jueves, 14 de marzo de 2013
EL DISCURSO DEL FIN DEL MUNDO, POR URANGA OPINION
EL PONTIFICADO DE FRANCISCO TENDRA CONSECUENCIAS EN LA ARGENTINA
El efecto en “el fin del mundo”
Los obispos argentinos tendrán mayor acceso al Vaticano. A nivel local, la consagración de Bergoglio como Papa es una mala noticia para los ultraconservadores, que siempre lo consideraron un adversario e influirá en la relación entre la Iglesia y el Gobierno.
Por Washington Uranga
Una de las primeras decisiones que tendrá que tomar el flamante papa Francisco I será la de nombrar su sucesor en el Arzobispado de Buenos Aires. Próximo a cumplir 77 años, Bergoglio había renunciado al gobierno de la arquidiócesis capitalina al cumplir los 75 años, tal como lo establece la ley eclesiástica. Sin embargo, Benedicto XVI le extendió su mandato y ahora será el mismo Bergoglio, ya en su condición de Papa, quien designe a su sucesor. Seguramente alguno de sus obispos auxiliares, todos hombres de su confianza, ocupará ese cargo. De esta manera también se les cierran las posibilidades a los sectores ultraconservadores que aspiraban a ver sentado en la silla arzobispal porteña a uno de sus máximos exponentes, el arzobispo platense Héctor Aguer.
Si bien desde la periferia de la Iglesia Católica y desde la sociedad en general se ve a Bergoglio como un hombre conservador, en el abanico del espectro eclesiástico bien se lo puede considerar como un moderado, si se lo compara, por ejemplo, con los obispos de Opus Dei o el séquito que se mueve en torno del ya mencionado Aguer. De hecho, Bergoglio y Aguer han sostenido duras batallas eclesiásticas, directas y a través de terceros. Uno y otro jugaron más de una vez sus cartas en Roma tratando de imponer sus criterios y sus candidatos. Está claro quién triunfó finalmente. De haber podido votar Aguer, lo hubiese hecho decididamente por el otro argentino, el cardenal Leonardo Sandri, que ha sido su interlocutor y operador permanente en el Vaticano.
Al margen de las formalidades que seguramente respetarán con corrección litúrgica y eclesiástica, los grupos más conservadores del Episcopado y de la Iglesia en Argentina no celebrarán el nombramiento de Bergoglio como papa. Nunca lo consideraron parte de sus filas. Muy por el contrario, siempre fue para ellos un adversario difícil, que se opuso a sus avances, especialmente cuando quisieron tomar por su cuenta la estructura de la Conferencia Episcopal.
El actual presidente del Episcopado, el arzobispo santafesino José María Arancedo, es un hombre que cuenta con el aval y la confianza de Bergoglio quien, con su apoyo, contribuyó también a su ascenso a la presidencia. Arancedo reconoce también que, pese a la incidencia innegable que el hasta ayer cardenal porteño siguió teniendo dentro del Episcopado, no hizo uso de esa influencia para quitarle autonomía y libertad al nuevo presidente después de que abandonó el cargo que ejerció durante dos períodos.
Por su perfil, Bergoglio intentará no privilegiar a los obispos argentinos por su sola condición de tales. Pero es evidente que quienes hasta ahora han sido sus pares en Argentina tendrán a partir de este momento un acceso antes impensado al Vaticano y a todos los niveles de la Iglesia Católica. Más allá de lo que diga y haga Francisco, la condición de argentino se revaluó desde ayer en la Iglesia Católica de todo el mundo. Sucedió así con los polacos durante el pontificado de Juan Pablo II y con los alemanes en el último papado.
Habrá también una mirada más atenta desde Roma a los temas y a las cuestiones de la Iglesia en Argentina y de su Conferencia Episcopal. Por ejemplo en el tema de la designación de obispos. El Papa es el último responsable del nombramiento de los obispos y normalmente recibe asesoría porque no conoce directamente a los candidatos. No será el caso. Quienes lleguen a obispos en Argentina a partir de este momento habrán tenido el acuerdo directo del papa Bergoglio que, de esta manera, está en condiciones de diseñar un Episcopado a su antojo y de acuerdo a sus propias preferencias.
Más allá del sector ultraconservador ya mencionado, Bergoglio cuenta con mucho respeto entre sus pares obispos. Los más jóvenes tienen hacia él una relación que mezcla respeto y reconocimiento de la autoridad, con temor y cierta distancia en el trato que impone su personalidad circunspecta.
Por otra parte, la llegada de Bergoglio al pontificado tendrá también consecuencias en la vida política del país, en particular en la relación entre la Iglesia y el Gobierno. Siguen sin resolverse temas tales como los del obispado castrense (aún vacante desde el choque entre el obispo Baseotto y Néstor Kirchner) y las capellanías castrenses que el Gobierno pretende hacer desaparecer y a lo que la Iglesia se opone. Será el propio Bergoglio, ahora en su condición de papa, quien tendrá que decidir si hay alguna posibilidad de avanzar en acuerdos en esta materia o todo seguirá estancado.
Pero además es impensable pasar por alto que la interlocución política de la Iglesia en el país se acrecienta con Bergoglio como papa. Todo lo que hagan y digan los obispos tendrá ahora la presunción –verdadera o falsa– del respaldo papal. Todo lo que diga Francisco será leído también en “clave argentina” y, a favor y en contra, interpretado en función de la coyuntura local.
COMO FUE SU GESTION AL FRENTE DE LA ARQUIDIOSESIS PORTEÑA
Un administrador ordenado
La depuración de las finanzas del Vaticano puede ser una de las primeras tareas que encare el Papa que tiene, entre los rasgos de su personalidad, una fuerte marca de austeridad tanto para la vida personal como para la institucional.
Por Washington Uranga
Jorge Mario Bergoglio se convirtió en el nuevo pontífice de la Iglesia Católica Romana y como Francisco I será también el primer papa no europeo, el primer latinoamericano y el primer argentino. Todas estas novedades, sin embargo, no deberían hacer pensar que el nuevo papa generará cambios importantes en la Iglesia. Se puede esperar sí que Francisco I avance, como lo hizo en la propia arquidiócesis de Buenos Aires, en una administración ordenada de la Iglesia y en ese sentido pueden producirse novedades en relación con las finanzas del Vaticano y su Instituto para las Obras de la Religión (IOR), el banco vaticano seriamente cuestionado en los últimos tiempos y fuertemente sospechado de manejos ilícitos de dinero. Este puede ser un frente de acción inmediato para Bergoglio, quien ha seguido de cerca todo lo que ha venido sucediendo en Roma en esta materia. Probablemente los cardenales Angelo Sodano (secretario de Estado durante el pontificado de Juan Pablo II) y Tarcisio Bertone (en el mismo cargo durante la jefatura de Benedicto XVI) no estén muy contentos con la designación de Bergoglio. La depuración de las finanzas del Vaticano puede ser una de las primeras tareas que encare el Papa que tiene, entre los rasgos característicos de su personalidad, una fuerte marca de austeridad tanto para la vida personal como para la institucional.
Habrá que esperar a las próximas semanas para que el Papa “hable” a través de los nombramientos en puestos tan claves como la Secretaría de Estado (el número dos de la jerarquía vaticana) y la gobernación del Estado Vaticano, que administra gran parte de los fondos de la Iglesia. Las personas que allí se designen darán indicios respecto del rumbo a tomar.
Es cierto también que, como arzobispo de Buenos Aires y como presidente de la Conferencia Episcopal Argentina durante dos períodos, Bergoglio no tuvo una buena relación con la curia romana y con los cardenales que allí ejercieron el poder. En más de una oportunidad sus diferencias llegaron a traducirse en fuertes protestas cuando, desde Roma, se le pretendió imponer, por ejemplo, el nombramiento episcopal de algunos sacerdotes que no contaban con su aval. En todos esos casos, Bergoglio sorteó las dificultades a través de contactos directos con los papas, primero con Juan Pablo II y luego con Benedicto XVI, con quien tiene especialmente una relación de cercanía. A pesar de que Benedicto XVI, el hoy “Papa emérito”, ha manifestado que no interferirá en la acción de su sucesor, es poco pensable que Ratzinger no siga siendo un hombre de consulta y de referencia para el hoy Francisco I. Sin que esto, dada la personalidad de Bergoglio, implique menoscabo de su autoridad o pérdida de autonomía en sus decisiones.
Es altamente probable que Jorge Bergoglio impulse, no de manera inmediata pero seguramente a paso firme, una reforma de la estructura de la Iglesia, incluyendo a la propia curia romana. Desde su condición de arzobispo y de cardenal, siempre de manera discreta y reservada, Bergoglio ha sido un crítico permanente del funcionamiento de la estructura eclesiástica. En la arquidiócesis de Buenos Aires, si puede servir el ejemplo, intentó reducir al máximo los mecanismos burocráticos y formales, aunque no cedió en nada respecto del manejo centralizado del poder eclesiástico.
En lo doctrinal y en lo pastoral, Bergoglio no habrá de alejarse seguramente de lo sostenido por sus antecesores. No deberían esperarse cambios en cuestiones tales como la moral familiar y sexual, aunque es posible que haya mayor flexibilidad y pequeños gestos de apertura, por ejemplo admitiendo en la comunión eclesiástica a los católicos separados y vueltos a unir en pareja. Son actitudes pastorales que Bergoglio consintió en Buenos Aires, aunque nunca lo haya admitido formal e institucionalmente.
En términos eclesiásticos lo anterior se traduce en mayor capacidad “pastoral”, es decir, de cercanía con las inquietudes y los problemas de los fieles y de las personas en general, pero sin alterar en lo fundamental aquellas cuestiones que se consideran esenciales a la doctrina de la Iglesia.
Seguramente Francisco I continuará la batalla iniciada por Benedicto XVI contra los pedófilos en la Iglesia, una labor que quedó inconclusa y que, según muchos, fue uno de los motivos de la renuncia de Ratzinger. Tampoco habría que esperar mayores reformas en temas tales como el acceso de las mujeres al sacerdocio o la continuidad del celibato obligatorio para los ministros consagrados. En eso Bergoglio no ha dado mayores pasos como obispo y seguramente tampoco lo hará desde el pontificado.
Debería esperarse un magisterio social que insista en el compromiso de la Iglesia Católica con los más pobres, pero al mismo tiempo un tratamiento cauteloso y no agresivo con los poderes económicos, con los que el nuevo pastor universal nunca entró en conflicto directo.
¿Podría Francisco I convocar a un concilio, es decir, una gran asamblea de la Iglesia Católica de todo el mundo para discernir sobre los problemas que afectan a la institución? Bergoglio es un hombre que ejerce la autoridad escuchando a sus pares. Si durante el consistorio y el cónclave este fue un tema abordado y acordado, el nuevo papa puede dar ese paso. En la Iglesia argentina ha dado señales que muestran que es capaz de atender a la opinión mayoritaria de sus colegas, incluso cuando contradicen sus propios puntos de vista. Sucedió con el tema del matrimonio igualitario. Su estrategia no coincidía con la que finalmente se puso en práctica y que había sido acordada mayoritariamente por el Episcopado. Pero, en su condición de presidente del Episcopado, se puso a la cabeza y condujo las acciones que se determinaron. De la misma manera, a la vista de los resultados que a su juicio fueron negativos para la Iglesia, luego “pasó facturas” en el mismo seno de la asamblea episcopal.
Atento a su personalidad, no habrá que esperar del nuevo papa decisiones precipitadas o bruscos cambios de rumbo. Todas las medidas serán tomadas con tiempo, de manera meditada y calculada. También aguardando el momento que el propio Bergoglio considere oportuno y prudente de acuerdo con su criterio y a su conocimiento político institucional.
DIALOGA, SIEMPRE QUE SEA EN SUS TERMINOS
Un estratega político
Por Washington Uranga
Sereno, firme en sus decisiones, obstinado en aquello en lo que cree, consciente del poder que le da su condición, Jorge Bergoglio tiene una personalidad que puede leerse como contradictoria. A su austeridad y sencillez en todo lo concerniente a su vida personal y eclesiástica, se le opone una alta cuota de intolerancia y hasta de soberbia para enfrentar a quienes considera sus adversarios o enemigos. Esto tanto en el terreno eclesiástico como en el político.
Su despacho en el Arzobispado de Buenos Aires ha sido visitado por innumerable cantidad de dirigentes políticos, empresarios, varones y mujeres de poder. Muchos más de quienes lo admiten. Algunos por iniciativa propia y otros convocados por el entonces arzobispo, cardenal y presidente de la Conferencia Episcopal Argentina. Siempre con absoluta discreción y bajo perfil, Bergoglio actuó como un estratega político que mide cada uno de sus pasos y sus acciones. Algunos que lo conocen bien lo describen como un hábil jugador de ajedrez para quien cada movimiento de piezas es parte de una estrategia de mediano y largo plazo. Bergoglio no hace nada por impulsos o por casualidad. Todo lo calcula y lo premedita. Seguramente trasladará también esa forma de actuar al Vaticano y a la Iglesia en general.
En cuanto se produjo su nombramiento, varias voces se alzaron para reconocerlo como un “hombre de diálogo”. Es verdad que Bergoglio siempre ha sostenido que él habla con todos aquellos que se lo proponen. Pero en su territorio (entendido incluso como lugar físico: su despacho en la curia) y bajo las condiciones que él impone. Este fue precisamente uno de los impedimentos que hicieron imposible el diálogo con Néstor Kirchner. Ante la insistencia del entonces presidente para construir un espacio de encuentro que permitiese discutir sobre las diferencias y buscar acercamientos, Bergoglio siempre pretendió establecer el lugar, las formas y las condiciones para un diálogo que finalmente nunca se concretó.
Sin embargo, la oposición política argentina encontró siempre a un Bergoglio dispuesto a conversar, a intercambiar. Cuantos accedieron a esos intercambios lo hicieron concurriendo al despacho episcopal y en los términos establecidos por el cardenal. Una vez planteada la conversación, también es cierto, no hubo tema que no se pudiese abordar. La agenda siempre es abierta con Bergoglio, aunque esto no significa que el ahora Papa se pronuncia, opina o brinda información sobre aquello que no se inscribe en su propio itinerario discursivo y atendiendo a sus intereses y estrategias.
De otra parte, todos quienes lo conocen resaltan su vida austera. No tiene auto, viaja en transporte público, viste de manera sencilla, con ropas eclesiásticas negras pero sin signos ostentosos y evidentes de su condición episcopal. En general, los sacerdotes y los religiosos de la Arquidiócesis de Buenos Aires lo recuerdan como un obispo cercano a sus preocupaciones y problemas. Ha sido un hombre afecto a pasar por las parroquias para dialogar con los curas sobre los problemas que se les plantean. Aun siendo obispo y luego cardenal no dejó de visitar a los enfermos en hospitales públicos y en instituciones privadas, como parte de su ejercicio sacerdotal.
Bergoglio, jesuita, es un hombre de sólida formación teológica y cultural, y desde el punto de vista político ha tenido fuertes vinculaciones con los sectores más tradicionales y ortodoxos del peronismo. Se lo puede considerar claramente como un religioso de pensamiento conservador en todos los aspectos y sentidos, pero no por ello cerrado al debate y a la discusión de las ideas.
La etapa más cuestionada y controvertida de su vida tiene que ver con su actuación como superior provincial de la Compañía de Jesús durante la dictadura militar. Se lo ha señalado como directo responsable de la desaparición de los sacerdotes también jesuitas Francisco Jalics y Orlando Yorio. Ambos curas, que desarrollaban trabajo social en las villas de Buenos Aires, fueron secuestrados y llevados a la ESMA. De allí fueron devueltos después de padecer torturas. Bergoglio niega toda responsabilidad en la desaparición de los curas. Orlando Yorio, que ya murió, estaba convencido de que su superior los había entregado. El episodio nunca fue aclarado en forma suficiente.
14/03/13 Página|12
gb
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