En una semana transcurrió un siglo. El tiempo de la realidad política fue más rápido que el tiempo de los relojes. Hace exactamente siete días, el partido griego Syriza ganó las elecciones legislativas y su líder, Alexis Tsipras, tradujo en los hechos lo que había prometido durante la campaña electoral: buscar una renegociación de la deuda griega, rehusar los plazos y las formas pactadas antes por la derecha, poner término a la austeridad y plantar un esquema de confrontación ante la Unión Europea. En mayor o menor medida, todo se cumplió. El gobierno de la izquierda radical de Tsipras llegó incluso a desconocer ese triángulo del ajuste que es la troika, o sea, el Fondo Monetario Internacional, el Banco Mundial y la Comisión Europea. El ministro griego de finanzas, Yanis Varoufakis, dejó bien claro que el Ejecutivo no reconocía a la troika, a la cual calificó de ser “una delegación tripartita, antieuropea, construida sobre una base renga”. Atenas se apoya en la lectura de las urnas: las elecciones fueron ganadas con un programa que impugna a la troika, sus métodos y el pago de la deuda tal y como fue estructurado antes a través de la troika. A la espera de que Alexis Tsipras llegue este miércoles a París para entrevistarse con el presidente francés, François Hollande, el titular de la cartera de finanzas se encuentra este fin de semana en la capital francesa para iniciar una ronda de exploración con el ministro francés de Economía, Michel Sapin.
El enfrentamiento más fuerte tuvo lugar en Atenas durante la visita del presidente del eurogrupo y ministro holandés de Economía, Jeroen Dijsselbloem, para quien “los problemas de la economía griega no desaparecieron con las elecciones. Atenas debe seguir en el camino de las reformas”. Esto quiere decir pagar. El segundo frente también lo abrió el mismo Yanis Varoufakis cuando, en una entrevista con el diario The New York Times, rechazó recibir los 7000 millones de euros correspondientes a la quinta y última entrega del plan de rescate supervisado desde 2010 por la troika y cuyo monto asciende a 240 mil millones de euros. “No queremos los 7000 millones. Lo que queremos es volver a pensar todo el programa”, dijo Varoufakis. En lo concreto, Atenas sólo acepta negociar con la Unión Europea y, en vez de préstamos, Grecia quiere más bien consolidar la renegociación de la deuda para obtener ventajas y financiar así el plan social presentado a principios de enero por Alexis Tsipras por un monto de 12 mil millones de euros. Según explicó al vespertino francés Le Monde, uno de los arquitectos del plan económico griego, Georges Stathakis, “debemos renegociar con nuestros socios un descuento de los 23 mil millones de euros que estábamos obligados a consagrar al reembolso de la deuda durante el año 2015”. Ahora bien, la situación financiera de Atenas es grave. Según reveló el diario Kathimerini, las cajas del Estado griego apenas tienen unos dos mil millones de euros, lejos, muy lejos de los 12 mil millones necesarios para financiar el plan social: aumento de salario mínimo, salud gratis, jubilaciones.
Por el momento no se ha producido ninguna ruptura sustancial. Cada parte mueve sus peones y escruta los movimientos de sus adversarios. Alemania salió al cruce de Atenas este sábado a través de dos entrevistas publicadas por el Hamburger Abendblatt y Die Welt, una con la canciller alemana Angela Merkel y la otra con el ministro alemán de Finanzas, Wolfgang Schäuble. Ambos rechazaron tajantemente la idea de una condonación de parte de la deuda griega, pero tampoco cerraron las puertas a una posible negociación. Europa entera dice hoy estar dispuesta a “escuchar” los planteos griegos sin ceder por ello en el tema principal: hay que pagar. Angela Merkel dijo a la prensa alemana: “Europa continuará mostrando su solidaridad con Grecia como con los otros países afectados por la crisis, siempre y cuando esos países apliquen las reformas e implementen las medidas económicas”. Los límites retóricos de Europa aparecen acá sin disimulos, expuestos al sol como ropa sucia.
La cuestión de la deuda es también eminentemente política. Si Alexis Tsipras consigue un respiro esto sentaría un precedente, lo cual sería, de paso, un espaldarazo para otros movimientos políticos europeos semejantes a Syriza como, por ejemplo, Podemos en España. Lisboa y Madrid son hoy, paradójicamente, los más acérrimos enemigos de que se hagan concesiones con Grecia. Ambos pagaron un enorme tributo a las reformas y no están de acuerdo con que se le hagan regalos a Atenas. En el caso de España, con un movimiento como Podemos en pleno ascenso, un tratamiento especial para Grecia sería como un certificado de victoria electoral amplísima para Podemos. El primer ministro portugués, Pedro Passos Coelho –centro–, declaró que la idea de que se haga una excepción con Grecia no era algo que “entusiasme a los países que resolvieron sus problemas”. España, por su parte, alega que las reglas negociadas “son inamovibles”.
El nuevo Ejecutivo griego rompió sin demora con varios ejes de la política europea, y no sólo en materia de deuda o reformas. También lo hizo en lo que atañe a la política exterior, en lo concreto con Rusia. En vez de reunirse primero, como es la tradición, con el embajador norteamericano en Atenas, Tsipras cambió el orden del interlocutor y recibió antes al embajador ruso, Andrei Maslow. Antes, Alexis Tsipras había lamentado que se incluyera a Grecia en una nueva advertencia europea dirigida a Moscú para que Rusia respete el acuerdo de alto el fuego en el Esta de Ucrania. A este tema se le agrega desde luego uno de los gestos más fuertes de Atenas: el no reconocimiento del club de acreedores compuesto por la troika. La primera ronda apenas acaba de comenzar. Los protagonistas encarnan identidades distintas: un club de prestamistas que monitorea las políticas nacionales en nombre del dinero que presta. Y una mayoría que salió electa en contra de las políticas de ese club. Legitimidad popular contra dictadura financiera. Grecia es hoy un laboratorio renovado.