Nervioso ante el desafío, el flamante ministro retomó la curiosa jerga oficial sobre "desinflación" para hablar de inflación galopante y mirar solo hacia los mercados. Gobernadores enojados y ciudadanos del común ignorados.
Jura Hernán Lacunza, lo saluda Marcos Peña, Mauricio Macri se frota las manos.
Imagen: Jorge Larrosa
Imagen: Jorge Larrosa
El flamante ministro de Hacienda Hernán Lacunza expuso onda 20 minutos, no abrió el juego a los periodistas y les comunicó que los verá pronto, sin fijar fechas. El presidente del Banco Central (BCRA) Guido Sandleris habló después y habilitó una ronda de preguntas. Propalaron un mensaje uniforme: “el principal objetivo será estabilizar el tipo de cambio” enunció Lacunza. “Estabilidad financiera” concordó Sandleris.
El nerviosismo de Lacunza sembró huellas. Incurrió en un lapsus freudiano: afirmó haber sido nombrado presidente. Se olvidó los papeles cuando subió al estrado del microcine de Economía, se le secaba la garganta. Este cronista, que no integra su club de admiradores, clamaba desde un sillón en su casa para que alguien le acercara un vaso o una botellita de agua. La dupla le habló al Fondo Monetario Internacional (FMI); al sistema financiero, a los especuladores, al gran empresariado. Lacunza se abstuvo de mencionar una sola medida.
La gente común, que suele levantarse más temprano que el presidente Mauricio Macri. transcurrió otro día difícil. Para quienes “gozan del beneficio” de cobrar un ingreso fijo el fin de mes es peor que el Aconcagua. Casi nadie habrá oído a los disertantes. Si alguien exceptuó la regla habrá notado que no le transmitían nada.
El FMI acusó recibo. Ni bien terminó Sandleris, difundió un conciso comunicado afirmando que sigue de cerca la situación de Argentina. Y que sus enviados vendrán pronto, sin anunciar fecha. Como mecanismo tranquilizador, supo a poco.
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Macrilandia no era una fiesta: Ambos funcionarios reconocieron que la inflación en los próximos meses será alta. Mintieron o se autoengañaron respecto del estado de la economía al 10 de agosto. Mal que les pese Macrilandia no era una fiesta y la catástrofe económica financiera es muy previa al urnazo.
Un ejemplo, hay cantidades. Sandleris se obstina en apodar “proceso de desinflación” al constante aumento de precios que llevaba por la parte baja a un 45 por ciento anual. Aburre insistir sobre el punto: si el Índice de Precios al Consumidor trepa 3 puntos un mes y 2,9 el siguiente el oficialismo y la cadena oficial de medios privadas describen que “bajó”. En fin.
Macanear es gratis para quien maneja el micrófono, tanto como ineficaz: la gente de a pie gasta más por los mismos productos; consume menos o se endeuda. Lo sufre cotidianamente y no se deja embaucar por el dialecto macrista que ya no escucha.
Sandleris reincide en aplicar un programa que produjo fugas de capitales record, estanflación, despidos, pobreza, indigencia y hambre.
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Aparte de la herencia y la mala suerte: Lacunza atribuyó las dificultades del programa económico a un coctel de “herencia recibida, errores propios y mala suerte”…esquivó estipular precisiones.
El ministro de Hacienda describió como “falsa dicotomía” a la que escinde a “los mercados” de la economía real. La Argentina actual prueba rotundamente lo contrario. En casi cuatro años un puñado ganadores se la llevaron con pala y decenas de millones de perdedores cayeron mucho.
Grandes desdichas de los laburantes no son consecuencia de “errores” sino de objetivos del macrismo, logros alcanzados. La disminución del valor relativo del salario es, en el proyecto neocon, requisito de la “competitividad”. Iupi, gente, lo consiguieron.
En ocho días el Gobierno se las ingenió para ponerse de punta con la totalidad de los gobernadores opositores, incluyendo a los no peronistas. La reducción del IVA y la suspensión de los aumentos a las naftas obraron el milagro. La supresión, tiempo atrás, del Fondo Federal Solidario (alias “Fondo sojero”) la tala de los subsidios nacionales al transporte urbano e intraprovincial damnificaron a los territorios, ahora se les propina otros sablazos. Desfinanciar a las provincias para que cierren las cuentas nacionales: Domingo Cavallo vive.
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Mejor que hacer es decir: Para “tender puentes” Lacunza promueve encuentros con economistas vinculados a los presidenciables que siguen en carrera. La convocatoria se escenifica como un gesto dialoguista. Cualquier distensión merece ser bienvenida. Pero al mismo tiempo el relato oficial (desde Macri hasta Lacunza pasando por la violenta diputada Elisa Carrió) responsabiliza al electorado o acaso al funcionamiento del sistema democrático por la corrida cambiaria. Prepara el terreno para culpar al adversario por la agravación de los daños que sobrevendrán en el eterno plazo que media hasta octubre. “Lo que diga la oposición es más importante que lo que pueda hacer el Gobierno” delira Lacunza.
Dujovne hurtó el cuerpo al juramento de Lacunza. Prefirió irse como un visir del FMI antes que ayudar a su gobierno en desgracia. Redactó una renuncia que merece un seminario y no estas breves líneas. Federico Polak, un dirigente con historia, ex vocero leal y eficiente del presidente Raúl Alfonsín, la diseccionó en twitter: “el texto de la renuncia de Dujovne es maravilloso. Desecha toda formalidad, tutea, llama al presidente por su nombre. En la substancia es aún más maravilloso. Luce orgulloso del resultado de su trabajo. No pide disculpas. Vive un mundo Aldous Huxley”. Dujovne se jacta de haber reducido el déficit (para lo cual excluye de la cuenta a los pagos de la deuda externa), suprimido impuestos provinciales distorsivos y un par de méritos macroeconómicos. Ni una palabra sobre avances sociales o laborales… Ni pudo imaginarlos. Encabeza “querido Mauricio”. El conjunto parece la dimisión a la comisión directiva de un club de golf.
En jornadas pródigas en producirlos, otro autorretrato del funcionariado del gobierno de clase. Creído, desdeñoso de las formas institucionales, enfrascado en su concepción del mundo. Lacunza, más elocuente, con estilo más “político”, juega de todas maneras en el mismo equipazo, obcecado en no cambiar. Entró a la cancha en el peor momento.
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