La figura del fiscal Alberto Nisman es por estas horas fruto de un tironeo político que no hace más que poner de relieve la incapacidad de construcción del espacio opositor.
En nombre del fiscal fallecido se convocan marchas, se agita políticamente y se hacen denuncias públicas que se parecen más a amenazas a la institucionalidad que a querellas con capacidad de progresar en los tribunales.
El último y más claro episodio de esa larga lista es la convocatoria de un grupo minoritario de fiscales de pasado sinuoso, incluso en relación con la investigación del atentado a la sede de la AMIA que debía realizar el propio Nisman.
La convocatoria, política como cualquier otra, se hace reclamando que no intervengan los partidos políticos. Dejemos de lado la incongruencia de que algunos integrantes del cuerpo del Estado sobre el que recae la investigación sobre la muerte de Nisman pida que se investigue el episodio. También podríamos obviar que con su reclamo no hacen más que presionar a la ya de por sí atribulada fiscal Mónica Fein.
Lo que subyace en el fondo de la propuesta movilizadora "apolítica" es el cuestionamiento al gobierno nacional y por ende a la figura de la presidenta Cristina Fernández a la que, con un discurso enrevesado y temerario, acusan –veladamente en algunos casos y más directamente en otros– de ser la responsable del asesinato del fiscal, cuando todavía la investigación judicial no se anima a afirmar siquiera si Nisman se mató o lo mataron.
Se sabe, no es novedad, que casualmente el grupo de convocantes está liderado por los integrantes del Ministerio Público Fiscal más refractarios a la política del kirchnerismo y que, en algunos casos, no ocultan sus vínculos con el PRO o el Frente Renovador.
Las otras dos patas las aportan los medios de comunicación dominantes, sin olvidar el aceitado mecanismo de convocatoria cacerolera de las redes sociales, y los partidos políticos de la oposición que, a falta de capacidades para representar genuinamente una movilización masiva, se montan en el reclamo.
No debe haber argentino que no esté interesado en develar qué sucedió tres semanas atrás en ese fatídico domingo en el edificio de las Torres Le Parc. Desde esa perspectiva es genuina incluso la movilización popular.
El problema radica en que se intenta "despolitizar" una movida que es eminentemente política en un año electoral.
Salvando las distancias, que son muchas, hay en la construcción del asunto varios puntos de contacto con el conflicto por las retenciones con el sector agropecuario.
El desarrollo de una épica que intenta interpelar a la ciudadanía, la utilización de un aceitado mecanismo de comunicación-propaganda y las carencias de las fuerzas políticas de la oposición que, a falta de propuestas atractivas para la sociedad, se montan sobre la agitación.
Veamos algunos ejemplos. En nombre de la muerte del fiscal Nisman, y la gravedad institucional que conlleva, Elisa Carrió olvidó todos los cuestionamientos de presuntos vínculos mafiosos, negociados y corrupción que otrora le adjudicara a Mauricio Macri y decidió sumarse como sparring del alcalde porteño en las PASO.
La movida provocó un cimbronazo en el resto de las fuerzas de la oposición, que tratan de reacomodarse frente al nuevo escenario.
No son pocos los que encuentran en el luctuoso episodio de la muerte del fiscal los argumentos necesarios para esquivar lo que se anticipa como un estridente fracaso electoral, sumándose así a la construcción de un frente opositor amplio que cobije a todas las fuerzas del antikirchnerismo.
El caso del presidente de la UCR, Ernesto Sanz, es emblemático. El senador sabe de antemano que su protagonismo mediático no se traducirá en las urnas. Las encuestas lo dan perdiendo incluso la interna de su partido ante Julio Cobos. Por eso es el principal impulsor de una alianza amplia con el PRO, de la que podría además verse beneficiado con la posibilidad de integrar una fórmula común con Macri. Todo sacrificio es válido por la República amenazada.
Las voces que plantean la necesidad de conformar un polo opositor único se han multiplicado en las últimas horas. Es que con la muerte de Nisman, la oposición habría encontrado algo en lo que venía fracasando sistemáticamente: una argumentación que le permita soslayar las falencias estructurales a la hora de construir una propuesta atractiva en las urnas.
El argumento de la crisis económica terminal había perdido terreno en medio de un verano récord, la inflación no aparecía desbocada en ninguno de los pronósticos más serios –más allá de algún recalentamiento por las Fiestas de fin de año y las vacaciones– y el fantasma de los fondos buitre se diluía por el propio peso de la realidad. La inseguridad se había transformado en uno de los ejes centrales de la gestión, particularmente en la provincia de Buenos Aires.
Como en los momentos más álgidos del conflicto con el campo, la pantalla televisiva sólo reproduce acusaciones contra la presidenta a la que se responsabiliza por la muerte de Nisman, todo salpicado por el barro de los servicios de inteligencia, mientras se soslaya el resultado de una visita de Estado a la primera economía del mundo.
El oficialismo, con errores propios, hizo su aporte al malhumor, y la oposición encontró la excusa perfecta, ese aglutinador que le faltaba, casi una plataforma política de la que hasta ahora carecía y la garantía de un ilimitado caudal de horas de televisión, apoyados ahora en el partido judicial, como antes lo hicieron en el partido del campo. Esa será, parece, la tónica del año electoral.