miércoles, 15 de febrero de 2012

LOS CONDORES


Con pensión y acceso a obra social

Por Diego Martínez

El 28 de septiembre de 1966, durante la dictadura de Juan Carlos Onganía, un comando de estudiantes, obreros y sindicalistas peronistas desvió un avión hacia las islas Malvinas, donde hizo flamear banderas argentinas. La CGT los calificó de héroes; el dictador, de facciosos. En la década siguiente, los miembros del Operativo Cóndor tomaron caminos distintos: unos fueron víctimas de la dictadura, otros como Alejandro Giovenco se integraron a la ultraderecha. A 44 años de aquella reivindicación de la soberanía y a casi tres años desde que la Legislatura bonaerense aprobó una ley para otorgarles una pensión y acceso a una obra social, el gobernador Daniel Scioli firmó el decreto que concretará el beneficio.

El núcleo duro pertenecía al Movimiento Nueva Argentina, que se había desprendido de Tacuara en 1961. El jefe era Dardo Cabo, hijo de un legendario dirigente gremial. Cabo militó luego en Montoneros. Fue arrancado de la U9 de La Plata y ejecutado en 1977. El segundo era Giovenco, que después se integró a la CNU, participó como custodio de la UOM en la masacre de Ezeiza y murió desangrado por la explosión de una bomba que llevaba en su portafolios. La tercera, única mujer, fue Cristina Verrier, periodista y dramaturga que en la cárcel se casó con Cabo.

Según una investigación de Roberto Bardini, el Cóndor fue planificado durante tres años. A las seis del 28 de septiembre, Cabo y Giovenco le ordenaron al comandante del vuelo con destino a Río Gallegos desviar el Douglas DC-4 hacia Malvinas. Un radioaficionado registró el aterrizaje a las 8.42. Habían pasado 133 años desde la última presencia oficial argentina en las islas. El objetivo de tomar la residencia del gobernador y difundir una proclama no fue posible. El avión se enterró en la pista y fue rodeado por un centenar de isleños armados. El sacerdote Rodolfo Roel intercedió y a pedido de Cabo dio misa en el avión. A la mañana se formaron frente a un mástil con la bandera argentina, entonaron el Himno y entregaron las armas al comandante, única autoridad que reconocieron. Un buque los trajo de retorno. “Fui a Malvinas a reafirmar nuestra soberanía”, repitieron ante el juez. Quince fueron liberados nueve meses después. Cabo, Giovenco y Juan Carlos Rodríguez estuvieron tres años presos.

No sólo Cabo y Giovenco tuvieron un final violento. Miguel Angel Castrofini fue ultimado por un comando del ERP-22 de Agosto. Rodríguez y Jorge Money fueron asesinados por la Triple A. Pedro Cursi y Edgardo Jesús Salcedo están desaparecidos. Andrés Castillo estuvo secuestrado en la ESMA y desde que volvió del exilio milita en el gremio bancario. La ley provincial 13.808 de noviembre de 2006 los calificó como “ejemplo de entrega, compromiso y patriotismo para las nuevas generaciones, siempre ansiosas y necesitadas de encontrar referentes de desinteresado amor a la Patria”.

Página|12, 22/07/09


Antecedentes de la disputa de soberanía

Integrantes del Comando Cóndor (28/09/66):

Dardo Manuel Cabo, 25 años, periodista y metalúrgico; Alejandro Armando Giovenco, 21, estudiante; Juan Carlos Rodríguez, 31, empleado; Pedro Tursi, 29, empleado; Aldo Omar Ramírez, 18, estudiante; Edgardo Jesús Salcedo, 24, estudiante; Ramón Adolfo Sánchez; María Cristina Verrier, 27, periodista y autora teatral; Edelmiro Ramón Navarro, 27, empleado; Andrés Ramón Castillo, 23, empleado; Juan Carlos Bovo, 21, obrero metalúrgico; Víctor Chazarreta, 32, metalúrgico; Pedro Bernardini, 28, metalúrgico; Fernando José Aguirre, 20, empleado; Fernando Lizardo, 20, empleado; Luis Francisco Caprara, 20, estudiante de ingeniería; Ricardo Alfredo Ahe, 20 estudiante y empleado y Norberto Eduardo Karasiewicz, 20, obrero metalúrgico.

Fotografía: Dardo Cabo y María Cristina Verrier
Prof GB

Antecedente : El vuelo de Miguel Fitzgerald en 1964


Miguel Fitzgerald fue el primer argentino en volar a las islas y plantar la bandera nacional. Lo hizo en 1964, piloteando un Cessna, el día de su cumpleaños. Dejó una proclama y regresó.

Miguel Fitzgerald había hecho dos años antes otra hazaña, un vuelo a Nueva York sin escalas.

Por Sandra Russo, septiembre 2006


En la casa de Miguel Fitzgerald hay mucho movimiento, porque le festejan sus 80 años. Y él, hijo de padre y de madre irlandeses, acomoda su cuerpo alto y flaco en un sillón del living para relatar la hazaña de su vida. Es su propio festejo. Quizá Miguel no lo sabe. Al menos por la forma en que lo cuenta, pareciera que aterrizar en las islas Malvinas en l964, difundir una proclama y plantar una bandera argentina en ese suelo fue una ocurrencia que tuvo. Va desgranando paso a paso esa historia tan familiarizada con él, que una primera impresión puede hacerle a uno pensar que Miguel no le da demasiada importancia, que hizo algo que creía que debía hacerse, y ya. Pero Miguel llevó a cabo, hace 42 años, un sueño que tuvo, y su Cessna quedó estampado en ese año que lo tuvo por protagonista.

Ser piloto civil, dice, es una vocación. "Ya a los seis años tenía esa chifladura", sintetiza. A los 16 voló planeadores y a los 20 aviones con motor. Trabajó en Aerolíneas, hizo fotografía aérea, taxi aéreo, remolque de carteles. El aclara: "Menos fumigación y contrabando, hice de todo".


Emisión del programa radial Atrapados en libertad por AM 530, La Voz de las Madres
Ese año, 1964, Malvinas estaba en la agenda de la ONU. No por iniciativa del gobierno argentino, sino por decisión de la Asamblea, se iba a tratar el tema de las colonias en América. Y en los hangares del país, en las charlas entre pilotos, aparecía y reaparecía un sueño: mandarse, plantar bandera.

Miguel decidió que lo haría. Un amigo suyo trabajaba en La Razón y averiguó si al diario le interesaba la cobertura. A Miguel a su vez le interesaba la difusión, porque podía ser sancionado por la Fuerza Aérea con una suspensión severa. El viejo Félix Laiño (editor del diario de los Peralta Ramos) no se interesó para nada. Pero acababa de salir otro diario, Crónica, y a su joven director se le subió ese viaje a la cabeza. "Me ofreció el avión, la nafta, los gastos, si viajaba conmigo un fotógrafo del diario. Pero ese viaje era mío. Yo solamente quería que me hicieran una nota cuando volviera, para cubrirme."

El Cessna se lo prestó finalmente Siro Comi, el presidente del Aeroclub de Monte Grande, que era representante de esa marca de aviones. Fue redactada la proclama que reivindicaba a las islas como argentinas, y Miguel partió rumbo a Río Gallegos, hacia su hazaña personal. Era el 8 de septiembre de 1964 y ese mismo día él cumplía 38 años.

Quince minutos

"Cuando uno está volando y está haciendo algo arriesgado, no piensa en nada más que en eso. Está concentrado en lo que está haciendo. Yo soy así, muy cerebral", dice Miguel, como si haber hecho lo que él hizo no exigiera al menos un impulso fenomenal. En Río Gallegos, su pista de despegue fue la del Aeroclub, que no tenía torre de control monitoreada por la Fuerza Aérea. Y se mandó. Y cuando lo cuenta vuelve atrás.



(Proclama que Fitzgerald entregó en mano a un poblador de Malvinas)

"Yo salgo de Gallegos, vuelo mar adentro, a las tres horas y quince minutos veo el archipiélago. Desde arriba se ve un rectángulo como de cien islas e islotes. Voy diciendo ‘operación normal’, y en Gallegos hay gente que entiende lo que digo. Cuando sobrevuelo el archipiélago, una capa muy densa de nubes me impide ver. No puedo zambullirme entre las nubes, porque en alguna parte de ese rectángulo hay un cerro de seiscientos metros de altura. Espero un claro. Lo veo. Y me lanzó hacia debajo de la capa de nubes, identifico Puerto Stanley, busco la pista de cuadreras, y aterrizo. Me bajo del avión, saco la bandera y la cuelgo del enrejado de la cancha. Viene un hombre de los que se habían juntado a ver el aterrizaje. Me pregunta si necesito combustible. No se le ocurre que soy argentino. Le doy la proclama y le digo: ‘Tome, entréguele esto a su gobernador’. Me subo al avión y vuelvo a Gallegos. Habré estado en Malvinas unos quince minutos."
Cuando llegó a Río Gallegos, Héctor Ricardo García, el director de Crónica, empezó a jugar su papel. Crónica tenía la primicia. El título en letra catástrofe fue: "Malvinas: hoy fueron ocupadas". Ese día, 8 de septiembre de l964, no se habló de otra cosa. La Razón registró uno de los días de más bajas ventas de su historia. Su competidor llamó la atención e inauguró un estilo periodístico. Cuenta la leyenda que hasta ese día los diarios no aceptaban devoluciones, pero los canillitas presionaron tanto a La Razón para devolverle sus ejemplares que ese antecedente después modificó el negocio y la relación entre los dueños de los diarios y los repartidores.

Al volver a Buenos Aires, en Aeroparque, los muchachos de Tacuara esperaban a Miguel. Lo subieron a un jeep y lo llevaron a dar vueltas por la ciudad, como a un héroe. Ese recibimiento y el festejo popular impidieron a la Fuerza Aérea suspender la matrícula de piloto de Miguel: fue solamente apercibido.

Miguel busca la tapa de Crónica, y no la encuentra. No es de extrañar en un hombre que hizo lo que hizo y ni por un momento se lamentó de no tener una foto que hubiese registrado la hazaña. Miguel es un piloto solitario que ya dos años antes había hecho el primer vuelo sin escalas desde Nueva York a Buenos Aires. Ayer, cumplió ochenta años, y parecía satisfecho de la vida que ha vivido.

Fuente: Página/12, 09/09/06

Prof GB

viernes, 10 de febrero de 2012

LA OEA SI CLARIN NO


Insulza: “La presidenta argentina cuenta con todo el respaldo de la región”
El secretario general de la Organización de Estados Americanos (OEA) aseguró hoy que el planteo pacífico de la presidenta Cristina Fernández de Kirchner “cuenta con el respaldo de toda nuestra región” en la denuncia de la militarización del Atlántico Sur.


José Miguel Insulza destacó que al “reivindicar el derecho que asiste” a la Argentina sobre las Malvinas, la mandataria “ha recurrido al único instrumento válido para quienes creen en la paz y en la democracia: el diálogo pacífico, y en esa perspectiva, ella cuenta con el respaldo de toda nuestra región”.

Asimismo, el máximo titular del organismo hemisférico, sostuvo que “la decisión de repudiar la “militarización del Atlántico Sur” expresada por la presidenta Fernández, quien también aseguró que preservará una región donde la paz impera, donde hemos tenido conflictos que hemos resuelto sin armas, entre los propios sudamericanos”, según informó la OEA a través de un comunicado.

En ese sentido, Insulza advirtió respecto a la peligrosidad del envió de naves de guerra al Atlántico Sur y subrayó el “contrasentido de poner tono belicista a un conflicto con un país que en los últimos años ha expresado su voluntad de paz y no ha dado ninguna señal de querer cambiar esa política”.

Al hacer referencia a la determinación de los gobiernos de los países del Mercosur de negarse a recibir barcos con bandera de las islas, Insulza expresó su total coincidencia con esta postura, señalando que “Gran Bretaña no debería tratar de forzar el ingreso a los puertos de América Latina y el Caribe de una bandera no reconocida por la comunidad internacional”.

En consonancia con el respaldo a la Argentina expresado por el Secretario General, “año a año la Asamblea General de la OEA reitera la vigencia de la resolución adoptada por consenso el 19 de noviembre de 1988”, reiteró el organismo interamericano.

La misma pide “a los gobiernos de la República Argentina y el Reino Unido de Gran Bretaña e Irlanda del Norte que reanuden las negociaciones, a fin de encontrar, a la brevedad posible, una solución pacífica a la disputa de soberanía”.

Fuente Apegeba.
GB

N° 784 - Epopeya de una nación mutilada Agende de Reflexion.





Libro de culto en los años 60 y 70, Historia de la Nación Latinoamericana, el texto de Abelardo Ramos, es crucial para entender el sueño inconcluso de la unidad americana.

Por Horacio González
[Director de la Biblioteca Nacional]

La mordacidad combatiente, el ojo aguzado para la ironía y el chascarrillo constante no le impedían a la obra de Jorge Abelardo Ramos (1921-1994) transitar por los grandes panoramas históricos. Al contrario, el espíritu satírico de Ramos proviene de su concepción histórica: la promesa y el resquebrajamiento de los significados de una historia de gesta.

Hay un tema casi obsesivo en Historia de la Nación Latinoamericana , libro que estaba prefigurado por el muy temprano América Latina: un país y cuya versión actual es producto de numerosas reescrituras, en las que se hallaba trabajando Ramos al momento de su muerte. Es el tema de una agonía colectiva de la empresa que no por hipotética deja de coleccionar fracasos trágicos, esa Nación Latinoamericana, gran personaje de Ramos casi forjado a la manera de una obra de Gogol, cuya “corrosiva comicidad” había festejado de joven en un artículo firmado con uno de los tantos pseudónimos que cultivaba. Esa persona colectiva produce cumbres iluminadas y abismos frustrantes que exigen el concurso de un aliento cáustico, que es el contrapunto necesario con el sentido épico de la historia. Sin estos traspiés contrastantes no se entiende la obra de Ramos.

En efecto, Ramos escribe un vigoroso cantar de gesta con un concepto que extrae de uno de sus maestros, León Trotsky -los Estados Unidos de América Latina-, pero con un estilo que sin ser su secreto mejor guardado, no siempre figuró en primer plano a la hora de interpretarlo: Ramos fue un gran escritor satírico que no expulsaba de sus narraciones el excedente picaresco que tiene toda historia.

El mismo era un gran contador de historias a las que sabía ponerle el ingrediente socarrón que en el fondo traducía la hendidura por la cual aparecía el desengaño por una gran epopeya extraviada.

Historia de la Nación Latinoamericana es una obra de un vastísimo despliegue bibliográfico, lo que permite considerar a Ramos uno de los más importantes bibliófilos argentinos, una suerte de Ernesto Quesada tensionado por un pathos político que ponía en las penumbras su formidable y despareja erudición.

Su vocación política es la de un fundador de partidos, pero antes, la de un gran editor y publicista, y aún antes, la de un apasionado librero.

Al releer esta Historia de la Nación Latinoamericana saltan a la memoria del lector libros que hoy parecen enterrados en un submundo, una prehistoria de la lectura social e histórica argentina, como el clásico del historiador y economista italiano Antonello Gerbi, La disputa por el nuevo mundo (que tanto le sirviera al socialista José Aricó para su trabajo sobre Marx y América Latina), hasta la Autobiografía de Victoria Ocampo, uno de los nombres reconocibles sobre los que ensaya una regocijada befa.

Gran aficionado a metáforas perdurables, la figura de la balcanización es una de las que se sitúa en el centro de su obra, y sin que Ramos la haya inventado, hizo pertinaz ese nombre para el análisis de la tendencia a la disgregación de los Estados latinoamericanos luego de las guerras emancipadoras.

Sin embargo, Ramos le da un dramatismo -diríamos una teatralidad explicativa- que pone a cada personaje, un Bolívar, un Martí, un Artigas, un Perón, un Prestes, ante un ramillete de opciones que es la libertad de índole trágica que posee la historia en su esencia última, y que Ramos percibe desde su “marxismo de Indias”, al que siempre se le vio su dimensión nacional y social, pero mucho menos lo que podría ahora percibirse, su tesis nunca escrita sobre la condición agónica de los procesos históricos.

Un lugar común del debate argentino consiste en contraponer a Tulio Halperín Donghi con Jorge Abelardo Ramos. No es así, si nos adentramos a un pequeño cotejo de la Historia de la Nación Latinoamericana de este último, con Historia contemporánea de América Latina , de Halperín. Las diferencias ya las sabemos y ambos las dijeron de sí mismos y del otro. Halperín denominó historia satanizadora a la que hacía Scalabrini Ortiz al juzgar el papel de Inglaterra en las historias latinoamericanas. El mote sería aplicable a Ramos, pero dice Halperín de Bolívar: “A los veintiún años ya era un hombre íntimamente desesperado y pese a su aparente movilidad de carácter, este rasgo estaba destinado a durar”.

¿Es posible evitar siempre un sentido destinal en las cosas, como lo revela este juicio de Halperín, y al mismo tiempo, no es posible ver al Bolívar de Ramos en su propia congoja, “hablando de una nación latinoamericana pero fundando una provincia, Bolivia” o “parecía un espectro y toda su política se veía espectral”? Hay una “larga agonía” de las voluntades históricas de Ramos como una ironía de la historia, con suaves demonios que nunca logran lo que buscan, bajo la mordiente mirada de Halperín.

Historia de la Nación Latinoamericana es un libro trabajado con su rara erudición, sus delicias sediciosas y su incesante espíritu burlón, con el que traducía la dolorida cuestión de la “inconclusión” de la unidad entre naciones que postulaba Ramos.

La obra merece ahora un juicio más atento de los lectores actuales. Es un libro crucial, desordenado, hijo de una pasión y de un humor paradojal, que era la marca registrada de las más recordables invectivas de Ramos.

Dice del historiador boliviano Alcides Arguedas: “Se pasaba la vida en Cuilly, cerca de París; cortaba rosas de Francia por la mañana y redactaba dicterios contra los indios de su país por la tarde”. A un escritor así le gustaba el goce de vivir. Como gran esgrimista del ensayo político, su deleite y su agonía podía consistir en una buena estocada, dibujando un exacto arabesco en el aire.

Prof GB

jueves, 9 de febrero de 2012

RODOLFO WALSH Y EL GENERAL

El guardia civil pregunta el nombre, consulta su lista,
abre la puerta del parque. El tenue sol madrileño quita de
las rodillas la lluvia de París, funde la nieve de Praga.
En la casa me recibe el secretario discreto, urgido por
irradiación cotidiana. Yo sé que debería estar observando
los detalles pero no veo más que la alfombra, el
artesonado, la penumbra de la sala donde enseguida
aparece el Viejo, su voz tranquila. Me estaba esperando.
Sigue alto y erguido, indestructible. Se agacha un poco
para darme la mano.

“Lo estaba esperando “dice.
“Tenía muchos deseos de conocerlo “aseguro.

Todo es claro y ordenado en su despacho: libros en los
anaqueles, un Martín Fierro a caballo, el banderín
argentino, Juan XXIII bajo el vidrio del escritorio.
Cuando se sienta, veo por primera vez la desollada cara
del Viejo, la cascada de venitas rojas que no aparece en
las fotos o que las fotos olvidan, lo mismo que uno.

“¿Café? “dice”, ¿Coñac?
Ofrece Winstons, se inclina hacia adelante para dar
fuego con el encendedor de oro. Tal vez me he quedado
dormido en alguna butaca de algún aeropuerto en alguna
indescifrable escala nocturna y este sueño preocupado es
una broma del cansancio. Pero el Viejo está allí, veo el
traje pizarra, el pulóver rojo, las ideas que se ordenan en
su cara, la embellecen, escucho la voz persuasiva que
habla del mundo, sus grandes movimientos circulares, sus
leyes inmutables.

“A los imperios no los derriba nadie “dice”. Se pudren
por dentro, se caen solos.
Solos, pienso.
Parece que adivina.

“Cuando alguien los empuja “dice, recuerda”. En este
continente yo los he enfrentado
“dice, anulando de un
golpe la distancia, regresando o no partiendo nunca,
clavado a este continente que no es este, no es la
muchacha que vuelve y sirve el coñac y sirve el café.

“Café sin cafeína “dice el Viejo”. Es más sano. Mire
Vietnam “
dice.

Miro Vietnam: sonrisas ambiguas, pisadas nocturnas en
la selva húmeda, espaldas maternas cargando abuses, una
bandera roja flameando sobre Hué bajo una lluvia
incesante de napalm.

“Los militares yanquis “explica” son muy brutos, no leen
la historia, creen que la guerra se gana con el ejército.
Otra vez el gesto circular abarca las edades, los
pueblos, el orgullo pisoteado, Roma se derrumba en el
espejo de la memoria y la voz del Viejo parece que gozara.
“Líneas de abastecimiento. Lo sabe un cadete.
Toma su café sin cafeína.

“Ya no les quedan amigos en el mundo “dice.
“Si estos se salvan “dice” será porque tienen dos
océanos de por medio.

“Pero a usted lo derrocaron.
“A mi me derrocó la Sinarquía “aclara”. Después vinieron a
buscarme. Los yanquis “dice, rememora”. Cuántas veces.
“y usted.


Me pregunta si conozco el cuento del vasco. Escucho el
cuento del vasco, rodeado de parientes, que no quería
firmar el testamento. El índice del Viejo va y viene
despacio sobre el índice izquierdo, preparando la pregunta,
la pausa, el corte de manga, su porfiada respuesta. Y
ahora no sé cuál es mi risa, cuál es la suya, la del Papa
Juan divertido a su modo en el cromo.

El círculo pulsa, se achica, se concentra. El Viejo desliza
sobre el vidrio una caja taraceada de tabacos. Tomo uno,
lo hago girar entre los dedos, aspiro su lejano aroma.

“Me los manda Fidel “dice el Viejo”. Cómo están por
allá."
“Siempre preguntan por usted.
Es cierto: siempre preguntan por él.
"Esperaban su visita “digo.
"Me hubiera gustado ir “suspira”.

No ha llegado el
momento. Usted sabe, había que pasar por Moscú.


El periódico sigue inmóvil sobre el escritorio, con sus
terremotos, naufragios, sobresaltos del oro, el nuevo
récord de Iberia: seis horas, treinta y dos minutos, vuelo
directo. No veo las manos del Viejo, tal vez el índice
derecho sigue moviéndose despacito sobre el izquierdo,
debajo de la mesa, una broma conjunta que podemos
apreciar.

El círculo ha vuelto a crecer, las costas se dilatan, la
selva. América. Ahora hablamos de los muertos. El Viejo
guarda la caja de tabacos, saca un libro abierto en la
dedicatoria de “un adversario que evolucionó”, la firma
brevísima del gran muerto reciente () cuyas cenizas
llueven sobre mil ciudades, que anda por ahí asomado a
las cocinas, a los dormitorios, probando el caldo de las
ollas, creciendo en los huesos de los chicos.
“Tenía el fuego sagrado “dice el Viejo”. Lástima que no
trabajara para nosotros “y la cara se le nubla,
de pena, desconcierto, quién sabe.
“El pensaba que había que apurarse.
“Sí, pero ya ve.

“Porque ellos creen que Vietnam se acaba, y que
después caerán sobre ellos,
sobre nosotros “digo”. Por eso
estaban apurados.
“La guerra es larga “responde sin apuro.
Vuelvo a mirarlo como si yo fuera el Viejo y él tuviera
un largo futuro por delante.
Si él quisiera, pienso.
La puerta se abre sola. Un fogonazo de alegría alumbra
la cara surcada de venitas del Viejo, que se para, avanza
hacia el perro lanudo que entra en dos patas. Yo miro el
despliegue de mimos y festejos que corta las preguntas,
acaso la entrevista.
Pero el Viejo vuelve, se sienta.
“Otro café “dice.
De la manga del saco sale otra anécdota, como otro
conejo. Cada vez que el general Roca recibía al embajador
boliviano, ponía dos sillas. Una para el embajador, otra
para la mala fe.
“Yo le mandé decir que tuviera cuidado, que desconfiara
de esa gente. No era tiempo.
“Cuándo entonces “digo.
“Yo he esperado mucho.

Tal vez lo estoy fastidiando, acaso va a mirar su reloj,
usar un pretexto que no necesita, la mujer que atravesó el
Atlántico para conseguir su dedicatoria en una foto, el
dirigente que aguarda en la sala su epifanía de palabras
lejos, vestales con pinta de herederos, tahúres de doble
entraña, empresarios dispuestos a compartir las pérdidas,
terratenientes a socializar los caminos, clérigos a repartir
el reino de los cielos, gorilas convertidos.

El arresto del último general que casi se subleva flota
sobre los pocillos de café sin cafeína.
“Es un buen muchacho “sugiere”. Le vaya contar un
chiste “sugiere.
Las once de la mañana entran por el ventanal,
aclarando la sonrisa.
Un empresario americano fue a Brasil, donde querían
comprar petróleo; fue a Kuwait: querían vender petróleo;
a Grecia: les propone transportar petróleo. Armó el
negocio, se quedó con la mitad. Los otros le peguntaron:
¿Pero usted qué pone?
“¿Cómo qué pongo?”, dijo el empresario “dice el Viejo”.
“Yo pongo el Atlántico.”


Con este muchacho pasa lo
mismo. El ejército pone las armas. Nosotros ponemos la
gente. ¿y él qué pone? ¿La patria?
Risas. Imposible no reír cuando el Viejo cuenta un
chiste, porque lo cuenta muy bien. Pero consigue que el
cotejo con la realidad parezca un segundo chiste, mejor
que el primero.
Ahora sí, ha mirado su reloj. De golpe entiendo que he
pasado horas sumergido en la envolvente conversación del
Viejo, como quien escuchara a cualquier padre, y que al
salir estaré caminando por una calle de Puerta de Hierro,
de Southampton, de Martín Garda, con todas las
preguntas sin hacer.
“Esa mujer “digo.
Su cara es gris. Una muralla.
“Creo que la quemaron “dice.
“No la quemaron “fantaseo”. Está en un jardín, en una
embajada, de pie, una estatua bajo tierra, donde llueve
“digo. Llueve siempre, pienso, y ella se pudre.
“Puede ser "su cara es más remota que nunca”. Algún
día se sabrá.
“y los otros muertos “quiero saber”. Los fusilados, los
torturados.
Un ramaje de la vieja cólera circula por su cara,
relámpago entre nubes.
“El pueblo pedirá cuentas.
“¿Cuándo?
“Algún día. Saldrá a la calle, como el 56, el 57.“¿Por qué no ha vuelto a salir?
“Porque yo no he querido “dice.“¿Cuándo, general, cuándo?

GB

miércoles, 8 de febrero de 2012

CUBA EL BLOQUEO YANQUI Y EL PERONISMO , I

John Wiliam Cooke le escribe al General Perón el 18 de julio del año 1960, desde La Habana, adjuntándole una carta abierta al entonces presidente Arturo FRONDIZI,denunciando la actitud claudicante de éste ante el inicio de las hostilidades a Cuba de parte de los EE.UU-

El general responde: " la excelente carta abierta al cretino que, para vergûenza de los argentinos, hace que gobierna en nuestro país. Su repugnante actitud en el caso Cuba lo presenta en toda su miseria moral. No escapa al menos advertido que el 90 por ciento de los pueblos latinoamericanos están con Cuba y con Fidel, no solo porque tiene razón, sino también porque enfrenta valientemente a los eternos enemigos de esos pueblos. La fuerza de Cuba, como la de todos los que luchamos por la liberación, radica en que la línea intransigente que sostenemos coincide con el desarrollo histórico y la evolución.
Ya estamos curados de espanto para impresionarnos con los calificativos que cuelgan en el "Mundo Libre". A nosotros nos llamaron fascistas en 1943, nazis en 1946 y comunistas en 1955, sin que fuéramos otra cosa que argentinos deseosos de liberar a nuestro país".

Juan Perón.

Prof GB

FLACO



Las manos de Fermín, giran y dan mas vueltas, y tus manos Flaco giran y se quedan , y en el cielo te darán agua sol y pan y un ave que guarde tu nombre.
Muchacho, Flaco, no corras mas quedate hasta el día, corazón de tiza, no corras mas quedate hasta el alba.

Y Ana que no duerme porque sos un duende adolescente de todos los que te sentimos cantar ayer...Cantata de pantalones campana, viaje hacia el sur, ve y abraza a tu general, campos verdes de tu tierra natal.
Golondrina de la Plaza de Mayo,visible-invisible de nuestra ilusión.

Era el 68 cuando todavía sabíamos qué nos pasaba.
Y vos porfiastes con tu alma de Artaud un poema hasta este veintiunesco siglo tecnópata, ansioso de metáforas amables amoraste hasta siempre.

Es un Néstor dijiste en la Casa Rosada, Salón Blanco, pintados de esa almendra rabiosa que tus ojos melodiaron.

Flaco discepoliano de los jóvenes imberbes.
De todos y todas las que después parieron otras décadas.
Cantame cómo seguir viviendo sin tu amor?
Será que los niños tuyos nos escribirán desde el cielo?

GB