciones de trabajo. En algunos casos se llegó a traer patrones por medio de la policía. Eso es lo que vio la clase trabajadora.  Por eso es que el peronismo tiene una raíz tan profunda, que no se puede secar nunca, es imposible. La raíz de eso es el proletario, la gente de trabajo, la gente obrera. Usted ve que hay cosas que parecen inadmisibles para la gente de afuera.

        La oposición decía, próximo a las elecciones, que es un candidato imposible, eso no puede ser. Festejaron el triunfo de ellos antes de las elecciones. La Unidad Democrática festejó el triunfo antes de las elecciones. Y bueno, llegaron las elecciones y les ganamos, ¿no? Y les ganamos bien; porque haciendo abstracción de las elecciones últimas que tuvimos, fue la única elección en el país que se hizo libre y democráticamente, aquella en que el Coronel Perón fue electo presidente. Hasta esa fecha nunca había habido en la República Argentina una elección libre como esa. Estaban custodiadas todas las mesas por marinos, aeronáuticos y Ejército. Les ganamos bien, limpio. Ellos, todos, reconocieron que lo elección fue muy limpia. Porque ellos creían que iban a ganar. Pero después que vino el escrutinio y vieron que perdieron, decían que no había sido limpio.

        Esta  conversación que yo hago con ustedes es a título ilustrativo, porque se ha escrito y se ha hablado mucho. Programas televisivos que decían y hablaban del 17 de Octubre, y de la Revolución Peronista. Eso ha sido, con perdón de la palabra, un macaneo limpio, una desfachatez de mucha gente para hablar de muchas cosas que no es cierto. Pero, si la gente se ocupara de llamar a los que realmente han estado, y preguntarle o ellos cómo fue tal cosa . . . No. Ellos traían o lo televisión la gente que les convenía traer, para que dijeran uno sarta de embustes. El 17 de Octubre es un chico que no tiene padre ni madre. Yo lo digo así, en esta forma, pero lo voy o demostrar.

        Se produce la detención del Coronel Perón, y se inicia un movimiento de que sí y de que no, de titubeos, la CGT en ese momento ya estaba de nuevo en manos de la Unión Ferroviaria, porque ellos eran mayoría. Se habían incorporado ya las dos organizaciones más numerosas, y ellos absorbían la mayor cantidad de los puestos, por cantidad numérica. A mí me dijo un dirigente ferroviaria que todavía vive, y que era el presidente de la Unión Ferroviaria, que fueron a ver al General Avalos, Ministro de Guerra en ese momento.  Fue µno de los que mandó a detener al Coronel Perón. Y bueno, ellos estaban en la duda, porque Avalos les había prometido una serie de cosas que... Bueno, Avalos decía que él era peronista, porque era peronista antes Avalos... Después dejó de serlo.                                

        Ahora, en ese ínterin de vacilaciones y cosas, nosotros hicimos  una  reunión  en  la  ribera  de Quilmes, en un local de los Cerveceros, un campo de deportes. Había una cantidad de dirigentes de la Capital Federal y de la provincia, para declarar la huelga general ya que la CGT no la declaraba. Y la declaramos para el día de 18 de octubre. Y la Confederación General  del Trabajo, después de muchos titubeos, también declaró la huelga general para el de 18 de octubre. Y la huelga salió el 17 de octubre. Fue un acontecimiento que nadie puede  explicar con exactitud.  Porque la gente salió el 17 de octubre, un día antes de la fecha fijada por la central obrera, y por otro grupo de hombres que nos reunimos al margen de la central obrera. La gente desbordó, pasó por encima de la dirección, de los  dirigentes.  

        Ese movimiento del 17 de octubre nadie puede decir yo lo hice: lo hizo el Pueblo movido por un instinto propio y por una voluntad propia. Salió por Perón. La gente hablaba solamente de Perón. Perón fue el que movió las masas con ese poder invisible que sigue ejerciendo sobre la masa trabajadora. ¿Cómo? Nadie puede explicarlo tampoco, porque nadie sabe; pero la gente salió a la calle, y se paró los ferrocarriles, se paró los transportes y se paró las fábricas, se paró todo el mundo. Y la gente caminaba para la Plaza de Mayo. Pero sin dirigentes. Que dicen que Cipriano Reyes hizo, que los otros hicieron, que los de más allá hicieron más: no es exacto. Era un Pueblo atrás de Perón, y una vez que estuvo en la plaza no quería salir de la plaza. Intentaron decirle una cosa, otra, pero el Pueblo no quiso salir de la plaza hasta que no apareciera Perón.

        Entonces lo trajeron a Perón de donde estaba, y hasta que Perón apareció, después el pueblo se fue. Esa es la historia, más o menos a grandes rasgos del 17 de octubre. Nadie puede arrogarse la paternidad de ese acto del Pueblo. 
         

        DOSSIER //// 17.10.2020 El 17, el balcón y la fuente

         Dos textos poéticos se cruzan para narrar este día fundacional, no sólo desde la fuente donde se refrescan las patas, también desde el balcón donde se asoma ese hombre por el que la multitud pide con clamor.

          Por Norman Petrich | ​​​​​Ilustración: Silvia Lucero

          “Sólo ellos cantaron/ ese día/ existiendo con furia”… “y me sorprendí/ con furor/ con pasión admirándolos” dice “el solicitante descolocado” en el gran poema de Leónidas Lamborghini y con eso le alcanza para marcar el contexto que deparará en la sorpresa de ciertos sectores que no esperaban que el 17 de octubre se convirtiera en un hito fundacional. Porque si bien Las patas en la fuente hace un recorrido poético, paródico, que va y viene desde ese día hasta los fusilamientos del 55, pinta a través de una risa crítica, burlesca, lo traumático de ese momento para la burguesía nacional. El contrapunto entre “el solicitante descolocado” y “el saboteador arrepentido” recorre los alrededores de esa plaza que se convierte en “pista” rodeada “de todas las especies, de todos los órdenes/ y clases/ de todo público”, pero donde queda claro que “en la primera fila/ van los relegados”. Leónidas resume a los actores principales de este día de una forma hermosa y sencilla: “No son todos los que están/no están todos los que son/ mi pobre especie/ son/ los no antologados”.

          “Esa multitud/ que había nacido como real mescolanza/ como desecho o detritus de la Historia/ venían, ese día en consecuencia a reclamar no sólo por el otro,/ el líder,/ sino también por ellos” dice Roberto Retamoso, en El diecisiete, con una voz que aprovecha la atemporalidad, pero que viene a sumar grandes líneas al mito. Es que si bien Lamborghini urga con ironía en los discursos del sistema que lleva a “los adictos” que no pueden ser curados por los de “sable corvo” a meter “las patas el poder/ en las fuentes de la Gran Plaza”, el escritor rosarino eleva el discurso poético a ese lugar donde apuntan las miradas y el clamor de miles: el balcón de la Casa Rosada. “Pero él, ahora,/ les dice trabajadores,/ como les dirá después/ compañeros… para que lo sepan, para que no olviden/ para que quede claro/ para siempre/ el coronel les dice que los ama”. Que no son otros que aquellos que, como “el solicitante descolocado”, solían escuchar “preséntese/ mañana en alpargatas/ sin ningún compromiso, limpio/ de polvo y de paja”; a quienes, como confiesa “el saboteador arrepentido”, “mitad empleado mitad obrero”, “la perra patronal, colérica ladrante” amenaza con “castigo sin indemnización”.

          Y cuando todo eso sale a la luz, lo que deja ver sólo puede ser leído a través de una palabra: miedo. “Cuando los elementos adictos tomaron las fábricas/ La Prensa/ se descompuso en varias editoriales/ qué es/ ese olor a mierda?/ -Es el miedo es el miedo/ y hay que leer/ entre líneas”, dice Leónidas. “Que vuelvan a sus casas/ les pide… porque sabe/ que cuando ellos se juntan/, como ahora,/ son legión/ los monstruos más temidos/ los fantasmas más odiados”, dice Retamoso que dice el General, hasta entonces Coronel.

          Es que para Roberto “meter las patas en la fuente” es, en sí, un acto estético, porque “lo estético no es meramente estético ni lo político simplemente político”. Es un acto vanguardista, como si lo realizaran Duchamps, Breton o Marinetti. “La insurrección es un arte un arte”, asegura “el saboteador arrepentido”, una respuesta a aquellos que en el texto de Lamborghini defienden “la bandera del capital ajeno”. Aquellos que ven ese pasar, ese aluvión con la seguridad que les da saber que “aquí/ los únicos privilegiados/ son los privilegiados”, recordando “cuántas cosas/`antes´/ se compraban con un peso”: “Oh oh en aquella época/ yo compré una vaquita/ por un peso/ y ahora no vale nada/ no vale nada/ no vale nada”. La respuesta es una pregunta, y ambas, hasta el día de hoy, tienen plena validez: “pero cuántos viejos/ ganaban ese peso/ viejo”. Son los mismos que, como el “Cívico Instructor”, miran con sorpresa, desde lejos, diciendo “nunca creí ver tantos” mientras se resignan asegurando “hoy es el día de ellos”.

          “Únanse y serán más hermanos que nunca/ mientras la plaza estalla en una ovación,/ felicidad les promete/ como un padre a un hijo cuando la noche llega/ y es el momento del sueño”. “Al paso/ al paso/ cuando algo/ desde lo más profundo/ empezó a rechinar/ en mí/ cantos quejidos/ del viejo puente/ del Riachuelo/ nunca has oído ese chirriar/ me dictó/ la cabeza… y es para despertar/ aquello / más profundo/ en cada uno”, y creo que ya no es necesario aclarar de quién es cada uno de los textos, entorpeciendo la lectura.

          “¡Hagamos antorchas/ compañeros!/ gritó la mujer que iba al frente”, vocifera el poema de Leónidas y yo quiero interpretar que es la misma mujer hacia la que vuela, en el texto de Roberto, el pensamiento del Coronel. “Va hacia ella,/ hacia esa mujer joven que supo deslumbrarlo/ con el brillo de su inteligencia,/con la intensidad de su pasión,/ con la fuerza de su entrega/ inclaudicable. Mientras habla,/ mientras les dice trabajadores/ a quienes, abajo/ lo vitorean,/ en ella piensa. En su fervor,/ piensa/ en su amor,/ piensa,/ en su entrega a la causa/ de los humildes y desposeídos;/ en su devoción al pueblo/ porque es devota suya,/ en su devoción por él/ porque del pueblo es devota”.

          “Ella me dijo a mí mejor discípulo/ -La tierra para quien la trabaja se inclina/- La revolución no se detiene nunca”.

          “Tiembla, abajo, la plaza/ como tiembla su corazón… Pero no basta lo que el corazón/ sienta…porque es necesario anunciarlo…/ Y entonces él,/ el hombre que todos vitorean/los nombra a su vez, los llama/ los abraza con una palabra nunca dicha/ en ese balcón. Les dice/ trabajadores, diciéndoles con ello/ hombres dignos/ hombres libres,/ diciéndoles con ello/ compatriotas, diciéndoles así hermanos. Porque yo soy el primer trabajador/ les dice./ Soy como ustedes”. 

          “Cada partícula/corrigiendo/ el errarum de la otra/ hasta llegar a la perfección”.