domingo, 15 de septiembre de 2013

El Kremlin da batalla

l fuerte rol desplegado por la diplomacia rusa en la crisis siria confirma el ascendente papel que viene protagonizando Moscú, durante los últimos años, en el balance de poder global. Durante buena parte del siglo XX, la geopolítica mundial satelitó alrededor del proceso de toma de decisiones de la Casa Blanca y el Kremlin. Pero, tras el derrumbe del Muró de Berlín y el desplome del bloque soviético, la voz de Moscú se aniñó en el balance de poder global. Rusia había dejado de sentarse en la mesa grande de la política internacional. Los think tanks de Occidente, los medios financieros más influyentes y los distintos lobbies globales abandonaban su interés sobre el Estado que había permanecido en el centro del ring durante la Guerra Fría y apuntaban sus radares hacia las nuevas estrellas ascendentes de la globalización como China o los tigres del sudeste asiático. Pero, evidentemente, hechos recientes de trascendencia mundial como la ampliación del número de socios de la OTAN, el caso Snowden o la crisis siria, donde la diplomacia de Moscú desoyó abiertamente los deseos del gobierno de Barack Obama, ponen de relieve que el viejo liderazgo ruso se ha vuelto a poner de pie. En los últimos años, el jefe de Estado Vladimir Putin, un ex agente de la KGB que nunca ocultó su amor por el stalinismo, abandonó la política exterior dócil de Rusia que, tras los atentados del 11 S contra el World Trade Center, acompañó todos los presupuestos antiterroristas marcados por Washington para modificar las políticas de seguridad y defensa a escala global. Ahora, Putin parece querer demostrar que Rusia volvió a jugar en primera. Es más, esta semana, el primer mandatario se animó a jugar de visitante y en una columna escrita especialmente para The New York Times, en un gesto que fue tomado por los analistas norteamericanos como una mojada de oreja diplomática, advirtió a los lectores estadounidenses que: “Es alarmante que la intervención militar en conflictos internos en países extranjeros se han convertido en un lugar común para Estados Unidos. Debemos dejar de usar el lenguaje de la violencia y volver al camino del acuerdo diplomático y político”. Ahora, bien, ¿cuáles son los motivos que explican el retorno de Moscú al primer peldaño de la política internacional? Miradas al Sur se comunicó con Àngel Ferrero, del colectivo periodístico español Sin Permiso y experto en el vínculo permanente de idas y vueltas que vienen tejiendo la Unión Europea y Rusia post caída Muro de Berlín, quien así interpretó el interrogante planteado: “Tras la desintegración de la URSS y la pérdida de territorio y peso en el plano internacional, Rusia sufría una grave crisis política, económica y social que también afectó su orgullo nacional. Pero con el cambio de siglo, el aumento del precio del crudo –un bien cada vez más escaso del que Rusia posee una de las mayores reservas– y el fin a la política de privatizaciones de Yeltsin permitieron al gobierno estabilizar la economía del país y detener el deterioro de su tejido industrial, permitiéndole ingresar en el club de los llamados países emergentes, también conocidos por las siglas Brics (Brasil, Rusia, India, China y Sudáfrica)”. Además, Ferrero enfatizó a Miradas al Sur desde Berlín, donde está cubriendo las elecciones alemanas para el semanario catalán La Directa, que: “El ascenso de estos países, unido al declive de la hegemonía estadounidense, creó un escenario político nuevo, de tipo multipolar. En este marco, Rusia recuperó el estatus perdido, y en el futuro jugará un papel clave por su historia, por su posición geográfica como pivote entre Europa y Asia, y por su condición de miembro del Consejo de Seguridad de la ONU”. Sin embargo, otro sovietólogo como el historiador francés Laurent Rucker, cuyo paper “Moscú y Washington: ¿amigos o enemigos?” apareció este mes en los kioscos de Buenos Aires en un dossier especial editado por la edición local de Le Monde Diplomatique, entiende que el giro del Kremlin en la relación con la Casa Blanca ya está a punto de cumplir una década y que, por lo tanto, está lejos de ser una novedad de último momento: “Ofuscado por los comentarios de ciertos dirigentes occidentales sobre la intervención de las fuerzas rusas durante la toma de rehenes en Beslan, en septiembre de 2004, y por la Revolución naranja en Ucrania, Putin atacó durante su gira presidencial del 2004 a Turquía e India, a ese Occidente ‘con casco de colonizador’ que ejerce ‘en los asuntos internacionales una dictadura envuelta en un bello discurso pseudo-democrático’”. Paralelamente, Rucker –Miembro de la redacción de la prestigiosa revista gala Questions internationales– relativiza en su artículo los análisis académicos que ya catapultan a Rusia como el nuevo timonel de la política internacional: “Moscú padece debilidades estructurales (caída de la demografía, economía de renta, excesiva centralización del poder conjugada con la debilidad del Estado, ausencia de verdaderos contrapoderes) que convierten al país en un actor de segundo plano en la escena internacional, a pesar de sus armas nucleares, de su escaño como miembro permanente del Consejo de Seguridad y de su pertenencia al exclusivo club del G8”. Más equidistante entre las miradas de Ferrero y de Rucker, la analista internacional argentina Luciana Garbarino observa que: “Desde comienzos del siglo XXI Rusia ha venido incrementando su Producto Interno Bruto, aunque todavía no ha logrado recuperar la posición que tenía en la economía mundial en 1990. Cuenta además con un sólido potencial científico e industrial, que si bien se derrumbó con todo lo demás, conservó sus cimientos gracias al impulso que tuvo durante la era soviética. En un contexto de prolongada crisis en las viejas potencias y de conformación de un nuevo orden multipolar, Rusia tiene la oportunidad de ocupar un lugar central. Para ello deberá afirmar su nueva identidad, asumiendo que su protagonismo ya no puede construirse según los modelo de la era imperial, ni de la soviética. Esto implica un trabajo de revisión de su pasado que, en vez de obstinarse en demonizarlo o enaltecerlo permita comprenderlo, para construir un futuro en el que sea capaz de consolidar la grandeza que ha comenzado a recuperar”. El reloj de la crisis siria avanza y, hasta el momento, sólo la Cancillería rusa parece poder mediar en el conflicto y negociar una salida política con el Departamento de Estado norteamericano. Putin interviene en Damasco por motivos bien concretos. No es que quiera arrebatarle el Nobel de la Paz a Barack Obama. Moscú posee en Siria una importante base militar y jugosos contratos energéticos. Si el gobierno de Al Assad fenece, el Kremlim estaría retrocediendo en una zona que considera parte de su área de influencia. Y la actual Rusia, como en la época del imperio de los zares o como cuando la capital del marxismo internacional residía en Moscú, no parece querer dar un paso atrás.

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