martes, 28 de mayo de 2013
2003-2013: la evocación y la discusión Por Eduardo Anguita eanguita@miradsalsur.com
Cuando una persona pública despierta un vínculo apasionado, inevitablemente es valorada a partir de la identidad y las convicciones de quien la mira. No hay objetivación posible que permita sortear esto. Néstor Kirchner fue, para mí, el dirigente político más sencillo y más llano de estas tres décadas de democracia. Pero su estatura, una década después, está asociada a otra cualidad esencial. Encaró de modo sencillo la conducción de un Estado quebrado. Puso en marcha un programa feroz de transformaciones en el que involucró a los sectores de poder que él estaba modificando. Néstor estuvo varios pasos delante no sólo del resto de la dirigencia, sino también de la misma sociedad, que estaba tan movilizada como confundida, producto del hambre, la pobreza y la indignación ante la estafa de los banqueros y del presidente profugado hacia su quinta de fin de semana.
Néstor puso el pecho. En ese sentido, puede decirse que interpretó el papel que al pueblo argentino le subyuga. De pibe, sobre todo durante los años de Illia y de Frondizi, escuché frases como: “Necesitamos una mano fuerte, un Fidel Castro o un Franco, alguien que ponga orden”. Néstor puso orden y desorden al mismo tiempo. Ordenaba que la policía fuera sin cascos ni palos y, al mismo tiempo, conducía y contenía el conflicto social. La sociedad argentina bancó a Néstor a los pocos meses de asumir. Mucho más por su propia decisión de involucrarse en cada tema de la agenda pública que por la deserción y el doble discurso del resto de los políticos.
Fue el primer presidente de estos 30 años que no dejó ningún tema fuera de su gobierno. Sería injusto atribuirle a Raúl Alfonsín falta de afecto popular en sus primeros años de gestión. Pero la realidad económica y su propio encuadre partidario lo fueron mostrando como un político negociador y capaz de retroceder sin límites. La mayoría de sus medidas de gobierno fue una suma de contradicciones que neutralizaron cualquiera de los cambios prometidos. Por ejemplo, Bernardo Grinspun fue al Ministerio de Economía con el firme propósito de pelear como un león para no pagar la deuda externa ilegítima. Para hacer números finos, mandó a un equipo de técnicos al Banco Central. Pero, al tiempo que bancaba a Grinspun, Alfonsín permitió que Enrique García Vázquez, al frente del Central, confirmara a toda la línea gerencial heredada de la dictadura, muchos de los cuales habían estado durante la brutal reforma financiera de 1977 cuyo arquitecto era nada menos que José Martínez de Hoz. Resultado: los técnicos de Grinspun no tuvieron posibilidad de ver nada. Grinspun duró 15 meses en Economía y tuvo que irse a la casa. Nunca se pudo separar ni un rubro de deuda ilegítima y cuando Alfonsín terminó su mandato la deuda externa había crecido un 44%. En 1983 era de 45.000 millones de dólares y en 1989 era de 57.800 millones.
Alfonsín tuvo como asesor en temas de Justicia y derechos humanos al filósofo Carlos Nino, pero sus ministros de Interior y de Justicia eran los balbinistas Antonio Tróccoli y a Carlos Alconada Aramburú. Nino promovía los juicios a los represores mientras que Tróccoli y Alconada Aramburú eran interlocutores de la jerarquía militar, eclesiástica y empresarial de la dictadura. Nino no pasó de consejero y el retroceso después de las condenas a las juntas militares fue vergonzoso.
El alfonsinismo nunca se repuso de haber empezado con el juicio a las juntas y el ataque a los capitales concentrados para terminar cediendo ante “los capitanes de la industria” y los genocidas.
Otra era. No es de extrañar que los comunicadores del establishment se indignaran por que Néstor no hiciera reuniones de gabinete como en tiempos de Alfonsín. Los sectores de poder económico querían buscar fisuras en 2003 a partir de la evidencia de que varios funcionarios de Néstor eran interlocutores de corporaciones y empresas poderosas. Néstor los tenía, efectivamente, porque necesitaba puentes de diálogo y también para neutralizarlos. Prefería, en la coyuntura que vivía la Argentina, conducir en medio de las tensiones y no negarlas. Menos que menos, entregarlos. Cuando Roberto Lavagna proponía medidas que enfriaban el crecimiento, Néstor se ocupaba de aclarar que la política mandaba sobre la economía.
Los sectores más concentrados del empresariado confiaban en que, una vez salidos “del infierno”, el gobierno de Néstor retomaría la senda neoliberal. Pero, claro, llegaron los juicios a los genocidas, llegó el no al ALCA y se iba perfilando una política cultural y comunicacional que prometía tomar distancia para no volver nunca. Cabe recordar que, mientras Alberto Fernández (desde ya por mandato de Néstor) era el puente con Clarín, Pepe Albistur y Gabriel Mariotto impulsaron en 2004 la Coalición por una Radiodifusión Democrática.
América latina vivía un cambio profundo. Era la primera vez que se sumaban dos factores: incapacidad de los halcones norteamericanos de propiciar golpes de Estado tradicionales al tiempo que ese espacio cedido era ocupado por los marginados y perseguidos durante las dictaduras y los gobiernos neoliberales. A mediados de 2006, con la mejora sensible de los precios de los productos primarios y el aumento de las reservas de los bancos centrales de la mayoría de los países, se hablaba de la inminencia de un Banco del Sur capaz de dar aportes del financiamiento a largo plazo.
Pasado y presente. Diez años de gestión, con la muerte de Néstor y la reelección de Cristina, imponen pensar también los cambios operados entre aquellos primeros años y estos últimos. Tanto en la conducción del Gobierno como de la situación económica. Pero los cambios son dentro de un mismo proceso político y cultural. En estos últimos años se consolidaron muchos derechos. Los planes universales –de los cuales el principal es la Asignación Universal por Hijo– son una realidad en la Argentina de esta década.
En cuanto a la gestión política, sin duda, hay cambios de estilo y de alianzas. Es simplista atribuirlos a los modos diferentes de Néstor y de Cristina. Algo tendrá que ver la personalidad de cada uno, pero la Argentina y el peronismo son materias demasiado complejas. Desde el acto de Huracán del 11 de marzo de 2011, la tensión entre el Gobierno y Hugo Moyano fue creciendo. El líder camionero intentó ser el representante de un peronismo a secas que no existe. Y no le salió bien. Quedó al frente de un sector sindical sin posibilidad de articular con sectores ortodoxos del conurbano. La mayoría de ellos fueron cortando algunos contratos con las empresas vinculadas a Moyano y se mantuvieron dentro del Frente para la Victoria. Eso sí, el kirchnerismo paga un precio alto desde el momento que el sindicalismo argentino no generó nuevas dirigencias: además de los sectores fantasmales ligados a Luis Barrionuevo hay, por los menos, dos CGT y dos CTA.
Acostumbrado a la tradición sindical peronista, el líder camionero aspiró a tener más peso dentro de funciones claves de gobierno y también más legisladores de entre sus allegados para los comicios de 2011. Cristina Fernández de Kirchner buscaba otros horizontes. Sin abandonar para nada la consolidación de derechos (humanos, sociales, civiles) orientó sus vínculos a sectores más concentrados de la economía y hasta quienes fueron feroces opositores en las jornadas antigubernamentales de la resolución 125. Algunos ejemplos: pocos días antes de las presidenciales de octubre, Cristina visitó la sede de Coninagro y dio muestras de diálogo con el complejo agroindustrial-sojero. Poco antes de eso, con un festejo por el Día de la Industria en Tecnópolis, la Presidenta lanzó el plan 2020 que aspiraba, entre otras cosas, duplicar el PBI industrial para ese año. El acercamiento a la Unión Industrial Argentina fue precisamente el día en que estalló la pelea con Moyano. En el plano financiero, la Argentina venía del segundo paquete de renegociación de tenedores de títulos de la deuda en 2010 y completar el 97% del total de la deuda externa argentina al 2003. Con el país incorporado al G-20 y con las negociaciones con el Club de París, parecía que Argentina podía cerrar un círculo y pasar del default a las puertas abiertas para el llamado mercado voluntario de deuda. En esa perspectiva, la diferencia sustantiva sería no perder la soberanía en las decisiones y no estar atado a los organismos financieros internacionales. Hay que decir una cosa: en esa década, muchos sectores de poder transnacional no sintieron que sus privilegios hubieran sido tocados. Concretamente el petróleo y el gas, en un momento donde el crecimiento económico dejaba un déficit de la balanza comercial energética muy elevado a lo que se sumaban altísimos subsidios (recién habrá una modificación en abril de 2012 con la estatización del 51% de las acciones de YPF y con una serie de medidas complementarias). En la minería, los beneficios para las transnacionales de la década del noventa estaban intactos. Las grandes cerealeras y exportadoras de granos siguieron con sus negocios sin que el Estado interviniera a través de algún mecanismo directo. Las automotrices siguieron haciendo los mismos modelos de autos concebidos desde las casas matrices. El comercio minorista avanzaba en manos de las grandes cadenas de supermercados extranjeros. El esquema de las empresas agroquímicas de semillas transgénicas siguió sin ningún reparo. Las plantas de armado industrial electrónico con fuertes beneficios fiscales seguían siendo una boca de aumento de los componentes importados.
Es decir, de los superávits mellizos, la realidad daba señales de extranjerización creciente de la economía y también de un crecimiento sostenido de la inversión y el gasto públicos. El Gobierno apostó a sostener el consumo con la expectativa de que también creciera el ahorro y la inversión. Había claras señales de inflación y, sin embargo, no eran debidamente registradas por el Indec. Muchos sectores (desde los exportadores tradicionales hasta las economías regionales y las pymes) señalaban el llamado retraso cambiario. Esta es una apretada síntesis del panorama. Requería discusión. Requería aportes de diversos sectores. El Gobierno, a través de la AFIP y la Secretaría de Comercio, dio a conocer una serie de medidas que, apenas pasadas las elecciones, modificaron bastante el rumbo económico y también el humor de los sectores sociales de ingresos medios y medio-altos. Restricciones cambiarias, limitaciones para las importaciones y restricciones para remitir utilidades al exterior. Las medidas fueron repentinas, poco explicadas y los funcionarios a cargo (Ricardo Echegaray y Guillermo Moreno) no dieron ámbitos de diálogo y reclamo. No faltaron quienes constataron que en los bancos cada vez que iban a comprar dólares con autorización de la AFIP, casualmente, “se caía el sistema”. Moreno creó, extraoficialmente, un sistema de compensación de importaciones, consistente en que un importador al que se le rechazaba la “declaración jurada anticipada de importación” podía (puede en la actualidad) comprar una parte del cupo de exportaciones de algún exportador y hacerlo figurar “por cuenta y orden de”. Pero esto no sólo complicaba a quien importa autos de lujo, sino también a quienes traen máquinas o componentes industriales. Cualquier reclamo era (y es) atendido directamente por el secretario de Comercio. Esto sucedía al mismo tiempo en que se había hecho público el interés de duplicar la capacidad industrial.
La restricción para remitir utilidades, al igual que las otras medidas, tenía como explicación la necesidad de cuidar los dólares. Un objetivo más que comprensible en un proyecto nacional. Pero sin siquiera discutir una nueva ley de inversiones extranjeras. Es decir, a las grandes corporaciones se les cambió las reglas del juego sin establecer un plazo. Pero al conjunto de la sociedad se la involucró en un tema que puede ser revolucionario, histórico, pero que requiere de racionalidad, de oportunidad, de medir las relaciones de fuerzas.
Estas tres medidas se convirtieron en el plan económico. Es cierto que el contexto internacional muestra ejemplos de arbitrariedades tremendas. Sobre todo porque en muchos países europeos hubo –y hay– ajustes que recaen sobre los sectores populares. Y en la Argentina todas estas medidas se hicieron con el expreso propósito de evitar tocar el bolsillo popular. Si se miran los inicios del gobierno de Néstor Kirchner, queda claro que siempre se sostuvo ese propósito.
Pero estas medidas no fueron eficaces. Los retiros de dólares de depósitos y las fugas del circuito legal no se detuvieron. El Banco Central tiene muchas menos reservas (en la actualidad son 39.000 millones de dólares y cuando se tomaron esas medidas era de 45.000 millones). Pero, además, el crecimiento sostenido de los precios internos llevó a un descrédito generalizado del Índice de Precios al Consumidor. Hasta los sindicalistas más cercanos al Gobierno hablan de que en las negociaciones de las escalas salariales se basan en la “inflación del changuito”.
La construcción política. Néstor decía que prefería ser el primero de lo nuevo y no el último de lo viejo, para graficar el cambio que se estaba operando en la Argentina, que atravesaba al conjunto de los partidos políticos. Cristina apostó a crear algo “de lo nuevo” y lo hizo estableciendo un vínculo muy fuerte entre ella y los sectores populares, especialmente los trabajadores, las mujeres y, con especial énfasis, los sectores juveniles.
Es indudable que un partido que gobierna impulsa de modo radial la construcción política. En ese sentido, un flanco débil es que la promoción de cuadros a veces confunde idoneidad con confianza política. Pero el problema es más complejo que la telenovela que pretenden los medios hegemónicos: el Estado no fue reformado y tiene bolsones de ineficiencia cuya raíz no es La Cámpora ni mucho menos. Al revés: Cristina apuesta a algo muy difícil. No lo logró Néstor con los movimientos sociales en los primeros años. La jugada salió bien en el sentido de que Emilio Pérsico, Luis D’Elía, Edgardo De Petri y Humberto Tumini eran dirigentes fogueados, cada uno con inserción en distintos sectores, y canalizaron a buena parte de la militancia de la resistencia de los noventa. Al mismo tiempo, la CGT de Moyano y la CTA de Víctor De Genaro expresaban al sindicalismo que resistió durante los noventa. Pero esa experiencia se pulverizó.
En la actualidad, el kirchnerismo no tiene fuerza en los sindicatos (sólo tiene un armado circunstancial en base a un diálogo sectorial y no de convicciones políticas), pero los sindicatos no tienen fuerza en la política. A lo sumo, el espacio que aspiran algunos dirigentes es el de ser una fuerza de daño al Gobierno pero no de construcción de alianzas en defensa de lo nacional y popular.
Un problema no menor es que muchas provincias argentinas están gobernadas por sectores justicialistas pero que tienen estructuras autoritarias, en algunos casos casi feudales y en otros de fuertes vínculos con las empresas mineras o petroleras. En algún momento, un plan de desarrollo integral deberá vincularse a reformar la Constitución. La de 1994 dejó a las provincias manejos claves (educación, regalías y contratos con las riquezas minerales e hidrocarburíferas).
Podría decirse que el Gobierno tiene su punto más fuerte en la capacidad de Cristina de generar vínculos con el pueblo. Por estimular el empleo, por no dejar caer el salario real, por evitar una devaluación, que sería un golpe a los ingresos populares, por la Asignación Universal, la educación y por defender una política de derechos sociales y humanos que es constitutiva del kirchnerismo.
Como nunca puede analizarse la política sin ver el peso relativo de las otras fuerzas que compiten electoralmente es difícil pensar que de la oposición surgirá una propuesta capaz de ganarle al kirchnerismo. La apuesta del establishment es, en el fondo, confiar en que desde el peronismo aliado a Cristina surja una fuerza que se diferencie. Lo agitan todos los días. Es más, usan los nombres de algunos intendentes o del gobernador bonaerense de un modo tan burdo que los obligan a declararse siempre mucho más leales y cercanos a la Presidenta de lo que cualquier observador calificado pueda creer.
Medios y debates. En el kirchnerismo hubo una apuesta muy fuerte, desde mediados de 2012, en que la Justicia no entorpecería más la demorada adecuación de inversiones de Clarín. Es difícil que un Gobierno reconozca públicamente que algo salió de un modo distinto al esperado. Porque, sin duda, es darles argumentos a los adversarios y, a su vez, elementos de desaliento a los sectores propios. Pero el análisis político no puede quedarse encorsetado en las preferencias subjetivas. Hay que abrir el debate. El remanido 7-D planteaba, al menos, dos problemas. Uno de chicanas judiciales que se prolongarían a este año electoral. El otro era que el debate sobre los medios fue sobredimensionado en la agenda diaria. Desplazó o condicionó muchos temas en los que el Gobierno debía haber actuado con más previsión. Los económicos, nada menos. Recién se recurrió a una conferencia de prensa de funcionarios de Economía para dar cuenta de las ventajas del blanqueo. Pero, por caso, no se tomó la inflación como un tema al que es preciso atacar. Y que, a su vez, es un síntoma de otros problemas que afronta la economía argentina. Cabe preguntarse por qué el Gobierno actúa así. Las respuestas más visibles, las que repiten funcionarios y comunicadores cercanos al Gobierno, es que hay una contienda con el Grupo Clarín y que la cantidad de mentiras de los medios de Clarín sólo tienen el propósito de castigar al Gobierno.
Es probable que la capacidad electoral de Cristina esté en buena forma. Es probable que a la mayoría de la base social que la acompaña no le haga mella discusiones sobre indicadores. Pero las decisiones no pueden tomarse, como algunos creen, desconociendo que hay una situación económico-social que requiere modificaciones.
26/05/13 Miradas al Sur
Equilibrio entre populismo e institucionalismo
A diez años del corte histórico de 2003, muchos han señalado los logros del inmenso camino recorrido en ese período en diversos campos: desde la afirmación de los Derechos Humanos hasta la igualdad civil, desde la reconquista de la economía nacional en todos los rubros básicos de la economía hasta el avance de una legislación redistributiva que nos acerca a una sociedad más participativa e igualitaria.
Por Ernesto Laclau
Yo adhiero a esa celebración y quisiera tan sólo contribuir a ella con dos reflexiones acerca de la inscripción del camino recorrido en procesos históricos más vastos. El primero es el carácter latinoamericano de la transformación. Lo que ha acontecido en la Argentina se hermana a procesos similares que tuvieron lugar en otros países del área: la revolución ciudadana en Ecuador, la revolución bolivariana en Venezuela, la profunda transformación del sistema político en Bolivia. En todos estos casos se ha dado algo más que un cambio simplemente político: se ha dado una reconfiguración del accionar político que ha conducido a un nuevo modo de entender la relación entre el cambio social y las prácticas institucionales.
Yo diría que el kirchnerismo –como parte de esta onda general de cambio en América Latina– ha representado una nueva etapa histórica en la rearticulación de las dos vertientes fundamentales de la política: el populismo y el institucionalismo. El populismo es el momento de la ruptura, la instancia en que nuevas fuerzas históricas irrumpen y pugnan por superarlas formas institucionales del pasado; el institucionalismo es el modo en que estas rupturas cristalizan en una reconfiguración del Estado. El equilibrio que la Argentina ha logrado entre ambas dimensiones –conjuntamente con otros países del área– es un modelo, internacionalmente reconocido de modo creciente. No es de sorprender que la reacción conservadora haya seguido la ruta de unilateralizar la dimensión puramente institucional a expensas de la del cambio social (a lo que se suman las voces de algunos ex funcionarios del gobierno que hablan, estúpidamente, del balance globalmente negativo de una de las décadas más progresistas y creativas de la historia del país en el último siglo).
La segunda dimensión que quiero señalar se refiere a lo que el presidente Chávez advocaba como 'socialismo del siglo XXI'. Hay un rasgo de ese nuevo socialismo que quiero subrayar; su punto de ruptura con el socialismo clásico. Este último se fundaba en la centralidad ilimitada de la clase obrera y en una visión del proceso histórico fundada en esa creciente centralidad. Desde Gramsci, al menos, sabemos que la historia no avanza en esa dirección: el ejército de los explotados es mucho más heterogéneo y numeroso y la articulación política de todos estos sectores es la tarea esencial de una transformación histórica global. Es decir, que hay que mantener un equilibrio entre la proliferación horizontal de las reivindicaciones democráticas y la transformación vertical de los aparatos del Estado. Es este equilibrio el que se está logrando en la Argentina en la "década ganada".
24/05/13 Infonews
José María Gatica: Un odio que no conviene olvidar Por Osvaldo Soriano
José María Gatica: Un odio que no conviene olvidar
Por Osvaldo Soriano
Un 25 de mayo de 1925 nacía en Villa Mercedes, San Luis, José María Gatica, "El Mono", Osvaldo Soriano lo recordaba en este texto de 1975.
Poco después del "Rodrigazo", que nos dejó a todos en la miseria, Roberto Cossa me hizo entrar en El Cronista Comercial, donde volví a ser redactor de deportes. Esta semblanza de José María Gatica se publicó a fines de 1975.
A Julio Cortázar
"No me dejés solo, hermano". Tirado en el pavimento, el cuerpo sacudido por los espasmos, Gatica se aferraba al pedazo de vida que se le iba. Lo rodeaba una multitud de extraños que lo habían visto caer bajo las ruedas de un colectivo, a la salida de la cancha de Independiente. Pocos ojos entre los que miraban esa piltafa cercana a la muerte habrán reconocido el cuerpo de José María Gatica, uno de los mayores ídolos que tuvo el boxeo argentino.
Tenía 38 años y parecía un viejo. Hasta ese día en que la borrachera no le dejó hacer pie en el estribo del ómnibus, había sobrevivido en una villa miseria como tantos otros; algún rasgo lo distinguía: la nariz aplastada, la sonrisa provocadora, un cierto desdén por el futuro. Era uno de esos hombres obligados a soñar con el pasado, porque el suyo estaba teñido de sangre y ovaciones.
El 7 de diciembre de 1945 subió por primera vez a un ring como semifondista profesional. Esa noche, su triunfo por nocaut en la primera vuelta frente a Leopoldo Mayorano no puso al público de pie, ni lo irritó. Comenzaba su carrera un hombre de rabia larga, de ambición fresca.
Había sufrido la violencia desde su nacimiento, en Villa Mercedes, San Luis, el 25 de Mayo de 1925. A los siete años llegó a Buenos Aires en un tren de carga, con su madre y un hermano mayor.
A los diez había ganado un lugar en Plaza Constitución, donde lustró miles de zapatos. De rodillas, miraba desde abajo la cara de la gente, pero hasta ese privilegio tuvo que defender a golpes frente a competidores tan desesperados como él. Un peluquero que vivía por allí lo vio pelear varias veces y quedó impresionado por su agresividad. Era Lázaro Koczi, un hombre relacionado con el boxeo profesional. Pronto le propuso cambiar de oficio.
The Sailor's Home era la casa de la misión inglesa para marineros. Estaba en Paseo Colón y San Juan, un barrio con tradición de compadritos. Allí paraban los hombres que habían perdido sus barcos en los extravíos de una borrachera, los desertores, los enfermos, los malandras sin cuchillo. Todo se resolvía a puñetazos. Un hombre de agallas podía ganarse allí veinte pesos si era capaz de vencer en tres rounds al marinero más fuerte.
Lázaro Koczi apareció una noche con Gatica, le mostró el ring y le habló de los veinte pesos. El lustrabotas subió. Se sabe que ganó varias peleas, que agachó a corpulentos marineros y luego dejó su parada de Constitución. Había ganado el derecho a más.
El 7 de diciembre de 1945 -ese año singular en la historia argentina- debutó en el Luna Park. Sus ojos verdes habrán visto la multitud con el brillo del desafío. Bastó un golpe para que Mayorano, su rival, fuera a la lona. En poco tiempo ganaba dos peleas más y los empresarios pusieron sus ojos en él. Al año siguiente ganó las siete peleas que hizo, una de ellas con Alfredo Prada, quien sería su más rival encarnizado.
Por entonces el público se había dividido: el ring-side abucheada a Gatica, quería verlo en el piso; la popular rugía alentando a ese morocho que miraba con odio a sus rivales y cuando los tenía a sus pies levantaba los brazos tan abiertos como para abrazar al mundo. Los apodos de la tribuna eran diversos, según de dónde provenían: Tigre, para la popular, Mono para el ring-side. A los periodistas le gustaba más Mono y así lo recuerdan aún.
Mientras duró su grandeza tuvo un rival irreconciliable sobre el ring: Alfredo Prada. Ya se habían enfrentado antes, cuando no suponían que la vida los iba a unir en el triunfo y el fracaso. Combatieron seis veces y ganó tres cada uno. La última pelea, en 1953, significó la derrota de Gatica y el comienzo de su patética decadencia. Los enfrentamientos entre Gatica y Prada dividieron al público como nunca; se estaba con Gatica o contra él. Prada era campeón argentino, una satisfacción que el Mono nunca alcanzó. Cuando el pleito terminó, las carreras de ambos llegaraban al ocaso. Prada dejó el boxeo con algún dinero en el banco. Afrontó la vida como un ciudadano recompensado. El Mono volvió a su origen, como si toda su pelea con la vida hubiera sido una parábola restallante, una explosión de luces que lo iluminaron hasta, de pronto, dejarlo nuevamente en la oscuridad.
Volvió a una villa miseria. Vivió de la caridad junto a su segunda mujer y dos hijas. Fue una fiesta para los periodistas encontrarlo sentado a la puerta de su casilla de latas, tomando mate, sucio y harapiento.
Entonces Prada tuvo un gesto que los diarios elogiaron: abrió un restaurante en calle Paraná y llevó al Mono con él. Le pagó quince mil pesos por mes y lo puso en la puerta del negocio para exhibirlo. El gesto compasivo de Prada era otra humillación que Gatica soportó porque no podía sino aceptar su derrota.
Había vivido como un esclavo y pocos le perdonaron su grotesca revancha: como un Robin Hood de barrio, iba con los suyos -los lustradores- y les destrozaba los cajones a patadas a cambio de billetes de mil. Pagaba con una fragata los diarios que quitaba a las viejas que rodeaban el Luna Park. Unos pocos lo miraban con respeto, otros ser reían de él.
Desde que Alfredo Prada lo venció en 1953, en la última pelea, no dejó de caer. Siguió tres años más, pero estaba acabado como boxeador. Como hombre le faltaba recorrer la pendiente más dura: el desprecio, el odio, el revanchismo de las buenas conciencias.
Era, para ellas, un analfabeto despreciable, un "lumpen". Perdió todo lo que tenía pero jamás se lamentó. Fue noticia para los diarios el día que una inundación se llevó lo poco que le quedaba. Entonces, fue fotografiado en camiseta, lleno de mugre y mereció crónicas colmadas de aleccionadora compasión. Curiosamente, el Mono sonreía.
Adhirió fervorosamente al peronismo y, curiosamente, su esplendor y caída desplegó la misma parábola en el almanaque: levantó su brazos en 1945 y lo bajó, vencidos, en 1956. Había sido el preferido de Perón mientras brillaba. Aficionado al boxeo, el Presidente apoyó el viaje de Gatica a Estados Unidos para buscar una pelea con el campeón de los livianos. En cuatro rounds venció a Terence Young y esta victoria le abrió las puertas a la pelea con Ike Williams, dueño de la corona mundial, en 1951. Medio país estuvo pendiente de la suerte del Mono que iba a batirse en el Madison Square Garden de Nueva York. Subió a la lona sobrador, fanfarrón. Cuando empezó el combate bajó las manos y puso la cara, como lo haría luego Nicolino Locche. Pero Gatica no sabía de esas sutilezas. Bastaron tres golpes de Williams y a los tres minutos de pelea el Mono se derrumbó. Desde entonces perdió los favores oficiales y dejó de ser el hombre que se fotografiaba junto a Perón. Entre 1952 y 1953 ganó trece combates luego de ser vencido por Luis Federico Thompson, pero la última derrota ante Prada lo puso en la pendiente definitiva; caualmente, esa derrota sucedió un 16 de setiembre, dos años antes del día que estalló el pronunciamiento militar contra el peronismo.
No sólo Prada usó al Mono para exaltar la beneficencia. Martín Karadagián, un empresario del espectáculo que había montado una troupe de luchadores, lo llevó a parodiar una final. También allí tenía que perder. En "sensacional encuentro" Karadagián, dueño del poder, benefactor de hospitales, lo sometió por unos pocos pesos.
La última derrota ocurrió el 10 de noviembre de 1963, bajo las ruedas de aquel colectivo. Había terminado su vida en una parábola perfecta de humillación; "una bala perdida", como solía decir él.
No tuvo amigos. Apenas dos o tres compañeros de aventuras en los momentos en que regalaba su pequeña fortuna. Contestaba con monosílabos, recuerdan algunos, para escapar de los adulones y los ambiciosos; otros dicen que no hablaba para ocultar su escasa educación. Tirado en la calle Herrera, de Avellaneda, manchado de sangre, con los ojos abiertos puestos en otro vendedor de muñecos, repitió: "No me dejés solo, hermano; levantáme, no quiero estar tirado".
Cuando murió, La Prensa dijo: "La popularidad que adquirió Gatica por sus éxitos y por su característico estilo de infatigable peleador, fue utilizada por el régimen de la dicatdura, que lo adoptó como en el caso de otros campeones deportivos como instrumento de propaganda. Y esta publicidad extradeportiva y el aplauso obsecuente de personajes encumbrados no fueron ajenos por cierto a que él cayera en actos de inconducta dentro y fuera del ring". Fué un recuerdo político, cargado de desprecio. Al comentarista, como a tantos otros hombres de traje gris, le hubiera gustado ver a Gatica domado. Pero no; aún muerto sería molesto: nunca llegó tanta gente a la Federación Argentina de Box como para su velatorio. Hombres y mujeres hicieron una colecta y compraron una corona que decía: "El pueblo a su ídolo". El féretro tardó siete horas en llegar al cementerio de Avellaneda. Cuando la última palada de tierra cubrió el modesto cajón, los cronistas anotaron esta frase de Jesús Gatica: "La única miseria qe vivió mi hermano fue consecuencia de su desesperado afán de querer vivir la vida".
Se cumplen tres décadas de la que fue, quizá, su primera alegría, cuando tenía veinte años. Gatica es, todavía, un símbolo contradictorio, arbitrario; la vida le fue quitada poco a poco, con un odio que conviene no olvidar.
1974
El público ya puede acceder al archivo de Tomás Eloy Martínez
El públ
Los hijos del autor de La novela de Perón y Santa Evita sistematizaron la vasta producción de ficción y periodismo de su padre, que incluye originales mecanografiados, inéditos, correspondencia y materiales de investigación.
Hubo un momento, un relámpago ciego de la eternidad, en que los Dioses inmortales quisieron morir. Lo sabían todo, pero no sabían morir”. Así comienza la novela El Olimpo, que Tomás Eloy Martínez estaba terminando cuando murió el último día de enero de 2010. Un trabajo inconcluso, que tiene como escenario el centro clandestino llamado como la casa de los dioses griegos, al que le faltaban la corrección y el visto bueno final; así como la novela inédita La mujer de la vida (1987), y un valioso patrimonio sobre peronismo, son sólo una parte del invaluable material que la Fundación Tomás Eloy Martínez (FTEM) presentó ayer al inaugurar su Archivo y ponerlo a disposición de los interesados en la obra de quien es uno de los autores más importantes de América Latina.
El archivo guarda la producción del escritor tanto de ficción como periodística realizada entre 1958 y 2010. Al bucear por estos documentos se encuentran originales mecanografiados de sus primeras novelas y ensayos, poemas inéditos, cuentos, y el material académico que TEM elaboró como director del Programa de Estudios Latinoamericanos en la Universidad de Rutgers, en los Estados Unidos. Pero también documentos como el certificado de embarque del cuerpo embalsamado de Eva Perón bajo el nombre de María Magis de Magistris, parte de sus minuciosas investigaciones encaradas para la escritura de Santa Evita.
"Sobre peronismo, lo más impactante y valioso es la documentación de las negociaciones entre Perón y Lanusse para el regreso de Perón. Y todo lo investigado sobre el cadáver de Evita. Por ejemplo, está el acta que labran en el momento en que le dan el cadáver firmada por López Rega, Isabelita… También tenemos el acta de casamiento de los padres de Perón, las fotos de su infancia, todo lo que fue atesorando mientras investigaba para la escritura de La novela de Perón y Santa Evita", relata Ezequiel Martínez, hijo del escritor y albacea de la obra. También es el presidente de la Fundación de la que participan sus seis hermanos, los hijos de Tomás.
"El periodismo es, ante todo, un acto de servicio. El periodismo es ponerse en el lugar del otro, comprender lo otro. Y, a veces, ser otro", había dicho Tomás E. Martínez sobre la profesión que lo llevó a escribir y a tener que exiliarse. Fue en 1975 cuando Jacobo Timerman, el director del diario La Opinión, tras enterarse que Eloy Martínez había sido amenazado de muerte por la Triple A, lo saca del país en 24 horas con la excusa de ir a cubrir a Francia el Festival de Cannes. Martínez había publicado La pasión según Trelew (1974). De esta obra, el archivo de la FTEM no conserva el manuscrito original que data de 1973. Guarda sí, en papel, una versión resumida y mecanografiada en máquina de escribir eléctrica, que se ubica entre la edición original y la segunda edición, corregida y aumentada, de 1997. En formato digital, el archivo tiene la primera edición, que Martínez colocó en la misma carpeta en la que trabajó sus artículos periodísticos sobre la Masacre de Trelew y en los prólogos a las ediciones de 1997 y 2009. Su hijo Ezequiel recuerda en lo personal cómo vivió el momento del exilio. "Yo tenía diez años. Estaba acostumbrado a que papá viajara por trabajo. Lo que no sabíamos es que no iba a poder volver. Me acuerdo del primer cumpleaños que pasé en su ausencia. Él me llamó y me dijo que no iba a poder venir. Y me mandó a través de alguien una lapicera de regalo", recuerda.
"Guardamos artículos de Tomàs Eloy Martìnez desde 1958 hasta 2010, crónicas, ensayos, columnas. Es un devenir que da cuenta de todas sus etapas como escritor y muestra claramente cómo va creciendo como reportero. Es para cualquier periodista muy inspirador, pero también para cualquiera que aprecie el oficio”, dice Ana Prieto, licenciada en comunicación y responsable de la catalogación del patrimonio documental del escritor.
Y surgen preguntas al revisar los papeles. ¿Por qué nunca publicó la novela para la que la Fundación Guggenheim lo becó en 1987 y que tituló La mujer de la vida? Tiene el tan vigente tema de la trata como núcleo principal, ya que relata la historia de una muchacha traída desde Polonia a la Argentina por una red. De esto el archivo conserva dos elaboraciones y dos carpetas con material de investigación, puestos a disposición para consulta de esta que terminó siendo parte de los capítulos 3 y 4 de la novela El cantor de tango, publicada en 2004.
"Él conservó esa novela porque, decía, quería tener presente el testimonio de su fracaso, decía que era una novela ‘que le nació muerta’. No quedó convencido de cómo le quedó. Decía que no tenía respiración, no latía. No la sintió. Leyendo sus archivos, las veces que se le preguntó por esta novela que para él era tan mala decía que ojalá a nadie se le ocurra publicarla. Cuando el autor en vida fue tan claro no caben dudas de que no vamos a publicarla. Pero sí se puede consultar en el archivo", explica el presidente de la FTEM.
El contenido está organizado en series: Poesía (1951 a 1960), Cuento (1961 a 2006), Guión (1960-1990), Novela (1969 a 1990), Novela (1969 a 2010).
De sus obras más conocidas, como La novela de Perón (1985), se conservan tres versiones. La correspondiente al semanario El periodista de Buenos Aires publicada en 1984 y una protonovela escrita en 67 hojas de pequeño formato. Asimismo la versión final que corresponde al manuscrito de la novela. También cuenta con manuscritos previos a la escritura y material de investigación. Entre ellos todas las entrevistas que Martínez realizó o encargó realizar para confirmar lo que Juan Domingo Perón le relatara acerca de su vida. Todas esas entrevistas fueron a dar a Las vidas del general, que en el archivo se encuentran en la serie Ensayo.
El archivo sólo puede revisarse en la sede de la Fundación, en Carlos Calvo 4319 de la Ciudad de Buenos Aires. El envío de copias digitalizadas de determinados documentos será posible tras un proceso de evaluación de la solicitud. La página es www.fundaciontem.org
La organización del material se concretó a través de un subsidio de la Convocatoria Abierta y Permanente de la Agencia Española de Cooperación Internacional para el Desarrollo (AECID); a través de un convenio de colaboración con la Universidad de La Plata se contó además con la colaboración de Florencia Buret y Lucía Capalbi, licenciadas en Letras, y de la doctora Vanesa Pafundo, de la UBA.
Tiempo Argentino
Bonapartismo, un término de moda Por Eduardo Pérsico
¿Y Rosas Irigoyen Perón Frondizi Evita y otro nombre bien actual, ahora son bonapartistas?
Es común decir Bonapartismo por citar un estilo de gobernar que otorgue toda la autoridad a un referente que por sus condiciones para la gestión, el mando y su influjo personal sobre el potencial electorado en el supuesto de dirimir su actuación por el voto popular, pueda subordinar al resto a su inspiración. Una condición favorable cuando es conveniente esquivar demoras burocráticas o legislativas si las hubiere, y por ende se trata de administradores políticos que resuelven sin largo debate cierto problema que atañe al gentío común. En general de modo peyorativo son denominados Bonapartistas para vincularlos con el autoritarismo, y en Argentina se los descalifica así en general a los dirigentes que por sí cuentan con un favor electoral considerable, y.que a veces pareciera imbatible. Desde un líder de gran ciudad a cierto caudillo rural, en nuestro país son acusados de Bonapartistas quienes no satisfagan a esos grupos que suelen tensar la convivencia íntegra del cuerpo social. Tarea disociadora que por principio ejercen los sectores privilegiados si un gobernante no favorece los intereses de ellos con armas y bagajes, y a quienes según suele acontecer se les suma una incierta ‘izquierda revolucionaria’ de trasnoche y mero discurso sin pueblo. Dos sectores que a veces no cuentan con más proyecto que el descrédito de ‘la dictadura de la mayoría’; esos enemigos electoralmente inalcanzable para ellos.
Dentro de ese contexto son variados los ejemplos de bonapartismo en el devenir político de nuestro país; Rosas, Yrigoyen, Perón, Frondizi, Eva Perón y también algún otro nombre muy actual. Y no como curiosidad y los perfiles propios, se contarían dos políticos de la provincia de San Juan, en Argentina, que a inicios del siglo veinte gravitaran en la opinión pública nacional. Federico Cantoni, que naciera en 1890 y falleciera en 1956, un médico electo gobernador de San Juan por la Unión Cívica Radical Bloquista, una escisión del reconocido Partido Radical que él mismo fundara en 1919 junto a su hermano menor Aldo, quien se desafiliara del Partido Socialista para sumarse al Bloquismo. Y luego que Federico Cantoni fuera electo gobernador en 1923 dentro de un clima de violencia a veces muy tormentosa, un funcionario de Marcelo T.de Alvear, -un presidente más reconocido como marido de una cantante famosa que por tarea de gobierno, dixit Arturo Jauretche- al borde de una intervención a la provincia acusaría a los Cantoni de bonapartistas.
Pese a otros varios incidentes violentos que se repetirían el bloquismo ‘bonapartista’ desarrollaría en San Juan un gobierno progresista en relación a tanto opaco caudillismo tan habitual en el interior argentino, en tanto reformaría la constitución provincial, en el año 1927 establecería el sufragio femenino y los derechos de segunda generación, y una avanzada legislación laboral con más de una década antes del primer gobierno nacional del peronismo. Y ese estilo basado en recaudación impositiva y desarrollo de la educación técnica para modernizar la producción del olivo y el vino, más algún efectivo plan de viviendas y el tendido de una red vial, los animó a una reforma agraria sin concretar ‘por esas razones’. Auque esa misma administración bonapartista propiciaría en 1927 la Constitución Provincial con derechos como la limitación de la jornada de trabajo, salario mínimo, seguros de vejez y planes de vivienda. Más una verdadera extrañeza de época fue la ley del sufragio femenino donde no sólo la mujer del gobernador votara por vez primera en nuestro país.
Durante la década del ’20 el Bloquismo apoyaría a la Unión Cívica Radical Antipersonalista, y en 1946 apoyaría la candidatura presidencial de Juan D. Perón; quien nombraría a Federico embajador argentino ante la Unión Soviética de 1947 a 1952. Cantoni allí conocería a José Stalin y abriría el camino al primer tratado comercial entre la Argentina y la URSS, un muy importante acuerdo además por su concepción política en ese tiempo.
Por lo que estos datos y otros quizá contradictorios, los modales y maneras bonapartistas de gestionar la cosa pública, ya merecen discutirse con más rigor que seguir alardeando sobre la pureza de la democracia formal, tan ferozmente defendida cuando le conviene a la clase económica mandante. Más ejerciendo una mayor seriedad conceptual que la descalificación rápida para cualquier lado, discutamos en serio la valiosa o negativa eficacia que al cuerpo de nuestra sociedad, le resultó el hoy meneado bonapartismo. (may.013)
Eduardo Pérsico nació en Banfield y vive en Lanús
www.eduardopersico.blogspot.com
Década ganada La política y la fiesta Soledad Guarnaccia
La fiesta popular que conmemoró el 203° aniversario de la Revolución de Mayo y los diez años de gobiernos de Néstor y Cristina invita a pensar qué clase de hecho político es un acto kirchnerista.
¿Qué clase de hecho político es un acto kirchnerista como el que acaba de acontecer el 25 de Mayo? Aunque el carácter multitudinario de la convocatoria del sábado pasado ha conseguido que se atenúe en los medios la idea de que los actos kirchneristas son el exclusivo producto del "aparato" que a cambio de micros y choripán son capaces de movilizar el PJ y La Cámpora, algunos medios persistieron en un encuadre que repiten hace años: “espectáculos musicales para garantizar la convocatoria”, “ritual para poner en escena un relato que hace agua”, "el plan k para recuperar la calle", "celebraciones con milicias populares", etc. Tales interpretaciones tienden a no atender la complejidad que conlleva la reunión de experiencias tan diversas como las que confluyen en los actos kirchneristas.
En primer lugar, estas movilizaciones poseen algo del orden de lo inédito: cuesta encontrar en la historia argentina ejemplos de gobiernos que, tras diez años de gestión, hayan sido capaces de convocar a las multitudes en un marco predominantemente festivo. Este clima festivo pone en juego una amplia gama de afectos, pero de ningún modo recrea la escena, a veces mentada por opositores, de una plebe rabiosamente enardecida capaz de seguir ciegamente a su líder en su plan de “ir por todo”. Y sin embargo, aún cuando estos actos no ponen de manifiesto esta escena, conservan una fuerza política suficiente para generar repudios y activar fantasmas. Para los liberales, ya sea los confesos o los militantes de la impolítica, se trata de la enajenación de las potencias creativas del individuo en función del culto a la líder o el Estado. Para la izquierda más doctrinaria, es el “perverso” mecanismo por el cual la rabia de clase deviene amor al Estado. Y para los sectores conservadores y reaccionarios, el kirchnerismo es demasiado peronista y rosista: basta con leer la editorial dominguera de J. Morales Solá y su invocación al mito de que el kirchnerismo, como el rosismo en el siglo XIX, gobernaría implantando un sistema de delación colectiva.
Aún cuando los actos kirchneristas son predominantemente festivos, hay momentos en que la celebración invoca aquellas ausencias a partir de las cuales la multitud recrea la vivencia del duelo colectivo: ello ocurre cuando las voces de Néstor Kirchner –y también Hugo Chávez- irrumpen a través de un proyector de imagen y sonido, provocando un efecto de vacilación en los manifestantes: algunos hacen silencio como buscando dar crédito al deseo de que sus muertos no se han ido; otros aplauden cerradamente como signo de reconocimiento a quienes hasta ayer eran los conductores y ahora son personajes de la historia; finalmente, aparece el cántico colectivo en el que la multitud se ofrece como forma de trascendencia de los líderes que ya no están. Desde 2010 a esta parte, los actos kirchneristas no han dejado de expresar una dimensión del duelo, como la única forma colectiva de elaborar la pérdida.
Además del carácter festivo y la recreación del duelo, los actos kirchneristas suelen ser también conmemorativos y ello tiene que ver con la importancia que el kirchnerismo le asigna a la historia como discurso capaz de producir nuevos sentidos colectivos. Esto suele ser así no sólo porque estos actos se producen en ocasión de alguna fecha especial de la historia argentina que se busca conmemorar sino también porque en los discursos presidenciales aparece la idea de que los conflictos del pasado ofrecen más de una pista para comprender los conflictos del presente. Además, el kirchnerismo coloca el acento en la necesidad de reparaciones sociales frente a una historia en la cual los derechos de las mayorías han sido vulnerados por los sectores dominantes; finalmente, esa identidad política y colectiva que es el kirchnerismo se construye como heredera de otras identidades colectivas que emergieron en la historia –a modo de ejemplo, en el discurso de la Presidenta la cita con peronismo histórico fue la más invocada. Frente a esta lectura política de la historia, la oposición no ha construido una mirada histórica alternativa porque prevalece en ella la confianza en que el marketing político es la mejor usina para producir identificación, a tal punto que la cuestión de la identidad política queda subsumida al color que acompaña cada spot publicitario.
Asimismo, los actos kirchneristas son multitudinarios y policlasistas. Es imposible agotar las significaciones que adquiere la participación en los distintos actores que son interpelados: desde un militante de algún PJ provincial hasta los militantes del Partido Comunista, pasando por los de La Cámpora, el Movimiento Evita, Kolina, los sindicatos, etc. Más fácil, en cambio, resulta percibir cómo el kirchnerismo ha logrado transformar a una porción importante de aquel grupo que hace una década se reconocía como “votante independiente” y hoy no sólo se considera “kirchnerista” sino que además entiende que esa identidad lo compromete a asistir a los actos, como si su presencia allí fuese el requisito mínimo –orgullosamente aceptado- que se demanda para defender al Proyecto y a la Presidenta.
Además de policlasistas, los actos asumen un registro predominantemente “juvenilista que no sólo interpela al nutrido grupo de jóvenes que asisten a las manifestaciones. En ese carácter juvenilista, el kirchnerismo vehiculiza ciertos tópicos ligados a la reivindicación de la “trasgresión”, un valor que en determinadas épocas ha sido socialmente estimado por los jóvenes y que en general es altamente aceptado dentro de la cultura política peronista, pero sobre todo reivindica la pertenencia a un mismo colectivo. Así resulta posible que sean tantos los manifestantes que habiendo trasvasado holgadamente el límite etario que distingue a la juventud, se pliegan al canto de las agrupaciones juveniles cuando entonan el ya clásico "Cristina corazón, acá tenés los pibes para la liberación".
Finalmente, lo más importante de los actos no es el “espectáculo” sino lo que todos esperan: la palabra de Cristina. Porque los recursos audiovisuales, incluso algunos momentos de experimentación estética, adquieren relevancia en función del discurso de la Presidenta, como si las multitudes reconocieran que en esa palabra se concentra no sólo un rasgo distintivo del movimiento político al que pertenecen, sino uno de sus mayores capitales políticos. En su discurso del 25 de Mayo, Cristina abordó, como suele suceder, varios aspectos de la realidad política. Sin embargo, lo distintivo de ese discurso fue una de las tantas preguntas que lanzó a la multitud, una pregunta que, según admitió, la “desvela”: ¿cómo hace un pueblo, sabiendo que su conductora no es eterna, para sostener un proyecto político basado en la inclusión social y en la ampliación de derechos? No hay en la política argentina, y éste es otro de los rasgos distintivos del kirchnerismo, una fuerza capaz de convocar multitudes y convertir esa convocatoria en un espacio festivo que aborda la reflexión colectiva acerca de sus dilemas centrales.
Espacio festivo entre la conmemoración histórica y la elaboración colectiva del duelo; experiencia policlasista capaz de interpelar a los “organizados” y a los “sueltos”; clima juvenilista entre la trasgresión y la reivindicación de un sentido de pertenencia; y aprovechamiento de la oportunidad histórica de acompañar la palabra de quien es una de las más notables figuras políticas que ha dado la Argentina, los actos kirchneristas expresan una complejidad que desborda las viejas matrices interpretativas.
Télam
El merecido homenaje a Carlos Caride, una figura destacada de la Resistencia Peronista
Fundador de la JP y las FAP, fue miembro de los Montoneros. Desde 1955, luchó contra todas las dictaduras, en una vida dedicada a la militancia y alejada del bronce. Un hombre de acción que también cambiaba los pañales a sus hijas.
Siguiendo los hechos que definieron la vida política de Carlos Caride, bien podría conformarse un manual de militancia peronista.
Caride fue uno de los fundadores de la primera JP, su nombre figuró entre quienes pusieron las ideas y el pecho en los años de la Resistencia, integró las filas originarias de las Fuerzas Armadas Peronistas (FAP) y luego acompañó la fusión con los Montoneros. Nació el 31 de octubre de 1940, creció en los inquilinatos de San Telmo, y de niño pudo ver cómo las palabras de Juan Domingo Perón y de Eva se transformaban en una "realidad efectiva".
Desde entonces, Caride fue peronista –de base y revolucionario– y la fuerza con que defendió sus convicciones y el valor que demostró a la hora de entrar en acción, agigantó su huella. La dictadura genocida lo asesinó el 28 de mayo de 1976, en la localidad bonaerense de Haedo. Y hoy, a 37 años de su muerte, sus familiares y compañeros le rendirán un homenaje, con un acto en el Museo Histórico Nacional (Defensa 1600), en San Telmo, a partir de las 11. También se proyectará un video realizado por su hija Ana, que va desde la infancia de su padre hasta la actualidad.
"Carlos era un tipo muy activo. Hacía muchas cosas y él creía en todo lo que hacía. Estaba enamorado de lo que hacía. Enamorado de mí, enamorado de sus hijas", contó Susana Burgos, quien fue su esposa y compañera de militancia. Se conocieron a principios de 1974, en Mar del Plata. Luego se casaron y tuvieron dos hijas. "Íbamos a comer a donde iba el resto de la gente, los domingos, con las nenas al Tigre, y nos hacíamos fotos. Y, a la vez, íbamos armados. Porque estábamos perseguidos", relató Susana, en cuyos recuerdos la figura de Caride es tan valiosa como lejana del bronce. Por eso lo define como "una persona normal, que quería a su familia y quería un país mejor para su familia". Un hombre "que consideraba que un militante tenía que militar, pero también tenía que lavar los platos y ser un buen tipo con su compañera, no un machista”.
En la memoria popular de la Resistencia, Caride es recordado como un hombre de acción, dispuesto a llevar sus ideas a la práctica, aunque en eso se jugara la vida. "Sin dudas, era un compañero preparado militarmente para enfrentar la situación que fuera, no te quepa la menor duda", aseguró Susana a Tiempo Argentino, aclarando que eso no le impedía dar una mano con las tareas de la casa y, como pedía Arturo Jauretche, luchar con alegría. "Era un hombre de acción, sí, pero también cambiaba los pañales. Cocinaba y cantaba y ser reía mucho", explicó Susana, que hace 34 años vive en España, donde trabaja en el área de Salud Mental. Dejó la Argentina al salir de la ESMA, donde estuvo detenida por dos años, luego de que la secuestraran en enero de 1977.
En su repaso por la historia del peronismo, Roberto Baschetti se refirió a Caride como un "combatiente de la resistencia a las diversas dictaduras que nos asolaron desde 1955 en adelante". Y en un desglose de esta trayectoria militante, Baschetti recordó que en 1967 "Carlitos" fue herido en un enfrentamiento con la Policía Federal y que los uniformados lo abandonaron a su suerte. Sin embargo, "su fortaleza física y la indignación de los testigos del hecho lo salvan". El 22 de agosto de 1969, fue "nuevamente detenido al resistir un allanamiento a su domicilio", en un enfrentamiento que dejó a tres policías heridos, uno de ellos, mortalmente. "En represalia –escribió Baschetti– fue brutalmente torturado, lo que le deja secuelas de por vida."
En los diez años que pasó en prisión, Caride nunca dejó de militar. En 1973, fue liberado junto a otros presos políticos por el gobierno de Héctor Cámpora, y en 1974 asumió como director de Turismo en Mar del Plata. En marzo de 1974, su fortaleza fue de nuevo puesta a prueba: el comisario Luis Margaride lo detuvo, acusándolo ridículamente de un complot para matar a Perón. Recuperó la libertad al poco tiempo y, meses después, se sumó a Montoneros.
Cuando lo asesinaron, en un tiroteo con la custodia de un alto jefe de la bonaerense, sus compañeros protegieron su cuerpo, para que no cayera en manos de los represores. Ese día, pasó a la inmortalidad de las luchas populares.
Tiempo Argentino
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