A principios del siglo XX, Comodoro Rivadavia, puerto de entrada y salida de
los productos de Colonia Sarmiento, un puerto natural de aguas profundas pegado
a las playas de Rada Tilly, una antiquísima zona de solaz y descanso veraniego
tehuelche hace 9.000 años, recién empezaba a ser un pueblo pequeño, apenas un
grupo de casitas, algún almacén de ramos generales y un hotel-fonda para
alojamiento de los arriesgados viajantes que se animaban a llegar hasta aquellas
lejanas y desoladas zonas del Sur argentino. Pero tenía una dificultad seria: no
había agua dulce.
A comienzos de 1907, cuadrillas de obreros, dirigidas por ingenieros, habían
comenzado a perforar la tierra en busca del líquido indispensable. Con aparatos
adecuados se auscultaba el suelo en procura del más mínimo rumor que pudiera
anunciar la presencia de agua. En enero se llevó al lugar una perforadora Fauck.
Se apelaba a los elementos más modernos de la época, pero todo parecía inútil.
Se llegó a cavar hasta a 400 metros de profundidad, siempre sin resultado. Los
sufridos pobladores vivían pendientes de la torre de perforar, que en más de una
oportunidad cayó por efecto del implacable viento patagónico, y que obligaba a
iniciar nuevamente los trabajos. Los ingenieros no se daban por vencidos. La
tarea continuaba. Pero el resultado era siempre el mismo: absolutamente
negativo.
En noviembre ya dominaba el desaliento. Se perdían las esperanzas de poder
dotar de agua a la floreciente población, donde muchos se habían radicado plenos
de ilusiones y confiados en la potencial riqueza de la zona. La decepción seguía
en aumento. El gobernador propuso que se traiga el agua desde un lejano
manantial, mediante la instalación de cañerías; y la población apoyó la idea
como una salvación. Ya no quería ni oír hablar de la torre perforadora que
durante muchos meses había engañado sus esperanzas con renovadas promesas
incumplidas. Claro que trayendo agua de otro lado habría que pagarla como
artículo de lujo…
Para diciembre nadie confiaba en la torre –que para su funcionamiento insumía
la escasa cantidad de agua disponible que el pueblo necesitaba para consumo-. El
ingeniero Krausse, jefe de la misión, había autorizado perforar hasta el máximo
de 500 metros hacía unos 20 días, cuando se había llegado a 481. Pero un
viernes, superado ese máximo, se fue y ordenó: “¡Basta! ¡No se perfora más!”.
Sin embargo, el administrador de la obra, señor Beguin, y el ingeniero José
Fuchs que dirigía la perforadora Fauck, deciden no entregarse y continuar con
los trabajos. Ese mismo día la perforadora llega a 540 metros de profundidad y,
de pronto, se advierte una fuerte corriente ascendente. Sorprendidos, Fuchs y
Beguin se miran atónitos: no era agua; ¡era kerosene! ¡El petróleo salía casi
refinado! Era el 13 de diciembre de 1907.
Mantienen en secreto el descubrimiento y telegrafían a Buenos Aires, a la
Dirección de Minas: “Aquí no hay agua, pero hay petróleo”. La noticia se conoce
en la capital antes que en Comodoro, que se entera cinco días después, y
engalana sus calles en espontáneo feriado. La prensa porteña acoge la nueva con
frialdad, apenas si le dan importancia los grandes rotativos; no advertían la
trascendencia del descubrimiento: lo que se buscaba allí era agua.
Pero el
gobierno nacional resuelve al día siguiente del descubrimiento dictar un decreto
tomando posesión del yacimiento, prohibiendo “la denuncia de pertenencias
mineras y la concesión de permisos de cateo en el puerto de Comodoro Rivadavia,
en un radio de cinco leguas kilométricas a todo rumbo, contándose desde el
centro de la población”. Se evitaba así la posible aparición de aventureros y la
eventual explotación del suelo en beneficio de particulares. De allí partió el
progreso de una vasta región patagónica. La explotación del petróleo,
descubierto de esa manera milagrosa, se constituyó desde entonces en una fuente
de incalculable valor para acrecentar la economía nacional, y en una de las
bases de su riqueza. El 13 de diciembre sería evocado como el Día nacional del
Petróleo.
Desde la época colonial se conocían algunas afloraciones petrolíferas en
nuestro país. Se les llamaba betún o brea, chapapote y en algunos casos
kerosene. Cabe recordar que el general Arenales, en 1826, siendo gobernador de
Salta, firmó un decreto de estímulo y protección al hallazgo y aprovechamiento
de la maravillosa sustancia. Luego, en 1856, se fundó la Compañía Jujeña de
Kerosene, con el propósito de reemplazar la importación de ese producto, que
entonces alcanzaba a los 20 millones de litros anuales.
Poco tiempo después del descubrimiento patagónico aparecía un decreto por el
que se creaba la primera repartición oficial que debía administrar la nueva
riqueza nacional, y que se denominó Dirección General de la Explotación del
Petróleo de Comodoro Rivadavia, integrándola entre otros los ingenieros Luis A.
Huergo y Enrique M. Hermitte y el doctor Pedro N. Arata. En los largos
considerandos se advierte de la importancia de su empleo en ferrocarriles y
Armada, y se admite la posibilidad de que el sobrante pueda satisfacer en
“condiciones económicas, las necesidades industriales del país”, y que “los
estudios y experiencias realizados por las oficinas técnicas permiten adelantar
que los yacimientos petrolíferos deben extenderse a grandes distancias al norte
y al sur de Comodoro Rivadavia, y que el petróleo de ese lugar es un excelente
combustible”.
Apenas comenzado el gobierno radical de Alvear, se crea mediante un escueto
decreto una Dirección Nacional en el ámbito del Ministerio de Agricultura con un
nombre de tres palabras largas y por entonces poco conocidas: Yacimientos
Petrolíferos Fiscales, a las cuales el tiempo simplificaría en tres iniciales
famosas. El 17 de octubre de 1922 asume su primer director general, un coronel
en actividad del arma de ingenieros, íntimo amigo de Jorge Newbery, graduado a
su vez de ingeniero civil en la Universidad de Buenos Aires y de ingeniero
militar en la Academia Técnica de Prusia, de notables virtudes y cualidades
empresarias, y que desempañaría el cargo durante ocho años:
Enrique
Mosconi (1877-1940). El fue el genio organizador de la explotación
integral del petróleo en la Argentina y en América Latina. De inmediato promovió
la construcción de la monumental destilería de La Plata, inaugurada en 1925, la
más grande del continente, financiada con fondos propios de la empresa; llevó
adelante la electrificación de Comodoro Rivadavia y echó las bases (con 10
unidades iniciales y un total de 25.000 toneladas) de una fenomenal flota de
buques tanque (la cual llegó a formar parte en su momento de la tercera Marina
Mercante del mundo).
En 1924, a solicitud de Mosconi, el Poder Ejecutivo dictó un decreto mediante
el cual se ampliaba la reserva petrolífera fiscal al Sur y creaba nuevas
reservas de exploración oficial en todos los territorios nacionales
patagónicos.
El coronel Enrique Mosconi, contra la terrible oposición de las empresas
extranjeras, desarrolló la más importante industria de América Latina. Su plan
original era el del nacionalismo integral en materia de petróleo. Modificó esa
opinión en 1925 y propuso, en consonancia con el sistema de la Anglo Persian, la
sociedad mixta del Estado con las empresas extranjeras. Pero volvió a su
proyecto inicial en 1928, al expresar que “no queda otro camino que el monopolio
del Estado pero en forma integral, es decir, en todas las actividades de esta
industria: la producción, la elaboración, el transporte y el comercio. [...] Sin
monopolio del petróleo es difícil, diré más, es imposible para un organismo del
Estado vencer en la lucha comercial las organizaciones del capital privado”.
Mosconi, hombre sencillo con leve tendencia a la obesidad, no necesitaba
disfrazar una reconocida inteligencia, nada de bigotes, gran sentido del humor,
enjundiosa biblioteca y esa envidiable demanda académica y mundial para sus
conferencias. La admiración por este hombre llegó a los más relevantes
estamentos internacionales, traducida en invitaciones de universidades,
gobiernos, empresas y foros jerarquizados.
Pero entre 1928 y 1929 Mosconi realizó un atrevido y fructífero viaje
continental, atacando a las petroleras internacionales e impulsando una política
petrolera latinoamericana soberana y coordinada. Así nacieron, a imagen y
semejanza de YPF, ANCAP (Administración Nacional de Combustibles, Alcohol y
Portland) en Uruguay, Yacimientos Petrolíferos Fiscales Bolivianos (YPFB),
Petrobras de Brasil y Pemex de Méjico. En un famoso discurso en la capital
mejicana, todavía vigente, Enrique Mosconi dijo: “Observamos que en torno del
petróleo se han entablado las más tenaces luchas económicas y armadas, y
presenciamos a diario, como métodos de posesión, de acaparamiento y de dominio,
torrentes de oro destinados a obtener la complacencia, la infidelidad, el
soborno y la alta traición de los encargados de custodiarlo. [...] El petróleo
tiene una importancia fundamental e irremplazable, y el crecimiento y progreso
de la nación será tanto más grande cuanto más firme mantenga ésta en sus manos
el control de sus yacimientos petrolíferos, es decir, cuanto más sometidos a su
fiscalización efectiva estén los grandes sindicatos o trusts que explotan en el
país el combustible líquido, pues si esa fiscalización fuera difícil o imposible
de efectuar, más conveniente sería para la tranquilidad económica y política del
país renunciar a la cooperación del capital extranjero”. En 1938, cuando se
firman los históricos decretos de nacionalización del presidente Lázaro
Cárdenas, se señala que, si bien el nacionalismo petrolero mexicano se asentaba
en las profundas raíces del período revolucionario de 1910-17, la idea del
monopolio de una empresa estatal le correspondía a Mosconi y seguía el ejemplo
argentino.
Como bien señala Federico Bernal, de Reconquista Popular, mientras Mosconi
difundía la tesis de la nacionalización y monopolización del petróleo en América
latina, primer gran antecedente de integración en esta materia, durante el
segundo gobierno de Yrigoyen la explotación exclusiva por el Estado era
defendida por los legisladores personalistas (yrigoyenistas), enfrentando la
postura antinacional de los antipersonalistas y los conservadores, que
planteaban la formación de compañías mixtas de YPF con trusts extranjeros.
Triunfó la tesis de Mosconi, con el respaldo de la tendencia nacionalista e
industrialista del ejército, capitaneada por el general Alonso Baldrich. En
efecto, en la aprobación de la ley de nacionalización del petróleo tuvo gran
influencia el memorial que Baldrich dio a publicidad con los siguientes
puntos:
- nacionalización de todo el combustible
- monopolio estatal de la
explotación
- control estatal de la exploración
- monopolio estatal del
transporte del combustible
- autonomía de YPF
- Prohibición de transferir
las concesiones
Semejante obra de nacionalismo económico no podía ser aceptada. El
contubernio acrecentaba su poder en el parlamento y en el ejército con la ayuda
invisible del herido capital extranjero. El viejo caudillo, el primer presidente
realmente elegido por mandato popular, concitaba el odio del imperialismo. Había
reducido de 132 mil a 35 mil hectáreas las tierras en poder de las empresas
petroleras extranjeras, resuelto la explotación estatal en Salta, impedido que
las fuentes hidroeléctricas en Córdoba pasaran a un sindicato norteamericano,
aprobado por la Cámara de Diputados un proyecto de régimen legal del petróleo
(rechazado por el Senado y declarado inconstitucional por la Suprema Corte de
Justicia) y negado a las empresas de tranvías de la Capital Federal y del puerto
de Rosario sus pretensiones en materia de tarifas y fletes. Un proyecto de
convenio con la Unión Soviética rebasó la medida de la tolerancia de los
monopolios anglo-norteamericanos. Por primera vez, la Argentina hacía una
negociación de esa índole de Estado a Estado. La empresa soviética Iuyamtorg,
instalada en Buenos Aires, se comprometía a entregar 250 mil toneladas de
petróleo a cambio de cueros, lana, extracto de quebracho, ovejas y caseína. En
cuanto a la nafta, se fijaba su precio a 10 centavos por litro, lo que suponía
una rebaja para el mercado interno.
Hacia 1930 la doctrina nacional petrolera quedaba perfectamente estipulada
con hechos y palabras. El monopolio estatal en todas las etapas: exploración,
extracción, transporte, destilación y comercialización; el rechazo a la empresa
mixta y la nacionalización de todas las etapas de la industria petrolera,
golpeaban con furor las puertas de la cámara alta. De esta manera, la ley de
nacionalización del petróleo -que no pudo ser concretada producto de la
oposición en el Senado-, fue quizás la gota que rebalsó el vaso, propiciando,
entre otras muchas causas, el golpe militar de septiembre. Pocos años después,
el presidente Uriburu, preso de unos estúpidos celos histéricos por Mosconi, lo
designó, ya siendo general de división, Director General de Tiro y Gimnasia del
Ejército. Después de una larga enfermedad, Mosconi falleció el 4 de junio de
1940.
Claro, no es lo más importante, pero ejemplifica la magnitud de lo que hemos
perdido. Desde la privatización de YPF, su archivo, el archivo empresario más
importante de Latinoamérica, esa monumental fuente de memoria que contiene la
historia de la industria petrolera argentina, permanece vedado al público y a
los investigadores. Se encuentra en Comodoro Rivadavia, en un inmenso galpón
situado entre el colegio Deán Funes y la administración de Repsol donde
funcionara hasta el último día, en condiciones que inquietan. Pertenece al
Estado nacional, pero está dentro de un edificio de Repsol. Aseguran que su
seguridad y su permanencia depende de una decisión política que no llega.
Concluido el proceso privatizador, el archivo de la empresa quedó en poder del
Archivo General de la Nación, en Comodoro, pero dentro de instalaciones
pertenecientes a Repsol, cerradas al público. Desde entonces nadie puede
visitarlo.