La mayor causa sobre crímenes de lesa humanidad, posiblemente de América Latina, que involucra nuevamente al genocida Bussi, a la mayor fosa de restos humanos hasta ahora descubierta y a la mayor cantidad de víctimas en un único juicio, se está desarrollando en Tucumán, en medio de bombos y cornetas de sectores solidarios con los acusados y de un preocupante silencio pasividad de los sectores identificados con los derechos humanos, con las leyes de nulidad y con la condena a los genocidas
Esto está ocurriendo en Tucumán, que fuera sede de los mayores ensayos y operativos represivos de la dictadura militar y, por tanto, la provincia proporcionalmente con mayor cantidad de desparecidos en aquel nefasto período de la historia nacional.
En un juicio anterior fue condenado Bussi. Finalmente falleció en un country, como la mayoría de los genocidas hasta ahora condenados. Ellos pasan sus últimos días en countries, rodeados de sus familiares, en condiciones opuestas a las de tortura y muerte clandestina de decenas de miles de argentinos que fueron sus víctimas.
La abogada de derechos humanos y encargada de la acusación en el Megajuicio, Laura Figueroa, está implorando ayuda para tener al menos una presencia que opaque los bombos y cornetas de la “barra” de los genocidas. Está pidiendo PRESENCIA DE MILITANTES Y EQUIPO DE SONIDO¡¡¡¡¡¡
Laura Figueroa ya sabe, además, de la morosidad de la justicia de la provincia y el dudoso posicionamiento de algunos de sus jueces en todo este período de juicios a represores, período tras el cual, lamentablemente, vimos a casi ninguno de ellos tras las rejas.
Este caso no debe incluirse en el marco de las confrontaciones político-partidarias. ESTE ES UN CASO TESTIGO DE ENORME TRASCENDENCIA PARA EL PAIS Y EL CONTINENTE EN LA CONDENA DE LOS CRÍMENES DE LESA HUMANIDAD.
No debiera depender de las agendas políticas, sino de la ideología y la ética que sientan banderas y educan socialmente para proteger a los pueblos de las acechanzas recurrentes de sus represores.
Sinceramente, creo que este Megajuicio tiene que figurar diariamente en la agenda de muchos medios, y también contar con el acompañamiento de organizaciones populares, de la militancia, de los derechos humanos, de las Madres y Abuelas, pues, si no generamos conciencia sobre el horror vivido, seremos cómplices del olvido y de una inexorable degradación de la bandera de los derechos humanos.
Juan Falú DNI 5.535.809
Juan Falú es hermano de Luis Falú, una de las víctimas de la dictadura.
El guitarrista tucumano Juan Falú se solidarizó con abogados querellantes, familiares de víctimas de la dictadura, testigos y sobrevivientes de centros clandestinos de detención que están participando del juicio Arsenales II - Jefatura II, conocido como Megacausa, y pidió apoyo para lograr mayor presencia de público afuera de la sala, "para tener al menos una presencia que opaque los bombos y cornetas de la barra de los genocidas".
"La mayor causa sobre crímenes de lesa humanidad, posiblemente de América Latina, que involucra nuevamente al genocida (fallecido, Antonio Domingo) Bussi, a la mayor fosa de restos humanos hasta ahora descubierta y a la mayor cantidad de víctimas en un único juicio, se está desarrollando en Tucumán, en medio de bombos y cornetas de sectores solidarios con los acusados y de un preocupante silencio pasividad de los sectores identificados con los derechos humanos, con las leyes de nulidad y con la condena a los genocidas", escribió Falú en su página de internet. Se trata, dijo el reconocido artista, de un caso testigo "de enorme trascendencia para el país y el continente en la condena de los crímenes de lesa humanidad". Juan Falú es hermano de Luis Falú, secuestrado y visto por testigos en el Arsenal Miguel de Azcuénaga, donde -según la acusación- fue ejecutado por orden de Bussi. LA GACETA©
GB
MEMORIA-VERDAD Y JUSTICIA.
JUICIO Y CASTIGO A LOS CULPABLES CIVICO-MILITARES.
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lunes, 26 de noviembre de 2012
MEGACAUSA EN TUCUMAN EN PELIGRO-ADHESION
Megacausa sobre el genocidio en Tucumán al borde del desamparo
domingo, 25 de noviembre de 2012
LA CONTINUIDAD DE CFK, OPINION
Paradojas de la continuidad
Por Luis Tonelli
Los dilemas de la movilización inorgánica luego del 8N, los problemas de la desagregación opositora y la opción oficialista por consolidar lo propio.
Las elecciones en Estados Unidos -así como las de Venezuela y, seguramente, las de Ecuador, en febrero- confirman una tendencia política: no es la oposición quien gana las elecciones; en todo caso, es el oficialismo quien las pierde. Claro que se trata de una tendencia sostenida por pocos casos (se sabe que la estadística es sólo posible en el imperio de la multitud). Siempre puede encontrar en su excepción, la regla. Por ejemplo, en Estados Unidos. Se ha hablado mucho de un final cabeza a cabeza entre Barack Obama y Mitt Romney que no se dio en los resultados, pero eso no es verdad. El peculiar sistema estadounidense premia con todos los delegados al Colegio Electoral de un Estado, aun cuando se haya ganado por un voto. De ahí que los resultados finales del Colegio Electoral (332 vs 206) sean mucho más abultados que lo que fue la contienda voto por voto tanto en términos generales (Obama aventajó a Romney por tres puntos) como en los estados críticos que decidieron la elección. La estrategia centrista del presidente dio sus frutos: el bipartidismo geométrico obamaniense, en su moderación, podrá haber defraudado a muchos de sus votantes, pero para ellos pudo más el temor a un Romney dominado por el extremista Tea Party. Y, además, Obama tuvo en el Huracán Sandy un gran aliado para convencer al electorado mediático, que reacciona puramente a los impulsos televisivos, ya que no sólo inundó la Tribeca, sino que borró de las pantallas planas al candidato conservador. Así, la crisis, en Estados Unidos, en Europa, engulle a los que son vistos como sus responsables, pero perdona a quienes fueron elegidos para salir de ella. Y por esas latitudes ganan los que apuestan a “purgar el sistema”, aunque esto signifique desempleo y recesión (por ejemplo, lo que sucedió en las elecciones griegas, en las que perdieron los que prometían salirse de la Comunidad Europea), y hasta son reconfirmados (Mariano Rajoy, en España). Quizás por eso, que no se cambia de caballo cuando se está a mitad de un río, y menos si se trata de un río revuelto. Moraleja: los electorados son “conservadores”, poco afectos a tomar riesgos. La Alianza ya se había tomado el helicóptero y las encuestas todavía indicaban que “la gente” seguía apoyando el “uno a uno”. Pese a todo, incluso las víctimas en los saqueos y de la represión en Plaza de Mayo. Los Modelos caen por peso propio, no por decisión de la ciudadanía. Es una lección amarga para los demócratas. Es un límite para la política. Es el Soberano quien desconfía de lo Nuevo y se aferra a lo Viejo. Nadie eligió al Neo-Liberalismo, sino a la Revolución Productiva prometida, pero cuando se instaló como sistema, perduró hasta que estalló en mil pedazos. Nadie eligió el default, la pesificación asimétrica, la devaluación brutal ni las retenciones. Ellas fueron decisiones tomadas al amparo del terror en la caída libre argentina. La “calle”, más que un actor de cambio fue un “catalizador de lo inevitable”. No fue el “piquete, cacerola, la lucha es una sola” quien puso fin a la Convertibilidad sino sus inconsistencias. Luego el problema económico trocó en problema de gobernabilidad. Y la solución al problema de la gobernabilidad, vino de la mano de la solución al problema económico (Kirchner). Endogeneidad, que le dicen. Una cosa refuerza a la otra. No por nada el 8N sucede cuando la economía argentina ha crecido casi cero y cuando la inflación no oficial se estima en más de 25 por ciento. El país no estalla -como pronosticó la Presidenta- pero sí cruje. El “diagnóstico” de esta Calle -caceroleros del 2001, sin los piqueteros del 2001; clase alta y clases medias sin clases populares- es también de “continuidad”: es el Gobierno, con “su estilo” el que está echando por la borda las posibilidades de retomar el crecimiento. Para esos sectores, la peculiar sobre-gobernabilidad cristinista afecta a la economía, y todo esto termina debilitando la gobernabilidad, en su conjunto. Paradojas argentinas. La respuesta de la presidenta Cristina Fernández de Kirchner es consecuente con su intuición de que con depredadores dotados para olfatear sangre rondando no se puede exhibir la más mínima herida, la más mínima debilidad. Depredadores externos (el Grupo Clarín); depredadores internos (el peronismo, a secas, sin letra distintiva). Otra paradoja kirchnerista: en su debilidad, al reconocer sus límites, no ha tenido problemas en escuchar un reclamo en su contra (caso Blumberg, que forzó la sanción de leyes -inútiles- contra la inseguridad; caso obispo Piña quien en Misiones fijó un standard nacional contra las re-re-elecciones). En su fortaleza, en cambio, se impone el “retroceder nunca, rendirse jamás”. CFK apuesta a demostrar que ella es la que Gobierna. Nadie más. Y menos, quienes no existen: una oposición fragmentada, que ni siquiera pudo figurar el día de la marcha opositora masiva. El “que se vayan todos” está vivito y coleando. Cualquier instancia de coordinación (el destrato presidencial hacia la clase media, y la utilización de las redes sociales) lo activa y lo vuelve presente. Hay una propensión marginal a manifestarse. Lo sufren en el llano los opositores. Pero también ha sido un límite para que el kirchnerismo pueda tomar estado sólido partidario. La movilización inorgánica en su antipolítica, es inorganizable. La organización política no puede con la movilización inorgánica. Vence nuevamente, el statu quo. La “realidad” contra la “virtualidad” en clinch boxístico. Contradicción que tiene su punto de contacto, una de dos: o en su resolución institucional, el día de las elecciones; o bien, durante la quiebra sistémica -que también, afortunadamente, ha tenido una resolución institucional. Hasta ahora la “estaticidad kirchnerista” ha vencido a la desagregación opositora -y a la desagregación peronista-. En el “oficialismo” sólo hay Una. En la pléyade opositora en cambio deambulan mediáticamente todos los que se ilusionan con transformar ese “parecer” en “ser”. La imposibilidad de la re-re-elección presidencial, de no tener CFK la energía para imponer su “delfín/delfina”, coloca al peronismo en pie de igualdad fragmentaria con la oposición. De allí la jugada del senador radical Ernesto Sanz de bloquear la reelección anticipadamente, comprometiendo con su firma a los senadores opositores. Aun cuando al oficialismo le fuera muy bien en las elecciones venideras, no podría cambiar esta alineación en contra de la reelección (de ser consecuentes los senadores con lo firmado). Por su parte, CFK ve en su férrea conducción la mayor garantía de gobernabilidad y de control sucesorio. Prima, como en el conflicto con el campo, el demostrar autoridad frente a los propios, que el espantar a los que se venían acercando. El polarizar -contra una sociedad impolarizable, una sociedad de “moderados/indignados”- para consolidar lo propio, pagando el costo de la “indignación” y movilización de los ajenos (como Hugo Chávez y Rafael Correa, ante sociedades sí polarizadas). En esa lógica, se inscribe la gran apuesta por el 7D. De alguna manera, los dividendos “culturales” ya fueron cobrados por el Gobierno con la sanción de la ley. Ahora, lo que queda es la pulseada fáctica de doblegar al Grupo Clarín, al Satánico Dr. Magnetto, como señal contundente de quién es quien dirige la batuta. La moneda está en el aire, más cuando “la batalla final” -tal el horrible discurso bélico que nunca ha dejado de asolar nuestra democracia- se libra en los laberínticos y trajinados pasillos del Poder Judicial.
Revista Debate
http://www.revistadebate.com.ar/2012/11/23/5842.php
GB
Por Luis Tonelli
Los dilemas de la movilización inorgánica luego del 8N, los problemas de la desagregación opositora y la opción oficialista por consolidar lo propio.
Las elecciones en Estados Unidos -así como las de Venezuela y, seguramente, las de Ecuador, en febrero- confirman una tendencia política: no es la oposición quien gana las elecciones; en todo caso, es el oficialismo quien las pierde. Claro que se trata de una tendencia sostenida por pocos casos (se sabe que la estadística es sólo posible en el imperio de la multitud). Siempre puede encontrar en su excepción, la regla. Por ejemplo, en Estados Unidos. Se ha hablado mucho de un final cabeza a cabeza entre Barack Obama y Mitt Romney que no se dio en los resultados, pero eso no es verdad. El peculiar sistema estadounidense premia con todos los delegados al Colegio Electoral de un Estado, aun cuando se haya ganado por un voto. De ahí que los resultados finales del Colegio Electoral (332 vs 206) sean mucho más abultados que lo que fue la contienda voto por voto tanto en términos generales (Obama aventajó a Romney por tres puntos) como en los estados críticos que decidieron la elección. La estrategia centrista del presidente dio sus frutos: el bipartidismo geométrico obamaniense, en su moderación, podrá haber defraudado a muchos de sus votantes, pero para ellos pudo más el temor a un Romney dominado por el extremista Tea Party. Y, además, Obama tuvo en el Huracán Sandy un gran aliado para convencer al electorado mediático, que reacciona puramente a los impulsos televisivos, ya que no sólo inundó la Tribeca, sino que borró de las pantallas planas al candidato conservador. Así, la crisis, en Estados Unidos, en Europa, engulle a los que son vistos como sus responsables, pero perdona a quienes fueron elegidos para salir de ella. Y por esas latitudes ganan los que apuestan a “purgar el sistema”, aunque esto signifique desempleo y recesión (por ejemplo, lo que sucedió en las elecciones griegas, en las que perdieron los que prometían salirse de la Comunidad Europea), y hasta son reconfirmados (Mariano Rajoy, en España). Quizás por eso, que no se cambia de caballo cuando se está a mitad de un río, y menos si se trata de un río revuelto. Moraleja: los electorados son “conservadores”, poco afectos a tomar riesgos. La Alianza ya se había tomado el helicóptero y las encuestas todavía indicaban que “la gente” seguía apoyando el “uno a uno”. Pese a todo, incluso las víctimas en los saqueos y de la represión en Plaza de Mayo. Los Modelos caen por peso propio, no por decisión de la ciudadanía. Es una lección amarga para los demócratas. Es un límite para la política. Es el Soberano quien desconfía de lo Nuevo y se aferra a lo Viejo. Nadie eligió al Neo-Liberalismo, sino a la Revolución Productiva prometida, pero cuando se instaló como sistema, perduró hasta que estalló en mil pedazos. Nadie eligió el default, la pesificación asimétrica, la devaluación brutal ni las retenciones. Ellas fueron decisiones tomadas al amparo del terror en la caída libre argentina. La “calle”, más que un actor de cambio fue un “catalizador de lo inevitable”. No fue el “piquete, cacerola, la lucha es una sola” quien puso fin a la Convertibilidad sino sus inconsistencias. Luego el problema económico trocó en problema de gobernabilidad. Y la solución al problema de la gobernabilidad, vino de la mano de la solución al problema económico (Kirchner). Endogeneidad, que le dicen. Una cosa refuerza a la otra. No por nada el 8N sucede cuando la economía argentina ha crecido casi cero y cuando la inflación no oficial se estima en más de 25 por ciento. El país no estalla -como pronosticó la Presidenta- pero sí cruje. El “diagnóstico” de esta Calle -caceroleros del 2001, sin los piqueteros del 2001; clase alta y clases medias sin clases populares- es también de “continuidad”: es el Gobierno, con “su estilo” el que está echando por la borda las posibilidades de retomar el crecimiento. Para esos sectores, la peculiar sobre-gobernabilidad cristinista afecta a la economía, y todo esto termina debilitando la gobernabilidad, en su conjunto. Paradojas argentinas. La respuesta de la presidenta Cristina Fernández de Kirchner es consecuente con su intuición de que con depredadores dotados para olfatear sangre rondando no se puede exhibir la más mínima herida, la más mínima debilidad. Depredadores externos (el Grupo Clarín); depredadores internos (el peronismo, a secas, sin letra distintiva). Otra paradoja kirchnerista: en su debilidad, al reconocer sus límites, no ha tenido problemas en escuchar un reclamo en su contra (caso Blumberg, que forzó la sanción de leyes -inútiles- contra la inseguridad; caso obispo Piña quien en Misiones fijó un standard nacional contra las re-re-elecciones). En su fortaleza, en cambio, se impone el “retroceder nunca, rendirse jamás”. CFK apuesta a demostrar que ella es la que Gobierna. Nadie más. Y menos, quienes no existen: una oposición fragmentada, que ni siquiera pudo figurar el día de la marcha opositora masiva. El “que se vayan todos” está vivito y coleando. Cualquier instancia de coordinación (el destrato presidencial hacia la clase media, y la utilización de las redes sociales) lo activa y lo vuelve presente. Hay una propensión marginal a manifestarse. Lo sufren en el llano los opositores. Pero también ha sido un límite para que el kirchnerismo pueda tomar estado sólido partidario. La movilización inorgánica en su antipolítica, es inorganizable. La organización política no puede con la movilización inorgánica. Vence nuevamente, el statu quo. La “realidad” contra la “virtualidad” en clinch boxístico. Contradicción que tiene su punto de contacto, una de dos: o en su resolución institucional, el día de las elecciones; o bien, durante la quiebra sistémica -que también, afortunadamente, ha tenido una resolución institucional. Hasta ahora la “estaticidad kirchnerista” ha vencido a la desagregación opositora -y a la desagregación peronista-. En el “oficialismo” sólo hay Una. En la pléyade opositora en cambio deambulan mediáticamente todos los que se ilusionan con transformar ese “parecer” en “ser”. La imposibilidad de la re-re-elección presidencial, de no tener CFK la energía para imponer su “delfín/delfina”, coloca al peronismo en pie de igualdad fragmentaria con la oposición. De allí la jugada del senador radical Ernesto Sanz de bloquear la reelección anticipadamente, comprometiendo con su firma a los senadores opositores. Aun cuando al oficialismo le fuera muy bien en las elecciones venideras, no podría cambiar esta alineación en contra de la reelección (de ser consecuentes los senadores con lo firmado). Por su parte, CFK ve en su férrea conducción la mayor garantía de gobernabilidad y de control sucesorio. Prima, como en el conflicto con el campo, el demostrar autoridad frente a los propios, que el espantar a los que se venían acercando. El polarizar -contra una sociedad impolarizable, una sociedad de “moderados/indignados”- para consolidar lo propio, pagando el costo de la “indignación” y movilización de los ajenos (como Hugo Chávez y Rafael Correa, ante sociedades sí polarizadas). En esa lógica, se inscribe la gran apuesta por el 7D. De alguna manera, los dividendos “culturales” ya fueron cobrados por el Gobierno con la sanción de la ley. Ahora, lo que queda es la pulseada fáctica de doblegar al Grupo Clarín, al Satánico Dr. Magnetto, como señal contundente de quién es quien dirige la batuta. La moneda está en el aire, más cuando “la batalla final” -tal el horrible discurso bélico que nunca ha dejado de asolar nuestra democracia- se libra en los laberínticos y trajinados pasillos del Poder Judicial.
Revista Debate
http://www.revistadebate.com.ar/2012/11/23/5842.php
GB
BUITRES Y DICTADURA.
Las dictaduras de Bartolomé Mitre
Por Daniel Cecchini
dcecchini@miradasalsur.com
El diario La Nación no escatima esfuerzos en hacerle el juego a los fondos del capital financiero especulativo que pretenden cobrar al 100% los bonos que compraron a precio vil aprovechando la peor crisis económica de la historia de la Argentina, provocada –vale repetirlo– por aplicar a rajatabla las recetas neoliberales provistas por el Fondo Monetario Internacional. En su edición de ayer, el diario de Bartolomé Mitre publicó una entrevista a Robert Shapiro, copresidente del Grupo de Tareas Estadounidense para Argentina (ATFA, por sus siglas en inglés, según la aclaración del propio diario), donde este general de los fondos buitre se despacha a fondo contra los intereses soberanos del país.
Desde Washington, Shapiro tiró con munición gruesa: “La situación argentina es mala para todos. Hay una creciente preocupación de que el país se encuentre nuevamente en otra crisis. Las políticas de la presidenta Cristina Kirchner han dañado la situación del país ante la comunidad internacional. Su acceso al mercado está bloqueado y las políticas han disminuido la capacidad de las provincias, las empresas y los bancos para acceder al capital. El pueblo argentino está sufriendo, tal como lo expresó en sus recientes protestas masivas”, dijo. Y después fabricó un “análisis” que tiene mucho de ultimátum: “A la Argentina le quedan tres opciones: negociar con los bonistas, rechazar el pago a todos ellos y precipitar otro default, o apelar ante la Corte Suprema de Estados Unidos. Espero que la Argentina elija pagar, así no sigue sufriendo una declinación económica”, enumeró, y continuó: “La Argentina puede estar en una situación económica peor muy rápidamente si no enfrenta sus obligaciones. Se ha vuelto cada vez más aislada. Y la gente común en el país sufre el perjuicio de estas malas políticas”.
Para decirlo claro, en su afán por limar al gobierno de Cristrina Fernández de Kirchner, el diario de la familia Mitre no vacila en participar de las peores operaciones contra los intereses y la calidad de vida de la inmensa mayoría de los argentinos. En cuanto a esto último, no se trata, por supuesto, de un posicionamiento novedoso. Hoy apoya a los representantes de la dictadura que pretenden imponer los sectores más recalcitrantes del mercado financiero internacional como antes lo hizo con la dictadura cívico militar que –representando también esos intereses, en aquel caso a través de los petrodólares, claramente plasmados en el plan de José Alfredo Martínez de Hoz– destruyó la economía argentina, precarizó la calidad de vida de la inmensa mayoría de la población y cobró la vida de miles de ciudadanos.
Claro que la pasión del diario La Nación por las dictaduras tiene un límite. El propio Bartolomé Mitre se ocupó de precisarlo sin grises hace un par de semanas en una entrevista que concedió a la revista brasileña Veja. “Vivimos en una dictadura de los votos”, definió. Y, ésa, para Mitre, es la única dictadura que le resulta intolerable. “Argentina no es más un país culto. Nada se ha hecho por la educación últimamente. Siempre fue del gusto de los dictadores alejar a las personas del acceso a la información y el espíritu crítico. Con eso, ellos ganan más votos y se perpetúan en el poder. Hay una elite de este país que piensa de una manera y una clase baja que no se informa, no escucha, no toma conciencia y sigue a la Presidenta. Cuanto menos cultura hay, Cristina obtiene más votos”, abundó. Si se le hace caso, las únicas salidas para el país serían la implementación de un voto calificado que impidiera a las mayorías incultas expresar su voluntad o, directamente, la instalación de una dictadura sin votos. Claro que como ahora, a diferencia de antaño, no cuenta con las botas para ponerla en práctica recurre a hacerle el juego a otra posible dictadura, la del capitalismo financiero internacional.
25/11/12 Miradas al Sur
GB
Por Daniel Cecchini
dcecchini@miradasalsur.com
El diario La Nación no escatima esfuerzos en hacerle el juego a los fondos del capital financiero especulativo que pretenden cobrar al 100% los bonos que compraron a precio vil aprovechando la peor crisis económica de la historia de la Argentina, provocada –vale repetirlo– por aplicar a rajatabla las recetas neoliberales provistas por el Fondo Monetario Internacional. En su edición de ayer, el diario de Bartolomé Mitre publicó una entrevista a Robert Shapiro, copresidente del Grupo de Tareas Estadounidense para Argentina (ATFA, por sus siglas en inglés, según la aclaración del propio diario), donde este general de los fondos buitre se despacha a fondo contra los intereses soberanos del país.
Desde Washington, Shapiro tiró con munición gruesa: “La situación argentina es mala para todos. Hay una creciente preocupación de que el país se encuentre nuevamente en otra crisis. Las políticas de la presidenta Cristina Kirchner han dañado la situación del país ante la comunidad internacional. Su acceso al mercado está bloqueado y las políticas han disminuido la capacidad de las provincias, las empresas y los bancos para acceder al capital. El pueblo argentino está sufriendo, tal como lo expresó en sus recientes protestas masivas”, dijo. Y después fabricó un “análisis” que tiene mucho de ultimátum: “A la Argentina le quedan tres opciones: negociar con los bonistas, rechazar el pago a todos ellos y precipitar otro default, o apelar ante la Corte Suprema de Estados Unidos. Espero que la Argentina elija pagar, así no sigue sufriendo una declinación económica”, enumeró, y continuó: “La Argentina puede estar en una situación económica peor muy rápidamente si no enfrenta sus obligaciones. Se ha vuelto cada vez más aislada. Y la gente común en el país sufre el perjuicio de estas malas políticas”.
Para decirlo claro, en su afán por limar al gobierno de Cristrina Fernández de Kirchner, el diario de la familia Mitre no vacila en participar de las peores operaciones contra los intereses y la calidad de vida de la inmensa mayoría de los argentinos. En cuanto a esto último, no se trata, por supuesto, de un posicionamiento novedoso. Hoy apoya a los representantes de la dictadura que pretenden imponer los sectores más recalcitrantes del mercado financiero internacional como antes lo hizo con la dictadura cívico militar que –representando también esos intereses, en aquel caso a través de los petrodólares, claramente plasmados en el plan de José Alfredo Martínez de Hoz– destruyó la economía argentina, precarizó la calidad de vida de la inmensa mayoría de la población y cobró la vida de miles de ciudadanos.
Claro que la pasión del diario La Nación por las dictaduras tiene un límite. El propio Bartolomé Mitre se ocupó de precisarlo sin grises hace un par de semanas en una entrevista que concedió a la revista brasileña Veja. “Vivimos en una dictadura de los votos”, definió. Y, ésa, para Mitre, es la única dictadura que le resulta intolerable. “Argentina no es más un país culto. Nada se ha hecho por la educación últimamente. Siempre fue del gusto de los dictadores alejar a las personas del acceso a la información y el espíritu crítico. Con eso, ellos ganan más votos y se perpetúan en el poder. Hay una elite de este país que piensa de una manera y una clase baja que no se informa, no escucha, no toma conciencia y sigue a la Presidenta. Cuanto menos cultura hay, Cristina obtiene más votos”, abundó. Si se le hace caso, las únicas salidas para el país serían la implementación de un voto calificado que impidiera a las mayorías incultas expresar su voluntad o, directamente, la instalación de una dictadura sin votos. Claro que como ahora, a diferencia de antaño, no cuenta con las botas para ponerla en práctica recurre a hacerle el juego a otra posible dictadura, la del capitalismo financiero internacional.
25/11/12 Miradas al Sur
GB
COMO ES EL MONOPOLIO CLARIN
El negocio de Clarín, en jaque
Por Sebastián Premici
Cómo podría impactar la desinversión en los números del Grupo. Cablevisión, su mayor fuente de ingresos. Las empresas que le dan pérdida. Las alternativas.
La lectura del balance del Grupo Clarín puede servir para comprender la cabal dimensión de la concentración económica de este conglomerado de empresas. El grupo está dividido en cuatro áreas de negocios (Cable y Acceso a Internet; Impresión y Publicaciones; Producción de Contenidos; Contenidos Digitales y otros), que durante el segundo trimestre de este año tuvieron ventas netas por 5.345,3 millones de pesos. De este total, Cablevisión representó el 65,45 por ciento de los ingresos del grupo, es decir, 3.697 millones de pesos. El sistema de cable permite financiar al resto del multimedios, tanto sus canales de aire como las señales de contenidos gestionadas a través de Artear, cuyos ingresos se desplomaron en los primeros seis meses del año.
El artículo 45 de la Ley de Servicios de Comunicación Audiovisual establece las limitaciones a la multiplicidad de licencias para todos los grupos mediáticos del país. Dicha normativa basa su justificación en el duodécimo principio de la “Declaración de principios sobre la Libertad de Expresión de la Comisión Interamericana de Derechos Humanos sobre la Presencia de Monopolios u Oligopolios de la Comunicación”. En sus conclusiones, la CIDH sostiene que “la excesiva concentración de la propiedad debe ser evitada no sólo por sus efectos sobre la competencia, sino por sus efectos en el rol clave de la radiodifusión en la sociedad, por lo que requiere específicas y dedicadas medidas” y agrega que “como resultado, algunos países limitan esta propiedad, por ejemplo, con un número fijo de canales o estableciendo un porcentaje de mercado”.
El Grupo Clarín, a través de Cablevisión, cuenta con 158 licencias de cable (según sus propios balances; fuentes del Poder Ejecutivo aseguran que son más de doscientas). Posee 3,2 millones de clientes en la Argentina -lo que representa el 46,3 por ciento del mercado- y 1,4 millones de usuarios de Internet. La Ley de Medios Audiovisuales establece que ninguna empresa de medios puede tener más del 35 por ciento del mercado ni contar con más de 24 licencias de cable; además, podrá tener una sola señal propia de contenidos. Según datos que se desprenden de los balances, Artear maneja seis canales de TV por cable. Sin embargo, otros consiguen 16 canales de cable (Ámbito Financiero, en base a datos institucionales de Clarín, Artear y cámaras empresarias).
Según un informe elaborado por el grupo de estudios “Política, Economía y Realidad Nacional”, si el Grupo Clarín decidiera quedarse con el negocio del cable y, por ende, desprenderse de Canal 13 en la Ciudad de Buenos Aires (como fija el artículo 45), tal adecuación a la norma representaría para el Grupo una reducción patrimonial del 26,38 por ciento. “El Grupo Clarín no sólo es una gigantesca empresa comunicacional, sino que forma parte de la red societaria que estructura al sector agro-mediático-financiero donde, a través de un complejo entramado de inversiones y sociedades, se conforma en un sector social y político, como agente de difusión de intereses sectoriales. Además, posee y representa sus propios intereses”, puede leerse en el informe “El beneficio económico de la concentración mediática”, elaborado por este grupo de estudios.
Las cinco partes del grupo
La participación del Grupo Clarín en Cablevisión se establece por medio de cinco empresas financieras e inversoras: Southtel Holdings S.A. (SHOSA), Vistone S.A. (Vistone), VLG Argentina, LLC (VLG), CV B Holding S.A. (CVB) y Compañía Latinoamericana de Cable SA (CLC). Juntas reúnen un patrimonio de 1.920 millones de pesos. Si el Grupo decidiera desprenderse del excedente del negocio del cable y quedarse con una sola señal de contenidos, las reducciones en sus ganancias netas serían de 146,62 millones de pesos, es decir un 18,32 por ciento. En cuanto a las ventas netas para el ejercicio 2013, éstas pasarían de 8.523 millones de pesos (contabilizando los ingresos de Cablevisión y las señales de contenidos) a 5.703 millones. Es decir, una diferencia de 33 por ciento.
Un dato relevante del balance tiene que ver con las pérdidas registradas por el Grupo en el rubro “Producción y distribución de contenidos”, segmento que comprende las señales de contenidos nucleadas en la empresa Artear, de las cuales también debería desprenderse si optase por continuar con el negocio del cable. Como se dijo, si conserva este negocio sólo podría tener una señal de contenidos.
Durante el primer semestre del año, la ganancia bruta de estos canales de contenidos con respecto al año anterior cayó de 97 millones de pesos a tan sólo 3 millones. “Es un dato a tener en cuenta, ya que desde una racionalidad económica podría ser un mejor negocio para el Grupo desprenderse de esas señales que vienen dando pérdidas, aunque como contrapartida tendrían una merma desde el punto de vista simbólico-político”, sostiene Juan Manuel Di Leo, uno de los coordinadores del trabajo “El beneficio económico de la concentración mediática”.
El Grupo Clarín no es sólo un medio de comunicación. Es también una de las principales compañías del país en términos de facturación. El Banco Patagonia elabora habitualmente un ranking de las 1.000 empresas mejor posicionadas en la Argentina. Según este informe, en 2011 la compañía se ubicó en el puesto 27, con un total de ventas de 9.752 millones de pesos, muy por arriba de los principales bancos que operan en el país, empresas energéticas, y exportadores agropecuarios. Si se quedase con el negocio del cable, pero con una adecuación al 35 por ciento del mercado como máximo posible, el Grupo pasaría a ocupar el puesto 47 de las empresas más importantes del país, de acuerdo con el análisis de “Política, Economía y Realidad Nacional”.
Hasta el momento, el Grupo Clarín afirma que el próximo 7 de diciembre no tiene que pasar nada. Sin embargo, el Grupo incluyó en su balance semestral, por primera vez, un informe de peritos contables y económicos que realizaron “un cálculo de las eventuales pérdidas contables y de valor de compañía que sufriría la sociedad si se viera obligada a realizar desinversiones en el plazo perentorio de un año”. Los peritos estimaron “una pérdida contable de entre 1.500 y 3.000 millones de pesos”. El dato es por demás relevante, ya que en sus balances están admitiendo ante sus inversores la posibilidad de la desinversión, en función de lo que establecen el artículo 45 y 161 de la Ley de Medios.
Otro dato significativo que se desprende del balance de la compañía tiene que ver con un cambio en la distribución de dividendos y un anuncio de menores inversiones para 2012. El 23 de abril, la asamblea de accionistas determinó una distribución de dividendos de 217 millones de pesos para Cablevisión, a pagar en dos cuotas, una en mayo y la otra en diciembre. Sin embargo, cuatro días después de aquella asamblea decidieron la distribución total de los dividendos en una sola cuota. Y a mitad de agosto de este año, Cablevisión anunció que reduciría su inversión para 2012 en cien millones de pesos, “una disminución del 28 por ciento de lo presupuestado para ampliar la red en distintas zonas donde opera y para fortalecer las señales en HD”, según detalló la revista especializada Convergencia.
“Las opciones de adecuación a la normativa afectan al Grupo no sólo en términos económicos, sino que también la ley contribuye a romper la hegemonía discursiva de la empresa. Al profundizarse las condiciones para la construcción de una democracia fuertemente sustentada en las tradiciones populares, el Grupo se ve condicionado a retraerse sobre sí mismo y ponerse como objeto de debate echando luz sobre los intereses que lo motivan. Como resultado, queda expuesto frente a la sociedad como actor del andamiaje político-económico”, concluye el trabajo.
Revista Debate
http://www.revistadebate.com.ar/2012/11/23/5846.php
GB
Por Sebastián Premici
Cómo podría impactar la desinversión en los números del Grupo. Cablevisión, su mayor fuente de ingresos. Las empresas que le dan pérdida. Las alternativas.
La lectura del balance del Grupo Clarín puede servir para comprender la cabal dimensión de la concentración económica de este conglomerado de empresas. El grupo está dividido en cuatro áreas de negocios (Cable y Acceso a Internet; Impresión y Publicaciones; Producción de Contenidos; Contenidos Digitales y otros), que durante el segundo trimestre de este año tuvieron ventas netas por 5.345,3 millones de pesos. De este total, Cablevisión representó el 65,45 por ciento de los ingresos del grupo, es decir, 3.697 millones de pesos. El sistema de cable permite financiar al resto del multimedios, tanto sus canales de aire como las señales de contenidos gestionadas a través de Artear, cuyos ingresos se desplomaron en los primeros seis meses del año.
El artículo 45 de la Ley de Servicios de Comunicación Audiovisual establece las limitaciones a la multiplicidad de licencias para todos los grupos mediáticos del país. Dicha normativa basa su justificación en el duodécimo principio de la “Declaración de principios sobre la Libertad de Expresión de la Comisión Interamericana de Derechos Humanos sobre la Presencia de Monopolios u Oligopolios de la Comunicación”. En sus conclusiones, la CIDH sostiene que “la excesiva concentración de la propiedad debe ser evitada no sólo por sus efectos sobre la competencia, sino por sus efectos en el rol clave de la radiodifusión en la sociedad, por lo que requiere específicas y dedicadas medidas” y agrega que “como resultado, algunos países limitan esta propiedad, por ejemplo, con un número fijo de canales o estableciendo un porcentaje de mercado”.
El Grupo Clarín, a través de Cablevisión, cuenta con 158 licencias de cable (según sus propios balances; fuentes del Poder Ejecutivo aseguran que son más de doscientas). Posee 3,2 millones de clientes en la Argentina -lo que representa el 46,3 por ciento del mercado- y 1,4 millones de usuarios de Internet. La Ley de Medios Audiovisuales establece que ninguna empresa de medios puede tener más del 35 por ciento del mercado ni contar con más de 24 licencias de cable; además, podrá tener una sola señal propia de contenidos. Según datos que se desprenden de los balances, Artear maneja seis canales de TV por cable. Sin embargo, otros consiguen 16 canales de cable (Ámbito Financiero, en base a datos institucionales de Clarín, Artear y cámaras empresarias).
Según un informe elaborado por el grupo de estudios “Política, Economía y Realidad Nacional”, si el Grupo Clarín decidiera quedarse con el negocio del cable y, por ende, desprenderse de Canal 13 en la Ciudad de Buenos Aires (como fija el artículo 45), tal adecuación a la norma representaría para el Grupo una reducción patrimonial del 26,38 por ciento. “El Grupo Clarín no sólo es una gigantesca empresa comunicacional, sino que forma parte de la red societaria que estructura al sector agro-mediático-financiero donde, a través de un complejo entramado de inversiones y sociedades, se conforma en un sector social y político, como agente de difusión de intereses sectoriales. Además, posee y representa sus propios intereses”, puede leerse en el informe “El beneficio económico de la concentración mediática”, elaborado por este grupo de estudios.
Las cinco partes del grupo
La participación del Grupo Clarín en Cablevisión se establece por medio de cinco empresas financieras e inversoras: Southtel Holdings S.A. (SHOSA), Vistone S.A. (Vistone), VLG Argentina, LLC (VLG), CV B Holding S.A. (CVB) y Compañía Latinoamericana de Cable SA (CLC). Juntas reúnen un patrimonio de 1.920 millones de pesos. Si el Grupo decidiera desprenderse del excedente del negocio del cable y quedarse con una sola señal de contenidos, las reducciones en sus ganancias netas serían de 146,62 millones de pesos, es decir un 18,32 por ciento. En cuanto a las ventas netas para el ejercicio 2013, éstas pasarían de 8.523 millones de pesos (contabilizando los ingresos de Cablevisión y las señales de contenidos) a 5.703 millones. Es decir, una diferencia de 33 por ciento.
Un dato relevante del balance tiene que ver con las pérdidas registradas por el Grupo en el rubro “Producción y distribución de contenidos”, segmento que comprende las señales de contenidos nucleadas en la empresa Artear, de las cuales también debería desprenderse si optase por continuar con el negocio del cable. Como se dijo, si conserva este negocio sólo podría tener una señal de contenidos.
Durante el primer semestre del año, la ganancia bruta de estos canales de contenidos con respecto al año anterior cayó de 97 millones de pesos a tan sólo 3 millones. “Es un dato a tener en cuenta, ya que desde una racionalidad económica podría ser un mejor negocio para el Grupo desprenderse de esas señales que vienen dando pérdidas, aunque como contrapartida tendrían una merma desde el punto de vista simbólico-político”, sostiene Juan Manuel Di Leo, uno de los coordinadores del trabajo “El beneficio económico de la concentración mediática”.
El Grupo Clarín no es sólo un medio de comunicación. Es también una de las principales compañías del país en términos de facturación. El Banco Patagonia elabora habitualmente un ranking de las 1.000 empresas mejor posicionadas en la Argentina. Según este informe, en 2011 la compañía se ubicó en el puesto 27, con un total de ventas de 9.752 millones de pesos, muy por arriba de los principales bancos que operan en el país, empresas energéticas, y exportadores agropecuarios. Si se quedase con el negocio del cable, pero con una adecuación al 35 por ciento del mercado como máximo posible, el Grupo pasaría a ocupar el puesto 47 de las empresas más importantes del país, de acuerdo con el análisis de “Política, Economía y Realidad Nacional”.
Hasta el momento, el Grupo Clarín afirma que el próximo 7 de diciembre no tiene que pasar nada. Sin embargo, el Grupo incluyó en su balance semestral, por primera vez, un informe de peritos contables y económicos que realizaron “un cálculo de las eventuales pérdidas contables y de valor de compañía que sufriría la sociedad si se viera obligada a realizar desinversiones en el plazo perentorio de un año”. Los peritos estimaron “una pérdida contable de entre 1.500 y 3.000 millones de pesos”. El dato es por demás relevante, ya que en sus balances están admitiendo ante sus inversores la posibilidad de la desinversión, en función de lo que establecen el artículo 45 y 161 de la Ley de Medios.
Otro dato significativo que se desprende del balance de la compañía tiene que ver con un cambio en la distribución de dividendos y un anuncio de menores inversiones para 2012. El 23 de abril, la asamblea de accionistas determinó una distribución de dividendos de 217 millones de pesos para Cablevisión, a pagar en dos cuotas, una en mayo y la otra en diciembre. Sin embargo, cuatro días después de aquella asamblea decidieron la distribución total de los dividendos en una sola cuota. Y a mitad de agosto de este año, Cablevisión anunció que reduciría su inversión para 2012 en cien millones de pesos, “una disminución del 28 por ciento de lo presupuestado para ampliar la red en distintas zonas donde opera y para fortalecer las señales en HD”, según detalló la revista especializada Convergencia.
“Las opciones de adecuación a la normativa afectan al Grupo no sólo en términos económicos, sino que también la ley contribuye a romper la hegemonía discursiva de la empresa. Al profundizarse las condiciones para la construcción de una democracia fuertemente sustentada en las tradiciones populares, el Grupo se ve condicionado a retraerse sobre sí mismo y ponerse como objeto de debate echando luz sobre los intereses que lo motivan. Como resultado, queda expuesto frente a la sociedad como actor del andamiaje político-económico”, concluye el trabajo.
Revista Debate
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GB
LA "OBJETIVIDAD PERIODISTICA, OPINION
Compromiso periodístico
Por Pascual Serrano. Periodista
contacto@miradasalsur.com
Los periodistas más consagrados de todo el espectro político no han dudado en denunciar el mito de la objetividad. “En cuanto a la objetividad periodística, es tal vez la patraña más grande que me ha tocado oír acerca de nuestro oficio”, afirmó el veterano periodista italiano Indro Montanelli, un periodista al que no se le podrá acusar de antisistema.
El historiador Paul Preston, que estudió el papel de los corresponsales extranjeros que informaron sobre la Guerra Civil Española en su libro Idealistas bajo las balas, afirma que “no puede existir la objetividad o ecuanimidad. No se puede tratar al asesino y al asesinado o al violador y la violada como si fuesen iguales. Cada periodista, como cada historiador, que lo sepa o no, ve las cosas a través del filtro de su sistema moral, ético e ideológico. Esto no quiere decir que no hay que intentar entender las motivaciones de todos los implicados en una situación”.
“En América latina uno se mete de periodista y lo primero que hace es indignarse, la propia realidad te obliga. Si no haces periodismo de denuncia, no sé lo que estás haciendo”. Así se expresa la periodista y escritora Elena Poniatowska. Según Robert Fisk, en un mundo laboral dominado por el cinismo, el periodismo es un empleo honroso a través del que se puede cambiar la forma en la que la gente ve el mundo.
Paul Preston en Idealistas bajo las balas recoge el grado de implicación que, inevitablemente, adoptaron algunos de los corresponsales que fueron a España en la Guerra Civil. La mayoría de ellos, a la hora de vivir en primera línea la lucha de un pueblo contra el fascismo y la tragedia del abandono del resto de los países que se negaron a ayudar al gobierno legítimo español, no dudaron en tomar partido. Muchas veces enfrentándose a la posición del periódico que los había enviado como corresponsales. Ernest Hemingway, Martha Gellhorn, John Dos Passos, Mijaíl Koltsov, Louis Fischer, Herbert Southworth, Henry Buckley, W. H. Auden, Arthur Koestler, Cyril Connolly, George Orwell, Kim Philby... a todos los transformó la guerra. La simpatía hacia el bando republicano español no procedía de corresponsales rusos o de publicaciones marginales de izquierda; el corresponsal estadounidense Louis Fischer afirmó que “muchos de los corresponsales extranjeros que visitaban la zona franquista acababan simpatizando con las tropas republicanas, pero prácticamente todos los innumerables periodistas y visitantes que penetraban en la España leal se transformaban en colaboradores activos de la causa. (...). Sólo un imbécil desalmado podría no haber comprendido y simpatizado con la República española”. Según señala Preston, “no se trataba sólo de describir lo que presenciaban.
Muchos de ellos reflexionaban sobre las consecuencias que tendría para el resto del mundo lo que sucedía entonces en España. Se vieron empujados por la indignación a escribir en favor de la causa republicana, algunos a ejercer presión en sus respectivos países y, en unos pocos casos, a tomar las armas para defender la República”. Uno de estos últimos fue el corresponsal del New York Herald Tribune, Jim Lardner, que murió combatiendo en la batalla del Ebro. Preston deja bien claro que ese activismo no fue “en detrimento de la fidelidad y la sinceridad de su quehacer informativo. De hecho, algunos de los corresponsales más comprometidos redactaron varios de los reportajes de guerra más precisos e imperecederos”. Herbert L. Matthews, corresponsal de The New York Times, lo explicaba así: “Quienes defendimos la causa del gobierno republicano contra la de los nacionales de Franco teníamos razón. A fin de cuentas era la causa de la justicia, la moralidad y la decencia... Todos los que vivimos la Guerra Civil Española nos conmovimos y nos dejamos la piel... Siempre me pareció ver falsedad e hipocresía en quienes afirmaban ser imparciales; y locura, cuando no una estupidez rotunda, en los editores y lectores que exigían objetividad o imparcialidad a los corresponsales que escribían sobre la guerra... Al condenar la parcialidad se rechazan los únicos factores que realmente importan: la sinceridad, la comprensión y el rigor”.
No era el único que anteponía sus principios. Arthur Koestler, del News Chronicle, lo presentaba de esta forma: “Cualquiera que haya vivido el infierno que fue Madrid con el corazón, los nervios, los ojos y el estómago, y luego finja ser objetivo, es un mentiroso. Si los que tienen a su disposición máquinas de imprimir y tinta de imprenta para expresar sus opiniones se mantienen neutrales y objetivos frente a semejante bestialidad, entonces Europa está perdida. En tal caso, más vale que nos sentemos y escondamos la cabeza en la arena hasta que el diablo venga a buscarnos. En tal caso, ha llegado la hora de que la civilización occidental apague las luces”.
Todo ello no les impedía reivindicar por encima de todo la verdad, así la defendía Matthews: “La guerra también me enseñó que a largo plazo prevalecerá la verdad. Puede parecer que el periodismo fracasa en su labor cotidiana de suministrar material para la historia, pero la historia no fracasará mientras el periodista escriba la verdad”.
Fue ese compromiso de Matthews lo que le motivó, tras leer un comunicado de las tropas franquistas anunciando que habían tomado la ciudad de Teruel, para realizar un peligroso viaje hasta allí acompañado de Robert Capa y pudo comprobar que todo era mentira. Las tropas rebeldes jamás llegaron a la ciudad, la cual nunca estuvo amenazada. El caso de la Guerra Civil Española no es excepcional. Las injusticias y los conflictos armados en los que desembocan suelen despertar la toma de posición de muchos periodistas que se encuentran viviendo la situación de cerca. El periodista que se compromete lo hace como resultado de su sensibilidad hacia la injusticia, su incapacidad de permanecer indiferente ante el dolor ajeno. El argentino Jorge Masetti lo contaba así en una carta dirigida a su mujer cuando se encontraba con Fidel Castro y los revolucionarios cubanos en Sierra Maestra a finales de 1963: “Es esta una región en que la miseria y las enfermedades alcanzan el máximo posible, lo superan. Impera una economía feudal... Quien venga aquí y no se indigne, quien venga aquí y no se alce, quien pueda ayudar de cualquier manera y no lo haga, es un canalla...”
25/11/12 Miradas al Sur
Por Pascual Serrano. Periodista
contacto@miradasalsur.com
Los periodistas más consagrados de todo el espectro político no han dudado en denunciar el mito de la objetividad. “En cuanto a la objetividad periodística, es tal vez la patraña más grande que me ha tocado oír acerca de nuestro oficio”, afirmó el veterano periodista italiano Indro Montanelli, un periodista al que no se le podrá acusar de antisistema.
El historiador Paul Preston, que estudió el papel de los corresponsales extranjeros que informaron sobre la Guerra Civil Española en su libro Idealistas bajo las balas, afirma que “no puede existir la objetividad o ecuanimidad. No se puede tratar al asesino y al asesinado o al violador y la violada como si fuesen iguales. Cada periodista, como cada historiador, que lo sepa o no, ve las cosas a través del filtro de su sistema moral, ético e ideológico. Esto no quiere decir que no hay que intentar entender las motivaciones de todos los implicados en una situación”.
“En América latina uno se mete de periodista y lo primero que hace es indignarse, la propia realidad te obliga. Si no haces periodismo de denuncia, no sé lo que estás haciendo”. Así se expresa la periodista y escritora Elena Poniatowska. Según Robert Fisk, en un mundo laboral dominado por el cinismo, el periodismo es un empleo honroso a través del que se puede cambiar la forma en la que la gente ve el mundo.
Paul Preston en Idealistas bajo las balas recoge el grado de implicación que, inevitablemente, adoptaron algunos de los corresponsales que fueron a España en la Guerra Civil. La mayoría de ellos, a la hora de vivir en primera línea la lucha de un pueblo contra el fascismo y la tragedia del abandono del resto de los países que se negaron a ayudar al gobierno legítimo español, no dudaron en tomar partido. Muchas veces enfrentándose a la posición del periódico que los había enviado como corresponsales. Ernest Hemingway, Martha Gellhorn, John Dos Passos, Mijaíl Koltsov, Louis Fischer, Herbert Southworth, Henry Buckley, W. H. Auden, Arthur Koestler, Cyril Connolly, George Orwell, Kim Philby... a todos los transformó la guerra. La simpatía hacia el bando republicano español no procedía de corresponsales rusos o de publicaciones marginales de izquierda; el corresponsal estadounidense Louis Fischer afirmó que “muchos de los corresponsales extranjeros que visitaban la zona franquista acababan simpatizando con las tropas republicanas, pero prácticamente todos los innumerables periodistas y visitantes que penetraban en la España leal se transformaban en colaboradores activos de la causa. (...). Sólo un imbécil desalmado podría no haber comprendido y simpatizado con la República española”. Según señala Preston, “no se trataba sólo de describir lo que presenciaban.
Muchos de ellos reflexionaban sobre las consecuencias que tendría para el resto del mundo lo que sucedía entonces en España. Se vieron empujados por la indignación a escribir en favor de la causa republicana, algunos a ejercer presión en sus respectivos países y, en unos pocos casos, a tomar las armas para defender la República”. Uno de estos últimos fue el corresponsal del New York Herald Tribune, Jim Lardner, que murió combatiendo en la batalla del Ebro. Preston deja bien claro que ese activismo no fue “en detrimento de la fidelidad y la sinceridad de su quehacer informativo. De hecho, algunos de los corresponsales más comprometidos redactaron varios de los reportajes de guerra más precisos e imperecederos”. Herbert L. Matthews, corresponsal de The New York Times, lo explicaba así: “Quienes defendimos la causa del gobierno republicano contra la de los nacionales de Franco teníamos razón. A fin de cuentas era la causa de la justicia, la moralidad y la decencia... Todos los que vivimos la Guerra Civil Española nos conmovimos y nos dejamos la piel... Siempre me pareció ver falsedad e hipocresía en quienes afirmaban ser imparciales; y locura, cuando no una estupidez rotunda, en los editores y lectores que exigían objetividad o imparcialidad a los corresponsales que escribían sobre la guerra... Al condenar la parcialidad se rechazan los únicos factores que realmente importan: la sinceridad, la comprensión y el rigor”.
No era el único que anteponía sus principios. Arthur Koestler, del News Chronicle, lo presentaba de esta forma: “Cualquiera que haya vivido el infierno que fue Madrid con el corazón, los nervios, los ojos y el estómago, y luego finja ser objetivo, es un mentiroso. Si los que tienen a su disposición máquinas de imprimir y tinta de imprenta para expresar sus opiniones se mantienen neutrales y objetivos frente a semejante bestialidad, entonces Europa está perdida. En tal caso, más vale que nos sentemos y escondamos la cabeza en la arena hasta que el diablo venga a buscarnos. En tal caso, ha llegado la hora de que la civilización occidental apague las luces”.
Todo ello no les impedía reivindicar por encima de todo la verdad, así la defendía Matthews: “La guerra también me enseñó que a largo plazo prevalecerá la verdad. Puede parecer que el periodismo fracasa en su labor cotidiana de suministrar material para la historia, pero la historia no fracasará mientras el periodista escriba la verdad”.
Fue ese compromiso de Matthews lo que le motivó, tras leer un comunicado de las tropas franquistas anunciando que habían tomado la ciudad de Teruel, para realizar un peligroso viaje hasta allí acompañado de Robert Capa y pudo comprobar que todo era mentira. Las tropas rebeldes jamás llegaron a la ciudad, la cual nunca estuvo amenazada. El caso de la Guerra Civil Española no es excepcional. Las injusticias y los conflictos armados en los que desembocan suelen despertar la toma de posición de muchos periodistas que se encuentran viviendo la situación de cerca. El periodista que se compromete lo hace como resultado de su sensibilidad hacia la injusticia, su incapacidad de permanecer indiferente ante el dolor ajeno. El argentino Jorge Masetti lo contaba así en una carta dirigida a su mujer cuando se encontraba con Fidel Castro y los revolucionarios cubanos en Sierra Maestra a finales de 1963: “Es esta una región en que la miseria y las enfermedades alcanzan el máximo posible, lo superan. Impera una economía feudal... Quien venga aquí y no se indigne, quien venga aquí y no se alce, quien pueda ayudar de cualquier manera y no lo haga, es un canalla...”
25/11/12 Miradas al Sur
GB
LA POLITICA ARGENTINA Y GRIESA, OPINION, EDGARDO MOCCA
La política argentina ante el desafío de Griesa
Por Edgardo Mocca
La decisión del juez Griesa a favor de los fondos buitre y en contra de nuestro país tiene dos consecuencias muy graves. La primera es que introduce un elemento de absoluta incertidumbre en los procesos de reestructuración de deuda por los que poco menos que inevitablemente habrán de pasar algunos países europeos en un futuro no muy lejano. La segunda es que la plena aplicación del fallo presupondría la aceptación del principio de que el dictamen de un tribunal extranjero tiene preeminencia jurídica por sobre nuestras leyes dictadas con arreglo a la Constitución.
Desde el punto de vista de sus proyecciones mundiales, el fallo pone en crisis algunas de las reglas de juego básicas del mundo financiero al situar a los acreedores que participaron en dos etapas de dura negociación y se avinieron a sus resultados, en un plano equivalente a los que se quedaron voluntariamente fuera del acuerdo: difícilmente algún país podría, de sostenerse el fallo en otras instancias, negociar exitosamente su deuda pública en un futuro avizorable. A esta altura queda claro que el juez Griesa tiene una escala de valores un poco problemática: el derecho a cobrar las acreencias (el 100 por ciento de ellas) se coloca por encima de las más elementales consideraciones de prudencia que involucran el futuro de la estabilidad financiera mundial y la suerte de sociedades enteras, mucho de cuya vida dependerá de la naturaleza política que adquiera el balance de la dura crisis económica que vive el mundo. Más que ante un fallo judicial estamos ante un mensaje político de extremada gravedad en lo que hace al equilibrio de fuerzas entre la democracia y el capital financiero.
La otra cuestión, la de la soberanía nacional, reactualiza dramáticamente un gran debate de época durante los años noventa, el tema de la vigencia de lo nacional en un mundo globalizado. La utopía globalista postulaba entonces la definitiva caducidad de los atributos históricos del Estado nacional. Las fronteras estatales ya no tienen la consistencia suficiente para ponerle freno alguno al movimiento mundial de capitales; es la época de la desterritorialización del mundo y, consecuentemente, el ocaso definitivo de los estados nacionales y de su fundamento ideológico. Esto no era patrimonio exclusivo de las derechas; desde el territorio intelectual del progresismo, Jürgen Habermas postulaba (en un volumen de nombre muy significativo:
La constelación posnacional) la necesidad de terminar con la simbiosis histórica entre republicanismo y nacionalismo. Es decir que, para sobrevivir en la actual etapa, la democracia republicana necesitaría otros anclajes que ya no coincidirían con los actuales estados nacionales. La globalización “realmente existente” terminó por no encajar plenamente en el relato de la prosperidad general asegurada por la desaparición del Estado y de la política (o la reducción de ambos al estatuto de administración burocrática funcional al paraíso de la libertad económica) ni tampoco en la utopía romántica de una gradual marcha hacia una federación democrática mundial. Desde el atentado a las Torres Gemelas, y a través de las distintas etapas de la crisis del capitalismo globalizado, todo lo que vemos a nuestro alrededor es el esplendor de las más diversas formas de nacionalismo, con su inevitable doble carga de esperanzas en la lucha por la autoafirmación soberana y de temores y terrores ante lo diferente, que alimentan la xenofobia y el racismo y están indiscutiblemente en la base ideológica de la política guerrera desplegada por la principal potencia mundial después de aquel gigantesco crimen terrorista.
Hay nacionalismo (extremo) en las sucesivas guerras contra Irak, en la invasión a Afganistán, en la doctrina de las guerras preventivas y el unilateralismo. Lo hay también en el antirrepublicano endurecimiento del trato legal a los inmigrantes por parte de los gobiernos europeos. Y hay también nacionalismo en las luchas defensivas de grandes sectores populares de países europeos contra los ajustes sistemáticos ordenados por la Comisión Europea, el Banco Central Europeo y el FMI, y en los que se nota la decisiva influencia del Estado alemán. Y lo hay, sin duda, en el discurso práctico de una serie de gobiernos surgidos en América del Sur como respuesta a la crisis del neoliberalismo. Es muy probable que, para las derechas y las izquierdas de la etapa mundial que se insinúa, el discurso posnacional ya no tendrá la misma seducción.
En nuestro país, la provisoria decadencia de las ideas de patria y nación tuvo como telón de fondo la revisión profunda, que hicimos desde la recuperación de la democracia, acerca de los usos que de esas expresiones había hecho nuestra historia política inmediatamente anterior. El sustrato de ese clima era el sentimiento de derrota nacional –y de vergüenza por esa derrota– después de la guerra de Malvinas. Pero también el uso de lo nacional en la verborragia dictatorial para identificar al país en su conjunto con el ominoso régimen terrorista entonces vigente. Fue el uso de los mundiales de fútbol para acorazar a la dictadura del asedio mundial por el feroz ataque a los derechos humanos en el país, en nombre de un supuesto orgullo identitario frente al ataque de los extranjeros. Los argentinos vivimos el auge de la globalización en medio de una profunda interrogación sobre nuestra propia historia, en la que lo nacional y el nacionalismo como ideología había tenido un lugar central. Los ecos de ese clima de época todavía pueden percibirse en la sistemática sospecha sobre el nacionalismo que a veces degenera en sistemáticas opciones deliberadamente contrarias a lo que la mayoría interpreta como interés nacional.
Volvamos a Griesa. El fallo de este juez es una profunda pregunta intelectual y moral para los ciudadanos de este país. Se produce en un momento innegablemente tenso de nuestra vida política: es el momento posterior a dos importantes manifestaciones callejeras de oposición al Gobierno y pocos días antes de la vigencia plena de una ley de medios de comunicación muy resistida por el principal oligopolio mediático y por sus importantes aliados del poder económico concentrado. Visto como “problema del gobierno”, el fallo-amenaza del juez norteamericano se presenta para las oposiciones como una oportunidad en la dirección de un debilitamiento del actual gobierno. Desde el Gobierno podría ser visto como una ocasión propicia para galvanizar el entusiasmo popular ante una gesta patriótica en ciernes. Cualquiera de esos rumbos –sobre todo si se lo llevara al extremo– tendría como resultado un debilitamiento político del país, un triunfo del cálculo chico sobre el horizonte político. ¿Hace falta entonces que la coalición de gobierno y la hoy dispersa oposición renuncien a sus proyectos propios? Más bien lo contrario: el único modo en que un proyecto político puede triunfar es que logre expresar el interés nacional, tal como lo interpreta la mayoría del pueblo.
El ataque judicial a nuestra soberanía tiene envergadura y proyecciones suficientemente graves, tanto a nivel nacional como mundial, como para que su rechazo y la movilización en su contra alcancen la condición de una necesidad colectiva. Claro que “colectiva” no quiere decir “de todos”: hace rato que puede observarse la existencia de un sector muy minoritario, pero a la vez muy influyente, de nuestra sociedad que está dispuesto a asumir como positivo cualquier acontecimiento que deteriore la imagen y la autoridad de la presidenta Cristina Kirchner. Casi no hace falta decir, a esta altura, que ese sector tiene su centro de coordinación en las grandes empresas mediáticas, dispuestas en una actitud de guerra sin cuartel contra el Gobierno. Es cierto que la sociedad argentina ya ha adquirido importantes dosis de inmunidad frente a la sistemática prédica apocalíptica del Grupo Clarín y sus adyacencias, pero en estos pocos días que faltan para el 7-10 de diciembre la ofensiva llegará, con seguridad, a inopinables extremos. Ese sector considera a Griesa como un aliado natural.
El fallo de Griesa y las tensiones alrededor de los artículos que obligan a la adecuación de los grandes medios a los límites legales tienen un punto en común: está en juego la vigencia de la ley, la soberanía de la ley. Los argentinos ya sabemos que esa soberanía es la garantía esencial y última de nuestra convivencia civilizada. Así lo aprendimos después de la experiencia de haber puesto en su lugar la razón de las armas. Después de haber convivido bajo el régimen del abuso y la barbarie que puso sobre la ley la normativa de un “estatuto” que habilitó toda suerte de crímenes. Muchas leyes aprobadas ya en democracia disgustaron profundamente a muchos de nosotros; sin embargo, todo el pueblo respetó esas leyes, aunque algunos sectores se movilizaran en su contra. Fue una ley dictada por el Congreso argentino la que dispuso, en dos oportunidades, que quienes quedaran afuera del acuerdo no cobrarían sus acreencias. Solamente una nueva ley podría alterar la situación. También sabemos los argentinos lo que es discutir nuestras leyes con la espada de los poderosos en nuestro cuello. Haría falta que la política argentina dé una contundente prueba de madurez y de sentido nacional con una expresión institucional de pleno rechazo al fallo a favor de los fondos buitre.
25/11/12 Página|12
Por Edgardo Mocca
La decisión del juez Griesa a favor de los fondos buitre y en contra de nuestro país tiene dos consecuencias muy graves. La primera es que introduce un elemento de absoluta incertidumbre en los procesos de reestructuración de deuda por los que poco menos que inevitablemente habrán de pasar algunos países europeos en un futuro no muy lejano. La segunda es que la plena aplicación del fallo presupondría la aceptación del principio de que el dictamen de un tribunal extranjero tiene preeminencia jurídica por sobre nuestras leyes dictadas con arreglo a la Constitución.
Desde el punto de vista de sus proyecciones mundiales, el fallo pone en crisis algunas de las reglas de juego básicas del mundo financiero al situar a los acreedores que participaron en dos etapas de dura negociación y se avinieron a sus resultados, en un plano equivalente a los que se quedaron voluntariamente fuera del acuerdo: difícilmente algún país podría, de sostenerse el fallo en otras instancias, negociar exitosamente su deuda pública en un futuro avizorable. A esta altura queda claro que el juez Griesa tiene una escala de valores un poco problemática: el derecho a cobrar las acreencias (el 100 por ciento de ellas) se coloca por encima de las más elementales consideraciones de prudencia que involucran el futuro de la estabilidad financiera mundial y la suerte de sociedades enteras, mucho de cuya vida dependerá de la naturaleza política que adquiera el balance de la dura crisis económica que vive el mundo. Más que ante un fallo judicial estamos ante un mensaje político de extremada gravedad en lo que hace al equilibrio de fuerzas entre la democracia y el capital financiero.
La otra cuestión, la de la soberanía nacional, reactualiza dramáticamente un gran debate de época durante los años noventa, el tema de la vigencia de lo nacional en un mundo globalizado. La utopía globalista postulaba entonces la definitiva caducidad de los atributos históricos del Estado nacional. Las fronteras estatales ya no tienen la consistencia suficiente para ponerle freno alguno al movimiento mundial de capitales; es la época de la desterritorialización del mundo y, consecuentemente, el ocaso definitivo de los estados nacionales y de su fundamento ideológico. Esto no era patrimonio exclusivo de las derechas; desde el territorio intelectual del progresismo, Jürgen Habermas postulaba (en un volumen de nombre muy significativo:
La constelación posnacional) la necesidad de terminar con la simbiosis histórica entre republicanismo y nacionalismo. Es decir que, para sobrevivir en la actual etapa, la democracia republicana necesitaría otros anclajes que ya no coincidirían con los actuales estados nacionales. La globalización “realmente existente” terminó por no encajar plenamente en el relato de la prosperidad general asegurada por la desaparición del Estado y de la política (o la reducción de ambos al estatuto de administración burocrática funcional al paraíso de la libertad económica) ni tampoco en la utopía romántica de una gradual marcha hacia una federación democrática mundial. Desde el atentado a las Torres Gemelas, y a través de las distintas etapas de la crisis del capitalismo globalizado, todo lo que vemos a nuestro alrededor es el esplendor de las más diversas formas de nacionalismo, con su inevitable doble carga de esperanzas en la lucha por la autoafirmación soberana y de temores y terrores ante lo diferente, que alimentan la xenofobia y el racismo y están indiscutiblemente en la base ideológica de la política guerrera desplegada por la principal potencia mundial después de aquel gigantesco crimen terrorista.
Hay nacionalismo (extremo) en las sucesivas guerras contra Irak, en la invasión a Afganistán, en la doctrina de las guerras preventivas y el unilateralismo. Lo hay también en el antirrepublicano endurecimiento del trato legal a los inmigrantes por parte de los gobiernos europeos. Y hay también nacionalismo en las luchas defensivas de grandes sectores populares de países europeos contra los ajustes sistemáticos ordenados por la Comisión Europea, el Banco Central Europeo y el FMI, y en los que se nota la decisiva influencia del Estado alemán. Y lo hay, sin duda, en el discurso práctico de una serie de gobiernos surgidos en América del Sur como respuesta a la crisis del neoliberalismo. Es muy probable que, para las derechas y las izquierdas de la etapa mundial que se insinúa, el discurso posnacional ya no tendrá la misma seducción.
En nuestro país, la provisoria decadencia de las ideas de patria y nación tuvo como telón de fondo la revisión profunda, que hicimos desde la recuperación de la democracia, acerca de los usos que de esas expresiones había hecho nuestra historia política inmediatamente anterior. El sustrato de ese clima era el sentimiento de derrota nacional –y de vergüenza por esa derrota– después de la guerra de Malvinas. Pero también el uso de lo nacional en la verborragia dictatorial para identificar al país en su conjunto con el ominoso régimen terrorista entonces vigente. Fue el uso de los mundiales de fútbol para acorazar a la dictadura del asedio mundial por el feroz ataque a los derechos humanos en el país, en nombre de un supuesto orgullo identitario frente al ataque de los extranjeros. Los argentinos vivimos el auge de la globalización en medio de una profunda interrogación sobre nuestra propia historia, en la que lo nacional y el nacionalismo como ideología había tenido un lugar central. Los ecos de ese clima de época todavía pueden percibirse en la sistemática sospecha sobre el nacionalismo que a veces degenera en sistemáticas opciones deliberadamente contrarias a lo que la mayoría interpreta como interés nacional.
Volvamos a Griesa. El fallo de este juez es una profunda pregunta intelectual y moral para los ciudadanos de este país. Se produce en un momento innegablemente tenso de nuestra vida política: es el momento posterior a dos importantes manifestaciones callejeras de oposición al Gobierno y pocos días antes de la vigencia plena de una ley de medios de comunicación muy resistida por el principal oligopolio mediático y por sus importantes aliados del poder económico concentrado. Visto como “problema del gobierno”, el fallo-amenaza del juez norteamericano se presenta para las oposiciones como una oportunidad en la dirección de un debilitamiento del actual gobierno. Desde el Gobierno podría ser visto como una ocasión propicia para galvanizar el entusiasmo popular ante una gesta patriótica en ciernes. Cualquiera de esos rumbos –sobre todo si se lo llevara al extremo– tendría como resultado un debilitamiento político del país, un triunfo del cálculo chico sobre el horizonte político. ¿Hace falta entonces que la coalición de gobierno y la hoy dispersa oposición renuncien a sus proyectos propios? Más bien lo contrario: el único modo en que un proyecto político puede triunfar es que logre expresar el interés nacional, tal como lo interpreta la mayoría del pueblo.
El ataque judicial a nuestra soberanía tiene envergadura y proyecciones suficientemente graves, tanto a nivel nacional como mundial, como para que su rechazo y la movilización en su contra alcancen la condición de una necesidad colectiva. Claro que “colectiva” no quiere decir “de todos”: hace rato que puede observarse la existencia de un sector muy minoritario, pero a la vez muy influyente, de nuestra sociedad que está dispuesto a asumir como positivo cualquier acontecimiento que deteriore la imagen y la autoridad de la presidenta Cristina Kirchner. Casi no hace falta decir, a esta altura, que ese sector tiene su centro de coordinación en las grandes empresas mediáticas, dispuestas en una actitud de guerra sin cuartel contra el Gobierno. Es cierto que la sociedad argentina ya ha adquirido importantes dosis de inmunidad frente a la sistemática prédica apocalíptica del Grupo Clarín y sus adyacencias, pero en estos pocos días que faltan para el 7-10 de diciembre la ofensiva llegará, con seguridad, a inopinables extremos. Ese sector considera a Griesa como un aliado natural.
El fallo de Griesa y las tensiones alrededor de los artículos que obligan a la adecuación de los grandes medios a los límites legales tienen un punto en común: está en juego la vigencia de la ley, la soberanía de la ley. Los argentinos ya sabemos que esa soberanía es la garantía esencial y última de nuestra convivencia civilizada. Así lo aprendimos después de la experiencia de haber puesto en su lugar la razón de las armas. Después de haber convivido bajo el régimen del abuso y la barbarie que puso sobre la ley la normativa de un “estatuto” que habilitó toda suerte de crímenes. Muchas leyes aprobadas ya en democracia disgustaron profundamente a muchos de nosotros; sin embargo, todo el pueblo respetó esas leyes, aunque algunos sectores se movilizaran en su contra. Fue una ley dictada por el Congreso argentino la que dispuso, en dos oportunidades, que quienes quedaran afuera del acuerdo no cobrarían sus acreencias. Solamente una nueva ley podría alterar la situación. También sabemos los argentinos lo que es discutir nuestras leyes con la espada de los poderosos en nuestro cuello. Haría falta que la política argentina dé una contundente prueba de madurez y de sentido nacional con una expresión institucional de pleno rechazo al fallo a favor de los fondos buitre.
25/11/12 Página|12
LA LUCHA POR EL CONTROL TOTAL, OPINION
De la información a la lucha por el control total
Por Miguel Russo
mrusso@miradasalsur.com
El que escribe –cada mes, cada semana, cada día–, el que produce el material que va a conformar el pensamiento del público es, en esencia, aquel que determina, más que nadie, el carácter de la gente y el tipo de gobierno que esa gente tendrá”, decía Theodore Roosevelt allá en un lejanísimo abril de 1904. La frase la popularizó Joseph Pulitzer, quien por esos años ya había donado los dos millones de dólares con los cuales la Universidad de Columbia creó la facultad de periodismo. El mismo Pulitzer que cinco años después fue querellado por Roosevelt por haber denunciado la coima de 40 millones de dólares que el gobierno de los Estados Unidos pagó a la compañía francesa del canal de Panamá. El mismo Pulitzer que fue absuelto de inmediato cuando los jueces rechazaron la acusación. El mismo Pulitzer que vivió el fallo como una victoria para la libertad de prensa. Personaje controvertido, Pulitzer, muy controvertido. Quiso “hablarle a una nación” y terminó, más de una vez (más, muchas más), operando para determinados círculos de intereses políticos o haciendo gala de los procedimientos más indeseables para triunfar deslealmente en la competencia con otros medios.
Eso sí, se informaba. Estudiaba, escuchaba y cruzaba información. No confiaba en el “periodista se nace”. Más que no confiaba, no creía de ninguna manera en esa posibilidad. Quizá por eso, también por aquellos años, dijo: “El único puesto en nuestra república que se me ocurre que pueda ser cubierto por un hombre por el mero hecho de haber nacido es el de imbécil”. Y para no dejar dudas de que pensaba –por más que no lo pensara demasiado en serio– en periodistas mejores que él, también dijo: “Cada número de un periódico representa una batalla: una batalla por la excelencia. Cuando el director lo lee y lo compara con sus rivales sabe si se ha anotado una victoria o sufrido una derrota. ¿No sería de tanta utilidad para el estudiante de periodismo leer sobre esas batallas de la prensa como lo es para el estudiante de la guerra hacerlo sobre las batallas militares?”. Batallas. Más de cien años después, la pregunta sigue teniendo actualidad. Claro que cambiaron algunos componentes de esa ecuación llamada periodismo.
La información. No cabe ninguna duda de que el desarrollo periodístico del hecho, aquello que hasta hace unas décadas era fiel reflejo de las concepciones de la era industrial, se modificó. Antes, como bien dice Ignacio Ramonet en La explosión del periodismo, señalando la producción fordista en los medios de comunicación, una pluralidad de obreros especializados contribuía a la fabricación de un producto que, al final, era entregado “completo, acabado, cerrado, y que se correspondía punto por punto con el proyecto inicial”. Hoy, esa lógica copia sin miramientos la del online: es decir, arrojar al lector-espectador-oyente una noticia en bruto (demasiadas veces sin importar si es cierta o no) para que siente un precedente y pueda ser deglutida marcando agenda antes de que se la corrija o se la desmienta. Online podría definirse como ese espacio donde se escribe sin editor. Retoma Ramonet lo que dicen Francis Pisani y Dominique Piotet en La alquimia de las multitudes: “Antes, el artículo de un periodista sólo salía en portada si el jefe lo decidía. Hoy, ese mismo artículo puede saltar a primera plana por ser el ‘más leído’”. Poco importa, no es en vano insistir, si esa información es verdadera o falsa. Decía Ryszard Kapuscinki hace más de diez años, reflotado por Pascual Serrano en su reciente Contra la neutralidad: “Se sustituye el problema del contenido por la cuestión de la forma; colocan la técnica en lugar de la filosofía. Sólo se habla de cómo redactar, cómo almacenar o cómo transmitir algo. Pero ni una sola palabra de qué redactar, qué almacenar y qué transmitir. El punto débil de esas manifestaciones radica en que a través de ellas, en lugar de discusiones sobre el contenido, el espíritu y el sentido de las cosas, no nos enteramos más que de los nuevos y deslumbrantes avances técnicos conseguidos en el terreno de la comunicación”.
O como bien señala el periodista británico Robert Fisk: “Uno de los problemas principales del periodismo, particularmente de la información, es el hecho de que empezamos a ver a todos los personajes como si viéramos una obra de teatro o una película, en la que suceda lo que suceda, el show debe continuar”.
El periodista. “Los periodistas gozaban del privilegio, pero también de la responsabilidad, de formar parte de aquellos que tienen voz. Lo que les fascinaba era ser el centro de las miradas.” La afirmación recogida por Ramonet, de Philippe Cohen y Élisabeth Levy, habla de un pasado que no parece haber terminado. Por el contrario, los medios hegemónicos latinoamericanos cuentan con periodistas (gráficos, radiales, televisivos) que hacen gala de “su firma solvente”, “su voz profunda” o “su imagen seria” –todos los entrecomillados corren por cuenta de quien así los presenta para que así, y no de otra manera, sean reconocidos– para dar como hechos ocurridos las mayores suposiciones u operaciones que esconden esos mismos medios en los que trabajan. No se trata, claro, de la plantilla completa de empleados, sino de sus “estrellas”, aquellos que están plenamente comprometidos con la línea política o ideológica del medio. Los que se llaman a sí mismos “periodistas independientes” tratando de implantar en la sociedad la certeza de que todos los demás (incluidos sus compañeros) están pagados por el enemigo, sea quien fuere ese enemigo.
El medio. ¿Por qué se leen los diarios a la mañana durante el desayuno? ¿Por qué los programas radiales de las 7 de la mañana son los más buscados? La necesidad de ordenar el mundo antes de salir a él parece tener su raíz en las convicciones religiosas del rezo matutino. Las manos separadas para abrir el diario suplantaron a las manos juntas. De pedir certezas divinas (paz, pan, trabajo) se pasó a consumir certezas mediáticas, de ser posible las referidas a “la inseguridad”, “la corrupción”, “la mentira gubernamental” o “la mordaza a la prensa libre”. Es decir, marcar la salida a un mundo tan previsible como de mierda, en la definición que se empeñan en hacer creer –muchas, demasiadas veces con resultado positivo– a sus lectores-oyentes-espectadores.
Los empresarios. Quizás el empresario de medios paradigmático en América latina sea Gustavo Cisneros, el hombre que en 2004 estaba sólo por debajo del mexicano Carlos Slim en la tabla de personas más ricas de la región. La familia Cisneros fue dueña de la embotelladora de Pepsi Cola en Venezuela y estuvo a punto de fundir la sucursal de Coca-Cola de ese país. Pero años después vendió la “pepsiplanta” y compró acciones de la Coca, con lo que la situación se dio vuelta por completo y la Pepsi estuvo a punto de escapar por la puerta de atrás de Caracas. Dueño de DirecTV y de varias señales de televisión, promovió el golpe de Estado contra Hugo Chávez en 2002. Dos años después de aquella intentona antidemocrática, Cisneros anduvo por la Argentina abrochando negocios. Venía de la reunión de Davos y estaba exultante: “Nos reunimos grandes jefes corporativos y líderes políticos para reflexionar sobre el rumbo del planeta”, dijo en una entrevista donde dos guardaespaldas fornidos y trajeados apoyaban sus manazas en los hombros del periodista cada vez que éste mencionaba la palabra prohibida: “Chávez”. Breve, la entrevista, picadita.
–Da un poco de miedo pensar que un grupo de jefes corporativos esté digitando lo que le va a pasar a la humanidad...
–No, no, no es así, ni es para tanto. Lo hacemos con la idea de cómo ayudar a interactuar entre nosotros, ayudarnos mutuamente. Los pobres no compran cosas, no ven televisión, no compran diarios o revistas. Tenemos la obligación de ver cómo las clases medias llegan a ser mayoría en América latina.
–Ah, discuten la revolución social...
–No, no, no, no confundamos.
Hoy, Cisneros vive en Miami y de Chávez, lo mismo que hace ocho años: nada.
Sin lugar a dudas, los medios (esos periodistas, esos empresarios) dejaron de lado hasta su más pequeño deseo de hacer periodismo y se juegan enteros por imponer su rol político. ¿El lector? Bien, gracias.
25/11/12 Miradas al Sur
GB
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