martes, 3 de junio de 2014

El paraíso o el infierno de Jauretche

Entrevista a Daniel Viola, actor y dramaturgo de la obra Jauretche camina, un espectáculo en el que el cruce entre la música y la poesía permite acercarse a los recuerdos, pensamientos y reflexiones de uno de los pensadores más lúcidos del pensamiento argentino.
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Por Maricruz Gareca
En la escena, un compositor y poeta brinda un recital. De pronto, una figura irrumpe intempestiva en el escenario, acompañada por su mesa de café-bar, sus libros y su whisky. Es, nada más y nada menos, que Arturo Jauretche. A partir de este encuentro, el músico y el autor del Manual de Zonceras argentinas entablarán un dialogo repleto de canciones, recuerdos, anécdotas y reflexiones sobre una etapa de la historia argentina que va del  yrigoyenismo a los años ‘70.
La obra Jauretche camina, con dramaturgia de Jorge Marziali y Daniel Viola –y asesoramiento del historiador Manuel Giménez- recupera una de las figuras más importantes del pensamiento argentino y latinoamericano, la de Arturo Jauretche, a partir de una puesta en escena atravesada por la música y la poesía “de una época de contradicciones y de búsqueda por la cultura profundamente nacional”.
El espectáculo, surgido de la larga amistad de Viola y Marziali, pero sobre todo del amor compartido entre ambos por la figura de Jauretche, permite ‘recrear sus ideas, discursos, militancias y entrevistas en los medios’, otorgando así al espectador la posibilidad de acercarse de una manera más intima y poética al intelectual, pensador y gran escritor argentino.
La Agencia Paco Urondo se comunicó con Daniel Viola, quién en la obra interpreta a Jauretche, para conocer un poco más sobre el espectáculo.
APU: En primer lugar, nos gustaría que nos cuente cómo surgió la idea de la obra.
Daniel Viola: Somos muy amigos con Jorge Marziali, con quien trabajamos mucho en lo que es la música para niños, pero fue charlando también con un conocido, Manuel Giménez que nos dijo que sería bárbaro hacer un trabajo con las canciones que ya tenía compuestas Marziali con los textos de Jauretche, que empezamos a trabajar. Giménez nos ayudó mucho porque tiene muy fresco, casi es una memoria viva de los textos de Jauretche, entonces enseguida encontraba y nos decía ‘tal texto puede ir acá’, y ahí nosotros lo reescribíamos, lo adaptábamos, veíamos una idea de puesta que después fue apareciendo, y así fue surgiendo el espectáculo: la irrupción de Jauretche en un concierto de Jorge Marziali, en el que Jauretche está condenado a caminar con una mesa, y a estar siempre con su mesa, con sus libros, con sus apuntes, con su whisky y su café que nunca puede tomar. El paraíso o el infierno de Jauretche.
Durante el desarrollo de la obra van apareciendo distintas épocas de su vida, cómo apareció su pasión por la cultura popular y la causa nacional, cómo cayó en el Yrigoyenismo, cómo fundó FORJA, qué hizo, los amigos, sus disyuntivas entre civilización y cultura, entre vocación e instrucción, así que es muy interesante, muy vivo, muy importante para el momento que hoy estamos viviendo cultural y políticamente.
APU: ¿Cómo fue, para usted, el proceso de construcción del Jauretche personaje?
DV.: Jauretche, durante los ’70, fue un hombre que estuvo mucho en los medios, yo lo veía mucho –yo tenía 16 años cuando murió. Su imagen, los recuerdos que yo tenía, las grabaciones que encontré y que vi, además, lo compuse como un hombre grande, un criollo de los que yo conocí en el campo o en los barrios de Buenos Aires, o de las ciudades, al interior de las provincias. Construí un hombre muy criollo, muy campechano, con salidas bien de pueblo, bien criollas, puteador como era Jauretche y con una voz totalmente afectada por el cigarrillo, con cierta ronquera, cierta disfonía, grave. Los gestos y todo de una persona grande. Hoy Jauretche sería una persona joven, porque murió a los 65 años, pero uno ve la imagen de él y es un hombre grande, un hombre que hoy diríamos que es mucho más grande. Yo lo compongo con esa imagen, como que tiene una dificultad al caminar, tiene gota en la rodilla, tiene dentadura postiza, tiene testículos grandes que se acomoda para caminar, para sentarse; son todos los gestos que yo veía hacer a la gente grande cuando yo era chico, no sé si era así verdaderamente, es una forma de ficción que la gente agradece mucho por todo el juego escénico.
APU: Por último, ¿cómo fue la recepción de la obra?
DV: Nosotros tenemos muy buena recepción, muy buenos comentarios, la gente grande sale llorando, por ejemplo, emocionados, te abrazan, te dicen ‘compañero’, en algunos lugares me ha agarrado la gente y me ha aclamado como si, verdaderamente, yo fuera Jauretche. El público en algunas localidades sigue siendo un público que tiene una empatía muy grande con lo que está viendo. Los jóvenes disfrutan mucho de las canciones de Marziali, incluso muchos chicos se criaron con esas canciones porque los padres las escuchaban en las casas, entonces la tienen en su oído y algunos descubren, ver lo que leyeron, lo que estudiaron, lo que conocieron, lo que comentan los militantes sobre Jauretche. Por suerte, hay una presencia también de Jauretche en las calles,
Jauretche camina se presenta este domingo, antes de iniciar su gira, en el Teatro Shá (Sarmiento 2255), a las 19 hs.

Jauretche por su editor: Arturo Peña Lillo

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En su libro Memorias de papel el gran editor nacional, don Arturo Peña Lillo, recuerda a Jauretche y rememora los orígenes de algunos de sus libros. “Hombre seguro, de reacciones y genio rápido, hecho desde muy niño a la disputa de la patria, como es la política, sentía al país como cosa propia; un valioso patrimonio por el cual debería velar”.
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“Me lo presentó Ernesto Palacio, a comienzos de 1955, en un encuentro callejero. Arturo Jauretche ya había dejado la presidencia del Banco de la Provincia de Buenos Aires y, despreocupado de compromisos oficiales, observaba críticamente el desarrollo político del gobierno peronista. Era pasado el mediodía y nos dispusimos a almorzar. Jauretche estaba molesto y temperamentalmente dirigía su enojo contra el poeta Vicente Barbieri por la jugarreta de que había sido víctima, según Jauretche. Aquél le había solicitado que mediara para conseguir una sala, pues quería poner en escena una obra de la cual era autor. Jauretche le consiguió el Cervantes y Barbieri subió a escena su Facundo en la Ciudadela, obra que a juicio de don Arturo era un tiro por elevación al sistema.
Hombre seguro, de reacciones y genio rápido, hecho desde muy niño a la disputa de la patria, como es la política, sentía al país como cosa propia; un valioso patrimonio por el cual debería velar. Y a esto dedicó su vida. Ostentaba la arrogancia de ser hombre argentino. Y la ternura del que se sabe hermano de sus conciudadanos. Implacable con la amoralidad, supo señalar a propios y extraños sus defecciones. Fue peronista a pesar de las diferencias que tuvo, y no ocultó, con el mismo Perón. Fue uno de los “nacionales”, que a la caída de su gobierno se dedicó a desmitificar la leyenda patibularia que había creado el liberalismo, explicando su contenido y el fervor nacional de las masas. Durante 20 años polemizó y describió en agudos y originales libros la realidad argentina, contribuyendo intelectualmente a que en 1973 el justicialismo fuera considerado y aceptado hasta por los más reticentes opositores. No obstante, a su muerte, estando presente toda la ciudadanía, no lo estuvo el nuevo gobierno de Perón.
A Jauretche nada le era ajeno. Conocía el campo en sus más intrincados secretos. Describía con mínimos detalles y fundamentaba toda explicación; desde cómo y por qué se castra un animal en luna llena, hasta cómo se cultiva un colmenar; durante su proscripción, empleó el obligado ocio en seguir un extenso curso de apicultura. En cierta oportunidad, hallándome bajo los efectos de una pasajera desilusión ideológica, le dije, irónicamente, que estaba dispuesto a dejar la editorial para dedicarme a la crianza de chanchos. Jauretche no advirtió la intención y me explicó, durante una hora, cuál era la técnica y el manejo más apropiado de dicha explotación. Posiblemente, Jauretche me estimara por nuestra común relación con su obra, cuyo éxito compartíamos gozosamente, pero su admiración por mí se despertó cuando le conté que en mi adolescencia, en una escapada de varios años a la Patagonia, me había ganado la vida como resero y alambrador. Esto fue suficiente para que a cuanto amigo estanciero me presentara, no lo hiciera como editor de sus libros sino como “alambrador”.
Rechazaba el calificativo de intelectual como el de “maestro”. Al primero por asociarlo a ese vano ejercicio de parodiar la cultura extranjera; al segundo por la hipocresía que intuía en Alfredo Palacios a quien se le llamara “maestro de la juventud”. Solía afirmar que no sabía que eran psicoanálisis, metafísica y surrealismo, humorada que practicaba para rechazar el rebuscamiento mental, existiendo cuestiones más urgentes en qué ocupar las neuronas. Todos sus escritos, como conferencias o charlas de café, están basadas en la realidad que todos conocemos; sin embargo tratadas por Jauretche son originales, llegando a conclusiones que nos parecen obvias, pero antes inadvertidas.
Jauretche tuvo dos “mesas” próximas a su domicilio. En la confitería Saint James, en Córdoba y Maipú y el café Castelar de Córdoba y Esmeralda, a pasos de su casa. Tribunas cómodas para llegarse hasta ellas, pues últimamente le molestaba su obesidad, no así el reconocimiento de sus compatriotas, dispuestos a escucharlo, como él también sabía escuchar, acechando siempre el pensamiento inteligente de su interlocutor. A veces hacía un alto para anotar la idea o la palabra que despertaba su atención, advirtiéndole que le robaba su producción. Eran las acotaciones que luego reproducía en sus libros sin omitir origen. La casuística jauretchiana se componía de hechos y dichos por gente común, los que hacen la realidad diaria. Rara vez apelaba a las autoridades intelectuales para respaldar sus juicios. Carecía de ese exhibicionismo tan característico en ciertos escritores en que los citados hacen las veces de elevadores de voltaje intelectual. Si el apellido tiene varias consonantes, mejor. Juan Carlos Nayra me contó que E. Martínez Estrada, a quien él conocía muy bien, citaba la bibliografía alemana en su idioma original, no conociendo ni papa de la lengua de Wagner.
Dueño de una memoria poco común, don Arturo me supo relatar la campaña política que realizara en la provincia de Buenos Aires para las elecciones convocadas para el 5 de abril de 1931 por la dictadura que depuso a Hipólito Yrigoyen. A más de cuarenta años del suceso, recordó sin esfuerzo cada acto, sus oradores y los conceptos vertidos por cada uno de ellos. Esta facultad que he advertido en relevantes personas, suele confundirse con la de la inteligencia, no siendo precisamente así, pero sí su más formidable auxiliar. Si la inteligencia consiste en relacionar e integrar datos y sucesos, la claridad y la seguridad de la buena memoria hace ágil y armónica la función del pensar.
Profundo conocedor del país y de sus hombres, solía inquirir al eventual interlocutor su lugar de origen, cosa que ya sospechaba por el matiz de su voz. Y en cuanto se lo confirmaba, él ampliaba y abundaba en pormenores, así fuera la población más remota del país. Cuando María Luisa Comelli se incorporó a nuestra editorial, allá por 1970, no escapó a la requisitoria. Enterado Jauretche que era puntana, más precisamente de Mercedes, “la de la calle de una vereda sola”, don Arturo la describió con su gente y nombres propios. Natural observador, descubría argentinos, viéndolos de espaldas, caminando por Viena o Madrid: un balanceo típico de sus hombros los delataba, decía Jauretche. Al filo de su existencia, su quijotesca actitud ante la vida seguía intacta; cierto día me confiesa que ya estaba viejo. Le pregunto cuál era el síntoma y me cuenta que esa mañana en un café, ante la insolencia de un parroquiano hacia un desvalido, lo obligó a intervenir tirándole una trompada; aquél se agachó y Jauretche siguió girando hasta caer.
El buen humor de don Arturo era proverbial. Sus más profundos pensamientos están dichos de manera graciosa, sin aparatosidad. Había descubierto la pedagogía del humor, reduciendo lo solemne y académico a sencillas fórmulas, fáciles de comprender. A fines de 1959 volví a encontrarme con don Arturo. Daba una conferencia en el Instituto Juan Manuel de Rosas, entonces ubicado en la calle Florida al 300 y, como desde su fundación, dirigido por Alberto Contreras. El tema era: Política nacional y revisionismo histórico. Le pedí permiso para publicarla en La Siringa (colección de la editorial Peña Lillo, Nota APU). Aceptó, iniciando así, lo que con el tiempo sería una vasta producción de libros de su autoría. Para las editoriales tradicionales estos temas eran de segundo orden; algo doméstico y por lo tanto desdeñable para el público lector.
Arturo Jauretche tenía tantos enemigos como sofismas había derribado. Bajo las demoliciones yacían prejuicios, leyendas prestigiosas, supersticiones históricas, ilustres “zonceras” y toda la mitología liberal a cuya desaparición contribuyó definitivamente. El resto, que son esos argentinos innominados, desconocidos y diseminados por todo el territorio nacional, fueron sus amigos. Los más allegados; los que compartieron ideales y lucha, guardan su memoria como brújula de la doctrina nacional.
(…) Osvaldo Guglielmino, poeta, autor teatral, cuentista y exfuncionario, entre otras cosas, allá por 1965 organizó un congreso de la cultura en sus pagos de Pehuajó. Me invitó telefónicamente recomendándome especialmente que llevara a Arturo Jauretche. Saqué los pasajes y viajamos a los pagos que fundara Rafael Hernández, el hermano menor del autor de Martín Fierro. El viaje en el FF.CC. Sarmiento fue brevísimo. Es que el tiempo es la medida de nuestra ansiedad. Durante el mismo, don Arturo, narrando lo que más tarde sería un libro, exponía uno de los aspectos más pintorescos de nuestra sociedad. Las infinitas posibilidades de un país joven, donde todo estaba por hacerse, el esfuerzo sostenido y algún golpe de azar enriquecieron a varias generaciones de inmigrantes. Sus hijos, sin estilo ni tradición, pretendieron blasones de aristocracia donde no la hubo y la que pasa por tal, son los descendientes de aquellos llamados en la Metrópoli la pandilla del barranco, compuesta por desolados expedicionarios, contrabandistas y tenderos. La parodia de la parodia, ha dado una sociedad de equívocos tragicómicos. Jauretche registró la rica galería de “cursis”, “tilingos”, “rastacueros” y “guarangos” que dio en llamar El medio pelo en la sociedad argentina.
Este libro se editó en octubre de 1966. El diario El Mundo, ya desaparecido, publicó días antes de su aparición una nota a doble página debida a Edmundo Eichelbaum, redactor de la sección bibliográfica del diario. El día de la presentación, en una galería de arte de la calle Esmeralda a 800, el público desbordó el local para escuchar al autor. Figuró en el “ranking” de “best-sellers” de la revista Primera Plana, durante varias semanas. Por entonces esta revista era la de mayor predicamento en la clase media.
El éxito de El medio pelo no sólo fue inmediato -3000 ejemplares en 30 días- sino que fue sucesivo. A pesar de hallarme familiarizado con los “best sellers”, este libro reforzó la imagen del sello editorial y, recíprocamente, la de Arturo Jauretche que era publicado por una editorial nacional en alza. Es posible que hoy los libros de este autor sean codiciados por las más prestigiosas editoriales de plaza, pero por entonces, como fue el caso de Ernesto Palacio, fruncían la nariz, en una expresión de repugnancia por el autor local y la temática nativa.
La bibliografía jauretchiana cuenta además con dos libros tan revulsivos como deliberadamente ignorados: Los profetas del odio, que apareciera por primera vez en 1957, primigenio alegato que desmonta el aparato de la “intelligentzia” nacional, alienada por un equívoco concepto de la cultura. Diez años más tarde lo ampliaría con el subtítulo de La yapa. La colonización pedagógica, siguiéndole un año más tarde un “manual” tan poco ortodoxo como demoledor de prejuicios y esquemas e ideas-fuerza de tradición liberal. Me refiero al Manual de zonceras argentinas. Esta cruda disección del sistema cultural argentino le ha valido a Jauretche, como a tantos otros escritores sin compromiso con el establishment político, económico y literario, el destierro de los medios de comunicación, tanto escritos como orales. Sin detenerme en otro títulos, recopilación de trabajos dispersos en periódicos de efímera vida, queda por recordar sus inconclusas De memoria. Pantalones cortos, volumen que dedicara a sus recuerdos de infancia. El capítulo más esperado, por tratarse de sus años de juventud, ya en Buenos Aires, quedó frustrado por su inesperada muerte”.

“No hay zonzos jóvenes”, entrevista a Arturo Jauretche

Publicamos esta entrevista aparecida en la revista Extra en noviembre de 1970. “La contradicción entre el país real y su cáscara cultural es ya demasiado visible, y la cáscara se está agrietando”.
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Arturo Jauretche no necesita ser presentado. Basta con enunciar cuatro de las cualidades que lo definen rotundamente: político agudo, escritor incisivo, observador sagaz y luchador infatigable. Es uno de esos hombres a los que el país "les duele en carne propia", y por eso, también, es un apasionado de la pelea. Lo obsesiona, por ejemplo, determinar claramente las características del país real; marcar el divorcio de algunos sectores intelectuales con la verdadera imagen nacional, o, de alguna manera, desmontar las "usinas de prestigio" y los falsos mitos que detecta en la vida cotidiana.
La ironía plagada de picardía criolla que Jauretche esgrime como un látigo penetra profundamente en la realidad y marca a fuego actitudes, personalidades y mentiras. En "El medio pelo en la sociedad argentina", describió incomparablemente, a través del ensayo sociológico, a todo un sector, una categoría de argentinos que navegan en la indefinición.
Muchas veces se lo escuchó apostrofar a sus oponentes en la polémica con una frase tajante: "¡No sean zonzos!" Hasta llegó a publicar un manual en el que recopilaba y analizaba las "zonceras argentinas" más notorias. EXTRA le propuso a Jauretche que volviera sobre el tema y ahora, en 1970, nos hablará de los "argentinos zonzos" y sus características más visibles. Sus respuestas al cuestionario podrán molestar a muchos, pero —como él mismo aclara— lo que ocurre es que "si uno levanta un espejo no tiene la culpa de que puedan ser feas las caras que se reflejan en él".
—Doctor Jauretche, ¿cuál fue el primer zonzo notorio que usted conoció?
—Yo mismo... porque creía en todas las zonceras...
—Es decir que, para comenzar, usted admite una primitiva zoncera propia...
—En el manual de zonceras yo recuerdo aquella frase humorística, tan corriente entre nosotros, de "mama, haceme grande que zonzo me vengo solo". Evidentemente, esto conduce a hacer de un "zonzo grande" un "gran zonzo", porque nadie se vuelve zonzo porque sí.
—¿Entonces no se es un "zonzo político" al nacer?
—¡No! Está todo organizado para que los argentinos "se vengan zonzos". Yo ya expliqué en "Los profetas del odio y la yapa" cómo está constituido todo el aparato del azonzamiento nacional.
—Usted pinta la situación desde un punto de vista demasiado rotundo. ¿No cree que existen posibilidades de eludir el hecho de convertirse, fatalmente, en un zonzo?
—Es muy difícil —por lo menos lo era— escapar a la conformación mental que el aparato provoca en los argentinos. Por eso, ahora, se hace más fácil entender lo que dije al principio de que yo era un "zonzo grande". Eso es lógico, porque mi mamá se encargó de hacerme grande y el aparato me modeló intelectualmente.
Yo era liberal
—¿Usted se dio cuenta de repente de su zoncera, o fue a través de un proceso lento?
—Esto es muy difícil de precisar. Lo primero que ocurrió es que adquirí cierta comprensión política. Yo había sido en mi adolescencia y hasta la edad de la "colimba", un convencido a pie y juntillas de la ideología liberal y extranjerizante. Después empecé a entender los fenómenos económicos del país; eso lo logré mirando desde el país hacia la teoría y no, como había hecho antes, desde la teoría hacia el país. En ese momento, justito, me empecé a iluminar sobre las zonceras que habían facilitado nuestra colonización cultural. Esto no pasó hasta que me apeé de las pretensiones intelectuales de todo joven estudiante y empecé a ver el mundo desde el ángulo más simple del sentido común, del buen sentido.
—¿Podría darnos un ejemplo de zoncera?
—Sí. Una de las más repetidas es ésa de "la imagen que el país da en él exterior". ¿Cuál es el espejo en el que esa imagen se refleja? El "espejo" es el "Times", "Financial Times" o "Chicago Tribune", para unos gustos, o los diarios de Moscú o China, para otros. Lógicamente, la imagen del país que les gusta es la que a ellos les conviene. Por ejemplo: Faruk le debió gustar mucho más al "Times" que Nasser y, lógicamente, el obeso rey de Egipto debió dar mejor "imagen exterior" que el coronel que lo sucedió. Con esto que le digo está claro que la primera condición para no ser zonzo es decirle "qué me importa" a la opinión de afuera y, además, no pensar como intelectual, sino como hombre.
Las elites intelectuales
—Usted marca una división, una especie de divorcio, entre los sectores pensantes y los populares...
—A nadie se le escapará esta particularidad de la política argentina, y es que los llamados "cultos" siempre han estado en oposición a las mayorías populares. ¿Es una casualidad que hayan estado contra Rosas, Yrigoyen y Perón?
—¿Entonces, pueblo y cultura son incompatibles?
—Este sería el único país del mundo donde el fenómeno se produce, por lo menos si nos comparamos con los países llamados "rectores", en los que la "élite cultural" se reparte entre las fuerzas históricas en pugna. No... no se da esa oposición, sino que lo que ocurre es que tenemos dos culturas: la que se elabora en la vida por el contacto con la realidad, carente de pedantería y de ciencia infusa, que es la del pueblo, y la de los que han superado "la otra cultura". Esta última es la cultura "de pega", administrada por el aparato de la colonización pedagógica, que trabaja desde la escuela, la enseñanza secundaria, la universidad y los medios de difusión. Todo está organizado para impedir la realización de una cultura nacional y propia. Sin ir más lejos, ahí están las Academias. Los diarios de hace unos días nos informan de la consagración de los primeros cuatro académicos de ingeniería (Butti, Allende Posse, Migone y Castello) Basta mencionar estos nombres para identificarlos con un sector que funciona por intereses y líneas ideológicas que han representado y representan a "cierta cultura". Es inútil buscar en esas Academias a figura alguna que haya coincidido, en política, con los sectores populares y, en teoría, con los planteos nacionales.
—¿Se "fabrican" prestigios?
—Sí. El aparato que "hace" el prestigio excluye a los últimos que acabo de nombrar, los esteriliza y los mantiene en el anónimo, para que no lleguen a niveles importantes y decisivos. Cuando usted comprueba eso, inmediatamente se da cuenta de que ese aparato se ha conformado históricamente y ha confundido la historia. Esto también habla de la necesidad de revisar la historia nacional. En nuestra época no había caminos abiertos para descubrir cómo se construye la "zoncera cultural". A mí, esta necesidad de revisar la historia se me apareció cuando ya estaba muy poco verde y más que pintón. En 1935, en un poema gauchesco, hecho después de una revolución en la que participé ("Paso de los Libres", que se va a reeditar en uno o dos meses)., expreso casi todos los puntos de partida de mi pensamiento actual. Pero todavía se me mete por allí algún elogio a Caseros. Iba rompiendo las maneas de la colonización cultural, pero todavía no las conocía todas y aún desconfío de que todavía no esté atado por alguna.
La cascara partida
—¿Sigue aumentando ahora el número de "zonzos culturales"?
—Los que ahora están en otra situación. La contradicción entre el país real y su cáscara cultural es ya demasiado visible, y la cáscara se está agrietando. —¿Hay zonceras nuevas? —Una vez nos visitó un sociólogo cuando se fue, le preguntaron qué era lo más interesante que había encontrado en Buenos Aires y dijo, más o menos, esto: "He visto un pueblo en una angustiosa introspección". Se refería al agrietamiento de la cáscara, que ya está podrida y no puede hacer más zonceras con éxito. Esta es mi respuesta a su pregunta, pero siempre existe el peligro si no se mueven las bases del problema. El error consiste en querer "pensar el país" con modelitos importados y querer aplicarlos aquí.
—Eso de "la democracia representativa a través de los partidos políticos tradicionales", ¿es una zoncera?
—No. No lo creo; más bien los que están acabados son los partidos tradicionales. Esta es una zoncera a medias, diremos que circunstancial. Eso de que los partidos tradicionales están acabadas se sabe desde 1945. Figúrese que un desconocido les juntó la cabeza a todos los partidos, y eso ocurrió simplemente porque ese desconocido se puso al frente de la Argentina real y los otros no hicieron más que apretarse en torno de una Argentina perimida. Este asunto de los partidos políticos u otra forma de representatividad es la continuación de otra zoncera, que consiste en creer que lo importante no es la sustancia sino la forma. Antes de Caseros ya había dicho Varela que "no había que tomar la medida de la cabeza sino adaptar la cabeza al sombrero". Los que hacen cuestión de formas institucionales y políticas, olvidándose del ser nacional, simplemente se quieren poner un sombrerito importado.
Los zonzos se acaban
—¿Podría describir al argentino zonzo?
—El típico zonzo argentino de hoy —con la excepción de algunas "señoras gordas" y sus respectivos consortes— se está acabando y más bien anda por la Chacarita, la Recoleta o el cementerio de Flores. Quedan algunos —generalmente lectores de "La Prensa"— que alternan esas lecturas con el salicilato y la jalea real.
—¿No quedan más zonzos jóvenes?
—No existen zonzos jóvenes. Los jóvenes que comulgan con la zoncera no lo hacen por zonzos, precisamente. Por lo contrario, lo hacen de pícaros. Son zonzos espontáneos que quieren hacer la carrera de los honores y saben bien que hay que "acomodarse" a las exigencias de las superestructuras.
Jauretche sigue hablando. El tema es, para él, inagotable. Recuerda sus épocas de "cuando era zonzo", piensa en la revolución de la nueva mentalidad y promete "seguir pegándoles" a todos. Sí, a esos mismos a los que alguna vez, desde la tribuna, les gritó: "¡No sean zonzos!".

El Pueblo libio como rehén

Desde Túnez, por Rashid Sherif I Luego de la destrucción masiva de Libia por las fuerzas armadas de la OTAN, un enjambre de terroristas ha encontrado allí un nicho cómodo, armados hasta los dientes, cada uno de ellos instilando su veneno derivado de una bazofia seudo-religiosa. Han tomado el pueblo libio como rehén: este es el hecho acabado.
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Llegados desde lo más cercano hasta lo más lejano de los horizontes, por vía terrestre e incluso aérea, con el apoyo activo militar y financiero de las autocracias del Golfo saudí y qatarí, tal como ocurre en Siria, estos mercenarios rabiosos tienen el propósito criminal de dar al pueblo mártir el golpe de gracia a nombre de un ilusorio “califato”. En realidad, ellos representan la nueva infantería del intervencionismo imperial sembrando muerte. A la vez, constituyen una grave amenaza de desestabilización para los países vecinos y otros más al sur.
Ahora bien, frente a semejantes peligros la realpolitik en Libia exige con urgencia organizar una sólida defensa a través de una amplia coalición militar primero desde el interior del país, con fuerzas actualmente en vía de agruparse bajo el mando del General retirado Khalifa Haftar. Por otra parte y al mismo tiempo, es preciso organizar otra coalición de fuerzas armadas externas desde los países vecinos. Un amplio cerco militar concéntrico debe operar así hasta comprimir adentro y acabar con la calamidad terrorista que está diseminándose ya en toda la región norte del África, incluyendo la franja sur de países del Sahel y hasta más allá en Asia occidental (el mal llamado Medio Oriente).
Todavía no se puede contemplar una paz en Libia basada en un consenso político entre las partes tan heterogéneas en conflicto. De hecho, el contexto trágico no se presta ahora a la concertación por el dialogo como lo sugieren algunos cuanto más no existe allí la cultura del dialogo. “La gran limpieza” llamada por el General Haftar es una exigencia objetiva como prioridad basada en las acciones militares para precisamente acabar con la violencia impuesta desde adentro y afuera y así poder abrir luego un espacio para la concertación política pacífica.
El tiempo apremia. Es preciso realizar de forma coordenada estas acciones militares con vista al desarme, desmovilización de todas las milicias para encauzar y limitar estrictamente a nivel regional esa guerra civil sin nombre. Es preciso evitar la nueva intervención en preparación de las fuerzas militares de EEUU y la OTAN. Con todo, estas coaliciones regionales por articular desde adentro y fuera de Libia necesitan todavía el apoyo selectivo de varios servicios de inteligencia internacionales.
Una nueva Somalia a las puertas
La Libia de hoy, “somalizada”, queda desprovista de un gobierno central legal efectivo y eficiente salido de las urnas y respaldado a lo largo de su mandato por la voluntad del pueblo soberano único garante de la legitimidad. En este contexto nebuloso, el General Haftar carece de legitimidad sin ese mandato. Quizás podría lograrlo demostrando su capacidad en el terreno por cumplir a cabalidad y a corto plazo la tarea que se propone: proteger a toda la población civil libia del terror y de los asesinatos a diario y desarmar las milicias criminales diseminadas en el amplio territorio del país.
Es así como en un futuro el pueblo libio una vez “liberado” de sus nuevos verdugos tomaría en sus manos su propio destino para eventualmente levantar el difícil edificio de un Estado dentro de una Nación soberana. Desgraciadamente, ese futuro sigue lejano. Libia ha vivido y aún se presenta desde el principio del siglo pasado no como una entidad de pueblo unido sino a través del más amplio espectro disperso constituido por varias ramificaciones arcaicas complejas subdivididas dentro de regiones tribales férreas y clanes (Urushya) cerrados. Numerosas agrupaciones terroristas o “katayeb”  (núcleos fuertemente armados formados desde decenas hasta cientos de hombres) proliferan a través esa enorme dispersión de pobladores y regiones antagónicas. Por eso no se puede hablar con propiedad de una Nación y un Estado libios. Lo decimos con todo respeto y lo lamentamos mucho aún más cuanto nos afecta directamente a nosotros en Túnez.
Recordemos que el vasto territorio de Libia es uno de los mayores de África con la mayor extensión de costa marina sobre el frente mediterráneo a poca distancia de Europa y con tan solo seis millones de habitantes, más de la mitad de los cuales vive en un exilio forzoso en países vecinos (dos millones ya en Túnez) y otras partes. A la vez, las riquezas del subsuelo de Libia encierran, como se sabe, unas de las mayores reservas mundiales de petróleo, gas y agua potable. De allí la inmensa codicia neocolonial de los países europeos a poca distancia de allí, con igual avidez por parte de los EE.UU. Lo sabemos, mismo pasa con el petróleo venezolano tanto sino aún más codiciado por EE.UU. a poca distancia de las costas del Texas. De allí la brutal intervención militar de la OTAN para derrocar al régimen del Coronel Gadhafi y apropiarse con voracidad imperial de esas riquezas estratégicas naturales.
En definitiva, vivimos en un mundo todavía dominado desde milenarios por la ley del más fuerte, la soberbia de la política de la cañonería, la constante sobreexplotación y la deshumanización racista: ¿Acaso en este planeta solitario sufrido y mal compartido, existiera algo así como una “maldición” persiguiendo sin cesar a los débiles despreciados y los pobres condenados de la tierra?
Sería como decir: ¡Desgracia para pueblo del Sur sin riquezas naturales! ¡Desgracia para pueblo del Sur con grandes riquezas naturales!

“Mi hipótesis es que Macri se autosecuestró

Juan Carlos Bayarri pasó 13 años años en prisión por el secuestro de Mauricio Macri. La semana pasada, condenaron a los policías que lo torturaron para que se autoincriminara como parte de la "banda de los comisarios". "Fueron muchos años de lucha, me enfrenté a todo el mundo", asegura. (Foto: Macri, después de su liberación en 1991).
Por Enrique de la Calle
Juan Carlos Bayarri estuvo 13 años presos, acusado de ser el cerebro de la “banda de los comisarios”, que supuestamente secuestró a Mauricio Macri en 1991. Fue absuelto en 2004. La semana que pasó, la Justicia argentina determinó que su declaración autoincriminatoria fue realizada bajo torturas y castigó a los responsables por su detención ilegal y los posteriores castigos físicos: Carlos Alberto Sablich, Carlos Jacinto Gutiérrez, el entonces principal Alberto Alejandro Armentano y Julio Roberto Ontivero.
Sablich fue durante mucho tiempo un hombre fuerte de la Federal. En 1991 fue el encargado de investigar el secuestro de Macri. Según Bayarri, Sablich y Macri tienen secretos en común. Por qué cree que el actual Jefe de Gobierno se autosecuestró.
APU: ¿Cuál es su sensación después del fallo de la semana pasada?
JCB: Antes del fallo tenía muchos temores, porque Carlos Sablish es un peso pesado, con muchas vinculaciones políticas, judiciales y policiales. Es amigo personal de Mauricio Macri, a punto de que él iba a ser el jefe de la policía Metropolitana. Además está defendido por Ricardo Saint Jean, hijo del gobernador de facto de la provincia de Buenos Aires, Manuel Saint Jean. Ese abogado conduce también el grupo de abogados por la Justicia y la Concordia, que defienden a los acusados por delitos de lesa humanidad. Pensé que a Sablich le iban a dar una pena menor. Estos fueron muchos años de lucha. Me enfrenté con todo el mundo. Me presenté ante la Comisión Interamericana de Derechos Humanos en 1994. Es la primera denuncia de este tipo.
APU: ¿Usted estuvo preso acusado de formar parte de una banda que se dedicaba a secuestrar empresarios?
JCB: Lo que denominaron la “banda de los comisarios”, que entre otros empresarios supuestamente secuestró a Mauricio Macri en 1991. Toda esta historia comienza justamente con ese secuestro. Aparece un anónimo en el Juzgado de Instrucción N 25, a cargo del fallecido juez Nerio Bonifatti. En ese anónimo me indican a mí y a otro colega de la Policía Federal como responsables del secuestro. Ambos éramos suboficiales retirados. En la misma fecha, la División de Defraudación y Estafa, de la Federal, realizan dos operativos, en Córdoba y en Buenos Aires. En Avellaneda, me detienen a mí y a mi padre. Mi padre era un hombre jubilado. Nos secuestran. A mí me llevan a donde antes funcionó el centro de detención ilegal El Olimpo y me torturan durante tres jornadas. Me aplican el “submarino seco”, me golpean en los oídos, me dan picana eléctrica. Simultáneamente ponen una bomba en mi casa, amenazan a mi familia.
APU: Su pelea durante muchos años tuvo que ver con demostrar que fue torturado y obligado a declarar en su contra. Ahora la Justicia le dio razón.
JCB: Tuve que luchar durante años. Logré que la Comisión Interamericana sancionara al Estado argentino por este caso. Todo lo que me hicieron fue probado por la Cámara de Apelaciones que me puso en libertad en 2004, anulando todo el proceso en contra mío. El 29 de mayo, el Tribunal oral condenó a alguno de los responsables de las aberraciones hechas contra mi persona. Digo “algunos” porque otros fallecieron y hay otros que están bajo proceso.
APU: ¿Por qué sostiene que lo de Mauricio Macri se trató de un autosecuestro?
JCB: Escribí el libro “Los frutos del árbol venenoso. El verdadero secuestro del caso Macri”, que ninguna editorial grande quiso publicar. Lo saqué de modo alternativo. Se vende solo en algunos puestos de venta de diarios y revistas. En el libro describo por qué creo que Mauricio Macri no fue secuestrado. Están las declaraciones, por ejemplo, de un compañero de causa mío, Carlos Alberto Benito, que dijo que Macri no fue secuestrado. Que todo fue inventado para que pueda ser llevado a la arena política. Después de ese hecho él se presenta a la presidencia de Boca y la gana. El secuestro le permitió ser un hombre conocido. Supongo que usted vio la película “Hombre en llama”, donde los propios investigadores de la policía realizaban el secuestro. No hay forma de cobrar un secuestro si no está el apoyo de los que tienen que investigar el secuestro. Sablish es un hombre muy cercano a Mauricio Macri. ¿Cuál es el secreto que los une?
APU: ¿El elemento central que determinó que Macri fue secuestrado por la “banda de los comisarios” es su declaración autoincriminatoria?
JCB: Cuando la Cámara Federal anula lo actuado en mi perjuicio, no permite que se tome como prueba ningún elemento que haya partido de mi declaración. El único elemento válido que había era esa declaración, que como se demostró fue hecha bajo tortura. Solamente en la causa estaba el anónimo y mi declaración. Nada más.
APU: ¿Por qué cree que la prensa le dio tan poca relevancia a sus denuncias?
JCB: Ahora, porque nadie se mete con Mauricio Macri, tiene una protección absoluta. Además, nadie se quiere meter con la corrupción en las fuerzas policiales. Sabish es una persona con muchos vínculos políticos y judiciales. La jueza Servini de Cubría, por ejemplo, declaró en la causa a su favor. Sé que molesto con mis denuncias. Estuve 13 años presos. Hace 20 años que lucho por esta causa, que incluye gravísimas violaciones a los derechos humanos

lunes, 2 de junio de 2014

De París a Boudou, sin escalas Por Eduardo Aliverti

La citación a indagatoria del vicepresidente de la Nación, que para algunos medios es y será tema casi excluyente, obliga a un delicado equilibrio analítico. Por empezar y salvo que se crea en las casualidades permanentes, las circunstancias que rodean al asunto son, por lo menos, curiosas.

De acuerdo con las seis carillas que insumió su resolución, el juez Ariel Lijo considera que Amado Boudou y José María Núñez Carmona estarían involucrados en la “maniobra” de adquirir Ciccone Calcográfica mientras el vice era ministro de Economía. Según el magistrado, tuvieron la intención de apropiarse de una empresa monopólica para contratar con el Estado nacional la impresión de billetes y documentación oficial. El fallo de Lijo es contundente, como se supone que debe ser cualquier llamado a indagatoria, y eso debe quedar al margen de las suspicacias sobre el momento que su señoría eligió para proceder. Defender a Boudou a capa y espada mientras se sustancia el caso no resiste. Es tan inadecuado como sellarle de antemano el rótulo de culpable. Y tan veraz como eso es el hecho de que, en efecto, el vice es objeto de linchamiento mediático hace ya tiempo, lo cual no lo hace ni más ni menos responsable de aquello que lo compromete en la Justicia. Los interrogantes reiterados son legítimos. ¿Por qué a Mauricio Macri jamás se lo menciona como procesado, que es su situación por el episodio del espionaje telefónico? ¿Por qué la oposición no exige juicio político para el alcalde porteño, o bien que renuncie o tome licencia? La lógica que puede seguirse vale –debería valer– para unos y otros. Si se otorga credibilidad a cuanta versión y conjeturas esparcieron los medios opositores en el affaire que complica a Boudou, también cabría alimentar todas las sospechas que envuelven la decisión de indagarlo. Sin ir más lejos, que el juez tomó la medida cuando arreciaban los indicios de que podían desplazarlo de la causa. ¿Eran síntomas firmes o fueron operaciones para que acelerara su disposición? ¿Por qué se lo cita para cuando haya concluido el Mundial, que según afirman en Tribunales es el momento esperado, en el fuero federal, a fin de despertar causas contra funcionarios varios? ¿Hay ganas de revancha en lo que se denomina “corporación judicial”, tras que el Gobierno fracasara en su intento de meterle mano? ¿Algunos jueces huelen el dichoso “fin de ciclo” y se preparan para reacomodarse? Como en tantas oportunidades, nadie podría estar seguro de las respuestas, pero sí de que son (algunas de) las preguntas. Y mientras tanto, en la oposición se vive la fiesta de que la citación al vice haya caído, justo, a las horas del acuerdo con el Club de París.

Ese ámbito es precisamente eso, un club, no un instituto oficial, donde se nuclean países acreedores y deudores. La deuda de Argentina con las naciones prestamistas se originó, en gran medida, durante la última dictadura militar. El Estado argentino renegoció varias veces, pero al haber el default de 2001 y el cese de pagos de la deuda externa, dispuesto por Adolfo El Breve, comenzaron a multiplicarse los intereses junto con la revaluación de las monedas internacionales. Para fines de abril último, la deuda llegó a 9700 millones de dólares y era una de las infecciones que faltaba atacar. Desde un punto de vista técnicamente elemental, no invasivo de aspectos en los que puedan detenerse los colegas especializados en economía o transacciones financieras internacionales, el arreglo es conveniente para Argentina. Se cancela la deuda en un plazo de apenas cinco años, a una tasa de interés que del doce por ciento exigido por los acreedores bajó a un porcentual de tres. Pero lo más significativo es que la fórmula acordada habilita pagos mayores, dentro de lo estipulado, sólo en el caso de que haya inversiones extranjeras directas. De lo contrario, Argentina se reserva posponer vencimientos hasta por dos años. Lo neurálgico, de todos modos, es que se haya llegado a este arreglo sin intervención del FMI. Según reconocieron representantes del propio club, es una de las pocas veces, si no la única, en que negocian sin el Fondo Monetario de por medio, porque la otra fue con Indonesia tras el tsunami de 2004. Bien lo tituló Alfredo Zaiat en su columna del viernes en este diario (“La ñata contra el vidrio”). El FMI mira de afuera. No pudo imponer condiciones. “No es una cuestión menor en un mundo donde las finanzas globales van dictando en materia económica a los gobiernos. Para grupos conservadores puede parecer un tema menor defender la soberanía de la política económica, pues consideran que Argentina debe tener una integración pasiva a la economía global. Esta implica resignar el desarrollo industrial para subordinarse a ser proveedor mundial de materias primas, receptar bienes industriales y someterse al casino financiero global como endeudador serial. Los hombres de negocios dedicados a la comercialización de información económica global volvieron a fallar.” Y tanto volvieron a fallar en sus operaciones y pronósticos que, hasta ahora y desde el jueves a la madrugada, cuando se anunció el acuerdo, no pudieron hacer otra cosa que balbucear comentarios desorientados. La sola excepción quizá haya sido una columna increíble publicada en el Panorama Empresarial de Clarín, según la cual el arreglo fue “fácil”, porque Kicillof aceptó todas las condiciones que le impusieron. El resto, de casi todo el conjunto de adversarios del Gobierno, terminó por admitir que el convenio es propicio para el país y que, como mucho, debería preguntarse por qué no se lo impulsó antes. Esto último es de una hipocresía estremecedora, porque en 2008, cuando Cristina quiso pagar en efectivo la deuda con los países acreedores, fueron éstos quienes lo rechazaron, debido a la catástrofe arrancada por la quiebra de Lehman Brothers. También fueron esos países los que exigían que el FMI controlara la propuesta. Es el gataflorismo consuetudinario de que cualquier medida amerita ser objetada porque, si es antes, resulta apresurada; si es en el momento justo, no conviene reconocerlo, y si es después, ya es tarde. Lo que ese resto no pudo desconocer es la favorabilidad del acuerdo. En algunos casos se objetó que el peludo le caerá al próximo gobierno, como si no se tratara exactamente de lo contrario: cualquier signo político gobernante desde 2015 hallaría prácticamente resuelto el frente financiero externo, siendo que el default de comienzos de siglo fue superado con la quita de deuda más grande de la historia financiera mundial, que la contraída con el FMI ya está saldada desde 2006 y que en la atinente al Club de París acaban de programarse sus pagos. Sólo falta saber, en cuanto a estructuración total de una deuda externa menor al diez por ciento del tamaño de la economía argentina, qué resolverán los tribunales neoyorquinos sobre la pretensión de unos fondos buitre. Como lo señala en forma insistente el diputado Carlos Heller, los Estados Unidos enfrentan un problema: si fallan a favor de la Argentina, estarían promoviendo el gesto de aceptar la rebeldía de un chico malo, pero si dictaminan en contra provocarán la idea de que negociar y acordar no tiene mayor sentido, aunque el 93 por ciento de los acreedores aceptaron la quita que les impuso Kirchner. Está en danza que el pequeño puede animársele al grandote patotero, con ciertas o considerables perspectivas de éxito, aun dentro de los marcos del sistema capitalista.

Desde Mauricio Macri hasta Sergio Massa, pasando por Ernesto Sanz y Ricardo Alfonsín, entre otros, señalaron que el arreglo es beneficioso para los intereses nacionales. Y hasta podría decirse que la noticia terminó favoreciéndolos, porque relegó que el presidente ruso convocó a Cristina a la cumbre de los Brics (Brasil, Rusia, India, China y Sudáfrica, los países emergentes, la cuarta parte del Producto Bruto mundial), que será en Fortaleza, al norte brasileño, en julio próximo, justamente el día en que deba declarar Boudou. Entre eso y el acuerdo con los acreedores en París, el trazado de una Argentina aislada del mundo, repudiada, imprevisible, acaba por ser un chiste. Por supuesto, que figuras y figurillas de la derecha, partidaria o mediática, deban reconocer un avance del Gobierno por obra de lo que se firmó en París, llama a la sospecha desde un pensamiento de izquierda. Es ahí donde cabe detenerse en cuál es la sustancia de esa izquierda presunta, mientras sea cuestión de juzgar el ejercicio de poder realmente existente y no el que se cultiva desde posiciones acomodaticias, cínicas, educadas en la comodidad del comentarismo. Se oponen a este acuerdo la flamante diputada izquierdista Elisa Carrió, quien, ahora, llama a diferenciar entre la deuda externa legítima e ilegítima tras haber retrucado que Fauna no es una fuerza siquiera de centro-izquierda, sino un amplio abanico que incluye a liberales y conservadores. Se opone el senador nacional Fernando Solanas, socio político de Carrió y de quien, empero, viene diferenciándose por izquierda a raíz de los coqueteos explícitos de la diputada con el macrismo. Y coinciden con ellos agrupaciones y partidos del trotskismo neoliberal (hallazgo descriptivo de Federico Bernal, bioquímico y biotecnólogo de la UBA, quien suele despuntar el vicio de refutar a los mentores del catastrofismo permanente). A tales sectores cabe reconocer el haber sostenido, siempre, que corresponde posponer todo hasta tanto se hagan cargo del gobierno los soviets sublevados.

De esa mescolanza de aceptaciones a regañadientes y críticas destempladas; de festejos por una causa judicial, y de la rareza de que haya sido impulsada en el momento justo, vuelve a surgir con cuáles herramientas y dirección se decide en qué lado pararse.

02/05/14 Página|12

LA CARTA DEL PAPA PARA LAS ASOCIACIONES DE DERECHO PENAL Contra el aumento de las penas

Bergoglio remarcó que “sería un error identificar la reparación sólo con el castigo”.

“El endurecimiento de las penas con frecuencia no resuelve problemas sociales ni logra disminuir los índices de delincuencia”, señaló Bergoglio en una carta difundida ayer. También alertó sobre las cárceles superpobladas y el rol de los medios.

El papa Jorge Bergoglio envió una carta a la Asociación Internacional de Derecho Penal, en la que advierte que “la experiencia nos dice que el aumento y endurecimiento de las penas con frecuencia no resuelve problemas sociales, ni logra disminuir los índices de delincuencia”. En lo que pareció una crítica a la campaña lanzada por Sergio Massa contra la reforma del Código Penal, el Papa también alertó sobre “las cárceles superpobladas y los presos detenidos sin condena”. Además, advirtió sobre el papel que juegan los medios.

Bergoglio ya había compartido algunos de estos conceptos en un encuentro que había tenido con Roberto Carlés, el coordinador de la comisión de reforma del Código Penal. Ese momento, se comprometió a escribirle una carta con su pensamiento sobre el tema. Con fecha del viernes 30 de mayo, Bergoglio le envió una carta a Carlés, que es además el secretario adjunto de la Asociación Latinoamericana de Derecho Penal y Criminología. La misiva llegó ayer por la mañana, está dirigida a esa entidad y a la Asociación Internacional de Derecho Penal. Las dos son las organizadoras de congresos donde se debaten problemáticas del fuero penal y a los que el Papa saluda como “dos importantes foros” al comienzo de la carta. Destaca, en particular, “su contribución al desarrollo de una Justicia que respete la dignidad y los derechos de la persona humana, sin discriminación y tutele debidamente a las minorías”. El enfoque de la carta parece alejarse de las ideas que estuvo pregonando Massa, del estilo “el que las hace, las paga”.

El Papa se adentra en la discusión de las cuestiones penales, donde considera que la Iglesia debe dar su opinión. Lo hace en términos generales, aunque sus palabras parecen tener incidencia sobre la polémica en torno de la reforma del Código Penal argentino. “En nuestras sociedades, tendemos a pensar que los delitos se resuelven cuando se atrapa y condena al delincuente, pasando de largo ante los daños cometidos o sin prestar debida atención a la situación en las que quedan las víctimas.” Bergoglio remarca que “sería un error identificar la reparación sólo con el castigo, confundir la Justicia con la venganza, lo que sólo contribuiría a incrementar la violencia, aunque esté institucionalizada”. Sobre la violencia institucional, el Papa remarca que el endurecimiento de las penas puede “generar graves problemas para las sociedades, como las cárceles superpobladas o los presos detenidos sin condena”.

“La experiencia nos dice que el aumento y endurecimiento de las penas con frecuencia no resuelve los problemas sociales, ni logra disminuir los índices de delincuencia”, señala Bergoglio en su carta.

El Papa también les dedica un párrafo a los medios masivos de comunicación, a los que ya cuestionó cuando debió salir a ratificar la autenticidad de un saludo que había enviado a la Presidenta por el 25 de mayo. En este caso, escribió: “Los medios de comunicación, en su legítimo ejercicio de la libertad de prensa, juegan un papel muy importante y tienen una gran responsabilidad: de ellos depende informar rectamente y no contribuir a crear alarma o pánico social cuando se dan a conocer los hechos delictivos. Están en juego la vida y la dignidad de las personas, que no pueden convertirse en casos publicitarios, condenando a presuntos culpables antes de ser juzgados o forzando a las víctimas, con fines sensacionalistas, a revivir el dolor sufrido”.

02/05/14 Página|12