miércoles, 18 de marzo de 2015

NO FICCIÓN La Ñata contra el vidrio Scioli no es ni se hace: es lo que hace. ¿Y qué hace? Camina hacia el poder sin parar un segundo, dice una biografía publicada este mes. 18 de marzo de 2015

por MARTÍN RODRÍGUEZ
SCIOLI SECRETO. Cómo hizo para sobrevivir a 20 años de política argentina.
Pablo Ibañez y Walter Schmidt.
320 páginas. Sudamericana. $219.
En 2010 Beatriz Sarlo dijo que Cobos era “la clase de político que le gusta a la gente que no le gusta la política”. Esa definición se aplica desde siempre sobre Scioli y sobre casi todos los políticos con chances electorales (Macri, Massa, ¿Randazzo?). Pero, ¿qué hace atractivo a este libro sobre un político apolítico, de oratoria autista e invocaciones desarrollistas genéricas? En orden: 1) el interés por conocer la vida de uno de los presidenciables; 2) la posibilidad de adivinar qué hizo que en estos años haya mantenido su poder dentro del “ideologizado” FPV. tapa del libroEs decir: ¿qué nos dice Scioli sobre el mismo kirchnerismo también? Scioli secreto es la biografía que será leída frenéticamente por los politizados pasados de rosca que quieren conocer el secreto de esta Coca Cola. Como dice en tapa: “¿Qué hizo para sobrevivir a 20 años de política argentina?”
Convengamos que, sin adelantar quién es el asesino, se puede adelantar el secreto: no hay secreto. “¿Es o se hace?”, se preguntan los autores cuando redondean al personaje, y la respuesta no podría ser una ni otra. Scioli es lo que hace. ¿Y qué hace? Camina hacia al poder sin parar un solo segundo.
Los periodistas Pablo Ibáñez y Walter Schmidt nos cuentan que Cristina conoció a Scioli antes que Néstor. Lo conoció cuando el kirchnerismo no existía en la Comisión Anti-Lavado, mientras Scioli fungía de parlamentario del menemismo en extinción. Y Cristina aprendió y enseñó a sus representados la que sería su constante sobre él: no respetarlo. Pero, ¿por qué, además, lo odian? ¿Por qué el kirchnerismo desprecia a Scioli? Porque lo necesita. Porque lo necesitaron. Porque pagó con votos el precio de ser un conservador popular a un proyecto que nunca tuvo atada la vaca de los votos. En 2003 sirvió para catapultar la fórmula presidencial, para equilibrar el olor a “zurdaje” que Mirtha Legrand advertía, para contener el voto menemista en fuga, para tranquilizar al establishment, y así se podría seguir. La biografía no nos revela su máquina recaudadora (quién se la pone durante tanto tiempo: a quién le conviene Scioli “ahí”). Sabemos que se trata de la vida de un hombre experto en el equilibrio, en pisar esa línea que separa lealtad de obediencia, obediencia de conveniencia. Scioli construyó un camino que le gusta pensar con la palabra “coherente”. Un camino de lealtades constantes: fue el que iba a visitar al Menem preso, el que acompañó a Rodríguez Saa en su gobierno fugaz, el soldado leal de Duhalde y el kirchnerista testimonial que nunca rompió. No se lo pudieron sacar de encima ni Cristina, ni Macri, ni Massa. Le “pusieron a Mariotto” para controlarlo ideológicamente, y tras cuatro años Gabriel Mariotto aparece hoy como el primer kirchnerista llamando a encolumnar al peronismo detrás de Scioli. (Había un capítulo de Los Simpsons en el que Homero ganaba las peleas extenuando al rival, dejándose golpear hasta que al rival no le quedaran fuerzas que descargar.)
El libro es ágil y veloz, cualidades náuticas, y comienza con la descripción etnográfica del quincho de Villa La Ñata, la casa de Daniel y sus trofeos, la orfebrería que muestra su tribu: los poderosos de la política y los poderosos de la fama. Menem, Duhalde, Lucía Galán, Mercedes Sosa, Maradona, Bergoglio, Moyano, Balestrini, Fidel Castro, Shakira o Néstor se mezclan como en una santería curada por la omnipresente Karina Rabolini. Scioli, más que conservador, parece conservacionista de un país, de un pasado, de tradiciones y lealtades que no tirará a la basura. No tirará a Menem, a Duhalde o al kirchnerismo por la ventana, podría ser la certeza de quienes le temen. La Ñata, al final, es el museo del peronismo realmente existente de los últimos 20 años.
El libro guiona detalles del Scioli íntimo y el despliegue del –nunca tan bien usado– concepto de “carrera política” en ese espiral que lo saca del cántaro pavote de la fama y lo arroja al barro de la política, el teje y maneje de su micro-épica-física del poder de un cuerpo que aguantó todo y la conciencia espiritual de quien se cree destinado a ser Presidente de la Nación por una motivación inexplicable. Algo que sería universalizable (¿qué político no es en su intimidad un loco vestido de Napoleón imaginando la cima del poder?). El gran ausente del libro es la gestión bonaerense. Pero la vida de Scioli no tiene nada que ver con la realpolitik romántica y estilizada a la House Of Cards, sino con una sucesiva secuencia de rutinas y controles (qué come, cuánto corre, qué vino toma, qué foto oficial elige para publicar), el detalle demasiado real de las pastafrolas (su torta predilecta), su “miembro fantasma” (el brazo, la mano en la que aún siente crecer las uñas), su obsesión por una vida de protocolo e intimidad rota. No hay nada más público que la vida privada de Daniel Scioli. Porque, incluso, cuando el libro acaba de perimetrar esa “vida privada”, de describir su fondo, la sospecha o la esperanza es que exista un sótano inaccesible. Como si la cámara recorriera ese laberinto, esa cueva rupestre del poder, y de pronto parara y… ¿ya está? ¿Era esto? ¿Sólo esto? ¿La cancha de futsal adonde Scioli juega como un energúmeno? Un hombre sin ideas profundas, con una familia ensamblada, una hija tardíamente reconocida y una mujer “vuelta a amar” que completa un modelo familiar imperfecto, como su cuerpo. Algo más tiene que haber. La biografía de Scioli es un libro al que le faltan personajes. Por ahora, se presenta como el anverso de su último jefe, Néstor Kirchner, una personalidad desmesurada para construir para un “país normal”. Scioli, en cambio, se ofrece como una “persona normal” para administrar este país desmesurado.
Si fuera filmada por el monológico Oliver Stone, su flotación en las aguas barrosas del río buscando el brazo sería la clave psicologista de su retrato. Así como encontró siempre Stone una-escena-que-explica-a-un-hombre en sus biografías operísticas de Richard Nixon o Jim Morrison. Por ejemplo Morrison era un psicópata lírico porque de chico pasó mirando por la ventanilla del auto familiar a un sioux desangrándose al costado de la ruta y su padre, al volante, fue indiferente al dolor demasiado humano de ese indio del viejo Oeste civilizado. Scioli, cuando cierra los ojos, es un hombre flotando en el río que busca su brazo pero que decide perderlo. Scioli gobierna la resistencia de su cuerpo.
Si fuera filmada porOliver Stone, su flotación en las aguas barrosas del río buscando el brazo sería la clave psicologista de su retrato.
Dividido en capítulos cortos, el libro tiene la virtud de sobrevolar con los detalles necesarios la niñez y juventud de este hijo de la burguesía rápida. Familia radical, niñez en un suburbano opulento, hijo de padres  separados pero unidos y un contacto con el fuego de la historia en clave policial: un hermano secuestrado por –aparentemente– un comando del ERP. La empresa Casa Scioli regenteada por un padre de negocios que le enseñó al clan que la familia y la economía empresarial son una sola cosa maciza. Casa Scioli fue la aventura de venderle electrodomésticos a las clases medias urbanas en sus oleajes de consumo hasta que en los 90 se la comieron Frávega y Garbarino. Sus estudios en los años ’70 en el híperpolitizado colegio Carlos Pellegrini cuentan que no se politizó en esa marea, la política se explicará después como una continuidad del offshore, como cuerda del glamour y el deporte inventado a su medida que lo dejó dueño de un poder (la fama) difícil de invertir. Scioli es el tercero de la convocatoria exitosa de Menem: Reutemann, Palito Ortega y él. Su pase al peronismo fue mediado por el cálculo lógico de una generación: ¿dónde está el poder? En el peronismo. Scioli es naturalmente peronista. Lejos de esas otras formas identitarias mojadas en el río de sangre de la historia peronista.
Si en los ’70 llevó la vida adolescente de un banana con auto propio que iba de Ramos Mejía a Barrio Norte a aprender en la mejor escuela argentina pública, su roce con la época lo encontró brindando un flaco favor: donó un electrodoméstico de papá para una peña de la UES. Un televisor. Siempre estuvo del lado considerado de su clase: la masa de capas medias que consumen. Los chicos de la UES huían de esa casa familiar y su ideal de progreso: una vida de electrodomésticos y placer. Scioli les puso el trofeo en el sorteo. Scioli, un alumno más de la clase del progreso, se hizo deportista, famoso y popular y hoy aspira a conducir, también, a esos sobrevivientes de aquella guerra romántica a cuyo tren no se subió.
La Bristol es su playa, Mar del Plata es su contraste graso con el kirchnerismo demasiado progresista en su cultura. El “yerno ideal” según un focus group de Doñas Rosas de clases medias y populares. Eso lo hace a Scioli una esperanza reunificadora del peronismo, más democratizadora ante el tinte estalino de quienes quisieron hacer el control de calidad ideológica de un movimiento vitalmente complejo. El consumo es su prédica. El consumo es su sentido común. Un país de gente que consume. Y su ideología trasunta el desenvolvimiento lineal y literal de la palabra “desarrollismo”. Desarrollar, dice. Como una teoría del cuerpo, de la evolución humana. Construir un deporte, una secretaría de Turismo, una oportunidad. Desarrollismo es la palabra genérica, ahí donde el radicalismo familiar de la Casa Scioli y el peronismo oportuno de Daniel se anudan en un ideal: necesitamos gente que consuma, que compre, que pague en cuotas. ¿Y cómo construir las condiciones para el consumo? ¿Cómo llenar la Bristol de gente sin mover la copa? Scioli parece creer en la magia de la política como en la magia del mercado: cree que ambas tienen manos invisibles. Que debe existir un punto de acuerdo. Una suerte de negociación sin derrotados. Sin vencedores ni vencidos.
En 1995 el poeta rosarino Martín Prieto escribió un monumental poema llamado “Poesía & Política” y que podría rematar perfecto el espíritu de la teología sciolista. El minimalismo político de mano invisible que es, de algún modo, lo que hasta hoy conocemos de este acertijo. Leamos con paciencia:
Una mujer desprovistade la gracia que ofrece el pasadoy un hombre de la que potencia el dolor:una pareja transparentetomando sol en una playa municipalcuando unos remeros pasan en una canoay perturban el horizonte adornadopor una isla verde. (La políticaque pareciera estar fuera del cuadroes la misma que lo sostiene.)

¿Cuál es la conjetura de este libro, más allá de las descripciones sabrosas y su chismografía? Ofrecer el espejo lo más sincero posible de un hombre lineal. Y casi por efecto del objeto: ¿cuánto más se puede decir de Scioli? ¿Cuánto de lo que hasta hoy fue y es Scioli nos podrá decir para saber cómo sería su presidencia? ¿Lo que supimos de Alfonsín, de Menem, de Néstor Kirchner o de CFK alcanzó para saber cómo serían sus gobiernos? ¿Gobernar la Nación no es, acaso, “ser otro”? ¿Será naturalmente, fatalmente, de derecha?
Scioli construyó la imagen que Durán Barba realmente idealizó: la del político víctima. Y la provincia de Buenos Aires le calzó perfecto: lo mandaron a Vietnam, y ni Patacones podía imprimir. Y sin embargo… ahí está. “Midiendo”. Scioli es una imagen voladora que nunca conocimos con poder. En este sentido, es un liderazgo inusual, extraño en el país y el partido de los caudillos, siempre ejerció un poder ortopédico, un poder prestado. Sólo Scioli fue capaz de inventar este estilo. ¿Llegará el día, su día, su día predestinado, y será su propio jefe?

lunes, 16 de marzo de 2015

Fernándo De La Rúa: El acuerdo UCR-PRO expresa “una renovación trascendente por el cambio de poder en Argentina”

Gentileza: Radio del Plata
“Hay que respetar lo que se resolvió en la Convención. Lo importante fueron las decisiones dadas con miras a una renovación trascendente por el cambio de poder en Argentina”, señaló De la Rúa en declaraciones a Radio Del Plata.
Para el ex mandatario, que llegó a la primera magistratura tras ganar las elecciones de 1999 como candidato de la Alianza, pero que debió renunciar dos años después en medio de una grave crisis, “la UCR le dio a la sociedad un ejemplo de diálogo y debate”.
“Hacía falta que un partido como la Unión Cívica Radical mostrara cómo se resuelven las cosas hablando, discutiendo y respetando la decisión de las mayorías”, señaló con respecto al encuentro que el radicalismo celebró en Entre Ríos.
En relación al clima que se vivió en la Convención, De La Rúa afirmó que lo que sucedió allí “no significó una ruptura”, y que se trató de “fuerzas que se unen porque saben que en la dispersión no se construye”.
“Estoy contento con la forma en que se desenvolvió la Convención y es lo que destaco. Lo del fin de semana no fue una ruptura. Simplemente se unieron fuerzas que en la dispersión no se construyen”, enfatizó.

La incomodidad PRO Por Matías Castañeda

El concierto nacional y popular tiene una llamativa incomodidad para abordar el rendimiento electoral del PRO. Pareciera, como dice un amigo, que todo el análisis ser resume a “Macri malo, Macri malo”. Sucede que desde la fundición de Compromiso para el Cambio, a la vez que Mauricio se rebajaba el bigote hacia la conformación de la Propuesta Republicana, el sueño hecho realidad del partido de derecha democrática no ha parado de crecer y establecerse.

Cristalizado en la Ciudad de Buenos Aires, Macri se lanza a la aventura nacional garantizándose el distrito porteño y metiéndose en el bolsillo la electoralmente importantísima Santa Fe, con el tándem Del Sel – Reutemann. Si logra establecerse como el candidato antikircherista más puro puede establecerse como segunda y hasta como primera fuerza nacional y apostar a ganar en un eventual balotaje.

Lo cierto es que desde su experiencia capitalina demostró tener un conocimiento bastante acabado del porcentaje que lo vota, que plebiscitan su gestión, con el que le alcanza para ganar. Se suele decir que hay un tercio del electorado kirchnerista, un tercio anti furioso, y un tercio en disputa. También se puede establecer que hay un 45 por ciento que votaría exclusivamente a candidatos panperonistas. Quizás más, pero no menos. Para impedir que Macri logre quedarse con ese tercio o que se plante dentro del peronismo, habrá que demostrar algo más que que Macri sea malo.

En su distrito madre, Santa María de los Buenos Aires, Horacio Rodríguez Larreta corre con el caballo de comisario pero compite en la interna con el dirigente con mayor andamiaje territorial, Cristian Ritondo, mientras que libre, tomando todo lo que es independiente y bienintencionado, anda Gabriela. Aún es pronto para definir nada pero acá se dará la sucesión de la CABA y una de las batallas más interesantes que la interna de este año otorgará mediante las PASO.

Mauricio Macri con su gestión “despolitizada”, gerencial, con sus metrobuses, sus inglés de primer grado, sus rejas, su trato vecinal, su levedad ideológica, su custodia mediática, su pauta, su Durán Barba, su embajada, su adhesión patronal, conquista un voto de clase media que no “quiere confrontar” ni ceder conquistas económicas. Se aproxima su primera peripecia presidencial, ahí veremos su alcance. Seguirá siendo malo, pero a lo mejor ya será tarde para analizar cómo hacer para que no llegue a la presidencia, por lo votos, la derecha.

Diario Registrado

EL TESTIMONIO DE HECTOR POMBO SOBRE LOS VUELOS DE LA MUERTE DESDE LA BASE AERONAVAL DE EZEIZA “Por el sonido del camión te dabas cuenta”

Un avión DC3 que perteneció a la Armada, actualmente en Ushuaia.

Pombo hizo la conscripción en 1977 en Ezeiza y, en esta entrevista, cuenta cómo eran los operativos en los que los secuestrados eran trasladados. “Entraban camiones con gente. Iban para el hangar y más o menos a la hora salían los aviones”, dijo.

Por Alejandra Dandan

Héctor Augusto Pombo hacía la colimba en 1977 en la Base Aeronaval de Ezeiza. Tenía 18 años. Después de un período de instrucción en Punta Indio pasó a hacer tareas administrativas con oficiales de carrera en el hangar de la Armada. No conoció de mecánica de aviones pero sí conoció, por ejemplo, el DC3, uno de los aviones de los vuelos de la muerte. Sabía reconocer el sonido y le corrió escalofríos un día, en pleno vuelo, cuando un suboficial parado frente a la puerta abierta le tocó la espalda y le dijo que con un empujón tiraban a los paracaidistas. Pombo tiene ahora 57 años. Y una bruma espantosa en la voz. La semana pasada habló de todo esto frente a los jueces del juicio ESMA, por video conferencia desde Mendoza, pero su aporte más importante fue otro relato sobre los camiones de la muerte.

–¿Cuál era su función en Ezeiza?

–En el ’77, hice el servicio militar, en Punta Indio la instrucción y después me derivaron a Ezeiza. Me dijeron de trabajar en una oficina con unos oficiales ayudando a un cabo en tareas administrativas. Las oficinas en realidad eran parte del hangar donde estaban los aviones. Y lo llamativo, lo que en realidad declaré, lo raro que me pasó, es que nosotros habitualmente hacemos guardias. Yo hacía menos que los demás, porque los que venían de las provincias no iban a sus casas. Yo me iba todos los días a mi casa y volvía y ellos trataban de quedarse en las guardias.

–¿Qué sucedió?

–En dos o tres oportunidades, nos sacaban a los conscriptos de las guardias. Nos reemplazaban por los militares de carrera, digamos. Nos encerraban en el lugar donde dormíamos. Ponían marineros en la puerta para que no pudiéramos salir. Y en las ventanas. Y nos decían que no podíamos salir. Nos llamaba mucho la atención lo que sucedía, ¿por qué nos encerraban? Entonces todos nos asomábamos por las ventanas, que eran unos ventiluces en los baños, para ver qué pasaba. Y por la guardia entraban camiones con gente. Iban para el hangar y más o menos a la hora, salían los aviones y ahí se retiraban los camiones. Nosotros, yo, supuse en ese momento que eran traslados de detenidos. Que los llevaban a otra provincia, a otro lugar. Nos asustaban muchísimo. Nos decían los marineros que no podíamos ni hablar ni preguntar, que si alguno nos veía mirando por las ventanas... Eso es lo que más llamaba la atención: el miedo, la forma en la que nos asustaban. Lo que veíamos no nos parecía tan grave, pero después con los años y las cosas que se fueron conociendo, uno ató hilos y vio qué es lo que podía pasar.

–¿Qué entendió de aquello?

–Yo entendí con los años, cuando se empezó a hablar de los vuelos de la muerte que debería ser eso. Por esa cosa de tanto miedo que generaban. Que no podíamos mirar. Que nadie nos podía ver que mirábamos esos camiones con la gente.

Quienes trabajan en la causa ESMA saben que los Electras, los DC3 y los helicópteros se usaron en los vuelos de la muerte, porque cumplían con las dos condiciones principales: autonomía de vuelo y capacidad de lanzar cargamento en vuelo. La Base Aeronaval de Ezeiza (BAEZ) es uno de los lugares de despegue que está en investigación. Ezeiza era la sede de la Segunda Escuadrilla Aeronaval de Sostén Logístico Móvil (EA52) con aeronaves Fellowship Fokker F-28, Hawker Siddeley HS-125 Domine y Douglas DC3. La escuadrilla pertenecía a la Fuerza Aeronaval 3. Uno de los acusados de este juicio es Rubén Ricardo Ornello, suboficial retirado de la Armada, mecánico aeronáutico de esa escuadrilla aeronaval.

–¿Qué llegaron a ver de los camiones? ¿A qué hora era?

–Me preguntaron eso en el juicio. Un abogado (de la defensa) me hostigó mucho. Me pedía mucho detalle. Yo le expliqué cuál era la situación, que era de noche. Que casi no podíamos mirar. Que los pibes se asomaban así, se empujaban. Decían: ¡el camión!, ¡camiones con gente!. El abogado me preguntaba cada vez con más detalle y en realidad creo que me quería llevar a un nivel de detalle en el que yo dijera que no sabía.

–¿Podían ver el traspaso de los camiones al avión?

–No, porque los camiones hacían un recorrido por afuera del caminito por el que íbamos nosotros, el camino al hangar, por afuera. A los hangares se entraba por atrás. A partir de ahí no se ve nada. Lo que se oía es que una hora más tarde más o menos salían los aviones.

–¿Qué aviones eran? Usted mencionó a los DC3.

–Yo no entendía de aviones, de mecánica. Lo que pasa es que estuve un año ahí. Sí puedo reconocer en una foto cuál era el avión. Yo viajé en ese avión. Me llevaron una semana a Ushuaia. Yo viajé en ese avión. Se podía viajar con la puerta abierta. Y tenía como una manija para agarrarse. Y uno podía estar en la puerta agarrado.

–¿Le tocó viajar agarrado?

–En realidad, un suboficial, creo que estaba ahí, me mostró que uno se podía agarrar de ahí y a mí me dio mucha impresión porque me tocó la espalda y me dijo que con un empujón tiraban a los paracaidistas. Que así era.

–¿Podría decir entonces si el sonido del avión era el mismo del que oían despegar?

–Sí, sí.

–¿Era familiar?

–No era habitual que despegaran aviones de noche. Y eso coincidía con estos momentos. Yo até cabos después cuando se empezaron a conocer las cosas. Que los encierros que nos hacían, esa cosa tan peligrosa de los camiones, la hora de salida y que después se iban los camiones.

–¿Con qué frecuencia pasaba?

–Yo hice pocas guardias. Deduje que si yo, que hacía pocas guardias, lo viví tres veces, los demás chicos que hacían muchas guardias lo habrían visto más.

–¿Que días hizo guardias?

–No, no sé.

–¿Cuántas personas vio que podían entrar en el avión?

–Este no tenía asientos. Tenía dos o tres aislados. Era como para un grupo grande. Podían ir como en las películas que van los paracaidistas en el piso a los costados. Y van acercándose a la puerta. Es un avión chico.

–¿Veinte personas?

–Por ahí más.

–Los sobrevivientes mencionan que cuando los guardias llamaban a los detenidos para los traslados, los grupos podían ser de cuarenta personas.

–Tal vez sí. Es muy difuso el recuerdo. Entran camiones con gente. El sonido sí se notaba del camión, porque el sonido cuando va cargado, lleno, a cuando va vacío, se notaba. Va más ligero cuando el camión descarga. Y eso sí se notaba por la velocidad en que iban los camiones que habían descargado. Que estaban vacíos. Por el sonido del camión te dabas cuenta.

–¿Quiere decir algo más?

–Con los años se supieron muchas cosas. Se empezó a hablar de los vuelos de la muerte. Me parece una cosa monstruosa que alguien sea capaz de tirar a otro ser humano vivo de un avión al agua, me parece monstruoso. Todas estas sensaciones que tengo ahora no las tenía en ese momento, no conocía nada de eso.

16/03/15 Página|12

El Estado y los desafíos a futuro Ganar la batalla cultural Por Oscar Valdovinos *

El capitalismo protagoniza una etapa de su historia compleja, paradójica y contradictoria. Nació impiadoso y salvaje y provocó una tragedia social mayúscula. En nombre de la libertad, consagró la explotación como piedra angular del sistema. En nombre de la igualdad de los hombres ante la ley, estableció el contrato de trabajo como instrumento de incorporación de los trabajadores al servicio de un empleador, con notorios resabios de naturaleza dominial y una impronta de sumisión. En nombre de la autonomía de la voluntad, prohibió –y castigó como delito– la interferencia sindical y relegó al Estado al papel de guardián de la vida y hacienda de los propietarios, con estricta abstinencia en materia económica. En ese orden de cosas, todo estaba reservado a la voluntad del mercado que ordena la economía, asigna los recursos y corrige las eventuales y transitorias dificultades. La “mano invisible del mercado” –proclamada en el siglo XVIII por Adam Smith y aún vigente, por lo menos para los socialistas vernáculos, según notable confesión del bueno de Hermes Binner–, en su infinita sabiduría, organiza la producción y distribuye los bienes conforme a un orden que es “natural” en el modo de producción capitalista.

No obstante, promovió un desarrollo extraordinario de la producción y la riqueza, del conocimiento científico y de su aplicación a los procesos productivos. Aquel liberalismo, el clásico, asoció ese progreso a la combinación virtuosa de la libertad y la propiedad y se asumió como sumo sacerdote y guardián del nuevo ordenamiento que avanzaba sobre el planeta, transformándolo. Sobre esas bases, un nuevo bloque histórico se hizo del poder y gobernó el mundo, no sólo en virtud de su capacidad de dominación física sino porque impuso su pensamiento, su visión de las cosas, su concepto de cómo debía ser y funcionar la sociedad y le imprimió sentido al conjunto social. Es decir, devino hegemónico, en tanto no sólo tomó el control del Estado y asumió la dirección política de la sociedad, sino también su dirección cultural hasta lograr la universalización de sus intereses corporativos (Gramsci y sus comentaristas, Broccoli, Portantiero, Hobsbawm, Anderson).

Por supuesto, ni las hegemonías ni las fases de la historia son eternas. El dominio capitalista, especialmente en su dimensión de supremacía cultural, comenzó a ser disputado. El movimiento sindical, el pensamiento socialista, el socialcristianismo, el avance de las instituciones democráticas tuvieron que ver con esa disputa que transitó dos siglos, opusieron otros valores al pensamiento hegemónico y lograron, progresivamente atenuar abusos y limitar excesos. Hasta que, promediando ya el siglo XX, luego de la segunda guerra mundial, se instauró en los países del capitalismo avanzado y en algunos de desarrollo incipiente el llamado Estado de Bienestar. A partir de entonces, mediante una fuerte intervención estatal en la economía y en las relaciones sociales, y aplicando un régimen tributario severo que hizo posible sustentar un sistema de seguridad social efectivo, sin afectar las bases del modo de producción capitalista, surgió una sociedad más igualitaria, equitativa y solidaria. En parte conquista popular y progresista y en parte táctica defensiva frente a la amenaza del bloque formado en torno de la URSS, el Estado de Bienestar fue una experiencia tan interesante como efímera. Apenas duró 30 años –en términos históricos, sólo un instante fugaz– y sus cimientos comenzaron a resquebrajarse, a mediados de los pasados años ’70, desnudando de nuevo el rostro más duro del capitalismo. La ilusión duró lo que un trozo de hielo bajo el sol y el capitalismo devino, otra vez, salvaje (son palabras de Francisco).

Las causas, sin duda, fueron múltiples. Desde la caída de la tasa de ganancia industrial hasta la exuberante multiplicación de los activos financieros. Desde el aumento del precio del petróleo hasta la nueva revolución tecnológica. Y también, sin duda, el colapso del llamado “socialismo real”, que allanó el camino hacia un capitalismo más consagrado a la especulación que a la producción, global y financiarizado, sin reglas, regulaciones ni ataduras de ninguna índole. Se adornó, filosóficamente, con los aportes del llamado neoliberalismo.

El Estado de Bienestar argentino. La Argentina vivió las dos experiencias muy intensamente. Con el primer peronismo, se estableció un Estado de Bienestar propio –el más significativo del Tercer Mundo–, con sabor a conquista antiimperialista en un proceso que conllevaba, como objetivos también sustanciales, la afirmación de la autodeterminación económica y política. Y a partir de 1976, con la dictadura, se experimentó la destrucción, a sangre y fuego, de todo cuanto tuviera sentido de acción y creación colectiva, desde los partidos políticos populares hasta las organizaciones sindicales y sociales de cualquier tipo. Y más tarde, en los ’90, bajo el manto del peronismo, la desviación de un grupo que traicionó prolijamente todos los principios fundantes de la tradición nacional y popular para entregar la economía del país al capital externo, completar un proceso de endeudamiento atroz, desguasar el Estado, aniquilar el empleo y entregar la conducción de la Nación a un núcleo neoliberal fundamentalista e irresponsable.

Así se completó un proceso de regresión histórica que, durante la etapa de Alfonsín, tampoco fue detenido, pues después de la pronta separación de Bernardo Grinspum de la conducción económica y del ensayo gatopardista de Parque Norte (remedo gramsciano limitado a la consolidación superestructural de la democracia republicana, inspirado por Juan Carlos Portantiero en una etapa que no fue la más feliz de su trayectoria), todo quedó pronto para el golpe de mercado. Y el neoliberalismo, en estado de latencia.

Entre las consecuencias más graves de cuanto pasó en la Argentina en el último cuarto del siglo pasado y en el inicio de éste, junto al terrorismo de Estado y su secuela sangrienta, a la destrucción del aparato industrial y a la expulsión de millones de compatriotas hacia los márgenes de la sociedad, es imposible no mencionar la regresión ideológica y cultural. 

Primero se desprestigió al Estado, imputando a su intervención en la economía la responsabilidad por todos los males del país. “Achicar el Estado para agrandar la Nación” fue el lema imperante. Y después, con mayor sutileza, en clave subliminal, se inoculó un individualismo maximalista, asociado a la idea de que sólo el éxito personal justifica la vida y que sólo se triunfa si se alcanzan las metas económicas que cada uno se pro-pone. La consecuencia no fue otra que el “sálvese quien pueda” y la consiguiente exclusión de toda concepción solidarista.

La ruta de la Patria Grande. La idea de lo colectivo, desde sentirse parte del pueblo y corresponsable del destino de la Nación, hasta identificarse con la clase o grupo social al que se pertenece y con el que se está unido por comunidad de intereses, fue arrumbada. Los colectivos que hicieron posible ser parte de la Patria Grande Latinoamericana y del sujeto social y político llamado a construir un país justo y solidario fueron quebrantados. En primer lugar por la dictadura, hasta físicamente, y luego por el neoliberalismo, con su prédica y su instrumentación del consumo desenfrenado y “jerarquizado”, funcional a un sistema productivo dedicado a la producción de series cortas de productos de alto valor unitario y a una economía simbolizada por los derivados financieros. De tal modo, los colectivos se partieron y hoy es posible que sectores de clase media asalariados abominen de los sindicatos y que miembros de la clase obrera tradicional desprecien a los “negros” del mismo modo que los habitantes de un country de Pilar los desprecian a ellos. 

El otro factor imposible de obviar radica en la extraordinaria importancia adquirida por los medios de comunicación masiva que, imbuidos ya de la posibilidad de moldear la opinión pública, los gustos y las inclinaciones de los consumidores, reproducen de manera cotidiana e incesante, hasta perforar las mentes e invadirlas, aquellas categorías ideológicas. El hecho es que, entre los ’70 y los ’90, el virus se esparció en el conjunto de la población, atravesando transversalmente todas las clases sociales y generando, sobre todo en las más vulnerables y menos pudientes, un estado de frustración y angustia que se emparienta con muchos de los problemas que hoy preocupan a la sociedad.

El neoliberalismo fracasó. En la Argentina y en el mundo. Ese fracaso se exteriorizó, aquí, en la crisis de principios de siglo y, en el mundo, en la de 2008, cuyas consecuencias aún no desaparecieron. Cuando mayor es el potencial productivo a nivel mundial y más impactante la acumulación de riqueza, más injusta es su distribución, más se profundiza la desi­gualdad y la exclusión social deviene estructural y crónica. No obstante, por una suerte de efecto inercial fortalecido por la deserción imperdonable de la izquierda europea –vacía de todo pensamiento alternativo–, el pensamiento neoliberal sigue prevaleciendo y los círculos más concentrados del poder económico y político internacional replican e imponen sus recetas.

El país, en la última década, recuperó la centralidad de la política y del Estado, puso en pie el aparato productivo, creó empleo y mejoró sustancialmente la distribución del ingreso. Pero no logró que se tomara conciencia plena del significado de esos logros y de cuáles fueron los instrumentos para alcanzarlos ni de cuales serán los necesarios para preservarlos y profundizarlos, para seguir avanzando.

Es imprescindible restaurar el sentido de lo colectivo, reinstalar la solidaridad al tope de la escala de valores y convencer al bloque potencial de que sólo unidos se puede construir el país justo en el que todos aspiramos que nuestros hijos puedan crecer y realizarse plenamente. A todo el esfuerzo realizado habrá que sumarle una función constante de prédica y ejemplo, el uso honesto de los medios que la tecnología pone a disposición y una transformación profunda del sistema educacional para que vuelva a servir, con eficacia y excelencia, a la causa de la Nación y del pueblo.

Hasta que quede claro y absolutamente asumido que, hoy, libertad e igualdad tienen como condición de existencia la inclusión y que éste –siguiendo a Tarso Genro– es requisito insoslayable para el ejercicio de la democracia.

Si no se gana la batalla cultural todavía pendiente, jamás se sentirá haber construido en terreno sólido.

*Abogado laboralista, especializado en Derecho Colectivo de Trabajo.

15/03/15 Miradas al Sur

El chotoperonismo Por Carlos Barragán

Esta semana nos enteramos de que Mauricio Macri, el último peronista virgen, le escribió a la embajada de China para que no hiciera inversiones en la Argentina. Un pedido un poco sorprendente viniendo de alguien que no nos tiene acostumbrado a presentar escritos de ningún tipo. Hay dos cosas para pensar sobre esta actitud de Macri. O es un turro que quiere que al país le vaya muy mal, o se volvió tan peronista que está haciendo todo lo posible para que se haga realidad el "vivir con lo nuestro". Con el peligro de no saber qué entendió Mauricio cuando le dijeron que hay una cosa peronista que se llama "vivir con lo nuestro". Me lo imagino charlando con Rodríguez Larreta "Horashito, tenemosh que vivir con lo nuestro, viejo! Con nuestros empresharios, con nuestros jueshes, con nuestros boys de la embajada, boló! "Vivir con lo nuestro", captás? Qué grosho que es ese Aldo Ferreres, man!"

Esta semana tuvimos un par de malas noticias que provienen de un peronismo que algunos llaman peronismo de derecha, otros peronismo clásico, y otros peronismo choto. A mí no me molesta llamarlo de esta última manera que me parece la más acertada. Porque si uno piensa en sus representantes, un Duhalde, un De La Sota, un Lole Reutemann. Y es más difícil probar que sean de derecha o clásicos, a probar que son unos chotos. De este peronismo, el chotoperonismo, Ramón Puerta –muy amigo del último peronista virgen– nos confirmó su pertenencia política cuando le descubrieron a sus peones allá en Misiones viviendo como esclavos. Su hogar eran unas lonas de plástico, sin baño, sin heladera, comiendo comida podrida y durmiendo en el piso. Cobraban $ 1800 por mes, y toda esa plata les hubiera quedado limpia si Puerta no les hubiera cobrado alquiler por las lonas. (Ojo, no es que Puerta sea un hijo de puta, es que las lonas no eran de los peones). Y es feo que un chotoperonista argentino se identifique así con los países serios, reproduciendo las condiciones de vida de los refugiados africanos en Italia o en España, o las condiciones de vida de los refugiados del Katrina en los EE UU. De todas maneras no hay que preocuparse porque el Momo Venegas, el representante sindical de los peones de campo, ya debe haber salido para allá, con los ojos llenos de lágrimas por tanta injusticia, temblando por la furia que da la indignación, y a esta hora ya estará allí para darle todo su apoyo a Puerta por este ataque brutal y traicionero de su peonada. Es que al peón vos le alquilás un toldo para que no se moje, y encima te critica, che. El Momo es un gran ejemplo para los peones a quienes no defiende. Él representa cabalmente cuál es la lucha del chotoperonismo: pasó de ser un trabajador del campo a codearse con la gente de la Sociedad Rural que explota a los peones. Si eso no es movilidad social, la movilidad social qué es? 

La otra mala noticia nos la dieron los hermanos macana: el Adolfo y el Alberto Rodríguez Saá, adherentes a un chotoperonismo menos destrutivo y más cósmico y más cómico. Más preocupado por los contactos con extraterrestres del tercer tipo, y también por los contactos con señoritas de cualquier tipo. Y cito aquella película del Gordo Porcel porque los Rodríguez Saá parecen salidos de un guión de Hugo Sofovich. Bueno, el asunto es que estos hermanos decidieron tener su representante político en la Ciudad de Buenos Aires y pudiendo elegir entre un montón de gente más o menos normal, más o menos lúcida, más o menos chotoperonista, fueron a buscar a un muchacho con problemas. Su nombre es Ivo. Y le hicieron una campaña con afiches con su cara y este tipo de leyendas: "menos IVA, más Ivo" y "act-Ivo" y "a la delicuencia un correct-Ivo" y "bajemos el boleto del colect-Ivo" y "un candidato sorpres-Ivo" y la mejor de todas: "yo estoy, Ivó?" Y esto es verdad.

Le cuento que cuando terminé de escribir la frase anterior me levanté a renovar mi mate que estaba más lavado que las cuentas del HSBC. Ya que estaba ahí, lavé todos los platos. Acomodé unas verduras que había que guardar en la heladera. Volví a la computadora y no se me ocurrió nada que fuera más divertido que "yo estoy, Ivó?". No es que me sienta devastado, pero como humorista es un poco humillante que los encargados de una campaña política sean mejores que uno. Y si uno se pone serio, habría que agarrar a los hermanos cósmicos de San Luis y hacerles un juicio penal por amenazar la seguridad de toda la población de la ciudad capital por tirarnos con semejante mono con navaja. Y esto con la horrible desventaja de que Ivo es el único candidato capaz de hacernos pensar que Macri es un tipo rev-Ivo. (Perdón pero no me aguanté.)

Para finalizar: un comentario que no es ad-hoc

El juez Ercolini rechazó el pedido que hizo el fiscal para indagar a los acusados por el caso Papel Prensa argumentando que no hay pruebas suficientes. Es una pena que no haya un dudoso certificado 08 de algún Ford Fairlane modelo '76 de Magnetto, porque ahí sí que estarían todos en cana. Es que para los jueces serios las buenas pruebas vienen del registro automotor. Porque un juez serio, querido lector, sabe que su honorabilidad no depende de su honorabilidad, sino de un par de diarios que entre whisky y whisky hacían negocios con los genocidas.

iNFO|news

En el cementerio La Piedad, uno de los más grandes de Rosario El Equipo de Antropología Forense identificó a cuatro desaparecidos

Carlos Raúl Racagni era militante de la JUP y de Montoneros.

Por Juan Manuel Mannarino
Fotos: Infojus Noticias

Son Miguel Ángel Rubinich, Irma Edith Parra Yakin, Jorge Luis Ruffa y Carlos Raúl Racagni. Los tres primeros fueron sepultados como NN y el último fue inhumado con un nombre falso. El fiscal Federico Reinares dijo a Infojus Noticias que con los hallazgos se reactivan los casos en las diferentes causas de lesa que están en proceso en Rosario y Santa Fe.

El cementerio La Piedad es uno de los más grandes de Rosario. Fundado en 1886, tiene 40 mil sepulturas. Entre 1976 y 1983, los militares usaron el lugar menos visitado para enterrar, de forma clandestina, a un grupo de desaparecidos. Ese sector es donde están las sepulturas en tierra de los NN: pobres, indigentes, familiares no reconocidos, sin lápidas ni flores ni cartas. Esta semana, el Equipo Argentino de Antropología Forense (EAAF) identificó a cuatro cadáveres que habían sido exhumados de esa parte del cementerio. “En 1984, a partir de una causa de lesa humanidad en la región, se abrió la investigación por la posible aparición de cuerpos en el cementerio. Y hasta ahora, ya llevamos 14 identificaciones. Se logró demostrar que los militares utilizaron el método de los enterramientos clandestinos como método sistemático para desaparecer los cuerpos”, dijo a Infojus Noticias el fiscal Federico Reinares, de la Unidad Fiscal de Derechos Humanos de Rosario.

Desde la Unidad confirmaron que se trata de Miguel Ángel Rubinich, Irma Edith Parra Yakin, Jorge Luis Ruffa y Carlos Raúl Racagni. Los tres primeros fueron sepultados como NN, mientras que el último fue inhumado con un nombre falso. “En general, los enterramientos que hicieron los militares fueron en fosas comunes y como NN, por lo que sorprende que hayan sepultado a Racagni con el nombre apócrifo de Juan José Martínez”, aclaró Reinares. En un informe de la fiscalía al que tuvo acceso esta agencia, se detalló el procedimiento por el cual los militares usaron el cementerio La Piedad de manera sistemática y en el marco del genocidio.

“Hasta el momento, a los 14 identificados los ubicamos entre los años ‘77 y ‘78. Trabajamos sobre 130 sepulturas de NN, todas en tierra, entre los sectores 74 y 75 del cementerio. Eso no quiere decir que estemos hablando de 130 desaparecidos, porque por ahora identificamos una ínfima cantidad aunque el trabajo de la EAAF sigue en proceso”, dijo Reinares. A Rubinich lo desaparecieron en octubre de 1976; a Parra Yakin, el 4 de noviembre de ese mismo año. Y a Racagni lo mataron e hicieron pasar el crimen por un supuesto “enfrentamiento” con fuerzas de seguridad el 20 de octubre de 1976.


Irma Edith Parra Yakin
“Tu recuerdo se hace grande y tu lucha alimenta mi sonrisa”

Ruffa fue secuestrado el 28 febrero de 1977 y asesinado el 17 de marzo de ese año. Oriundo de San Luis, se había recibido de arquitecto en Rosario. Era profesor de la Universidad Tecnológica de Venado Tuerto, militaba en la Juventud Peronista y tenía 34 años cuando fue secuestrado. Había sido visto por última vez en el centro clandestino de detención La Calamita. Por su asesinato fueron juzgados los represores Jorge Fariña y Juan Daniel Amelong, condenados a prisión perpetua por 21 casos de secuestros, 11 de ellos seguidos de torturas y por lo menos 10 homicidios.

Irma Parra Yakin nació en San Juan y fue secuestrada cuando tenía 37 años. Era militante de Montoneros junto a su marido, Jorge Elio Martínez, que también desapareció pocos meses después. Según relató su hijo Fernando, sus padres se conocieron cuando ella ya era maestra y estudiaba psicopedagogía en la Universidad Católica de Cuyo, donde el padre cursaba la carrera de Derecho, por los años ‘70. Ya militaban en Montoneros y hacían trabajo social en los barrios del Gran San Juan. Al año siguiente de conocerse nació Fernando, que poco recuerda de sus padres porque desaparecieron cuando apenas tenía 5 años.

A Racagni le decían “El Monito” y en 1970 había ingresado a la Facultad de Ciencias Económicas de Santa Fe. Fue militante de Juventud Universitaria Peronista (JUP) y Montoneros. Lo mataron el 20 de octubre de 1976 a la edad de 25 años. Su sobrino Federico, que no lo conoció, escribió no hace mucho: “Todos los octubres, todos tus octubres. Tu recuerdo se hace grande y tu lucha alimenta mi sonrisa. Y en cada pibe pobre que pide limosna, veo tus ojos tristes (...) Gracias. Por tu compromiso. Por tu generosa lucha. Y un fuerte abrazo donde quiera que estés”.


Jorge Luis Ruffa
“Se corta el efecto de la desaparición”

En la investigación de la Unidad Fiscal, además, se precisó que los enterramientos clandestinos no fue el único método que se usó para desaparecer los cuerpos. “Un mecanismo eficaz de los represores fue el de arrojar cadáveres a la vera de las ruta. Y otro fue el de sepultar desaparecidos en los campos militares. Como ejemplo del segundo, tenemos comprobada la existencia de enterramientos en el centro clandestino Campo San Pedro”, enfatizó Reinares.

El predio militar Campo San Pedro está ubicado a unos 50 kilómetros de la ciudad de Santa Fe, cercano a Laguna Paiva, y fue señalizado como “sitio de memoria” por la Secretaría de Derechos Humanos de la Nación. En 2009, y a raíz de las denuncias de organismos de derechos humanos, el EAAF halló en ese territorio militar los restos de cinco hombres y tres mujeres con evidencias de haber sido asesinadas. Hasta el momento fueron identificados los cuerpos de Oscar Wilkelman, María Esther Ravelo, María Isabel Salinas de Bosso, Carlos Alberto Bosso y de Gustavo Adolfo Pon, jóvenes militantes políticos que permanecían desaparecidos desde sus secuestros en Rosario, entre agosto y septiembre de 1977.

En relación a los cadáveres que los militares “tiraban” en las rutas, el fiscal Reinares especificó que se trató de un procedimiento particular. “Los cuerpos eran arrojados casi a las entradas de los pueblos santafesinos. Eso no era casual, porque cuando los encontraban se los llevaban a los cementerios de dichos pueblos y los enterraban de forma clandestina”, dijo. El informe cita los cruces entre los libros de ingreso del cementerio y los datos de la investigación que maneja la Unidad sobre los secuestros y las desapariciones. De ese modo, el EAAF procede a la identificación de los cuerpos.

Sobre el valor simbólico de las últimas cuatro identificaciones, Reinares dijo que “se resuelve la cuestión reparatoria” y, a nivel jurídico, se reactivan los casos en las diferentes causas de lesa humanidad que están en proceso en Rosario y Santa Fe. Para el fiscal, “es importante porque se corta el efecto de la desaparición y se calma la angustia de los familiares. Con la aparición de los cuerpos tenés un dato positivo. Se resuelve el cuándo, porque sabemos que fueron enterrados en los cementerios. Pero la justicia, ahora, tiene el desafío de saber el por qué y el cómo”.

La repercusión en los familiares

El abogado de la APDH Rosario, Norberto Forestí, enmarcó la noticia en un "sentimiento de dolor y emoción al que no podemos llamar alegría". A la familia Ruffa la noticia del descubrimiento de los restos les llegó un día antes del aniversario de su secuestro y a 38 años de su asesinato. Diez años atrás, los hermanos Ruffa habían dado muestras de sangre al banco de ADN de familiares de desaparecidos. La fosa del cementerio donde encontraron "parte del cuerpo de Jorge Luis, era un enterramiento común, que contaba con más de 100 cadáveres aproximadamente, enterrados en 7 u 8 capas, según el momento de la muerte", explicó Raúl, hermano de Jorge Luis.

"Identificarlo no fue fácil porque luego del fusilamiento, su cuerpo fue calcinado en un auto. Los datos que los forenses armaron, con una paciencia de hormiga, tenían como antecedente el testimonio de la esposa de un detenido que fue dejada en libertad, y lo asentado en el cementerio, donde constaba que el cuerpo había sido enterrado el 17 de marzo de ese año", recordó.

Fernando Martínez, hijo de Irma Edith Parra Yakin, se había hecho un ADN hace unos tres años, para formar un banco de datos de familiares de desaparecidos en todo el país. “Cuando me enteré fue como un shock, lloré mucho, pero ahora siento alegría porque por fin voy a tener el cuerpo conmigo”, dijo el joven, que milita en la agrupación HIJOS, en una entrevista periodística.

La fiscalía informó que los trabajos fueron realizados por el EAAF y estuvieron a cargo del licenciado Miguel Nieva. Los estudios genéticos posteriores de las muestras tomadas de los cuerpos fueron concretados por el laboratorio “The Bode Technology Grop Inc.”, de Estados Unidos, y el Laboratorio de Genética del EAAF, en Córdoba, en el marco de la Iniciativa Latinoamericana para la Identificación de Personas Desaparecidas (ILID).
Infojus Noticias