martes, 2 de diciembre de 2014
Scioli respaldó una eventual candidatura de la Presidente en el Parlasur
El gobernador de la provincia de Buenos Aires y uno de los principales candidatos a la Presidencia es incansable. Sus allegados dicen que trabaja 20 horas por día y está en todos los detalles. Esa misma paciencia y tenacidad es la que le ha puesto a la difícil misión de conseguir la unción de Cristina Kirchner para el 2015.
Este martes, cuando fue consultado sobre la posibilidad de compartir una boleta con la jefa de Estado en 2015, se deshizo en elogios. Y por primera vez aseguró que sería muy positivo para el país y para la región que ello ocurra.
El Congreso argentino debate por estos días si finalmente el año que viene los argentinos eligen en las urnas a sus representantes para el Parlamento del Mercosur. La oposición cree que el kirchnerismo quiere que Cristina Kirchner sea candidata y así blindarla con fueros ante futuras investigaciones judiciales. El proyecto de Jorge Landau y Andrés "Cuervo" Larroque propone que los 43 legisladores sean votados en simultáneo con las elecciones presidenciales. Así, de cumplirse el sueño de algunos sectores, Cristina y Scioli podrían compartir boleta en 2015.
"La Presidente es una líder con reconocimiento internacional. Hoy está dando un debate que ha llegado a los máximos niveles mundiales en foros internacionales y cumbres, donde este comportamiento nefasto (por los holdouts) va a tener un antes y un después. Y esta experiencia no se puede desperdiciar", declaró Scioli en diálogo con Marcelo Longobardi en radio Mitre.
Y si bien dijo que la posibilidad de una postulación depende de una decisión personal de la jefa de Estado, dejó en claro cuál es su mirada: "Me parece positivo para la Argentina y para la región que se pueda dar esa circunstancia".
"Una embestida política"
El respaldo de Scioli a Cristina Kirchner no es meramente electoral. Como un ultrakirchnerista más, el mandatario bonaerense cuestionó al juez federal que investiga el patrimonio de la familia presidencial y calificó la pesquisa que lleva adelante como una "embestida política".
"Al oficialismo no le daban ninguna chance electoral hace un año atrás y la situación ha ido cambiando por una capacidad de vigor en la gestión, en la acción política. Incluso ahora se debate mucho si el oficialismo puede ganar en primera vuelta. Por ese escenario político y porque fracasaron los augurios de que la economía iba a fracasar, se generan otro tipo de situaciones, de embestidas políticas", analizó Scioli.
El gobernador bonaerense, que deberá competir con Florencio Randazzo y Sergio Urribarri en las Primarias, dijo que el próximo Presidente recibirá un "país distinto" en cuanto a las perspectivas para futuro. "Y para eso no hace falta un líder revolucionario ni un cambio brusco", completó.
EL KIRCHNERISMO QUIERE APURAR LOS COMICIOS DE LOS DIPUTADOS DEL BLOQUE La elección para el Parlasur
Por Miguel Jorquera
El Congreso apura la sanción antes de fin de año de la elección popular de los legisladores ante el Parlamento del Mercosur. La idea es que el proyecto entre en vigencia con la próxima elección presidencial, con lo que se agregaría un tramo más a la boleta electoral que se utilizará en los comicios de 2015. El miércoles que viene, un plenario de comisiones de la Cámara de Diputados analizará la unificación de varios proyectos, en los que ya existe un principio de acuerdo sobre el sistema a utilizar: de los 43 representantes argentinos al Parlasur, se elegiría uno por cada uno de los 24 distritos electorales y los 19 restantes tomando al país como distrito único, con reparto proporcional a través del sistema D’Hont. Si prospera el acuerdo parlamentario, el Senado intentaría convertirlo en ley el 17 de diciembre. De esa manera, Cristina Kirchner podría exhibirlo ante la cumbre de presidentes del Mercosur que se realizará el 17 y 18 de diciembre en la ciudad entrerriana de Paraná, como contribución al compromiso del bloque de completar en 2020 la institucionalización del Parlasur con la elección directa de sus legisladores.
El plenario de las comisiones de Asuntos Constitucionales, Justicia y Presupuesto de la Cámara baja está convocado para el próximo miércoles por la tarde. Allí se analizará la propuesta de la convocatoria a elección directa para la designación de los legisladores argentinos ante el Parlamento del Mercosur. Un día antes habrá una reunión de los asesores de las tres comisiones para tratar de unificar los distintos proyectos en una redacción única sobre la base del texto presentado por el diputado oficialista Jorge Landau, para lo que ya existe un principio de acuerdo de las principales bancadas legislativas.
Además de Landau, también habían presentado iniciativas en el mismo sentido el diputado y líder de La Cámpora Andrés “Cuervo” Larroque; la líder del GEN y dirigente del FA-Unen, Margarita Stolbizer; Adrián Pérez y Alberto Asseff, del massista Frente Renovador; y la ex diputada y actual senadora macrista Gabriela Michetti. Aunque entre ellos no existen diferencias sustanciales, Landau ya había realizado un trabajo en común con el senador oficialista formoseño José Mayans, para acercar posiciones.
La propuesta del diputado bonaerense unifica las aspiraciones de las provincias, que junto a la Ciudad Autónoma de Buenos Aires tendría un representante por distrito, más una representación política que tomará como distrito único a todo el país con un reparto proporcional de los 19 legisladores restantes a través del sistema D’Hont. “La idea es tener el dispositivo electoral listo para que el Ejecutivo decida implementarlo”, había dicho Landau, aunque su propio proyecto liga la elección popular de los legisladores del Parlasur con las elecciones presidenciales, que de aprobarse en esos términos se podrá implementar en 2015. Algo que por ahora ninguna fuerza política descarta y la mayoría de ellas comulga con la posibilidad de ampliar su propuesta electoral al esquema regional.
De avanzar el acuerdo parlamentario, el próximo martes se podría emitir dictamen para llevarlo al recinto al día siguiente, en la sesión prevista para el jueves 4 de diciembre, donde se debatirá el Código Procesal Penal. Una media sanción en Diputados ese día facilitaría al Senado el tiempo necesario para llevar adelante su propio trámite legislativo y poder convertirlo en ley en la sesión que llevaría adelante el 17 de diciembre.
El mismo día que comienza la cumbre de presidentes del Mercosur en Paraná, Entre Ríos, que se extenderá hasta el día siguiente. Con lo que la Presidenta podría contribuir, con la ley sancionada, a la idea regional de culminar el proceso de institucionalización del Parlasur, con la elección directa de los representantes de los países que integran el mercado común.
Luego del trabajoso acuerdo para fijar la cantidad de representantes que cada integrante del Mercosur tendrá en el Parlamento regional (Uruguay y Paraguay, 18 escaños cada uno, Argentina, 43, Brasil, 75 y Venezuela, 33), el consejo del Parlasur estableció como plazo máximo el año 2020 para la elección popular de sus legisladores.
Paraguay es hasta hora el único integrante del Mercosur que ha cumplido con la propuesta, mientras Brasil y Argentina, por su condición de países federales, son quienes más inconvenientes afrontan para buscar un esquema de representación. Con un acuerdo parlamentario, Argentina quiere definirlo en estas elecciones presidenciales y no en diciembre de 2019 sobre el filo del plazo fijado por el Mercosur. Uruguay y Venezuela, como países unitarios, marchan a resolverlo con las elecciones legislativas de 2016, lo mismo que Bolivia cuando a fin de año asuma como miembro pleno del mercado común. Mientras Brasil aspira a elegir sus representantes con las elecciones de 2018.
Clarin.comMundo02/11/12 El increíble robo de una lista de evasores que impactó en el mundo CRISIS FINANCIERA INTERNACIONALAyer, en Grecia, la Justicia absolvió a un periodista que publicó la polémica nómina de Ricos.
DOBLE VARA
Ayer la justicia griega inició el proceso contra el periodista Costas Vaxevanis. Casi de inmediato decidió absolverlo. Su presunto delito había sido el de publicar en la revista Hot Doc una lista con los nombres de más de 2.059 personas que habrían abierto cuentas personales en la sede del banco HSBC en Suiza, al abrigo de las miradas del fisco griego.
La polémica estalló en Grecia porque era Vaxevanis, y no los sospechosos de la lista, quien terminaba frente al tribunal . Por si eso no bastara en un país con serios problemas financieros, los nombres de los posibles defraudadores eran conocidos por las autoridades desde 2010. Ese fue el año en que la actual directora del FMI y entonces ministra de Finanzas de Francia, Christine Lagarde, pasó la lista al gobierno griego.
Vaxevanis no es el primero al que persigue la justicia por difundir nombres de personas con cuentas en el HSBC. Hervé Falciani, el ingeniero en sistemas francoitaliano que hace 4 años “obtuvo” esos datos en la sede ginebrina del banco, espera hoy en una cárcel de Madrid a que la Audiencia Nacional de España se expida sobre su posible extradición a Suiza. Su historia merece un capítulo aparte.
Contratado en el año 2000 por la delegación del banco en Mónaco, en 2006 Falciani fue trasladado a las oficinas de Ginebra para mejorar las bases de datos y los sistemas de seguridad. Desde ese año y hasta 2008, copió en su computadora personal datos de los clientes. Según el diarioEl País , juntó información de 130 mil cuentas.
La leyenda que circula sobre él asegura que en 2008 viajó al Líbano y se reunió con cinco bancos a los que trató de vender esa información. Falciani lo desmiente, pero no aclara para qué fue a Oriente Medio. Lo que sí se sabe es que a su regreso a Suiza, su empleador HSBC lo esperaba con un interrogatorio por sus actividades en Líbano. Falciani respondió y prometió volver al día siguiente. Esa noche huyó a Francia.
Alertada por Suiza, la policía francesa lo arrestó y se hizo con su computadora. A Falciani lo liberaron en seguida pero con los datos se quedaron un poco más. Lo suficiente como para copiarlos antes de devolverlos a Suiza. Francia se reservó además el derecho de perseguir a sus propios evasores y de compartir la información con el fisco de España, de Italia y, por lo que ahora se sabe, también de Grecia.
Carlos Ocaña, secretario de Hacienda del momento, dijo en 2010 que gracias a su lista el Tesoro español había vivido “la mayor regularización de su historia”: 6.000 millones de euros que habían sido evadidos. Sólo la familia Botín, al mando del Banco Santander, entregó inmediatamente y para evitar cuestionamientos 200 millones de euros.
Eran los impuestos que no habían pagado entre 2005 y 2009 (el plazo máximo por el que el fisco podía exigirles) por un dinero no declarado que el padre del actual presidente, también llamado Emilio, había llevado a Suiza en 1939.
Nada de eso fue obstáculo para que en septiembre y por séptima vez consecutiva, el actual presidente del banco, Emilio Botín, fuera elegido como el empresario más influyente de España. Tampoco impidió que en julio la policía española detuviera a Falciani en Barcelona, siguiendo el pedido de detención internacional iniciado por Suiza. Y eso que según la ley de prevención del blanqueo de capitales de España, lo que hizo Falciani está bien: es obligación denunciar cualquier indicio de evasión.
Según el diario El Confidencial , ahora es Estados Unidos el que quiere a Falciani. Allí conocen bien al banco HSBC, después de la investigación del Senado que este año lo encontró culpable por ayudar a narcotraficantes con su dinero negro. El gobierno de Obama le habría ofrecido protección a cambio de ayuda en los datos de 3 mil posibles evasores.
El Confidencial dice que Falciani no quiere salir de otra forma de la cárcel. Allí está encerrado, sí, pero también protegido.
Las Pastillas del Abuelo editó sus canciones sobre Ringo Bonavena
La banda de rock fusión Las Pastillas del Abuelo acaba de lanzar su séptimo registro de estudio, "El barrio en sus puños", en el que reconstruye la historia del boxeador Oscar "Ringo" Bonavena a través de doce canciones.
El álbum en formato físico surge como producto del proyecto devenido en obra de teatro ciego que el septeto llevó a cabo a principio de año, junto al poeta Alberto Sueiro y la compañía del staff del Centro Argentino de Teatro Ciego (CATC), en un teatro de San Telmo.
Las canciones que musicalizaron la puesta en escena, "El barrio en sus puños", y que se contemplan en este nuevo trabajo discográfico homónimo, fueron compuestas líricamente por Sueiro y musicalmente por Las Pastillas del Abuelo.
Alejandro Mondelo (teclado y coros), Joel Barbeito (saxos y coros), Santiago Bogisich (bajo), Juan Comas (batería), Fernando Vecchio (guitarra y coros), Juan `Piti` Fernández (voz) y Diego`Bochi` Bozalla (guitarra) inauguran el disco, consecuente con la historia, con un blues que relata aquel 25 de septiembre de 1942 cuando "Nació Bonavena".
Una zamba aggiornada retrata otra etapa de Bonavena en "El barrio" donde se menciona "Los Ravioles de Dominga", programa en el que el boxeador invitaba a comer a sus rivales; él aseguraba que su fortaleza física se debía a que comía los ravioles de su madre.
Luego llegaron "Los 60", con un aire rioplatense y atravesados por la dictadura de Onganía. Allí, entre grandes artistas como Nebbia y Spinetta, "Ringo" comenzaba con su carrera profesional como boxeador.
Con un rock and rol al mejor estilo pastillero, "La hazaña", la banda rememora el 7 de diciembre de 1970, cuando Bonavena se enfrentó al mítico Muhammed Ali en el imponente Madison Square Garden.
La versatilidad del septeto se plasma una vez más, a lo largo del disco, en "El Héroe", tango dedicado al día después de la victoria conseguida contra Ali.
No solo el boxeo ocupó el tiempo de Bonavena, también fue el hincha más famoso que tuvo el club Huracán y eso se musicaliza en "La pasión", canción dividida en dos segmentos y que cuenta con la colaboración de Facundo Bainat en trompeta y Mario Gusso en percusión.
Con el fútbol en clave de rock con aires rioplatenses, `Piti` le pone su voz a "Las paces", un himno a la no violencia en el mundo del fútbol pero que fácilmente puede aplicarse a cualquier ámbito de la vida.
"Sé constructor del futuro y no un heredero del pasado", es una de las frases de Bonavena -que, vale destacar, además de actuar grabó una placa con los músicos de la banda uruguaya Los Shakers- inaugura el tema cancionero "Enseñanzas".
Acercándose al precipitado ocaso de la vida del homenajeado, el "Último round" se sitúa en aquel 22 de mayo de 1976, cuando Ross Brymer -un guardaespaldas del famoso burdel Mustang Ranch- lo asesina y el tango "Crónicas del domingo" reseña la pelea que Víctor Galíndez, admirador de ´Ringo`, gana ese mismo 22 de mayo pero sin enterarse de la muerte de su ídolo.
Murga, tango y rock fusionados con aires rioplatenses marcan el sonido de "Siempre llegando", canción de despedida, alegría y esperanza que mantiene vivo el recuerdo y la admiración por Bonavena, y que completa la docena de canciones corroborando la amplia gama de sonoridades que embelesan Las Pastillas del Abuelo disco tras disco.
lunes, 1 de diciembre de 2014
Serrat dialoga con Forges “El fundamento de mi trabajo es escuchar lo que dice la calle”
El fin de año vino con un Serrat bajo el brazo. Se editó una recopilación de su extraordinaria obra y se anunció su gira argentina para marzo y abril de 2015. Aquí, en un sabroso diálogo, el catalán cuenta, reflexiona y entretiene.
En Buenos Aires. Esta semana se anunciaron las fechas de los recitales en el teatro Gran Rex: serán los días 6, 7, 9 y 10 de marzo de 2015. Las entradas ya están a la venta.//Encuentro. El cantautor catalán compartió anécdotas y demás reflexiones con uno.
El diálogo entre Joan Manuel Serrat y el popular dibujante madrileño Antonio Fraguas, Forges (desde 1982 publicó sus viñetas en los diariosDiario 16 y El Mundo, y actualmente lo hace en El País), que a continuación se reproduce, ocurrió durante la quinta edición del Festival “La risa de Bilbao”, celebrado en octubre en el País Vasco. Allí ambos personajes, reunidos a propósito del medio siglo de trabajo que cumplen (o están por cumplir), se juntaron para charlar de vaguedades relevantes de su vida y sus profesiones, el favor del público y la mirada de la realidad cotidiana como motor de inspiración. Durante poco más de una hora, dos grandes personajes de la cultura española (Forges en su país, Serrat para todo el mundo hispanoparlante) entretuvieron con graciosas anécdotas y algunos profundos pensamientos que no pasaron desapercibidos.
Forges: –El año que viene cumples 50 años de profesión, yo los cumplo este año.
Serrat: –Es mucho... Está bien, haber sobrevivido a todo esto.
F: –¿Es verdad que todo tiempo pasado no fue mejor?
S: –Qué va... Hoy es el mejor día de mi vida.
F: –Tú lo has cantado, además. Esa forma habitual de hacerse los días nuevos es muy importante. Porque los nuevos días son, precisamente, los que te hacen llevar esta carrera, ¿verdad? Es muy importante que las vidas sean anchas. Durarán lo que sea, pero creo que una vida ancha es más importante que una vida estrecha. Digo yo... (risas).
S: –Una vida ancha, ¿no? ¿Está bien, no?
F: –No es mío, me parece que es de Miguel Hernandez (risas).
S: –Está bien, vía ancha también... Figura que yo tendría que hacerte una entrevista a ti, pero como te confesé ayer, y les confieso, yo no voy a hacerte ninguna entrevista. Lamento defraudarlos, y les advierto además que éste no es un espectáculo apto para menores. Tengan cuidado con las criaturas... Bueno, trataremos de establecer una conversación, que ellos (señala al público) nos ayuden como lo han hecho a lo largo de la vida, con sus historias, con su compañía. Entonces, que ellos participen. De aquí a un rato, hasta que lleguemos a eso no participen por favor.
F: –Si nos callamos mucho, hoy pueden participar.
S: –A veces me pregunto que eso de tener... Te voy a hacer una pregunta que no te han hecho nunca: ¿tener que hacer un dibujo diario debe ser complicado, no?
F: –Vamos a ver, ya lo he dicho algunas veces. No es nada difícil. Afortunadamente, porque ustedes pueden hacerlo, todos pueden hacerlo. Tomar una hoja de papel en blanco, ponerse tranquilamente delante de una mesa una hora al día. Lápiz o bolígrafo en mano. Yo te garantizo que a la semana ya hiciste un chiste. Pero como no se ponen, les parece difícil. Es un trabajo, tú lo sabes.
S: –Yo me pongo también.
F: –Tú te pones, pero haces otra cosa que al fin y al cabo es lo mismo prácticamente. Tú haces cosas mucho más trascendentales...
S: –A ver, no, tampoco...
F: –No me vengas con cuentos, porque tú has hecho cosas que van a quedar en la historia. Lo digo totalmente en serio, has hecho cantar a todos los pueblos la misma canción, y eso sí que debe ser complicado.
S: –Ya me gustaría que esto pasara en serio...
F: –¡Es que es cierto!
S: –Hablemos de usted, don Antonio.
F: –Pues bien, soy un señor que dibujo. Mal, por supuesto. Pero cuando estoy dibujando, generalmente, silbo y tarareo. ¿Sabe usted lo que yo silbo y tarareo? Canciones suyas, eso se llama pasar a la historia.
S: –¿Sabes qué parte de uno realmente pasa a la historia? Aquella que hace que uno deje de ser importante. Yo sentí realmente que mis canciones trascendían de alguna forma al sentimiento colectivo el día que yo escuché en un entoldado, en Calatuña, en Girona. Yo estaba afuera, fumando un cigarrito... Sanísimo, un cigarrito, solo allí. Y escuchaba la música adentro de la casa, y entonces la orquesta iba tocando un concierto de estas canciones entrañables que pasan de generación en generación... Canciones muy arraigadas en la gente. Y en el medio de estas canciones, tocaron una canción mía. Ahí dije yo: ¡esto está bien! Otra vez que me emocioné mucho también, fue un día que vi sacar, en un Viernes Santo, sacar al cachorro con “La saeta”. Son cosas que dices, ¡esto es el éxito!
F: –¿Ves? Ahí lo tienes. Bueno, pero lo del dibujo es muy simple. Hay una especie de rumbo, no es inspiración es rito. Si quieres hacer algo tienes que enterarte de lo que está pasando en la calle. No vayas nunca a una redacción, jamás. Intenta no ir, porque en la redacción puede darse el caso que al jefe le haya llevado el auto la grúa y diga “vamos todos contra el ayuntamiento”. Eso no es la actualidad.
S: –Estoy de acuerdo. O sea en el fondo estás diciendo que el fundamento de tu trabajo, y del mío también, no es tanto la inspiración como el estar con los sentidos abiertos. Escuchar en la calle, lo que la gente dice. Y trabajar sobre aquello, es decir no esperar que venga un rayo divino que nos ilumine, sino que el castigo de Dios con el que sometió a Adán, es el castigo nuestro de cada día. Que por cierto, estoy de acuerdo contigo, al cabo del tiempo, tiene su recompensa. Es decir, al insistir consigues algo.
F: –Toma en cuenta que es muy importante que seamos conscientes de que estamos repitiendo fuerzas ancestrales. Venimos de los griegos, la música, la literatura, el teatro, todo... Y lo que hacemos nosotros, lo que tú has hecho con la música, lo que yo hago con los dibujos, es otra forma de ver las cosas. Pero que son perennes y totales, ¿no? No me voy a comparar con Aristófanes, para nada, pero en mis dibujos está el chico, la chica, el bueno, el malo, el coro, los padres. Todo es igual. Eso mismo es lo que tú haces, por ejemplo, a la hora de hacer música. Esa forma convencional que tenemos en nuestra cultura, varía –no tanto creo yo– con los orientales en general y con los indios en particular. O sea en la manera que nosotros tenemos a la tragedia griega, el drama, la comedia griega para todo, ellos tienen lo mismo pero en otra cultura. Lo mismo con las leyendas de Confucio. Ser conscientes de lo que hacemos, primero nos da cierto apoyo de que estamos cooperando, pero también nos pone un límite. Quieto león, que tu no eres Aristófanes...
S: –Yo creo que Aristófanes no está aquí, no es vasco... (risas). Me ha dicho un amigo mío que diga que el Bilbao es mi segundo equipo y ganaré mucho afecto.
F: –En síntesis, para que nos hagamos una idea. El viaje de Ulises, la epopeya de Alejandro Magno, es todo lo mismo pero en otras claves culturales. Pero déjame preguntarte algo a ti: yo creo que todo creador tiene un rito, que puede ser que se levanta a tal hora, que no se acuesta hasta tal hora... Pero tú eres un creador complicado, porque tienes varias formas de creatividad. Entonces voy a hacerte una pregunta que no te han hecho nunca, ¿haces primero la música o la letra?
S: –Es imposible hacer una cosa antes que la otra. Eso representaría hacer la canción como algo entero, tanto sea un texto como una música. Normalmente, yo busco encontrar un gancho, un sitio donde aferrar la idea. En una frase determinada que puede ser tanto literaria como musical, y a partir de ahí tiro del hilo. Y bueno, van saliendo cosas. Y voy tratando de armarlo así. A veces cuando tengo más suerte, cuando estoy más lúcido, salen más cosas. Normalmente una canción no se hace, al menos en mi caso, de principio a fin. Voy cortando, quitando, pegando. O sea el corte y pega lo inventé mucho antes que Apple... (risas). Me gusta mucho ver la letra terminada, soy una persona muy pulida en eso, muy prolijo dirían en Argentina. Entonces necesito verlo todo así. Cuando escribía a máquina, algo que no me gustaba o me equivocaba, tenía que sacar todo el papel... Ahora es maravilloso, con el corte y pega, quitas y pones aquí, allá. Le agradezco mucho a quien lo inventó, ha solucionado el trabajo creativo.
F: –Mucha gente se ha puesto a escribir o a lo que sea a partir de esto.
S: –A lo que sea, mucho más (risas).
F: –Bueno, te voy a contar algo. He pasado bastantes momentos complicados en mi vida, unos referidos a mi profesión, otros a mi situación en el mundo. Pero una de las peores cosas que han pasado en mi vida fue en Barcelona, había un hotel que se llamaba Sans, arriba del viejo estadio del Español. Un día llegué ahí, eran las 10 de la noche, pregunto dónde ir a comer algo, a tomar algo. Me dicen “aquí abajo”. Entro, y me preguntan “¿cerca o lejos?”. “Al medio”, respondo. Y se sucedieron espectáculos insólitos, un trío paraguayo de arpa y guitarras, un ilusionista que llamó un voluntario (yo era el único en la sala, aunque escuchaba risas desde lejos, no se veía nada) y una cantante que venía del Moulin Rouge de París, que terminó cantando sentada en mis rodillas. Cuando pagué para salir, descubro que en la parte de arriba había una platea de chicas que me aplaudían. ¡Era un cabaret! No lo supe hasta que salí. Esa es la peor anécdota de mi vida, ¿y la tuya?
S: –Yo he hecho el ridículo muchas veces. Pero ya lo contaré, ahora mismo no se me ocurre. Ahora el éxito que tú has tenido con estas señoritas, más quisiera tenerlo yo... (risas). Eso es el éxito de verdad. Hablando en serio, una vez fui con mi señora a un cabaret de estos que hay en Barcelona. Y apareció un tipo que arrastraba una campana con el pene. Es verdad, eh... El tipo se atravesaba el pellejo con un hierro y la arrastraba ¡Tenía unos agujeros en el pellejo que debía orinar para todos lados!
F: –¿Sabes qué pasa? Que los tipos que trabajan en los cabarets, eligen a los que están solos y tienen lentes. Yo recomiendo a todos los que vayan a París, que se quiten los lentes.
S: –Eres el hombre-baliza. En lugar de ser como cualquier ser humano, se convierte en una referencia. “Al lado del de los lentes”, por ejemplo.
F: –A propósito, ¿tú tienes el truco ese de los músicos que eligen cantarle a una persona en particular?
S: –Yo trato de no fijarme mucho porque me he llevado grandes desengaños: estar cantando de manera muy concentrada a alguien y ver que hace así (hace el gesto de meterse el dedo en la nariz). Joder, eso te provoca un cierto estado de desmoralización... (risas). Aunque ahora yo ya no veo desde arriba del escenario, ver lo que se dice ver, no veo. Afortunadamente. Sé que me pierdo cosas muy interesantes. Pero es tremendo, si uno analiza las caras que está viendo, estás cantando y ves de todo, gente que se reclina hasta lo imposible en su asiento, sopla y mira para otro lado. Y tú estás cantando, y fantaseas con otra cosa...
F: –¿Y ronquidos?
S: –No, roncar no... Ahora lo que tenemos mucho es la manía del teléfono. El iPhone y todas esa cosas. ¿Ves aquel señor? Lo está escribiendo todo en este momento. Entonces yo en los conciertos veo gente que lo graba todo. Sacan sus tabletas, unas cosas enormes, y desde que sales a escena lo graban todo. Yo les pido siempre que traten de ver la realidad, les explico que hay un mundo más allá de Windows y de Apple. No tanto esto último... (risas). Hay un mundo que está muy bien, que es muy agradable, que pasan cosas. La memoria está para eso, para vivir aquel momento. Pues no, hay gente que prefiere grabar todo. A propósito, les voy a contar algo, hablando de teléfonos... Una vez tuvieron... Gabriel García Márquez tuvo la ocurrencia de pedirme que fuera jurado en el Festival de Cine de Cartagena de Indias. La verdad es que fue una experiencia muy bonita porque tuve unos compañeros de jurado extraordinarios, estaban María Luisa Bemberg, Carlos Monsivais, Alvaro Mutis y María Elena Mejía. Gente muy talentosa, pasamos mucho tiempo juntos. Pero el Festival la verdad fue bastante malo, bajísimo el nivel de las películas, y entonces nosotros votamos a la que nos parecía las menos malas. Entre ellas, un documental muy emocionante que además era políticamente muy comprometido, muy movilizador, sobre el Caracazo de 2002. Entonces, cuando dieron el resultado de las votaciones se armó un cierto conflicto en el teatro. Yo opté por irme al aeropuerto bastante tiempo antes, para evitarme problemas físicos porque la muchachada estaba muy encendida. Llegué al aeropuerto, facturé en soledad, era uno de esos vuelos nocturnos de Iberia. Cuando voy a entrar al avión, me dice la azafata que estaba en el mostrador: “Va a tener que esperar un ratito en la sala porque la guerrilla ha volado una torre de comunicaciones en Barranquilla”. “Me da igual”, le contesté. “Mejor que no entre”, me dijo. Le respondí que no, que quería pasar por el control de pasaportes y listo. Lo hago, todo muy tranquilo y cuando entro a la sala de embarque, me encuentro a 350 españoles con sus respectivas familias, sus respectivos niños, sus respectivas horas de espera, aburridos de cojones... Y todos con una cámara de video. Rápidamente se levantaron y empezaron a caer sobre mí, uno tras otro. Y yo acojonado en un rincón, esperando que pasara aquel temporal de la mejor forma posible. Son cosas que tiene esto del ser artista. Y ¿quieren que les diga una cosa? Si quieren mandar a la mierda a alguien, le dicen que es insoportable, “a este tío se le ha subido el mundo a la cabeza”. Yo puedo mandar a la mierda a cualquiera, pero cuando voy de artista no. Un día volvía de mi vieja escuela de agricultura con dos compañeros, de “robar” al patrimonio público catalán con dos posters antiguos de insectos. Nos avisaron que iban a demolerla y fuimos ahí, a llevarnos esos recuerdos. Entonces íbamos saliendo por la calle, y en eso viene un tío por detrás, hablando por teléfono. Pasa a mi lado, me agarra por el cuello y ¡zas! Saca una foto. Me suelta y sigue hablando el cabrón, como si nada ¡Ni siquiera me dio tiempo de mandarlo a la mierda!.
Forges: –El año que viene cumples 50 años de profesión, yo los cumplo este año.
Serrat: –Es mucho... Está bien, haber sobrevivido a todo esto.
F: –¿Es verdad que todo tiempo pasado no fue mejor?
S: –Qué va... Hoy es el mejor día de mi vida.
F: –Tú lo has cantado, además. Esa forma habitual de hacerse los días nuevos es muy importante. Porque los nuevos días son, precisamente, los que te hacen llevar esta carrera, ¿verdad? Es muy importante que las vidas sean anchas. Durarán lo que sea, pero creo que una vida ancha es más importante que una vida estrecha. Digo yo... (risas).
S: –Una vida ancha, ¿no? ¿Está bien, no?
F: –No es mío, me parece que es de Miguel Hernandez (risas).
S: –Está bien, vía ancha también... Figura que yo tendría que hacerte una entrevista a ti, pero como te confesé ayer, y les confieso, yo no voy a hacerte ninguna entrevista. Lamento defraudarlos, y les advierto además que éste no es un espectáculo apto para menores. Tengan cuidado con las criaturas... Bueno, trataremos de establecer una conversación, que ellos (señala al público) nos ayuden como lo han hecho a lo largo de la vida, con sus historias, con su compañía. Entonces, que ellos participen. De aquí a un rato, hasta que lleguemos a eso no participen por favor.
F: –Si nos callamos mucho, hoy pueden participar.
S: –A veces me pregunto que eso de tener... Te voy a hacer una pregunta que no te han hecho nunca: ¿tener que hacer un dibujo diario debe ser complicado, no?
F: –Vamos a ver, ya lo he dicho algunas veces. No es nada difícil. Afortunadamente, porque ustedes pueden hacerlo, todos pueden hacerlo. Tomar una hoja de papel en blanco, ponerse tranquilamente delante de una mesa una hora al día. Lápiz o bolígrafo en mano. Yo te garantizo que a la semana ya hiciste un chiste. Pero como no se ponen, les parece difícil. Es un trabajo, tú lo sabes.
S: –Yo me pongo también.
F: –Tú te pones, pero haces otra cosa que al fin y al cabo es lo mismo prácticamente. Tú haces cosas mucho más trascendentales...
S: –A ver, no, tampoco...
F: –No me vengas con cuentos, porque tú has hecho cosas que van a quedar en la historia. Lo digo totalmente en serio, has hecho cantar a todos los pueblos la misma canción, y eso sí que debe ser complicado.
S: –Ya me gustaría que esto pasara en serio...
F: –¡Es que es cierto!
S: –Hablemos de usted, don Antonio.
F: –Pues bien, soy un señor que dibujo. Mal, por supuesto. Pero cuando estoy dibujando, generalmente, silbo y tarareo. ¿Sabe usted lo que yo silbo y tarareo? Canciones suyas, eso se llama pasar a la historia.
S: –¿Sabes qué parte de uno realmente pasa a la historia? Aquella que hace que uno deje de ser importante. Yo sentí realmente que mis canciones trascendían de alguna forma al sentimiento colectivo el día que yo escuché en un entoldado, en Calatuña, en Girona. Yo estaba afuera, fumando un cigarrito... Sanísimo, un cigarrito, solo allí. Y escuchaba la música adentro de la casa, y entonces la orquesta iba tocando un concierto de estas canciones entrañables que pasan de generación en generación... Canciones muy arraigadas en la gente. Y en el medio de estas canciones, tocaron una canción mía. Ahí dije yo: ¡esto está bien! Otra vez que me emocioné mucho también, fue un día que vi sacar, en un Viernes Santo, sacar al cachorro con “La saeta”. Son cosas que dices, ¡esto es el éxito!
F: –¿Ves? Ahí lo tienes. Bueno, pero lo del dibujo es muy simple. Hay una especie de rumbo, no es inspiración es rito. Si quieres hacer algo tienes que enterarte de lo que está pasando en la calle. No vayas nunca a una redacción, jamás. Intenta no ir, porque en la redacción puede darse el caso que al jefe le haya llevado el auto la grúa y diga “vamos todos contra el ayuntamiento”. Eso no es la actualidad.
S: –Estoy de acuerdo. O sea en el fondo estás diciendo que el fundamento de tu trabajo, y del mío también, no es tanto la inspiración como el estar con los sentidos abiertos. Escuchar en la calle, lo que la gente dice. Y trabajar sobre aquello, es decir no esperar que venga un rayo divino que nos ilumine, sino que el castigo de Dios con el que sometió a Adán, es el castigo nuestro de cada día. Que por cierto, estoy de acuerdo contigo, al cabo del tiempo, tiene su recompensa. Es decir, al insistir consigues algo.
F: –Toma en cuenta que es muy importante que seamos conscientes de que estamos repitiendo fuerzas ancestrales. Venimos de los griegos, la música, la literatura, el teatro, todo... Y lo que hacemos nosotros, lo que tú has hecho con la música, lo que yo hago con los dibujos, es otra forma de ver las cosas. Pero que son perennes y totales, ¿no? No me voy a comparar con Aristófanes, para nada, pero en mis dibujos está el chico, la chica, el bueno, el malo, el coro, los padres. Todo es igual. Eso mismo es lo que tú haces, por ejemplo, a la hora de hacer música. Esa forma convencional que tenemos en nuestra cultura, varía –no tanto creo yo– con los orientales en general y con los indios en particular. O sea en la manera que nosotros tenemos a la tragedia griega, el drama, la comedia griega para todo, ellos tienen lo mismo pero en otra cultura. Lo mismo con las leyendas de Confucio. Ser conscientes de lo que hacemos, primero nos da cierto apoyo de que estamos cooperando, pero también nos pone un límite. Quieto león, que tu no eres Aristófanes...
S: –Yo creo que Aristófanes no está aquí, no es vasco... (risas). Me ha dicho un amigo mío que diga que el Bilbao es mi segundo equipo y ganaré mucho afecto.
F: –En síntesis, para que nos hagamos una idea. El viaje de Ulises, la epopeya de Alejandro Magno, es todo lo mismo pero en otras claves culturales. Pero déjame preguntarte algo a ti: yo creo que todo creador tiene un rito, que puede ser que se levanta a tal hora, que no se acuesta hasta tal hora... Pero tú eres un creador complicado, porque tienes varias formas de creatividad. Entonces voy a hacerte una pregunta que no te han hecho nunca, ¿haces primero la música o la letra?
S: –Es imposible hacer una cosa antes que la otra. Eso representaría hacer la canción como algo entero, tanto sea un texto como una música. Normalmente, yo busco encontrar un gancho, un sitio donde aferrar la idea. En una frase determinada que puede ser tanto literaria como musical, y a partir de ahí tiro del hilo. Y bueno, van saliendo cosas. Y voy tratando de armarlo así. A veces cuando tengo más suerte, cuando estoy más lúcido, salen más cosas. Normalmente una canción no se hace, al menos en mi caso, de principio a fin. Voy cortando, quitando, pegando. O sea el corte y pega lo inventé mucho antes que Apple... (risas). Me gusta mucho ver la letra terminada, soy una persona muy pulida en eso, muy prolijo dirían en Argentina. Entonces necesito verlo todo así. Cuando escribía a máquina, algo que no me gustaba o me equivocaba, tenía que sacar todo el papel... Ahora es maravilloso, con el corte y pega, quitas y pones aquí, allá. Le agradezco mucho a quien lo inventó, ha solucionado el trabajo creativo.
F: –Mucha gente se ha puesto a escribir o a lo que sea a partir de esto.
S: –A lo que sea, mucho más (risas).
F: –Bueno, te voy a contar algo. He pasado bastantes momentos complicados en mi vida, unos referidos a mi profesión, otros a mi situación en el mundo. Pero una de las peores cosas que han pasado en mi vida fue en Barcelona, había un hotel que se llamaba Sans, arriba del viejo estadio del Español. Un día llegué ahí, eran las 10 de la noche, pregunto dónde ir a comer algo, a tomar algo. Me dicen “aquí abajo”. Entro, y me preguntan “¿cerca o lejos?”. “Al medio”, respondo. Y se sucedieron espectáculos insólitos, un trío paraguayo de arpa y guitarras, un ilusionista que llamó un voluntario (yo era el único en la sala, aunque escuchaba risas desde lejos, no se veía nada) y una cantante que venía del Moulin Rouge de París, que terminó cantando sentada en mis rodillas. Cuando pagué para salir, descubro que en la parte de arriba había una platea de chicas que me aplaudían. ¡Era un cabaret! No lo supe hasta que salí. Esa es la peor anécdota de mi vida, ¿y la tuya?
S: –Yo he hecho el ridículo muchas veces. Pero ya lo contaré, ahora mismo no se me ocurre. Ahora el éxito que tú has tenido con estas señoritas, más quisiera tenerlo yo... (risas). Eso es el éxito de verdad. Hablando en serio, una vez fui con mi señora a un cabaret de estos que hay en Barcelona. Y apareció un tipo que arrastraba una campana con el pene. Es verdad, eh... El tipo se atravesaba el pellejo con un hierro y la arrastraba ¡Tenía unos agujeros en el pellejo que debía orinar para todos lados!
F: –¿Sabes qué pasa? Que los tipos que trabajan en los cabarets, eligen a los que están solos y tienen lentes. Yo recomiendo a todos los que vayan a París, que se quiten los lentes.
S: –Eres el hombre-baliza. En lugar de ser como cualquier ser humano, se convierte en una referencia. “Al lado del de los lentes”, por ejemplo.
F: –A propósito, ¿tú tienes el truco ese de los músicos que eligen cantarle a una persona en particular?
S: –Yo trato de no fijarme mucho porque me he llevado grandes desengaños: estar cantando de manera muy concentrada a alguien y ver que hace así (hace el gesto de meterse el dedo en la nariz). Joder, eso te provoca un cierto estado de desmoralización... (risas). Aunque ahora yo ya no veo desde arriba del escenario, ver lo que se dice ver, no veo. Afortunadamente. Sé que me pierdo cosas muy interesantes. Pero es tremendo, si uno analiza las caras que está viendo, estás cantando y ves de todo, gente que se reclina hasta lo imposible en su asiento, sopla y mira para otro lado. Y tú estás cantando, y fantaseas con otra cosa...
F: –¿Y ronquidos?
S: –No, roncar no... Ahora lo que tenemos mucho es la manía del teléfono. El iPhone y todas esa cosas. ¿Ves aquel señor? Lo está escribiendo todo en este momento. Entonces yo en los conciertos veo gente que lo graba todo. Sacan sus tabletas, unas cosas enormes, y desde que sales a escena lo graban todo. Yo les pido siempre que traten de ver la realidad, les explico que hay un mundo más allá de Windows y de Apple. No tanto esto último... (risas). Hay un mundo que está muy bien, que es muy agradable, que pasan cosas. La memoria está para eso, para vivir aquel momento. Pues no, hay gente que prefiere grabar todo. A propósito, les voy a contar algo, hablando de teléfonos... Una vez tuvieron... Gabriel García Márquez tuvo la ocurrencia de pedirme que fuera jurado en el Festival de Cine de Cartagena de Indias. La verdad es que fue una experiencia muy bonita porque tuve unos compañeros de jurado extraordinarios, estaban María Luisa Bemberg, Carlos Monsivais, Alvaro Mutis y María Elena Mejía. Gente muy talentosa, pasamos mucho tiempo juntos. Pero el Festival la verdad fue bastante malo, bajísimo el nivel de las películas, y entonces nosotros votamos a la que nos parecía las menos malas. Entre ellas, un documental muy emocionante que además era políticamente muy comprometido, muy movilizador, sobre el Caracazo de 2002. Entonces, cuando dieron el resultado de las votaciones se armó un cierto conflicto en el teatro. Yo opté por irme al aeropuerto bastante tiempo antes, para evitarme problemas físicos porque la muchachada estaba muy encendida. Llegué al aeropuerto, facturé en soledad, era uno de esos vuelos nocturnos de Iberia. Cuando voy a entrar al avión, me dice la azafata que estaba en el mostrador: “Va a tener que esperar un ratito en la sala porque la guerrilla ha volado una torre de comunicaciones en Barranquilla”. “Me da igual”, le contesté. “Mejor que no entre”, me dijo. Le respondí que no, que quería pasar por el control de pasaportes y listo. Lo hago, todo muy tranquilo y cuando entro a la sala de embarque, me encuentro a 350 españoles con sus respectivas familias, sus respectivos niños, sus respectivas horas de espera, aburridos de cojones... Y todos con una cámara de video. Rápidamente se levantaron y empezaron a caer sobre mí, uno tras otro. Y yo acojonado en un rincón, esperando que pasara aquel temporal de la mejor forma posible. Son cosas que tiene esto del ser artista. Y ¿quieren que les diga una cosa? Si quieren mandar a la mierda a alguien, le dicen que es insoportable, “a este tío se le ha subido el mundo a la cabeza”. Yo puedo mandar a la mierda a cualquiera, pero cuando voy de artista no. Un día volvía de mi vieja escuela de agricultura con dos compañeros, de “robar” al patrimonio público catalán con dos posters antiguos de insectos. Nos avisaron que iban a demolerla y fuimos ahí, a llevarnos esos recuerdos. Entonces íbamos saliendo por la calle, y en eso viene un tío por detrás, hablando por teléfono. Pasa a mi lado, me agarra por el cuello y ¡zas! Saca una foto. Me suelta y sigue hablando el cabrón, como si nada ¡Ni siquiera me dio tiempo de mandarlo a la mierda!.
Anticipo de La voz del gran jefe. Vida y pensamiento de José de San Martín, de Felipe Pigna Soñando el regreso
Junto con la inquietud por la educación de su hija, San Martín afrontaba en Europa problemas financieros. El gobierno bonaerense le adeudaba sus sueldos atrasados como general y no mostraba ningún interés en ponerse al día. Por el contrario, se alegraba de sus males.
Tampoco era sencillo recibir el cobro de los alquileres de sus casas en Buenos Aires y la chacra de Barriales, otras de sus fuentes de ingresos, y de los que se encargaba su cuñado y antiguo subordinado, Manuel de Escalada. Su renta más fluida provenía de los fondos invertidos por Álvarez Jonte en Londres, la principal plaza especulativa de la época. Pero ya entonces sobre ese mundo revoloteaban los “buitres” y sus aguas estaban llenas de “tiburones” de las finanzas, y se produjo lo que los historiadores ingleses bautizaron el “Pánico de 1825”. Era el inicio de las crisis cíclicas del capitalismo. Las exportaciones textiles inglesas, en constante aumento desde el comienzo de la Revolución Industrial, llegaron a su “techo” a comienzos de la década de 1820, con lo que los capitales empezaron a buscar inversiones más redituables que las hilanderías y tejedurías fabriles. La especulación con los empréstitos de las nacientes repúblicas latinoamericanas, entre ellos el tristemente célebre de la banca Baring Brothers, suscripto por el gobierno bonaerense, creó una burbuja financiera que estalló en 1825, arrastrando a la quiebra a 66 casas bancarias inglesas, con el consiguiente tendal de ahorristas y pequeños inversores perjudicados, entre ellos, el general San Martín.
A fines de 1826, posiblemente al no poder costear las 130 libras anuales que cobraba el Hampstead College, entonces una renta importante, el Libertador decidió llevar a Merceditas a Bruselas, donde ingresó en un colegio de monjas.
En medio de sus problemas, San Martín se mantenía informado de las noticias de América del Sur, en parte por los periódicos y, sobre todo, por su correspondencia con sus amigos y antiguos colaboradores: Tomás Guido, Bernardo O’Higgins y Gregorio Goyo Gómez, entre sus más asiduos corresponsales. Al enterarse del inicio de la guerra con el Brasil, el Libertador tomó la decisión de ofrecer sus servicios al país. Pero recién con la caída de Rivadavia, en 1827, y la asunción de Manuel Dorrego, se embarcó rumbo a Buenos Aires. Así lo comentaba en carta a O’Higgins: “Ya habrá usted sabido la renuncia de Rivadavia; su administración ha sido desastrosa y sólo ha contribuido a dividir los ánimos. Él me ha hecho una guerra de zapa sin otro objeto que minar mi opinión, suponiendo que mi viaje a Europa no ha tenido otro objeto que el de establecer gobiernos en América; yo he despreciado tanto sus groseras imposturas, como su innoble persona. Con un hombre como este al frente de la administración, no creí necesario ofrecer mis servicios en la actual guerra contra el Brasil, por el convencimiento en que estaba de que hubieran sido despreciados; con el cambio de administración he creído mi deber el hacerlo, en la clase que el gobierno de Buenos Aires tenga a bien emplearme: si son admitidos, me embarcaré sin pérdida de tiempo, lo que avisaré a usted”.
En su respuesta O’Higgins no se queda atrás en cuanto a sus apreciaciones sobre Rivadavia. Comienza quejándose de la permanente violación y secuestro de la correspondencia que le envía San Martín por parte de la administración rivadaviana: “Hasta la evidencia se podría asegurar que las ocho o diez cartas que veo por su apreciable del 29 de septiembre del año pasado, se han escamoteado, como las que he escrito a usted paran en poder del hombre más criminal que ha producido el pueblo argentino. Un enemigo tan feroz de los patriotas como don Bernardino Rivadavia estaba deparado, por arcanos más oscuros que el carbón, para humillarlos y para la degradación en que su desastrosa administración ha dejado a un pueblo generoso que fue la admiración y la baliza de las repúblicas de la América del Sud. Este hombre despreciable no sólo ha ejercido su envidia y su encono en contra de usted; no quedaba satisfecha su rabia; y acudiendo a su guerra de zapa, quiso minarme en el retiro de este desierto, donde por huir de ingratos, busco mi subsistencia y la de mi familia con el sudor de mi frente”.
Aunque no recibió respuesta a su ofrecimiento, decidió retornar y tenía planeado traer con él a Merceditas. Evidentemente, el general soñaba con un regreso definitivo. Antes de hacerlo, quiso conocer su admirada Francia, aunque sabía que iba a tener a la policía francesa siguiéndole las pisadas e informando al gobierno de cada movimiento del “antiguo jefe de los ejércitos insurgentes del Río de la Plata, Chile y Perú”. El tremendo frío de diciembre en Bruselas hizo sentir más fuerte su artritis reumatoidea y decidió buscar algún alivio en las termas de Aquisgrán y luego recorrer un poco Francia. Se lo vio por París, Lyon, el histórico puerto de Marsella, Tolón, Nimes, Tolosa, Burdeos y Tours, la ciudad del otro San Martín, para regresar a París, pasando por el bello mediodía francés y partir hacia Bruselas, adonde llegó en los primeros días de abril de 1828.
A comienzos de junio, ya repuesto, le escribía a Tomás Guido: “Creo que tendré el gusto de ver a Ud. a fines del presente año, a menos que el cambio de esa plaza no suba en términos de poder permanecer en Europa hasta la conclusión de la educación de mi niña, pues me es absolutamente imposible poder subsistir por más tiempo, no pudiendo percibir más que el tercio de lo que me produce mi finca. Esta circunstancia me altera todo mi plan, pues tendré que separarme de mi hija, siendo doloroso que no concluyese su educación, habiendo hecho el viaje con este objeto”.
El 12 de julio retiró a Mercedes de la pensión porque empezaban las vacaciones de verano y regresó en su compañía a los baños termales de Aquisgrán.
De regreso finalmente, decidió volver a la patria sin Mercedes, en compañía de su inseparable Eusebio Soto. Su amigo Miller se encargó de comprarle en Londres el pasaje, a nombre de “José Matorras” para eludir la vigilancia de los servicios de espionaje español y francés. El Gran Jefe emprendía el regreso a querida su patria. El 21 de noviembre de 1828, San Martín y Eusebio Soto viajaron de Bruselas a Londres; de allí, seis horas en diligencia hasta la bellísima Canterbury, la ciudad de los célebres cuentos picarescos, para visitar al general Miller y su familia. Tras unos días de largas charlas que le vinieron muy bien a Miller para avanzar en la escritura de sus memorias, los viajeros siguieron rumbo al puerto de Falmouth, en el sudeste de Inglaterra, para embarcarse con destino al Río de la Plata en el barco Countess of Chichester, que había iniciado los viajes del “paquete” (correo regular) cuatro años antes.
Cuando el barco inglés hizo escala en Río de Janeiro, el 15 de enero de 1829, el Libertador pudo enterarse por la prensa local de una grave noticia que lo llenó de indignación y dolor y que lo haría meditar seriamente sobre la conveniencia de desembarcar en Buenos Aires: su antiguo oficial de Granaderos, Juan Lavalle, había derrocado, perseguido y hecho fusilar al coronel Manuel Dorrego, con lo cual la guerra civil recomenzaba en el país. La presencia de “José Matorras” en Río no pasó desapercibida. El encargado de negocios de Francia en el Brasil, monsieur Pontor, se apresuró a escribir a su jefe del Quai d’Orsay, el conde de la Ferronnay: “Un hecho saliente en las circunstancias presentes es la llegada inesperada del famoso general San Martín, que vivía retirado en Inglaterra después de varios años. Llegó aquí en el último paquebote, bajo el nombre del señor San Martín. Guardó el incógnito y continuó inmediatamente su ruta para Buenos Aires. Algunas personas que lo conocen, aseguran que su regreso no tiene ningún fin político y que reveses múltiples que ha sufrido su inmensa fortuna adquirida en la invasión del Perú son la sola causa. El señor Tudor, encargado de negocios de los Estados Unidos, cree que podía tener propósitos sobre el Perú. Sea lo que fuere, lo cierto es que llega a Buenos Aires muy oportunamente y que en el estado de desorden y de anarquía en que se encuentra esta república es muy posible que sus pasados servicios y su reputación hagan pensar en él para ponerlo al frente de los negocios públicos”.
Monsieur Pontor no estaba muy informado sobre la vida de San Martín. Obviamente, no había viajado bajo su nombre verdadero, no vivía en Inglaterra sino en Bélgica y estaba lejos de perder una fortuna que nunca tuvo. La carta es interesante porque refleja el revuelo que comenzaba a levantar la llegada del Libertador al Río de la Plata y las expectativas políticas que despertaba.
Tampoco era sencillo recibir el cobro de los alquileres de sus casas en Buenos Aires y la chacra de Barriales, otras de sus fuentes de ingresos, y de los que se encargaba su cuñado y antiguo subordinado, Manuel de Escalada. Su renta más fluida provenía de los fondos invertidos por Álvarez Jonte en Londres, la principal plaza especulativa de la época. Pero ya entonces sobre ese mundo revoloteaban los “buitres” y sus aguas estaban llenas de “tiburones” de las finanzas, y se produjo lo que los historiadores ingleses bautizaron el “Pánico de 1825”. Era el inicio de las crisis cíclicas del capitalismo. Las exportaciones textiles inglesas, en constante aumento desde el comienzo de la Revolución Industrial, llegaron a su “techo” a comienzos de la década de 1820, con lo que los capitales empezaron a buscar inversiones más redituables que las hilanderías y tejedurías fabriles. La especulación con los empréstitos de las nacientes repúblicas latinoamericanas, entre ellos el tristemente célebre de la banca Baring Brothers, suscripto por el gobierno bonaerense, creó una burbuja financiera que estalló en 1825, arrastrando a la quiebra a 66 casas bancarias inglesas, con el consiguiente tendal de ahorristas y pequeños inversores perjudicados, entre ellos, el general San Martín.
A fines de 1826, posiblemente al no poder costear las 130 libras anuales que cobraba el Hampstead College, entonces una renta importante, el Libertador decidió llevar a Merceditas a Bruselas, donde ingresó en un colegio de monjas.
En medio de sus problemas, San Martín se mantenía informado de las noticias de América del Sur, en parte por los periódicos y, sobre todo, por su correspondencia con sus amigos y antiguos colaboradores: Tomás Guido, Bernardo O’Higgins y Gregorio Goyo Gómez, entre sus más asiduos corresponsales. Al enterarse del inicio de la guerra con el Brasil, el Libertador tomó la decisión de ofrecer sus servicios al país. Pero recién con la caída de Rivadavia, en 1827, y la asunción de Manuel Dorrego, se embarcó rumbo a Buenos Aires. Así lo comentaba en carta a O’Higgins: “Ya habrá usted sabido la renuncia de Rivadavia; su administración ha sido desastrosa y sólo ha contribuido a dividir los ánimos. Él me ha hecho una guerra de zapa sin otro objeto que minar mi opinión, suponiendo que mi viaje a Europa no ha tenido otro objeto que el de establecer gobiernos en América; yo he despreciado tanto sus groseras imposturas, como su innoble persona. Con un hombre como este al frente de la administración, no creí necesario ofrecer mis servicios en la actual guerra contra el Brasil, por el convencimiento en que estaba de que hubieran sido despreciados; con el cambio de administración he creído mi deber el hacerlo, en la clase que el gobierno de Buenos Aires tenga a bien emplearme: si son admitidos, me embarcaré sin pérdida de tiempo, lo que avisaré a usted”.
En su respuesta O’Higgins no se queda atrás en cuanto a sus apreciaciones sobre Rivadavia. Comienza quejándose de la permanente violación y secuestro de la correspondencia que le envía San Martín por parte de la administración rivadaviana: “Hasta la evidencia se podría asegurar que las ocho o diez cartas que veo por su apreciable del 29 de septiembre del año pasado, se han escamoteado, como las que he escrito a usted paran en poder del hombre más criminal que ha producido el pueblo argentino. Un enemigo tan feroz de los patriotas como don Bernardino Rivadavia estaba deparado, por arcanos más oscuros que el carbón, para humillarlos y para la degradación en que su desastrosa administración ha dejado a un pueblo generoso que fue la admiración y la baliza de las repúblicas de la América del Sud. Este hombre despreciable no sólo ha ejercido su envidia y su encono en contra de usted; no quedaba satisfecha su rabia; y acudiendo a su guerra de zapa, quiso minarme en el retiro de este desierto, donde por huir de ingratos, busco mi subsistencia y la de mi familia con el sudor de mi frente”.
Aunque no recibió respuesta a su ofrecimiento, decidió retornar y tenía planeado traer con él a Merceditas. Evidentemente, el general soñaba con un regreso definitivo. Antes de hacerlo, quiso conocer su admirada Francia, aunque sabía que iba a tener a la policía francesa siguiéndole las pisadas e informando al gobierno de cada movimiento del “antiguo jefe de los ejércitos insurgentes del Río de la Plata, Chile y Perú”. El tremendo frío de diciembre en Bruselas hizo sentir más fuerte su artritis reumatoidea y decidió buscar algún alivio en las termas de Aquisgrán y luego recorrer un poco Francia. Se lo vio por París, Lyon, el histórico puerto de Marsella, Tolón, Nimes, Tolosa, Burdeos y Tours, la ciudad del otro San Martín, para regresar a París, pasando por el bello mediodía francés y partir hacia Bruselas, adonde llegó en los primeros días de abril de 1828.
A comienzos de junio, ya repuesto, le escribía a Tomás Guido: “Creo que tendré el gusto de ver a Ud. a fines del presente año, a menos que el cambio de esa plaza no suba en términos de poder permanecer en Europa hasta la conclusión de la educación de mi niña, pues me es absolutamente imposible poder subsistir por más tiempo, no pudiendo percibir más que el tercio de lo que me produce mi finca. Esta circunstancia me altera todo mi plan, pues tendré que separarme de mi hija, siendo doloroso que no concluyese su educación, habiendo hecho el viaje con este objeto”.
El 12 de julio retiró a Mercedes de la pensión porque empezaban las vacaciones de verano y regresó en su compañía a los baños termales de Aquisgrán.
De regreso finalmente, decidió volver a la patria sin Mercedes, en compañía de su inseparable Eusebio Soto. Su amigo Miller se encargó de comprarle en Londres el pasaje, a nombre de “José Matorras” para eludir la vigilancia de los servicios de espionaje español y francés. El Gran Jefe emprendía el regreso a querida su patria. El 21 de noviembre de 1828, San Martín y Eusebio Soto viajaron de Bruselas a Londres; de allí, seis horas en diligencia hasta la bellísima Canterbury, la ciudad de los célebres cuentos picarescos, para visitar al general Miller y su familia. Tras unos días de largas charlas que le vinieron muy bien a Miller para avanzar en la escritura de sus memorias, los viajeros siguieron rumbo al puerto de Falmouth, en el sudeste de Inglaterra, para embarcarse con destino al Río de la Plata en el barco Countess of Chichester, que había iniciado los viajes del “paquete” (correo regular) cuatro años antes.
Cuando el barco inglés hizo escala en Río de Janeiro, el 15 de enero de 1829, el Libertador pudo enterarse por la prensa local de una grave noticia que lo llenó de indignación y dolor y que lo haría meditar seriamente sobre la conveniencia de desembarcar en Buenos Aires: su antiguo oficial de Granaderos, Juan Lavalle, había derrocado, perseguido y hecho fusilar al coronel Manuel Dorrego, con lo cual la guerra civil recomenzaba en el país. La presencia de “José Matorras” en Río no pasó desapercibida. El encargado de negocios de Francia en el Brasil, monsieur Pontor, se apresuró a escribir a su jefe del Quai d’Orsay, el conde de la Ferronnay: “Un hecho saliente en las circunstancias presentes es la llegada inesperada del famoso general San Martín, que vivía retirado en Inglaterra después de varios años. Llegó aquí en el último paquebote, bajo el nombre del señor San Martín. Guardó el incógnito y continuó inmediatamente su ruta para Buenos Aires. Algunas personas que lo conocen, aseguran que su regreso no tiene ningún fin político y que reveses múltiples que ha sufrido su inmensa fortuna adquirida en la invasión del Perú son la sola causa. El señor Tudor, encargado de negocios de los Estados Unidos, cree que podía tener propósitos sobre el Perú. Sea lo que fuere, lo cierto es que llega a Buenos Aires muy oportunamente y que en el estado de desorden y de anarquía en que se encuentra esta república es muy posible que sus pasados servicios y su reputación hagan pensar en él para ponerlo al frente de los negocios públicos”.
Monsieur Pontor no estaba muy informado sobre la vida de San Martín. Obviamente, no había viajado bajo su nombre verdadero, no vivía en Inglaterra sino en Bélgica y estaba lejos de perder una fortuna que nunca tuvo. La carta es interesante porque refleja el revuelo que comenzaba a levantar la llegada del Libertador al Río de la Plata y las expectativas políticas que despertaba.
En la ciudad de la furia. San Martín divisó la silueta de la ciudad de Buenos Aires desde la cubierta del barco. Ya había decidido no desembarcar, una decisión dolorosa pero que él creía necesaria. No habría flores para Remedios, ni recorrida por aquellos lugares donde fueron fugazmente felices. Las prevenciones del general se vieron inmediatamente confirmadas por un artículo firmado por Florencio Varela, publicado por el diario rivadaviano El Pampero bajo el sugestivo título de “Ambigüedades”, en el que se decía: “En esta clase reputamos el arribo inesperado a estas playas del general San Martín, sobre lo que diremos, a más de lo expuesto por nuestro coescritor El Tiempo, que este general ha venido a su país a los cinco años, pero después que ha sabido que se han hecho las paces con el emperador del Brasil”.
El general permaneció en el buque a la espera de la partida hacia Montevideo. Cuando sus queridos amigos y compañeros, el coronel Manuel de Olazábal y el sargento mayor Pedro N. Álvarez de Condarco, llegaron al barco a visitarlo con una caja de duraznos como obsequio, San Martín les dijo: “Yo supe en Río de Janeiro sobre la revolución encabezada por Lavalle y en Montevideo el fusilamiento de Dorrego. Entonces me decidí venir hasta balizas, permanecer en el paquete, y por nada desembarcar, atendiendo desde aquí algunos asuntos que tenía que arreglar, y regresar a Europa. Mi sable no se desenvainará jamás en guerras civiles”. Así lo cuenta el propio Olazábal en sus memorias, quien también nos dice que había engordado y estaba canoso, pero que mantenía los ojos centelleantes de siempre. En la misma carta en que le solicitaba pasaportes para él y Eusebio, San Martín le decía al ministro de Gobierno del Lavalle, general José Miguel Díaz Vélez, el 7 de febrero: “A los cinco años justos de mi separación del país he regresado a él con el firme propósito de concluir mis días en el retiro de una vida privada, mas para esto contaba con la tranquilidad completa que suponía debía gozar nuestro país, pues sin este requisito sabía muy bien que todo hombre que ha figurado en la revolución no podía prometérsela, por estricta que sea la neutralidad que quiera seguir en el choque de las opiniones. Así es que en vista del estado en que se encuentra nuestro país y por otra parte no perteneciendo ni debiendo pertenecer a ninguno de los partidos en cuestión, he resuelto para conseguir este objeto pasar a Montevideo, desde cuyo punto dirigiré mis votos por el pronto restablecimiento de la concordia”.
Los pasaportes fueron concedidos y todo Buenos Aires se enteró de que el general no desembarcaría y marcharía a Montevideo. El diario unitario El Tiempo, continuando la tradición rivadaviana, comenzaba su campaña contra San Martín en estos términos: “Llegar a Montevideo, no desembarcar allí, fondear en nuestros puertos y en el acto y sin saltar a tierra, pedir su pasaporte para regresar a aquella plaza, es una comportación que parecería inexplicable si no hubiera algunos datos por donde poderla juzgar, pero que El Tiempo no pretende indicar en manera alguna. Baste decir que es imposible que el general San Martín llegara a nuestras balizas sin estar perfectamente impuesto de lo ocurrido en Buenos Aires desde el día 1° de diciembre; en el Janeiro se impondría de los principales sucesos y en Montevideo de todos sus pormenores y consecuencias del estado actual del país. No nos parece por lo tanto que sean las circunstancias políticas de hoy consideradas en general las que hayan decidido al señor San Martín a regresar a Montevideo desde nuestros puertos sin siquiera desembarcarse. Él ha recibido a bordo muchas visitas de sus amigos; se habrá impuesto por consiguiente de que en el día de hoy no se sostiene otra lucha en Buenos Aires que la del orden contra la anarquía y tampoco ignorará que en este país no hay hombres precisos. De lo que acaso en su larga ausencia no haya tenido proporción de juzgar con exactitud. Deseamos que el general tenga un buen viaje y que se desvanezcan cuanto antes todos sus escrúpulos”.
El general permaneció en el buque a la espera de la partida hacia Montevideo. Cuando sus queridos amigos y compañeros, el coronel Manuel de Olazábal y el sargento mayor Pedro N. Álvarez de Condarco, llegaron al barco a visitarlo con una caja de duraznos como obsequio, San Martín les dijo: “Yo supe en Río de Janeiro sobre la revolución encabezada por Lavalle y en Montevideo el fusilamiento de Dorrego. Entonces me decidí venir hasta balizas, permanecer en el paquete, y por nada desembarcar, atendiendo desde aquí algunos asuntos que tenía que arreglar, y regresar a Europa. Mi sable no se desenvainará jamás en guerras civiles”. Así lo cuenta el propio Olazábal en sus memorias, quien también nos dice que había engordado y estaba canoso, pero que mantenía los ojos centelleantes de siempre. En la misma carta en que le solicitaba pasaportes para él y Eusebio, San Martín le decía al ministro de Gobierno del Lavalle, general José Miguel Díaz Vélez, el 7 de febrero: “A los cinco años justos de mi separación del país he regresado a él con el firme propósito de concluir mis días en el retiro de una vida privada, mas para esto contaba con la tranquilidad completa que suponía debía gozar nuestro país, pues sin este requisito sabía muy bien que todo hombre que ha figurado en la revolución no podía prometérsela, por estricta que sea la neutralidad que quiera seguir en el choque de las opiniones. Así es que en vista del estado en que se encuentra nuestro país y por otra parte no perteneciendo ni debiendo pertenecer a ninguno de los partidos en cuestión, he resuelto para conseguir este objeto pasar a Montevideo, desde cuyo punto dirigiré mis votos por el pronto restablecimiento de la concordia”.
Los pasaportes fueron concedidos y todo Buenos Aires se enteró de que el general no desembarcaría y marcharía a Montevideo. El diario unitario El Tiempo, continuando la tradición rivadaviana, comenzaba su campaña contra San Martín en estos términos: “Llegar a Montevideo, no desembarcar allí, fondear en nuestros puertos y en el acto y sin saltar a tierra, pedir su pasaporte para regresar a aquella plaza, es una comportación que parecería inexplicable si no hubiera algunos datos por donde poderla juzgar, pero que El Tiempo no pretende indicar en manera alguna. Baste decir que es imposible que el general San Martín llegara a nuestras balizas sin estar perfectamente impuesto de lo ocurrido en Buenos Aires desde el día 1° de diciembre; en el Janeiro se impondría de los principales sucesos y en Montevideo de todos sus pormenores y consecuencias del estado actual del país. No nos parece por lo tanto que sean las circunstancias políticas de hoy consideradas en general las que hayan decidido al señor San Martín a regresar a Montevideo desde nuestros puertos sin siquiera desembarcarse. Él ha recibido a bordo muchas visitas de sus amigos; se habrá impuesto por consiguiente de que en el día de hoy no se sostiene otra lucha en Buenos Aires que la del orden contra la anarquía y tampoco ignorará que en este país no hay hombres precisos. De lo que acaso en su larga ausencia no haya tenido proporción de juzgar con exactitud. Deseamos que el general tenga un buen viaje y que se desvanezcan cuanto antes todos sus escrúpulos”.
Argentinos, derechos y humanos. La campaña continuó y el 12 de febrero, aniversario de la batalla de Chacabuco, El Tiempo publicaba tramposamente en la sección correspondencia, una nota firmada por “unos argentinos”. Creo de importancia transcribirla completa para que los lectores puedan apreciar la calaña de la prensa canalla de entonces. La rivadaviana nota decía: “Sabéis General que nuestra patria triunfante, mientras ha durado vuestra larga ausencia en la gloriosa lucha contra el emperador de Brasil, celebró una paz honrosa y que por consecuencia de aquel memorable acontecimiento pocos meses ha, las bocas del Río de la Plata quedaron abiertas a la comunicación del mundo. Ahora queremos hacer notar que es un capricho singular de nuestra fortuna, el que después de aquel período histórico seáis, vos General, tal vez el guerrero más ilustre de la República Argentina, uno de los primeros que hayan visitado las aguas de nuestro río. También es raro que cuando estábamos para alcanzar la dicha, de que permanecieseis entre nosotros hayáis encontrado el país indigno de habitarlo, y regreséis sin verlo. ¿Cómo podremos haceros arrepentir, General, de la idea de burlar nuestra esperanza? ¿Qué podremos ofrecer que os halague si no queréis ni ser compañero nuestro, ni nuestro guía, ni nuestro consejero? Viviendo con nosotros mil veces habréis podido tener ocasión de darnos ejemplos útiles y palpables de moderación y de paciencia; habríais intervenido alguna vez como árbitro en las contiendas domésticas o como consejero fiel en los conflictos comunes; en fin, habríais asistido como todos nosotros y cada uno con su propia ofrenda a los ministerios indispensables y sagrados de la patria, ya fuese que se quemara en sus altares el aroma y el incienso como en los días de júbilo, ya fuese que cerrados sus templos la discordia azotase las ciudades y los campos sacudiendo sus teas incendiarias como en los días de turbación.
“Nos abandonáis, sin embargo, General; pero sin inquietarnos por los motivos que os induzcan a dar este paso, podemos manifestaros que la gratitud nos obliga a dejaros dueño de vuestro destino y que el cuidado de nuestra propia suerte nos impone la necesidad de armarnos del coraje sublime de habitar la patria a la que pertenecemos viviendo en ella lo mismo en los días en que el orden es sólido, y la unión perfecta y sincera que en aquellos en que jefes y partidos intratables manifestasen insaciables pasiones y principios que no debiesen dejar triunfar.
“¿Adónde iríamos huyendo de nuestra patria que la ignominia y el desdoro que publicásemos de ella no nos cortejasen también? ¿Cómo partir de las riberas del Río de la Plata gritando a todo el mundo que no hay en sus márgenes un solo punto habitable? Confesamos que esta resolución es imposible para nosotros. Los que dejáis en el país, de cuyo estado parecéis asustado y temeroso, olvidándose de su propia flaqueza por acordarse sólo de la dignidad de la patria, creed, que antes de imitar vuestro ejemplo, preferirán con orgullo perecer en la tormenta por no defraudarla voluntariamente en uno solo de sus hijos de cualquiera capacidad, cualquier talento que pudiese echar mano en las necesidades de su situación. No olvidéis, cuando merezcamos el favor de un recuerdo, que a ningún hombre por grande que sea su mérito, le es permitido divorciarse con la patria y mucho menos si con pretensión orgullosa de lo que no os acusamos, general, pretende tener toda la razón de su parte, concediendo a su sola opinión todos los derechos de la verdad”.
Otros argentinos se sintieron dolidos por esta nota cobardemente anónima firmada por “unos argentinos” y lo hicieron a través de la Gaceta Mercantil: “El general San Martín tiene derechos especiales para que la historia le designe largas páginas y ellas sirvan de modelo para las generaciones venideras; mas entretanto corre ese largo período, nosotros los presentes, recordaremos con respeto los días gloriosos que su época nos dio; quisiéramos que su conducta ulterior aunque en nuestra opinión es arreglada, no hubiese servido de pretexto para que los titulados Argentinos, en consonancia con El Tiempo, olvidando todas las consideraciones y lo que es más, la celebridad del día en que tuvo su origen la república chilena por la batalla de Chacabuco, rompan los diques de la moderación y arrojen el viento de sus tenaces pasiones sobre la sombra de un hombre cuyo rango y opinión está suficientemente justificado ante el mundo todo.
“Para llenar este deber su barómetro serán los hechos y decididos servicios de este general para llevar la libertad en triunfo hasta el Pichincha, su política liberal y filosofía para guardar un silencio sepulcral en medio de los combates de sus enemigos, garantido de su conciencia justificada; principio poderoso para esperar su conservación en la vida privada que ha adoptado con mortificación de sus enemigos implacables, concluyendo con recordar a estos que si ellos, el día consagrado al aniversario de la batalla de Chacabuco, primero de la existencia de la república chilena, han empleado su pluma para denigrar el carácter del fundador de ella, eso mismo y la justificación de la injusticia de sus alevosos tiros derrama esta breve contestación de un jefe del Ejército Libertador, al mando del general San Martín”.
El general San Martín conocía perfectamente a esos “argentinos” que firmaban la nota de El Tiempo, a los que les había dedicado un párrafo notable en la carta dirigida a su amigo O’Higgins que citamos más arriba.
Su gran amigo, Tomás Guido, le escribía: “Mucha satisfacción me ha dado el saber que usted llegó felizmente a Montevideo y que está fuera de contacto de las pasioncillas que aquí se agitan. (...) Hay otro negocio sobre el cual gustaría saber la resolución de usted prontamente, si no hay sistema en ocultarlo; tal es: si usted se resuelve pasar o no al Perú. Quizá considere usted impertinente esta pregunta; no lo es, si usted se persuade de que el interés de América y simpatías indelebles por usted me mueven a esta averiguación. Estoy informado de que usted ha sido llamado por el general La Mar y que se le han acordado a usted sus honores y sueldos; creo también que su presencia en Lima contribuiría decididamente a que se pagasen los haberes vencidos; pero no son esos intereses los que yo quiero saber si a usted lo llevarán a aquel país; es, en una palabra, y bajo la reserva de que usted sabe soy capaz, si usted se decidirá a tomar parte activa en la suerte del Perú, comprometido hoy en una guerra justa y con muy pocos hombres que lo presidan. (...) Buenos Aires continúa marchando bajo el mismo sistema que en diciembre; se aceleran los preparativos para una fuerte expedición contra los gobernadores de las provincias interiores. Hoy sin embargo se asegura que el general Rivera ha ofrecido mediar entre las partes beligerantes para evitar la guerra civil”.
“Nos abandonáis, sin embargo, General; pero sin inquietarnos por los motivos que os induzcan a dar este paso, podemos manifestaros que la gratitud nos obliga a dejaros dueño de vuestro destino y que el cuidado de nuestra propia suerte nos impone la necesidad de armarnos del coraje sublime de habitar la patria a la que pertenecemos viviendo en ella lo mismo en los días en que el orden es sólido, y la unión perfecta y sincera que en aquellos en que jefes y partidos intratables manifestasen insaciables pasiones y principios que no debiesen dejar triunfar.
“¿Adónde iríamos huyendo de nuestra patria que la ignominia y el desdoro que publicásemos de ella no nos cortejasen también? ¿Cómo partir de las riberas del Río de la Plata gritando a todo el mundo que no hay en sus márgenes un solo punto habitable? Confesamos que esta resolución es imposible para nosotros. Los que dejáis en el país, de cuyo estado parecéis asustado y temeroso, olvidándose de su propia flaqueza por acordarse sólo de la dignidad de la patria, creed, que antes de imitar vuestro ejemplo, preferirán con orgullo perecer en la tormenta por no defraudarla voluntariamente en uno solo de sus hijos de cualquiera capacidad, cualquier talento que pudiese echar mano en las necesidades de su situación. No olvidéis, cuando merezcamos el favor de un recuerdo, que a ningún hombre por grande que sea su mérito, le es permitido divorciarse con la patria y mucho menos si con pretensión orgullosa de lo que no os acusamos, general, pretende tener toda la razón de su parte, concediendo a su sola opinión todos los derechos de la verdad”.
Otros argentinos se sintieron dolidos por esta nota cobardemente anónima firmada por “unos argentinos” y lo hicieron a través de la Gaceta Mercantil: “El general San Martín tiene derechos especiales para que la historia le designe largas páginas y ellas sirvan de modelo para las generaciones venideras; mas entretanto corre ese largo período, nosotros los presentes, recordaremos con respeto los días gloriosos que su época nos dio; quisiéramos que su conducta ulterior aunque en nuestra opinión es arreglada, no hubiese servido de pretexto para que los titulados Argentinos, en consonancia con El Tiempo, olvidando todas las consideraciones y lo que es más, la celebridad del día en que tuvo su origen la república chilena por la batalla de Chacabuco, rompan los diques de la moderación y arrojen el viento de sus tenaces pasiones sobre la sombra de un hombre cuyo rango y opinión está suficientemente justificado ante el mundo todo.
“Para llenar este deber su barómetro serán los hechos y decididos servicios de este general para llevar la libertad en triunfo hasta el Pichincha, su política liberal y filosofía para guardar un silencio sepulcral en medio de los combates de sus enemigos, garantido de su conciencia justificada; principio poderoso para esperar su conservación en la vida privada que ha adoptado con mortificación de sus enemigos implacables, concluyendo con recordar a estos que si ellos, el día consagrado al aniversario de la batalla de Chacabuco, primero de la existencia de la república chilena, han empleado su pluma para denigrar el carácter del fundador de ella, eso mismo y la justificación de la injusticia de sus alevosos tiros derrama esta breve contestación de un jefe del Ejército Libertador, al mando del general San Martín”.
El general San Martín conocía perfectamente a esos “argentinos” que firmaban la nota de El Tiempo, a los que les había dedicado un párrafo notable en la carta dirigida a su amigo O’Higgins que citamos más arriba.
Su gran amigo, Tomás Guido, le escribía: “Mucha satisfacción me ha dado el saber que usted llegó felizmente a Montevideo y que está fuera de contacto de las pasioncillas que aquí se agitan. (...) Hay otro negocio sobre el cual gustaría saber la resolución de usted prontamente, si no hay sistema en ocultarlo; tal es: si usted se resuelve pasar o no al Perú. Quizá considere usted impertinente esta pregunta; no lo es, si usted se persuade de que el interés de América y simpatías indelebles por usted me mueven a esta averiguación. Estoy informado de que usted ha sido llamado por el general La Mar y que se le han acordado a usted sus honores y sueldos; creo también que su presencia en Lima contribuiría decididamente a que se pagasen los haberes vencidos; pero no son esos intereses los que yo quiero saber si a usted lo llevarán a aquel país; es, en una palabra, y bajo la reserva de que usted sabe soy capaz, si usted se decidirá a tomar parte activa en la suerte del Perú, comprometido hoy en una guerra justa y con muy pocos hombres que lo presidan. (...) Buenos Aires continúa marchando bajo el mismo sistema que en diciembre; se aceleran los preparativos para una fuerte expedición contra los gobernadores de las provincias interiores. Hoy sin embargo se asegura que el general Rivera ha ofrecido mediar entre las partes beligerantes para evitar la guerra civil”.
San Martín en Montevideo. En Montevideo fue recibido por el jefe del naciente Estado, el general Rondeau, quien le ofreció alojarse en su residencia oficial. San Martín agradeció la hospitalidad pero prefirió alquilar una habitación en la posada Fonda de Carreras. La fonda estaba ubicada en el centro de la ciudad, en la Plaza Matriz; tenía dos pisos. En la planta baja estaban el café y el salón comedor, y en la alta, la posada con habitaciones a la calle. Pero ante la insistencia de varios amigos, se mudó el 19 de febrero a la finca El Saladero, de Gabriel Pereira, en el actual parque Battle y Ordóñez.
En aquellos primeros días en Montevideo, el general recorrió la ciudad en compañía de su inseparable Eusebio y pudo visitar al coronel Eugenio Garzón, ministro de Guerra del Uruguay. Le contó de su recorrida y le aconsejó que demoliera las murallas de la ciudad-puerto porque iban a contener la expansión urbanística de la ciudad y porque como elemento de defensa habían quedado arcaicas e inútiles frente a la artillería de las nuevas naves de guerra europeas. También se hizo tiempo para responder a la honorable invitación a asistir como espectador a las sesiones de la Asamblea Legislativa en las que se debatía la carta orgánica del Uruguay. En una cena se pudo reencontrar con su cuñado Manuel Escalada.
El general leía por las mañanas, antes de partir a su habitual recorrida por la ciudad, las noticias de Buenos Aires. Así pudo enterarse de que acusados de encabezar un intento de golpe contra Lavalle, habían sido deportados algunos miembros del federalismo porteño como Juan José y Tomás de Anchorena y Tomás de Iriarte, entre otros. Al llegar a Montevideo todos ellos quisieron ver al Libertador y contarle su versión de los hechos, pero el general no olvidaba el desprecio de Anchorena por el plan del Inca y su desinterés absoluto por la ayuda requerida por su enviado Gutiérrez de la Fuente; ni la colaboración activa de Iriarte en las campañas difamatorias de Alvear. Uno de los recién llegados, el coronel Garzón, pensaba proponerle que se pusiera a la cabeza de una invasión a Buenos Aires para deponer a Lavalle y fusilarlo.
En una carta a O’Higgins fechada 13 de abril de 1829, San Martín le contaba que Lavalle había enviado a dos delegados, el coronel Trolé y Juan Andrés Gelly, para ofrecerle el mando de la provincia y dejaba muy en claro por qué no había aceptado el ofrecimiento del asesino de Dorrego: “El objeto de Lavalle era el que yo me encargase del mando del ejército y provincia de Buenos Aires y transase con las demás provincias a fin de garantir, por mi parte y por la de los demás gobernadores, a los autores del movimiento del 1° de diciembre; pero usted conocerá que en el estado de exaltación a que han llegado los partidos en cuestión, sin que quede otro arbitrio que el exterminio de uno de ellos. Por otra parte, los autores del movimiento del 1° son Rivadavia y sus satélites, a usted le consta los inmensos males que estos hombres han hecho, no sólo a este país, sino al resto de la América, con su infernal conducta; si mi alma fuese tan despreciable como las suyas, yo aprovecharía esta ocasión para vengarme de las persecuciones que mi honor ha sufrido de estos hombres; pero es necesario enseñarles la diferencia que hay de un hombre de bien a un malvado”.
A quienes les pueda parecer parcial la inculpación a Rivadavia que hace San Martín por el asesinato de Dorrego, les va a ayudar leer este oficio reservado, dirigido al Foreign Office por el representante británico en Buenos Aires, Mr. Woodbine Parish, insospechable de ser partidario de Dorrego, donde señalaba: “He oído decir, sin embargo, que no hay duda de que el general Lavalle fue instigado a realizar ese acto por los partidos de Buenos Aires y me han asegurado que su muerte fue bien conocida en la ciudad por el señor Agüero, antiguo principal ministro de Rivadavia, la misma noche de su ejecución. Es difícil al presente hablar positivamente sobre este tema, pero está muy generalizada la creencia que muchos de los miembros del viejo gobierno de Rivadavia y sus íntimos partidarios tuvieron una reunión secreta no bien recibieron las primeras nuevas de que el gobernador había sido hecho prisionero y despacharon un mensajero a Lavalle con el resultado de sus opiniones para que supiese qué debía hacer. Muchas circunstancias prueban este hecho de un modo indudable y lo hace aún más creíble el que los hombres de ese partido eran conocidos como los primeros autores de la revolución”.
En diálogo franco con el capitán Manuel Pueyrredón, San Martín ratificó su decisión de rechazar la propuesta de Lavalle de descargar sobre sus espaldas el desastre armado por él mismo y sus “asesores” rivadavianos: “Yo no podía aceptar sus ofertas porque José de San Martín poco importa, pero el general San Martín da mucho peso a la balanza y tú sabes que he sido el enemigo de las revoluciones, que no podía ir a ponerme el servicio de una de ellas. Cuando Bolívar fue al Perú, yo tenía ocho mil hombres, podía sostenerme, arrojarlo; pero era preciso dar el escándalo de una guerra civil entre dos hombres que trabajaban por la misma causa y preferí resignar el mando”.
Finalmente, dada la importancia de la oferta y del contexto en que se hacía, San Martín se dirige directamente a Lavalle, pasando por encima de los intermediarios, y aprovecha para darle un consejo que su ex subordinado lamentablemente no escuchará: “Sin otro derecho que el de haber sido su compañero de armas, permítame usted, General, le haga una sola reflexión, a saber: que aunque los hombres en general juzguen de lo pasado según su verdadera justicia, y de lo presente, según sus intereses, en la situación en que usted se halla, una sola víctima que pueda economizar a su país le servirá de un consuelo inalterable, sea cual fuere el resultado de la contienda en que se halle usted empeñado; porque esta situación no depende de los demás sino de uno mismo”.
En aquellos primeros días en Montevideo, el general recorrió la ciudad en compañía de su inseparable Eusebio y pudo visitar al coronel Eugenio Garzón, ministro de Guerra del Uruguay. Le contó de su recorrida y le aconsejó que demoliera las murallas de la ciudad-puerto porque iban a contener la expansión urbanística de la ciudad y porque como elemento de defensa habían quedado arcaicas e inútiles frente a la artillería de las nuevas naves de guerra europeas. También se hizo tiempo para responder a la honorable invitación a asistir como espectador a las sesiones de la Asamblea Legislativa en las que se debatía la carta orgánica del Uruguay. En una cena se pudo reencontrar con su cuñado Manuel Escalada.
El general leía por las mañanas, antes de partir a su habitual recorrida por la ciudad, las noticias de Buenos Aires. Así pudo enterarse de que acusados de encabezar un intento de golpe contra Lavalle, habían sido deportados algunos miembros del federalismo porteño como Juan José y Tomás de Anchorena y Tomás de Iriarte, entre otros. Al llegar a Montevideo todos ellos quisieron ver al Libertador y contarle su versión de los hechos, pero el general no olvidaba el desprecio de Anchorena por el plan del Inca y su desinterés absoluto por la ayuda requerida por su enviado Gutiérrez de la Fuente; ni la colaboración activa de Iriarte en las campañas difamatorias de Alvear. Uno de los recién llegados, el coronel Garzón, pensaba proponerle que se pusiera a la cabeza de una invasión a Buenos Aires para deponer a Lavalle y fusilarlo.
En una carta a O’Higgins fechada 13 de abril de 1829, San Martín le contaba que Lavalle había enviado a dos delegados, el coronel Trolé y Juan Andrés Gelly, para ofrecerle el mando de la provincia y dejaba muy en claro por qué no había aceptado el ofrecimiento del asesino de Dorrego: “El objeto de Lavalle era el que yo me encargase del mando del ejército y provincia de Buenos Aires y transase con las demás provincias a fin de garantir, por mi parte y por la de los demás gobernadores, a los autores del movimiento del 1° de diciembre; pero usted conocerá que en el estado de exaltación a que han llegado los partidos en cuestión, sin que quede otro arbitrio que el exterminio de uno de ellos. Por otra parte, los autores del movimiento del 1° son Rivadavia y sus satélites, a usted le consta los inmensos males que estos hombres han hecho, no sólo a este país, sino al resto de la América, con su infernal conducta; si mi alma fuese tan despreciable como las suyas, yo aprovecharía esta ocasión para vengarme de las persecuciones que mi honor ha sufrido de estos hombres; pero es necesario enseñarles la diferencia que hay de un hombre de bien a un malvado”.
A quienes les pueda parecer parcial la inculpación a Rivadavia que hace San Martín por el asesinato de Dorrego, les va a ayudar leer este oficio reservado, dirigido al Foreign Office por el representante británico en Buenos Aires, Mr. Woodbine Parish, insospechable de ser partidario de Dorrego, donde señalaba: “He oído decir, sin embargo, que no hay duda de que el general Lavalle fue instigado a realizar ese acto por los partidos de Buenos Aires y me han asegurado que su muerte fue bien conocida en la ciudad por el señor Agüero, antiguo principal ministro de Rivadavia, la misma noche de su ejecución. Es difícil al presente hablar positivamente sobre este tema, pero está muy generalizada la creencia que muchos de los miembros del viejo gobierno de Rivadavia y sus íntimos partidarios tuvieron una reunión secreta no bien recibieron las primeras nuevas de que el gobernador había sido hecho prisionero y despacharon un mensajero a Lavalle con el resultado de sus opiniones para que supiese qué debía hacer. Muchas circunstancias prueban este hecho de un modo indudable y lo hace aún más creíble el que los hombres de ese partido eran conocidos como los primeros autores de la revolución”.
En diálogo franco con el capitán Manuel Pueyrredón, San Martín ratificó su decisión de rechazar la propuesta de Lavalle de descargar sobre sus espaldas el desastre armado por él mismo y sus “asesores” rivadavianos: “Yo no podía aceptar sus ofertas porque José de San Martín poco importa, pero el general San Martín da mucho peso a la balanza y tú sabes que he sido el enemigo de las revoluciones, que no podía ir a ponerme el servicio de una de ellas. Cuando Bolívar fue al Perú, yo tenía ocho mil hombres, podía sostenerme, arrojarlo; pero era preciso dar el escándalo de una guerra civil entre dos hombres que trabajaban por la misma causa y preferí resignar el mando”.
Finalmente, dada la importancia de la oferta y del contexto en que se hacía, San Martín se dirige directamente a Lavalle, pasando por encima de los intermediarios, y aprovecha para darle un consejo que su ex subordinado lamentablemente no escuchará: “Sin otro derecho que el de haber sido su compañero de armas, permítame usted, General, le haga una sola reflexión, a saber: que aunque los hombres en general juzguen de lo pasado según su verdadera justicia, y de lo presente, según sus intereses, en la situación en que usted se halla, una sola víctima que pueda economizar a su país le servirá de un consuelo inalterable, sea cual fuere el resultado de la contienda en que se halle usted empeñado; porque esta situación no depende de los demás sino de uno mismo”.
El camino hacia el exilio definitivo. Habían pasado tres meses desde su llegada a Montevideo, días intensos de ofertas de poder, de ataques furibundos, de galantes recepciones y profundas meditaciones antes de emprender el regreso, que el general intuía definitivo, a Europa. El día de su partida del Río de la Plata, le escribía al oriental Fructuoso Rivera: “Dos son las principales causas que me han decidido a privarme del consuelo de por ahora estar en mi patria: la primera, no mandar; la segunda, la convicción de no poder habitar mi país, como particular, en tiempos de convulsión, sin mezclarme en divisiones (…). Mi carácter no es propio para el desempeño de ningún mando político (…) y habiendo figurado en nuestra revolución, siempre seré un foco en que los partidos creerán encontrar un apoyo (…). Firme e inalterable en mi resolución de no mandar jamás, mi presencia en el país es embarazosa. Si este cree, algún día, que como soldado le puedo ser útil en una guerra extranjera (nunca contra mis compatriotas), yo le serviré con la lealtad que siempre lo he hecho”.
Una carta para la historia. San Martín se tomó su tiempo para contestar a su “lancero amado” con esta carta memorable fechada en Montevideo el 3 de abril de 1829, cuya completa lectura es más que aconsejable: “El estado de mis intereses, es decir la depresión del papel moneda en Buenos Aires no me permitían vivir por más tiempo en Europa; con los réditos de mi finca, los que alcanzaban a cerca de seis mil pesos, pero que puestos en el Continente quedaban reducidos a menos de mil quinientos, me resolví a regresar al país con el objeto de pasar en Mendoza los dos años que juzgaba necesarios para la conclusión de la educación de mi hija y a agitar por la mayor inmediación el cobro no del todo, pero sí de alguna parte de mi pensión del Perú, pues yo no contaba ni podía contar con sueldo alguno de mi país, y al mismo tiempo haciendo el ensayo de si con los cinco años de ausencia y una vida retirada podía desimpresionar a lo general de mis conciudadanos que toda mi ambición estaba reducida a vivir y morir tranquilamente en el seno de mi patria. Todos estos planes han sido frustrados por las ocurrencias del día. Pasemos ahora al punto capital, es decir, el de mi regreso a Europa. Las agitaciones de 19 años de ensayos en busca de una libertad que no ha existido y más que todo, las difíciles circunstancias en que se halla en el día nuestro país, hacen clamar a lo general de los hombres que ven sus fortunas al borde del precipicio, y su futura suerte cubierta de una funesta incertidumbre, no por un cambio en los principios que nos rigen y que en mi opinión es donde está el mal, sino por un gobierno vigoroso, en una palabra militar; porque el que se ahoga no repara en lo que se agarra (...). Ahora bien, partiendo del principio que es absolutamente necesario el que desaparezca uno de los partidos contendientes, por ser incompatible la presencia de ambos con la tranquilidad pública, ¿será posible, sea yo el escogido para ser el verdugo de mis conciudadanos, y cual otro Sila, cubra mi patria de proscripciones? No, jamás, jamás, mil veces preferiría correr y envolverme en los males que la amenazan que ser yo instrumento de tamaños horrores; por otra parte, después del carácter sanguinario con que se han pronunciado los partidos, no me sería permitido por el que quedase victorioso, usar de una clemencia necesaria y me vería obligado a ser agente del furor de pasiones exaltadas que no consultan otro principio que el de la venganza. Mi amigo, veamos claro, la situación de nuestro país es tal, que al hombre que lo manden no le queda otra alternativa que la de apoyarse sobre una fracción o renunciar al mando; esto último es lo que hago. Muchos años hace que usted me conoce con inmediación, y le consta que nunca he suscrito a ningún partido, y que mis operaciones y resultados de estas, han sido hijas de mi escasa razón y del consejo amistoso de mis amigos; no faltará quien diga que la patria tiene derecho a exigir de sus hijos todo género de sacrificios, esto tiene sus límites; a ella, se le debe sacrificar la vida e intereses, pero no el honor. (...) Si sentimientos menos nobles que los que poseo a favor de nuestro suelo fuesen el Norte que me dirigiesen, yo aprovecharía de esta coyuntura para engañar a ese heroico, pero desgraciado pueblo, como lo han hecho unos cuantos demagogos que, con sus locas teorías, lo han precipitado en los males que lo afligen y dándole el pernicioso ejemplo de perseguir a los hombres de bien, sin reparar a los medios. Después de lo que llevo expuesto, ¿cuál será el partido que me resta? Es preciso convenir que mi presencia en el país en estas circunstancias, lejos de ser útil no haría otra cosa que ser embarazosa, para los unos y objeto de continua desconfianza para los otros, de esperanzas que deben ser frustradas; para mí, de disgustos continuados”.
Y cerraba reiterando la frase que ya había estampado en su renuncia como Protector del Perú: “La presencia de un militar afortunado es temible a los Estados que de nuevo se constituyen”.
Agregaba el general una posdata significativa: “Si no fuese a usted, Goyo Gómez u O’Higgins, con quienes tengo lo que se llama una sincera amistad y que conocen mi carácter, yo no me aventuraría a escribir a nadie con la franqueza que lo he hecho, pues se creería un exceso de orgullo”.
Cuenta Tomás de Iriarte en sus memorias que acompañó a San Martín hasta el barco que lo conduciría al exilio definitivo: “El general San Martín se embarcó para Europa; lo acompañé al paquete hasta el momento de hacerse este a la vela. (…) San Martín me aconsejó que en el momento que cayese Lavalle y su partido no debíamos perder tiempo en regresar a Buenos Aires a fin de tomar una parte activa en los negocios, y perseguir con tesón al círculo británico hasta anularlo. Balcarce, Martínez y yo habíamos, colectiva e individualmente, hecho los mayores esfuerzos para que el general San Martín esperase el término de la guerra, cuyo fin y resultado se veía ya próximo, para pasar a Buenos Aires a ponerse al frente de los negocios públicos. Pero San Martín nos opuso constantemente la más incontrastable resistencia: nos dijo que deseaba vivir y morir en el país, porque encontraba un gran vacío en Europa, que le repugnaban las costumbres de etiqueta, los hábitos que estaban en oposición con su carácter franco de soldado, pero que había resuelto expatriarse y no volver al país, mientras asomase la guerra civil y la anarquía”.
Y cerraba reiterando la frase que ya había estampado en su renuncia como Protector del Perú: “La presencia de un militar afortunado es temible a los Estados que de nuevo se constituyen”.
Agregaba el general una posdata significativa: “Si no fuese a usted, Goyo Gómez u O’Higgins, con quienes tengo lo que se llama una sincera amistad y que conocen mi carácter, yo no me aventuraría a escribir a nadie con la franqueza que lo he hecho, pues se creería un exceso de orgullo”.
Cuenta Tomás de Iriarte en sus memorias que acompañó a San Martín hasta el barco que lo conduciría al exilio definitivo: “El general San Martín se embarcó para Europa; lo acompañé al paquete hasta el momento de hacerse este a la vela. (…) San Martín me aconsejó que en el momento que cayese Lavalle y su partido no debíamos perder tiempo en regresar a Buenos Aires a fin de tomar una parte activa en los negocios, y perseguir con tesón al círculo británico hasta anularlo. Balcarce, Martínez y yo habíamos, colectiva e individualmente, hecho los mayores esfuerzos para que el general San Martín esperase el término de la guerra, cuyo fin y resultado se veía ya próximo, para pasar a Buenos Aires a ponerse al frente de los negocios públicos. Pero San Martín nos opuso constantemente la más incontrastable resistencia: nos dijo que deseaba vivir y morir en el país, porque encontraba un gran vacío en Europa, que le repugnaban las costumbres de etiqueta, los hábitos que estaban en oposición con su carácter franco de soldado, pero que había resuelto expatriarse y no volver al país, mientras asomase la guerra civil y la anarquía”.
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