viernes, 15 de marzo de 2013

LOS ORGANISMOS DE DDHH Y BERGOGLIO

La reacción de los organismos de DD HH La relación de Bergoglio con la dictadura. Hubo posiciones dispares sobre el grado de vinculación de Bergoglio con la dictadura. Pérez Esquivel admitió que le faltó coraje para acompañar la lucha por los Derechos Humanos. Hijos recordó que es investigado por la justicia. La designación de Jorge Mario Bergoglio como Sumo Pontífice generó una reacción dispar entre los organismos de Derechos Humanos. Mientras que la agrupación H.I.J.O.S. recordó las vinculaciones que tuvo el flamante Francisco I con la dictadura, Hebe de Bonafini, titular de la Asociación Madres de Plaza de Mayo, recalcó su preferencia por los curas tercermundistas dentro de los que no incluyó al nuevo Papa, y Adolfo Pérez Esquivel (foto) rechazó que "Bergoglio haya sido cómplice de la dictadura", aunque opinó: "Le faltó coraje para acompañar nuestra lucha por los derechos humanos en los momentos más difíciles." Hebe, quien se encuentra en Italia invitada por las Madres Kabawill Pescara, fue escueta. "Las Madres hace muchísimos años, casi desde el mismo momento en que comenzamos nuestra lucha, tuvimos relación solamente con los sacerdotes del tercer mundo. Nosotras hicimos una lista de 150 sacerdotes asesinados por la dictadura, que la iglesia oficial calló y nunca reclamó por ellos. Las Madres hablamos de la iglesia oficial cuando nadie hablaba. La Iglesia oficial es opresora pero la del Tercer Mundo es liberadora. Seguimos teniendo relación solo con los sacerdotes del Tercer Mundo y sobre este Papa que nombraron ayer solo tenemos para decir: Amén". Asimismo, Inés Vázquez, rectora de la Universidad Popular Madres de Plaza de Mayo, señaló ayer que "a Bergoglio le faltó bendición para proteger a sus sacerdotes jesuitas en la dictadura". "Francisco es el nombre de uno de los sacerdotes jesuitas que fue secuestrado por su tarea en el Bajo Flores, en la Villa del Bajo Flores en la época de la dictadura junto a un grupo grande de jóvenes. Hombres y mujeres catequistas. Algunos aparecieron y otros continúan desaparecidos. ¿Qué dirá el Santo Padre? Ayer bendijo Urbe et Orbi, es decir la ciudad y el mundo. Y faltó bendición, le faltó bendición para proteger a sus sacerdotes jesuitas en la época de la dictadura", declaró. En tanto, la agrupación H.I.J.O.S. fue contundente al asegurar que Bergoglio "es un conservador de una Institución reaccionaria y conservadora: ahí va un Papa que se opone a la ampliación de derechos. Hubo una Iglesia que optó por el silencio y estar cerca de Videla: ahí estaba Bergoglio. La Iglesia del pueblo fue masacrada y desaparecida. También fue citado por la causa de robo de bebés. Bergoglio sigue siendo investigado por la participación de la Iglesia en delitos de lesa humanidad. Ni olvido, ni perdón”. Por su parte, Pérez Esquivel, aseguró que espera que el nuevo Papa “tenga el coraje para defender los derechos de los pueblos frente a los poderosos, sin repetir los graves errores, y también pecados, que tuvo la Iglesia. Durante la última dictadura argentina los integrantes de la Iglesia católica no tuvieron actitudes homogéneas. Es indiscutible que hubo complicidades de buena parte de la jerarquía eclesial en el genocidio perpetrado contra el pueblo argentino, y aunque muchos con "exceso de prudencia" hicieron gestiones silenciosas para liberar a los perseguidos, fueron pocos los pastores que con coraje y decisión asumieron nuestra lucha por los Derechos Humanos contra la dictadura militar", dijo. Finalmente, el premio Nobel de la Paz concluyó diciendo: "No considero que Jorge Bergoglio haya sido un cómplice de la dictadura, pero creo que le faltó coraje para acompañar nuestra lucha por los Derechos Humanos en los momentos más difíciles que pasamos". El padre Miguel La Civita, quien fue testigo en el juicio por los asesinatos de los sacerdotes Carlos Murias y Gabriel Longueville durante la dictadura, señaló que el recién electo Papa "ayudó a salir del país" a perseguidos por los militares. Tiempo Argentino GB

LAS DUDAS SOBRE BERGOGLIO

ESTELA DE LA CUADRA ALERTO SOBRE LA DESIGNACION DE BERGOGLIO “Es la impunidad total” “¿No amerita que diga qué pasó con Ana?”, planteó Estela de la Cuadra sobre Bergoglio. Al ahora papa recurrió su padre en 1977, cuando su hermana Elena fue secuestrada durante la dictadura y dio a luz una niña que aún ignora su identidad. Bergoglio, entonces sacerdote, lo mandó a hablar con el obispo auxiliar de La Plata y se desentendió del caso. Por Diego Martínez En octubre de 1977, mientras Alicia Zubasnabar de De la Cuadra marchaba con las primeras Madres en Plaza de Mayo y organizaba la incipiente agrupación Abuelas Argentinas con Nietitos Desaparecidos, su esposo fue recibido por el sacerdote Jorge Bergoglio. Elena de la Cuadra había sido secuestrada en febrero, embarazada de cinco meses, y al momento del contacto con el provincial de los jesuitas sus padres sabían, por un anónimo y por un sobreviviente de la Comisaría 5ª de La Plata, que el 16 de junio había tenido una niña en cautiverio y que ya se la habían quitado. Bergoglio escuchó el relato del hombre a pedido del superior general de la Compañía de Jesús, padre Pedro Arrupe. En cuatro líneas derivó el tema al obispo auxiliar de La Plata, Mario Picchi, y se desentendió para siempre, según admitió al declarar en la causa por el Plan Sistemático de Robo de Bebés. Licha de la Cuadra se convirtió poco después en la primera presidenta de Abuelas de Plaza de Mayo, pero el cura tampoco se enteró: supo de Abuelas en 1985, durante el juicio a los ex comandantes, aseguró bajo juramento de decir verdad. “Es un desastre, es la impunidad total”, reflexiona Estela de la Cuadra ante la consulta por la designación de aquel sacerdote como papa de la Iglesia Católica. Estela es hermana de Elena y tía de Ana Libertad, que aún ignora su identidad, y no sale de su asombro de tener que responder decenas de llamados de periodistas de todo el mundo sobre el pasado del flamante papa Francisco. “Pero hay que seguir luchando –propone–. Bergoglio tiene muchas explicaciones que dar. Hay que seguir reclamando para que se abran los archivos del Episcopado durante la dictadura y también los del Movimiento Familiar Cristiano, que tuvo íntima vinculación con la apropiación de niños. ¿Quién puede asegurar que ahí no figure el destino de Ana?”, se esperanza. Bergoglio recibió a Roberto Luis de la Cuadra en San Miguel el 28 de octubre de 1977, según consta en la nota que escribió para que lo recibieran en el obispado platense. “Tuve una conversación por especial pedido del P. Arrupe”, le aclaró a Picchi. “El le explicará a usted de qué se trata y le agradeceré todo lo que pueda hacer”, apuntó. Los padres de Elena supieron desde el comienzo que estaba secuestrada “en los alrededores de La Plata” porque se los había dicho Emilio Graselli, secretario del vicariato castrense. Por el sobreviviente Luis Velasco y por anónimos que les dejaron bajo la puerta tuvieron la certeza de que la nieta había nacido. “16/6 la señora tuvo una nena, que no saben dónde está la nenita, los padres están bien, De la Cuadra”, decía un escrito que alguien les hizo llegar al día siguiente del parto. El padre Picchi no tuvo mayores inconvenientes para conocer la verdad que miles de padres desesperados buscaban sin suerte. El dato preciso se lo aportó el subjefe de la Policía Bonaerense, coronel Reynaldo Tabernero, quien murió impune antes de llegar a juicio. El segundo de Ramón Camps le confirmó que la nena había nacido, que había sido entregada a un matrimonio que no podía tener hijos y que sobre el destino de Elena y su compañero Héctor Baratti “no hay vuelta atrás”. Licha de la Cuadra, que también perdió en manos del terrorismo de Estado a su hijo Roberto José, siguió adelante y se convirtió en la primera presidenta de Abuelas. En 1999, en el Juicio por la Verdad ante la Cámara Federal de La Plata, su hija Estela relató por primera vez la breve gestión de Bergoglio. Volvió a recordarla en septiembre de 2007, en el juicio oral al capellán Cristian von Wernich. “Ese silencio de Bergoglio me indigna. ¿Acaso no tiene nada que decir?”, preguntó ante los jueces. Antes de ser condenado, Von Wernich invocó a Bergoglio para intentar ensuciar a los testigos del juicio. “El cardenal fue muy clarito”, advirtió. “Dice que el demonio es un testigo falso porque está en la mentira, no está en la verdad. Están preñados de malicia”, agregó. Bergoglio no acusó recibo de la invocación ni de la condena. En 2010, citado por los secuestros de Orlando Yorio y Francisco Jalics en el primer juicio a represores de la ESMA, el cardenal declaró que supo de la existencia de Abuelas durante el Juicio a las Juntas. “¿Por qué no lo citan? ¿No amerita que diga qué pasó con Ana?”, preguntó Estela al año siguiente, en el juicio por el Plan Sistemático. Los abogados de Abuelas y el fiscal federal Martín Niklison hicieron el pedido y la jueza María del Carmen Roqueta, presidenta del tribunal, debió enviar las preguntas por escrito, privilegio de los altos dignatarios eclesiástico al que decidió acogerse el campechano Bergoglio. El cardenal juró decir la verdad “por Dios y los Santos Evangelios”, recordó que Arrupé les recomendaba escuchar a quienes pedían ayuda “sobre la búsqueda de sus seres queridos”, pero la memoria le jugó una mala pasada. “No recuerdo los pormenores de la entrevista” con De la Cuadra, afirmó. “No recuerdo que me haya referido que su hija se encontraba embarazada”, escribió bajo juramento. “No recuerdo haber tenido conocimiento de las reuniones que podría haber realizado monseñor Picchi”, apuntó. Aseguró que no informó de la denuncia a otra autoridad que no fuera Picchi y admitió que no hizo ninguna gestión para ayudar a la familia De la Cuadra. Reiteró que supo de la existencia de Abuelas durante el juicio a los comandantes y no se privó de elogiarlas: “Han realizado y continúan haciendo una tarea ciclópea”. 15/03/13 Página|12

jueves, 14 de marzo de 2013

SANTA CRISPACION

EUTANASIA, ABORTO Y MATRIMONIO IGUALITARIO ESTUVIERON EN LA MIRA DEL EX ARZOBISPO PORTEñO Los discursos de la santa crispación La marcha contra el matrimonio igualitario fue impulsada por Bergoglio, aunque no se mostró. Bergoglio construyó sus discursos de la última década en homilías y virulentos comunicados eclesiales contra los temas que mayor debate de cambio social habían desatado. Sufrió una tremenda frustración cuando fue aprobada la ley del matrimonio igualitario. Por Soledad Vallejos La eutanasia como “terrorismo demográfico”, el matrimonio igualitario como ardid malicioso para subvertir “el plan de Dios”, el aborto –aun el no punible– como eje de la “cultura de la muerte”. En la última década, cada vez que en el aire se agitaba el debate por la protección legal de más derechos, el ex arzobispo porteño Jorge Bergoglio se despachó con homilías y comunicados virulentos para oponerse. Aprovechó, para ello, fechas clave, que solían coincidir: el Día del Niño por Nacer, la celebración de Corpus Christi, la de San Ramón Nonato, la procesión a Luján. La ocasión hizo al orador cada vez, con el trasfondo de un enojo básico porque la legislación educativa “prescinde de Dios”, y la convicción de que al poder político tanto se le podía hablar desde el púlpito, como conminarlo a visitar el despacho propio (el caso de Mauricio Macri, durante el debate por la nueva ley de matrimonio) o demostrar capacidad de lobby aliándose con el integrismo para volcar feligresía en las calles. Su cruzada más esmerada fue, también, la de su derrota más notable. Entre fines de 2009 y gran parte de 2010, el debate por la ley de matrimonio igualitario encontró a un Bergoglio aguerrido. Puso las oraciones en el cielo hacia diciembre de 2009, cuando la Justicia porteña autorizó por primera vez que una pareja de varones se casara en el Registro Civil. El gobierno porteño, que había advertido que no cedería a las presiones eclesiásticas ni de grupos laicos afines, finalmente cedió por omisión; Alex Freyre y José María Di Bello debieron casarse en Tierra del Fuego. Pero entonces comenzó 2010: la jueza Elena Liberatori autorizó a otra pareja de varones. El gobierno porteño desistió de apelar, a pesar de que Bergoglio emitió un comunicado exigiéndole apelar, porque “desde épocas ancestrales el matrimonio se entiende como la unión entre el varón y la mujer, su reafirmación no implica discriminación alguna”. Bergoglio presionó tanto que forzó a Macri a asistir a su despacho; de todos modos, a principios de marzo Jorge Bernath y Damián Salazar se casaron. Con el correr de los meses y el avance de la ley en el Congreso, el cardenal subió la apuesta. “No seamos ingenuos: no se trata de una simple lucha política; es la pretensión destructiva al plan de Dios”, escribió en una carta a los cuatro monasterios de carmelitas de Buenos Aires. El impulso al matrimonio igualitario era “una ‘movida’ del padre de la mentira que pretende confundir y engañar a los hijos de Dios”. Casi tres semanas después de enviada esa carta, los senadores debían dar la media sanción que faltaba; por ello pedía a las religiosas: “clamen al Señor” para que los legisladores no voten “movidos por el error o por situaciones de coyuntura sino según lo que la ley natural y la ley de Dios les señala”. Su apuesta más fuerte fue en los días inmediatamente anteriores al 14 de julio: ordenó que en las misas del domingo 11, desde los púlpitos, los sacerdotes convocaran a la “Marcha naranja” que el día anterior a la sesión se realizaría ante el Congreso. El evento era organizado, además, por un español, supernumerario del Opus Dei, llegado a la Argentina para la ocasión. Días después, se aprobaba la ley. Tradiciones A fuerza de repetición, Jorge Bergoglio volvió tradición dos momentos del año para sentar y reforzar lineamientos de la retórica antiaborto legal: el Día del Niño por Nacer (25 de marzo) y el de San Ramón Nonato (31 de agosto). En la primera de las fechas, este año será el primero en que, por su nuevo cargo, el jesuita faltará a su ya habitual homilía de “Un rosario por la vida”. En la segunda, celebrada el último día de agosto, Bergoglio solía fortalecer aún más sus ideas sobre derechos reproductivos. Su definición de “optar por la vida” nunca privilegió los derechos de las mujeres ni admitió la posibilidad del aborto no punible. En 2007, el entonces cardenal hasta supo enlazar la actualidad policial más candente con su doctrina. La investigación por el asesinato de Nora Dalmasso se concentraba sobre su hijo. Bergoglio dijo: “Usted se asusta de eso, pero tenemos miles de madres que matan a sus hijos”. Agregó, para más Inri: “Hay miles de madres que matan a sus hijos. Descuiden, que dentro de unos años van a aprobar la libertad de los hijos de matar a sus padres”. En 2011, declarado por Benedicto XVI como “Año de la vida”, en una catedral algo poblada y ante fieles como el ex juez Hernán Bernasconi, la periodista Alicia Barrios y muchachos levantiscos identificados con el grupo de Cristo Rey, Bergoglio se lamentó por “esta anestesia que nos presenta esta civilización decadente” con sus “valores trastocados”. En cuestión de meses, el Congreso aprobaría la ley de matrimonio igualitario y el debate estaba en el aire; tan electrizado estaba el ambiente que aun la despenalización del aborto no parecía lejana. El arzobispo se angustiaba por la “gravedad moral y jurídica” de un posible debate sobre el aborto, dijo que la Virgen María “acompañó la vida que acababa de concebir”; que Jesús “nació sin ninguna comodidad, en situación de calle”. Que “si no amamos, caemos en el egoísmo y uno se enrosca en sí mismo, en acariciarse a sí mismo”. El año pasado, cuando Macri se aprestaba a reglamentar el decreto sobre atención de abortos no punibles, tal como la Corte había mandado, Bergoglio no dudó: era “lamentable”. El aborto “nunca es la solución”, sentenció, y distorsionó los datos legales hasta asegurar que la reglamentación “amplía la despenalización del aborto cediendo a la presión del fallo de la Corte Suprema de la Nación”. 14/03/13 Página|12 GB

EL DISCURSO DEL FIN DEL MUNDO, POR URANGA OPINION

EL PONTIFICADO DE FRANCISCO TENDRA CONSECUENCIAS EN LA ARGENTINA El efecto en “el fin del mundo” Los obispos argentinos tendrán mayor acceso al Vaticano. A nivel local, la consagración de Bergoglio como Papa es una mala noticia para los ultraconservadores, que siempre lo consideraron un adversario e influirá en la relación entre la Iglesia y el Gobierno. Por Washington Uranga Una de las primeras decisiones que tendrá que tomar el flamante papa Francisco I será la de nombrar su sucesor en el Arzobispado de Buenos Aires. Próximo a cumplir 77 años, Bergoglio había renunciado al gobierno de la arquidiócesis capitalina al cumplir los 75 años, tal como lo establece la ley eclesiástica. Sin embargo, Benedicto XVI le extendió su mandato y ahora será el mismo Bergoglio, ya en su condición de Papa, quien designe a su sucesor. Seguramente alguno de sus obispos auxiliares, todos hombres de su confianza, ocupará ese cargo. De esta manera también se les cierran las posibilidades a los sectores ultraconservadores que aspiraban a ver sentado en la silla arzobispal porteña a uno de sus máximos exponentes, el arzobispo platense Héctor Aguer. Si bien desde la periferia de la Iglesia Católica y desde la sociedad en general se ve a Bergoglio como un hombre conservador, en el abanico del espectro eclesiástico bien se lo puede considerar como un moderado, si se lo compara, por ejemplo, con los obispos de Opus Dei o el séquito que se mueve en torno del ya mencionado Aguer. De hecho, Bergoglio y Aguer han sostenido duras batallas eclesiásticas, directas y a través de terceros. Uno y otro jugaron más de una vez sus cartas en Roma tratando de imponer sus criterios y sus candidatos. Está claro quién triunfó finalmente. De haber podido votar Aguer, lo hubiese hecho decididamente por el otro argentino, el cardenal Leonardo Sandri, que ha sido su interlocutor y operador permanente en el Vaticano. Al margen de las formalidades que seguramente respetarán con corrección litúrgica y eclesiástica, los grupos más conservadores del Episcopado y de la Iglesia en Argentina no celebrarán el nombramiento de Bergoglio como papa. Nunca lo consideraron parte de sus filas. Muy por el contrario, siempre fue para ellos un adversario difícil, que se opuso a sus avances, especialmente cuando quisieron tomar por su cuenta la estructura de la Conferencia Episcopal. El actual presidente del Episcopado, el arzobispo santafesino José María Arancedo, es un hombre que cuenta con el aval y la confianza de Bergoglio quien, con su apoyo, contribuyó también a su ascenso a la presidencia. Arancedo reconoce también que, pese a la incidencia innegable que el hasta ayer cardenal porteño siguió teniendo dentro del Episcopado, no hizo uso de esa influencia para quitarle autonomía y libertad al nuevo presidente después de que abandonó el cargo que ejerció durante dos períodos. Por su perfil, Bergoglio intentará no privilegiar a los obispos argentinos por su sola condición de tales. Pero es evidente que quienes hasta ahora han sido sus pares en Argentina tendrán a partir de este momento un acceso antes impensado al Vaticano y a todos los niveles de la Iglesia Católica. Más allá de lo que diga y haga Francisco, la condición de argentino se revaluó desde ayer en la Iglesia Católica de todo el mundo. Sucedió así con los polacos durante el pontificado de Juan Pablo II y con los alemanes en el último papado. Habrá también una mirada más atenta desde Roma a los temas y a las cuestiones de la Iglesia en Argentina y de su Conferencia Episcopal. Por ejemplo en el tema de la designación de obispos. El Papa es el último responsable del nombramiento de los obispos y normalmente recibe asesoría porque no conoce directamente a los candidatos. No será el caso. Quienes lleguen a obispos en Argentina a partir de este momento habrán tenido el acuerdo directo del papa Bergoglio que, de esta manera, está en condiciones de diseñar un Episcopado a su antojo y de acuerdo a sus propias preferencias. Más allá del sector ultraconservador ya mencionado, Bergoglio cuenta con mucho respeto entre sus pares obispos. Los más jóvenes tienen hacia él una relación que mezcla respeto y reconocimiento de la autoridad, con temor y cierta distancia en el trato que impone su personalidad circunspecta. Por otra parte, la llegada de Bergoglio al pontificado tendrá también consecuencias en la vida política del país, en particular en la relación entre la Iglesia y el Gobierno. Siguen sin resolverse temas tales como los del obispado castrense (aún vacante desde el choque entre el obispo Baseotto y Néstor Kirchner) y las capellanías castrenses que el Gobierno pretende hacer desaparecer y a lo que la Iglesia se opone. Será el propio Bergoglio, ahora en su condición de papa, quien tendrá que decidir si hay alguna posibilidad de avanzar en acuerdos en esta materia o todo seguirá estancado. Pero además es impensable pasar por alto que la interlocución política de la Iglesia en el país se acrecienta con Bergoglio como papa. Todo lo que hagan y digan los obispos tendrá ahora la presunción –verdadera o falsa– del respaldo papal. Todo lo que diga Francisco será leído también en “clave argentina” y, a favor y en contra, interpretado en función de la coyuntura local. COMO FUE SU GESTION AL FRENTE DE LA ARQUIDIOSESIS PORTEÑA Un administrador ordenado La depuración de las finanzas del Vaticano puede ser una de las primeras tareas que encare el Papa que tiene, entre los rasgos de su personalidad, una fuerte marca de austeridad tanto para la vida personal como para la institucional. Por Washington Uranga Jorge Mario Bergoglio se convirtió en el nuevo pontífice de la Iglesia Católica Romana y como Francisco I será también el primer papa no europeo, el primer latinoamericano y el primer argentino. Todas estas novedades, sin embargo, no deberían hacer pensar que el nuevo papa generará cambios importantes en la Iglesia. Se puede esperar sí que Francisco I avance, como lo hizo en la propia arquidiócesis de Buenos Aires, en una administración ordenada de la Iglesia y en ese sentido pueden producirse novedades en relación con las finanzas del Vaticano y su Instituto para las Obras de la Religión (IOR), el banco vaticano seriamente cuestionado en los últimos tiempos y fuertemente sospechado de manejos ilícitos de dinero. Este puede ser un frente de acción inmediato para Bergoglio, quien ha seguido de cerca todo lo que ha venido sucediendo en Roma en esta materia. Probablemente los cardenales Angelo Sodano (secretario de Estado durante el pontificado de Juan Pablo II) y Tarcisio Bertone (en el mismo cargo durante la jefatura de Benedicto XVI) no estén muy contentos con la designación de Bergoglio. La depuración de las finanzas del Vaticano puede ser una de las primeras tareas que encare el Papa que tiene, entre los rasgos característicos de su personalidad, una fuerte marca de austeridad tanto para la vida personal como para la institucional. Habrá que esperar a las próximas semanas para que el Papa “hable” a través de los nombramientos en puestos tan claves como la Secretaría de Estado (el número dos de la jerarquía vaticana) y la gobernación del Estado Vaticano, que administra gran parte de los fondos de la Iglesia. Las personas que allí se designen darán indicios respecto del rumbo a tomar. Es cierto también que, como arzobispo de Buenos Aires y como presidente de la Conferencia Episcopal Argentina durante dos períodos, Bergoglio no tuvo una buena relación con la curia romana y con los cardenales que allí ejercieron el poder. En más de una oportunidad sus diferencias llegaron a traducirse en fuertes protestas cuando, desde Roma, se le pretendió imponer, por ejemplo, el nombramiento episcopal de algunos sacerdotes que no contaban con su aval. En todos esos casos, Bergoglio sorteó las dificultades a través de contactos directos con los papas, primero con Juan Pablo II y luego con Benedicto XVI, con quien tiene especialmente una relación de cercanía. A pesar de que Benedicto XVI, el hoy “Papa emérito”, ha manifestado que no interferirá en la acción de su sucesor, es poco pensable que Ratzinger no siga siendo un hombre de consulta y de referencia para el hoy Francisco I. Sin que esto, dada la personalidad de Bergoglio, implique menoscabo de su autoridad o pérdida de autonomía en sus decisiones. Es altamente probable que Jorge Bergoglio impulse, no de manera inmediata pero seguramente a paso firme, una reforma de la estructura de la Iglesia, incluyendo a la propia curia romana. Desde su condición de arzobispo y de cardenal, siempre de manera discreta y reservada, Bergoglio ha sido un crítico permanente del funcionamiento de la estructura eclesiástica. En la arquidiócesis de Buenos Aires, si puede servir el ejemplo, intentó reducir al máximo los mecanismos burocráticos y formales, aunque no cedió en nada respecto del manejo centralizado del poder eclesiástico. En lo doctrinal y en lo pastoral, Bergoglio no habrá de alejarse seguramente de lo sostenido por sus antecesores. No deberían esperarse cambios en cuestiones tales como la moral familiar y sexual, aunque es posible que haya mayor flexibilidad y pequeños gestos de apertura, por ejemplo admitiendo en la comunión eclesiástica a los católicos separados y vueltos a unir en pareja. Son actitudes pastorales que Bergoglio consintió en Buenos Aires, aunque nunca lo haya admitido formal e institucionalmente. En términos eclesiásticos lo anterior se traduce en mayor capacidad “pastoral”, es decir, de cercanía con las inquietudes y los problemas de los fieles y de las personas en general, pero sin alterar en lo fundamental aquellas cuestiones que se consideran esenciales a la doctrina de la Iglesia. Seguramente Francisco I continuará la batalla iniciada por Benedicto XVI contra los pedófilos en la Iglesia, una labor que quedó inconclusa y que, según muchos, fue uno de los motivos de la renuncia de Ratzinger. Tampoco habría que esperar mayores reformas en temas tales como el acceso de las mujeres al sacerdocio o la continuidad del celibato obligatorio para los ministros consagrados. En eso Bergoglio no ha dado mayores pasos como obispo y seguramente tampoco lo hará desde el pontificado. Debería esperarse un magisterio social que insista en el compromiso de la Iglesia Católica con los más pobres, pero al mismo tiempo un tratamiento cauteloso y no agresivo con los poderes económicos, con los que el nuevo pastor universal nunca entró en conflicto directo. ¿Podría Francisco I convocar a un concilio, es decir, una gran asamblea de la Iglesia Católica de todo el mundo para discernir sobre los problemas que afectan a la institución? Bergoglio es un hombre que ejerce la autoridad escuchando a sus pares. Si durante el consistorio y el cónclave este fue un tema abordado y acordado, el nuevo papa puede dar ese paso. En la Iglesia argentina ha dado señales que muestran que es capaz de atender a la opinión mayoritaria de sus colegas, incluso cuando contradicen sus propios puntos de vista. Sucedió con el tema del matrimonio igualitario. Su estrategia no coincidía con la que finalmente se puso en práctica y que había sido acordada mayoritariamente por el Episcopado. Pero, en su condición de presidente del Episcopado, se puso a la cabeza y condujo las acciones que se determinaron. De la misma manera, a la vista de los resultados que a su juicio fueron negativos para la Iglesia, luego “pasó facturas” en el mismo seno de la asamblea episcopal. Atento a su personalidad, no habrá que esperar del nuevo papa decisiones precipitadas o bruscos cambios de rumbo. Todas las medidas serán tomadas con tiempo, de manera meditada y calculada. También aguardando el momento que el propio Bergoglio considere oportuno y prudente de acuerdo con su criterio y a su conocimiento político institucional. DIALOGA, SIEMPRE QUE SEA EN SUS TERMINOS Un estratega político Por Washington Uranga Sereno, firme en sus decisiones, obstinado en aquello en lo que cree, consciente del poder que le da su condición, Jorge Bergoglio tiene una personalidad que puede leerse como contradictoria. A su austeridad y sencillez en todo lo concerniente a su vida personal y eclesiástica, se le opone una alta cuota de intolerancia y hasta de soberbia para enfrentar a quienes considera sus adversarios o enemigos. Esto tanto en el terreno eclesiástico como en el político. Su despacho en el Arzobispado de Buenos Aires ha sido visitado por innumerable cantidad de dirigentes políticos, empresarios, varones y mujeres de poder. Muchos más de quienes lo admiten. Algunos por iniciativa propia y otros convocados por el entonces arzobispo, cardenal y presidente de la Conferencia Episcopal Argentina. Siempre con absoluta discreción y bajo perfil, Bergoglio actuó como un estratega político que mide cada uno de sus pasos y sus acciones. Algunos que lo conocen bien lo describen como un hábil jugador de ajedrez para quien cada movimiento de piezas es parte de una estrategia de mediano y largo plazo. Bergoglio no hace nada por impulsos o por casualidad. Todo lo calcula y lo premedita. Seguramente trasladará también esa forma de actuar al Vaticano y a la Iglesia en general. En cuanto se produjo su nombramiento, varias voces se alzaron para reconocerlo como un “hombre de diálogo”. Es verdad que Bergoglio siempre ha sostenido que él habla con todos aquellos que se lo proponen. Pero en su territorio (entendido incluso como lugar físico: su despacho en la curia) y bajo las condiciones que él impone. Este fue precisamente uno de los impedimentos que hicieron imposible el diálogo con Néstor Kirchner. Ante la insistencia del entonces presidente para construir un espacio de encuentro que permitiese discutir sobre las diferencias y buscar acercamientos, Bergoglio siempre pretendió establecer el lugar, las formas y las condiciones para un diálogo que finalmente nunca se concretó. Sin embargo, la oposición política argentina encontró siempre a un Bergoglio dispuesto a conversar, a intercambiar. Cuantos accedieron a esos intercambios lo hicieron concurriendo al despacho episcopal y en los términos establecidos por el cardenal. Una vez planteada la conversación, también es cierto, no hubo tema que no se pudiese abordar. La agenda siempre es abierta con Bergoglio, aunque esto no significa que el ahora Papa se pronuncia, opina o brinda información sobre aquello que no se inscribe en su propio itinerario discursivo y atendiendo a sus intereses y estrategias. De otra parte, todos quienes lo conocen resaltan su vida austera. No tiene auto, viaja en transporte público, viste de manera sencilla, con ropas eclesiásticas negras pero sin signos ostentosos y evidentes de su condición episcopal. En general, los sacerdotes y los religiosos de la Arquidiócesis de Buenos Aires lo recuerdan como un obispo cercano a sus preocupaciones y problemas. Ha sido un hombre afecto a pasar por las parroquias para dialogar con los curas sobre los problemas que se les plantean. Aun siendo obispo y luego cardenal no dejó de visitar a los enfermos en hospitales públicos y en instituciones privadas, como parte de su ejercicio sacerdotal. Bergoglio, jesuita, es un hombre de sólida formación teológica y cultural, y desde el punto de vista político ha tenido fuertes vinculaciones con los sectores más tradicionales y ortodoxos del peronismo. Se lo puede considerar claramente como un religioso de pensamiento conservador en todos los aspectos y sentidos, pero no por ello cerrado al debate y a la discusión de las ideas. La etapa más cuestionada y controvertida de su vida tiene que ver con su actuación como superior provincial de la Compañía de Jesús durante la dictadura militar. Se lo ha señalado como directo responsable de la desaparición de los sacerdotes también jesuitas Francisco Jalics y Orlando Yorio. Ambos curas, que desarrollaban trabajo social en las villas de Buenos Aires, fueron secuestrados y llevados a la ESMA. De allí fueron devueltos después de padecer torturas. Bergoglio niega toda responsabilidad en la desaparición de los curas. Orlando Yorio, que ya murió, estaba convencido de que su superior los había entregado. El episodio nunca fue aclarado en forma suficiente. 14/03/13 Página|12 gb

Alcanza con ser sencillo? por Martin Granovsky opinion

¿Alcanza con ser sencillo? Por Martín Granovsky En su carta al nuevo pontífice máximo, la presidenta Cristina Fernández de Kirchner lo saludó llamándolo “Su Santidad” y tratando a Jorge Bergoglio por su nombre de Papa: Francisco. Al momento de los votos, dijo la Presidenta que “es nuestro deseo que tenga, al asumir la conducción y guía de la Iglesia, una fructífera tarea pastoral desempeñando tan grandes responsabilidades en pos de la justicia, la igualdad, la fraternidad y la paz de la humanidad”. Era razonable no chocar. Un momento de fiesta es un momento de fiesta, sobre todo cuando tiene un condimento de alegría popular, y cualquier fricción desde la Presidencia hubiera sido mal recibida. Un chisporroteo prematuro justo el día en que Bergoglio pasó de ser arzobispo de Buenos Aires a obispo de Roma. De ahora en adelante, ¿el Gobierno mantendrá con el nuevo papa una relación respetuosa y distante o lo hará y, a la vez, redoblará la apuesta? Después del matrimonio igualitario, ¿la Presidenta se conformará con un lazo diplomático sin estridencias o avanzará? Para demostrar que la separación de la Iglesia y el Estado es un proyecto mayoritario en la Argentina, incluso entre los católicos, ¿buscará aprobar una ley de derecho al aborto libre, gratuito y seguro? Mientras el tiempo se encarga de responder esas preguntas, a escala de la región Bergoglio logró ayer un milagro. El teólogo Leonardo Boff, condenado en 1985 por la antigua Inquisición, puso en su cuenta de Twitter varios mensajes tras la fumata blanca. Uno: “El papa Francisco es una promesa. Primero el nombre. San Francisco recibió de Cristo el pedido de reconstruir la Iglesia. Francisco es hermano universal”. Otro: “El papa Francisco innovó: dio centralidad al Pueblo de Dios. Este dio primero su bendición al Papa. Sólo después el Papa dio su bendición al pueblo. Sobrio, serio, simple”. Otro más: “Dijo algo absolutamente importante para las Iglesias: quiere presidir en la caridad. Sin espectacularización. Los demás papas presidían jurídicamente”. El cuarto mensaje: “Francisco es uno de los arquetipos más poderosos del cristianismo. Fue el Primero después del Unico, Jesús. Fue laico y no padre”. El quinto: “Escoger Francisco como nombre es elegir un programa: el amor a los pobres, a la naturaleza, a la sobriedad, a la ecología, porque los seres son hermanos”. Boff, que colgó los hábitos en 1992, se define a sí mismo como “católico, apostólico y franciscano” y sostiene que “romano” es sólo una apelación local. Como teólogo, Boff descubrió en los primeros actos de Francisco I ciertos signos que interpretó en Twitter. Sus tweets, ¿representan una esperanza sobre el nuevo papa o un señalamiento de quien lee promesas y anuncia que estará atento por si no se cumplen? Pero incluso para quienes no pierden la esperanza ni siquiera ante niveles de degradación institucional como los que experimentó el Vaticano desde 1978, finanzas sucias y pedofilia mediante, una pregunta sigue siendo válida: ¿Sudamérica debe festejar como un triunfo la designación de un papa surgido de su territorio? Si Francisco I, mientras escucha tangos y pregunta por San Lorenzo, decidiera poner en la curia vaticana algún orden distinto del que se impuso con el Banco Ambrosiano, el Banco Vaticano y los lazos con Propaganda Dos y sus organismos continuadores, e incluso si tuviera éxito en su cometido, ¿eso significaría un bien inmediato para Sudamérica? Durante Juan Pablo II y Benedicto XVI fueron eclipsándose los obispos como los brasileños Aloisio Lorscheider, Paulo Evaristo Arns y Helder Cámara, el salvadoreño asesinado Oscar Romero, los también asesinados Enrique Angelelli y Carlos Ponce de León, o Jaime de Nevares, Miguel Hesayne y Jorge Novak. Más aún: ninguno parecido a ellos fue ungido cardenal entre 1978 y 2013. El Vaticano resguardó al ex arzobispo de Santa Fe Edgardo Storni, acusado de abuso sexual, con un celo que no tuvo con los religiosos perseguidos por la dictadura. En 1976 el provincial de los jesuitas, Jorge Mario Bergoglio, castigó a dos sacerdotes de la orden, Orlando Yorio y Francisco Jalics, que quedaron sin amparo en su trabajo pastoral en el Bajo Flores. Ambos estuvieron secuestrados cinco meses. En cambio no aparecieron más cuatro catequistas, entre ellas Mónica, la hija de Emilio Mignone, y dos de sus esposos secuestrados junto con Yorio y Jalics. Al declarar en la causa ESMA, Bergoglio dijo que pidió por Yorio y Jalics a Jorge Videla y a Emilio Massera. El ex diputado Luis Zamora, abogado de la querella, dijo que Bergoglio había sido un testigo reticente. Francisco I se dedicará sin duda a la administración de la curia romana, –la elección del secretario de Estado será una clave en este sentido–, pero parece difícil imaginar que Sudamérica no tendrá un lugar destacado en la agenda de Bergoglio. Puesta a opinar sobre la realidad, la V Conferencia de Obispos Latinoamericanos de Aparecida, en 2007, dijo por ejemplo que uno de los problemas es “la ideología de género, según la que cada uno puede escoger su orientación sexual sin tomar en cuenta las diferencias dadas por la naturaleza humana”, fenómeno que habría debilitado gravemente la familia y el matrimonio. Otro mal es la “tendencia hacia la afirmación desesperada de derechos individuales y subjetivos” en desmedro de los derechos sociales y solidarios. Frase dicha, esta última, no cuando gobernaban Fernando Henrique Cardoso y Carlos Menem sino Luiz Inácio Lula da Silva y Néstor Kirchner. En 1978 inauguró su pontificado el primer papa no italiano desde 1523, el polaco Karol Wojtila. La influencia sobre el Este europeo, todavía bajo la tutela soviética, fue uno de los ejes de su reinado. El próximo martes comenzará su período el primer papa no europeo de la historia, el argentino Jorge Bergoglio. ¿Es lógico pensar que no intervendrá políticamente en Sudamérica como lo hizo en la Argentina como uno de los protagonistas del forcejeo con Kirchner? Bergoglio es, él mismo, un tipo austero. El hijo de un ferroviario que llegó a técnico químico. Pero si disputa poder puede rodearse de quien cree útil. En 2010 fue el presentador de un Contrato Social para el Desarrollo. Lo elaboró Roberto Dromi, el abogado que diseñó junto con Rodolfo Barra, del Opus Dei, las privatizaciones de Carlos Menem. Proponía, entre otras medidas, la eliminación de las retenciones y la autarquía del Banco Central. En 1978 los análisis sobre el nuevo papa destacaban su sencillez, su austeridad, su pertenencia a la clase media baja y sus antecedentes como actor de teatro aficionado y como obrero. Ese papa fue quien designó a los cardenales conservadores, corrigió el camino emprendido en el Concilio Vaticano II, condenó a los teólogos de América latina y cobijó las maniobras financieras que recién ahora se corroboran en los documentos de los Vatileaks. martin.granovsky@gmail.com 14/03/13 Página|12

UN HOMBRE MODESTO, POR ALEJANDRO REBOSSIO OPINION

Un hombre modesto acostumbrado a ser el primero Jorge Mario Bergoglio, el primer papa latinoamericano, está acusado de colaborar con la dictadura argentina Por Alejandro Rebossio | El País Jorge Bergoglio, el nuevo papa Francisco, era hasta hace horas el arzobispo de Buenos Aires, pero se lo podía ver andando en metro para llegar a la catedral argentina. En ese cargo ha protagonizado un largo enfrentamiento con los Kirchner que llegó a su punto de máxima tensión cuando la presidenta de Argentina, Cristina Fernández, impulsó la ley del matrimonio gay. Conservador moderado, los sectores más ortodoxos de la Iglesia católica lo criticaron por su supuesta tibieza en el rechazo a aquel proyecto. Bergoglio, hijo de italianos nacido en Buenos Aires hace 76 años, se ha convertido en el primer jesuita que llega a máximo pontífice. Fue provincial de los jesuitas argentinos entre 1973 y 1979, tiempo durante el cual fue acusado de haber entregado al régimen militar (1976-1983) a dos sacerdotes de su orden. En 1998 llegó a arzobispo de Buenos Aires y como tal protagonizó en la crisis argentina de 2001/2002 un papel importante como impulsor del diálogo político y social. En 2003 llegó a la presidencia del país sudamericano Néstor Kirchner, que desde un principio mantuvo una mala relación con Bergoglio. En 2004, el arzobispo criticó "el exhibicionismo y los anuncios estridentes", en un mensaje implícito contra Kirchner, que entre otras medidas había reabierto los juicios contra los criminales de la dictadura. Bergoglio se ha distinguido por sus discursos denunciando la pobreza, la corrupción y lo que él llamaba “crispación” política. Siempre se ha mostrado austero y reservado. Los discursos que irritaban a Kichner y Fernández eran pronunciados en homilías. Ha hablado pocas veces con la prensa, como cuando en 2010 negó en una entrevista con el periódico Perfil cualquier colaboración con la dictadura y contó que había ayudado a los jesuitas perseguidos. Bergoglio llegó a ser citado para declarar como testigo en los juicios por los crímenes del régimen. El primer papa latinoamericano siempre se ha mantenido fiel a la doctrina católica. No proviene de las corrientes progresistas ni de la Teología de la Liberación. Incluso, cuando se discutió el matrimonio gay en Argentina, llegó a escribir una carta a unas monjas carmelitas que la oposición a esa ley era una “guerra de Dios” ante una “movida del diablo”. Fernández comparó su campaña con la Inquisición. Bergoglio, no obstante, lejos está de representar el ala más conservadora de la Iglesia católica. Él siempre representó la alternativa frente a los más ortodoxos del catolicismo argentino. Este sacerdote de la Compañía de Jesús, poderosa orden de intelectuales dentro de la Iglesia, muchas veces enfrentada con Roma y en los últimos tiempos con el Opus Dei, también se ha distinguido por permitir que los curas más progresistas de su diócesis se desempeñaran con bastante libertad. En 2005, cuando fue elegido papa Benedicto XVI, Bergoglio fue el candidato opositor, el que representaba a la moderación frente al más extremo conservadurismo. El papa argentino además no tiene nada que ver con la burocracia vaticana. Es más: poco le gustaba tener que viajar a Roma. Bergoglio nació el 17 de diciembre de 1936. Hijo de inmigrantes italianos: él era empleado ferroviario y ella, ama de casa. Fue a la escuela pública. Estudió para ser técnico químico y como tal trabajo en laboratorios hasta que a los 21 años, en 1957, decidió entrar al seminario jesuita. Estudió humanidades en Chile y en 1960, de regreso a Buenos Aires, obtuvo la licenciatura en Filosofía en el Colegio Máximo San José, de los jesuitas. Entre 1964 y 1966 fue profesor de Literatura y Psicología primero en un colegio de la ciudad de Santa Fe y después en otro de Buenos Aires. De 1967 a 1970 cursó Teología en el Colegio Máximo y se graduó de licenciado. Solo en 1969 se ordenó sacerdote, a los 33 años. Pero después comenzó una rápida carrera en la Compañía de Jesús. Con solo 37 años llegó a ser el jefe de los jesuitas de su país. En aquel tiempo, el régimen militar secuestró a dos sacerdotes de su congregación que actuaban en barrios de chabolas de Buenos Aires y que tenían posiciones progresistas, Orlando Yorio y Francisco Jalics. En organismos de defensa de los derechos humanos se lo acusa de que, como provincial de los jesuitas, denunció ante la dictadura que ambos eran guerrilleros. Bergoglio dijo, en cambio, que hizo gestiones ante el entonces dictador argentino, Jorge Videla, para que fueran liberados, lo que finalmente sucedió. En 1992 fue nombrado obispo auxiliar de Buenos Aires y se convirtió en el jefe de la Iglesia de su ciudad, una de las más pobladas del mundo, en 1998. En 2001 Juan Pablo II lo nombró cardenal. Después llegó a presidente de la Confederación Episcopal Argentina, y como tal atravesó una de las crisis políticas, sociales y económicas más graves de su país y el periodo de enfrentamiento con los Kirchner. En la crisis se distinguió por su llamado a la lucha contra la pobreza y la resurrección moral de su abatido país. Años más tarde, Bergoglio, sin nombrar a los Kirchner, decía que el “peor riesgo es homogeneizar el pensamiento” y también criticaba los “delirios de grandeza”. En el conflicto entre los Kirchner y los agricultores, el cardenal también dio algunas señales críticas hacia el Gobierno. Los Kirchner lo veían como un opositor político que no reconocía la reducción de la pobreza lograda durante sus años de gobierno, pero Fernández calmó el enfrentamiento cuando congeló los últimos proyectos de ley para la despenalización del aborto. El nuevo papa, al que se lo podía ver celebrando misas con cartoneros (personas que buscan metales, botellas y cartones en la basura para revenderlos), dejó la presidencia de la Confederación Episcopal Argentina en 2011. En el kirchnerismo respiraron tranquilos. No se imaginaban que acabaría como sucesor de San Pedro. Pero las batallas de Francisco ahora ya no serán las de la política argentina. Sus desafíos serán globales. Ha tenido experiencia de rivalizar con los sectores más conservadores de su país, que le exigían más dureza contra el matrimonio gay o el aborto. Por ejemplo, Bergoglio nunca se puso al frente de marchas callejeras contra las bodas de personas del mismo sexo, como sucedió con la Iglesia española. Tampoco se lo ha escuchado nunca pronunciándose a favor del uso del latín o en contra manifestaciones populares o modernas de la liturgia. Los que esperan un papa revolucionario tal vez no lo encuentren en Francisco I, pero al menos podrán conformarse con que no se trata de otro Joseph Ratzinger. Doble sorpresa en Roma Por Juan Arias | El País La elección revela que en la pugna no ha ganado la curia, sino la periferia de la Iglesia Una monja reacciona al anuncio de que Bergoglio es el nuevo papa. / GABRIEL BOUYS (AFP) La Iglesia ha quebrado un tabú importante en la historia reciente y el papa esta vez ha salido de Europa para volar hacia uno de los países del nuevo mundo donde se juega especialmente su futuro. A pesar de que el cardenal Bergoglio había sido el que más votos había recibido en el cónclave anterior que eligió al cardenal Ratzinger, esta vez nadie hubiese apostado por él. Hará falta un poco de tiempo para poder medir mejor el significado último de esta elección, en este momento crucial que vive la Iglesia atravesada por escándalos y luchas intestinas en la Santa Sede. Está claro que los cardenales han desoído el consejo de elegir a un papa joven, con fuerzas y pulso para imponerse a la curia y a sus luchas internas. Francisco I tiene casi la misma edad que tenía Benedicto XVI cuando fue elegido papa y hoy se decía que no debía ser escogido un papa de tanta edad. Quizá haya pesado en la decisión de los cardenales que no son de la curia, la biografía en materia de pobreza de Bergoglio, que ha escogido el significativo nombre de Francisco I, considerado en la Iglesia el más parecido al profeta de Galilea en su preocupación por los pobres. Los escándalos de la banca vaticana habían sido la semana pasada una de las mayores preocupaciones de los cardenales llegados de fuera de Italia, y, más aún, de fuera de Europa. La elección de Francisco I revela que en la pugna no ha ganado la curia, sino la periferia de la Iglesia que ha preferido dar carpetazo esta vez a una tradición milenaria de papas europeos, aunque también es cierto que Bergoglio ha necesitado de votos europeos para poder ser elegido. Lo más importante en la elección del papa argentino, hijo de italianos, es que a partir de esta elección que ha quebrado el tabú geopolítico del papado, las puertas quedan abiertas en el futuro para que el papa pueda ser elegido en cualquier otro continente. No sabemos si Francisco I ha sido votado con la intención de ser un papa de transición, como lo fue la elección del anciano Juan XXIII. Aún así, los papas de transición suelen ser a veces los más propicios a dejar abiertas las puertas como lo hizo Angelo Roncalli convocando sorpresivamente el Concilio Vaticano II Al nuevo papa se le presentan retos más importantes que los de poner orden en la curia y en las finanzas vaticanas. Tiene por delante la posibilidad de quebrar otros tabúes que la Iglesia hasta hoy no ha conseguido doblegar. Basta dar un vistazo a las redes sociales en estos días de cónclave, para entender el abismo que existe entre lo que sobre la Iglesia piensan los cristianos de la calle y las escenas medievales que se están escenificando en el Vaticano. Y no me refiero a los cristianos rebeldes. Son muchos los blogs y redes que albergan comentarios de grupos cultivados de cristianos de fe que no acaban de entender por qué la Iglesia de Cristo continúa aprisionada por tantos prejuicios que son ajenos a su tradición original. Tan arraigados están esos tabús que llegan a aparecer intocables. El enrocarse en esos convencionalismos que contradicen el pulso del mundo y desconciertan y desalientan a millones de católicos, es lo que impide a la Iglesia abrirse a la realidad en la que vive. Una de las supersticiones de la Iglesia es que no puede seguir el paso del mundo porque ella vive en otras categorías de tiempo. Son mitificaciones que han acabado fosilizándola. En sus orígenes, las que están en la raíz de su existencia, la nueva Iglesia que comenzaba a pergeñarse bajo la inspiración del profeta rebelde de Galilea era todo lo contrario: se adelantó a su tiempo, fue rasgadora de tabús. Los primeros cristianos fueron todos iconoclastas, se rebelaron contra la tradición y abrieron caminos nuevos, a costa las más de las veces de la propia vida. Con el tiempo, la Iglesia se ha ido revestiendo de todos los trajes del poder y se ha aferrado a la defensa de la tradición para defenderse de lo nuevo que nacía en el mundo, carcomiendo su poder y abriendo espacios de democracia, libertad y defensa de los derechos humanos. Hoy la Iglesia es la más atrasada de todas las otras instituciones políticas y sociales. Mantiene aún una monarquía absoluta con el plus de la infalibilidad para el monarca. Es la única institución que sigue discriminado a la mujer sin permitirle entrar en el sacerdocio. Hoy la mujer, en el mundo civil, puede serlo todo menos sacerdote. Lo pueden ser en otras comuniones cristianas. Hasta el judaísmo empieza a aceptarlas como rabinas en las sinagogas. La Iglesia mantiene el tabú de su poder temporal con el papa jefe de Estado y su tentación de intervenir en los asuntos temporales. Su figura, hoy totalmente mitificada por el tiempo y los oropeles medievales que persisten en la Iglesia, es algo arcaico y que no corresponde a la tradición de la Iglesia donde existían patriarcas regionales, con poderes sobre sus iglesias, que todos se llamaban papa y que convocaban sus propios concilios y sólo en momentos de graves conflictos doctrinales o disciplinares se reunían para resolverlos. Sin tocar un ápice la fe, y menos la fe de la primera comunidad cristiana, la Iglesia podría cambiarlo casi todo. Lo sostienen todos los teólogos modernos. Para volver a sus orígenes, la Iglesia debería bucear más en las escrituras, que son su constitución, y menos en la teología escolástica o en los códigos del Derecho Canónico. No acaso, después del Concilio, la mayoría de los sacerdotes que habían cursado estudios bíblicos y habían estudiado más los orígenes del cristianismo que la teodicea o el derecho eclesiástico, acabaron dejando a la Iglesia. Veían su estructura actual más como un montaje de poder operado a lo largo de los siglos que como un verdadero motor de espiritualidad y de fermento para hacer crecer la esperanza del mundo, sobretodo la de los más desesperados, la de aquella caravana de últimos que fueron la primera iglesia del profeta perturbador de sacerdotes y fariseos judíos. El cristianismo fue fruto de una herejía, y hoy la Iglesia se atrinchera en sí misma y en sus dogmas y condena a sus mejores teólogos y biblistas bajo el miedo de fantasiosas posibles nuevas herejías. La Iglesia, en espera de una revolución tranquila Por Lola Galán | El País Reformar el Gobierno vaticano y recuperar el prestigio, desafíos del nuevo Papa “Hay que gobernar la Iglesia de otra forma. ¿Cuál? Colegialidad es la palabra. Se necesita un gobierno horizontal. Hay que salir de este centralismo, que no tiene nada que ver con el centro”. Son palabras del cardenal alemán Walter Kasper, pronunciadas en vísperas del cónclave, en el que ha podido entrar, porque cumplió a principios de marzo, después de la sede vacante, los 80 años. Las declaraciones de Kasper, que ha pasado años en la curia, y es representante de una Iglesia dinámica y rica como la de Alemania, ponen el acento en uno de los graves problemas de la Iglesia. Un verdadero desafío para el nuevo Papa, pero no el único. Teniendo en cuenta las muchas intervenciones que se han oído estos días dentro y fuera de las congregaciones generales estos serían los principales retos que tendrá que afrontar el nuevo Pontífice. Colegialidad y reforma de la curia romana. El Gobierno vaticano está dividió en dicasterios o ministerios que se ocupan de las cuestiones fundamentales de la Iglesia. Pero no existe un consejo de ministros propiamente dicho en el que se discutan los problemas globales. Cada prefecto o ministro funciona por su cuenta. El secretario de Estado es el único que, teóricamente, les coordina, pero Tarcisio Bertone, el elegido por Benedicto XVI, ha sido un elemento de desunión, más que otra cosa. Es evidente que escándalos como la filtración de documentos privados del papa Benedicto XVI a la prensa, Vatileaks, o los protagonizados por la banca vaticana (Ior), cuya opacidad ha puesto en serios aprietos a la Santa Sede, son cuestiones ligadas a este imperfecto Gobierno vaticano. Son escándalos que han puesto de manifiesto también la imposibilidad de que una sola persona, el Papa, lleve las riendas de una institución tan compleja. Sería necesaria mayor participación de los obispos en las decisiones vaticanas. Es una aspiración casi general, como señalaba recientemente la presidenta del movimiento de focolares, María Voce. Transparencia, sobre todo en lo tocante a la gestión del IOR Los propios cardenales presentes en Roma para las congregaciones generales han puesto de relieve la necesidad de que el IOR se adecue a la normativa fijada por Moneyval (agencia del Consejo Europeo que vigila la limpieza del dinero que manejan los bancos). La banca vaticana, que maneja bienes por valor de 7.000 millones de euros, en 33.000 cuentas que en más de un 60% pertenecen a personas o instituciones religiosas, ha funcionado hasta hace poco como si el Estado vaticano fuera un paraíso fiscal. La situación no puede mantenerse. Mayor debate sobre la nueva evangelización Angelo Sodano, el cardenal decano, recordó en su homilía de la misa Pro eligendo Romano Pontifice, del martes, unas elocuentes palabras pronunciadas por Benedicto XVI poco antes de iniciar su retiro. “A veces se tiende a circunscribir el término caridad a la solidaridad o a la simple ayuda humanitaria. Es importante, en cambio recordar que la máxima obra de caridad es precisamente la evangelización, o sea el servicio de la palabra”. Este impulso renovado para fomentar la fe en los países de vieja tradición católica ha sido uno de los grandes caballos de batalla de Benedicto XVI. Europa no es ya el continente fundamental para la Iglesia. Al contrario, como ha explicado el cardenal Christoph Schönborn, en el Viejo Continente “la Iglesia es vista casi como un cuerpo extraño”. ¿Cómo recuperar al Viejo Continente para la fe? Dos líneas de pensamiento se enfrentan aquí. Una, que propone el regreso a las esencias, dando la batalla de la educación católica, negando legitimidad al matrimonio homosexual, defendiendo la vida hasta extremos que implican la condena de los anticonceptivos más utilizados. Otra, que propone mantener las esencias pero adaptándose más a la realidad del mundo moderno. Es la línea de los episcopados que aceptan administrar anticonceptivos a mujeres violadas, o ven con mayor comprensión el uso del preservativo para prevenir el sida. No será fácil intentar una síntesis entre ambas. Purificación y recuperación de la buena imagen Es cierto que los problemas relacionados con la estructura interna del Vaticano que es, a fin de cuentas, un Estado político, aunque con un pequeño territorio, pueden parecer secundarios. Pero no lo son, porque gravitan sobre la institución, en la medida en que el mensaje del cristianismo se basa en el ejemplo. El buen ejemplo. Y la imagen que ha proyectado la Iglesia al mundo en los escándalos de Vatileaks o en las zonas de sombra del IOR no es buena. Es esa imagen la que tendrá que limpiar el sucesor de Benedicto XVI de forma prioritaria. También en el capítulo, todavía irresuelto, de los escándalos de abusos sexuales, que la acosan desde principios del tercer milenio. Joseph Ratzinger ha dado grandes pasos en este sentido, pero su sucesor tendrá que llevar a término el proceso, para permitir a la Iglesia pasar página definitivamente, y dejar atrás un escándalo que ha sido agitado también de forma interesada por muchos sectores enemigos de la institución. Renovación La esperan los cerca de 1.200 millones de fieles, un cuerpo enorme y global, desfallecido o acosado, en unas partes del globo, vigoroso y dispuesto a batallar en otras. Sería algo así como una revolución moderada, sin sangre ni levantamientos violentos, que salve a esta institución de la actual postración. El primer paso lo ha dado el propio Benedicto XVI presentando su renuncia al pontificado, un gesto revolucionario que ha causado un enorme impacto en el mundo. Si el Papa ha sido capaz de romper una tradición de 600 años, ¿por qué no va a poder la Iglesia romper con una inercia de gobierno y de vida que la deja inerme ante el mundo y le resta capacidad de acción? Hay una larga lista de aspectos a cambiar. Desde la inclusión mayor de las mujeres en una Iglesia demasiado masculina, donde cuenta demasiado la gerontocracia, a la discusión del celibato como un posible requisito optativo. El problema es que el gesto de Benedicto XVI es enormemente paradójico. Implica mucho valor y mucha libertad personal. Tiene una gran carga progresista. Y, sin embargo, el pontificado de Joseph Ratzinger ha estado marcado por una reforma muy criticada por los sectores progresistas. Ha hecho hincapié, por ejemplo, en el carácter misionero de todas las organizaciones religiosas que trabajan en el mundo atendiendo a los pobres, a los inmigrantes, a los refugiados políticos, en zonas de guerra. Ha reformado hasta sus estatutos porque, ha venido a decir, no se trata de que funcionen como simples ONGs. Debe prevalecer en ellas el impulso evangelizador. Una reforma que no ha encontrado aceptación general. Como tampoco ha sido bien acogida la preferencia de Ratzinger por la liturgia preconciliar. Benedicto XVI ha dedicado enormes energías a superar las diferencias con la Fraternidad de San Pío X, que no reconoce las aportaciones del Concilio Vaticano II. Con escaso éxito. La fraternidad sigue, de momento, en sus trece. No se han dado pasos, en cambio, en la descentralización que otros reclaman. Giulio Albanese, un misionero comboniano, consideraba imprescindible una mayor flexibilidad en la liturgia y hasta en el derecho canónico, en declaraciones al semanario Sette de Il Corriere della Sera. “Hay que tener en cuenta que hay otros continentes con sus peculiaridades y problemas propios, tanto en la vida familiar como en la eclesiástica”. Problemas doctrinales También en el plano doctrinal, la Iglesia se enfrenta a interpretaciones muy diferentes de lo que es la esencia del cristianismo. Un ejemplo: mientras en el mundo occidental muchos teólogos son partidarios de considerar como meramente simbólica la presencia del cuerpo y la sangre de Jesús en la eucaristía, y restan importancia, por la falta de base bíblica al dogma de la Inmaculada Concepción o de la Asunción de la Virgen, en otras partes del mundo el catolicismo parece girar en torno a hechos milagrosos de gran potencia emocional. Por ejemplo, las apariciones de la Virgen en Medjugorje (Bosnia-Herzegovina). ¿Cuál es la verdadera Iglesia? Todas, probablemente. Mantener el equilibrio entre las diferentes fuerzas, tendencias, intereses, poderes y contrapoderes parece una tarea ímproba. Con razón declaraba hace unos días el historiador y experto en el Concilio Vaticano II Alberto Melloni que se necesitaba una especie de rambo al frente de la institución. Por supuesto, era un comentario más bien humorístico, pero que encierra una verdad objetiva: los problemas son muchos y no hay persona humana que pueda afrontarlos con éxito. En suma, una situación grave, como lo atestigua la pérdida de Europa, pero dentro de la Iglesia hay quien mantiene un espíritu optimista pese a todo. El cardenal Schönborn, que acaba de publicar en Italia un libro titulado Cristo en Europa. Una fecunda situación de exterioridad, considera que la crisis actual puede ser ventajosa después de todo. “Es un error pensar que se puede reforzar la religión en Europa yendo de la mano del Estado y del poder político”, escribe. El cristianismo “ha florecido siempre cuando no aspiraba a los mismos objetivos que el Estado, cuando mostraba el poder inspirador y formativo del credo auténtico”. La interpretación es libre, y variada. Los católicos americanos copan la población mundial de fieles Por María Antonia Sánchez-Vallejo | El País Los latinoamericanos y estadounidenses propician un vuelco geográfico, que pone fin al dominio demográfico de los europeos. Si en el último siglo la población mundial se ha cuadruplicado, pasando de 1.500 millones a casi 7.000, la proporción de católicos se ha mantenido estable, tanto en términos globales como en el porcentaje que suponen dentro de la cristiandad. En 1910, los católicos eran el 48% de todos los cristianos, y el 17% de la población mundial (291 millones); en 2010, representan el 50% de los cristianos y el 16% de los habitantes de la Tierra (1.100 millones), según revela el informe La población católica global del Pew Center. Lo que ha cambiado, y mucho, es su distribución geográfica: hace un siglo tenían en Europa su feudo (65%), seguido a bastante distancia por Latinoamérica (24%); hoy son mayoría en América y el Caribe (el 39% de los católicos del mundo viven en esa región) y en Europa suponen solo un 24% del total mundial. Todo un vuelco demográfico y geográfico al que parece ajena la preponderancia europea en el cónclave: el 53% de los cardenales que elegirá al nuevo papa son del Viejo Continente. En estos últimos 100 años, pues, el catolicismo ha hecho buena la etimología de la palabra: “católico” significa “universal”, “general”. Los datos del Pew Center reflejan cómo en un periodo tan corto —para los siglos de historia de su fe— se han diseminado por el mundo, desde Alaska a Oceanía, en paralelo a su decadencia en Europa. El crecimiento exponencial más rápido se ha producido en el África subsahariana (del 1% en 1910 al 16% actual; es decir, de 1 a 171 millones de personas) y en la región de Asia-Pacífico (del 5% al 12%; de 14 a 131 millones). Los católicos de Norteamérica han aumentado de manera mucho más lenta (del 5% al 8% en 100 años), y los de Oriente Próximo, pese a la raigambre del cristianismo en la región —cuna de las tres grandes religiones monoteístas y granero de las iglesias orientales—, prácticamente son los mismos que hace un siglo: no llegan al 1% de la población, y su sangría no cesa por culpa de los conflictos, bélicos o de cariz religioso. Aunque los datos relativos a Norteamérica son en apariencia los más discretos, revisten una importancia capital en la distribución del orbe católico. “El fenómeno del catolicismo en Estados Unidos indirectamente ha marcado algunas tendencias en la expansión del catolicismo en el mundo, porque subraya el rumbo y la confianza de la Iglesia fuera de Roma”, explica el jesuita Alfredo Verdoy, profesor de Historia de la Iglesia en la Facultad de Teología de la Universidad Pontificia Comillas. “Muchas iglesias de Norteamérica se convierten en los últimos años del pontificado de León XIII en canteras de misioneros para América del Sur”. En la repartición urbi et orbe de los católicos desde Roma destacan, según Verdoy, “los esfuerzos misioneros de Pío X . Pero es en los pontificados de Benedicto XV y Pío XI cuando esta difusión se pone de manifiesto. Benedicto XV escribió una encíclica misionera, que subrayaba la importancia de que los indígenas gobernasen su propia iglesia, y les invitaba a formarse en Roma, pero también en sus lugares de origen. Pío XI ordena por primera vez a bombo y platillo a cuatro obispos negros y chinos. Para entonces la Iglesia tiene claro su papel en África y Asia”. El arranque del siglo XX, una vez recuperada la Iglesia del embate de las revoluciones liberales-burguesas de las décadas anteriores, marca el inicio de la expansión, a la que no han resultado ajenos factores tales como la demografía —el envejecimiento de la población por la caída en picado de la natalidad en el Primer Mundo, gracias a la generalización de los métodos anticonceptivos—, el desarrollo económico de zonas alternativas (Asia) o la geopolítica, del rediseño geopolítico del mundo tras el fin de la guerra fría a los grandes conflictos bélicos o el proceso descolonizador. La II Guerra Mundial frenó en seco la expansión de la Iglesia, hasta que el papa Pío XII retomó la evangelización con un modelo de clara inspiración colonialista. “Con él la Iglesia empezó a expandirse por el África subsahariana bajo el patrón de las iglesias de Francia, Bélgica y Alemania y las sociedades misioneras que se crearon esos años —explica Verdoy—. En China y el sureste asiático, la expansión avanza en paralelo al crecimiento demográfico y la pujanza de las economías nacionales: las clases populares se convierten en clases medias, y el catolicismo arraiga”. El fenómeno migratorio como epítome de la globalización no es ajeno tampoco a la redistribución del mapa católico, y desempeña un papel primordial en los más de 75 millones de católicos de Estados Unidos: 22,2 millones han nacido fuera del país (el 30%), más del doble del porcentaje total de población de origen inmigrante. La mayoría de los católicos extranjeros que viven en el país son latinos. El tirón de la teología de la liberación La distribución geográfica de la población católica mundial y su correspondiente plasmación en el colegio cardenalicio que ha elegido al nuevo Papa es desigual e incluso poco ajustada a realidades como la pujanza de la Iglesia en América Latina: solo 19 purpurados de los 115 electores han sido latinoamericanos. El influjo de Norteamérica en la Iglesia del siglo XXI se deja sentir en la existencia de un claro eje euroatlántico: es decir, en la sobrerrepresentación europea y norteamericana en el cónclave. Aunque aún predominan los italianos (28 cardenales; el 24% de los electores del nuevo Papa), hay 11 estadounidenses —pese a que la población católica de ese país solo supone el 7% del total mundial— y tres canadienses (14 en total). La teóloga Margarita Pintos sostiene que la preponderancia católica en América Latina —con Brasil y México a la cabeza, el 11,7% y el 8,9% del total, respectivamente— se debe a la penetración de la teología de la liberación. “Si en América Latina hay mayoría de católicos, es gracias a la teología de la liberación, lo mismo puede aplicarse a África y Asia, donde esa doctrina también ha dado sus frutos”. Una de las principales bazas que según la teóloga explicaría la eclosión del catolicismo en Latinoamérica, ha sido acortar la distancia que separaba a las bases de la jerarquía: “[La teología de la liberación] por una parte ha fomentado las comunidades de base; por otra, el ejemplo de una jerarquía que ha dejado su vida porque se la han arrebatado (monseñor Romero, los asesinatos de la UCA salvadoreña) en defensa de los empobrecidos por los regímenes totalitarios, ha sido el semillero de ese florecimiento en América Latina”. La pujanza de la Iglesia católica en América Latina-Caribe es doblemente significativa, pues compite con un sinfín de iglesias y sectas evangélicas que, en el caso de Brasil o Centroamérica, llegan a convertirse en auténticas multinacionales y, a veces, a exportar de la mano de los inmigrantes sus credos a Europa o América del Norte.

El perfil de Bergoglio

El perfil del nuevo Pontífice El flamante papa Francisco I es un jesuita con una sólida formación académica que ocupa desde 1998 la arquidiócesis de Buenos Aires. Fue presidente durante dos períodos de la Conferencia Episcopal Argentina y mantuvo una relación tensa con el Gobierno nacional, especialmente durante la discusión por la ley de Matrimonio Igualitario. Sobre su figura pesan sospechas por su actuación durante la dictadura. Bergoglio nació en Buenos Aires el 17 de diciembre de 1936, en el seno de una familia de origen italiano. Hincha fanático de San Lorenzo de Almagro, comenzó su carrera en la Iglesia con 21 años tras haber estudiado ciencias químicas. A esa misma edad, debido a una grave pulmonía perdió parte del pulmón derecho. Fue ordenado sacerdote el 13 de diciembre de 1969 y, en plena dictadura militar argentina, entre 1973 y 1979, fue enviado a Alemania, de donde pasó a la iglesia de la Compañía de Jesús de Córdoba. Por entonces se lo acusó de haberle retirado la protección de su orden religiosa a dos jesuitas durante la dictadura militar. Bergoglio aseguró que poco antes del golpe de Estado el 24 de marzo de 1976 les advirtió del peligro y les ofreció a ambos refugio en la casa de los jesuitas. Pero los dos curas, Orlando Dorio y Francisco Jalic, que hacían tareas sociales en barrios humildes de Buenos Aires, habrían rechazado esta oferta, según Bergoglio. Dos meses después fueron secuestrados por los militares y mantenidos presos durante cinco meses en el centro clandestino de detención de la ESMA. Asumió en 1998 la arquidiócesis de Buenos Aires y durante el consistorio del 21 de febrero de 2001, el papa Juan Pablo II lo nombró cardenal. Ocupó la presidencia de la Conferencia Episcopal durante dos períodos hasta que abandonó el cargo porque los estatutos le impedían seguir. Durante este periodo, fue conocido por la tensa relación que mantuvo con los gobiernos de Néstor Kirchner y de Cristina Fernández de Kirchner. En 2008, durante el conflicto entre el Ejecutivo y las patronales agropecuarias por las retenciones móviles, Bergoglio llegó a pedir a Cristina un "gesto de grandeza" ante la protesta de los empresarios rurales, además de denunciar "homogeneización" del pensamiento y "crispación social". Luego, en 2010, la cúpula de la Iglesia argentina libró lo que el arzobispo llamó una "guerra de Dios" contra el gobierno, al tratar de evitar por todos los medios de evitar la aprobación de la ley que reconoce el matrimonio entre personas del mismo sexo. Bergoglio encabezó manifestaciones, movilizó a los sacerdotes en defensa de la "unidad familiar" y convocó a vigilias frente al Parlamento. "No se trata de una simple lucha política; es la pretensión destructiva al plan de Dios", dictaminó por entonces Bergoglio, acérrimo opositor al matrimonio igualitario y el aborto, al aclarar su posición en una carta.