lunes, 4 de marzo de 2013
NO ESTOY JUGANDO CON METAFORAS PARTE II
Vale la pena el esfuerzo de leer enteros algunos párrafos, donde una visión teológica aparece como un modo de respaldar la construcción del poder supremo del Vaticano desde Gregorio VII y Belarmino hasta el último período de Juan Pablo II (papa con Ratzinger de inquisidor) y Benedicto XVI. Boff, al contrario, habría cometido el pecado de caer en “una concepción relativizante de la Iglesia” a partir de “las críticas radicales dirigidas a la estructura jerárquica de la Iglesia Católica”. Los párrafos:
- “La única fe del Evangelio crea y edifica, a través de los siglos, la Iglesia Católica, que permanece una en la diversidad de los tiempos y la diferencia de las situaciones propias en las múltiples Iglesias particulares.”
- “La Iglesia universal se realiza y vive en las Iglesias particulares y éstas son Iglesia, permaneciendo precisamente como expresiones y actualizaciones de la Iglesia universal en un determinado tiempo y lugar. Así, con el crecimiento y progreso de las Iglesias particulares crece y progresa la Iglesia universal; mientras que con la atenuación de la unidad disminuiría y haría decaer también la Iglesia particular.”
- “Por esto la verdadera reflexión teológica nunca debe contentarse sólo con interpretar y animar la realidad de una Iglesia particular, sino que debe más bien tratar de penetrar los contenidos del sagrado depósito de la Palabra de Dios, confiado a la Iglesia y auténticamente interpretado por el Magisterio.”
- “La praxis y las experiencias, que surgen siempre de una situación histórica determinada y limitada, ayudan al teólogo y le obligan a hacer accesible el Evangelio a su tiempo. Sin embargo, la praxis no sustituye a la verdad ni la produce, sino que está al servicio de la verdad que nos ha entregado el Señor.”
- “L. Boff se sitúa, según sus palabras, dentro de una orientación en la que se afirma ‘que la Iglesia como institución no estaba en el pensamiento del Jesús histórico, sino que surgió como evolución posterior a la resurrección, especialmente con el progresivo proceso de desescatologización’
(p. 129). Por consiguiente, la jerarquía es para él ‘un resultado de la terrena necesidad de institucionalizarse’, ‘una mundanización’ al ‘estilo romano y feudal’ (p. 70). De aquí se deriva la necesidad de un ‘cambio permanente de la Iglesia’ (p. 112); hoy debe surgir una ‘Iglesia nueva’ (p. 110 y passim), que será ‘una nueva encarnación de las instituciones eclesiales en la sociedad, cuyo poder será simple función de servicio’ (p. 111).”
- “No cabe duda de que el Pueblo de Dios participa en la misión profética de Cristo (cf. LG 12); Cristo realiza su misión profética no sólo por medio de la jerarquía, sino también por medio de los laicos (cf. LG 35). Pero es igualmente claro que la denuncia profética en la Iglesia, para ser legítima, debe estar siempre al servicio de la edificación de la Iglesia misma. No sólo debe aceptar la jerarquía y las instituciones, sino también cooperar positivamente a la consolidación de su comunión interna; además, el criterio supremo para juzgar no sólo su ejercicio ordenado, sino también su autenticidad, pertenece a la jerarquía (cf. LG 12).”
LG es Lumen Gentium, Luz de los Pueblos, una de las constituciones emanadas del Concilio Vaticano II, que sesionó entre 1962 y 1965 y actualizó la Iglesia. Ratzinger fue uno de sus secretarios. Boff enlazó el Concilio con la Teología de la Liberación, que en los años ’60 abrazaron muchos sacerdotes, religiosos y laicos en el mundo y en América latina.
Según consta en la notificación de la Congregación para la Doctrina de la Fe, en la sesión de 1984 con Boff Ratzinger fue asistido como actuario por un argentino, Jorge Mejía. Mejía había sido director de la revista católica argentina Criterio.
La era del hielo
En 1992, cuando dejó los hábitos porque sintió que estaba chocando, en sus palabras, “contra una muralla”, Boff dijo que “la forma actual de organización de la Iglesia (que no siempre fue la misma en la historia) crea y reproduce desigualdades”.
Cuando la Congregación lo citó, Boff buscó y obtuvo la cobertura pastoral de dos cardenales, el arzobispo de Fortaleza Aloisio Lorcheider y el arzobispo de San Pablo Paulo Evaristo Arns, ambos franciscanos y simpatizantes de la doctrina de opción por los pobres. La sanción a Boff pudo haber sido también una respuesta a esta franja de obispos brasileños. La historia posterior tal vez sea una prueba de que el mazazo tenía múltiples destinatarios, porque ninguno de ellos fue reemplazado por obispos de la misma línea sino por conservadores.
El miércoles último, otro teólogo, el suizo Hans Kung, una figura clave para los teólogos de la liberación, escribió en The New York Times una columna en la que se preguntaba si era posible una primavera vaticana.
Kung, que fue compañero de estudios de Ratzinger y trabajó con él como teólogo en el Concilio hace cincuenta años, señaló que el Vaticano puede ser comparado a otra monarquía absoluta, Arabia Saudita, aunque ésta tiene solo doscientos años de antigüedad. También mencionó tres reformas de Gregorio VII para conformar el “sistema romano”: un papado “centralista-absolutista”, “un clericalismo compulsivo” y “la obligación del celibato para sacerdotes y otros miembros del clero secular”.
Ni siquiera el Concilio Vaticano II, según Kung, limitó el poder de la Curia, “el cuerpo de gobierno de la Iglesia”. Y en los pontificados de Juan Pablo II y Benedicto XVI hubo, además, “un retorno a los viejos hábitos monárquicos de la Iglesia”.
A pesar de que, como símbolo, en 2005 el Papa dialogó cuatro horas con Kung, “su pontificado estuvo marcado por colapsos y malas decisiones”. Por ejemplo, “irritó a las iglesias protestantes, a los judíos, a los musulmanes, a los indios de América latina, a las mujeres, a los teólogos reformistas y a los católicos partidarios de una reforma”. Y reconoció a la Sociedad de San Pio X, de los seguidores del archiconservador arzobispo Marcel Lefebvre, lo mismo que al obispo Richard Williamson, un negador del Holocausto. Para no hablar de los abusos de chicos y jóvenes por parte de clérigos que el Papa encubrió cuando era el cardenal Joseh Ratzinger. O de los hechos revelados en los Vatileaks, con “intrigas, luchas por el poder, corrupción y deslices sexuales en la Curia, que parecen ser la razón principal que llevó a Benedicto a renunciar”.
Escribió Kung que “en esta situación dramática, la Iglesia necesita un papa que no viva intelectualmente en la Edad Media, que no encabece ningún tipo de teología, constitución de la Iglesia y liturgia medievales”. El papa necesario debería volver a la democracia siguiendo “el modelo de la cristiandad primitiva”.
El ejemplo alemán refleja algunas tensiones. “Una encuesta reciente muestra que el 85 por ciento de los católicos de Alemania está a favor de que los sacerdotes puedan casarse, el 79 por ciento a favor de que los divorciados puedan volver a casarse por Iglesia y el 75 por ciento apoya que las mujeres puedan ordenarse”, dice Kung.
Tras preguntarse si la Iglesia será capaz de convocar a un nuevo concilio reformista o a una asamblea de obispos, sacerdotes y laicos, Kung saca esta conclusión: “Si el próximo cónclave llegase a elegir a un papa que siga el mismo, viejo camino, la Iglesia nunca experimentará una nueva primavera sino que caerá en una nueva era del hielo y correrá el peligro de quedar reducida a una secta crecientemente irrelevante”.
En ese caso, la sillita de Giordano, Galileo y Boff será un vestigio tan o más fuerte que el trono de Pedro.
martin.granovsky@gmail.com
03/03/12 Página|12
GB
NO ESTOY JUGANDO CON METAFORAS PARTE I
CUANDO LA INQUISICION SENTO A BOFF EN LA SILLA DE GIORDANO BRUNO Y GALILEO
“No estoy jugando con metáforas”
Durante el debate sobre el futuro de la Iglesia, el teólogo brasileño Leonardo Boff recordó que Ratzinger lo sentó en el mismo lugar que a los juzgados por la Inquisición. Página/12 le preguntó si su relato era literal. Una historia que cruza toda la transformación del Vaticano en una poderosa monarquía absoluta.
Por Martín Granovsky
Esperó recién hasta 1992 para dejar los hábitos de monje franciscano y abandonar el monasterio donde vivía. A esa altura ya había atravesado una experiencia impactante: el 7 de septiembre de 1984, el jefe de la antigua Inquisición, hoy llamada Congregación para la Doctrina de la Fe, lo sentó en la misma sillita que ocuparon el teólogo Giordano Bruno y el astrónomo Galileo Galilei. El inquisidor era el cardenal Joseph Ratzinger, entonces mano derecha doctrinaria de Juan Pablo II y él mismo Papa desde 2005, hasta el jueves. El interrogado era el brasileño Leonardo Boff.
Boff no fue quemado vivo como Giordano ni debió pedir perdón por la fuerza como Galileo. Pero en 1985 Ratzinger lo condenó al silencio y desde entonces las jerarquías eclesiásticas le dificultaron cada vez más la chance de expresar sus ideas con libertad. Después de Iglesia, carisma y poder, el libro que lo llevó ante Ratzinger, cada nuevo trabajo encontraba obstáculos para su publicación en editoriales o revistas obligadas a pedir permiso a las autoridades de la Iglesia católica.
En los últimos días, durante el debate sobre el futuro de la Iglesia por el cimbronazo de un papa que se va, Boff recordó en su blog (al que se accede tecleando www.leonardoboff.com ) que fue “sentado en la sillita de Giordano y Galileo”.
Leer esa frase abría la perplejidad. ¿Fue, realmente, la misma silla? ¿Era posible que el mensaje de la Santa Sede para demostrar autoridad fuese transmitido con una nitidez tan cruda?
Página/12 se lo preguntó a Boff.
Esta fue su respuesta, enviada por mail: “Fui juzgado en el edificio que queda a la izquierda de la gran plaza para quien va en dirección de la basílica (de San Pedro). Hace siglos que es sede de la Congregación para la Doctrina de la Fe, ex Santo Oficio y ex Inquisición. Es un edificio grande, oscuro, como unos tres pisos o más. Tuve un proceso doctrinario con todos los requisitos jurídicos. Me senté donde todos los juzgados por la Inquisición fueron juzgados. Ahí se sentaron Galileo Galilei, Giordano Bruno y otros. No estoy jugando con metáforas sino con la realidad”.
Inquisidor y condenado se conocían bien. El teólogo brasileño nacido en 1938 había estudiado en Munich y Ratzinger, entonces un sacerdote de mente abierta, era conferencista.
Quizá por eso o por simple pudor –cuesta creerlo, pero en el mundo hay gente que vive sin mirarse el ombligo– Boff jamás dejó de criticar a Benedicto XVI por sus ideas y sus actos, pero no se encarnizó en términos personales. Y una vez, hace tres años, hasta llegó a ser profético.
Boff habló con Istoé el 28 de mayo de 2010, según puede leerse en este link: http://bit.ly/b8MQBZ Dijo: “El Papa, para su bien y el de la Iglesia, debería renunciar. Debemos ejercer la compasión. Es un hombre enfermo, viejo, con achaques propios de la edad y con dificultades para la administración, porque es más profesor que pastor. Por ese motivo haría bien en irse a un convento a rezar su misa en latín, cantar su canto gregoriano que tanto aprecia, rezar por la humanidad que sufre, especialmente por las víctimas de la pedofilia, y prepararse para el gran encuentro con el Señor de la Iglesia y de la historia. Y pedir misericordia divina”.
Los dos años y nueve meses que pasaron entre la opinión de Boff y el helicóptero de Ratzinger son un lapso corto para los ritmos vaticanos. Lo cierto es que tras ese tiempo Ratzinger se convirtió en Papa emérito y muy pronto predicará en un convento.
Giordano y Galileo
Campo de’Fiori es la única gran plaza de Roma sin iglesia. A veinte cuadras del Vaticano y muy cerca de Piazza Navona, por la mañana funciona un mercado. Señoras vestidas de negro que parecen recién llegadas del campo venden fruta, pasta seca y verduras. Broccoli romano, de color verde claro y olor suave, o broccoli siciliano, el oscuro y más fuerte, que se come aquí. Por la tarde, las pizzerías y los restaurantes de los bordes se llenan y en lugar de matronas están los turistas de veintipocos que comen penne rigate y, sobre todo, beben cerveza como si fuera la última vez.
Las señoras de la mañana y los chicos de la tarde viven su vida ajenos a la estatua que está sobre el adoquinado de Campo de’Fiori. Muestra a un monje alto y ligeramente encorvado. El escultor Etore Ferrari le puso un rostro con gesto decidido y logró que los pliegues de la sotana parezcan seguir moviéndose. Debajo, una frase en italiano: “A Bruno - Secolo da lui divinato, qui dove il rogo arse”. En español sería así: “El siglo que él adivinó (está) aquí, donde el fuego ardía”.
En 1600, el napolitano de 52 años que había sido monje dominico fue quemado por orden de la Santa y General Inquisición en el mismo sitio donde hoy está la estatua. Lo quemaron vivo por hereje. “Tembláis más vosotros al anunciar esta sentencia que yo al recibirla”, dijo en su alegato antes de morir. Entre otras ideas sostuvo la centralidad del sol, igual que Copérnico, y desafió la centralidad del papa. Jamás en los 413 años desde su ejecución la jerarquía de la Iglesia pidió perdón o volvió a incluirlo de alguna manera en su seno.
La instalación de la estatua fue en sí misma una gran batalla en el siglo XIX. Promovido por personalidades de toda Europa, desde Victor Hugo a Mijail Bakunin, el homenaje a Bruno solo se plasmó en el monumento de Campo di Fiori en junio de 1889. Y el papa de entonces, León XIII, incluso amenazó con alejarse ostensiblemente de Roma ese día. Solo se abstuvo de hacerlo cuando el gobierno italiano le advirtió que si dejaba la ciudad sería mejor que no volviera.
Trescientos años antes de esa polémica, en la Inquisición el juicio fue conducido personalmente por el cardenal Roberto Belarmino, el mismo que obligó a Galileo Galilei a retractarse del heliocentrismo en 1616 para no terminar torturado e incinerado como Bruno.
El pontífice, sumo
Belarmino no era un simple jefe de torturadores sino un teórico fino y un sutil funcionario de la Santa Sede. En su Tratado sobre la potestad de los sumos pontífices en los asuntos temporales, de 1610, dijo que el papa puede oponerse a quien políticamente pueda poner en peligro a la Cristiandad. En medio de la crisis de la Iglesia y el nacimiento de la Reforma protestante, Belarmino actualizó así la doctrina del papa Gregorio VII, que en 1075 dio el gran giro en la construcción de la Iglesia como monarquía absoluta cuando estableció que al pontífice “le es lícito deponer a los emperadores”, que tiene el derecho exclusivo de deponer o reponer obispos y que “puede eximir a los súbditos de la fidelidad hacia los príncipes inicuos”.
El investigador Jean Touchard escribió en su libro clásico, Historia de las ideas políticas”, que “el movimiento iniciado por Gregorio VII es irreversible”. Y explicó: “La centralización romana y la refundación administrativa (con la organización de la Curia, que es su principal elemento) harán del obispo de Roma el Soberano Pontífice, dignidad u autoridad que los papas de los siglos precedentes no consiguieron nunca asegurar de forma duradera”.
Luego de que Boff se sentó por última vez en la silla de Giordano y Galileo, la Congregación para la Doctrina de la Fe siguió trabajando, hasta que un año después le pidió silencio.
En la web está la notificación de los inquisidores a Boff. Puede consultarse en este link: http://bit.ly/YEk3j0
GB
DIFERENTES PARECIDOS
DIFERENTES, PARECIDOS
Ahora bien, paradójicamente, ambos llegan a puertos vecinos. Y sólo la puja coyuntural en la que vivimos acaso impida reconocer que en el largo plazo los dos se acercan a un paradigma de la moderación política. Una moderación trágica, melancólica, pero también activa, que comienza con sus posiciones políticas en los setenta y continúa hoy, cuando surgen en el Parnaso como dos de los intelectuales más connotados de lo que podría pensarse como el campo kirchnerista. Moderados porque recorren las laderas poceadas de la historia argentina con nobleza integradora, pero trágicos porque no vacilan en afincar sus hilvanados en la conciencia de que existen espacios muy estrechos de intervención política y el cambio social. Y eso no los desmerece: deambulan por una veta frágil y lateral a riesgo de desdibujarse y hacer evidentes las contradicciones inherentes a todo proceso. Quizás el malentendido sobre la moderación tenga que ver con el piso desde el cual se articulan sus posicionamientos en la política argentina. Es decir, resulta legítimo hablar de moderación en tanto y en cuanto una base de problemas cruciales aparecen sobre la mesa y no al revés: derechos humanos, Asignación Universal por Hijo, paritarias, heterodoxia económica, alianza estratégica con América latina, poder político anticorporativo, entre otros. De base, como piso, porque todo da entender que la pérdida o el desafío político de esos principios retrotraen lo conseguido y sofocan la moderación.
Tres fragmentos del libro
FILOSOFIA Y PODER
¿Ustedes son los filósofos del kirchnerismo?
JPF: –A mí me molesta lo de “filósofos del kirchnerismo”. En un medio me pusieron “El filósofo ultra K”, ya no K; “ultra K”; no sé qué es ser “ultra K”. Antes había ultraizquierda, ultraderecha... ultra K... es todo muy superficial y periodístico, e incluso es así como social. “¿Vos qué sos? ¿K o anti K?” Esto surgió a partir de la 125. Ahí las relaciones humanas, sociales, se pusieron muy tensas: quién había ido, quién estaba de un lado, quién estaba del otro, quién estaba con “el campo”, esa entidad casi metafísica. Y el que era K, no estaba con el campo; el que era anti K, estaba con el campo. Pobrecitos, muchos no tenían ni dos baldecitos de tierra de campo, pero bueno, salieron a defender el campo. Y ahí surgió una gran división. Muchos dicen que Cristina y Néstor metieron a todos en la misma bolsa. Pero también es cierto que hay una enorme vocación, por ejemplo, en un dirigente popular como Buzzi, de la Federación Agraria, de estar en la misma bolsa que los grandes terratenientes. Y te diría que hasta hace grandes méritos para estar totalmente en la misma bolsa, porque vi una foto de la revista Gente, de Buzzi con Luly Salazar. Un dirigente popular se tiene que dar cuenta de que no puede ir a una fiesta de la revista Gente, pero él ya se había acostumbrado a ese mundo de brillos y éxitos, se acostumbraron inmediatamente. Una vez, Guillermo Saccomanno largó una frase concluyente: “Pertenezco a una clase a la que odio”. Yo no digo tanto, porque es cierto que en la clase media hay mucha gente a la que lejos de odiar, quiero mucho. Pero también es cierto que resulta muy doloroso que en esta ciudad se presenta Daniel Filmus, al que conocía y conozco como intelectual de valía de Flacso, y por el otro se presenta “El pibe”, como bien le dice Gabriela Cerruti, un muchacho de las farras de los ‘90, un hijo de un hombre poderoso, que disfrutó los ‘90 farreando y bueno, en el 2000 lo eligen presidente de Boca y ahora sueña con ser presidente de la República. Me dolió mucho que eligieran a Macri en lugar de a Filmus. Yo escribí una nota dura contra Filmus, pero que derivó en una cosa simpática de él, porque yo le decía: “Con esa cara de osito Winnie Pooh, no va a calmar las ansias de mano dura de la población de Buenos Aires” y al día siguiente él me contestó como Winnie Pooh en una nota de Página/12 que me pareció tan adorable que lo llamé y me dijo: “¿Por qué no venís el viernes a tomar un café?”. Y ahí nació la idea de Filosofía por Televisión, porque me dijo: “¿Vos qué querrías hacer en televisión?”, y yo le dije: “Hace años que quiero hacer un programa de filosofía, estoy seguro de que lo haría bien, pero nadie me lo dio nunca”. “¿No? Pero qué buena idea”, dijo. Esto es este gobierno también. A mí me gusta este gobierno, no sólo por los Kirchner, me gusta porque hay gente así. Y lo llamó a Tristán Bauer y pude hacer este programa que era inimaginable para mí. Y llevo seis temporadas. Y estoy grabando la sexta con gran esfuerzo. Y en la sexta, hay una parte de pensadores y grabé todo un programa dedicado a David Viñas. ¿Te das cuenta? ¿Cuándo voy a hacer eso? No lo voy a volver a hacer jamás. Yo sé que con ningún gobierno voy a hacer eso. Hay un programa dedicado a David Viñas y creo que hice algo lindo, porque tomé El Jefe, una película muy importante de Fernando Ayala, y un guión inteligentemente antiperonista de David; siempre fue antiperonista, David.
HG: –Bueno, como él decía, “contrera pero no gorila”, “contrera sí, gorila no”.
LA LETRA K
HG: –El tema sería entonces cómo nos toca a cada uno la cuestión del kirchnerismo. Evidentemente, la letra K juega un papel importante en esto porque es una letra que en el alfabeto tiene una presencia menor en cuanto al uso idiomático y mayor a su extrañeza, por lo menos en los idiomas que provienen del latín, a diferencia del anglosajón. Es una letra que tiene cierto estereotipo también. Y tiene un apellido cuyo significado está emparentado con la función eclesiástica, Kirchner, Kirsch, que absolutamente quiere decir alguien que presta un servicio en la iglesia. Te digo esto, porque el hecho de que se use periodísticamente como letra que connota una adhesión es una facilidad que tiene el periodismo y no tiene por qué no usar. Incluso creo que el Gobierno eligió en un principio la letra K también como un distintivo, un pequeño blasón, y en general, el lenguaje tiende a la comodidad también. No siempre eso es bueno, hasta el día en que eso no es absolutamente bueno. Pero el lenguaje tiene esa veta de comodidad que la publicidad siempre acompaña y defiende. Después el tema es cómo se sienten esas personas que son alcanzadas por ese veredicto alfabético. Si eso inhibe o no inhibe mayores alcances para la adhesión política y puede llegar a enriquecerse. Retomando el tema en el punto que lo dejó Viñas, hubo un episodio entre Viñas y un periodista de Clarín, hubo un juicio muy desagradable, porque a Viñas también se le dijo K. Había ido a unas reuniones, en una época del problema del campo, y Viñas se sobresaltó mucho con eso, por el hecho de llevarlo a una adhesión que, en el caso de él, era a lo específico de esa coyuntura. Podía ese momento coincidir con una concepción, como siempre tuvo Viñas de la Argentina, es decir, una izquierda cultural con una cierta memoria yrigoyenista familiar y una izquierda genérica de los años ’60 con cierto toque existencialista. Que se le haya dicho K lo incomodó profundamente y también se lo dijo a un periodista de Clarín. En el sentido de que él no era oficialista y ninguna cosa que se le pareciera, además de que un intelectual no podía ser oficialista, de lo cual nunca nadie pensó lo contrario, porque también la palabra “oficialista” tiene un uso despectivo. Ninguna palabra de la lucha política en Argentina hoy deja de emplearse despectivamente. La Argentina se convirtió en el reino del eufemismo y la descalificación por el mero hecho de pronunciarse un nombre. Y eso en cierta medida es responsabilidad de todos nosotros, que hablamos distintas lenguas, entre otras la lengua política. Pero como el periodismo eso lo sabe y en realidad ya no hay más periodismo donde las palabras se empleen inocentemente, todos los diarios usan las palabras con el correspondiente halo de significados ocultos –-digo “halo” como un pequeño homenaje a David, que le gustaba emplear esa expresión–. Entonces, David Viñas me parecía como alguien que indebidamente quiso ser apropiado por una letra y el periodismo de rescate viene a decir “no” a esa letra, ya lo dijo él mismo, que no le pertenecía. Era Viñas, según Clarín, condenando la idea del intelectual oficialista. Como si David fuera una ficha a ser jugada en tal o cual ruleta. Episodio inútil, porque revela hasta qué punto una letra mal usada ahora da toda una concepción política. Entonces eso lo debe saber cualquier político, inclusive esto puede hacerse en contra de la voluntad del político cuyo apellido es encabezado por esa primera letra, también, ¿no? Kirchner era un político desconocido, creo que hasta al propio David lo escuché decir que con ese apellido y esa forma de mirar, en ningún barrio tenía ninguna posibilidad. Eso evidentemente fue desmentido. Y la letra K, que está en el medio del alfabeto, repartió los dos hemisferios del alfabeto, de ahí que en las comidas, en las reuniones amistosas, o en la selección que uno hace de las personas que ve, esa letra tiene una presencia muy fuerte, hacia un lado o hacia otro. Yo también creo que el kirchnerismo es, en primer lugar, un fenómeno político de políticos profesionales que hicieron su carrera fuera de las grandes metrópolis y que la hicieron lentamente, con todo el curso habitual que tienen las carreras políticas, y tienen sus peldaños, que se van subiendo progresivamente al compás de la vida electoral y que siempre son puestos en términos de un concepto que los políticos tienen. “Llegué”, “Llegué a tal meta”. Uno suele escuchar a políticos que dicen “Llego a tal lado”, y eso hace mal a la política en general porque mejor sería pensar que nunca se llega y si se llega a algún lado no es el previsto. En el caso de Kirchner, su llegada, digamos, fue realmente inesperada. Estaba a contramano de como había hecho su carrera.
LOS JOVENES DE AYER
¿Ustedes pueden trazar un puente entre los ideales sesentistas, el ‘73 y el presente?
JPF: –Y bueno, sí, yo digo que sí, ese puente lo traza Néstor cuando habla de la generación diezmada, cuando habla de la generación que lo dio todo y no recibió nada, no tuvo nada, algo así dice, y esos ideales, que son los de la generación del ‘70, son los ideales que no va a dejar en la puerta de la Casa de Gobierno, que es como cuando Evita dice: “El alma que traje de la calle no la dejé cuando entré a los ámbitos del poder”. Es esa frase de la fidelidad al pasado y no traicionar la fidelidad al pasado cuando se entra en el lujoso ámbito del poder. Y después toda la tarea con los derechos humanos y después las figuras que están en el gobierno de Cámpora, Righi, Juan Manuel Abal Medina y muchos más, la verdad que muchos más, viejos compañeros, estaban en el gobierno. Yo creo que sí, está bueno, a mí lo que me gusta de este gobierno, voy a ser breve en la enumeración, es que no le gusta a la oligarquía, ésa es una buena señal que yo aconsejaría que aplicara alguien como Pino Solanas. Yo no puedo entender que Pino Solanas observe el paisaje político nacional y no se da cuenta de quiénes están de un lado y del otro y cómo se pone al lado de gente que abominó durante toda su vida, o eso nos dijo. Bueno, y entonces esta gente que tiene en contra a la Sociedad Rural, a las corporaciones, a la oligarquía, bueno, yo no estoy de ese lado. Hay cosas que son muy simples, donde está la Sociedad Rural vos no estás, estás enfrente, listo. Después la unidad latinoamericana, el Mercosur, la lucha contra el ALCA, la libertad contra EE.UU., el rechazo del FMI... Bueno, son todas cosas notables, y la aparición de la militancia juvenil, que eso surge después de la muerte de Néstor. Pero Néstor era un setentista, él te hablaba como un setentista. Yo estuve con él. El, con sus patas largas en la mesa, me dijo: “Mañana saco el cuadro de Videla”. Y me quedé entusiasmado, claro. ¿Cómo no te va a entusiasmar eso? Bueno, cometió un error cuando pidió perdón y se olvidó de los radicales, porque, realmente, ése fue un gran error. Los radicales hicieron algo muy importante en su historia y fue el Juicio a las Juntas. Me resulta increíble que Gil Lavedra y Strassera estén en contra de este gobierno, porque este gobierno continúa la obra que hicieron y tuvieron que interrumpir por la relación de fuerzas de ese momento. Yo creo que sí, y este gobierno, hasta te diría, yo dije en algún momento que era la etapa superior del camporismo, en algún punto lo veo así, porque el rechazo de toda violencia es fundamental en este gobierno y la fórmula que larga Cristina, Nacional, Popular y Democrático. Lo que hizo Perón lo hizo desde un gobierno elegido democráticamente, pero que era autoritario. Porque un gobierno que se apropia de todas las radios, que cierra el diario La Prensa... Pero aquí pasa algo dialéctico. Que cuando el autoritarismo se impone a los reaccionarios, como los llama Engels en De la autoridad, un gran trabajo de Engels, queda el autoritarismo, y aparece un gobierno autoritario. Cuando vos tenés que ejercer el autoritarismo para derrotar a las fuerzas reaccionarias y subís al poder, subís con tu autoritarismo, y ahí es una nueva cara de la injusticia.
El muchacho peronista
HG: –Algo me hizo pensar en el peronismo como alguien que se adentraba en un terreno desconocido y fascinante, puesto que mi primera inclinación, nunca abandonada por otro lado, era el mundo de la izquierda y la lectura del marxismo. Pero el peronismo era la transfiguración de todo sin abandonar nada, y me gustó encontrarme con muchos sacerdotes ahí. He tenido grandes amistades, tenemos un amigo común, el padre Domingo Bresci. Y después mi cura modelo era el padre Jorge Galli, era en ese momento un cura armado, después tuvo serios dilemas con Montoneros. Y después participé bastante en la política argentina con Brunatti, que tiene un ámbito cristiano peronista, es una figura por la que tengo mucho cariño. Y Galli era un personaje de los curas obreros, discípulo del obispo Podestá. Y era albañil y todas sus metáforas religiosas eran de la albañilería, un cura popular peronista que en su capilla de Pergamino tocaba la campana cuando Boca hacía goles, y los de River iban a protestar y él respondía: “Bueno, si hay goles de River... La parroquia es de todos, vienen y tocan la campana. Yo soy de Boca y toco la campana...” Eso lo recuerdo con gran cariño. A mí me marcó mucho Galli como un cura conocedor de la vida popular, basado en lo picaresco que aparece en tantas novelas. Un cura hedónico digamos y al mismo tiempo con un peronismo popular con grandes metáforas de la albañilería como si fuera masón; era realmente un sacerdote, una sacralidad popular, pero previo a los del Tercer Mundo, previo a Mugica.
03/03/13 Página|12 | Suplemento Radar
PARECIDOS PERO DIFERENTES
PARECIDOS, DIFERENTES
El diálogo de Feinmann y González, desarrollado a fin del año pasado en casa del primero en su mayor parte y luego en la Biblioteca Nacional, que dirige el segundo, aparece acompasado, propuesto, atendido, por el periodista Héctor Pavón. Discreto, a veces ofreciendo diques o aperturas que impidan la deriva errática del intercambio, Pavón permite orientar temas y subtemas, clasificar conjuntos e intersecciones.
En esta conversación que se presenta con “la voluntad de pensarlo todo”, Feinmann y González, González y Feinmann, recuperan entrañablemente la figura de David Viñas, elogian y desmitifican a Jorge Abelardo Ramos, hablan todo el tiempo de Perón –de su libro Conducción política, de sus logros y sus derrapes–, de Hernández Arregui y la formación de la conciencia nacional, de El Eternauta y Oesterheld, de Néstor y Cristina. Del miedo durante la dictadura, de las diferencias con Montoneros, de su relación con los curas obreros, de López Rega.
Una primera lectura, y sobre todo la calidez y la empatía que se profesan, parecieran advertir que es el encuentro de dos viejos amigos donde se destacan los acuerdos, la confirmación, la celebración mutua. Sin embargo, a poco de andar, cada uno por su lado hilvana y fija preocupaciones, tonos, inflexiones que los caracterizan por cuenta propia. Mientras que Feinmann ejerce una tonalidad dramática en su discurso y, quizás, expone una voluntad comunicativa más explícita en relación con un conjunto de lectores amplios, no necesariamente comprometido con los temas y los supuestos que maneja, González, en cambio, intenta hablar de otro modo, como provocando en Feinmann una interpelación diferente. Inflexión sutil, González prefiere llevarlo a una relativización del tiempo y del espacio transcurridos, de escenas y textos vividos y leídos, de manera quizá de producir un rescate diferente de aquellos pasados caídos entre bambalinas, epifánicos, originarios, fundacionales.
Feinmann se abraza al pasado como afirmando una conciencia de constatación, como buscando las pruebas concretas del esto fue así y asá. Se juramenta una veracidad obsesiva y da como garantías de fidelidad a cada etapa su propio padecer, sus inclemencias, su memoria acaudalada. En este sentido, el efecto es doble y paradójico. Por un lado, González resulta iluminador para pensar desde la distancia, desde un rememorar menos literal y más versátil, más culturalmente mediado por la conciencia del tiempo transcurrido. Por otro, Feinmann, al construirse como testimoniante, aporta información de una precisión pasmosa, insistente, que abona su habilidad narrativa y recrea, en sí mismo, una avidez por el relato novelesco. Y ahí es donde los dos discursos se vuelven brumosos entre sí. Uno, porque que reitera su mirada sociológica crítica, desde un bosque de lecturas y pasadizos apabullante, donde casi con oído musical oye sonar una cuerda allí donde explota el barullo. El otro, porque ha adquirido una capacidad narrativa endemoniada, que transita de la primera persona ficcional al yo personal, de la glosa intelectual a la confesión sin escalas. Y entonces construyen interpelaciones diferentes, que agigantan las distancias. Mientras que González mudó de Envido al exilio en San Pablo, de la revista Unidos a la universidad y a El ojo mocho, y de la Biblioteca a Carta Abierta, Feinmann, en cambio, pasó de Envido a Ni el tiro del final, de la novela Ultimas imágenes del naufragio a la película del mismo título, de la revista Humor a Página/12, de una novela a otra novela, de los cursos en el Centro Psicoanalítico Argentino a los fascículos sobre filosofía y peronismo, y de allí a Canal Encuentro.
En tanto González generó un tránsito intelectual cada vez más apegado a expresiones que vinculan el debate teórico con el cotidiano y cierto afán de traducción cultural, de intermediación, Feinmann adoptó una versión rioplatense del giro autobiográfico, tan de la cultura contemporánea, donde una posmodernidad crítica le permite el abordaje y la confección de temas y estilos graves, desde los soportes más encumbrados de la industria cultural: cine, prensa, radio, TV. Dos modos distintos, que convocan incluso lectores diversos y hasta antagónicos. Feinmann narra y piensa la crisis del sujeto contemporáneo en primera persona, ficción o no ficción, como una nueva tragedia que lo golpea una y otra vez en el nuevo siglo, y González piensa y reanima la crítica, intelectual, desde soportes clásicos de la universidad y el mundo intelectual, asumiendo como dados los supuestos de esa declinación.
LOS MODERADOS
Los moderados
Con dos estilos diferentes, pero con un mismo afán de recorrer la historia reciente de la Argentina con las herramientas de toda una vida, José Pablo Feinmann y Horacio González –los dos intelectuales de la revista Envido, que transitaron en paralelo el alejamiento del marxismo, el acercamiento al tercer peronismo de la JP y el largo desencanto democrático hasta la llegada de Néstor Kirchner a la presidencia– se sentaron durante largas charlas moderadas por el periodista Héctor Pavón a mirar atrás con “la voluntad de pensarlo todo”. Historia y pasión reúnen esas conversaciones en las que atraviesan –con ideas, recuerdos, experiencias– el último medio siglo argentino para terminar convergiendo en una moderación trágica, melancólica y activa a la vez.
Por Gabriel D. Lerman
Si se buscaran dos figuras literarias con las cuales pensar sus estilos, sus inflexiones, a uno le tocaría Kafka y al otro Macedonio. Pero no sólo por el aparente dramatismo personal de uno y la capacidad de juego en el lenguaje del otro, sino por una cadena de sentido versátil, heterodoxa, que esas figuras permiten desplegar. Feinmann sería El Proceso de Kafka llevada al cine por Orson Welles. Sería, Feinmann, Anthony Perkins, ante el mecanismo irremediable del sistema. González, por el contrario, es el parroquiano de la mesa de bar que une la tertulia literaria martinfierrista con el existencialismo sartreano de Contorno y luego, de inmediato, el peronismo de principios los setenta. En esto último se tocan, se parecen. Es, quizás, el único acontecimiento que atornilla sus vidas sin complacencias. De hecho, el peronismo de González y Feinmann es un acontecimiento primero vital y luego cultural, en el sentido de convertirse ellos, para nosotros, los que tenemos algunos años menos, en intérpretes de aquel tercer peronismo, el peronismo de la victoria, el peronismo de la JP. Son albañiles de un legado frágil, perdido en la memoria.
La Facultad de Filosofía y Letras de Viamonte 430 en los sesenta, las cátedras nacionales durante Onganía, la revista Envido, la irrupción de Montoneros, el crecimiento exponencial de la Juventud Peronista, la campaña del Luche y Vuelve en 1973, Cámpora, la vuelta de Perón y la separación de Montoneros, los abismos de la política y la lucha armada, el golpe, la represión, la ignominia. Y desde allí al kirchnerismo. Todos son jalones, estaciones de tránsito y demora, ritos de pasaje, subidas y bajadas que los encuentran en la ruta, pero que instauran y moldean dos cosmovisiones, parecidas y diferentes, de pensar la política, de meterse, de escribirla, de ser protagonista.
Horacio González y José Pablo Feinmann se conocieron en un bar de la calle Independencia o en la casa de Abrales, amigo de Arturo Armada, quien los había convocado a ambos por separado, a propósito de las reuniones del comité de redacción de la revista Envido. Eran los jóvenes intelectuales de la corriente nacional. Marxistas en ruptura hacia el peronismo, pensando lo nacional y lo latinoamericano. Querían una filosofía del Tercer Mundo, creían en un acercamiento con los curas obreros, con los sindicatos peronistas. Tiempos del Cordobazo, de unidades básicas rejuvenecidas, de Perón que ahonda su distancia con los esquemas de poder existentes desde su derrocamiento y da señales de agitación, de regreso combativo y referencias al socialismo nacional y las luchas de liberación. No es menor el impacto de la guerrilla cubana y sus influjos continentales, así como el florecimiento de posiciones latinoamericanas diversas que combinan nacionalismos populares, insurgencias revolucionarias, militares antiimperialistas, sindicatos clasistas y movimientistas que desafían el orden social.
GB
ALGO HUELE BIEN
Algo huele bien
La sociedad argentina hace décadas que reclama por una justicia mejor.
Por Carlos Rozanski
En épocas de dictadura, la forma del reclamo ha sido naturalmente difícil porque el costo podía ser, no sólo la pérdida de libertad, sino la de la vida misma. En la última de ellas, el grupo más visible de reclamos estuvo centrado en las Madres de Plaza de Mayo y varias han desaparecido por eso. En igual sentido, Abuelas y luego Hijos, siempre con apoyo inclaudicable del resto de los organismos defensores de los Derechos Humanos, continuaron a lo largo de más de tres décadas pidiendo justicia. Con esa ejemplar inspiración, familiares de víctimas de delitos posteriores a la dictadura, se unieron en Madres del Dolor. Finalmente, cada tragedia individual originada en gatillos fáciles o de diversos orígenes, se tradujo en reacciones inmediatas de familias, barrios o colectivos de víctimas que, desde los espacios más variados, reclamaron una justicia mejor. Una justicia integrada por jueces y fiscales más sensibles, con oídos más predispuestos a escuchar y sobre todo a comprender el dolor y la legitimidad de cada reclamo.
El rol de la justicia durante las dictaduras cívico militares y en especial durante la última, sin duda la más violenta, ha sido patético. Hoy se reconoce públicamente que hubo una claudicación, y en muchos casos complicidad directa de parte de miembros de la justicia de nuestro país durante el genocidio, que en pos de un proyecto económico, se cometió a través del terrorismo de Estado. A esta altura de las presentes reflexiones, cabe preguntarse: ¿hay alguna duda de que nuestra justicia debe democratizarse? ¿Alguien puede pensar seriamente que el poder que más armas tenía para frenar el exterminio del terrorismo de Estado, era precisamente el Poder Judicial? Con un Ejecutivo usurpado y un Legislativo disuelto y con la mayoría de sus miembros perseguidos, detenidos, torturados, exiliados o asesinados, ¿quiénes sino los jueces y fiscales tenían la obligación de alzar su voz para al menos intentar frenar la barbarie en lugar de validarla?
Sin embargo, con honrosas excepciones, muchos miraron para otro lado, rechazaron hábeas corpus de familiares de víctimas, con la aberración de imponer costas, e incluso se entrevistaron y vieron con sus propios ojos a víctimas torturadas, muchas de ellas luego desaparecidas.
El viernes, la presidenta de la Nación anunció diversas medidas para afianzar decididamente el proceso de democratización de nuestro Poder Judicial frente a la reseña inicial de estas líneas, en el que un número importante de jueces, fiscales y defensores de todo el país estamos empeñados. Ese proceso, irreversible, tuvo su origen en el retorno de la democracia en 1983 y luego, después un cuarto de siglo de impunidad, a partir del año 2003. Es irreversible porque es resultado de un espacio social mayoritario, que abarca todos los estratos sociales y que no está dispuesto a retroceder un milímetro en lo logros obtenidos en materia de Derechos Humanos. De entre los proyectos anunciados –todos importantes y auspiciosos–, se destaca que los miembros del Consejo de la Magistratura sean elegidos por el voto popular. Se trata de una institución esencial de nuestra democracia porque es la que designa, controla y, finalmente, en su caso destituye a los jueces nacionales y federales. Si se tiene en cuenta que esos jueces son los que tienen la responsabilidad cotidiana de decidir sobre el patrimonio y la libertad de los ciudadanos, cabe preguntarse a qué sector social o político puede molestarle o preocupar semejante cambio. Es obvio que la participación directa de la ciudadanía, en la elección de quienes ejercen tan importante función de control, es una necesidad democrática fundamental y por sí misma legitimadora del actual proceso que vivimos. Algo huele a perfume en los anuncios y en la alegría de la mayoría del pueblo argentino. Quien no lo perciba, tiene la nariz tapada.
Infonews
TRECE AÑOS DE CARCEL NO BASTAN POR ATILIO BORON
Trece años de cárcel no bastan
Por Atilio A. Boron
Producto de su enfermizo odio hacia todo lo que signifique la Revolución Cubana, el gobierno de Estados Unidos ha endurecido las condiciones de libertad supervisada bajo las cuales se encuentra René González Sehwerert, uno de los cinco agentes de Inteligencia cubanos que se infiltró en las organizaciones terroristas con base en Miami con el propósito de desbaratar sus criminales designios, ahorrando de este modo centenares o quizá miles de vidas de cubanos tanto como de extranjeros. René nació en Chicago, es hijo de padres cubanos, emigrados durante los años de Batista a Estados Unidos, que regresaron al país una vez caída la tiranía del lacayo de Washington. En el juicio a “Los 5”, que es la mayor prueba de la descomposición moral y jurídica de la Justicia estadounidense, los luchadores antiterroristas fueron condenados a penas exorbitantes.
En el caso de René, el primero en ser puesto en libertad, fueron más de trece años de prisión, donde cumplió su condena hasta el último día. La acusación que pesó sobre “Los 5”: “conspiración para cometer espionaje”, pero no de instalaciones o de agencias gubernamentales de los Estados Unidos (fuerzas armadas, agencias de Inteligencia, etcétera) sino de los grupos privados que amparados por los tres poderes de la ejemplar “democracia” del Norte se dedican a tramar sangrientos atentados, desestabilizar gobiernos y asesinar a militantes sociales. Eso hacían ayer y siguen haciendo hoy.
Precisamente por combatir contra ese flagelo tuvo que purgar largos años de prisión, mientras que sus cuatro compañeros aún continúan en la cárcel. No obstante, una vez que hubo cumplido su injusta condena, Joan Lenard, la jueza que entiende la causa, lo obligó, por ser nativo de los Estados Unidos, a permanecer en ese país durante tres años más, prohibiéndosele además, en el colmo del ridículo, “acercarse a o visitar lugares específicos donde se sabe que están o frecuentan individuos o grupos terroristas”. Esos grupos no deben ser molestados por alguien que vaya a fisgonear o a enterarse de sus planes, lo que demuestra la falacia de la “lucha contra el terrorismo” que a voz en cuello proclama Washington. Por si esto fuera poco, a su esposa Olga Salanueva le han negado la visa para visitarlo sistemáticamente.
Lo que motiva esta nota es el hecho de que desde septiembre del año pasado el Departamento de Estado impidió que funcionarios de la Sección de Intereses de Cuba en Washington realicen visitas consulares al prisionero, violando las obligaciones emanadas de la Convención de Viena (1963) sobre Relaciones Consulares, que establece el derecho de un detenido a comunicarse con los funcionarios de su embajada y de éstos a hacer lo mismo y a visitarlo.
Para los verdugos imperiales trece largos años de injusta prisión –que en el sistema penitenciario de EE.UU. equivalen a los 15 años de su condena– no son suficientes. Agregaron tres más y, encima, coartan la posibilidad de ejercer el derecho a comunicarse no sólo con sus seres queridos sino también con los representantes de Cuba en Estados Unidos, poniendo además su vida en peligro. Así trata el imperio a quienes luchan contra el terrorismo. Y a todo esto, ¿qué dice el Premio Nobel de la Paz que tiene su despacho en la Oficina Oval de la Casa Blanca?
* Director del PLED, Centro Cultural de la Cooperación Floreal Gorini
04/03/13 Página|12
GB
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