Crónica de un acto/un actuar peronista
Por Sebastián Russo*
(para La Tecl@ Eñe)
El amor es la vida porque no la entretiene, la posee.
Macedonio Fernández
La intensidad en política consiste en arrojar algo. En lanzar, dar algo. Desde una palabra, un epíteto, una piedra, una bala, a lo más excelso: uno mismo. Darse, lanzarse, arrojarse. “Hacia una vida intensa”, se llamó el libro de María Pía López sobre el vitalismo. Una corriente filosófica que incorpora a la intensidad, al cuerpo, en suma, a la praxis vital como una forma no solo de conocer el mundo sino de transformarlo. Así, la vitalidad transformadora en política es la que se vincula al concepto/práctica del arroje, del arrojo.
Arrojar también es desprenderse del exceso. Al tiempo que arrojarse es lo excesivo, el todo vital de una política en términos populares. Lo burgués (como antinomia, arbitraria pero operativa, de lo popular) en cambio, esconde, guarda, es recatado (se rescata y recata) No se desprende, acumula. A lo sumo reparte entre los suyos, en forma de herencia: otra forma de guardar. No arroja ni se arroja, a lo sumo manda a otros a hacerlo: abogados o matones. No se ensucia, como tampoco “toca la plata”. Para eso su escribano, su empleada doméstica, su mano derecha. De allí tal vez que abjura de participar en política. Al tiempo que lo hace de la política en general, abstracta, virtual. No en los ámbitos donde lo que vale es la exterioridad, lo que se muestra y lanza (se habla de “lanzarse”, de hecho, a aquel candidato que decide jugar-sela-, apostar, volver a hacerlo, en política) Esto, al que hace del guardar y acumular su ethos, no lo hace sentir cómodo, le impide desplegar sus armas anti-arrojo: la circunspección y el cálculo.
El arrojar es pues una práctica (también, aunque eminentemente) política. Y sólo un torpe prejuicio puede hacernos creer que el pensamiento liberal puede abjurar de actitudes valerosas. He allí Jorge Luis Borges y sus loas a la voluntad guerrera o cuanto menos pendencieras. Aunque es cierto que tales gestos/gestas valoradas en este universo de sentido, deben ser individuales y sin derivas populosas posteriores.
El arrojo en la política es necesario aunque debe primar la razón institucional. El partido. El peronismo, el populismo, hace del arrojo su estatuto fundamental, al menos en relación a sus líderes (o sea, su estatuto político fundamental: he allí las palabras de CFK, “todos tienen un dirigente adentro” o “sean dirigentes de su propio destino”) A tal punto es fundamental que deviene literal. El peronista, el candidato peronista, además de tener arrojo, valentía, debe arrojarse, en actos, caminatas, literalmente, de cuerpo entero, a la gente.
Hace unas semanas concurrí a un acto del candidato a intendente de San Miguel -allí comenzaron a gestarse estas palabras-. Y desde unos días antes se rumoreó que iría “Axel”. Así nombrado, sin más. Ante ello, lo que iba a ser una reunión vecinal devino un acto que requirió de todos los cuidados de ocasión. Varias calles a la redonda se cortaron y se preparó no solo un sistema de pulseritas celestes para restringir la entrada a un reducto de capacidad restringida, sino una pantalla afuera para la muchachada.
Habló el candidato a intendente, con extremada corrección política. Y luego Axel. El rubio, economista y profesor de la UBA, del que se dudó que pudiera hablarle y empatizar al/con el bonaerense, ya había incorporado la retórica política tanto del grito arengador, consignista y de halo épico, como la extensión discursiva que permite incorporar silencios, anécdotas. Había comenzado ya afónico, expresando el trajín (estuve el día anterior en Mardel, comentó) Cansado pero vital. Vitalizado -evidentemente- por estar de campaña, en gesto/a sacrificial. Y con una verba económica y de la economía, que permitía (permitió) que el oyente que fuera se vea interesado, requerido por entender qué pasó, qué se hará. La gente lo aplaudió varias veces. Y al finalizar salió donde la muchachada. La gente se amontonó y él se les arrojó. A lo CFK, pero sobre, a lo Néstor.
Y aquí es donde retórica y afectividad se aúnan. Donde el acto político (el acto de hacer política, de accionar en/desde la política) deviene comunidad, de signos (cuanto menos) Y el gesto de arrojo se expresa fundamental. Tanto para los presentes (he allí el político: “fundiéndose con su pueblo”) Como para él mismo: esos cuerpos que lo abrazaban y protegían no podían no persistir en su propio cuerpo; impregnado de ellos, ahora obligado, por ellos, por la historia de sus cuerpos sufrientes. Y en el resto, público atento, sensible, el arrojo contagia, saca “el dirigente que hay en uno” (tal se escuchaba en audios previos al acto)
Macri, por caso, nunca se arrojó, no podría hacerlo (más podríamos decir al respecto, pero mucho ya se ha dicho de él, del ceocrata, del ceofilo, hablemos ahora de nosotrxs). Los rockeros sí lo hacen. Como lo hacía Néstor, que de hecho así se lastimó el primer día de su mandato (el vínculo entre el rockero que se arroja y el de Néstor lo entrevió el amigo Marcos Perearnau) Arrojarse es empatizar una vivencia del enchastre. Ese mismo en el que viven a quienes Axel se arroja. No se les arroja a los representantes de la UIA. Se les arroja a quienes peor están. A quienes están arrojados a la intemperie. Allí el gesto empático. El de embarrarse. Que deviene potencia creacionista. Ya que es desde el barro (desde el pie) desde lo engendrado tiene vínculo terrenal, territorial. Corporal, fecundo, emotivo.
El arrojo asume un riesgo y por tanto convoca/arrastra a una transformación. El arrojo en su doble concepción (de valentía y de darse/lanzarse), en tanto una ética, desde el líder a los que entusiasme y contagie, implica una trama comunal/corporal que convoca (y no individualmente), y que deviene fuerza política afectiva. Esa que el neoliberalismo tacha de populista. Esa, que es la única posible de conmover las bases de la retórica hegemónica de individualismo, miedo al otro, y de un política profesional sin cuerpos, propios/de otros.
A Axel durante la campaña le preguntaron con insistencia por su inscripción peronista: si lo era, desde cuándo. Y él dijo, o no lo dijo, pero lo dejó entrever, que el peronismo, su hacerse peronista (más como una praxis ético vital que como el recitado de un manifiesto abstractizado) se expresa en el encarnar lo que vibra en un cántico, en un estar junto a otros, que lo paran, agarran, reclaman, y en la decisión y necesidad final del arrojo, del arrojase. Lo que vibra allí, en ese darse a lo que la muchachada cree y sabe, y sabe porque lo vive en sus propios cuerpos -no hay allí iluminismo universitario que valga-, es el rendirse a ese saber experiencial, en tanto amalgama enchastrada de saberes, vivencias y creencias que puede tener muchos nombres. Pero ya lo dijo Cooke, lo que en otro tiempo, en otro lugar, se llamaba -y por encanar un mismo ideario popular- comunismo, esa fuerza popular maldita y maldecida, hoy aquí se llama populismo, o sin más, peronismo.
(Éstas líneas fueron escritas previo a las primarias, y si desean ser circuladas, con los análisis que no contienen luego del sacudón, incluso analítico, es porque anidan, -intentan hacerlo- una pulsión vital -y- popular, como es la de una ética, una praxis, que no debe abandonarse, pase lo que pase, incluso las PASO, ya que si hay emancipación posible para quienes se hallan relegados del reparto colonial-racial de la riqueza, lxs que encarnan sus voces, sus cuerpos y anhelos, es a través de un acto, como el del arrojo, el del darse, el del riesgo, el del amor. Que de no haberlo, lo sabemos, nada entonces)
*Docente – Sociólogo
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