domingo, 15 de septiembre de 2013
Las mil y una noches del kirchnerismo
Entre el game over de los años felices y la voluntad de ganar. El Estado como botín corporativo y las conclusiones imaginarias.
El kirchnerismo tiene más de mil y una noches, pero hay una en particular, de 2009, que tensó al máximo los nervios de su conducción política. Las planillas daban como irreversible el triunfo de Francisco De Narváez en la provincia de Buenos Aires. Néstor Kirchner, furioso con los resultados, habría dicho "se acabó, nos vamos". La mitología oficial –más o menos fiel a los hechos, claro– atribuye a Cristina una determinación que no dejó lugar a dudas: "No nos vamos nada, de acá nos sacan con los pies para adelante." Dos años después, la presidenta fue reelegida con el 54% de los votos, un escenario impensado la noche de aquella discusión.
Es probable que la primera reacción de Kirchner haya interpretado la congoja profunda de la militancia reunida frente al Hotel Intercontinental. Una multitud aguerrida, forjada en los duros combates de la 125, que veía cómo un advenedizo les arrebataba la supremacía electoral en un territorio que suponían blindado. Ni los discursos épicos, ni las testimoniales, ni las obras públicas, ni la candidatura del ex presidente habían servido. Las ganas de irse eran visceralmente explicables, sentimentalmente comprensibles, humanamente justificables. Era salir del laberinto de la derrota, aunque sea por abajo, enterrándose.
Pero en el medio del desconcierto generalizado, Cristina advirtió que la debacle definitiva, la que jubila de verdad a un proyecto político, no estaba a la vuelta de una elección de medio término chueca, sino en pensar las decisiones futuras usando el mismo razonamiento que los adversarios. En dos años, los que se ufanaban del fin de ciclo inaugurado por "alika, alikate" trastocaron en platea abatida ante una rotunda victoria oficial inimaginada. Hoy De Narváez está vencido antes de competir. Se convirtió en un fantasma de sí mismo.
La irrupción de Sergio Massa en las PASO vuelve a poner en debate al kirchnerismo. Es un fenómeno muy parecido al que provocó De Narváez hace cuatro años. Un sector de su militancia está previsiblemente disgustado con los resultados. Les resulta inexplicable que después de todo lo que hizo el gobierno en una década, en una campaña de dos semanas el intendente de Tigre haya sacado algunos votos más que Martín Insaurralde. Lo viven como el aviso de una tragedia que comenzó a suceder.
Quieren irse. Sólo se les escuchan bufidos. Se entusiasman nada más cuando hablan de un idílico llano desde el cual (ya sueltos de manos de las complicaciones que genera la gestión cotidiana del Estado) piensan jaquear la restauración conservadora, agitando las banderas emancipatorias al viento. En ese momento se les iluminan los ojos. La trinchera es una fantasía atractiva. Después la bruma retorna a sus pupilas. Se encorvan. Vuelven a lo suyo, convencidos de que ya perdieron. Sin querer jugar el partido hasta el final.
El abatimiento que registran es el efecto real de una conclusión imaginaria: llegó el final, el game over de la década, el epitafio para los años felices, el Papa es un suplicio, el peronismo un atajo a la inescrupulosidad, los fondos buitre el conjunto del imperialismo financiero. Creen, al fin de cuentas, que la derrota la decide el oponente. Leen la realidad con sus ojos y en sus medios. Asumen que esta es inmodificable, además, porque la pretensión de sus adversarios se les presenta como insalvablemente predestinada.
En cualquier batalla la primera decisión es ir por la cabeza del otro. No es una ciudad, no es una frontera, es el ánimo del que está enfrente el que hay que minar hasta reducirlo a la impotencia que garantiza la victoria propia. Para este subgrupo kirchnerista, el partido terminó cuando el otro gritó un gol. Es una pena, esto de querer volver a la calle y resignar el control del Estado.
Porque eso mismo quiere el antikirchnerismo: quedarse con el Estado. No estamos en el 2001, cuando nadie quería el Estado porque el Estado estaba destruido. En aquel momento, el botín era otro: la devaluación salvaje para licuar de un plumazo las deudas de las empresas. Ese era el negocio que pretendía el bloque económico concentrado. No les interesaba quién era el presidente, por eso pasaron varios candidatos antes de que Eduardo Duhalde agarrara esa brasa caliente y ejecutara la pesificación asimétrica que dejó un tendal.
Hoy el Estado es literalmente rico, tiene mucho dinero, presupuestos abultados, el déficit fiscal –en el peor de los casos– es del 1% del PBI y la relación deuda-PBI es la más baja de los últimos 20 años. Eso se logró en una década. Los que hablan de fin de ciclo van, en realidad, por el Estado que reconstruyó el kirchnerismo. La devaluación es una excusa, no hay que equivocarse. Están los que quieren volver al endeudamiento para ganar dinero con las colocaciones y los que buscan reorientar el dinero público dedicado a los planes sociales hacia la rentabilidad de sus empresas. Para eso necesitan controlar el Estado. Arrebatárselo a un signo político insumiso a sus intereses. Mandarlo a su casa, como hicieron con Raúl Alfonsín, que también tenía un Estado, complicado, pero Estado al fin y con muchas empresas. Sergio Massa es el ariete electoral de este proyecto de entrega del Estado a los deseos corporativos. En los '90 lo querían para hacer plata con las privatizaciones. Ahora para administrar sus cuantiosos recursos en un sentido inverso al reparto inclusivo.
El fin de ciclo del que hablan la AEA (Asociación Empresaria Argentina) y Clarín es un atajo gramatical hacia el copamiento de un Estado, que ahora existe. Los funcionarios kirchneristas que quieren salir disparados de sus despachos para retornar románticamente a las calles deberían saber que están orbitando alrededor de un conjuro ajeno. No hacen lo que quieren, están bailando con la música que otros le ponen.
De las mil y una noches que vivió el kirchnerismo, la del Hotel Intercontinental dejó una enseñanza útil para todos los tiempos. La peor de las derrotas no es la que te infringe el adversario, en una circunstancia precisa. Es entregarle en bandeja la voluntad de ganar. «
El Tea Party no está solo Por Eduardo Anguita eanguita@miradasalsur.com Mientras Europa no puede mi
Mientras Europa no puede mirar el calendario de la semana próxima con certezas, China y Rusia avanzan con proyectos que se materializarán con las administraciones del año siguiente. Los temas centrales fueron energía y armas. China necesita energía para llegar, en menos de 20 años, a ser la primera economía y, posiblemente, la primera potencia del mundo.
Vladimir Putin se prepara para volver a gobernar Rusia en 2012. Hace unos años, la prensa occidental lo mostraba como un político procapitalista, moderado y de derecha, el hombre que sellaba el acercamiento con Francia y Alemania. Sin embargo, los tiempos cambian y es probable que la prensa, en pocos años, muestre a Putin como el ruso que volvió a consolidar la relación de Moscú con Beijing. Claro, ya no con los paradigmas con que lo hacían Stalin y Mao. En julio de 2005, cuando se celebró la cumbre del G-8 en Edimburgo, la gran preocupación de los europeos continentales era que los oleoductos y gasoductos rusos se orientaran hacia Europa y no hacia China. Por ese entonces, el BRIC (Brasil, Rusia, India y China) era incipiente y del G-20 no había noticias. Seis años después de aquella cumbre, el G-8 perdió consistencia frente a un G-20 que parece destinado a sucumbir bastante rápido. Además, el BRIC ya es el BRICS, sumó a Sudáfrica y las empresas chinas ganaron posiciones decisivas en el continente africano.
La mala costumbre de leer analistas sólo de los países europeos y norteamericanos hace perder la perspectiva de cuáles son los acuerdos y organismos que se consolidan y cuáles los que se disipan. Lo que es peor, hace perder de vista que las decisiones del mundo se corrieron más hacia el hemisferio sur y más hacia el este.
Hace un mes, el 10 de octubre, el ex presidente de Rusia –y actual jefe de gobierno de ese país– Vladimir Putin realizó un viaje a China. El centro de su actividad no era reunirse con el presidente Hu Jintao sino con el primer ministro Wen Jiabao. Tras una década al frente del Partido Comunista y nueve años como presidente de China, Hu Jintao se retirará de la política activa y lo sucederá Wen Jiabao. Es decir, la sintonía entre China y Rusia coincide con que ambas naciones tienen continuidad en sus planes y sus dirigentes. Putin y Jiabao coronaron una serie de acuerdos que comenzarán a regir cuando ambos asuman sus cargos.
Es decir, mientras Europa no puede mirar el calendario de la semana próxima con certezas, China y Rusia avanzan con proyectos que se materializarán con las administraciones del año siguiente. Los temas centrales fueron energía y armas. El gigante asiático se garantizará la provisión del gas de Rusia, que tiene las principales reservas del mundo. La industria china está en condiciones de abastecer el consistente consumo ruso.
Cuando Estados Unidos festejó el fin de la URSS, muchos académicos y analistas occidentales pensaron que había Consenso de Washington para rato. Es cierto que ayer, aniversario de la revolución bolchevique no hubo marchas a favor de Lenin y el Partido Comunista en la Plaza Roja de Moscú, pero sí hubo indignados en la capital de Estados Unidos y en muchas ciudades norteamericanas.
Rusia parece haber dejado atrás cualquier idea soviética, pero no claudicó en su rol de potencia mundial. En 2005, Putin había instaurado una nueva fiesta para evitar esa celebración a los pocos leninistas que quedan en aquel país. Desde entonces, los 7 de noviembre se celebra el Día de la Unidad Nacional. Este último fin de semana, unos cuantos miles de rusos salieron para protestar contra los postulados del partido Rusia Unida, encabezado por Putin y por el actual presidente Dmitri Medvedev, cuyo lema es “Toda Rusia”, que incluye a varias naciones que recuperaron autonomía después de la desintegración de la URSS.
Varios miles de ultraderechistas, haciendo saludos nazis, se manifestaron contra la inmigración y contra el apoyo del Estado a distintas comunidades no rusas. Gritaban: “¿Qué tenemos que hacer en el Cáucaso? ¡Dejen de mandar subsidios a esa región!”
ENERGÍA. El tema es de capital importancia: el Cáucaso tiene 30 millones de habitantes, de los cuales algunos viven en territorio ruso pero otros están en territorios de Georgia, de Oestia del Sur, de Armenia, de Abjasia, de Noagorno Karabaj y de Azerbaiyán. Es una región estratégica, porque desde allí se accede a los hidrocarburos del Mar Caspio. Allí llega Rusia, pero también están las repúblicas de Kazajistán, Turkmenistán y Uzbekistán. Es una zona rica en gas y petróleo. Las reservas petroleras de la región del Caspio igualan a las de Kuwait y superan a las de Alaska y el mar del Norte juntas. La influencia de Rusia Unida y Putin en esa región es muy alta. El interés de los chinos, que incorporan al mercados 20 millones de personas por año y siguen creciendo a más del 8% anual, es muy alto. China necesita energía para llegar, en menos de 20 años, a ser la primera economía y, posiblemente, la primera potencia del mundo.
Pero ninguna potencia ni ningún bloque de potencias se resignan a perder su lugar. Los ojos de Estados Unidos y de Europa están atentos al Mar Caspio. Sobre todo, desde que las rebeliones en el mundo árabe empieza a cambiar la fisonomía de los países petroleros de la región. El otro país que tiene frontera con el Caspio es nada menos que Irán. Para recalentar más las cosas, una misión de la OIEA (Organización Internacional de Energía Atómica, dependiente de Naciones Unidas) fue a Teherán. El diario Washington Post publicó el domingo una explosiva nota que refiere a científicos de la ex URSS, de Corea del Norte y de Pakistán (¡qué mezcolanza!) que permitirían a Irán tener armas atómicas en poco tiempo. Esta pantalla periodística parece destinada a justificar los “ataques preventivos” de los que se habla en Israel.
A este dato inquietante, se suma que la OTAN aceleró la caída de Muammar Kadhafi para tener allí un territorio propio. Ya se sabe que las naciones europeas ya tenían contratos con Libia para abastecerse. Lo que necesitaban, en todo caso, era un territorio más para instalar bases cercanas a Asia Central. Estados Unidos no se va de Irak –contiguo a Irán– tal como Barack Obama había prometido. Menos que menos se retiran de Afganistán, donde además hay tropas de una docena de países europeos.
LA CASA BLANCA. Barack Obama observa la poca simpatía con que lo tratan los demócratas conservadores y los republicanos liderados por el Tea Party. No parece sencillo el camino para que la Casa Blanca le renueve el contrato a un inquilino que no sea blanco, anglosajón y protestante. El nivel de concentración de la riqueza y el poder en Estados Unidos es inmenso. Hace pocas semanas, el premio Nobel de Economía –que tantas veces elogió el camino elegido por Néstor Kirchner y Cristina Fernández de Kirchner– Joseph Stiglitz tituló un artículo para que nadie se engañe. Lo llamó “Del 1%, por el 1% y para el 1%”, y lo centró en el aumento de la desigualdad en Estados Unidos. Afirma Stiglitz que el 1% de la población posee el 40% de la riqueza y recibe más del 20% de los ingresos. Refiere a la vergüenza de que los supermillonarios, desde la crisis de 2008, no se preocupen por otra cosa que los cuantiosos bonus de fin de año y los rescates de la Reserva Federal. Fue uno de ellos, Warren Buffet, el que dijo que apoyaba la reforma impositiva de Obama porque –en porcentaje de ingresos– “paga menos impuestos que su secretaria”. Es decir, la ética protestante y el espíritu del capitalismo, escrito por el alemán Max Weber, que tanto se usó para explicar la austeridad y las convicciones de los empresarios norteamericanos, queda ahora como un buen recuerdo. Weber lo publicó en 1904, apenas un año antes del primer ensayo de la revolución bolchevique. Es decir, hay vientos de cambio que soplan en varias direcciones.
Claro, hace un siglo no sólo se incubaban el espíritu capitalista y las revoluciones socialistas, sino también la Gran Guerra, en la que murieron o desaparecieron 20 millones de personas.
Putin enloquece a Washington Año 5. Edición número 199. Domingo 11 de marzo de 2012
Tensión entre occidente y oriente.
Olviden el pasado (Saddam, Osama, Khadafi) y el presente (Assad, Ahmadineyad). Se puede apostar una botella de Pétrus 1989 (el problema es la espera de seis años para recibirla) por el futuro previsible; el máximo espíritu diabólico de Washington –y de sus socios de la Otan y sus diversos socios de los medios de comunicación– no será otro que el presidente ruso Vladimir Putin. Y que no quepa la menor duda: a Vlad Putin le encantará. Ha vuelto exactamente adonde quiere estar: comandante en jefe de Rusia a cargo de las fuerzas armadas, la política exterior y todos los asuntos de seguridad nacional.
Las elites angloestadounidenses todavía se retuercen ante la mención de su legendario discurso de 2007 en Munich cuando criticó al gobierno de George W. Bush por su agenda imperial obsesivamente unipolar “mediante un sistema que no tiene nada que ver con la democracia” y su continua violación de las “fronteras nacionales en casi todas partes”.
Por lo tanto, Washington y sus acólitos ya están avisados. Antes de la elección del pasado domingo, Putin incluso publicó su hoja de ruta. Lo esencial: no a la guerra en Siria; no a la guerra en Irán; no a los “bombardeos humanitarios” ni a las “revoluciones de color”, todo integrado en un nuevo concepto: “Instrumentos ilegales de poder blando”. Para Putin el Nuevo Orden Mundial diseñado por Washington no tiene futuro. Lo que vale es “el principio consagrado de la soberanía de los Estados”.
No es sorprendente. Cuando Putin considera Libia ve las consecuencias gráficas, regresivas, de la liberación por parte de la Otan mediante “bombardeos humanitarios”: un país fragmentado, controlado por milicias vinculadas a Al Qaeda; la atrasada Cirenaica separándose de la más desarrollada Tripolitania; y un pariente del último rey llevado para gobernar el nuevo emirato, para delicia de esos demócratas modélicos de la Casa de Saud.
Más elementos esenciales: no a las bases que rodean a Rusia; no a la defensa de misiles sin una admisión explícita y por escrito de que el sistema nunca tendrá a Rusia como objetivo; y una creciente cooperación con el grupo Brics de las potencias emergentes.
En su mayor parte, esto ya estaba implícito en la anterior hoja de ruta de Putin, su documento “Un nuevo proyecto de integración para Eurasia: el futuro en gestación”. Fue el ippon de Putin –adora el judo– contra la Otan, el Fondo Monetario Internacional y el neoliberalismo de la línea dura. Ve una Unión Eurasiática como “unión económica y monetaria moderna” que se extienda por toda Asia Central.
Para Putin, Siria es un detalle importante (no sólo por la base naval rusa en el puerto mediterráneo de Tartus que a la Otan le encantaría eliminar). Pero el meollo del asunto es la integración de Eurasia. Los atlantistas enloquecerán en masa cuando invierta todos sus esfuerzos en la coordinación de “una poderosa unión supranacional que puede convertirse en uno de los polos del mundo actual y un eficiente vínculo entre Europa y la dinámica región Asia-Pacífico”.
Putin encabezó casi en solitario la resurrección de Rusia como mega-superpotencia energética (el petróleo y el gas representan dos tercios de las exportaciones de Rusia, la mitad del presupuesto federal y un 20% del producto interno bruto). Por lo tanto, hay que contar con que el Ductistán siga siendo clave.
Y estará centrado sobre todo en el gas; aunque Rusia representa al menos un 30% de los suministros globales de gas, su producción de gas natural líquido (GNL) es menos de un 5% del mercado global. Ni siquiera es uno de los diez productores principales.
Putin sabe que Rusia necesitaría mucha inversión extranjera en el Ártico –de Occidente y sobre todo de Asia– para mantener su producción de petróleo de más de 10 millones de barriles diarios. Y necesita llegar a un complejo y exhaustivo acuerdo de billones de dólares con China centrado en los yacimientos de gas de Siberia Oriental; el ángulo petrolero ya se ha cubierto mediante el oleoducto Espo (siglas en inglés de Siberia Oriental-Océano Pacífico). Putin sabe que para China –en términos de asegurar la energía– este acuerdo es un contragolpe vital contra el tenebroso pivoteo de Washington hacia Asia.
Una vez más, Putin enfrentará otra hoja de ruta de Washington, la no exactamente exitosa Nueva Ruta de la Seda. Que no quepan dudas. Tras la interminable satanización de Putin y la miríada de intentos de deslegitimar las elecciones presidenciales de Rusia, se encuentran algunos sectores muy encolerizados y poderosos de las elites de Washington y angloestadounidenses.
Saben que Putin será un negociador ultraduro en todos los frentes. Saben que Moscú aplicará una coordinación cada vez más estrecha con China: en la frustración de bases permanentes de la Otan en Afganistán; en el apoyo a la autonomía estratégica de Pakistán; en la oposición a la defensa de misiles; en garantizar que no se ataque a Irán.
Será el demonio predilecto porque no podría haber un oponente más formidable a los planes de Washington en el escenario mundial, se llamen Gran Medio Oriente, Nueva Ruta de la Seda, Dominación de Espectro Completo o Siglo Pacífico de Estados Unidos. Señoras y señores, preparémonos para el estruendo.
El Kremlin da batalla
l fuerte rol desplegado por la diplomacia rusa en la crisis siria confirma el ascendente papel que viene protagonizando Moscú, durante los últimos años, en el balance de poder global.
Durante buena parte del siglo XX, la geopolítica mundial satelitó alrededor del proceso de toma de decisiones de la Casa Blanca y el Kremlin. Pero, tras el derrumbe del Muró de Berlín y el desplome del bloque soviético, la voz de Moscú se aniñó en el balance de poder global. Rusia había dejado de sentarse en la mesa grande de la política internacional. Los think tanks de Occidente, los medios financieros más influyentes y los distintos lobbies globales abandonaban su interés sobre el Estado que había permanecido en el centro del ring durante la Guerra Fría y apuntaban sus radares hacia las nuevas estrellas ascendentes de la globalización como China o los tigres del sudeste asiático. Pero, evidentemente, hechos recientes de trascendencia mundial como la ampliación del número de socios de la OTAN, el caso Snowden o la crisis siria, donde la diplomacia de Moscú desoyó abiertamente los deseos del gobierno de Barack Obama, ponen de relieve que el viejo liderazgo ruso se ha vuelto a poner de pie.
En los últimos años, el jefe de Estado Vladimir Putin, un ex agente de la KGB que nunca ocultó su amor por el stalinismo, abandonó la política exterior dócil de Rusia que, tras los atentados del 11 S contra el World Trade Center, acompañó todos los presupuestos antiterroristas marcados por Washington para modificar las políticas de seguridad y defensa a escala global. Ahora, Putin parece querer demostrar que Rusia volvió a jugar en primera. Es más, esta semana, el primer mandatario se animó a jugar de visitante y en una columna escrita especialmente para The New York Times, en un gesto que fue tomado por los analistas norteamericanos como una mojada de oreja diplomática, advirtió a los lectores estadounidenses que: “Es alarmante que la intervención militar en conflictos internos en países extranjeros se han convertido en un lugar común para Estados Unidos. Debemos dejar de usar el lenguaje de la violencia y volver al camino del acuerdo diplomático y político”.
Ahora, bien, ¿cuáles son los motivos que explican el retorno de Moscú al primer peldaño de la política internacional? Miradas al Sur se comunicó con Àngel Ferrero, del colectivo periodístico español Sin Permiso y experto en el vínculo permanente de idas y vueltas que vienen tejiendo la Unión Europea y Rusia post caída Muro de Berlín, quien así interpretó el interrogante planteado: “Tras la desintegración de la URSS y la pérdida de territorio y peso en el plano internacional, Rusia sufría una grave crisis política, económica y social que también afectó su orgullo nacional. Pero con el cambio de siglo, el aumento del precio del crudo –un bien cada vez más escaso del que Rusia posee una de las mayores reservas– y el fin a la política de privatizaciones de Yeltsin permitieron al gobierno estabilizar la economía del país y detener el deterioro de su tejido industrial, permitiéndole ingresar en el club de los llamados países emergentes, también conocidos por las siglas Brics (Brasil, Rusia, India, China y Sudáfrica)”.
Además, Ferrero enfatizó a Miradas al Sur desde Berlín, donde está cubriendo las elecciones alemanas para el semanario catalán La Directa, que: “El ascenso de estos países, unido al declive de la hegemonía estadounidense, creó un escenario político nuevo, de tipo multipolar. En este marco, Rusia recuperó el estatus perdido, y en el futuro jugará un papel clave por su historia, por su posición geográfica como pivote entre Europa y Asia, y por su condición de miembro del Consejo de Seguridad de la ONU”.
Sin embargo, otro sovietólogo como el historiador francés Laurent Rucker, cuyo paper “Moscú y Washington: ¿amigos o enemigos?” apareció este mes en los kioscos de Buenos Aires en un dossier especial editado por la edición local de Le Monde Diplomatique, entiende que el giro del Kremlin en la relación con la Casa Blanca ya está a punto de cumplir una década y que, por lo tanto, está lejos de ser una novedad de último momento: “Ofuscado por los comentarios de ciertos dirigentes occidentales sobre la intervención de las fuerzas rusas durante la toma de rehenes en Beslan, en septiembre de 2004, y por la Revolución naranja en Ucrania, Putin atacó durante su gira presidencial del 2004 a Turquía e India, a ese Occidente ‘con casco de colonizador’ que ejerce ‘en los asuntos internacionales una dictadura envuelta en un bello discurso pseudo-democrático’”.
Paralelamente, Rucker –Miembro de la redacción de la prestigiosa revista gala Questions internationales– relativiza en su artículo los análisis académicos que ya catapultan a Rusia como el nuevo timonel de la política internacional: “Moscú padece debilidades estructurales (caída de la demografía, economía de renta, excesiva centralización del poder conjugada con la debilidad del Estado, ausencia de verdaderos contrapoderes) que convierten al país en un actor de segundo plano en la escena internacional, a pesar de sus armas nucleares, de su escaño como miembro permanente del Consejo de Seguridad y de su pertenencia al exclusivo club del G8”.
Más equidistante entre las miradas de Ferrero y de Rucker, la analista internacional argentina Luciana Garbarino observa que: “Desde comienzos del siglo XXI Rusia ha venido incrementando su Producto Interno Bruto, aunque todavía no ha logrado recuperar la posición que tenía en la economía mundial en 1990. Cuenta además con un sólido potencial científico e industrial, que si bien se derrumbó con todo lo demás, conservó sus cimientos gracias al impulso que tuvo durante la era soviética. En un contexto de prolongada crisis en las viejas potencias y de conformación de un nuevo orden multipolar, Rusia tiene la oportunidad de ocupar un lugar central. Para ello deberá afirmar su nueva identidad, asumiendo que su protagonismo ya no puede construirse según los modelo de la era imperial, ni de la soviética. Esto implica un trabajo de revisión de su pasado que, en vez de obstinarse en demonizarlo o enaltecerlo permita comprenderlo, para construir un futuro en el que sea capaz de consolidar la grandeza que ha comenzado a recuperar”.
El reloj de la crisis siria avanza y, hasta el momento, sólo la Cancillería rusa parece poder mediar en el conflicto y negociar una salida política con el Departamento de Estado norteamericano. Putin interviene en Damasco por motivos bien concretos. No es que quiera arrebatarle el Nobel de la Paz a Barack Obama. Moscú posee en Siria una importante base militar y jugosos contratos energéticos. Si el gobierno de Al Assad fenece, el Kremlim estaría retrocediendo en una zona que considera parte de su área de influencia. Y la actual Rusia, como en la época del imperio de los zares o como cuando la capital del marxismo internacional residía en Moscú, no parece querer dar un paso atrás.
“El veto sistemático de Macri muestra desprecio por la democracia”
ntrevista. Zaida Chmaruk
Tercera candidata a legisladora porteña por el Partido Comunista en Alternativa Popular, Zaida Chmaruk es dirigente del Partido Comunista, profesora de Artes (IUNA) y trabaja en Telesur Argentina.
–¿Cómo se conformó la lista con la multiplicidad de miradas que ofrece Alternativa Popular?
–Esta lista colectora se conformó con el agrupamiento de un espacio de organizaciones de izquierda que se expresan en la ciudad de Buenos Aires de diversas maneras. Como organizaciones de base, culturales, territoriales, organizaciones estudiantiles, y el Partido Comunista, un partido de la izquierda tradicional argentina, por el cual me postulo. La colectora da la posibilidad de expresar la pluralidad de identidades políticas que apoyamos el proyecto y de no diluir esta diversidad tras una identidad hegemónica, sino de avanzar en la construcción frentista y plural Y esa pluralidad enriquece la mirada, las propuestas, la agenda y sin duda enriquece el proyecto. Una sola lista de Legisladores no permitía incluir y visualizar esta diversidad. La colectora da la posibilidad de esta visualización, da la posibilidad de agrupar a la izquierda que está decidida a ser parte de este proyecto nacional y latinoamericano con un perfil propio e incluso una agenda propia para la ciudad.
–Si el Ejecutivo porteño ha abusado de la facultad de veto, despreciando el valor del debate y del diálogo, ¿cuáles considera que serán los desafíos a partir del 2013?
–El veto sistemático de Macri es un ejemplo del desprecio por la democracia, por las minorías e incluso por el funcionamiento de las instituciones, la mayoría de las leyes que Macri vetó habían sido votadas por sus propios legisladores. Es muy importante sacarle la mayoría al PRO en la Legislatura para tener capacidad de impulsar proyectos y leyes en favor de las grandes mayorías de la ciudad, que tiendan a resolver los problemas de la gente por sobre los negocios, pero además para reforzar y profundizar la democracia y fortalecer las instituciones democráticas de la ciudad.
–Evaluando el resultado de las PASO, ¿cree que el porteño se ha decepcionado de las promesas incumplidas del PRO en el Gobierno?
–Creo que el PRO perdió una parte de su apoyo, y eso tiene que ver con que después de seis años de gobierno los problemas principales de la ciudad no sólo no tuvieron solución, sino que se agravaron y aparecieron otros, como son las inundaciones, la basura, el vaciamiento cultural. Hay temas importantes y urgentes que resolver en todas las áreas, es imprescindible tener fuerza en la legislatura para que el dinero de la ciudad se use en función de mejorar la calidad de vida de los porteños y de los hombres y mujeres que trabajan y transita todos los días nuestra ciudad. En prácticamente todas las áreas de gestión hay subejecución presupuestaria año tras año.
–¿Dónde cree que debería ponerse el foco de las discusiones legislativas porteñas del próximo período y por qué?
–Es urgente tener un plan de vivienda, que incluya la vivienda social, un plan crediticio para acceso a la compra de vivienda y una ley que regule los alquileres y la vivienda ociosa; hay que darle promoción a la cultura en los barrios, descentralizar la difusión cultural; luchar por el aborto libre, gratuito y seguro en los hospitales públicos; exigir los tratamientos de Fertilización asistida; pelear por que se realicen las obras de infraestructura necesarias para evitar las inundaciones en la ciudad; mejorar la calidad edilicia de nuestras escuelas públicas, construir escuelas medias en la zona Sur y jardines maternales y de nivel inicial por barrio; fortalecer los Cesacs y los Centros Médicos Barriales, dotarlos de recursos humanos para la correcta atención de todas las personas que requieran sus servicios.
–¿Por qué cree que se debería confiar en Alternativa Popular?
–Porque para hacer todo esto sólo se requiere de voluntad y decisión política, el presupuesto existe, ésta es una ciudad rica, y todos los integrantes de Alternativa Popular tenemos esa voluntad y esa decisión.
Esperando los fallos de las Cortes
Los máximos tribunales de Argentina y Estados Unidos tienen en sus manos dos causas de alto voltaje. Son distintas, pero en ambas los privilegios económicos chocan con el interés general.
Todo indica que la Corte Suprema de Justicia de la Nación no va a fallar sobre la ley de medios antes de las elecciones legislativas del 27 de octubre. Podría hacerlo, nada se lo impide, pero la lógica indica que para los magistrados, en un fallo completamente político, es mejor esperar los números. Lo que se dirime es si la libertad de expresión requiere de capital simbólico o de capital a secas. La lógica de que la adecuación de licencias le restaría a Clarín soporte económico para sus medios puede tener dos interpretaciones completamente distintas y opuestas. Sin los recursos que le dan las operaciones de cable, sostienen los empresarios y los abogados del grupo, es imposible que la gente pueda ver TN o a Lanata o escuchar a Longobardi. Otra visión sostiene que el poderío económico de Clarín le permitió acompañar procesos políticos que le otorgaron grandes beneficios y que cuando esos gobiernos no querían darle más privilegios, las líneas editoriales y la agenda periodística se tornaba huracanada contra esos gobiernos.
Una pregunta que parece no tener mucha potencia mediática aunque sí mucho soporte conceptual es que si se emprende un camino serio para multiplicar las voces, se podría llegar a tener una gran cantidad de medios en manos de organizaciones “sin fines de lucro”. Pero los concursos no se han concretado. O lo que es más preocupante, se hicieron los llamados pero no se hicieron operativos por cuestiones reglamentarias y burocráticas que sólo pueden entenderse como falta de voluntad política, del Gobierno Nacional en este caso. El kirchnerismo logró algo inédito: que amplios sectores de la sociedad tomaran conciencia de los intereses que se mueven a través de la prensa, y demostró palmariamente que no hay neutralidad en la noticia. Pero el kirchnerismo se enfermó con su propia medicina al impulsar que la agenda periodística estuviera inundada de noticias sobre Clarín y sus maniobras. Así lo hacen muchos de los medios y programas que forman parte de la cultura popular vinculada a empresas privadas aliadas o los medios del Estado, que incluyeron poco debate sobre temas como inflación o inseguridad o la cuarta categoría de ganancias. Y los resultados de las PASO llevaron a que el Gobierno tomara medidas en esa dirección atendiendo a demandas reales, dejando de lado el argumento de que se trataba sólo de manipulación mediática opositora. Es más, será TN el canal donde el próximo miércoles se hará el debate entre los cabezas de lista para Diputados de la Ciudad de Buenos Aires. Y será en A dos voces, el programa que muchos consideran armado por Héctor Magnetto, y contará con la presencia de Juan Cabandié.
Los negocios de Clarín van a seguir. Si la Corte, en una decisión valiente, fallara a favor de la Constitucionalidad, se les harán más difíciles, pero peleando licencia por licencia y juzgado por juzgado, podrían prosperar. Nadie obligaría al grupo a vender licencias a sus propios enemigos, más bien la ley les permite que “la adecuación” sea transmitiendo licencias a candidatos presentados por ellos mismos. Si la Corte hace algunos retoques a la ley, aunque Clarín se quejara públicamente, le alcanzaría para que la sociedad viera “una derrota del kirchnerismo”. La realidad sería algo más preocupante que eso: confirmaría que el poder económico tiene suficiente capacidad como para que los tribunales muestren su generosidad con el gran capital.
Estas apreciaciones, que no pretenden hacer futurología, surgen de un clima político que no puede soslayarse. El Gobierno Nacional muestra preocupación por los resultados del 11 de agosto y seguramente por las encuestas de cara al próximo 27 de octubre, pero no parece lograr capitalizar las rectificaciones que hace. Y, como suele suceder cuando se palpa la adversidad, el debate se da en voz baja pero evita los espacios públicos. En el kirchnerismo hay preocupación, hay críticas a la falta de escucha a la hora de tomar decisiones. Entre los sectores más comprometidos con el ideario nacional, popular y latinoamericano, suele observarse que las opciones políticas son entre Daniel Scioli y Sergio Massa, habida cuenta que la idea de persistir con un nuevo mandato de Cristina Kirchner quedó sin chances. Y si bien a Scioli se le reconoce coherencia política, es difícil ver en el gobernador bonaerense alguien que pueda timonear al kirchnerismo. Menos en un momento donde los problemas económicos existen y quizá pongan a la Argentina de cara a modificaciones que en el lenguaje llano se las conoce como ajustes. Concretamente, la Presidenta dijo que no modificará el tipo de cambio y el proyecto de Presupuesto 2014 lo deja en niveles bajos. Sin embargo, las presiones de los grupos económicos y también de muchas economías regionales pueden dejar un escenario donde eso, más tarde o más temprano, se modifique. Hubo sectores dentro del kirchnerismo (hasta el mismo Guillermo Moreno) que a principios de este año promovieron un ritmo más alto de devaluación.
Y no faltan quienes, cada tanto, recuerdan la variante del desdoblamiento cambiario. Entre estos últimos hay desde economistas pragmáticos del peronismo, representantes de exportadores de provincias muy golpeadas por el actual tipo de cambio y también banqueros, como Jorge Brito, quien tenía una cercanía muy grande con el Gobierno, recibió muchos beneficios estos años, y que ahora mudó sus simpatías por Sergio Massa.
Los opositores, incluyendo a Massa que recién pegó el salto, hacen campaña con la agenda que les fijan no sólo sus propias capacidades (que no deben ser despreciadas), sino los analistas de opinión pública. Entonces defienden la educación pública, la Asignación Universal por Hijo y no alientan planes económicos recesivos. La gran pregunta es si Massa sería capaz de decirle no a los grandes grupos económicos y el complejo agroexportador y se apoyaría en las instituciones democráticas para evitar mayores avances. Se abrió un período de cambios. Los intereses populares y las políticas que permitan mayor soberanía requieren redoblar el compromiso. Debatir forma parte de ese compromiso. La complacencia es de vuelo corto.
La otra Corte y el presupuesto. En 15 días, la Corte Suprema de Justicia de Estados Unidos dará a conocer cuáles serán las causas que tomará de entre las que llegaron por apelación al alto tribunal. Difícil pronosticar si aceptará el reclamo argentino sobre los holdouts. La lógica es que no tomar el caso sería un espanto, no sólo para la Argentina sino para el frágil sistema financiero internacional que requiere –y seguirá requiriendo– de renegociaciones y acuerdos con quita de capital e intereses en muchos países, especialmente los europeos.
Si la Corte lo rechaza, octubre empezaría muy movido. Provocaría un clima impredecible. Muchos sectores opositores al Gobierno, en vez de criticar la injusticia y arbitrariedad de una resolución de ese tipo, cargarían las responsabilidades sobre el Gobierno. No es un escenario esperable pero es como cuando alguien va a buscar el resultado de un estudio médico a una clínica. Hay que estar preparado para todo.
En caso de aceptar el caso argentino, el fallo podría demorarse. Pero nadie garantiza el fallo. El gran problema que plantea este tema es si hay límites para los reclamos de quienes ya firmaron las quitas de 2005 y 2010. El economista Andrés Asiain en un artículo publicado recientemente (El Cronista, 5/9/13) recuerda que la cláusula Rights Upon Future Offers (RUFO) da a los bonistas el derecho de beneficiarse con mejoras a lo ofrecido en el canje después de diciembre de 2014. “Esa cláusula asegura –dice Asiain– que Argentina no cumplirá con el fallo Griessa en caso de ser confirmado, ya que podría activar demandas similares aún por parte del 93% de los bonistas que ya ingresaron al canje (alegando razones de necesidad en el momento de su aceptación, por ejemplo), lo que implicaría tirar abajo toda la quita pactada en los canje 2005 y 2010”. Los escenarios judiciales están llenos de grises y de grietas.
En esta semana que comienza, se tratará el Presupuesto 2014. Es posible que el Poder Ejecutivo haya adelantado su tratamiento por motivos electorales, pero también para blindarse antes del fallo de la Corte de Estados Unidos. Es probable que el martes se trate en comisiones y el miércoles mismo llegue al recinto de la Cámara de Diputados, donde el oficialismo se garantizaría la media sanción. En el Senado, el resultado puede depender del humor de algunos legisladores. El proyecto del Gobierno estima un crecimiento del 6,2%, que parece demasiado optimista pero va acorde con la voluntad presidencial de no enfriar la economía. Con un dólar promedio de 6,33, que confirmaría el deseo de la Presidenta de no devaluar. Y con un cálculo de la inflación de 9,9 interanual que no se corresponde con la aceptación de los candidatos oficialistas que reconocen la inflación como un problema real. Por otra parte, el Presupuesto 2014 no contempla déficit fiscal. Es importante recordar que la ley 24.146 de Administración Financiera (de la época de Menem-Cavallo pero aún vigente) impide enviar proyectos que contemplen déficit. Luego hay maneras de explicar la realidad: en 2012, el déficit fiscal primario fue de 4.375 millones de pesos a los que si se le agregan los pagos por la deuda externa se elevan a un déficit financiero del Estado en ese ejercicio de 55.500 millones de pesos.
El proyecto prevé para este 2013 en curso un déficit primario de apenas 155,9 millones y para 2014 un superávit de 78 mil pesos. Ambos cifras parecen más ajustadas a los requisitos planteados por la ley 24.146 que a los números reales. El cuadro del balance financiero (contando pagos de deuda externa) se completa, de acuerdo con el proyecto, así: para este 2013, un déficit de 44.612 millones de pesos (menor que los números reales de 2012) mientras que para 2014 el Gobierno espera un superávit de 868 millones. Esta última es una cifra demasiado lejana de los dos ejercicios anteriores. Quizá haya un hábito en aceptar que las cifras deben adecuarse a requisitos legales. También es hora de sincerar las cifras y de pensar por qué leyes como la de Administración Financiera o la de Emergencia Económica siguen vigentes.
Suscribirse a:
Entradas (Atom)