domingo, 3 de marzo de 2013
Radios Comunitarias en America Latina
Actualidad y desafíos de las radios comunitarias en Latinoamérica
Por Ernesto Lamas Fundador de FM La Tribu
contacto@miradasalsur.com
Resistencia en el aire
Hasta hace unos pocos años las radios comunitarias y televisoras alternativas en América Latina eran perseguidas, cerradas, se les secuestraban sus equipos. Muchas radios fueron condenadas a ser pequeñas con leyes restrictivas que les impusieron potencias máximas absurdas (25 vatios según la ley chilena). Las experiencias de televisión comunitaria eran denunciadas por las cadenas de medios, que las veían como una competencia desleal y peligrosa. Unas cuantas radios transmitían en lugares ocultos. Muchas eran ambulantes para poder levantar los equipos y salir corriendo y evitar que los organismos de control se quedaran con una consola y un transmisor. Aun hoy en Brasil hay comunicadores procesados por la Justicia por haber cometido el “delito” de expresar ideas, difundir información, realizar una entrevista, llevar un micrófono a la calle para que personas que nunca acceden a micrófonos puedan decir cosas, contar historias, hacer preguntas. En Colombia las radios ubicadas en “zonas de combate” tienen que revisar los contenidos que salen al aire para no recibir agresiones físicas.
El fenómeno creciente de las radios comunitarias (a las que se suman televisoras alternativas, centros de producción, medios por internet) sigue desarrollándose con vitalidad a pesar de que aún muchos Estados no terminan de reconocer el derecho de la ciudadanía a crear y gestionar sus propios medios de comunicación, con una lógica que no es la de los medios privados comerciales ni la de los medios públicos.
Las empresas comerciales han sido las impulsoras principales de leyes restrictivas.
Los parlamentos muchas veces se han dejado manipular con la amenaza de multimedios que asustan con el fantasma de la invisibilidad a quien se atreva a legislar a favor de los medios comunitarios. Las empresas con posiciones dominantes no tienen problema en hablar de atentado a la libertad de expresión cuando se les intenta poner límites y por otro lado son expertas en hacer lobby para convencer a organismos del Estado, jueces y parlamentarios respecto que las radios comunitarias son “piratas”, que hacen ejercicio ilegal del periodismo, que ensucian el aire que según ellos pertenece a las radios comerciales.
Existen cientos de radios comunitarias en América Latina y otras partes del mundo que no tienen un papel que le permita operar legalmente. Al mismo tiempo los Estados nacionales se pasaron los años de la ola neoliberal reconociendo (o haciendo la vista gorda) las movidas empresariales que fueron concentrando los medios de difusión en cada vez menos manos.
Lo paradójico de la situación es que cuando hubo y hay problemas, son las radios comunitarias las que estuvieron presentes. Por citar casos recientes, ante el desastre en Haití y Chile con los terremotos de comienzos de 2010, el golpe de Estado en Honduras y en Paraguay, y los intentos de golpe en Venezuela y Ecuador fueron las radios comunitarias las primeras en responder a las necesidades. Cuando se trata de la defensa de las lenguas originarias, defensa del ambiente, reconocimiento de derechos de las minorías, las radios están ahí, las personas que hacen las radios están ahí, son parte de los acontecimientos, no meros observadores. No existe neutralidad en estos medios de comunicación.
El tiempo pasa y las radios que permanecen son la mejor respuesta a esas acusaciones sin fundamento. Existen muchos buenos ejemplos en América Latina y Caribe de estas experiencias que ganaron legitimidad con producciones de excelente nivel, que suman audiencias participativas dispuestas a defender a estos verdaderos medios de comunicación a los que consideran propios. Entre las radios asociadas a las redes de comunicación alternativa en la región, encontramos experiencias que llevan entre veinte y cincuenta años construyendo otra comunicación. En muchos casos esas radios comenzaron a transmitir sin permisos pero con derechos.
Las radios comunitarias tienen más de 60 años de vida en América Latina. Nacieron en los años 40, en Bolivia, impulsadas por los mineros que necesitaban medios de comunicación propios para organizarse, defender sus derechos, escuchar sus voces. Y por la misma época surgieron en Colombia impulsadas por curas católicos progresistas para alfabetizar. Luego fueron naciendo radios insurgentes en Centroamérica, participativas en Brasil, educativas en los países andinos, comunitarias en el Cono Sur. En la medida en que la ciudadanía reconoce el derecho humano a la comunicación, más radios y otros medios surgen. Son importantes porque expresan una mirada que no es la del Estado o los gobiernos ni la de las empresas comerciales que tienen medios para vender zapatillas o celulares.
Ese cambio de paradigma se expresó en la práctica de las radios comunitarias argentinas que ejercieron el derecho a comunicar y crearon condiciones para el debate y aprobación de una ley de servicios de comunicación democrática que es ejemplo para otros países de la región (Ecuador, Brasil, México) donde en este momento se están discutiendo leyes que sean herramientas de defensa y promoción de una nueva comunicación.
Un recurso para democratizar la vida política en todo el país
Por Modesto Emilio Guerrero. periodista
internacional@miradasalsur.com
Venezuela
Uno de los aportes culturales y políticos más originales, y menos conocidos, del proceso venezolano, es la aparición del fenómeno de medios comunitarios. El carácter mediático del golpe de 2002 es una de las causas de su origen. Tuvieron un rol protagónico en la visibilización de los golpistas y de su inmediata derrota en 47 horas.
No existe una sociedad latinoamericana en la que los medios comunitarios, o alternativos, tengan la fuerza de inserción social que viven en Venezuela. Esto, que es muy bueno para ese país, es una deuda urgente para el resto del continente. Medido por su relación directa con la sociedad, ningún sistema de medios, sea estatal o privado, democratiza más que el comunitario.
Según las registradoras de lecturas de medios periodísticos, de Google y Alexa, uno de esos medios, el diario Aporrea, ocupa el lugar N° 49 en la lista de medios periodísticos del planeta, leídos por la red internet. Es la segunda fuente de información en Venezuela, detrás de Noticias24, y el primer espacio de información y opinión del mundo bolivariano dentro y fuera del país. Los ministerios, Miraflores, los cuarteles y las embajadas usan a Aporrea como su fuente de información.
Ese dato es suficiente para expresar un cambio en la vida política y la cultura periodística del país. Aporrea no es de papel, ni comercial-capitalista, pero tampoco se rige por el aparato de Estado, aunque colabore con él en la defensa de las conquistas de la revolución bolivariana.
De allí la correcta demanda de los medios comunitarios de hacer una reforma urgente de la Ley de Servicios de Telecomunicaciones, que les otorgue por lo menos el 33% del espacio radioeléctrico.
Un informe elaborado por la ex directora nacional de Medios, Sofía Viloria, mostró un mapa sorprendente. Tras la derrota del golpe aparecieron 1.136 medios de expresión organizada de distinto formato. A los dos años quedaban menos de la mitad, pero expresaron la respuesta política de masas al golpe y la liberación cultural de una parte de la sociedad venezolana. Ese fenómeno se consolidó en una veintena de medios comunitarios con arraigo de masas y un sistema nacional que los agrupa e identifica y unos 500 medios que conforman un mapa periodístico nuevo.
El 5 de abril de 2012, se conformó el Sistema Nacional de Medios Comunitarios y Alternativos Fabricio Ojeda, que convive con el sistema de medios privados y el del Estado.
En el último censo de medios se contabilizaron 530 medio comunitarios, 16 del Estado y unos 240 dedicados al lucro desde el sector privado.
El reconocido intelectual venezolano, Luis Brito García, miembro del Consejo de Estado, llamó la atención sobre esa contradicción: a mayor tiempo del proceso, más medios del enemigo.
Esta verdad debe ser configurada. En el mismo tiempo, los estatales y los comunitarios crecieron más en cantidad y calidad, y en el país se está conformando una nueva estructura de opinión pública. El Estado pasó de 2 a 16, los comunitarios de 5 a 530.
El campo, muchas fábricas y barrios confirman esa novedad social. Allí donde los medios comunitarios son dominantes sobre los privados, el chavismo nunca baja del 60% en votos. El Estado y las empresas privadas de medios de Venezuela abandonaron el campo desde los 60. La causa es que era “poco rentable”. El costo lo están pagando ahora. Las radios comunitarias son las orientadoras de su nueva opinión pública. El resultado político es que el chavismo nunca baja sus votos del 60% promedio en cada elección desde 2000.
Esto es menor en las fábricas, pero no hay fábrica bajo control obrero, o puestas en cogestión, que no cuente con una emisora de radio.
Un informe elaborado por la agencia estatal AVN, emitido el 15 de abril de 2012, registra 247 FM comunitarias y 38 TV comunitarias en el país.
El estudio de la ex directora de Medios, Sofía Vilora, cuenta que las 284 radioemisoras y canales de televisión comunitarios cubren unas 600 parroquias y barrios, sobre un mapa de unos 200 municipios del territorio nacional, o sea, alrededor del 60% de los municipios del país.
En Venezuela funcionan 25 circuitos radiales, subsistemas de emisoras de radio construidas desde los 40, repotenciadas desde 1960. Cada circuito contiene dos o más emisoras asociadas. En total se calculan unas 430 emisoras funcionando en 20 Estados y territorios autónomos. La mayoría son de la derecha.
En la ciudad Capital, 45 medios alternativos lograron alguna incidencia social segmentada por parroquias y barrios. De ese total, nueve emisoras de radio cuentan con amplio alcance.
Casi todos los medios comunitarios, especialmente los mejores y más establecidos en franjas de la población, nacieron entre 2001 y 2005. Por lo menos 11 de los 16 medios gubernamentales aparecieron desde el año 2004 en adelante, o sea, cuando más del 80% de los medios comunitarios ya existían.
Aporrea es un dato principal de ese proceso. Ernesto Villegas, actual ministro de Información, dijo en abril de 2012 que “quien no ha leído Aporrea, solo ha leído la mitad de la verdad”. Ese piropo refleja un aspecto clave de la actual vida social venezolana. En ese medio la información “en crudo” se renueva en espacio de minutos, además de ser el espejo nacional de las opiniones del movimiento bolivariano. Allí radica su credibilidad y su éxito. El presidente Hugo Chávez expresó muchas veces en televisión que Aporrea funcionaba como un regulador del gobierno.
Su crecimiento fue inusitado. En 2009 era leído cada día por unas 40 mil personas, en forma directa. En 2013 cuenta con un poco más de 240 mil lectores cada 24 horas, según el contador Alexa.com
Los comunitarios participan como factor organizador central en los simulacros militares de defensa desde 2008. Y desde 2003 estimularon el desarrollo de los comités de usuarios de medios de comunicación, organismos vecinales de regulación de contenidos. En 2009 funcionaron 1.110 comités de usuarios, aunque luego fueron menos.
Brasil es el cuarto país más peligroso para los periodistas
Por José Manuel Rambla. Otramérica
internacional@miradasalsur.com
Las amenazas y asesinatos de periodistas han encendido la luz de alarma en Brasil. Según los datos del Comité para la Protección de los Periodistas (CPJ, por sus siglas en inglés), el gran coloso emergente de América Latina también es el cuarto país más peligroso del mundo para ejercer el periodismo, solo superado en este ranking por Siria, Somalia y Pakistán. Cuatro periodistas fueron asesinados en el país en 2012. Desde 1992, ya son 24.
Para analizar este deterioro de la situación, se reunía esta semana en Brasilia el Grupo de Trabajo sobre los Derechos Humanos de los Profesionales del Periodismo, organismo creado el año pasado ligado al Consejo de Defensa de los Derechos de las Personas Humanas (Cdph). El objetivo de sus trece miembros es elaborar un diagnóstico de la situación y proponer las medidas necesarias de actuación. Para ello tienen seis meses de trabajo por delante y el análisis de unos 50 expedientes, en su mayoría relativos a amenazas a periodistas que investigaban presuntos casos de corrupción.
Entre los casos analizados por el grupo están los de Mario Randolfo Marcos Lopes y Décio Sá, dos de los periodistas asesinados en 2012. Ambos comparten el mismo perfil de vulnerabilidad que caracteriza a la mayoría de las víctimas registradas: desempeño del trabajo en localidades relativamente pequeñas y ejercicio del periodismo a través de blogs independientes, sin la cobertura de los grandes medios.
Randolfo trabajaba en el pequeño municipio de Vassouras, en el estado de Río de Janeiro. Allí había fundado la web Vassouras na Net desde donde denunciaba numerosas actuaciones de funcionarios corruptos. Una de sus más destacadas investigaciones fue la existencia de una supuesta red de sicarios vinculada a un ex responsable policial. El periodista sufrió el primer ataque en julio de 2011, cuando un pistolero entró en la redacción donde trabajaba y le disparó un tiro en la cabeza. Sin embargo, tras permanecer tres días en coma, Randolfo sobrevivió a un atentando por el que ninguna persona llegó a ser detenida.
Los autores materiales e intelectuales del asesinato de Décio Sá, por el contrario, sí fueron detenidos. En este caso, el hecho de que Sá trabajase también en un periódico de gran tirada en el estado de Maranhão sirvió para dar mayor trascendencia mediática a su muerte. Sin embargo, no fue su trabajo en el diario O Estado do Maranhão, propiedad de la todopoderosa familia del presidente del Senado, José Sarney, el que provocó la reacción de sus asesinos. Sus investigaciones más comprometidas eran difundidas en el Blog de Décio, blog independiente que fundó en 2006. Serían sus exclusivas sobre el asesinato de un empresario local a manos de una red de prestamistas con lazos en el gobierno y la policía lo que le pondría en el punto de mira.
Sá cayó asesinado a tiros en la terraza del bar Estrela do Mar, de São Luis, en la noche del pasado 23 de abril. En junio eran detenidoscomo responsables del crimen José Alencar y su hijo Glaucio, líderes del grupo de prestamistas investigado por el periodista, así como otras cinco personas, entre ellas un capitán de policía.
Pero las amenazas no son el único problema que tienen que afrontar los periodistas brasileños. De hecho, según Reporteros Sin Fronteras, el país ha perdido 41 posiciones en el ranking de libertad de expresión, pasando a ocupar el puesto 108 en una lista de 179 países. A la violencia, se le suma una sutil “censura judicial” provocada por las querellas interpuestas contra periodistas por supuestos ataques a la privacidad, que en la práctica suponen cortapisas al ejercicio profesional. Según las estimaciones realizadas por CPJ, durante el pasado año los tribunales brasileños dictaron 191 órdenes obligando a eliminar contenidos publicados, generando así, a a juicio de muchos periodistas, una auténtica “inseguridad legal”.
03/03/13 Miradas al Sur
GB
PEIRODISMO RESISTENTE
Periodismo resistente en una región caliente
Por Diego M. Vidal
internacional@miradasalsur.com
La contra hegemonía mediática.
Nacidos en los años 70 y 80, bajo las dictaduras que oscurecían el Cono Sur latinoamericano, los medios alternativos de comunicación tuvieron una etapa floreciente en tiempos de recuperación democrática pero, contrario sensu, también fueron momentos de mayor persecución y promulgación de normas regulatorias para cercenarles la existencia, mientras las grandes corporaciones se expandían y configuraban un mapa de monopolización de la palabra y la imagen, con los que jaquean aún hoy a los gobiernos surgidos de la voluntad popular.
Con la llegada de gobiernos revolucionarios y progresistas en los albores del siglo XXI, la democratización de la palabra y la información no ocupó un lugar primordial en las agendas de estas nuevas administraciones, pero la coyuntura impulsará ese debate al centro de la escena cuando desde las grandes empresas periodísticas comienzan a ocupar abiertamente el lugar de la oposición política e incluso promueven abiertamente la destitución de gobernantes. “Hace unos meses, Manuel Zelaya me decía: mira, en lo que va del siglo ya son siete los golpes de Estado en América Latina y, atrás de todos, la operación mediática”, acota el filósofo mexicano Fernando Buen Abad.
El caso de la República Bolivariana de Venezuela es paradigmático de cómo se ejerce ese poder, cuando los medios masivos, con Globovisión y Venevisión a la cabeza, participaron sin disimulo en el “apagón informativo” que buscó encubrir la asonada empresarial-militar contra Hugo Chávez en abril de 2002 y presentarlo como una renuncia del mandatario. Desde entonces, tras su regreso al Palacio de Miraflores, Chávez promovió la creación de un sistema de medios que contrapesara esa capacidad de manipulación de la opinión pública. Según la Comisión Nacional de Telecomunicaciones (Conatel), en sólo cuatro años (mayo 2002 - abril 2006) se habilitaron 193 medios radioeléctricos: 126 emisoras y 27 canales de televisión. En el 2005 fue sancionada la Ley de Responsabilidad Social en Radio y Televisión, una suerte de código ético sobre el tratamiento informativo, y en noviembre del 2012, la Asamblea Nacional dio media sanción al anteproyecto de Ley de Medios Comunitarios y Alternativos que espera ver la luz durante el 2013.
Actualmente existen “más de 500 medios comunitarios, algunos con raíz social y fuerza política”, detalla el periodista venezolano Modesto Emilio Guerrero. “Además se conformó un real sistema de medios públicos estatales con cinco televisoras estatales, tres diarios y siete redes de emisoras radiales”, puntualiza el autor de Medios y poder en Venezuela. ¿Las corporaciones han perdido influencia en la opinión pública venezolana? “Ellos perdieron una parte, entre un 40 y 50% de la opinión pública que controlaron por más de medio siglo”, responde Guerrero y agrega que “ese universo se lo reparten ahora los medios públicos y los comunitarios. Pero ellos siguen siendo mayoritarios en el espectro radioeléctrico y en la cantidad de medios a escala nacional, sumando los nacionales con los regionales.
El chavismo avanzó más en lo cualitativo que en la cantidad. Si no avanzó más se debe a que, en su conjunto, no logra que sus medios sean más democráticos y de mayor calidad que los medios del enemigo. Las quejas y reclamos que no aparecen en los medios públicos son absorbidos por los privados. La novedad en Venezuela es que los medios públicos son comunitarios, o sea, visibilizan las voces de los pobres y sus organizaciones, el Estado los apoya con recursos y equipos, por eso son más de medio millar en todo el país. En el campo y en zonas de varias ciudades son un poder social.
Aporrea.org es el verdadero fenómeno: no es de papel, ni comercial ni estatal, y se convirtió en el medio chavista más leído del país, sólo superado por Noticias 24, un medio web de la burguesía”
Aun cuando en la región el horizonte promete, el camino para alcanzarlo tiene más espinas que rosas para los medios alternativos y comunitarios. Rafael Correa ha intentado, infructuosamente, que el Congreso ecuatoriano apruebe la ley de comunicación donde se establezcan las bases de cumplimiento del precepto constitucional estipulado en la renovada Carta Magna el 28 de septiembre del 2008 y que garantice el derecho a la comunicación y la información. Correa, reelecto de forma contundente en los últimos comicios y con mayoría parlamentaria, insistirá para que esta norma entre en vigencia y que la libertad de prensa no sea de uso exclusivo de las ocho familias que detentan el control de los medios más importantes de Ecuador.
De todos modos, en tanto la legislación retoma el lento tránsito del parlamento, la ministra Rosa Mireya Cárdenas anunció que se acaban de poner al aire catorce nuevas estaciones de radios (de las 54 que proponen instalar hasta 2015) a través de la Red de Medios Comunitarios de la Secretaría de Pueblos, Movimientos Sociales y Participación Social y enlaza las zonas más distantes de Ecuador con la Radio Pública nacional. Con la entrega de consolas de audio, micrófonos y transmisores a comunidades originarias, buscan que las voces de estos pueblos, que transmiten en lengua nativa, no queden marginadas del espectro radiofónico del cual el 90% se encuentra en manos privadas. Una vez aprobada la ley, las frecuencias deberán distribuirse entre públicas, comunitarias y privadas en un 33% cada una.
Si bien Bolivia reseña la mayor antigüedad en la creación de medios comunitarios (en 1949 los mineros ponen al aire Radio Minera), esta experiencia mengua en los años 80 por “la declinación de la minería y el achicamiento del sindicato”, reseña el ingeniero Eduardo Schmidt, de la Fundación de Investigaciones Sociales y Políticas (FISyP). Con la conformación del Estado plurinacional y una nueva Constitución, el presidente Evo Morales logra promulgar en 2008 la Ley general de Telecomunicaciones, Tecnologías de Información y Comunicación que reparte el espacio radioeléctrico en 33% para el Estado, el mismo porcentual a los privados, y para comunitarios, pueblos indígenas campesinos y comunidades interculturales y afrobolivianas un 17% cada uno.
La Asociación de Radios Comunitarias de Bolivia (Aprac-Bolivia) agrupa a unas 30 emisoras ubicadas en zonas rurales, emiten en aymará-castellano, quechua-castellano o guaraní-castellano y su premisa es “informar, educar y transmitir conocimientos, incidiendo en políticas nacionales, para el desarrollo integral de las etnias y comunidades originarias del país para integrarlas y crear lazos de identidad”. Aunque se autofinancian con pequeños anuncios y mensajes, reciben el apoyo de la Dirección Nacional de Comunicación del Gobierno. Esta política ha sido destacada por la representación boliviana de la Asociación Mundial de Radios Comunitarias (Amarc) y recuerda que mediante convenios entre el Estado y organizaciones de la sociedad civil en sólo “dos años se consiguió sanear el uso de frecuencias de por lo menos 17 radioemisoras de la zona rural andina”
Como Bolivia, Brasil ha tenido un temprano surgimiento de la participación comunitaria en la comunicación en los 60 con el programa de alfabetización de Paulo Freire en el norte del país. “La unión entre la Teología de la Liberación y la pedagogía de Freire tendrá su máxima expresión en el desarrollo de las Comunidades Eclesiales de Base en Brasil. El protagonismo conseguido por las radios comunitarias en Brasil, en particular en zonas de alto nivel de analfabetismo, ha sido significativo”, explica Schmidt en su trabajo para Clacso “Nuevas tecnologías y medios alternativos en América Latina”. Pero son los campesinos del movimiento Sin Tierra quienes potencian esa herramienta como forma de visibilizar sus problemas. En la actualidad, “en las periferias urbanas de muchas ciudades proliferan medios de los sectores populares, sobre todo radios comunitarias y periódicos barriales, pero también se han ido estableciendo, en el imaginario popular, espacios de encuentro como plazas o centros sociales”, subraya el periodista uruguayo Raúl Zibechi. No obstante ese desarrollo, la sociedad brasileña se encuentra en una fuerte disputa por democratizar el acceso y difusión de la información.
Entre el 14 y el 17 de diciembre de 2009, se realizó en Brasilia la Conferencia Nacional de Comunicación (Confecom), de la cual surgieron más de 600 propuestas de legislación sobre el tema. Iniciativas que se fueron diluyendo hasta ahora bajo la presión que los poderosos multimedios vienen ejerciendo sobre la presidenta Dilma Rousseff para que no sean tenidos en cuenta.
Un estudio realizado por el capítulo Brasil de Amarc, y publicado por su agencia informativa Pulsar, da cuenta de la inequidad comunicacional del “gigante sudamericano”. Su coordinador João Malerba considera que “la legislación en radios comunitarias de Brasil es la peor de la región” y de acuerdo a “la investigación comparativa, las normativas de Brasil y Chile en comunicación comunitaria son las que más infringen los patrones internacionales de libertad de expresión en la región”. En contraposición a estas críticas, el Ministerio de Comunicación acaba de abrir la convocatoria para las “organizaciones interesadas en la creación de una radio comunitaria en los municipios que no cuentan con ese tipo de emisora” en 40 ciudades de cuatro Estados. El organismo público busca establecer al menos una emisora por prefectura en todo el territorio nacional antes de finalizar 2013.
El 14 de noviembre del 2011, el Senado de Uruguay aprobó la normativa que insta al Estado a “promover y garantizar la existencia de radios y televisoras comunitarias”. Es en ese marco que las autoridades uruguayas han formalizado por primera vez en su historia el otorgamiento de seis licencias de frecuencias radiales de ese tipo. Si bien la regularización que promueve la Ley 18.322 data del 2007, recién se normalizaron un centenar de emisoras de las 412 relevadas en un censo del 2008. De estas cien, la Unidad Reguladora de Servicios de Comunicación estableció que son “53 FM comunitarias administradas por particulares y 81 FM comunitarias administradas por el Ministerio de Educación”. En ese contexto regulatorio, la deuda sin saldar del gobierno de José Mujica en la materia continúa siendo la presentación de un proyecto de ley de servicios de comunicación audiovisual, que el propio Mujica anunció hace poco más de un año atrás. Quizás un adelanto sea el decreto firmado por el Pepe el último día de diciembre pasado, mediante el cual se limita la cantidad de abonados que pueden tener los operadores de TV por cable y que estipula en un máximo del 25% del total de hogares y un 35% por localidad, para evitar la concentración del sector.
Durante la realización del “II Taller Internacional sobre las redes sociales y los medios alternativos, nuevos escenarios de la comunicación política en el ámbito digital”, llevado a cabo en La Habana entre el 11 y el 13 de febrero últimos, se concluyó sobre la importancia del acceso a la tecnología 2.0 como medio de comunicar las diferentes realidades y romper el cerco informativo de las multinacionales periodísticas. “Las corporaciones de medios, a pesar de las altas sumas de financiamiento externo, no han podido derrotar a los gobiernos más comprometidos de la región. Pero sí debilitar a las sociedades mediante la desinformación y los entretenimientos”, resaltó en su balance del encuentro la corresponsal de La Jornada, Stella Calloni. En ese sentido, los participantes de América Latina, Europa, Asia y África encontraron un punto en común: la brecha tecnológica es la nueva limitación de los comunicadores alternativos en la era digital ante al desafío de construir una nueva forma de informar frente a la monopolización del mensaje de los medios hegemónicos. Las movilizaciones convocadas por internet el 15 de febrero de 2003, contra la invasión a Irak por parte de Estados Unidos, congregó a más de 800 millones de personas en todo el mundo, fue uno de los ejemplos de cómo el ciberespacio puede fungir de plataforma de divulgación, socialización y convocatoria.
En Latinoamérica, una de las experiencias primigenias en el uso de la red virtual ha sido el sitio La Minga Informativa de Movimientos Sociales (www.movimientos.org). Este portal y su boletín de noticias PasaLaVoz es pionero en el uso de las tecnologías de la información y las comunicaciones, para propagar el “quehacer de los movimientos sociales del continente y su calendario de acciones” y elaborar así “una agenda social en comunicación”. Una práctica que ha “permitido el apoderamiento de la sociedad frente a los monopolios mediáticos”, asegura Ignacio Ramonte, director de Le Monde Diplomatique español, “nunca había sido tan fácil ser periodista como hoy”, añade.
Los alternativos son medios, no fines
Por Eduardo J. Vior
internacional@miradasalsur.com
Debate. La polémica sobre qué es lo alternativo en materia de medios de comunicación sigue abierta y va más allá de la caracterización que los define casi de manera exclusiva por su oposición al poder.
Las encendidas protestas que acompañaron las primeras escalas de la gira de la bloguera disidente cubana Yoani Sánchez por Brasil reavivaron las discusiones sobre el carácter de los medios alternativos en la política actual, ya que el espectro de los medios alternativos de comunicación en América Latina se ha modificado profundamente en los últimos diez años.
Las últimas décadas acentuaron la concentración de los medios latinoamericanos en las manos de un reducido número de megagrupos, ayudada por la convergencia de sistemas, redes y plataformas de producción, transmisión y recepción de datos, imágenes y sonidos. En América Latina faltan mecanismos de regulación de los flujos audiovisuales y de capital. Las políticas públicas inconsistentes o inexistentes y la inercia regulatoria dejaron a los Estados sin protagonismo en las áreas de la información, el entretenimiento y las telecomunicaciones. Las privatizaciones y desregulaciones neoliberales de los años 80 y 90 favorecieron la constitución de verdaderos latifundios mediáticos. De este modo corporaciones transnacionales adquirieron acciones de medios locales y/o cerraron acuerdos con grupos multimedia regionales que les dieron el control del mercado audiovisual en el continente. Para los cuatro mayores conglomerados latinoamericanos (Globo de Brasil, Televisa de México, Cisneros de Venezuela y Clarín de Argentina), estos acuerdos ofrecen la posibilidad de entrecruzar negocios y establecer alianzas con los actores internacionales de mayor peso. Contra esta extrema concentración del mercado mediático en América Latina se alzan los llamados medios de comunicación alternativos.
No hay acuerdo sobre la definición de comunicación alternativa. ¿Qué es lo alternativo? ¿Está determinado por los contenidos, los instrumentos, la emisión, la voluntad de cambio o la oposición al poder, etc.? En general, se caracteriza la comunicación alternativa por su oposición al poder y su intento de construir una comunicación contrahegemónica. Sin embargo, esta caracterización ya no es precisa. La imprecisión conceptual ha propiciado que en muchas ocasiones se haya repetido el esquema paternalista y la inorganicidad de estas experiencias les ha restado fuerza y eficacia.
Los medios alternativos aparecen a veces como dudosos y/o tendenciosos. En su afán de ocupar fajas de mercado caen a menudo en el sensacionalismo. Al estar vinculados a procesos regionales y/o a movimientos sociales, tienen la ventaja de su autenticidad, pero muchas veces parcializan su óptica. Contra esta reducción localista en los últimos años se han emprendido ingentes esfuerzos para agrupar y construir redes que hagan posible arribar a conclusiones más generales. Al mismo tiempo, en la medida en que crecen, estos medios tienden a profesionalizarse y a captar mayores fondos que les permitan funcionar. Por esta vía se “sistematizan”, vinculándose con fuentes de financiamiento y formación privadas, fundaciones y/o con sus respectivos Estados. Así se relativiza su “alternatividad”.
Estos medios también dependen de tener públicos afines. Cuando éstos se modifican, los medios alternativos deben adaptarse o perder su público. En ambos casos dejan de ser totalmente “alternativos”. Según los países del continente, sus trayectorias son diferentes, aunque con rasgos comunes.
En Brasil, como en el resto del continente, pueden rastrearse ejemplos de medios alternativos desde la época colonial, pero la etapa más rica de los medios alternativos brasileños parece haber sido la de la dictadura, entre 1964 y 1985. A pesar de la represión, algunos periódicos de la gran prensa resistían a la censura, pero, al dictarse el Acto Institucional N° 5 en diciembre de 1968, aumentó la represión y surgieron los medios alternativos. Ésa fue la época del mejor periodismo brasileño. Con el movimiento por las elecciones presidenciales directas en 1983/85 y el advenimiento de la democracia, la prensa alternativa entró en crisis. Hoy hay en Brasil una difundida escena bloguera y unas pocas radios alternativas, pero diez familias controlan los medios.
En Bolivia, por su parte, se dio un precedente heroico en 1949, cuando se fundó la radio del sindicato minero que llegó a formar una red de 26 emisoras. Esta experiencia fue pionera, pero se redujo en los 80 con la declinación de la minería. Luego del triunfo de la Revolución Cubana se crea Prensa Latina con el objeto de dar amplia cobertura a las noticias cubanas y latinoamericanas. Durante la dictadura argentina de 1976-83, en tanto, Rodolfo Walsh desde la Agencia de Noticias Clandestina (Ancla) fomenta un trabajo combinado de contrainformación y de inteligencia. Durante el periodo de la revolución sandinista se impulsó el Movimiento de Reporteros Obreros con talleres de capacitación para comunicadores populares en las áreas rurales de Nicaragua. El movimiento zapatista, en tanto, es uno de los pioneros en el uso estratégico de internet como medio de difusión de sus luchas y también para mostrar otra versión “desde adentro” del levantamiento del 1/1/94. En Argentina, luego del estallido del 20 y 21 de diciembre de 2001, se potenció el uso de internet y numerosas movilizaciones y acciones políticas fueron coordinadas desde este medio. En ese sentido se constituyó el Foro de Medios Alternativos (Fodema) y posteriormente la Red Nacional de Medios Alternativos (Rnma), con una intervención destacada en la campaña nacional para la elaboración y aprobación de la Ley de Medios Audiovisuales en 2009.
En América Latina el ejemplo más avanzado en la conformación de un canal de TV alternativo es Telesur, sociedad multiestatal con participación mayoritaria de Venezuela. Desde su origen está concebido como un medio para la integración. Lo alimenta una red de colaboradores de cada país, con 24 horas de programación, que se transmite por enlace satelital desde Caracas. La política editorial es dictada por la Junta Directiva. En la producción de la programación del canal participan organizaciones sociales, canales nacionales, regionales, universitarios, comunitarios y productores independientes. Su consejo asesor independiente está integrado por prestigiosos intelectuales y activistas de diferentes países.
Finalmente cabe considerar la creciente escena bloguera. Los participantes en el “II Taller Internacional sobre las redes sociales y los medios alternativos, nuevos escenarios de la comunicación política en el ámbito digital”, efectuado en La Habana del 11 al 13 de febrero pasados, dieron una declaración reclamando la democratización de internet, proponiendo el desarrollo de redes continentales, así como solicitando de los gobiernos reformistas y revolucionarios de la región que impulsen la integración digital y asuman la defensa de las producciones continentales contra la ciberguerra de EE.UU.
Los movimientos sociales y la comunicación alternativa han encontrado con las nuevas tecnologías caminos de intervención contra el poder hegemónico. Sin embargo, la accesibilidad a internet es todavía escasa en el continente, falta utilizar mejor las tecnologías para conformar identidades más democráticas, coordinar y dar orientación a los medios alternativos, asegurar su financiamiento manteniendo su independencia y modificar los regímenes jurídicos favorables a los medios concentrados.
La consolidación de los procesos de cambio en América Latina replantea la discusión sobre los medios alternativos. Nadie es “alternativo” de una vez y para siempre. Tanto los regímenes conservadores como los reformistas aspiran al control y a la cooptación de los medios, para aumentar su legitimidad. Tampoco ser independiente del poder político puede ser un fin en sí mismo. Sin embargo, los gobiernos democráticos tienen una responsabilidad mayor en asegurar la independencia de los medios, no sólo de sí mismos sino también de los grandes poderes económicos.
Una discusión definitoria del futuro que todavía no ha empezado a darse ampliamente en América Latina se da sobre la regulación de internet. Ni nuestros Estados ni mucho menos los medios de comunicación alternativos están en condiciones de dar esa discusión exitosamente, si no construyen amplias coaliciones nacionales e internacionales. Ahí, otra vez, ser alternativo no puede implicar el aislamiento, sino ser parte independiente de un movimiento mayor de transformación social y cultural.
GB
UN VIOLIN UNA BANDERA UN PUEBLO POR JORGE GILES.
Un violín, una bandera, un pueblo
Por Jorge Giles
jgiles@miradasalsur.com
Habló Cristina y se movió el tablero político y una buena parte de la Argentina, la mayoría quizá, se largó a cantar esperanzada.
Como viene sucediendo en los últimos años, lejos de ser una letanía del tradicional protocolo que exige la Constitución, los discursos de Néstor y Cristina en cada Apertura de las Sesiones del Congreso marcan los tiempos, la agenda y el territorio por donde va la vida y el destino de los argentinos.
Los procesos políticos se destacan por sus transformaciones o sus debilidades; por sus fortalezas o sus cobardías; por sus arrojos o sus posibilismos.
Es ésta una manera de distinguir la impronta política y cultural de un gobierno.
Otra manera de identificar a un gobierno es diferenciando la sonrisa de la mueca, la repetición de la creatividad, la música del aullido.
Por ejemplo: cuando se descubrió en el Salón de Pasos Perdidos una de las banderas que Dardo Cabo y sus compañeros de la Operación Cóndor hicieran flamear en las Malvinas, comprendimos definitivamente que la causa de nuestra soberanía y el rescate de la militancia juvenil en cualquier tiempo y lugar, constituyen partes de la fortaleza del modelo que preside y lidera la Presidenta de la Nación.
Y cuando arrancó la Sesión con el violín del joven Facundo Nolasco tocando el Himno Nacional, supimos que la belleza, la creatividad y la alegría son una expresión vital del proyecto de país que gobierna desde el 2003.
En un mensaje que duró aproximadamente 3 horas y 45 minutos, Cristina abordó todo el horizonte de su gestión de gobierno y además, brindó agudos comentarios y análisis sobre la realidad argentina.
Largo sería enumerar los conceptos abordados.
Arrancó subrayando la importancia de cumplirse en el 2013, 30 años de democracia y 10 años de este proyecto de país en el gobierno.
Desarrollo y crecimiento son las palabras que signan esta etapa que protagonizamos, señaló al reafirmar que ésta fue una década ganada por el pueblo.
Hablaba del desarrollo laboral y el crecimiento con inclusión social como la contracara absoluta del modelo neoliberal que en los noventa logró un crecimiento en la macroeconomía a costas de una injusta y cruel exclusión social.
Por eso se entiende que el mejor salario mínimo de América latina sea el argentino, así como se entiende la baja constante de la desocupación.
El crecimiento industrial, la dignificación del haber jubilatorio, con el 94% de las personas cubiertas por el sistema de cobertura social y el 1.443% de aumento recibido por los jubilados desde el 2003 cuando asumió Kirchner, son consecuencia de un modelo que reconstruyó el mercado interno de consumo.
Demostró que son 3 millones y medio los niños beneficiados por la Asignación Universal por Hijo. Habló del Plan Conectar Igualdad que este año alcanzará la meta de las 3 millones y medio de computadoras entregadas. Hechas en la Argentina, además. Habló del Plan Federal de Viviendas, con un millón de ellas a finalizar este año y del Plan PRO-Crear que fortalece la construcción y la mejora de las viviendas. Abordó casi todas las áreas de gobierno exponiendo las políticas de Salud, Desarrollo Social, Educación, Turismo, Ciencia y Técnica, Trabajo, Seguridad y Relaciones Exteriores.
Dejó para el final revelaciones más que interesantes y dramáticas de las Causas vinculadas a las voladuras de la Embajada de Israel y particularmente de la AMIA y dio testimonio de su trabajo como legisladora.
Pero lo que quizá sea el broche de oro de su mensaje fue la reafirmación de su convicción de democratizar el Poder Judicial a través de la elección ciudadana del Consejo de la Magistratura, la transparencia de quienes integran ese Poder de la república y la cantidad y cualidad de los expedientes y otros proyectos afines que enviará a la brevedad al Congreso para su tratamiento parlamentario.
Todo indica que, más pronto que tarde, se terminará el oscurantismo judicial.
Es necesario agudizar los sentidos para entender que la Presidenta no le quitó mérito alguno a los profesionales del derecho en cualquier ámbito donde impartan justicia. Lo que les quita sí es su condición de exclusivos propietarios del terreno judicial. Democratizar la Justicia, desde esta perspectiva, es hacerla más humana, más cercana a la sociedad, es negarle el carácter de señores feudales a los jueces que así se creen, es en definitiva, legitimar la Justicia desde la propia Justicia, en armonía con una ciudadanía plenamente democrática.
Hubo otro recinto afuera, en la Plaza del Congreso y sus alrededores. Fueron miles las personas que se movilizaron hasta allí para escuchar y acompañar a la Presidenta de los argentinos. La amplia mayoría de ellos, jóvenes que llegaron muy temprano desde distintas provincias nutriendo las columnas de La Cámpora y otras organizaciones kirchneristas y agrupaciones aliadas.
Quienes pudieron ingresar hasta las gradas del Congreso vivaron a Cristina a la par que lo hacían sus compañeros afuera.
No es este un dato de color. Es toda una definición de la etapa política que hoy vive el país. Porque la participación militante y protagónica de la juventud y los trabajadores hace a la vitalidad y la trascendencia social de un proyecto que gobierna. El peronismo siempre fue, en tanto movimiento nacional y popular, un parte aguas para el país conservador y dependiente. Y cuando no lo fue, el peronismo corrió el riesgo de convertirse él en conservador.
Vale destacar la presencia de las Madres en los palcos y la mención especial que le dedicara la Presidenta a Hebe de Bonafini en un par de tramos de su discurso.
Y hete aquí el dato singular: nombró a Hebe, no para mencionar los juicios a los genocidas de la dictadura, sino para hablar del PAMI actual, de la salud de los jubilados, de sus haberes dignificados constantemente.
Como si la historia empezara a cerrar un círculo y a abrir otro en ese diálogo entre la Presidenta y Hebe.
Y vaya si es comprensible que lo nuevo nazca del pañuelo de una Madre.
03/03/13 Miradas al Sur
GB
sábado, 2 de marzo de 2013
UN CUENTO DE MEMPO GIARDINELLI
Viernes batata podrida
Por Mempo Giardinelli
El que no tenga imaginación
que se corte la mano, que no escriba.
Juan Filloy
Debo confesar que aunque este relato ha sido laboriosa, pacientemente reescrito muchas veces, ninguna de las versiones que resultaron fue de mi agrado. Ni siquiera ésta. Sucede que, como dice Lindsay E. Caldler, algunas veces los escritores nos damos por vencidos, abandonamos la empresa de seguir corrigiendo y presentamos la obra tal cual está, acaso disconformes con nosotros mismos, desazonados, porque sabemos cuán imprescindible es el conocimiento público de ciertas historias que, aunque parecen fantásticas, no lo son. Y si bien no es mi costumbre referir hechos que puedan ser sospechados, ni siquiera mínimamente, de excesivamente imaginativos, lo que me ocurrió el 18 de agosto del año pasado fue —lo creo de veras— lo suficientemente impactante como para que la redacción de este relato (una inquietante tarea en la que empleé los últimos diez meses) me haya resultado absolutamente necesaria, no sólo para dejar un testimonio sino también para que quienes lean esto lo tomen como una advertencia, pues la vida —lo he aprendido— no es ni un largo día ni una larga noche, ni un sueño feliz o infeliz, sino un tenebroso e inmensurable pequeño universo en el que hasta lo más inverosímil puede ser factible.
No quiero parecer, sin embargo, demasiado enigmático. Los hombres misteriosos —afirma también Caldler— siempre tienen, además de misterio, graves conflictos íntimos que no saben resolver y que los llevan, irremediablemente, a alguna rara forma, conocida o no, de demencia. Quizá, ahora lo pienso, ése sea mi destino. En todo caso, si es que estoy atravesando aquello que los juristas llaman “intervalos lúcidos”, quiero apresurarme a concluir esta narración, que fecharé cuidadosamente pues ya estamos en junio y, además de que en este preciso instante recibo datos fehacientes de que es exiguo el tiempo que me queda, tengo la sospecha de que sólo es definitivo lo que envejece, no lo que muere.
Aquel viernes 18 de agosto mi vida cambió radicalmente y para siempre (si es que lo eterno existe, y tengo razones para creer que sí). Abandonar el calorcito de la cama, por la mañana, fue una tortura cruel pero necesaria, como los partos. Miré el reloj al pasar hacia el baño y supe que disponía del tiempo justo para estar en la revista alrededor de la una. (Debo decir, previamente, que entonces trabajaba como redactor en un conocido semanario porteño). Me había despertado luego de una pesadilla, como me ocurría habitualmente, en la que un infinito y devastador ejército de hormigas me acorralaba en algún lugar anaranjado, en medio de un silencio sólo quebrado por el gorjeo de un canario y, mientras una a una trepaban por mi cuerpo, mis gritos eran desesperantemente sordos.
Aunque yo sabía que se trataba de un sueño y que lo había soñado, antes, muchas veces, igualmente me dolían los pinzazos de las hormigas, intentaba una inútil defensa y al final, desfalleciente, echaba a correr espantándolas a manotazos. Muchas otras madrugadas me había despertado llorando, sudoroso y arañado, en el otro ambiente de mi pequeño departamento; pero esa mañana, curiosamente, a la pesadilla la sucedió un sueño liviano, transparente y descansado.
Me llamó la atención que el agua de la ducha saliera apenas tibia. Supuse que estaban arreglando alguna cañería del edificio y que Julio, el portero, había apagado las calderas. Fui a la cocina, puse a calentar el café de la noche anterior y volví rápidamente para aprovechar el último calor del agua. Cuando terminé de enjabonarme, súbitamente se afinaron los chorritos de la lluvia. Manoteé la llave de paso y la abrí hasta el máximo, pero no obtuve otro resultado que el silencio posterior a un par de gotas retrasadas. Sentí como si de repente me hubiera abrazado un hombre de las nieves, al mismo tiempo que desde la cocina me llegaba el ruido característico de cuando el café hervido sobrepasa los bordes de la cafetera, la tapa cae al piso y el líquido, desbordado, apaga el fuego.
Salí de la bañera maldiciendo, pasmado, y entonces me di cuenta de que la toalla estaba en el balcón, ventilándose. Tiritando, corrí hacia el dormitorio para buscar otra, lo que fue una imprudencia porque en el pasillo resbalé y sólo la oportuna estirada de un brazo evitó que me reventara un ojo contra la manija de la puerta de la cocina. Con el codo dolorido y una repentina sensación de náusea, abrí el cajón donde guardaba las toallas. No había ninguna.
Me acordé del gas y fui a apagarlo. Contemplé el desolador espectáculo de un rico café desparramado y toda la cocina salpicada, mientras el abrazo del yeti se tornaba paralizante, el jabón comenzaba a secarse y yo me sentía como un chico al que un grandote de catorce le quita un sángüiche en el recreo y se lo come mirándolo, desafiante, a los ojos. Volví al baño y me sequé con la toalla de manos.
—¿Qué me pasa? —le pregunté a nadie, mientras entraba al dormitorio, me sentaba en la cama y miraba a mi alrededor presintiendo que cualquier cosa, en cualquier momento, podría atacarme. Estaba nervioso, incomprensiblemente torpe, y me resultaba evidente que un paulatino miedo crecía dentro de mí, indomable, irracional; era como si alguna extraña fuerza comenzara, casi imperceptiblemente, a dirigir hechos y objetos en mi contra. Intenté meditar serenamente, pero me sentía perturbado por completo; sacudí la cabeza, como para ahuyentar algunas absurdas ideas terroríficas, de esas que suelen acosarnos en momentos de desasosiego, y empecé a vestirme rápida, mecánicamente.
Tampoco entonces me faltaron contratiempos: no encontré una sola media sana, la única camisa que tenía todos los botones estaba calamitosamente sucia, se me rompieron los cordones de las botas y, al agacharme a buscar los mocasines, se me descosió el pantalón en la entrepierna. Me quedé así, con la cabeza hacia abajo, mirando la oscuridad debajo de la cama y traté nuevamente de tranquilizarme. Me incorporé lentamente, en una clara actitud defensiva, y busqué los cigarrillos en la mesa de luz. Habían desaparecido, aunque yo recordaba que ahí los había depositado la noche anterior.
Consideré seriamente la posibilidad de llamar a la revista y decir que estaba enfermo —me quedaría todo el día en la cama, leyendo—, pero me acordé de mi promesa de acompañar esa tarde a Soriano a ver una reposición de La General, de Buster Keaton, en el San Martín, y de que el maniático de Serra seguramente me estaría esperando en la redacción con un horrible informe para traducir en seis carillas, catorce líneas y cinco espacios.
—Salváme, hermanito, sólo vos podés hacerlo.
A todos les decía lo mismo, Serra.
—No, no voy a ir —me dije—. Una cosa es la mufa en casa y otra arriesgarme a que este viernes sea una batata podrida.
Sin embargo, me animé a salir. Suele ocurrirme: tomo una decisión y luego hago lo contrario. A mucha gente le pasa; después no saben explicárselo, es cierto, pero no se detienen a pensarlo demasiado, quizá porque la gente nunca piensa demasiado.
Debí sortear otros inconvenientes antes de llegar a la calle: el olvido de las llaves sobre la mesa, lo que me obligó a reclamarle el duplicado a Julio, quien estaba almorzando y se quejó groseramente porque para él es sagrado que nadie toque el timbre de su departamento después de las doce; y la insólita, infrecuente descompostura del ascensor, debido a lo cual tuve que bajar los siete pisos por la escalera. El frío, afuera, era sencillamente aterrador y, mientras caminaba, la falta de sobretodo me pareció una verdadera, exasperante injusticia social.
Maldije mi sueldo y decidí que la gente que cree que el periodismo es una profesión envidiable está irrecuperablemente loca.
Tomé el 94. Se trata, como cualquiera sabe, de la línea que menos pasajeros transporta en todo Buenos Aires (una suerte de oasis en el que uno siempre encuentra un asiento desocupado y hasta puede extender cómodamente un diario sin molestar al ocasional acompañante). Bueno, ese viernes, extrañamente, todo el mundo parecía haberse puesto de acuerdo en abordar el mismo 94 que yo.
No quiero exagerar, pero debo decir que viajé prácticamente colgado del pasamanos;
que una anciana me insultó porque supuso que le falté el respeto (aunque me disculpé por lo que fuera se enojó más, de modo que se ganó la solidaridad del chofer, quien opinó que yo era un barbudo asqueroso y amenazó con detener el micro para darme una paliza, cosa que hubiera logrado sin mucho esfuerzo, a juzgar por su tamaño); que después la anciana me aplicó un certero bastonazo en las costillas y que, cuando descendí, me salvé por muy poco de ser arrollado por un camión de reparto de gaseosas aunque no alcancé a evitar una violenta caída contra el cordón de la vereda, de lo que resultó —casi parece obvio aclararlo— una enorme desgarradura de mi pantalón que permitió que se vieran mis calzoncillos.
Me quedé en la esquina, invadido por una súbita tristeza, cubriéndome, pudoroso, sintiendo cómo la angustia me oprimía la garganta, deseoso de llorar pero imposibilitado de hacerlo. Alguien me dijo, alguna vez, que eso ocurre cuando la propia soberbia, inconscientemente, comienza a admitir que la omnipotencia no es sino una velada forma de impotencia; es como cuando uno ha estado cuarenta horas sin dormir, llega a su casa, se acuesta dispuesto a no levantarse jamás y justo en ese momento suena el teléfono y es una tía que tiene mil años que llama para ver cómo estás y seguramente no sabés lo que les pasó a Antoñito y a la tía Josefina; y después, cuando a uno ya no le importa resultar grosero y la tía colgó indudablemente ofendida, el portero viene a traer una carta de un acreedor que promete accionar judicialmente; y cuando se va el portero suenan tres timbrazos confianzudos y es el señor del cuarto, que vende vinos El Marinero, mire vecino pruébelo sin compromiso yo sé lo que le digo es un vinazo bárbaro, y nos ensarta una damajuana que uno paga con tal que el tipo se vaya; y al final, cuando uno descolgó el teléfono y juró no atender la puerta así vengan para un allanamiento, repara en ese goteo infame, agresivo, de la canilla del baño que retumba como el tam-tam de un bombo y que seguramente no nos permitirá conciliar el sueño.
Detuve un taxi y emprendí el regreso. No pienso describir los detalles del choque, en Santa Fe y Canning; sólo diré que me golpeé violentamente la cabeza contra la puerta y que una lluvia de vidrios se me incrustó en la cara. Sangrante y furioso al mismo tiempo, maldije la imprudencia del chofer y, conmocionado e incapaz de controlarme, eché a correr hacia mi departamento.
Debo haber brindado un llamativo espectáculo de sangre chorreante, con los calzoncillos a la vista y blasfemando en voz alta. No recuerdo qué sucedió a mi alrededor a lo largo de esas cinco cuadras. Sólo sé que tuve que subir los siete pisos por la escalera, sintiéndome moralmente quebrado, y que entre el tercero y el cuarto me detuve a llorar hasta que alguien me puso una mano sobre el hombro y me preguntó qué le pasa amigo, pero yo corrí escaleras arriba, tropecé, me partí un labio, se me aflojó un diente, escupí muchísima sangre y entré a mi departamento como perseguido por una bruja en una noche de aquelarre y me eché sobre la cama, boca abajo, desahuciado. No sé cuánto tiempo transcurrió hasta que llegó Aliana, la novia del pibe Mauricio.
Creo, sin embargo, que me quedé dormido un buen rato. Estuve soñando —o pensando, si es que no dormí— con la muerte o algo parecido; era como una perentoria necesidad, una especie de diluvio universal privado: me veía a mí mismo arrastrado por las aguas de un río desbordado, a la deriva, flotando agitadamente como esas vacas hinchadas que se desplazan a favor de la corriente durante las inundaciones, hasta que pasaba frente a una montaña azul, plagada de policías que me apuntaban con picanas, y en ese momento un alud de piedras se desprendía y me sepultaba. No sé muy bien cómo era aquella muerte, pero de algo estoy seguro: tras el sueño o lo que fuera empecé a considerar, repentinamente fatalista, que me quedaba poco tiempo, que en cualquier momento ocurrirían graves sucesos. Ahora pienso que todo eso fue premonitorio.
D
ebo decir, en este punto, que si bien no me gusta lo que llevo escrito —como lo anticipé, ninguna versión de este relato ha logrado convencerme, y acaso ésta sea la peor, si se toman en cuenta las diversas formas literarias que utilizo, además de la lentitud manifiesta y en cierto modo premeditada que le impongo a su desarrollo— no es menos cierto que ya no podré seguir practicando estilos. Ya no estoy en condiciones de desperdiciar oportunidades.
—Hola —dijo Aliana, mirándome desde el pasillo.
La besé en la mejilla, la hice pasar, me preguntó cómo estaba y se lo dije.
Miró a su alrededor detenidamente, como quien participa de una visita guiada al Vaticano. Yo sabía que le gustaba mi departamento. “Un lindo bulincito”, había definido el día que la conocí, cuando el pibe Mauricio la trajo con la misma naturalidad con que llevaba su agenda bajo el brazo, cinco meses atrás. Aliana y yo, inmediatamente, habíamos establecido una especie de código secreto, producto de una mutua atracción; una suerte de mudo entendimiento que tras una decena de encuentros sólo se expresaba en miradas furtivas.
—Yo también estoy mal. Me peleé con Mauricio. Me tiene podrida.
—Qué pasó.
—No sé muy bien; es difícil de explicar.
Sin embargo lo hizo, aunque yo no podía dejar de mirarle las piernas, de carnes firmes, inmejorablemente torneadas, ni el suéter rojo que apareció cuando se quitó el tapado y que era tan ajustado que resultaba incapaz de evitar que yo pensara en un par de ubres pequeñas, redondas y duras; ni tampoco su rostro de labios gruesos y húmedos, mirada entre inocente y pecaminosa y esa mueca de insatisfacción permanente, impropia en una adolescente de dieciocho años, que tanto me excitaba. Imaginé que mi suerte cambiaba, pues la ocasión era óptima: seguramente debería escuchar sus penas amorosas y su desconsolado llanto, en solemne silencio, y luego haría lo imposible por comprenderla y transmitirle mi calidez y mi ternura, hasta que finalmente, sin saber cómo, nos encontraríamos en la cama. Recordé a Mauricio, a quien quería entrañablemente, como a un hermano menor; me fastidiaba la certeza de que tarde o temprano terminaría traicionándolo (quizá por eso nunca había intentado seducir a Aliana), pero reconocí que si se presentaba la posibilidad lo haría sin que se me moviera un pelo.
En cierto modo, sucedió lo que había previsto: ella lloró sobre mi hombro, yo la comprendí como Jesucristo al mundo, de la ternura pasamos a la pasión, casi imperceptiblemente, y nos abrazamos con tanta fuerza como si temiéramos caernos del planeta.
Supongo que entonces cometí la torpeza de pretender que el burro caminara delante de la zanahoria, no, por favor, dijo ella en mi oído, con su voz ronca, sensual, y yo le pregunté no qué, no quiero, dejáme, no quiero, repitió separándose hábilmente mientras me miraba con una expresión que no supe si era de desprecio, desilusión o miedo. Entonces recogió su tapado y salió dando un portazo. La espié por la mirilla y vi cómo se introducía en el ascensor, repentinamente arreglado para ella. Pensé lanzarme escaleras abajo para detenerla, pero en ese momento llamaron por teléfono. Era la voz de Aliana. Me dijo que estaba con Mauricio en La Perla del Once, que iban al cine, que me invitaban.
Corté la comunicación sin decir una palabra, arranqué furiosamente el cable del enchufe, desesperado, me puse un saco y salí, sintiendo un miedo atroz, insultando a la oscuridad de la escalera porque el ascensor continuaba descompuesto, golpeándome contra las paredes, tropezando y gimoteando, sin importarme el nuevo olvido de las llaves del departamento y jurándome que no me volvería loco, carajo, viernes de mierda, viernes batata podrida.
Afuera, la noche parecía robada a la Patagonia. El viento jugueteaba con la llovizna que abrillantaba los adoquines sobre los que viboreaban los fugaces destellos de las luces de los autos. Entré a ese horrible bar que hay en Santa Fe y Serrano, para tomar un café y hablar por teléfono con alguien. Necesitaba hacerlo, pedir ayuda, que no me dejaran solo. Había tres personas en fila frente al único aparato que funcionaba: un hombre maduro aseguró que el domingo se podría ir al Tigre, ya que el tiempo mejoraría porque se lo había prometido a su mujer y a los chicos; un muchacho con la cara plagada de unos granos que parecían garbanzos reventados insistió vanamente para que ella saliera con él esa noche, y después se alejó, fastidiado; la señora que me precedía informó al médico sobre la evolución de la gripe de la nena durante casi quince minutos. Cuando llegó mi turno, me di cuenta de que no tenía monedas.
En la barra, un jovencito que hablaba con acento norteño me sirvió un café y me cambió un billete. Cuando volví al teléfono, atropellé a un grandote que tomaba vino, el que se derramó prolijamente sobre su camisa. Me insultó mientras yo me alejaba pensando que siempre he sido un pacifista incapaz de responder a los que insultan a la gente, quizá por cobardía, quizá porque pienso que la gente necesita aligerar su rabia agrediendo a los demás. Eso le hace bien.
Tanto Llosa como Soriano tenían sus líneas ocupadas. Decidí esperar en la puerta que da a Santa Fe, mirando la lluvia que arreciaba, los micros repletos de gente y, detrás de la estatua de Garibaldi, la oscuridad de los predios de la Sociedad Rural.
Me pareció escuchar el rugido de un león en el zoológico. Me juré que, de haber estado abiertas las puertas, habría entrado para acurrucarme a su lado. Pensé en Silvia, en su presencia todavía tan cercana, tan dolorosa, y la imaginé en brazos de otro. Me sentía como un fulbac que hace un gol en contra sobre la hora, en un clásico igualado cero a cero, y me convencí de que necesitaba verlo a Soriano, para emborracharnos juntos con ginebra; él me diría que las rubias de ojos azules son lo único capaz de destruir al mundo, yo estaría de acuerdo y a lo mejor lloraríamos abrazados.
Volví al teléfono. Soriano estaba terminando de comer una pizza.
—Y después me voy al cine con la China.
—Bueno, no te preocupes.
—Estás muy jodido, ¿no?
—Siempre estamos jodidos, Gordo.
Después llamé a lo de Llosa. Había salido y no sabían a qué hora regresaría. Entonces decidí ir al centro, a caminar por Corrientes, a mirar tras las ventanas a toda esa gente absurda del Politeama, del La Paz, los Suárez o los Pipos.
Compré la Sexta y trepé a un 12 cuyo chofer parecía haberse divorciado media hora antes; tenía una sonrisa como la de Doris Day, dialogaba amablemente con todos y sólo faltaba que convidara cigarrillos a cada pasajero. Lo envidié durante unos segundos, hasta que me di cuenta de que en realidad me deprimía; intenté concentrarme en la lectura, pero las noticias me parecieron conocidas, como si ya las hubiese leído antes: una serie de atentados en Córdoba, Tucumán y el Gran Buenos Aires, una declaración del gobierno en contra de la violencia, el ascenso de siete generales, un nuevo anuncio del Viejo, desde Madrid, asegurando que a fin de año estaría de regreso, todo matizado con nuevas bombas en el Ulster, las eternas negociaciones en Medio Oriente y los avances del Vietcong. Cerré el diario, observé al chofer y sentí pena por el mundo. Varias cuadras después, descubrí que no era más que una artimaña para olvidar la pena que sentía por mí mismo.
Caminé un rato al azar, entré a un restaurante y comí medio plato de ravioles con manteca, desganadamente, y bebí un litro de vino, antes de emprender el regreso, desesperado porque el tiempo no pasaba, caprichosamente detenido, y porque a pesar del dolor de mis costillas, mi labio y mi diente, no estaba cansado.
Me detuve en tres bares, a lo largo del camino, y perdí la cuenta de las ginebras que tomé. Empleé casi una hora y media en volver a Santa Fe y Serrano, donde el jovencito de acento norteño me sirvió un generoso trago de caña. Para entonces ya me sentía lo suficientemente mareado como para pensar que sólo se trataba de un mal día.
—Después todo volverá a la normalidad —me dije.
—La normalidad es la mierda que somos —me contestó, como si yo hubiera hablado en voz alta, un hombrecito que se acodaba en la barra y hacía ingentes esfuerzos por mantener la verticalidad de su cabeza.
Empezamos a conversar. Creo que los dos nos reconocimos lo suficientemente solos como para valorar ese momento compartido. Yo ansiaba dialogar, encontrar respuestas, confiar lo que me pasaba (aunque no lo sabía muy bien) a cualquiera dispuesto a escucharme. Ese es el inconveniente de las conversaciones entre borrachos: cada uno se duele tanto de la propia amargura que no escucha al otro; y cada uno necesita hablar, no que le hablen. Al menos, todos los borrachos que he conocido —y me incluyo— se han mostrado expansivos aunque habitualmente no lo fueran.
El hombrecito y yo, como es fácil imaginarlo, nos las arreglamos para comunicarnos —los individuos desinhibidos por el alcohol siempre lo logran— y bebimos juntos hasta la madrugada. Si bien yo me mantuve consciente de mis actos, juro que todavía hoy me pregunto en qué momento perdí al hombrecito, pues él desapareció súbitamente; estábamos juntos y después me encontré solo, así de sencillo, el hombrecito se me perdió como uno pierde un paraguas y no sabe dónde; uno sólo recuerda que lo llevaba y cuando se dio cuenta ya no lo llevaba. Lo cierto es que volví a mi departamento pensando que uno puede tener catorce conceptos más o menos claros en la cabeza, estar convencido de haber logrado establecer algunas verdades y de que hay un par de cosas inmutables en la vida, pero basta una pequeña sucesión de hechos concretos, alguna demostración de realidades, para que todo se venga abajo como una villa que erradica el ejército. Cuando, finalmente, llegué a casa —previa furia de Julio, quien me aseguró que él trabajaba todo el día como un animal, de modo que no le parecía justo que además tuviera que oficiar de mayordomo de los que estábamos acostumbrados a vivir en carpa y volvíamos borrachos— el hombrecito era apenas una referencia de lo desgraciados que éramos él, yo y todos los habitantes de esta ciudad.
Me senté en el banquito de la cocina, fumé varios cigarrillos y después comí dos bananas ennegrecidas que encontré en la heladera. Me dolía la cabeza como si Cassius Clay se hubiera convencido de que yo era el enemigo número uno de los musulmanes negros y hubiera usado mi cara como púchinbol, y me sentía agobiadoramente solo y abandonado. Eructé con fuerza, me sequé una baba que se deslizaba por mi barba e intenté ponerme de pie. En ese momento escuché el suspiro en el dormitorio.
Tambaleante, salí de la cocina y me dirigí al otro ambiente. Aliana estaba acostada sobre mi cama, desnuda, durmiendo plácidamente. Fue una de las visiones más excitantes que he apreciado en mi vida: no me atrevería a describir sus pechos, sus caderas y la inigualable línea de sus piernas, sin advertir previamente que mi descripción jamás resultaría eficaz.
Me quedé, incrédulo, recostado contra la jamba de la puerta, mirando cómo el dormitorio comenzaba a girar, primero lentamente, después con mayor velocidad y finalmente a un ritmo vertiginoso que me hizo temer que Aliana se perdiera en el torbellino. De repente, yo suponía que ella podía cubrir el vacío de Silvia; suponía, ingenuo, que el amor era una simple cuestión de nombres y reemplazos. Cosa de borracho. Pero el temor se ensanchó como los giros del dormitorio y yo, desesperado, me lancé a correr detrás de Aliana, tropecé un par de veces, caí, rodé por el piso, logré incorporarme y la alcancé.
Trepé a la cama, acezante, y la abracé. Pero entonces descubrí el vacío sobre las sábanas y el pelo castaño y brilloso de Aliana se convirtió en el lomo de una rata gorda, grasienta y pegajosa que huyó de mi mano, saltó sobre sí misma y contraatacó lanzándome dentelladas, mientras yo corría, despavorido, hacia el comedor, gritando con todas mis fuerzas, vomitando una pasta viscosa. La rata me seguía, beligerante, inmensa, hasta que consiguió arrinconarme en una esquina en la que empecé a pedirle perdón, perdón por lo que fuera, pero era inútil, de modo que no pude hacer otra cosa que abrir la puerta que daba al balcón y al gélido frío de la noche. Un segundo después, consciente de que estaba en el límite entre la locura y la razón, decidí arrojarme. Sólo recuerdo el viento, un golpe y la exacta, irrefutable noción que tuve de la muerte.
No me es posible explicar lo que sucedió después; sólo tengo presente la mañana en que me desperté con un terrible dolor de cabeza, que se me pasó luego de un largo y acongojado llanto que no intenté contener. Desde entonces, he procurado redactar esta historia pero, como dije al principio, ninguna versión me pareció verdaderamente fiel. Quiero agregar, nada más, que no he vuelto a ver a mis amigos —no los he llamado, es cierto, pero tampoco me consta que ellos lo hayan hecho—, no supe más de Aliana y ni siquiera he salido de este departamento. Y digo que seguramente ésta es la última versión de este relato, pues hace como una hora que cuatro peones de una empresa de mudanzas están llevándose mis pocos muebles y profiriendo soeces comentarios acerca de la suciedad y las manchas de sangre que hay en todos los ambientes. Pero eso no es lo peor; lo que me resulta francamente intolerable es que me ignoren y no me respondan cuando les pregunto qué voy a hacer de ahora en adelante.
[De Cuentos completos, Seix Barral, 1999]
EL AHOGO FINANCIERO YANQUI
El divorcio político ahoga a Estados Unidos
Por Yolanda Monge - Washington | El País
Que la última reunión mantenida por la mañana para evitarlo durase menos de una hora dio la pauta de lo que estaba por llegar cuando el presidente compareció luego ante la prensa para calificar de “tontos” y “arbitrarios” los recortes automáticos al presupuesto federal –conocidos como ‘secuestro’– por un total de 85.000 millones de dólares que debían de entrar en vigor a lo largo del día de hoy ante la incapacidad de un acuerdo entre la Casa Blanca y los legisladores de ambos partidos en el Congreso.
Desde el podio de la sala de prensa de la Casa Blanca, un combativo Barack Obama ha llegado a decir que él no era “un dictador”, sino “el presidente”, ante la insistencia de algunos reporteros de por qué no había hecho más –como por ejemplo, “encerrar a los líderes del Congreso en una sala hasta que hubiera acuerdo”, en boca de la periodista de CNN–. “Yo no puedo ordenar lo que hay que hacer, es un problema de responsabilidad de cada uno”, ha explicado Obama informando que no iba a dictar al servicio secreto que bloquease la puerta de salida a nadie. “No puedo forzar al Congreso a que haga lo correcto”, ha proseguido Obama bromeando que no tenía el poder mental del Jedi.
El presidente ha culpado a los republicanos y así quedaba cerrado el cruce de acusaciones que había abierto minutos antes el líder de la Cámara, el republicano John Boehner –la culpa es del presidente por “insistir en que el aumento de los impuestos a las rentas más altas sea parte del acuerdo”-. Utilizando su habitual ‘déjenme ser claro’, Obama ha asegurado que nada de lo que estaba pasando era “necesario”. “Ocurre lo que ocurre porque así lo han decidido los republicanos del Congreso. No deberíamos de estar haciendo recortes tontos y arbitrarios”.
Creado en julio de 2011 por políticos desesperados en Washington durante la negociación del techo de la deuda de aquel verano –de aquellos polvos vienen estos lodos- para obligarse a encontrar una solución inteligente a los recortes –¡¿quién pensaba que se llegaría hasta aquí sin acuerdo?!–, el famoso ‘secuestro’ se convirtió ayer en parte de la ley del país hasta el 27 de marzo, día en que el Gobierno se queda sin fondos y podría entrar en bancarrota –otra fecha que se puso a última hora en febrero dilatando una crisis que agota a todo el mundo y a la que no se ve final–.
“No podemos seguir gestionando el país mes a mes, crisis a crisis, debemos solucionar el tema del presupuesto para los próximos meses y los próximos años”, ha dicho el presidente. “Con esto no gana nadie”, ha proseguido Obama en su comparecencia. “Esto es una pérdida para el pueblo norteamericano”. La letanía ha seguido y seguido y no ha parado hasta que el presidente decidió que había que bajar una nota el catastrofismo y ha anunciado que lo que estaba por venir no era “el apocalipsis”, como ha dicho “alguna gente”. “Es tonto y va a hacer daño. Va a dañar a individuos en particular y a la economía en general”, ha informado el mandatario, que ha advertido de que la falta de acuerdo supondrá la destrucción de 750.000 empleos y costará un punto al crecimiento del país. “Puede que personas como Michael Bloomberg no noten la reducción de fondos, pero este fin de semana, cuando se marchen los legisladores del Congreso, el personal de seguridad y de limpieza sí van a empezar a sufrirla". Boehner ha tomado un avión tras finalizar la reunión de la mañana rumbo a su casa en Ohio y una vez más quedaba escenificada la inmensa brecha entre republicanos y demócratas a la hora de conjugar el modelo de sociedad que desean para EEUU.
El principal escollo de las negociaciones está en que los republicanos consideran que el gasto del Gobierno es excesivo y hay que recortarlo más, mientras los demócratas persiguen una reforma fiscal para aumentar los ingresos del Estado a la que los conservadores se oponen. “La discusión sobre los ingresos, en mi opinión, ha terminado. Se trata de asumir el problema del gasto”, explicó a los periodistas Boehner, al término de la reunión de la mañana con Obama.
Cansado de la ingobernabilidad a la que el manejo partidista de los presupuestos del país a conducido el país, Obama ha dejado saber que “la reducción del déficit es parte importante de nuestra agenda, pero no la única”. El presidente ha prometido que “el estancamiento político” en torno al tema presupuestario no va a impedir que siga trabajando con los republicanos en otras áreas, como el control de armas y la reforma migratoria.
Por primera vez desde la anterior crisis de final de año, el presidente se reunía esta mañana con los cuatro líderes del Congreso –Boehner; el líder de la mayoría en el Senado, Harry Reid; la líder de la minoría en la Cámara, Nancy Pelosi; y Mitch McConnell, líder de la minoría en el Senado-. Pero el solo hecho de que el encuentro se programase para el mismo día en que los recortes debían de entrar en vigor –y con la mitad del Congreso ya de fin de semana- no podía hablar más claro de lo que iba a pasar. Adelante ‘secuestro’, pase hasta el fondo, nadie lo quiere y sin embargo aquí está.
Todas las claves del ‘secuestro’
EE UU acordó reducir su presupuesto federal en 1,2 billones de dólares durante la próxima década.
¿Por qué el ‘secuestro’?
La Constitución de Estados Unidos exige al presidente enviar su propuesta de los presupuestos federales cada año al Congreso, que deberá ratificarlos en forma de ley. Si carece de mayoría en el Congreso, el partido en el poder, debe ponerse de acuerdo con la oposición para sacarlos adelante. En la actualidad, la Casa Blanca necesita un pacto con el Partido Republicano, que dispone sólo de la mayoría en la Cámara de Representantes.
La falta de consenso llevó en 2011 a crear la figura del ‘secuestro’ como medida de presión: recortes automáticos por valor de 1,2 billones de dólares. La Administración Obama accedió pensando que la cifra obligaría a los republicanos a negociar, pero no ha sido así.
¿Cuándo empiezan los recortes?
Obama tenía que firmar este viernes la orden para autorizar los recortes automáticos de 85.000 millones de dólares en programas repartidos en varias áreas, desde educación a defensa o sanidad. En total, las arcas federales deberán gastar 100.000 millones de dólares menos este 2013, entre el 8% y el 9% del presupuesto federal. Esto se podrá evitar si demócratas y republicanos alcanzan un nuevo acuerdo. La fecha límite es el 27 de marzo, cuando está previsto que el Gobierno agote su financiación.
¿Cuáles son las áreas más afectadas?
Más de la mitad de la reducción del presupuesto, un total de 55.000 millones de dólares, deberá acometerse en el Departamento de Defensa. Esto no afectará directamente al salario de los miembros del Ejército, aunque sí eliminará algunos de los beneficios de los que disponen, como pólizas de seguro o planes de pensiones. Según el presidente, el ‘secuestro’ ya ha impedido la flota de un portaaviones hacia el Golfo Pérsico por temor a no poder financiar el total de la misión.
El resto será aplicado a la sanidad, con un recorte de 11.000 millones de dólares en el programa Medicare, que cubre los gastos médicos de personas de la tercera edad; 1.600 millones de dólares para investigación en el Instituto Nacional de Salud y más de 300 millones del Centro de Prevención y Control de Enfermedades. El sistema público de becas para estudiantes perderá 725 millones de dólares y, en total, el gobierno estima que desaparecerán 750.000 puestos de trabajo vinculados al funcionamiento de la administración.
¿Qué Estados perderán más dinero?
Dado que la mayoría de los recortes afectan al Departamento de Defensa, aquellos Estados donde están situadas las bases militares, así como el Pentágono, sufrirán antes el impacto del ‘secuestro’. En la Base de Pearl Harbor, Hawai, pueden desaparecer los empleos de 19.000 profesionales, según advirtió el gobernador del Estado.
La reducción de la parte del presupuesto que cada uno de los Estados recibe de las arcas federales y que permite subcontratar servicios a terceras empresas también obligará a destruir puestos de empleo. Según un estudio realizado por el Centro Pew, los Estados más afectados, teniendo en cuenta la relación entre la reducción de ayudas y su PIB, serán Dakota del Sur, Illinois, Georgia, Tejas y Tennessee. En otros, como Ohio, el ‘secuestro’ podría poner en peligro el trabajo de 350 profesores y su atención a 43.000 alumnos, de acuerdo con datos de la Casa Blanca.
¿Cuál es la solución?
El presidente Obama quiere aprobar un nuevo presupuesto antes del 27 de marzo, cuando está previsto que el Gobierno agote su financiación. Miembros de ambos partidos han declarado estos días que confían en alcanzar un acuerdo que logre reducir el presupuesto federal en cantidades similares a las que impone el ‘secuestro’, pero mientras que los demócratas quieren conseguirlo incrementando los impuestos de los ciudadanos con mayor nivel de ingresos, los republicanos apuestan por recortes a los programas públicos del gobierno.
El País
GB
MISERIAS DE LA CRIMINOLOGIA MEDIATICA
Miserias de la criminología mediática
Por Ricardo Ragendorfer
La espectacularidad se mantuvo por la filiación del automovilista: Pablo García, hijo de Eduardo Aliverti.
Esas imágenes tomadas a casi 100 metros de distancia poseían una confusa vocación narrativa. De hecho, no era imposible confundirlas con las de la serie norteamericana CSI: Crime Scene Investigation: peritos con chalecos de la Policía Científica revoloteando en torno a un auto celeste, bajo la mirada de funcionarios judiciales y testigos. ¿Buscaban pistas de algún asesino serial? No era así. En realidad, se trataba de la pesquisa sobre un accidente de tránsito. El trabajo de los especialistas –que transcurrió durante la tarde del 26 de febrero en una calle de tierra aledaña a la Comisaría 5ª de Pilar– fue televisado en vivo por todas las señales de noticias, en medio de una notable expectativa. Desde las pantallas no se hablaba de otra cosa. Lo cierto es que el asunto había tenido un promisorio despertar ante la opinión pública y un no menos significativo desarrollo.
La primera información acerca de la muerte del vigilador Reinaldo Rodas, cuya bicicleta fue embestida desde atrás por un Peugeot 504 en la madrugada del 17 de febrero, se refería a un conductor anónimo que atravesó 18 kilómetros de la autopista Panamericana, hasta el peaje de Tortuguitas, con el cadáver sobre el capó del vehículo. Y –al parecer– sin darse cuenta de ello. Sólo el carácter tétrico de semejante circunstancia justificaba su despliegue en la prensa. Con el paso de las horas, tal versión cayó en la nada. Pero la espectacularidad del caso se mantuvo al trascender la filiación del automovilista: Pablo García, hijo del periodista Eduardo Aliverti. En ese instante, el accidente en sí fue relegado a un segundo plano para dar paso a la construcción de un ogro público. Un ogro con más de un gramo de alcohol en la sangre, cuya responsabilidad en lo ocurrido también sería extensiva a su progenitor. La criminología mediática no perdona.
Ahora, en la tarde de aquel martes, mientras los peritos trabajaban sobre el auto celeste, los movileros competían con efímeras primicias: "García tenía vencido el registro", reveló el de TN. "El Peugeot estaba a nombre del propio Aliverti", acotaría el de C5N. Estas palabras bastaron para que el animador del segmento, Eduardo Feinmann hostigara a Aliverti sin piedad. Otros comunicadores lo imitarían con creces. En paralelo, una guardia fotográfica del diario Perfil acechaba en la puerta de su domicilio La criminología mediática había pasado a la acción. Y, como suele ocurrir en estos casos, muchas personalidades públicas no se privaron de expresar su opinión al respecto. Entre ellos, Mauricio Macri, quien aprovechó la ocasión para ponderar uno de los logros de su gestión: las bicisendas. "Nuestra idea fue que la gente se anime a ir en bicicleta sin miedo a sufrir un accidente fatal", dijo, con un tono increíblemente grave. Tal vez en ese instante su mente haya retrocedido hasta la madrugada del 5 de marzo de 1999.
En esa oportunidad, Macri –quien aún era presidente de Boca– regresaba de una fiesta organizada por un grupo de socios del club en la ciudad de Chacabuco, a 200 kilómetros de la Capital. Iba a bordo de un Peugeot 406 de su propiedad, junto al chofer Carlos Alberdi y los jugadores Martín Palermo y Diego Cagna. Los seguía el vehículo de la custodia.
Minutos antes de las dos de la mañana, Paula González, de 14 años, y Marta Grunewald, de 16, volvían a sus casas luego de salir de un local de comidas rápidas situado en la localidad de Moreno. En tales circunstancias, cruzaron en una bicicleta la Autopista del Oeste.
Macri, de pronto, pegó un grito. En ese preciso instante, la bicicleta cayó sobre el capot. Las astillas del parabrisas llovían sobre los ocupantes del auto. Y las dos adolescentes volaban hacia los costados.
Un testigo –el dueño de una pizzería cercana– aseguraría que Macri bajó del vehículo por la puerta del conductor.
Lo cierto es que, tras impartir breves instrucciones al chofer, partió junto a sus acompañantes en el rodado de los custodios. Alberdi, con una expresión demudada, quedó con las chicas que yacían sobre el pavimento.
Después se acercó el pizzero. Y Macri, ya en la Capital, se haría un chequeo médico en el Hospital Italiano.
En tanto, Marta y Paula fueron llevadas a un hospital de Moreno. La primera sólo tenía una fractura de pelvis; la otra agonizaba.
El chofer se hizo cargo del accidente.
El caso sería instruido por la fiscal de Mercedes, Miriam Rodríguez.
Por consejo de su padre, Mauricio visitó a las dos chicas internadas. Además se ofreció a costear los gastos médicos. Ello causaría una excelente impresión en la progenitora de Marta, quien no dudó en decir: "El señor es una buena persona, y le agradezco que haya venido para hablar conmigo. Mi hija me pide perdón a cada rato por haber andado en bicicleta en esa zona; ella sabía que no se podía."
A los dos días, Macri fue anoticiado sobre la muerte de Paula. Visiblemente afectado, voló a París para participar en una reunión de jóvenes sobresalientes.
A casi 14 años del trágico hecho, la doctora Rodríguez admitió que la causa fue archivada. "No hubo acusación", argumentaría.
–¿Es cierto –como dijo el testigo– que Macri era el que manejaba? –quiso saber Tiempo Argentino.
La respuesta fue:
–El testigo luego se desdijo.
Y la cuestión quedó en la nada.
Ya se sabe que, en algunos casos muy puntuales, la criminología mediática se declara incompetente.
Infonews
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