martes, 3 de abril de 2018

Paganini: Violin Concerto No.1

Sol ido.

Tenía las pestañas entrelazadas como deditos.
Los rulos ensimismados como palabritas sin espacio.
Las piernitas flaquitas o regordetas según la estación.
Un aliento verde, unos pasitos de río quieto.
Tenía ausencias breves como respirar.
Un sacón marrón, una cartera al tono.
Una sonrisa escrita por Neruda.
No tenía miedo, mas bien ansiedad y amor al otro.
Cantaba susurros a los limoneros.
Nunca le dio su espalda a los tiempos vendavales.

Se abotonaba lenta la camisola de bambula.
Latía el corazoncito como trencito desbocado cuando discutía.
"Que la luna no es, que el cielo no es, que todo es acá, ahora y ya."
Me dijo una tardecita en la placita del reloj.
"Sí, es como te dije y como vos decís".
Contesté arrinconado bajo un jacarandá aluvionado de gestos.
Drástica, inclemente, intolerante, nubes sin despojos.
Navegaba entre sauces llorones.
Se llevó dos tauras a mejor vida.
Gritó un Viva!..., como nunca.
o creo que...

Acampanados tacones.
Jeans bordados y aflecados.
Una capelina amarilla para los asaltos/ happenings y demases.

Allí fue, decidida, deslizante, pura agua.
Premonición, lucecita, luciérnaga, tacita de plata.
Todavía no fue un error.
Sus manitas rotas como vidrios de rosal seco.
GB



WALSH Y LA LIBERTAD




La revista Primera Plana alertaba en un suelto de comienzos de junio de 1968 que, desde mediados del mes anterior, el semanario CGT venía publicando los resultados de un reportaje por entregas sobre el asesinato de Rosendo García y los activistas Domingo Blajaquis y Juan Salazar.
Por Daniel Pellegrino y Jorge Warley *
“Un hecho que todavía sigue en la oscuridad a pesar del tiempo transcurrido y de la intervención de dos jueces, uno de la ciudad de La Plata y el otro de Bahía Blanca”, enfatizaba Primera Plana sobre el asesinato de Rosendo García y los activistas. El autor de esa investigación era Rodolfo Jorge Walsh, quien por entonces acababa de superar los cuarenta años de vida y ya atesoraba en su haber, además de una apreciable obra literaria, su Operación Masacre, de 1956, y el Caso Satanowsky, de 1958, ambas investigaciones publicadas originalmente en la revista Mayoría, que pertenecía a los hermanos Tulio y Bruno Jacovella, militantes del nacionalismo católico.
La publicación era el eje de la actividad de difusión de la CGT de los Argentinos, que acababa de constituirse fruto de una división fuerte dentro del movimiento sindical nacional; era comandada por el gráfico Raimundo Ongaro, quien le había ofrecido en persona la dirección del periódico a Walsh. Primera Plana consignaba que el semanario de la Confederación General del Trabajo de los Argentinos imprimía treinta mil ejemplares; la cifra quizás es exagerada, pero en todo caso bien sirve para medir un cierto clima de época y el interés de una opinión pública en creciente politización. Aquella crónica, con el título ¿Quién mató a Rosendo?, se editaría en forma de libro un poco después, en 1969.
La obra en cuestión relata principalmente el asesinato de un dirigente de la Unión Obrera Metalúrgica (UOM, uno de los sindicatos más poderosos de aquel entonces), llamado Rosendo García. El enfrentamiento violento en el cual, además de García, resultaron muertos Domingo Blajaquisy Juan Zalazar, había ocurrido el 13 de mayo de 1966 en la confitería La Real, ubicada en la ciudad de Avellaneda.
Según los hechos que pormenorizadamente narra el autor de “Esa mujer”, en el mismo salón se encontraban Francisco Granato, Blajaquis, los hermanos Villaflor, Miguel Gomar, Zalazar y Francisco Alonso, en una mesa, y en otra charlaban y bebían el secretario general de la UOM, Augusto Vandor, junto a García, Petracca, Valdez, Saffi, el Beto Imbelloni, Gerardi, Armando Cabo, entre otros. De pronto se desató una gresca entre uno de los Villaflor (Raimundo) y García, por un lado, y entre su hermano Rolando y el Beto Imbelloni, por el otro. Casi de inmediato desde la mesa que ocupaban Vandor y su gente alguien disparó varias veces un revolver. Como consecuencia de un disparo García falleció de inmediato; otros dos alcanzaron a Zalazar, que contaba con 38 años de edad, estaba casado y tenía cinco hijos y a Blajaquis, que moriría a consecuencia de las heridas poco después.
Los diarios hablaron de los hechos porque hubo tres muertos y porque uno de ellos tenía particular relevancia: Rosendo García era secretario nacional adjunto de la UOM y se mostraba como candidato privilegiado hacia la candidatura a gobernador de la provincia de Buenos Aires por parte del justicialismo.
Blajaquis era el jefe del denominado “grupo Avellaneda” de Acción Revolucionaria Peronista (ARP), un agrupamiento del torrente de la resistencia peronista que tuvo pocos años de vida, y contaba con una fuerte influencia de John William Cooke. Su perfil político era de raíces peronistas pero a la vez reivindicaba con fuerza a la Revolución Cubana. Al parecer, todos los integrantes de aquella mesa en La Real reconocían el liderazgo de Blajaquis.
El periodista
Walsh realizó una exhaustiva investigación siguiendo un método que ya le resultaba habitual. Recurrió primero a la ayuda de los testigos sobrevivientes, y fue acomodando las piezas a partir de sus testimonios y otros elementos fácticos hasta llegar a la que se le aparecía como una sólida conclusión. “Un disparo partió la espalda de Rosendo García”, escribió Walsh y a continuación acusó a Vandor de ser el asesino.
Más allá del suceso en sí, también son importantes algunas de las conclusiones generales a las arribó Walsh. Se trataba de una época donde comenzó a afirmarse y popularizarse la noción de “burocracia sindical”, para distinguir a los sindicalistas genuinos, de base, clasistas, de izquierda y democráticos en su funcionamiento, de los aparatos mafiosos que, en última instancia, se integraban a las necesidades del Estado y las exigencias de las patronales. La investigación es en ese sentido doblemente valorable.
Así, Walsh escribió desnudando el funcionamiento de una máquina bien ensamblada: “No se trata, por supuesto, de que el sistema, el gobierno, la justicia sean impotentes para esclarecer este triple homicidio. Es que son cómplices de este triple homicidio, es que son encubridores de los asesinos. Sin duda ellos disponen de la misma evidencia que yo he publicado y que en otras circunstancias servirían para encarcelar a Vandor y su grupo. Si no lo hacen es porque Vandor les sirve. Y si les sirve es, entre otras cosas, porque esa amenaza está pendiente sobre él. Esto explica de sobra que Vandor sea el mejor aliado del gobierno”.
Y a continuación: “esta es la primera y esencial conclusión de todo el asunto: el vandorismo es una pieza necesaria del sistema”.
Expresión del relato
Un poco más allá de la investigación social y de la práctica periodística que emprendió Walsh desde “Operación masacre”, es notable el empleo de estrategias narrativas propias del relato policial clásico. Aun los títulos de los libros citados juegan con el suspenso y remiten al mundo del crimen y del delito, que la literatura supo perfeccionar para captar la atención. A Walsh sin dudas que le gustaba trabajar la combinación con el fin de acentuar el trasfondo delictivo de la política. Darío Dawyd contextualiza y agrega: “Esta práctica, inaugurada con la escritura y la investigación periodística, con la literatura no ficcional, no fue del todo ajena a la época, ni a la región. Durante los años sesentas, la creciente politización de escritores (y otros intelectuales, artistas y profesionales) y la radicalización política posterior de muchos de ellos, llevó a algunos incluso al abandono de su actividad artística, en pos de la conversión definitiva en militante revolucionario.
Los acontecimientos que muchos experimentaron como quiebres en su trayectoria, fueron tanto externos (descolonizaciones en África y Asia, Revolución Cubana, Guerra de Vietnam, el Concilio Vaticano II, la invasión estadounidense a Santo Domingo, muerte del Che Guevara) como internos (el golpe de 1966, la formación de la CGT de los Argentinos, el Cordobazo). Entre aquellos grandes hechos, en la trayectoria de Walsh, fueron mencionadas además tanto su investigación de la masacre de José León Suárez, como su participación en el Congreso Cultural de La Habana (“La escritura de Rosendo de Rodolfo Walsh como construcción del vandorismo en la Argentina del peronismo fracturado”. Trabajo y sociedad, UN Santiago del Estero, nº 18, 2012)
* Docentes, UNLPam


LA NOVELA FAMILIAR

Por Luciana de Mello
María Moreno
Es la cena de nochebuena de 1976, Rodolfo Walsh está en la casa de su hija Patricia. Acaban de discutir por el contenido de una carta que seguramente aun no lleva el nombre de Vicki como imposible destinataria. La discusión es por quién pronunció esa línea, esa oración que se convertirá en sentencia y escena de una imagen que va a quedar grabada en la memoria de los futuros lectores de ese relato. “No es Vicki quien dice esas palabras: Ustedes no nos matan, nosotros elegimos morir sino el muchacho joven que muere con ella en la terraza.” Patricia le dice que tiene que volver a escribirla, Walsh padre se molesta, dobla esa carta escrita en papel manteca varias veces hasta transformarlo en algo muy pequeño, un objeto imperceptible al enemigo que podría hacer desaparecer, también, la carta. Esa es la última noche que Patricia verá a su padre y sabrá tiempo más tarde, cuando la carta se haga pública, que decidió no corregirla. Sin embargo, no es en la verdad de prueba jurídica que el destino y el legado de Carta a Vicki encuentran la fuerza imparable de su supervivencia. Más allá de su vinculación con su autor y sus testigos, la carta sobrevive en su volverse huella, esa que anula el mito de origen convirtiéndose en un proceso constante de reenvíos en el que el texto no alcanza nunca su destino, sus repetidas idas y vueltas (y revueltas) sin punto de llegada, es lo que permite que no quede agotada la potencialidad inventiva de su escritura, de su significado. Imposible saber la dirección, los destinatarios, las lecturas que tendrá ese texto escrito y trasladado en Manifold. Es por eso que la operación de lectura que hace María Moreno en Oración: Carta a Vicki y otras elegías políticas, comienza por cambiarle el género a la carta y llamarla elegía, una oración de despedida sobre la que se abrirá a un análisis profundo –sumando al debate– sobre la naturaleza del testimonio, su operación de escritura. “No hay manera de contar los hechos si no es desde una subjetividad determinada, un interés determinado, una ideología. De lo único de lo que estamos seguros es de cuando llueve o no llueve, todo lo demás tiene una marca de autor. Lo que hace el libro es complejizar el testimonio respecto de lo fáctico, y pensar esto de que no se puede condenar al sobreviviente a hablar todo el tiempo del asesino. O sea: a no salir nunca del modelo ante los tribunales. Y que son los negacionistas los que están ahora con la exigencia de la prueba. Lo más difícil de entender es que Walsh se está corriendo de lugar, no está haciendo un texto para hacer otro modo de justicia. Acá no se está moviendo en ese terreno, no está hablando de evidencias o de pruebas, está haciendo una elegía. Y a su vez Patricia lo que hace en el testimonio tiene que ver con tomar un procedimiento literario del padre, más que cuestionar los hechos. Hay algo que no lo digo descarnadamente porque también generaría equívocos: estás en un operativo donde hay 250 FAP, un helicóptero sobrevolando, una tanqueta en el garage y hay una distancia desde la que un soldado habría oído lo que se dijo sobre la terraza. Y es imposible eso, hay que pensar en las últimas palabras como algo que no es verdad ni mentira pero que tiene un orden mítico. Sylvia Molloy tiene un texto muy lindo en Varia imaginación donde cuenta su visita a la casa de Trotsky. La guía dice que Trotsky al morir –herido por Ramón Mercader y con un aliento azul– habría dicho: “Natalia, esta vez lo han logrado, pero nuestra causa no morirá nunca”. Todo ese speech. Y Molloy dice que le gusta más otra versión y es: Desvestime vos, que no me desvistan ellos. Entonces no podemos buscar evidencia de esto, pasar al tono judicial. Es un conflicto casi literario. Al mismo tiempo Patricia dice que corre peligro de insignificancia, que está bien también, está siguiendo la literatura del padre y no al padre como testigo o como alguien que busca a testigos para llegar a una evidencia que es lo que hace en Operación Masacre o en Quién mató a Rosendo”.
Nora Lezano

LOS URONDO, BAILANDO CON LOS FANTASMAS

Por Lula Urondo
“Nosotros cada tanto le hablamos a los tíos acá por las dudas, nunca se sabe”
Ayer Pedro leyó un poema de su bisabuelo en el acto de su escuela. Me lo perdí. Porque no sabía que él iba a leer, claro. Lloré toda la mañana como una pelotuda por eso. Una gripe de cinco días encima, mas una incomunicación con la escuela y con su padre me llevaron a decidir la ausencia. “No pasa nada ma, igual estuve re forever alone”, me dijo Pedro cuando lo reencontré después. (Sí, forever alone tiró.) Me puse a llorar de vuelta, pero de modo tal que no se diese cuenta.
Las ideas de la ausencia y el desencuentro rondan mi cabeza desde ayer. Desde hace años, más bien. Desde todos los años, posiblemente.

Las conciliaciones de mi padre con nuestra historia siempre fueron especiales, por no decir difíciles. La abuela no se queda atrás, aunque a veces le veo en el ceño ese esfuerzo que le provoca hablar y decir y contar, y creo que la entiendo. Pero las creencias son solo creencias y la vida de Chela es una película de otra dimensión.
Nuestra generación, la que no vivió esa época, la que no conoció a los muertos, debe construir desde el relato de los otros. Los relatos se modifican con el tiempo, porque así lo hacen las personas y su mirada sobre el mundo, porque como enuncia un vaguito presocrático con certeza ‘todo fluye, nada permanece’ y si hay algo que no hay son certezas. Así que imaginate qué quilombo. Nosotras con Jose buscábamos a Claudia por la calle, años haciendo lo mismo, un pelo lacio, largo y una nariz pronunciada y se me salía el corazón del pecho. Pedro hoy me pregunta si van a volver. La figura del desaparecido es inexplicable para siempre, la concha de Dios. Victoria dice que sus abuelos la cuidan desde el cielo. Las horas que nos vamos a tener que sentar con ella cuando entienda que en el cielo solo hay nubes y polución. Y si no hay tumba y si no hay huesos, ¿desde dónde carajo la cuidan Adriana y Gaspar? Porque la cuidan, ¿o no? Cómo hablar de quienes no están porque querían estar pero decidieron no estar de alguna manera para poder estar desde un símbolo, un lugar mejor, una idea presente plantada adelante nuestro para siempre en el desorden y la presencia de la ausencia absoluta. Y todo esto atravesado por los errores de los Estados y las fuerzas mayores de todas las fuerzas y las ideas y el poder y la dificultad de salir del verticalismo y ufffffff… Menos de 10 años tienen Pedro y Victoria.
En algún momento de los ’90 Jose y yo teníamos menos de 10 años también, y una noche llovía y papá entró como a las 8, antes de la cena, y era raro porque a esa hora él ya estaba siempre cocinando o preparado para comer (porque, gordito por siempre). Tenía el sobretodo mas largo que le vi en mi vida. Entró flameando por todos lados, el sobretodo y él, en el aire. Me llevó flotando atrás, como si estuviera imantado. Se sacó ese sobretodo y se puso otro, vaya uno a saber por qué. Josita ya se había sentado al lado mío en la cama a mirarlo, con los pies colgando. Las dos en silencio hasta que alguna preguntó ‘papá, ¿qué pasó? ¿Te vas de nuevo?’. Y papá: “Apareció su tía, me voy a verla”. Y se fue. El nuevo sobretodo flameaba en el aire también y yo no estoy segura de que los pies del gordo estuvieran sobre el suelo. Jose, que siempre ha reaccionado y accionado la bomba de los sentimientos por todos, se puso a llorar instantáneamente. Yo grité: “¡Apareció Claudia!” Y mamá se agarró la cara, la cabeza, todo se debe haber agarrado, qué negra de acero. Se agachó a nuestra altura y nos abrazó. Yo por las dudas me debo haber puesto a llorar también. Y ahí nos enteramos que existía Angi. Todavía no puedo creer que estuve casi 10 años sin conocer la existencia de Angela en este mundo, qué picardía de mierda. Después vino el cumpleaños de Jose y estaba ella ya con nosotros toda tatuada, se reía bien fuerte, puteaba a mi viejo, fumaba plantitas y dibujábamos igual, qué regalo hermoso. Las ausencias, los desencuentros, los encuentros.
Hace mas de cinco años que vivo en la casa que pertenecía a mis tíos, hoy desaparecidos. Era un centro de reuniones Monto porque queda bien en el corazón de la manzana, andá a encontrarla. La encontraron los hijos de puta, igual. La casa tiene mas problemas que los gobiernos capitalistas, pero la amo. Y viví acá de muy chica también, así que Pedro corre por los mismos pasillos de mi infancia. Y además nos gusta vivir con fantasmas, porque no conocemos otra cosa. Hace un par de años le tocó el turno a Claudia y Jote (los tíos) en la eterna causa ESMA. Mas bien le tocó el turno a Nico, Sebas, Papá y la abuela Chela. Primera declaración judicial de Chelita sobre su hija. De Claudia habla poco y casi nunca de la época activa militante. Lo que lloramos todos, ni te cuento. Algún día les escribo sobre esa declaración porque fue lo más ácido, tierno, irreverente y cojudo del mundo — muy Chela.
A los tres o cuatro días, de madrugada, se desprendió un pedazo del material que recubre el techo de la entrada a la cocina de esta casa. Un pedazo enorme de concreto entero cayó al piso con la fuerza de una declaración. Yo miré la escena del destrozo en silencio y me volví a dormir. Nosotros cada tanto le hablamos a los tíos acá por las dudas, nunca se sabe. Bailamos con los fantasmas, respiramos símbolos y recuerdos en el río que pasa y nunca es el mismo. A las ausencias y los desencuentros los tenemos bien junados, es lo que sabemos hacer desde siempre. Hoy en su máxima expresión y paradoja, damos forma al ejercicio de encuentro y amor de todos los años. Paco, Alicia, Claudia, Jote, todos están con nosotros siempre, con los más viejos, con los más pequeños. Porque todavía nos faltan un montón de nietos perdidos, porque las estructuras del poder siguen podridas y supurando sobre nosotros y porque las fuerzas de seguridad siguen matando. Nunca digas Nunca. No olvidamos. No perdonamos.
Dejo una foto del Gordo y Angelita porque son insoportables, sobrevivientes y realmente hermosos.

LA NECESIDAD DE LA MEMORIA HISTÓRICA LATINOAMERICANA

Por Ilka Oliva Corado
Porque es necesario que el Nunca Más se enraíce en la identidad del pueblo latinoamericano, porque es urgente que la impunidad dé paso a la justicia, porque es imprescindible rescatar la Memoria Histórica de la omisión de los gobiernos derechistas, porque apremia que se vuelva desidia en un pueblo amnésico.
Porque una sociedad sin memoria es un pueblo a la deriva. Un país que desconoce su pasado y que al que le enseñaron a renegar de él, es un pueblo manipulado que obedece sin musitar el mandato de los traidores.
Porque no es posible lanzar al olvido las vidas de los incondicionales a la verdad y a la justicia. Porque son miles los desaparecidos, porque son tantas las fosas clandestinas donde lloran los sueños truncados. Porque quedamos huérfanos de la verdad, de la honradez y del amor humano.


Es vital que la Memoria Histórica sea parte de nuestro día a día, que se reitere constantemente la verdad escondida por el estado, la otra verdad de los mártires y de los torturados. La de los sobrevivientes a aquella atrocidad sangrienta. Porque una Latinoamérica bajo la opresión de dictaduras militares no va hacia ningún lugar, se seca, se muere. Es una Latinoamérica marchita. Subordinada, reducida a cenizas.

Porque los Derechos Humanos no pueden ser arrancados de nuestro ímpetu libertario. Porque no nos pueden seguir negando el derecho al desarrollo. Porque nuestra tierra milenaria no puede ser transgredida por oligarcas en beneficio del imperio. Porque no nos podemos quedar de brazos cruzados viendo cómo se llevan nuestra dignidad y la venden y la abusan y las desechan.
Porque no podemos seguir alimentando el engaño, la deslealtad y el oportunismo. Porque la semilla que viene naciendo merece saber la verdad, merece crecer en una Latinoamérica que está sanando sus heridas, en un pueblo que no se rinde, que resiste y que exige y que se pronuncia y que no se esconde. En una sociedad que trabaja día a día en la reconstrucción del tejido social. Que manda a juicio a los culpables y los encarcela.
En una sociedad decidida que no busca venganza sino justicia. Para eso es la Memoria Histórica para no olvidar por todo lo que ha pasado esta tierra tan humillada, para que jamás se vuelva a repetir tanta crueldad.
No, no podemos negar la Memoria Histórica, hacerlo es negar nuestro origen, es escupir a nuestros ancestros, es faltarle el respeto a la verdad. Es desechar la dignidad. Es lanzar las semillas a una tierra infértil. ¿Qué es de un pueblo donde los genocidas están libres y caminan por las calles de su país y del mundo con tal descaro de asesinos? ¿Qué es un pueblo donde los dictadores están a mando del gobierno? ¿Inmersos en el sistema y siguen pudriendo y desangrando y fulminándolo? ¿Qué es de un pueblo en silencio, cómodo, esclavizado y apático? ¿Hacia dónde va una Latinoamérica perdida en la ambigüedad del engaño y la omisión?
Necesitamos restaurarnos, encontrar a los desaparecidos, encontrar esas fosas clandestinas, necesitamos que la sangre seca regada por todo el continente sea nuestra dignidad y nuestro arrojo para no doblegarnos ante la embestida de los traidores. ¿Qué nos queda entonces? Continuar y seguir rebelándonos.
Nota: un abrazo y mi amor a los hermanos argentinos que hoy conmemoran el Día Nacional de la Memoria por la Verdad y la Justicia.
Ilka Oliva Corado. @ilkaolivacorado
Fuente de publicación: https://cronicasdeunainquilina.com

EL PAÍS 03 de abril de 2018 Opinión Marx en el neoliberalismo

Todos los gobiernos del neoliberalismo mundial se aprestan a festejar el bicentenario del nacimiento de Marx, cuando ya lo creen “perro muerto”, según la expresión que el mismo Marx les dedicara a los que creían que disecándolo se iban a librar tan fácilmente de Hegel. Parafraseando al Manifiesto Comunista –si es por aniversarios, son 170 años desde su redacción–, “todas las potencias de la vieja Europa se han unido en una Santa Alianza para acorralar a ese fantasma: el Papa y el Zar, Metternich y Guizot, los radicales de Francia y los polizontes de Alemania”. ¿Algo ha cambiado? No sabemos qué dirá el Papa, casi la única figura subsistente de esas entidades históricas que menciona el Manifiesto. No puede predecirse nada, pero seguramente Francisco –que no es marxista– tratará su diferencia con Marx sin embalsamarlo ni convertirlo en un gracioso bitcoin académico. Pero la Santa Alianza del Neoliberalismo tiene preparados sus cosméticos, aquellos que el mismo Marx condenara en El 18 Brumario como teatralización de la historia, modo representacional repetitivo equivalente a la infinita duplicación de la “comedia”, vista aquí como enemiga del ser trágico de las cosas. 
No obstante, esta “teatralización” de Marx corresponde a un estado muy vívido del estudio de su obra, que tiene sin duda una vertiente museificadora y convencionalmente performática, que pretende desligarlo de sus propias condiciones de producción y de la espesura de la época en que escribió El Capital –la época de Balzac, Flaubert, Baudelaire, Jack el Destripador y las locomotoras a vapor–, y otra vertiente que rescata con finura retórica lo que desde el comienzo ya estaba insinuado en Marx, la crítica de Hegel pero la aceptación de sus Lecciones de Estética, tejido último que explica muchos de los estilos de su escritura. 
Por otro lado, Shakespeare y el arte griego lo motivaban en ambos casos a presentar como una incógnita –válida hasta hoy– el hecho de cómo las fuerzas productivas no operan ajenas a las resistencias que objetan su racionalidad basadas en las herencias del arte, de la lengua y los mitos. Franz Mehring, en su formidable biografía de Marx –escrita para su centenario, hace 100 años–, ya estudiaba el lenguaje de Marx como un hecho interno esencial en su obra –por inspiración de Goethe y de Lessing, decía–, y afirmaba que Marx escribió influido por “el juego de las olas en las profundidades púrpuras del océano”.
No es un secreto que la lectura literal de Marx produce –como cualquier lectura de esa índole–, un conjunto de problemas de transacción histórica respecto al mundo cultural en que alguien escribe ante el estado que se halla en ese momento la modulación tecnológica del capitalismo. Por decirlo así, la historicidad del historicismo de Marx es indudable, y hasta es por eso que el estructuralismo de los años 60 inventó la “lectura sintomática”. Al mismo tiempo, la monumental Crítica de la Razón Dialéctica de Sartre le quitaba abstracción a los fundamentos de Marx para dotarlos de una nueva existencia en la escasez, “la necesidad para la sociedad de elegir a sus muertos y a sus subalimentados”.
Ya hay entonces un Marx que se liga a la reflexión crítica ante la existencia subalimentada como condición de emancipar lo humano. Más recientemente, Derrida al dar a conocer sus Espectros de Marx, ya casi parece completo el ciclo de su relectura sobre la base de lo que sus textos capitales insinuaban. Los grandes textos son los que permiten exponer el ser invisible que cargan, alusivo al “estado de la deuda” y el “trabajo de duelo” que son las figuras exegéticas que hacen vibrar un texto en relación con lo que lo encadena imperceptiblemente con otros textos pasados y futuros, que crean una historia de la lectura paralela a la historia social. Por eso, un “gran texto” es siempre ése con el que estamos en deuda –y la deuda se paga con el arte de la reinterpretación– y aquel que siempre ponemos en peligro por el solo hecho de estar ante él con intenciones hermenéuticas.
Esta línea de lectura de Marx no lo embalsama o lo pone en una lata de conserva neoliberal, con retiro espiritual en Chapadmalal incluido, sino que lo preserva como lectura viva, interconectada rizomáticamente –si queremos emplear esta palabra–, con los afluentes que vienen de Hegel –obvio– pero también de Spinoza, Rousseau o las discusiones sobre Demócrito y Epicuro en torno a la naturaleza. Otro problema es el ciclo que va desde las barricadas europeas de 1848 a la caída de la Unión Soviética. 
No es posible ni desanudar a Marx de esos acontecimientos pues siempre fue leído, canonizado, dogmatizado o convertido en motivo de certezas fijas refrendadas por instituciones oficiales –lo que era un problema y a la vez una simplificación, pero de gran emotividad–, ni es posible alegrarse que ese ciclo haya cesado por lo cual liberaría de prejuicios a los autores de biografías cada vez más exhaustivas que diluyen a Marx en el siglo XIX como un estudio de caso. Como apologeta, al fin, de la revolución burguesa que “ha creado maravillas muy superiores a las pirámides egipcias, a los acueductos romanos y a las catedrales góticas, y ha dirigido expediciones superiores a las Invasiones y a las Cruzadas”.  
No es que no haya problemas interpretativos respecto de las nociones de  tiempo histórico –lineal o circular– que están implícitos en Marx. No ceden los estudios sobre este tema. Pero otra cosa propone la intelectualidad neoliberal mundial, que arroja las obras de Marx “al desván de los trastos viejos junto a la rueca y el hacha de bronce”, para ofrecérselas al rigor desencantado de los especialistas. No obstante, como toda teoría de la historia, la historia misma reacciona de diversas maneras sobre ella. ¿Cuándo no fue así? 
Incluimos entre estas reacciones el film de Alexander Klüge sobre El Capital. Lo subtitula “noticias de la antigüedad” y, a pesar del desafío que implica, esa antigüedad revierte sobre el núcleo de arcaísmo que hay en cualquier relación actual, sea de un texto con su lector, sea de un actor con su obra de teatro, sea de un símbolo cualquiera con aquel que lo recuerda o lo invoca, sea con el modo en que el mundo sigue vivo gracias a cómo despierta sus fantasmas. La mercancía en Marx tiene sin duda un secreto teatral. Otra cosa es que los teatros en tanto museos ahora tomen su aniversario para convertirlo en un cartapacio de coleópteros del fin de la historia, coleccionados con alfileres sobre un telgopor.