sábado, 2 de mayo de 2015

LA NUEVA METRÓPOLI

Federalismo oriental

Convocada la Asamblea del año XIII en Buenos Aires, Artigas convoca para el 5 de abril de 1813, a un Congreso oriental para definir las políticas que los diputados orientales debían proponer en la Asamblea de Buenos Aires.

El Congreso oriental se reunió los días 5 y 20 de abril con la representación de los cabildos y pueblos de la Banda Oriental.

En la primera sesión, abierta por el discurso de Artigas, se informó a los congresales los motivos de la convocatoria. Luego Artigas se retiró para dejar la decisión a la voluntad de los convocados.

En las segunda sesión, convocada el 20 de abril, estuvo dedicada a la formación de un gobierno y demás aspectos administrativos y económicos.

De las deliberaciones surgieron los lineamientos principales. Luego se dieron las instrucciones que llevarían los orientales a la Asamblea de Buenos Aires.

Entre los puntos principales se estipulaba que, siendo la Banda Oriental parte integrante de las Provincias Unidas del Río de la Plata, participaría de la organización nacional bajo la forma "republicana y federal", garantizándose la igualdad y autonomía de las provincias que formaran el gobierno de la federación. El gobierno central debia funcionar "con sede fuera de Buenos Aires".

Instruía a sus diputados sobre aspectos relacionados con las autonomías económica, religiosa y militar de cada provincia.

Entre otras cuestiones, las instrucciones tocaban un punto sensible a los porteños: “Ninguna preferencia se dé por cualquier regulación de comercio o renta a los puertos de una Provincia sobre las de otra” -decía el artículo 14. “Ni los barcos –concluye el artículo- destinados de esta provincia a otra están obligados a entrar, anclar, o pagar derechos en otra.”

De esa forma los orientales le negaban a Buenos Aires el privilegio de único puerto de ultramar y le quitaba los beneficios de regulación del comercio y administración de las rentas aduaneras.

La opinión de Alberdi

Juan Bautista Alberdi da su opinión sobre esta abolición de privilegios aduaneros:

“Arrojada la Metrópoli europea en 1810, bajo la iniciativa revolucionaria de la Provincia de Buenos Aires y conservada la clausura de los ríos de institución colonial, pronto hizo nacer esta una nueva Metrópoli dentro del mismo territorio; lo cual monopolizó, en nombre de la República independiente, la navegación y el gobierno general del país, por el mismo método que había empleado España. La República de las Provincias Unidas de Río de la Plata, siguió siendo colonia de su Capital después de haberlo sido de España.”

“Para conservar el régimen colonial de abnegación interior, -continúa Alberdi-Buenos Aires no necesitó más que una cosa, a saber: que no existiese un gobierno general elegido directamente por las Provincia enclaustradas o bloqueadas. La misma clausura de los ríos, heredada del régimen español, le daba los medios de conseguir esto; o lo que es igual, de mantener a las Provincias en coloniaje doméstico y republicano.”

"La clausura de los ríos y el bloqueo constitucional de sus numerosos puertos –concluye Alberdi- traía a Buenos Aires, único puerto habilitado de toda la Nación, todo el comercio de las Provincias; y con el comercio, traía toda la renta, todo el gobierno de hecho interior y el poder exterior de esas Provincia a manos del gobierno local de Buenos Aires". (RAW.p.126)

Fuentes:

- Reyes Abadie, Washington. Artigas y el federalismo en el Río de la Plata
- Castagnino Leonardo. 
Triple Alianza contra los paises del Plata

REVOLUCIÓN DEL LOS ORILLEROS - 5 DE ABRIL DE 1811

La noche del sábado 5 de abril de 1811, inesperada y sorpresivamente sobreviene el levantamiento de las orillas que dará fugaz tintura de pueblo a la Revolución. A las once de la noche del sábado 5 de abril se sabe que grupos de quinteros y arrabaleros, casi todos con su caballo, se juntaron en diversos lugares de la periferia de la cuidad (Miserere, Palermo Mataderos, San Telmo). En silencio iban rumbo a la plaza de la Victoria cuyo ámbito llenan a medianoche ante el desconcierto de los jóvenes de la Sociedad Patriótica –que ven materializado al “pueblo” que invocaban–, y el temor de los vecinos principales contra la chusma de las orillas (...).

Era una reacción espontánea del pueblo bajo y medio –donde se mantenía el verdadero patriotismo, sin artificios de retórica – contra las gentes de posibles y los jóvenes alumbrados de la Sociedad Patriótica que pretendían dar a la Revolución un giro extranacional. El propósito era sustituir la Junta por el gobierno “único” de Saavedra, que mantenía aún su prestigio en la masa popular; el vehículo fueron los alcaldes de la periferia, sobre todo Tomás de Grigera, alcalde de las quintas, y su intérprete el Dr. Joaquín Campana, abogado de prestigio en las orillas. (...)

A las doce de la noche, la plaza de la Victoria estaba llena de gentes que rodeaban el edificio del Cabildo en un imponente silencio. Los regidores buscaron la protección de la Fortaleza donde quisieron averiguar, con los miembros de la Junta, el origen y los propósitos de la nocturna apariencia del pueblo. Como se sabe que está Grigera, aparentemente al frente de la pueblada, se lo llama; Vieytes le pregunta en tono conminatorio quién había ofrendado la concentración intempestiva y Grigera contesta reposadamente:…. “El pueblo tiene que pedir cosas interesantes a la Patria”.
Sigue un altercado entre los “morenistas” con el imperturbable alcalde que no quería decir cuáles eran “esas cosas interesantes”, y solamente habría de explicarlas al cabildo.

Llegan noticias de aglomerarse más gente en la plaza y estar algunos regimientos plegados al pueblo, entre ellos los pocos Húsares que había en la ciudad con su Jefe Martin Rodríguez. Como los “morenistas” acorralaban a Grigera, entraron algunos individuos(...) que se limitaron a pedir que los regidores fuesen al ayuntamiento a oír el “petitorio del pueblo” y que “al alcalde Grigera se le dejase preguntar”.

A las tres de la mañana los regidores, previas garantías de seguridad, se atreven a cruzar la plaza “llena de gentes de a caballo, sin notarse la menor voz ni susurro alguno”. Aquella actitud y a esa hora, debió estremecerlos.

Una vez que en la sala de sus sesiones, el Dr. Campana les entregó el memorial de diecisiete peticiones para elevar a la junta, sin más amenaza que “el pueblo no se moverá del lugar que ocupa entretanto no queden satisfechos los votos de la manera que se pretende” (...).

Se pedía la expulsión de todos los europeos de cualquier clase y condición que sean “que no acreditasen de modo fehaciente su lealtad al gobierno”.
Advenidos los orilleros a la Junta, el tono de las relaciones con los ingleses cambiará radicalmente. (...) Campana se niega a la mediación británica “que quiere darnos por favor mucho menos de lo que se nos debe por justicia”.

El 21 de junio la Junta da otro golpe a los ingleses en lo que más les dolía, sus intereses mercantiles: a instancias del consulado prohibió la remisión de géneros ingleses al interior, derogando la disposición de Moreno que lo permitía; también que los extranjeros vendieran sus géneros al menudeo en la capital. No se contentó allí; y como los introductores ingleses, favorecidos por Larrea, demoraban el pago de los impuestos hasta vender sus mercancías, la Junta ordenó –por pluma de Campana– el 25 de junio que las deudas de los introductores con la aduana tendrían un interés de del 6% “sin prejuicio de los apremios y ejecuciones que el administrador de la Aduana estimara convenientes”.A sus enemigos natos (los jóvenes del café de Marcos y la gante “decente”) los “orilleros” agregaron a Strangford y los comerciantes ingleses.

No podrían resistir mucho tiempo esa coalición de tantos “intereses” . Campana seria depuesto y desterrado en Septiembre por una revolución, y elegida una junta entre la que figura Sarratea como “garantía de los comerciantes ingleses”. La elección no se hizo en la plaza (como lo había dispuesto Campana” sino en la sala del cabildo, entre la gente “decente” y sin permitir la entrada ni votación de la “gente de medio pelo”.

 Rosa, Jose María. Historia Argentina


BATALLA DE MAIPU - 5 de abril de 1818

El campo de Maipú

El teatro en que se desenvolvieron las operaciones, es una llanura, limitada al este por el río Mapocho que divide la ciudad de Santiago; al norte, por la serranía que la separa del valle de Aconcagua, y al sur por el Maipú que le da su nombre.

Hacia el oeste se levanta una serie de lomadas y algunos montículos que corren de oriente a poniente, y se destacan en monótonas líneas prolongadas en el horizonte, rompiendo la uniformidad del paisaje algunos grupos de arbustos espinosos en un campo cubierto de pastos naturales, y en lontananza, las montañas que circundan el valle y le dan su perspectiva. Al sur de Santiago, se prolonga por el espacio como de diez kilómetros, en la dirección antes indicada, una lomada baja de naturaleza caliza que por su aspecto lleva el nombre de Loma Blanca. Sobre la meseta de esta lomada evolucionaba el ejército patriota.

En su extremidad oeste y a su frente, se alza otra lomada más alta, que forma un triángulo, cuyo vértice sudoeste se apoya en la hacienda de "Espejo", antes mencionada, conduciendo a ella un callejón en declive como de veinte metros de ancho y trescientos de largo, cortado por una ancha acequia en su fondo, y limitado a derecha e izquierda por viñas y potreros que cierran altos tapiales.

Esta era la posición que ocupaba el ejército realista. Las dos lomadas están divididas por una depresión plana del terreno u hondonada longitudinal como de un kilómetro en su parte más ancha y doscientos cincuenta metros en la más angosta. Al este del vértice o puntilla de las lomas del sur se extiende un grupo de cerrillos aislados, y entre ellos uno más elevado, en forma de mamelón, que hace sistema con el triángulo ocupado por los realistas. El vértice este de esta posición, que era su parte mas elevada, se destacaba como un baluarte, y hacía frente a un ángulo truncado fronterizo de la Loma Blanca, que lo flanqueaba por una parte y lo enfilaba por otra. En este campo iba a decidirse la suerte de la independencia sudamericana.

Prelimimares

El general San Martín, situado en la extremidad este de la Loma Blanca a diez kilómetros de Santiago, dominaba en su conjunción los tres caminos que comunican con los pasos del Maipú y amagaba el de Valparaíso, asegurándose una retirada, a la vez que cubría la capital por sus dos únicos puntos vulnerables, la cual para mayor garantía hizo atrincherar, guarneciéndola con 1.000 milicianos y un batallón bajo la dirección de O'Higgins, a quien su herida (producto de la refriega de Cancharrayada) impedía asistir al campo de batalla.

Su plan era atacar al enemigo sobre la marcha, sin darle tiempo a combinaciones, si se presentaba por los caminos del frente; correrse por su flanco derecho si tomaba el de la Calera, e interceptarle el de Valparaíso, maniobrando a todo evento con seguridad sobre la meseta de la loma en terreno ventajoso para dar y recibir la batalla. Al efecto, dividió su ejército en tres grandes cuerpos formados en dos líneas: el primero a órdenes de Las Heras, cubriendo el ala derecha; el segundo, a las de Alvarado a la izquierda; y un tercero en reserva en segunda línea a cargo del coronel Hilarión de la Quintana.

Confió a Balcarce el mando general de la infantería, reservándose el de la caballería y de la reserva. El primer cuerpo lo formaban los batallones núm. 11 de Las Heras (argentino), los Cazadores de Coquimbo, comandante Isaac Thompson (chileno); los Infantes de la Patria, comandante Bustamante, (chileno), el regimiento de caballería argentino Granaderos a caballo, a que se había agregado un escuadrón provisional de artilleros montados del ejército argentino por no tener piezas que servir, y la artillería chilena compuesta de 8 piezas de campaña a cargo del mayor Blanco Encalada.

El segundo cuerpo lo componían: los batallones núm. 1 de Cazadores (argentino), de Alvarado; el núm. 8 de los Andes (argentino), comandante Enrique Martínez; el núm. 2 de Chile, comandante Cáceres; los Cazadores y Lancero s de Chile (argentinos y chilenos), a órdenes de Freyre y Bueras, con nueve piezas ligeras de artillería chilena a cargo del mayor Borgoño. La reserva constaba de: los batallones núm. 1 y núm. 3 de Chile, comandantes Rivera y López; núm. 7 de los Andes, (argentino) comandante Conde, y cuatro piezas de batir de a 12, mandadas por de la Plaza, y servidas por los artilleros argentinos que habían perdido su artillería en Cancharrayada.

Movimientos tácticos 

Tomadas estas disposiciones y dictadas estas prevenciones, formó su ejército en dos líneas: en primera línea las divisiones 1ra. y 2da., con sus respectivas baterías desplegadas a cada uno de los flancos y su caballería escalonada, poniendo la reserva en segunda línea y su artillería de batir, al centro de la primera. En este orden permaneció los días 2, 3 y 4 de abril, con una vanguardia volante mandada por Balcarce, en observación de la línea del Maipú.

Al tener noticia de que el enemigo vadeaba el río inclinándose hacia el poniente, desprendió toda su caballería con orden de atacar sus puestos avanzados, hostilizar sus columnas en la marcha y mantenerlo durante la noche en constante alarma. El fuego de las guerrillas, aproximándose cada vez más, y los repetidos partes, anunciaban que los realistas seguían avanzando. La noche del 4 se pasó así en alarma, rodeando los soldados patriotas grandes fogatas de huañil, que iluminaban todo el campo. San Martín dormía mientras tanto en un molino a la orilla del camino, envuelto en su capote militar.

Al amanecer del día 5 de abril, las guerrillas patriotas al mando de Freyre y Melián se replegaban, dando parte que el enemigo avanzaba en masa, en rumbo al camino que entronca con el de Santiago a Valparaíso.

San Martín, que lo había previsto por su dirección en el día anterior, pensó que no podía tener por objeto sino cortarle la retirada sobre Aconcagua, o efectuar un movimiento de circunvalación interponiéndose entre él y la capital, o reservarse una retirada más segura en caso de contraste, pues la larga distancia y los ríos que tendría que atravesar, la hacían dificilísima hacia el sur.

Lo primero estaba previsto y se neutralizaba por un simple cambio de frente; lo segundo era impracticable, pues tenía que describir un arco, de cuya cuerda era dueño; y lo último, una promesa más de triunfo completo. Para cerciorarse por sus propios ojos de este error estratégico y concertar sus movimientos tácticos, disfrazóse con un poncho y un sombrero de campesino, y acompañado por su inseparable ayudante O'Brien y el ingeniero D´Albe, seguido de una pequeña escolta, se dirigió a gran galope al ángulo truncado de la Loma Blanca señalado antes.

Desde allí pudo observar a la distancia de cuatrocientos metros con el auxilio de su anteojo, la marcha de flanco que en perfecto orden ejecutaban las columnas españolas a tambor batiente y banderas desplegadas, al posesionarse de la lomada triangular fronteriza prolongando su izquierda sobre el camino de Valparaíso. "¡Qué brutos son estos godos!" -exclamó con esa mezcla de resolución y buen humor que caracteriza a los héroes en los momentos supremos-. Y agregó: "Osorio es más torpe de lo que yo pensaba". Dirigiéndose luego a sus acompañantes, les dijo: -" El triunfo de este día es nuestro. El sol por testigo!" El sol asomaba en aquel momento sobre las nevadas crestas de los Andes.

La mañana estaba serena; ninguna nube empañaba el cielo, el aire estaba cargado de perfumes, y las aves cantaban entre los espinos en florescencia.

San Martín y Brayer

A las diez y media de la mañana el ejército argentino-chileno rompió una marcha de flanco en dos columnas paralelas, caminando rumbo al oeste por encima de la meseta de la Loma Blanca.

En el curso de la marcha, ocurrió un episodio, que la historia debe recoger por la espectabilidad de los personajes, y da idea del temple de alma del General en ese momento. A medio camino, presentóse el mariscal Brayer solicitando licencia para pasar a los baños (termales) de Colina.

San Martín le contestó fríamente: "Con la misma licencia con que el señor general se retiró del campo de batalla de Talca, puede hacerlo a los baños; pero como en el término de media hora vamos a decidir la suerte de Chile, y Colina está a trece leguas y el enemigo a la vista, puede V.S. quedarse si sus males se lo permiten". El mariscal contestó: "No me hallo en estado de hacerlo, porque mi antigua herida de la pierna no me lo permite". San Martín le repuso en tono airado: "Señor general, el último tambor del Ejército Unido tiene más honor que V.S.".

Y volviendo su caballo, dio orden a Balcarce sobre la marcha, hiciese saber al ejército, que el general de veinte años de combates quedaba suspenso de su empleo por indigno de ocuparlo. Después de este incidente, que hizo el efecto de una proclama, el ejército continuó su marcha hasta enfrentar la posición enemiga.

Allí desplegó en batalla en dos líneas de masas por batallones, con la artillería de batir al centro de la primera; la volante a sus dos extremos y la caballería cubriendo las dos alas en columnas por escuadrones, situándose la reserva plegada en columnas paralelas cerradas a 150 metros a retaguardia.

El general realista, que había ocupado el promedio de la meseta de la loma triangular del sur al observar el movimiento de los independientes desprendió sobre su izquierda una gruesa columna compuesta de ocho compañías de granaderos y cazadores con cuatro piezas de artillería al mando de Primo de Rivera, que ocupó el mamelón destacado por aquella parte, con el doble objeto de amagar la derecha patriota y tomar por el flanco sus columnas si avanzaban, a la vez que asegurar su retirada por el camino de Valparaíso según su idea persistente.

El intervalo entre el mamelón y la puntilla norte del triángulo, fue cubierto por Morgado con los escuadrones de "Dragones de la Frontera". Sobre la loma formó en batalla en la proyección noroeste sudoeste, en línea quebrada con el mamelón, pero sin cubrir todos los perfiles de la altura por el nordeste. Colocó los batallones "Infante Don Carlos" y "Arequipa" formando división, al mando de Ordóñez; y sobre la izquierda, el "Burgos" y el "Concepción", a órdenes del comandante Lorenzo Morla, con cuatro piezas de artillería adscriptas a cada una de las dos divisiones. La extrema derecha fue cubierta por los "Lanceros del Rey" y los "Dragones de Concepción".

Los ejércitos

En esta disposición se hallaron frente a frente los ejércitos beligerantes al sonar las doce del día, separados únicamente por la angosta hondonada que promedia entre los dos cordones de lomas que ocupaban independientes y realistas.

Los dos ejércitos permanecieron por algún tiempo inmóviles, en sus respectivas posiciones, como esperando que el adversario tomase la iniciativa. Todas las probabilidades parecían estar contra el que llevase la ofensiva: tenía que atravesar un bajo descubierto sufriendo el fuego de la fusilería y el cañón que lo barría, y trepar las alturas del frente para desalojar de ellas al enemigo. Para los patriotas la desventaja era aún mayor, pues su derecha tenía que desalojar previamente las fuerzas que ocupaban el mamelón avanzado o recorrer un espacio de mil metros flanqueados por los fuegos de sus cañones.

Ambas posiciones eran fuertes, y bien calculadas para la defensiva, y la de los realistas más ventajosa aún. En cuanto a las fuerzas físicas y morales, estaban casiequilibradas, siendo igual la decisión de parte a parte, si bien la de los realistas era numéricamente mayor. Por lo que respecta a las armas, la superioridad de los independientes era incontestable en artillería y caballería en número y también en calidad, y aún cuando éstos tenían nueve batallones de infantería, en algunos de ellos no formaban sino 200 hombres, mientras los cuatro gruesos batallones con que contaban los primeros, divididos en ocho compañías, levantaban cerca de mil bayonetas cada uno.

Lo único que inclinaba la balanza de las probabilidades, era el peso de las cabezas de los generales; pero ya se había visito cómo, en Cancharrayada, las más hábiles combinaciones que aseguraban el triunfo, dieron por resultado la derrota.

Momentos previos

El plan de San Martín no era precisamente el de una batalla de orden oblicuo, y sin embargo, resultó tal por el atrevimiento, el arte consumado y la prudencia con que fue conducida. Fue una inspiración del campo de batalla, sugerida por errores del enemigo y peripecias de la acción en el momento decisivo, y esto realza su mérito como combinación táctica.

El mismo San Martín jamás se atribuyó otro, y desdeñando con orgullosa modestia adornarse con laureles prestados, insinúa incidentalmente, que al orden oblicuo se debió en parte la victoria, sin agregar que, más que todo, se debió al uso oportuno que hizo de su reserva, como se verá luego.

Los relieves de las respectivas posiciones y las proyecciones de las dos líneas de batalla, eran casi paralelas; pero los realistas habían retirado su derecha formando en el promedio de la loma, sin cubrir sus perfiles, como queda dicho, y de aquí resultaba que la izquierda independiente desbordase la derecha realista en su posición y en su formación, y que teniendo que recorrer por esa parte la menor distancia de la hondonada intermedia, pudiese llevar con ventaja un ataque oblicuo o de flanco con el apoyo de la reserva. Tal es la síntesis táctica de la batalla de Maipú en sus preliminares.

El general en jefe que había levantado su enseña en el centro de la primera línea, observando la inacción del enemigo, mandó romper el fuego con las cuatro piezas de batir servidas por los artilleros argentinos, con el objeto de descubrir sus fuegos de artillería y sus planes. Una de las balas mató el caballo del general en jefe español.

En el acto, la artillería española contestó ese fuego con el suyo, manteniendo su formación, y suministró a San Martín el dato que necesitaba. Era evidente que Osorio se preparaba a una batalla defensiva y lo indicaba claramente, además de su formación, la circunstancia de no haber ocupado el perfil de las lomas de su posición, a fin de utilizar por más tiempo los fuegos de su infantería y aprovechar el espacio para dar con ventaja en su oportunidad una carga a la bayoneta con sus gruesos batallones, así que aquéllos hubiesen diezmado los de los independientes.

El general San Martín, tuvo entonces la intuición de la victoria, que debía decidir de los destinos de la América independiente. Dio audazmente la señal del ataque, mandando levantar en alto la bandera argentina y chilena, y en medio de ellas, la bandera encarnada como una llamarada sangrienta.

Su ojo penetrante había descubierto el flanco débil del enemigo, que era su derecha. Las "columnas se descolgaron", según la pintoresca expresión del mismo general en su parte, y "marcharon a la carga, arma al brazo sobre la línea enemiga", con entusiasmo, a paso acelerado. La reserva y la artillería permanecieron en su puesto, esperando las órdenes del general.

La batalla

El movimiento se inició por la derecha; pero no era éste el verdadero punto de ataque. Su objeto era doble: desalojar la izquierda del enemigo destacada sobre el mamelón y amenazar el frente o la izquierda de su centro, concurriendo así al ataque de la izquierda, que tenía que recorrer la menor distancia entre las alturas para cargar sobre el flanco más desguarnecido.

Según el éxito de una u otra ala, la batalla se empeñaría por la derecha o por la izquierda, interviniendo convenientemente la reserva en sostén de la que llevase la ventaja o la desventaja: en el primer caso, sería una batalla de frente, cortando la izquierda y desbordando la derecha enemiga, y en el segundo, un verdadero ataque oblicuo de la derecha flanqueando o tomando por retaguardia Las Heras las columnas realistas, y esto era lo que se proponía San Martín, al aprovechar el error cometido por Osorio, que iba a verse obligado a entrar en combate con todas sus fuerzas alterando su formación. En estas condiciones el secreto de la victoria estaba en el uso oportuno de la reserva.

Las Heras avanzó gallardamente sin disparar un tiro, a la cabeza del núm. 11 de los Andes, que era el nervio de la infantería del ejército, sostenido por los dos batallones que formaban su brigada, y lanzó al llano los escuadrones de Granaderos montados, amenazando la posición del mamelón.

La batería de cuatro cañones del mamelón rompió el fuego sobre el núm. 11 así que éste se presentó a la vista, causándole bastantes estragos en sus filas, pero siguió avanzando con rapidez seguido por los Cazadores de Coquimbo y los Infantes de la Patria de Chile, mientras la artillería de Blanco Encalada, que había quedado en posición sobre la loma, apoyaba el ataque lanzando sus proyectiles por encima de las columnas patriotas que marchaban por el terreno bajo. Primo de Rivera, que comprendió que el propósito de Las Heras era aislarlo de su línea de batalla, lanza a su vez su caballería situada entre el mamelón y la lomada triangular.

Morgado carga con ímpetu a la cabeza de los "Dragones de la Frontera". Las Heras se cierra en masa y espera, dando órdenes a Zapiola que cargue por su derecha con la caballería. Los dos primeros escuadrones de Granaderos a órdenes de los comandantes Manuel Escalada y Manuel Medina, salen al encuentro sable en mano, y hacen volver caras a los jinetes realistas, que reciben en su huida los disparos de la artillería de Blanco Encalada, y se ven obligados a refugiarse tras de su anterior posición.

Escalada y Medina son recibidos por los fuegos de fusilería y de metralla del mamelón; remolinean, pero se rehacen con prontitud; dejan a su Derecha la altura fortificada, y apoyados con firmeza por los dos escuadrones de reserva mandados por Zapiola, siguen adelante en persecución de los derrotados, que se dispersan o se repliegan en desorden a la división de Morla sobre la loma.

Las Heras se establece sólidamente con el núm. 11 en un cerrillo intermedio, fronterizo al mamelón y al ángulo nordeste del triángulo, en actitud de atacar el mamelón y concurrir al ataque de la izquierda. El ala izquierda de los realistas quedaba así aislada, y la izquierda de su centro amagada.

Casi simultáneamente con la carga de los Granaderos a la derecha, el ala izquierda trepaba las alturas de la posición realista por el ángulo este, iniciando un movimiento envolvente sin divisar todavía los cuerpos enemigos. Los realistas, apercibidos del error de haber retirado su derecha perdiendo las ventajas que les daba el terreno, o arrastrados por su ardor, se decidieron a tomar la ofensiva.

Ordóñez, a la cabeza de los batallones "Infante don Carlos" y "Concepción", con dos piezas de artillería, salió atrevidamente al encuentro de los patriotas en dos columnas de ataque paralelas, quien fue seguido muy luego por los batallones "Burgos" y "Arequipa", mandados por Morla, en la misma formación y escalonados por su izquierda.

Osorio, que llegó a temer por su derecha y notando que quedaba sin reserva, mandó reconcentrar al centro de la línea la columna de granaderos destacada sobre el mamelón con Primo de Rivera. Ordóñez, al encimar con su división una de las colinas del campo, se encontró a distancia como de cien metros al frente de la de Alvarado, trabándose inmediatamente un combate de fusilería que causó estragos en ambas filas.

Por desgracia para los independientes, dos de sus batallones, - el núm. 8 de los Andes y el núm. 2 de Chile, - que ocupaban en un bajo la zona peligrosa de los fuegos contrarios, sufrieron considerables bajas en los primeros momentos: el núm. 8, compuesto de los negros libertos de Cuyo, mandado por Enrique Martínez, se desordena después de perder la mitad de su fuerza, y se retira en dispersión; el núm. 2 intenta cargar a la bayoneta para restablecer el combate, y al ejecutar esta operación se dispersa también.

Alvarado, que cubría la izquierda con el núm. 1 de Cazadores de los Andes, despliega en batalla y rompe el fuego; pero a su vez se ve obligado a ponerse en retirada para evitar una total derrota. La victoria parecía declararse en aquel costado por las armas españolas.

Ordóñez y Morla, con sus cuatro gruesos batallones escalonados en dos líneas de masas, levantando como 3.500 bayonetas, se lanzan en persecución del ala izquierda independiente casi deshecha, y sus cabezas de columna descienden impetuosamente los declives de la lomada, con grandes aclamaciones de triunfo.

En ese momento la artillería chilena de Borgoño, que con sus nueve piezas ligeras había quedado ocupando el perfil opuesto en la Loma Blanca, rompe sobre los vencedores un vivo fuego a bala rasa, que los hace vacilar; reaccionan éstos inmediatamente, pero al pisar el llano son recibidos por una lluvia de metralla que rompe sus columnas, haciéndolas retroceder, a pesar de los valerosos esfuerzos de Ordóñez y Morla.

Al observar estas peripecias, Las Heras ordena a los Infantes de la Patria de Chile, que carguen sobre el flanco de la división de Morla; pero son rechazados y retroceden en algún desorden. Hacía veinte minutos que la lucha se mantenía en este estado incierto, cuando se oyó el toque de carga de la reserva independiente, y vióse a sus columnas moverse a paso acelerado hacia el ángulo este de la posición enemiga.

San Martín, que se había mantenido en la altura de la Loma Blanca, en observación de los primeros movimientos de su derecha, dictando con sangre fría sus órdenes según las circunstancias, adelantóse con el cuartel general hasta la proximidad de la posición avanzadaocupada por Las Heras, para dirigir de más cerca las operaciones de su línea.

Al notar desde este punto el rechazo de su izquierda, dio orden a la reserva que cargase en su protección, dirigiéndose con su escolta al sitio donde iba a decidirse la acción por un último y supremo esfuerzo. El coronel Hilarión de la Quintana, a la cabeza de los batallones núm. 1 y 7 de los Andes, y el núm. 3 de Chile, descendió la loma, atravesó la hondonada efectuando con sus columnas una marcha oblicua sobre su izquierda, y llegó al ángulo este de la posición enemiga, en circunstancias que las columnas españolas se habían replegado a ella rechazadas por los certeros fuegos de la artillería de Borgoño.

A vista de la reserva, los batallones 8 de los Andes y 2 de Chile se rehacen y sobre la base de los Cazadores de los Andes, que no Habían perdido del todo su formación, entran en línea, mientras Quintana trepa la altura del triángulo un poco a la derecha del punto por donde lo había efectuado antes Alvarado. El ataque oblicuo se iniciaba, y la batalla iba a cambiar de aspecto.

La carga final

Aislada la izquierda realista, privada del apoyo de la caballería que la ligaba con su línea de batalla y debilitada de las compañías de granaderos que por orden de Osorio habían acudido a formar la reserva general, Las Heras se disponía a arrebatar su posición, cuando Primo de Rivera que la mandaba, emprendió su retirada, dejando abandonados en el mamelón sus cuatro cañones.

El núm. 11 de los Andes y los Cazadores de Coquimbo, convergen entonces hacia el centro, persiguiendo activamente a las fuerzas de Primo de Rivera, y toman la retaguardia enemiga, mientras el batallón Infantes de la Patria de Chile, rehecho, vuelve a concurrir al ataque de la izquierda. La batalla se concentraba en breve espacio sobre la meseta triangular de la lomada de "Espejo", donde iba a decidirse.

Casi simultáneamente, el combate se renovaba con más encarnizamiento por una y otra parte en la extremidad opuesta de la línea. Para despejar el ataque por este lado, San Martín ordena a los Cazadores montados de los Andes y a los Lanceros de Chile, que arrollen la caballería de la derecha enemiga.

Bueras y Freyre cumplen bizarramente la orden: llevan una irresistible carga a fondo a los "Lanceros del Rey" y los "Dragones de Concepción" que salen a su encuentro, los hacen pedazos y los persiguen largo trecho en desbande hasta dispersarlos completamente. Bueras muere en la carga, atravesado de un balazo. Freyre, tomando el mando de todos los escuadrones, trepa la altura y amaga el flanco derecho de Ordóñez. La caballería realista de ambos costados ha desaparecido. El combate final se traba entre la infantería argentino-Chilena y la española.

Los tres batallones de la reserva mandados por Quintana, forman en línea de masas: el núm. 7 de los Andes más avanzado a la izquierda; el núm. 3 y núm. 1 de Chile al centro y la izquierda, un poco más a retaguardia.

Al trepar la altura, encuéntranse casi a quemarropa con las columnas de Ordóñez y Morla, que ocultas por un pliegue del terreno obligaban en aquel momento sobre su izquierda para hacer frente al nuevo ataque, sin cuidarse de la deshecha división de Alvarado. El "Burgos", que no había entrado en pelea en el primer encuentro, hace flamear su secular bandera, laureada en Baylén y sus soldados entusiasmados gritan: "¡Aquí está el Burgos! ¡Diez y ocho batallas ganadas! ¡ninguna perdida!". La batalla se empeña con nuevo ardor a los gritos de "¡Viva la Patria! ¡ Viva el Rey!" Independientes y realistas hacen esfuerzos heroicos para alcanzar la victoria. Las distancias se estrechan.

Los independientes atacan con impetuosa intrepidez. Los realistas resisten tenazmente, sin retroceder un solo paso.

"Con dificultad," dice San Martín en su parte, "se ha visto un ataque más bravo, más rápido y más sostenido, y jamás se vio una resistencia más vigorosa, más firme y más tenaz."

La división de Alvarado, rehecha en gran parte, entra al fuego por el mismo punto por donde había trepado antes la lomada, y concurre al ataque de la reserva, a la vez que Borgoño con ocho piezas marcha al galope a ocupar la puntilla del este.

La derecha patriota con la artillería de Blanco Encalada avanzada, converge al centro y toma la retaguardia de los realistas. La caballería de Freyre vencedora, amaga su flanco derecho. El "Burgos" agita su bandera, y pelea como un león. El batallón "Arequipa", mandado por Rodil, mantenía impávido su posición. Los batallones "Infante don Carlos" y "Concepción", dirigidos personalmente por Ordóñez, se baten con desesperación. En esos momentos, el general en jefe del rey, abandona el campo de batalla y se entrega a la fuga. Ordóñez, el más digno de mandar a los realistas en la victoria y en la derrota, toma la dirección de la formidable columna de la infantería española, e intenta desplegar sus masas; pero el terreno le viene estrecho, y se envuelve en sus propias maniobras.

El núm. 7 de los Andes y el núm. 1. de Chile cargan a la bayoneta, a los gritos de "¡Viva la libertad!" y la escolta de San Martín, al mando del mayor Angel Pacheco, juntamente con Freyre cargan sobre su flanco derecho. El "Burgos" forma cuadro, y rechaza las cargas, aunque con grandes pérdidas. Hacía media hora que duraba el porfiado combate. Los realistas, circundados, sin caballería que los apoye y exhaustos de fatiga, vacilan y empiezan a cejar, pero sin desordenarse.

La última esperanza, es la reserva de granaderos desprendida de la izquierda que no pudo llegar a tiempo, y los cazadores de Morgado que perseguidos de cerca por Las Heras, quedan cortados y se precipitan en fuga sobre el callejón de "Espejo". Ordóñez, con sus filas raleadas emprende con serenidad la retirada hacia la hacienda de "Espejo", formado en masa compacta. San Martín redobla sus órdenes para que la persecución se haga vigorosamente a fin de impedir toda reacción, y condensa su ejército. Ordóñez continúa impávido su movimiento retrógrado, y con sus últimos restos se refugia en la hacienda de "Espejo".

El parte de batalla

La batalla estaba decidida por los independientes. San Martín, con el laconismo de un general espartano, dicta desde a caballo el primer parte de la batalla, y el cirujano Paroissien lo escribe, con las manos teñidas en la sangre de los heridos que ha amputado: "Acabamos de ganar completamente la acción.

Un pequeño resto huye: nuestra caballería lo persigue hasta concluirlo. La patria es libre". Los enemigos del gran capitán sudamericano han dicho, que San Martín estaba borracho al escribir este parte. Un historiador chileno lo ha vengado de este insulto con un enérgico sarcasmo: "Imbéciles! ¡Estaba borracho de gloria!".

En ese instante oyéronse grandes aclamaciones en el campo. Era O’Higgins que llegaba. El Director, al saber que la batalla iba a empeñarse, devorado por la fiebre causada por su herida, monta a caballo y al frente de una parte de la guarnición de Santiago, se dirige al teatro de la acción.

Al llegar a los suburbios, oye el primer cañonazo y apresura su marcha. En el camino, un mensajero le da la noticia que el ala izquierda patriota ha sido derrotada, y sigue adelante sin vacilar; pero al llegar a la loma tuvo la evidencia del triunfo. Adelantóse a gran galope con su estado mayor, y encuentra a San Martín a inmediaciones de la puntilla sudoeste del triángulo, en momentos que disponía el último ataque sobre la posición de "Espejo": le echa al cuello desde a caballo su brazo izquierdo, y exclama: "¡Gloria al salvador de Chile!".

El general vencedor, señalando las vendas ensangrentadas del brazo derecho del Director, prorrumpe: "General: Chile no olvidará jamás su sacrificio presentándose en el campo de batalla con su gloriosa herida abierta." Y reunidos ambos adelantáronse para completar la victoria. Eran las cinco de la tarde, y el sol declinaba en el horizonte.

Resistencia de Ordoñez

La batalla no estaba terminada. Ordónez, sin desmayar, se había posesionado del caserío de "Espejo", dispuesto a salvar el honor de sus armas con la resistencia, o la vida de sus soldados en una retirada protegida por la oscuridad de la noche.

Reconcentró allí las compañías de granaderos y cazadores casi intactas, y los restos del "Burgos", el "Concepción" y el "Infante don Carlos", habiéndose el "Arequipa" retirado del campo con su comandante Rodil.

El valeroso general español, con una admirable sangre fría, lo dispone todo personalmente con habilidad y decisión. Coloca en el fondo del callejón, tras una ancha acequia frente de un puentecillo, los dos únicos cañones que le quedaban, sostenidos por cuatro compañías de fusileros.

Forma el grueso de su infantería sobre una pequeña altura fronteriza a las casas, dando cara a los dos frentes vulnerables; reconcentra en el patio de las casas su reserva, pronta a acudir a todos los puntos amenazados; cubre con destacamentos los callejones laterales, y extiende en contorno, protegidos por las tapias y emboscados en las viñas, un círculo de cazadores. En esta actitud decidida espera el último ataque.

El triunfo final

Las Heras es el primero que persiguiendo a los cazadores de Morgado, llega a la puntilla sudoeste, fronteriza a la boca alta que domina el callejón de "Espejo". Dióse cuenta inmediatamente de la situación, y prudentemente dispuso que el batallón descendiera al llano y se ocultase tras de un pequeño mamelón al oriente del caserío (izquierda española) y esperase la señal de un toque de corneta para coronarlo y romper el fuego.

A medida que fueron llegando otros batallones, les señaló sus puestos, y estableció convenientemente la artillería en la parte alta de la puntilla, a fin de cañonear la posición antes de dar el asalto.

En esos momentos se presenta el general Balcarce, y ordena imperiosamente que el batallón Cazadores de Coquimbo ataque sin pérdida de tiempo por el callejón. El comandante Thompson, da la señal y penetra resueltamente en columna al desfiladero. Allí es recibido por la metralla de las dos piezas que lo defendían. Pretende avanzar; pero nuevas descargas de fusilería del frente y de los flancos, lo detienen, y al fin lo hacen retroceder en derrota, dejando en el sitio 250 cadáveres, salvando con todos sus oficiales heridos.

Volvióse entonces al bien calculado plan de Las Heras. Los comandantes Borgoño y Blanco Encalada rompieron el fuego con diecisiete piezas que en menos de un cuarto de hora desconcertó las resistencias, obligando a los realistas deshechos por el cañoneo, a refugiarse en las casas y en la viña del fondo. La señal de asalto se da: el núm. 11, sostenido por dos piquetes del 7. y 8. de los Andes, carga por el flanco rompiendo tapias, y pasa a la bayoneta cuanto se le presenta.

La batalla estaba terminada. Los realistas se dispersan en pelotones en las encrucijadas, viñas y potreros adyacentes. En ese momento hace su aparición en la lucha final, un regimiento auxiliar de milicias de Aconcagua, que lazo en mano se apodera de centenares de prisioneros como de reses en el aprisco.

Los vencedores irritados por el sacrificio del Coquimbo, continuaban matando, cuando se presentó Las Heras, y mandó cesar la inútil carnicería. Pocos momentos después le entregan sus espadas como prisioneros, el heroico general Ordóñez, el jefe de estado mayor Primo de Rivera, el jefe de división Morla, los coroneles de la caballería Morgado y Rodríguez, y con excepción de Rodil, todos los oficiales de la infantería realista, Laprida, Besa, Latorre, Jiménez, Navia y Bagona, y multitud de oficiales.

Las Heras alargó ambas manos a Ordóñez, y lo saludó como a un compañero de heroísmo, ofreciéndole noblemente su amistad, y amparando con su autoridad a sus compañeros de infortunio.

Trofeos

Los trofeos de esta jornada fueron, doce cañones, cuatro banderas,; un general, cuatro coroneles, siete tenientes coroneles, 150 oficiales y 2.200 prisioneros de tropa; 3.850 fusiles, 1.200 tercerolas, la caja militar, el equipo y las municiones del ejército vencido.

1200 realistas perecieron en el campo de batalla.

Esta victoria, la más reñida de la guerra de la independencia sudamericana, fue comprada por los independientes a costa de la pérdida de más de 1.000 hombres entre muertos y heridos, pagando el mayor tributo los libertos negros de Cuyo de los cuales quedó más de la mitad en el campo.

Importancia de Maipú

Más que por sus trofeos, Maipú fue la primera gran batalla americana, histórica y científicamente considerada. Por las correctas marchas estratégicas que la precedieron y por sus hábiles maniobras tácticas sobre el campo de la acción, así como por la acertada combinación y empleo oportuno de las armas, es militarmente un modelo notable si no perfecto, de un ataque paralelo que se convierte en ataque oblicuo, por el uso conveniente de las reservas sobre el flanco más débil del enemigo por su formación y más fuerte por la calidad y número de sus tropas, inspiración que decide la victoria, siendo de notarse, que San Martín, como Epaminondas, sólo ganó dos grandes batallas, y las dos, por el mismo orden oblicuo inventado por el inmortal general griego.

Por su importancia trascendental, sólo pueden equipararse a la batalla de Maipú, la de Boyacá, que fue su consecuencia inmediata, y la de Ayacucho que fue su consecuencia ulterior y final; pero sin Maipú, no habría tenido lugar Boyacá ni Ayacucho. Vencidos los independientes en Maipú, Chile se pierde para la causa de la emancipación, y con Chile, probablemente la revolución argentina, encerrada dentro de sus fronteras amenazadas por dos ejércitos vencedores por sus dos puntos más vulnerables, desde entonces inmunes.

Sobre todo, sin Chile, no se obtiene el dominio naval del Pacífico, la expedición al Bajo Perú se hace imposible, y Bolívar no hubiera podido converger hacia el sur, aún triunfando en el norte de los ejércitos españoles con que luchaba, y de hacerlo, se habría encontrado con 30.000 hombres que le hicieran frente y el mar cerrado.

Además, Maipú quebró para siempre el nervio militar del ejército español en América, y llevó el desánimo a todos los que sostenían la causa del rey desde Méjico hasta el Perú, dando nuevo aliento a los independientes. Chacabuco había sido la revancha de Sipe-Sipe: Maipú, fue la precursora de todas las ventajas sucesivas. Tuvo además, el singular mérito de ser ganada por un ejército derrotado e inferior en número a los quince días de su derrota, ejemplo singular en la historia militar.

Fuentes:
- Asociación Cultural Sanmartiniana. 
www.lagazeta.com.ar

Octubre maduro Por Bernardo Verbitsky

Agosto. La palabra es marrón, con el reflejo morado del varillaje de los durazneros desnudos.

El frío sacrifica el perfume a la resistencia y sólo las violetas lo salvan bajo la ancha protección de sus hojas, abrigo de la tibia y triste estrellita, rescoldo de la vida que debe renacer.

El fulgor más resignado del invierno muere lentamente en la palidez de los limones, pero su ascua desfalleciente inflama de pronto la gran hoguera amarilla del aromo en flor. El frío inmoviliza el oleaje de sus arremetidas en torno a ese resplandor, que el hornero, maravillado, exalta. Sabe ya el pájaro que va a cocer el primer barro de su casa en este fuego. La llama incesante del amarillo está entibiando el aire. Y llegan entonces los días que sedimentan una suavidad en la cual descansa la sabiduría serena del invierno.

Se han templado, celestes, las mañanas y las tardes. Las higueras, brujas retorcidas, desmelenan al sol sus viboreantes crenchas de plata. En el suelo, las coquetas deshilachadas y desteñidas asoman sobre los terrones, y las caléndulas proclaman en su circular corola de flecos anaranjados que agosto nunca renunció a la luz. En ella se alzan las caritas curiosas de los pensamientos, que se empinan más allá de lo que parece permitir su pequeñita estatura. Lujosamente aterciopelado ostentan su violeta, su tono de yema y su morado, secreteando las cabecitas en el balanceo del aire, y se van después alegres, en manifestación numerosa, por los canteros.

La tregua se vuelve aburrimiento del invierno, desgano en el calor prematuro que ha de terminar su somnolencia enfermiza, con o sin descarga visible en la tonificación eléctrica de Santa Rosa.

Septiembre, sonoridad celeste, septiembre, glisado de arpa. Pero se le opone la obstinación del gris. Se han recompuesto los nublados y por muchos días no hay más sol que aquel dorado de las caléndulas que han resistido a las heladas.

Chubascos alborotadores, plomizos aires húmedos, postergan el advenimiento, para el que aprestan las calas, entre sus grandes escudos verdes, su corneta de terciopelo blanco. Y en medio de las penumbras invernizas ha brillado la milagrosa señal de la flor de durazno. No se sabe en qué momento. Las ramas chisporrotean, componiendo guirnaldas luminosas. En el muro de los grises se abre la transparencia rosada.

Ventarrones barredores luchan por el azul, rasgan telones anubarrados. La primavera es turbulenta, y su llegada parece la irrupción de una muchedumbre de obreros que levantan andamios y, en espectacular despliegue de labor, pintan, adornan, reparan, colorean, en movedizo y apresurado trajín, el escenario. El blanco y el lila de nuevos florecimientos cubren armazones pardos. La primavera tiene sus tules. ¡Velos coloreados de las glicinas! Sus gasas vuelan en pliegues de niebla nacarada.

Los malvones, curtidos proletarios del jardín, sonríen su bienvenida de veteranos.

La lluvia de gruesas gotas se vuelve rosada en el duraznero. Los brazos clamantes de los árboles aflojan su crispación. Los suaviza el fulgor esfumado de los brotes. Y un gorrión, con una pluma tan grande en el pico que parece una barba, se detiene a escuchar: savia, cómo bulles. Es el turno de todos los verdes. Sobre el cansado cerco de ligustrina brilla suavísima la pelusa de las hojitas mínimas. Las ramas del sauce se iluminan del verde más tierno, claridad gloriosa en la que canta juvenil la primavera. Los nomeolvides unen la salpicadura de su minúscula flor en una espumita azul. Sobre el tallo débil oscilan las anémonas su fina copa coloreada. Rojos asalmonados, rosas desvaídos, vinosos violetas, amarillos pálidos, multiplican este prodigio de tonos delicados, la maravillosa acuarela que en breve pincelada decora el vaso frágil.

La retama flexible estira sus puntas en oro verdoso. Y la primavera se vuelve olorosa en los alhelíes blancos y perfuma más densa en los alhelíes de delicado rosa viejo. La fragancia, que nació con el temblor de las glicinas, ahora se espesa porque ya es octubre. Entre las hojitas del mimbre el azul es más azul. La retama ya se ha encendido toda en la luz de su propio amarillo, amarillo sobre cielo, más frío que esta luminosidad cálida de los días. El aire es una traslúcida vibración verde de alegría vegetal.

Y octubre impetuoso se abre espléndido en sus rosales. Rosas blancas, rosas rosadas, rosas té. La rosa, gala y misterio de octubre. La pompa más fastuosa sometida a una forma estricta. La opulencia muelle, que el rigor estiliza en la gracia. La suntuosidad más sobria y reconcentrada de la naturaleza. La rosa, que en su estuche guarda el secreto de la geometría de la belleza, la espiral dormida de la nada y el corazón del infinito. La rosa fascina y, enigmática, calla, pero desde la síncopa vasta de todos sus silencios brota la música escarlata, y ya se escuchan los trompetazos de estas rosas rojas y, como roncos hondos violonchelos, estas oscuras rosas granates, en el supremo estallido de nuestro octubre vital, nuestro octubre maduro.

* Bernardo Verbitsky nació en Buenos Aires en 1907. Desde mucho antes de que en 1941 le otorgaran el primer premio del Concurso Ricardo Güiraldes (el jurado estuvo compuesto por Norah Lange, Guillermo de Torre y Jorge Luis Borges) a su obra Es difícil empezar a vivir, el nombre de Verbitsky había trascendido ampliamente los círculos literarios. Ya un vasto sector del público conocía sus penetrantes comentarios bibliográficos que se publicaban en el diario Noticias Gráficas bajo el título de Los libros por dentro. Con anterioridad fue redactor de Crítica y de otros órganos de prensa.

En 1942 apareció su ensayo Significación de Stefan Zweig; vino después, en 1947, una extensa novela, En esos años, que fue como una recopilación de recuerdos de las aberraciones y angustias que el mundo sufrió desde el instante en que los nazis se adueñaron del poder en Alemania. En 1950, publicó los cuentos de Café de los angelitos; en 1951, Una pequeña familia; y en 1953 sus novelas La esquina y Calles de tango, esta última trasladada luego al cine. De 1956 es Un noviazgo y de 1957 Villa Miseria también es América. Una narración breve, Vacaciones, y un ensayo acerca de El teatro de Arthur Miller se difundieron en 1959, al igual que los poemas incluidos en Megatón. La tierra es azul, una novela corta y tres relatos, es de 1961 y Hamlet y Don Quijote de papel de1966.

De Verbitsky ha dicho Martín Alberto Noel: la deliberada objetividad relativa con que ‘muestra’ al país, brota casi siempre un discreto lirismo, una suerte de contenida emoción piadosa, elementos que transfiguran en sustancia artística lo que —de otro modo— sería sólo crónica. Y a este alto mérito se suma otro que distingue a Verbitsky de muchos de sus colegas (...): el de la calidad de su prosa que aúna lúcidamente el decoro formal con las indispensables concesiones al vulgarismo y el lunfardo.

Pedro Orgambide, por su parte, nos dice sobre Verbitsky que “es, de manera bien explícita, el novelista del alud inmigratorio de la Argentina, de los inmigrantes y de sus hijos, porque en estos prevalece todavía, por imperio de la sangre, la vital intimidad de los padres.”

Bernardo Verbitski murió en 1979, cuando en su patria soplaban malos vientos.

Cae el “Muro de Miami” Por Max Castro

Algo gracioso sucedió a aproximadamente tres docenas de republicanos de derecha liderados por Ileana Ros-Lehtinen cuando estaban en vías de aprobar una resolución para revocar la decisión de Obama de sacar a Cuba de la lista de estados patrocinadores del terrorismo. Fracasaron.

Esa es una noticia. En Progreso Semanal, Sarah Stephens, una veterana activista a favor de un cambio en la política norteamericana hacia Cuba, escribió recientemente acerca de las razones técnico-legales a las que aludió Ros-Lehtinen para tratar de explicar por qué ella decidió no seguir insistiendo en la resolución. Stephen hace un buen trabajo descubriendo las evidentes contradicciones en la versión de Ileana. En suma, la verdadera historia parece ser que ellos no consiguieron los votos necesarios e inventaron un pretexto para guardar las apariencias y evitar la vergüenza de una derrota en el pleno del Congreso.

El artículo de Stephens agrega una interesante pieza al rompecabezas que rodea la extraordinaria y súbita transformación en la política de Estados Unidos hacia Cuba. Pero hay una historia mayor que señala y simboliza el retroceso de Ros-Lehtinen: el rápido y casi total colapso del una vez invencible lobby derechista anti Castro.

Por qué y cómo se derrumbó más rápidamente que el muro de Berlín es algo que no he logrado descifrar por completo, aunque tengo algunas hipótesis que compartiré más adelante en esta columna. Aquí quiero poner el colapso del lobby y la salida de Cuba de la lista terrorista en el contexto de la política norteamericana general y de larga data hacia Cuba.

Lo más sorprendente acerca de la política norteamericana hacia Cuba es cómo se mantuvo a pesar de la pura irracionalidad de tantos de sus componentes específicos. Estados Unidos crea una emisora de televisión que transmite para Cuba (TV Martí) y resulta que el gobierno cubano puede interferir con facilidad la señal y nadie en Cuba la ve. Sin embargo, independientemente de eso, el gobierno de EE.UU. continúa entregando millones de dólares para mantenerla en el aire años tras año.

¿Dicen ustedes que es irracional? Pero cada vez que alguien en el Congreso intentó eliminarlo, el lobby anti Castro enloquecía y el lobby se salía con la suya.

La historia de Radio Martí se diferencia en los detalles, pero no en su esencia. En este caso, la señal a menudo llegaba, pero no había suficiente gente escuchándola como para justificar el enorme costo. Además, la emisora estaba lastrada por múltiples problemas, como falta de objetividad, amiguismo y luchas burocráticas internas.

La noción misma de que la némesis de Cuba en el Norte pueda financiar y dirigir un medio de comunicación caracterizado por la objetividad es absurda. Sitúen esta emisora en Miami y pongan a una mayoría de exiliados a dirigirla y desaparece la poca credibilidad que pudiera tener. Es una locura. Pero eso no impidió que el lobby de los exiliados se opusiera a cerrarla o, increíblemente, saliéndose siempre con la suya.

Salvador Dalí tituló uno de sus cuadros “La resistencia del carácter”. La historia surrealista de la política norteamericana hacia Cuba pudiera llamarse “La resistencia de la irracionalidad”. El lobby del exilio desempeñó un papel significativo en mantener viva la demencia.

Más allá de su irracionalidad, hay otro aspecto de Estados Unidos abrogándose el derecho de catalogar a Cuba como patrocinadora del terrorismo. No solo es falso, sino también indignante.

Han pasado décadas desde que Cuba apoyó la insurrección armada, fundamentalmente en Latinoamérica. Además, ellos apoyaron a movimientos guerrilleros, no a terroristas. Algunos de esos movimientos y líderes considerados terroristas encabezaron genuinos movimientos de liberación nacional y se convirtieron en iconos mundiales. Solo necesito mencionar un nombre para demostrar mi tesis: Nelson Mandela.

Estados Unidos, por el contrario, patrocinó a gobiernos y militares que asesinaron a un arzobispo, violaron y mataron a varias monjas norteamericanas, y asesinaron a un número de profesores jesuitas. Para no mencionar a los 200 000 indios masacrados por los militares guatemaltecos que contaban con el apoyo de EE.UU.

¿Estado patrocinador del terrorismo? Mírense al espejo. La caridad empieza por casa.

Terminaré con unas pocas observaciones, de ninguna manera conclusivas, acerca del colapso del lobby derechista. Durante mucho tiempo, la mayoría de los miembros de la clase política norteamericana han considerado la política hacia Cuba una locura o, como mínimo, un anacronismo. Pero para cambiarla hubiera sido necesario enredarse con el lobby de Cuba, un hatajo de matones, algunos de cuyos miembros son gente extraordinariamente malvada, como Frank Calzón y los hermanos Díaz-Balart, entre otros. Y además está la Florida y la política de las elecciones presidenciales, sumados a la alianza profana de republicanos y demócratas del estado que se unieron para servir como un grupo de arqueros para tratar de impedir que cualquier disparo contra las sanciones se convirtiera en gol.

Cuando imparto conferencias sobre el tema, califico a todo este campo de poder que mantuvo vigente el statu quo acerca de Cuba de “el Muro de Miami”. Ahora un urbanista de Miami está tratando de construir una monstruosidad de edificio de vallas que se dice que llegará al cielo. Eso puede que vuele o no, o que se construya. Pero el Muro de Miami, ese edificio, ha sido demolido.

A pesar del Muro de Miami, la oposición a una política tan irracional, ineficaz y consolidada como esta crece con el tiempo. Sin embargo, incluso a medida que se acerca a ser una masa crítica, se necesita algo más para desatar la reacción en cadena de que somos testigos ahora. Ese algo es voluntad y habilidad políticas.

Las negociaciones de Cuba en particular se realizaron con extraordinaria discreción y sabiduría, no solo por cada parte, sino también por terceros de clase mundial, fundamentalmente el papa. Que las conversaciones realizadas por los jefes de vastas burocracias –la de Cuba, Estados Unidos y el Vaticano– pudieran llevarse a cabo en secreto durante tanto tiempo es una historia sorprendente que se debe escribir.

Por último, a pesar de mis dudas anteriores, debo decir que al final Barack Obama cumplió. Ha hecho mucho de lo que prometió inicialmente. EE.UU. no solo está hablando con Cuba, sino también con Irán. Imagínense eso.

Obama, casi perdí la fe. Lo siento. Y gracias.

(Tomado de Progreso Semanal)

Cubadebate

 
 

China Por José Donoso

Por un lado el muro gris de la Universidad. Enfrente, la agitación maloliente de las cocinerías alterna con la tranquilidad de las tiendas de libros de segunda mano y con el bullicio de los establecimientos donde hombres sudorosos horman y planchan, entre estallidos de vapor. Más allá, hacia el fin de la primera cuadra, las casas retroceden y la acera se ensancha. Al caer la noche, es la parte más agitada de la calle. Todo un mundo se arremolina en torno a los puestos de fruta. Las naranjas de tez áspera y las verdes manzanas, pulidas y duras como el esmalte, cambian de color bajo los letreros de neón, rojos y azules. Abismos de oscuridad o de luz caen entre los rostros que se aglomeran alrededor del charlatán vociferante, engalanado con una serpiente viva. En invierno, raídas bufandas escarlatas embozan los rostros, revelando sólo el brillo torvo o confiado, perspicaz o bovino, que en los ojos señala a cada ser distinto. Uno que otro tranvía avanza por la angosta calzada, agitando todo con su estruendosa senectud mecánica. En un balcón de segundo piso aparece una mujer gruesa envuelta en un batón listado. Sopla sobre un brasero, y las chispas vuelan como la cola de un cometa. Por unos instantes, el rostro de la mujer es claro y caliente y absorto.

Como todas las calles, ésta también es pública. Para mí, sin embargo, no siempre lo fue. Por largos años mantuve el convencimiento de que yo era el único ser extraño que tenía derecho a aventurarse entre sus luces y sus sombras.

Cuando pequeño, vivía yo en una calle cercana, pero de muy distinto sello. Allí los tilos, los faroles dobles, de forma caprichosa, la calzada poco concurrida y las fachadas serias hablaban de un mundo enteramente distinto. Una tarde, sin embargo, acompañé a mi madre a la otra calle. Se trataba de encontrar unos cubiertos. Sospechábamos que una empleada los había sustraído, para llevarlos luego a cierta casa de empeños allí situada. Era invierno y había llovido. Al fondo de las bocacalles se divisaban restos de luz acuosa, y sobre los techos cerníanse aún las nubes en vagos manchones parduscos. La calzada estaba húmeda, y las cabelleras de las mujeres se apegaban, lacias, a sus mejillas. Oscurecía.

Al entrar por la calle, un tranvía vino sobre nosotros con estrépito. Busqué refugio cerca de mi madre, junto a una vitrina llena de hojas de música. En una de ellas, dentro de un óvalo, una muchachita rubia sonreía. Le pedí a mi madre que me comprara esa hoja, pero no prestó atención y seguimos camino. Yo llevaba los ojos muy abiertos. Hubiera querido no solamente mirar todos los rostros que pasaban junto a mí, sino tocarlos, olerlos, tan maravillosamente distintos me parecían. Muchas personas llevaban paquetes, bolsas, canastos y toda suerte de objetos seductores y misteriosos. En la aglomeración, un obrero cargado de un colchón desarregló el sombrero de mi madre. Ella rió, diciendo:

-¡Por Dios, esto es como en la China!

Seguimos calle abajo. Era difícil eludir los charcos en la acera resquebrajada. Al pasar frente a una cocinería, descubrí que su olor mezclado al olor del impermeable de mi madre era grato. Se me antojaba poseer cuanto mostraban las vitrinas. Ella se horrorizaba, pues decía que todo era ordinario o de segunda mano. Cientos de floreros de vidrio empavonado, con medallones de banderas y flores. Alcancías de yeso en forma de gato, pintadas de magenta y plata. Frascos de bolitas multicolores. Sartas de tarjetas postales y trompos. Pero sobre todo me sedujo una tienda tranquila y limpia, sobre cuya puerta se leía en un cartel: "Zurcidor Japonés".

No recuerdo lo que sucedió con el asunto de los cubiertos. Pero el hecho es que esta calle quedó marcada en mi memoria como algo fascinante, distinto. Era la libertad, la aventura. Lejos de ella, mi vida se desarrollaba simple en el orden de sus horas. El "Zurcidor Japonés", por mucho que yo deseara, jamás remendaría mis ropas. Lo harían pequeñas monjitas almidonadas de ágiles dedos. En casa, por las tardes, me desesperaba pensando en "China", nombre con que bauticé esa calle. Existía, claro está, otra China. La de las ilustraciones de los cuentos de Calleja, la de las aventuras de Pinocho. Pero ahora esa China no era importante.

Un domingo por la mañana tuve un disgusto con mi madre. A manera de venganza fui al escritorio y estudié largamente un plano de la ciudad que colgaba de la muralla. Después del almuerzo mis padres habían salido, y las empleadas tomaban el sol primaveral en el último patio. Propuse a Fernando, mi hermano menor:

-¿Vamos a "China"?

Sus ojos brillaron. Creyó que íbamos a jugar, como tantas veces, a hacer viajes en la escalera de tijeras tendida bajo el naranjo, o quizás a disfrazarnos de orientales.

-Como salieron -dijo-, podemos robarnos cosas del cajón de mamá.

-No, tonto -susurré-, esta vez vamos a IR a "China".

Fernando vestía mameluco azulino y sandalias blancas. Lo tomé cuidadosamente de la mano y nos dirigimos a la calle con que yo soñaba. Caminamos al sol. Íbamos a "China", había que mostrarle el mundo, pero sobre todo era necesario cuidar de los niños pequeños. A medida que nos acercamos, mi corazón latió más aprisa. Reflexionaba que afortunadamente era domingo por la tarde. Había poco tránsito, y no se corría peligro al cruzar de una acera a otra.

Por fin alcanzamos la primera cuadra de mi calle.

-Aquí es -dije, y sentí que mi hermano se apretaba a mi cuerpo.

Lo primero que me extrañó fue no ver letreros luminosos, ni azules, ni rojos, ni verdes. Había imaginado que en esta calle mágica era siempre de noche. Al continuar, observé que todas las tiendas habían cerrado. Ni tranvías amarillos corrían. Una terrible desolación me fue invadiendo. El sol era tibio, tiñendo casas y calle de un suave color de miel. Todo era claro. Circulaba muy poca gente, éstas a paso lento y con las manos vacías, igual que nosotros.

Fernando preguntó:

-¿Y por qué es "China" aquí?

Me sentí perdido. De pronto, no supe cómo contentarlo. Vi decaer mi prestigio ante él, y sin una inmediata ocurrencia genial, mi hermano jamás volvería a creer en mí.

-Vamos al "Zurcidor Japonés" -dije-. Ahí sí que es "China".

Tenía pocas esperanzas de que esto lo convenciera. Pero Fernando, quien comenzaba a leer, sin duda lograría deletrear el gran cartel desteñido que colgaba sobre la tienda. Quizás esto aumentara su fe. Desde la acera de enfrente, deletreó con perfección. Dije entonces:

-Ves, tonto, tú no creías.

-Pero es feo -respondió con un mohín.

Las lágrimas estaban a punto de llenar mis ojos, si no sucedía algo importante, rápida, inmediatamente. ¿Pero qué podía suceder? En la calle casi desierta, hasta las tiendas habían tendido párpados sobre sus vitrinas. Hacia un calor lento y agradable.

-No seas tonto. Atravesemos para que veas -lo animé, más por ganar tiempo que por otra razón. En esos instantes odiaba a mi hermano, pues el fracaso total era cosa de segundos.

Permanecimos detenidos ante la cortina metálica del "Zurcidor Japonés". Como la melena de Lucrecia, la nueva empleada del comedor, la cortina era una dura perfección de ondas. Había una portezuela en ella, y pensé que quizás ésta interesara a mi hermano. Sólo atiné a decirle:

-Mira... -y hacer que la tocara.

Se sintió un ruido en el interior. Atemorizados, nos quitamos de enfrente, observando cómo la portezuela se abría. Salió un hombre pequeño y enjuto, amarillo, de ojos tirantes, que luego echó cerrojo a la puerta. Nos quedamos apretujados junto a un farol, mirándole fijamente el rostro. Pasó a lo largo y nos sonrió. Lo seguimos con la vista hasta que dobló por la calle próxima.

Enmudecimos. Sólo cuando pasó un vendedor de algodón de dulces salimos de nuestro ensueño. Yo, que tenía un peso, y además estaba sintiendo gran afecto hacia mi hermano por haber logrado lucirme ante él, compré dos porciones y le ofrecí la maravillosa sustancia rosada. Ensimismado, me agradeció con la cabeza y volvimos a casa lentamente. Nadie había notado nuestra ausencia. Al llegar Fernando tomó el volumen de "Pinocho en la China" y se puso a deletrear cuidadosamente.

Los años pasaron. "China" fue durante largo tiempo como el forro de color brillante en un abrigo oscuro. Solía volver con la imaginación. Pero poco a poco comencé a olvidar, a sentir temor sin razones, temor de fracasar allí en alguna forma. Más tarde, cuando el mundo de Pinocho dejó de interesarme, nuestro profesor de box nos llevaba a un teatro en el interior de la calle: debíamos aprender a golpearnos no sólo con dureza, sino con técnica. Era la edad de los pantalones largos recién estrenados y de los primeros cigarrillos. Pero esta parte de la calle no era "China". Además, "China" estaba casi olvidada. Ahora era mucho más importante consultar en el "Diccionario Enciclopédico" de papá las palabras que en el colegio los grandes murmuraban entre risas.

Más tarde ingresé a la Universidad. Compré gafas de marco oscuro.

En esta época, cuando comprendí que no cuidarse mayormente del largo del cabello era signo de categoría, solía volver a esa calle. Pero ya no era mi calle. Ya no era "China", aunque nada en ella había cambiado. Iba a las tiendas de libros viejos, en busca de volúmenes que prestigiaran mi biblioteca y mi intelecto. No veía caer la tarde sobre los montones de fruta en los kioscos, y las vitrinas, con sus emperifollados maniquíes de cera, bien podían no haber existido. Me interesaban sólo los polvorientos estantes llenos de libros. O la silueta famosa de algún hombre de letras que hurgaba entre ellos, silencioso y privado. "China" había desaparecido. No recuerdo haber mirado, ni una sola vez en toda esta época, el letrero del "Zurcidor Japonés".

Más tarde salí del país por varios años. Un día, a mi vuelta, pregunté a mi hermano, quien era a la sazón estudiante en la Universidad, dónde se podía adquirir un libro que me interesaba muy particularmente, y que no hallaba en parte alguna. Sonriendo, Fernando me respondió:

-En "China"...

Y yo no comprendí.

La trampa mortal de la calle Páez Por Ana Vainman

Detrás de ese entramado se esconde un fabuloso y perverso negocio: el de la trata de personas. 

Rodrigo y Orlando dormían. Estaban en el subsuelo de la casa en la que trabajaban, junto a sus papás. Era un taller de costura. En plena noche se produjo un escape de gas que generó un incendio. Las maderas que precariamente dividían los ambientes y la gran cantidad de telas y retazos que había por todos lados se convirtieron en peligrosos combustibles. Cuando llegaron los bomberos ya era tarde. Rodrigo y Orlando estaban muertos.

La familia Camacho vino de Bolivia en busca de una vida mejor. Pero terminaron trabajando en ese taller clandestino en el barrio de Flores. Allí trabajaban a destajo en la planta baja y por la noche bajaban a dormir. Salir no era fácil. Las ventanas estaban completamente tapiadas y la casa rodeada de rejas. Sólo una pequeña puerta los podía conectar con el exterior. Pero ellos no tenían la llave. Y así, la vieja casona de la calle Páez se convirtió en una trampa mortal para sus hijos de siete y diez años. El humo y las llamas los alcanzaron en sus camas mientras dormían.

Esta escena de por sí genera una angustia inconmensurable. Pero la indignación se apodera de cualquiera que sepa que ese mismo lugar había sido denunciado como un taller clandestino donde podía haber trata de personas siete meses antes. Aun después de la denuncia, nadie hizo nada.

Poco después del fatal incendio el jefe de Gabinete porteño y flamante candidato a suceder a Mauricio Macri, Horacio Rodríguez Larreta, y la vicejefa de Gobierno, María Eugenia Vidal, aseguraron que ese lugar no había sido inspeccionado por las autoridades porteñas dado que "no estaba denunciado como taller clandestino". Sin embargo, un documento con membrete del gobierno porteño fechado el 21 de noviembre de 2014 desmiente en forma rotunda a los funcionarios.

El 24 de septiembre de 2014 La Alameda había presentado ante la Procuraduría de Trata y Explotación de Personas (Protex), que depende de la Procuración General de la Nación, una denuncia contra 30 talleres clandestinos, entre los que figuraba el de Páez 2796. El fiscal a cargo de esa procuraduría, Marcelo Colombo, ordenó a la Subsecretaría de Trabajo de la Ciudad –a cargo de Ezequiel Sabor– una serie de inspecciones en los lugares denunciados. En el documento difundido el martes por Gustavo Vera –y que desmiente a Rodríguez Larreta y a Vidal–, el gobierno de la Ciudad informaba al fiscal Colombo que no había realizado las inspecciones solicitadas. Sin más explicación.

El único funcionario que hizo un mea culpa de lo sucedido fue el legislador macrista Francisco Quintana, quien admitió: "Nosotros fallamos en la tarea inspectiva, hay que hacer una autocrítica." Quintana reconoció así que hubo fallas en las inspecciones que debió realizar la Agencia Gubernamental de Control, a cargo del ex militar Juan José Gómez Centurión.

La Alameda presentó denuncias penales contra Larreta, Vidal, Gómez Centurión y Sabor por abuso de autoridad, incumplimiento de los deberes de funcionario público y encubrimiento, según el caso.

También debía actuar el Ministerio de Seguridad de la Nación y la Justicia Federal por tratarse de trata de personas, un delito federal. De hecho, a raíz de las denuncias de La Alameda, se inició una causa judicial que analiza el juez federal Rodolfo Canicoba Corral.

El ministro de Trabajo, Carlos Tomada, aseguró que el gobierno de la Ciudad de Buenos Aires, a cargo de Mauricio Macri "tiene una clara responsabilidad de inspeccionar los espacios laborales. Esa es una de las facultades no delegadas de las provincias y lamentablemente ha sido clara la política de la Ciudad de Buenos Aires continuando con lógicas neoliberales como las de desmantelar la inspección del trabajo."

El Ministerio de Trabajo de la Nación intentó recuperar plenamente el poder de inspección que comparte con las provincias y con la Ciudad de Buenos Aires, pero cuando se debatió en el Congreso la ley de promoción del empleo registrado, los diputados y senadores defendieron la autonomía y las facultades de policía de cada jurisdicción. Ahora, lo que ocurre en la práctica, es que, cuando efectivamente se ordena una inspección, se convierte en un proceso dilatorio que aleja las posibilidades de dar con los responsables de los diferentes delitos relacionados con el trabajo. El inspector porteño Edgardo Castro aseguró que el gobierno de la Ciudad de Buenos Aires "aplica un mecanismo de protección a los talleres clandestinos" que evita su clausura. Castro se quejó porque "este taller había sido denunciado", pero "el director general de Protección del Trabajo, Fernando Macchi, en lugar de proteger a los trabajadores como su función lo indica, protege a los empleadores, y en este caso peor aun porque protegió un taller clandestino".

Así es como el titular de la CTA, Hugo Yasky, pidió la renuncia de Macchi, por ser "responsable" de la muerte de dos niños que quedaron atrapados en el sótano de un taller textil clandestino en Floresta.

En el incendio de 2006 en el taller de la calle Luis Viale –donde murieron seis personas, cuatro de ellas menores de edad– Jorge Telerman era jefe de Gobierno, renunció el director de Trabajo, Florencio "Pichi" Varela.

Pero detrás de todo este entramado de cuerpos de inspectores inoperantes y responsabilidades cruzadas se esconde un fabuloso y perverso negocio: el de la trata de personas. Este delito está previsto en la Ley 26.364 y en las modificaciones de la ley 26.842 y se configura cuando se ofrezcan, capten, trasladen, recepten o acojan personas con fines de explotación laboral o sexual.

Según el Comité Ejecutivo para la Lucha Contra la Trata de Personas, "la explotación laboral implica que las víctimas sean reducidas o mantenidas en condición de esclavitud o servidumbre, bajo cualquier modalidad, o se las obligare a realizar trabajos o servicios forzados" y se aclara que "el consentimiento de la víctima jamás podrá ser tomado como una eximición de la responsabilidad" de los empleadores.

Pero además del flagelo de la trata de personas, el incendio de la casona de la calle Páez pone una vez más en agenda la problemática de los talleres clandestinos. Según La Alameda, el sector mueve 15 mil millones de facturación anuales. Y sólo tiene blanqueados a un pequeño porcentaje de los costureros. "Según el Sindicato Obreros de la Industria del Vestido y Afines (Soiva), hay bajo convenio laboral 30 mil costureros; el resto trabaja en la ilegalidad, por lo que se calcula que existen 370 mil costureros no registrados", detalló Lucas Schaerer, colaborador de Vera.

"Sin clientes no hay trata." Esa es la frase que intenta comprometer a clientes que frecuentan "whiskerías" o prostíbulos. Esa frase también podría hacerse extensiva a quienes compran ropa a manteros o en ferias irregulares. Porque la trata de personas no es solamente con fines de explotación sexual. Pero tal vez haya llegado el momento de ampliar el eslogan: "Sin clientes no hay trata." Con inspecciones y clausuras tampoco. 

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